domingo, 18 de septiembre de 2016

LOS SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS

LOS SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS






2 de octubre



LOS SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS

"La existencia de
los ángeles está atestiguada casi por cada una de las páginas de la Sagrada
Escritura." Así habla San Gregorio Magno, a quien se da el título de Doctor de la
milicia celeste. Podemos añadir nosotros que el mismo alto origen ha de reconocerse para
el culto de estos celestiales espíritus. La devoción a los ángeles aparece casi con
espontaneidad en los primeros años de,nuestra vida y ya no nos abandona jamás. En una
inscripción del cementerio de San Calixto se lee: Arcessitus ab angelis, que viene a
decir: "fue llamado por los ángeles" para presentarle al Señor. "Salid al
encuentro suyo, ángeles del Señor, para ofrecer su alma en la presencia del
Altísimo", canta la Iglesia en el oficio de difuntos.
La fiesta de los
ángeles custodios tiene ya existencia multisecular. Se ha recordado que ya en el siglo V
se celebraba en España y en Francia, como fiesta particular. Suprimida por San Pío V,
fue restablecida por un decreto de Paulo V el año 1608, fijándola para el primer día
libre después de San Miguel. Clemente X fue quien la introdujo definitivamente en la
liturgia de toda la Iglesia, determinando que se celebrara el día 2 de octubre.
El nombre de
"ángel" significa mensajero. Es nombre que significa ministerio y oficio. Pero
la perfección de su naturaleza va de acuerdo con ese sublime oficio, que ellos ejercen de
una manera más permanente que los demás seres de la creación. Son los
"mensajeros" de Dios, por excelencia. Son seres creados, intelectuales,
superiores a los hombres, dotados por el Señor de especial virtud y poder.
La humana filosofía
apenas había columbrado, de una manera borrosa, la existencia de los ángeles. La fuente
primera de nuestra devoción es la Revelación divina, contenida en la Sagrada Escritura.
Con ella en la mano evitamos el primer error en que cayeron algunos teólogos combatidos
por Orígenes, que, influidos por la filosofía pagana, tuvieron a los ángeles por
"dioses". Están al servicio de Dios, pero son seres creados por su
omnipotencia. Merecen nuestra veneración por su grandeza sobrenatural, por la gracia que
les adorna, por su amor al Señor, demostrado en la prueba, que no supieron superar
Lucifer y sus secuaces, los cuales, por su soberbia, fueron convertidos en demonios y
padecen las penas eternas del infierno, que fue creado para ellos.
En la vida de Cristo
Nuestro Señor y en la vida de la Iglesia primitiva los ángeles ejercen su misión de
mensajeros con frecuencia. A veces se designa a los ángeles por su nombre, como a San
Gabriel, San Rafael, San Miguel; a veces simplemente se les designa con el genérico
apelativo de "el ángel del Señor"; a veces cumplen su misión individualmente,
como el ángel que bajaba a la piscina de Betzata, en la puerta Probática, para agitar el
agua y comunicar una virtud maravillosa de curación de cualquier enfermedad que tuviere
el primero que descendía a sus ondas. Otras veces son dos los ángeles enviados, como los
que vió la Magdalena, vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies
del lugar donde había estado el cuerpo de Jesús muerto, antes de la resurrección. Otras
veces la Escritura alude a legiones de ángeles, como aquellas "doce legiones"
que hubiera enviado el Padre celestial si Cristo hubiera formulado tal petición. Y no
falta alguna ocasión en que la Escritura habla de "millares de millares", como
aquellos que aparecen en el Apocalipsis alrededor del trono triunfal del Salvador del
mundo. Dada la armonía perfecta del mundo, como obra del Creador, podemos pensar en la
escala ascendente que va del maravilloso mundo físico que nos va descubriendo en su
portentosa complejidad la física nuclear, al mundo de los vivientes, más perfecto aún,
siguiendo por esa misteriosa unión de lo somático y lo psíquico, lo material y lo
espiritual, representado por la persona humana. Los ángeles son las criaturas que colman
esta ascensión hacia el cielo. Por eso decimos que son superiores a los hombres. La
Escritura los llama "estrellas de la aurora e hijos de Dios".
Dice fray Luis de León
que se les llama "estrellas de la aurora porque sus entendimientos, más claros que
estrellas, echaron rayos de sí, saliendo a la luz del ser en la aurora del mundo. Y se
les llama hijos de Dios porque, entre lo que El crió, es lo que más se le parece en la
perfección de su naturaleza".
Los ángeles han sido
creados por Dios, como el universo entero, para su gloria. Es decir, "para alabar,
hacer reverencia y servir" al Creador. Cumplen esta finalidad siendo la corona
gloriosa del Señor, como le vieron tantos artistas, capitaneados por Lucas della Robbia,
el escultor florentino, autor del grupo más delicioso de los ángeles cantores. Estas
representacion!es artísticas no son arbitrarias, sino que siguen la línea de los libros
santos, como el del Apocalipsis, donde se lee: "Vi y oí la voz de muchos ángeles en
rededor del trono, y de los vivientes y de los ancianos; y era su número miríadas de
miríadas, y millares de millares, que decían a grandes voces: Digno es el Cordero, que
ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor,
la gloria y la bendición. Y todas las criaturas que existen en el cielo, y sobre la
tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y todo cuanto hay en ellos, oí que decían:
Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y el
imperio por los siglos de los siglos". Por ello decimos que los ángeles forman la
corte celestial, que primariamente mira al honor de Dios Creador y Redentor.
Y precisamente porque
todo su anhelo es alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor, los ángeles se
convierten, por disposición divina, en ángeles custodios. Cuando tengamos el concepto
exacto de la religión, que no se ha hecho primariamente para nuestra felicidad, sino para
la gloria del Señor, comprenderemos por qué cumplen las criaturas angélicas con este
oficio de mensajeros de Dios cerca de nosotros, y de custodios de nuestra pobre vida,
destinada, como la suya, "para alabar, hacer reverencia y servir" al Creador.
Quieren los ángeles que formemos a su lado en la corte celestial, que conservemos y
aumentemos la gracia, que nos da derecho a cantar en sus coros; a repetir, por toda la
eternidad, la melodía inefable de los que son gloriosos porque supieron buscar la gloria
de Dios.
En el libro del Exodo,
cuando se acaba de promulgar la ley santa, el Señor, que habla en estilo directo a cada
uno de los israelitas, anuncia solemnemente la asistencia de los ángeles custodios con
estas palabras "Yo mandaré a mi ángel ante ti, para que te defienda en el camino y
te haga llegar al lugar que te he dispuesto". Para los israelitas este texto
significa la asistencia y la custodia de los ángeles en la peregrinación por el desierto
hasta llegar a la tierra prometida. Significa también la asistencia y la custodia de los
ángeles para el viaje de esta vida terrenal y la llegada a la gloria del cielo. El
acontecimiento histórico del paso de Israel por el desierto fue la ocasión para que el
Señor promulgara su Ley y para que se nos anunciara este auxilio de los ángeles
custodios en las dificultades que la vida terrena entraña.
Por lo demás, la
tutela de los ángeles se anuncia en muchos otros pasajes de la Escritura, pero quizá en
ninguno con tanta fuerza expresiva como en el salmo 90, donde dice: "Te encomendará
a sus ángeles, para que te guarden en todos tus caminos. Y ellos te llevarán en sus
manos para que no tropieces en las piedras. Pisarás sobre áspides y víboras, hollarás
al león y al dragón".
San Bernardo comenta
así este pasaje bíblico, exponiendo la custodia de los ángeles en la doctrina general
de la providencia de Dios para la salvación de los hombres. "Aplicas al hombre, ¡oh
Señor!, tu corazón y solícito lo cuidas. Le envías tu Unigénito, diriges a él tu
Espíritu, le prometes tu gloria. Y para que nada haya en el cielo que deje de participar
en nuestro cuidado, envías a aquellos bienaventurados espíritus a ejercer su ministerio
para bien nuestro, los destinas a nuestra guarda, les mandas que sean nuestros ayos. Poco
era para ti haber hecho ángeles tuyos a los espíritus: háceslos también ángeles de
los pequeñuelos, pues escrito está: Los ángeles de éstos están viendo siempre la cara
del Padre. A estos espíritus tan bienaventurados háceslos ángeles tuyos para con
nosotros y nuestros para contigo".
Los Santos Padres de la
Iglesia han predicado esta doctrina, aplicando a los ángeles de la gu,arda distintos
títulos en los que se expresa la importancia de su ministerio. Eusebio de Cesarea les
llama "tutores" de los hombres, San Hilario, ''mediadores''; San Basilio,
"compañeros de nuestro camino"; San Gregorio Niseno, "escudo
protector", Simeón Metafrastes, "muralla que rodea por todas partes la
fortaleza de nuestra alma, defendiéndola de los asaltos del enemigo"; San Cirilo
Alejandrino, "maestros que nos enseñan la adoración y el culto de Dios". No es
posible seguir. Hacemos notar solamente que San Agustín y San Gregorio Magno no han
perdido ocasión para exaltar el valor de la intervención angélica en nuestra vida. Y la
sagrada liturgia en este día de su fiesta les ha saludado con las siguientes palabras:
"Cantamos a los ángeles custodios de los hombres, que puso el Padre, junto,a nuestra
frágil naturaleza, como celestiales compañeros para que no sucumbiéramos ante las
insidiosas acometidas de los enemigos".
Si consideramos
atentamente la letra de la Escritura divina, observaremos que se habla en sus páginas de
diversos órdenes de ángeles. Isaías ve a los "serafines" cantando, y uno de
ellos purifica los labios del profeta con un carbón encendido. El Génesis nos dice que
un "querubín" fue puesto por Dios como guardián del paraíso, y el Exodo que
fueron dos los "querubines" los que estaban en el arca santa desde donde promete
el Señor hablar a su pueblo. San Pablo nombra a los "principados, potestades y
dominaciones", así como los "tronos, virtudes y arcángeles". Existe,
pues, una jerarquía celeste con ángeles de orden y oficio superior y ángeles de orden y
oficio inferior. Todos, ciertamente, excelsos y muy superiores a nuestra humana
naturaleza.
Ante esto se han
preguntado los teólogos si entra en la providencia ordinaria de Dios destinar para
custodia de los hombres a los ángeles de las categorías superiores o se encomienda este
oficio a los ángeles de las categorías inferiores. La lectura de los textos sagrados nos
persuade que ángeles de todas las categorías, aun de las superiores, San Gabriel, San
Rafael, San Miguel, los serafines y querubines, han cumplido misiones cerca de los
hombres, como se comprueba ccn la vida de la Santísima Virgen y San Juan Bautista, el
pueblo de Israel, el profeta Isaías, el santo patriarca Tobías, por no citar sino los
pasajes más salientes. Pero es posible que los ángeles de los órdenes inferiores sean
los que normalmente se designan para ejercer la custodia de los hombres, y así se puede
creer que en las jerarquías angélicas unas cumplen la misión de asistir ante el trono
del Señor y otras se destinan para la custodia del universo creado, en el que sobresalen
los hombres como primero y principal objeto de esa cuidadosa guardia. Los primeros son
ángeles "asistentes" al trono celestial: los otros, "ejecutores" de
la Providencia en el auxilio a la humanidad caída. Las misiones y disposiciones más
destacadas, como la de la encarnación del Verbo anunciada por San Gabriel y otras
semejantes, saldrían fuera de la regla ordinaria y general.
Cuando se habla de los
ángeles custodios nos referimos primariamente a los que ejercen la salvadora tutela de
las personas individuales. Cada uno de nosotros tiene su ángel de la guarda. Dios quiere
que todos los hombres se salven y que lleguen al conocimiento de la verdad. Al decir todos
los hombres no excluimos a ninguno. Tenemos, por tanto, por más congruente a esta
voluntad salvífica de Dios el extender con la misma universalidad el ministerio tutelar
de los ángeles. Todas las almas han sido redimidas por Cristo, todas están en el camino
de la salvación, todas son defendidas y protegidas por los ángeles. Y muchas almas,
nacidas en la paganía y misteriosamente salvadas por la iluminación de !a fe, deben esto
a los ángeles de su guarda. Lo sabremos el día en que se haga la cuenta universal del
paso de los hombres por la tierra. Pero lo columbramos ya desde ahora, siguiendo el
pensamiento de los teólogos sobre la salvación de los infieles negativos, que guardan la
ley natural. El ministerio de los ángeles juega en ellos un papel principal. Este ángel
nuestro nos acompaña siempre, no nos abandona jamás en esta vida. En la otra, para
quienes hayan alcanzado la gloria, aún quedan vinculados a su triunfo.
Hemos aludido a las
narraciones de la Biblia para fundamentar nuestra doctrina sobre los ángeles. Ahora
transcribimos una referencia de los Actos de los Apóstoles, donde, al mismo tiempo,
podemos ver a un ángel en acción y palpar la fe de la Iglesia primitiva en la custodia
de los ángeles.
San Pedro estaba
custodiado en la cárcel y Herodes pensaba exhibirlo al pueblo. La noche anterior a este
día del triunfo del perseguidor, San Pedro se hallaba dormido entre dos soldados, sujeto
con dos cadenas y guardada la puerta de la prisión por centinelas. "Un ángel del
Señor se presento en el calabozo, que quedó iluminado, y, golpeando a Pedro en el
costado, le despertó diciendo: Levántate pronto; y se cayeron las cadenas de sus manos.
El ángel añadió: Cíñete y cálzate tus sandalias. Hízolo así y agregó: Envuélvete
en tu manto y sígueme. Y salió en pos de él. No sabía Pedro si era realidad lo que el
ángel hacía; más bien la parecía que fuese una visión.
Atravesando la primera
y la segunda guarda llegaron a la puerta de hierro que conduce a la ciudad. La puerta se
les abrió por sí misma y salieron y avanzaron por una calle, desapareciendo luego el
ángel. Entonces Pedro, vuelto en si, dijo: Ahora me doy cuenta de que realmente el Señor
ha enviado su ángel y me ha arrancado de las manos de Herodes y de toda la expectación
del pueblo judío".
San Pedro llegó a la
casa de Maria, la madre de Juan Marcos, y llamo a la puerta. Sabían ellos que Pedro
estaba en la cércel, pero, al oír su voz, sin creer aún en el prodigio de su
liberación, pensaron: "Será su ángel". Así vivió la Iglesia primitiva esta
verdad alentadora de la custodia de los ángeles, que reclaman también su parte en la
feliz difusión del mensaje evangélico.
Todos los hombres
tienen su ángel custodio. Pero, además, lo tienen los reinos v comarcas. De San Miguel,
como ángel del pueblo de Dios, se habla en el libro del profeta Daniel. Y el pueblo
gentil de los persas tenia su ángel. Asi podemos aceptar la doctrina de San Jerónimo,
que nos dice que, "cuando el Altísimo separaba a las razas y se constituían los
términos de cada pueblo, numeraba los ángeles que les habían de custodiar". Y si
esto se dice de los pueblos, lo diremos, con tanta mayor razón, de la Iglesia católica,
difundida de Oriente a Occidente, y de las Iglesias particulares, de las diócesis y
colectividades religiosas. Y de esto tenemos un ejemplo patente, según toda la tradición
de los Santos Padres griegos, en las cartas que se escriben a los ángeles de las siete
Iglesias del Asia proconsular en el libro del Apocalipsis. Los ángeles aparecen aquí
unidos en su suerte y en sus aspiraciones a las mismas Iglesias, a los obispos y a los
fieles. Ellos reciben y transmiten las alabanzas y las reprensiones que forman parte de
los mensajes. Salvando siempre todas las distancias, podriamos decir que, como Cristo
quiso aparecer como vestido de nuestras flaquezas, asi los ángeles de estas Iglesias de
Asia, y lo mismo diremos de todas las demás del mundo, parecen ante el Señor unidos a
las circunstancias de aquellas cristiandades que en tantas cosas eran dignas de alabanza y
en otras habian caido de su primitivo esplendor. Dice a este propósito el gran obispo de
Milán San Ambrosio: "No solamente destinó Dios a los obispos para defender su grey,
sino también a los ángeles". Y añade San Gregorio de Nacianzo: "No dudo que
los ángeles son rectores y patronos de las iglesias, como nos enseña el Apocalipsis de
San Juan".
Los ángeles custodios
deben ser venerados e invocados. "Acátale, escucha su voz, no le resistas', dice el
libro del Exodo. Tres frases de San Bernardo resumirán adecuadamente esta doctrina:
"Anda siempre con circunspección -dice el Santo-, como quien tiene presente a los
ángeles en todos los caminos". "Amemos afectuosamente a sus ángeles como a
quienes han de ser un día coherederos nuestros, siendo ahora abogados y tutores puestos
por el Padre y colocados por El sobre nosotros. Asi amar a los ángeles es amar a Dios
mismo. Al amor se añade la confianza. "Aunque somos tan pequeños y nos queda tan
largo y tan peligroso camino, ¿qué temeremos teniendo tales custodios? Fieles son,
prudentes son, poderosos son. Siempre, pues, que vieres levantarse alguna tentación,
amenazar alguna tribulación, invoca a tu guarda, a tu conductor, al protector que Dios te
asignó para el tiempo de la necesidad y de la tribulación. No duerme, aunque por breve
tiempo disimule alguna vez; no sea que con peligro salgas de sus manos si ignoras que
ellas te sustentan.
He aquí la oración
propia del día: "¡Oh Dios, que con inefable providencia te has dignado enviar a tus
santos ángeles para nuestra guarda!, concede a los que te pedimos el vernos defendidos
por su protección, gozar eternamente de su compañía. Por Cristo nuestro Señor. Así
sea".
EUGENIO BEITIA

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