sábado, 17 de septiembre de 2016

Cruzadas - Wikipedia, la enciclopedia libre

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Cruzadas
SiegeofAntioch.jpeg

Representación del asedio de Antioquía durante la primera cruzada en una miniatura medieval.

Fecha Siglo XI - Siglo XIII
Lugar Tierra Santa
Resultado Primera: Victoria cristiana

Segunda: Victoria musulmana

Tercera: Victoria musulmana

Cuarta: Creación del Imperio latino

Quinta: Victoria musulmana

Sexta: Victoria cristiana

Séptima: Victoria musulmana

Octava: Status quo ante bellum

Novena: Victoria musulmana
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Las Cruzadas fueron una serie de campañas militares impulsadas por el papa y llevadas a cabo por gran parte de la Europa latina cristiana, principalmente por la Francia de los Capetos y el Sacro Imperio Romano. Las cruzadas, con el objetivo específico inicial de restablecer el control cristiano sobre Tierra Santa, se libraron durante un período de casi doscientos años, entre 1099 y 1291. Más adelante, otras campañas en España y Europa Oriental, de las que algunas no vieron su final hasta el siglo XV, recibieron la misma calificación. Las cruzadas fueron sostenidas principalmente contra los musulmanes, aunque también contra los eslavos paganos, judíos, cristianos ortodoxos griegos y rusos, mongoles, cátaros, husitas, valdense, prusianos y contra enemigos políticos de los papas. Los cruzados tomaban votos y se les concedía indulgencia por los pecados del pasado.



Índice

Sobre los motivos


Caballeros de la quinta cruzada llegan al fuerte de Damieta.
Las Cruzadas fueron expediciones emprendidas en cumplimiento de un
solemne voto para liberar los Lugares Santos de la dominación musulmana.
Se iniciaron en 1095, cuando el emperador bizantino Alejo I solicitó protección para los cristianos de oriente al papa Urbano II, quien en el concilio de Clermont inició la predicación de la cruzada. Al terminar su alocución con la frase del Evangelio «renuncia a ti mismo, toma tu cruz, y sígueme» (Mateo 16:24), la multitud, entusiasmada, manifestó ruidosamente su aprobación con el grito Deus lo vult, o Dios lo quiere.1 2


Posiblemente, las motivaciones de quienes participaban en ellas
fueron muy diversas, aunque en muchos casos se puede suponer un
verdadero fervor religioso. Se arguye, por ejemplo, que fueron motivadas
por los intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del
comercio con Asia
y el afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de
Oriente, aunque se declararan con principio y objeto de recuperar Tierra
Santa para los peregrinos, de los cuales los turcos selyúcidas, una vez conquistada Jerusalén, abusaban sin piedad, a diferencia de los sarracenos, que trataban a los cristianos con más respeto.[cita requerida]


Sobre el término

El origen de la palabra cruzada se remonta a la cruz hecha de tela y
usada como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte en esas
iniciativas.[cita requerida]


Escritores medievales utilizan los términos crux (pro cruce transmarina, Estatuto de 1284, citado por Du Cange, s.v. crux), croisement (Joinville), croiserie (Monstrelet), etc. Desde la Edad Media,
el significado de la palabra cruzada se extendió para incluir a todas
las guerras emprendidas en cumplimiento de un voto y dirigidas contra infieles, p. ej. contra musulmanes, paganos, herejes, o aquellos bajo edicto de excomunión.


Las guerras que desde el siglo VIII mantuvieron los reinos cristianos del norte de la península ibérica contra el musulmán Califato de Córdoba y que la historiografía conoce como Reconquista, continuaron de forma igualmente discontinua desde el siglo XI contra los reinos de taifas, los almorávides y los almohades. En algunas ocasiones, el papa les otorgó la calificación de «cruzada», como sucedió con la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) o con el episodio final de la Reconquista: la Guerra de Granada (1482-1492). En el norte de Europa se organizaron cruzadas contra los prusianos y lituanos. El exterminio de la herejía albigense se debió a una cruzada y, en el siglo XIII, los papas predicaron cruzadas contra Juan Sin Tierra y Federico II Hohenstaufen.


Pero la literatura moderna ha abusado de la palabra aplicándola a
todas las guerras de carácter religioso, como, por ejemplo, la
expedición de Heraclio contra los persas en el siglo VII y la conquista de Sajonia por Carlomagno. Nuevamente resonó dicho término durante la primera mitad del siglo XX, utilizado por las potencias del Eje o de su círculo de influencia: la Guerra Civil Española o la invasión alemana de la URSS, recibieron tal calificativo por parte de la propaganda oficial.


Sin embargo, utilizada con un criterio estricto, la idea de la
cruzada corresponde a una concepción política que se dio solo en la Cristiandad
desde el siglo XI al XV. Suponía una unión de todos los pueblos y
soberanos bajo la dirección de los papas. Todas las cruzadas se
anunciaron mediante la predicación. Después de pronunciar un voto
solemne, cada guerrero recibía una cruz de las manos del papa o de su
legado, y era desde ese momento considerado como un soldado de la
Iglesia. A los cruzados también se les concedían indulgencias
y privilegios temporales, tales como la exención de la jurisdicción
civil o la inviolabilidad de personas y propiedades. De todas esas
guerras emprendidas en nombre de la Cristiandad, las más importantes
fueron las Cruzadas Orientales, que son las tratadas en este artículo.


Antecedentes


Europa y el Mediterráneo en la época de la primera Cruzada.

La dinastía selyúcida en su período de mayor extensión.
Para poder comprender qué razones tenían los dirigentes de Europa y del Oriente Próximo
para tomar semejantes decisiones, debemos remontarnos a los años
inmediatamente anteriores al comienzo del fenómeno cruzado y ver qué
estaba sucediendo en el mundo de aquel entonces.


En torno al año 1000, Constantinopla se erigía como la ciudad más próspera y poderosa del «mundo conocido» en Occidente.
Situada en una posición fácilmente defendible, en medio de las
principales rutas comerciales, y con un gobierno centralizado y absoluto
en la persona del Emperador, además de un ejército capaz y profesional,
hacían de la ciudad y los territorios gobernados por esta (el Imperio bizantino) una nación sin par en todo el orbe. Gracias a las acciones emprendidas por el Emperador Basilio II Bulgaroktonos, los enemigos más cercanos a sus fronteras habían sido humillados y anulados en su totalidad.


Sin embargo, tras la muerte de Basilio, monarcas menos competentes
ocuparon el trono bizantino, al tiempo que en el horizonte surgía una
nueva amenaza proveniente de Asia Central. Eran los turcos, tribus nómadas que, en el transcurso de esos años, se habían convertido al islam. Una de esas tribus, los turcos selyúcidas (llamadas así por su mítico líder Selyuq), se lanzó contra el Imperio de Constantinopla. En la batalla de Manzikert,
en el año 1071, el grueso del ejército imperial fue arrasado por las
tropas turcas, y uno de los co-emperadores fue capturado. A raíz de esta
debacle, los bizantinos debieron ceder la mayor parte de Asia Menor
(hoy el núcleo de la nación turca) a los selyúcidas. Ahora había
fuerzas musulmanas apostadas a escasos kilómetros de la misma
Constantinopla.


Por otra parte, los turcos también habían avanzado en dirección sur, hacia Siria y Palestina. Una tras otra las ciudades del Mediterráneo Oriental cayeron en sus manos, y en 1070, un año antes de Manzikert, entraron en la Ciudad Santa, Jerusalén.


Estos dos hechos conmocionaron tanto a Europa Occidental como a la Oriental.
Ambos empezaron a temer que los turcos fueran a dominar lentamente al
mundo cristiano, haciendo desaparecer su religión. Además, empezaron a
llegar numerosos rumores acerca de torturas y otros horrores cometidos
contra peregrinos en Jerusalén por las autoridades turcas.


La Primera Cruzada no supuso el primer caso de Guerra Santa entre cristianos y musulmanes inspirada por el papado. Ya el papa Alejandro II había predicado la guerra contra el infiel musulmán en dos ocasiones. La primera fue en 1061, durante la conquista de Sicilia por los normandos, y la segunda en el marco de las guerras de la Reconquista española, en la Cruzada de Barbastro de 1064. En ambos casos el papa ofreció Indulgencia a los cristianos que participaran.3


En 1074, el papa Gregorio VII llamó a los milites Christi ("soldados de Cristo") para que fuesen en ayuda del Imperio bizantino tras su dura derrota en la batalla de Manzikert.4 Su llamada, si bien fue ampliamente ignorada e incluso recibió bastante oposición, junto con el gran número de peregrinos que viajaban a Tierra Santa durante el siglo XI
y a los que la conquista de Anatolia había cerrado las rutas terrestres
hacia Jerusalén, sirvieron para enfocar gran parte de la atención de
occidente en los acontecimientos de oriente.5


En 1081, subió al trono Bizantino un general capaz, Alejo Comneno,
que decidió hacer frente de manera enérgica al expansionismo turco.
Pero pronto se dio cuenta de que no podría hacer el trabajo solo, por lo
que inició acercamientos con Occidente, a pesar de que las ramas
occidental y oriental de la cristiandad habían roto relaciones en el Gran Cisma de 1054. Alejo estaba interesado en poder contar con un ejército mercenario
occidental que, unido a las fuerzas imperiales, atacaran a los turcos
en su base y los mandaran de vuelta a Asia Central. Deseaba en
particular usar soldados normandos, los cuales habían conquistado el reino de Inglaterra en 1066 y por la misma época habían expulsado a los mismos bizantinos del sur de Italia. Debido a estos encuentros, Alejo conocía el poder de los normandos. Y ahora los quería como aliados.


Alejo envió emisarios a hablar directamente con el papa Urbano II,
para pedirle su intercesión en el reclutamiento de los mercenarios. El
papado ya se había mostrado capaz de intervenir en asuntos militares
cuando promulgó la llamada "Tregua de Dios",
mediante la cual se prohibía el combate desde el viernes al atardecer
hasta el lunes al amanecer, lo cual disminuyó notablemente las
contiendas entre los pendencieros nobles. Ahora era otra oportunidad de
demostrar el poder del papa sobre la voluntad de Europa.



Rutas de las Cruzadas.
En 1095, Urbano II convocó un concilio en la ciudad de Plasencia. Allí expuso la propuesta del Emperador, pero el conflicto de los obispos asistentes al concilio, incluido el papa, con el Sacro Emperador Romano Germánico, Enrique IV (quien estaba apoyando a un antipapa), primaron sobre el estudio de la petición de Constantinopla. Alejo tendría que esperar.


  • La sociedad europea, en su devenir, había ido acumulando un considerable potencial bélico. Por otra parte, el islam
    se había erigido en un peligroso y fuerte enemigo. Ambas cosas se
    aunaron y dieron origen a las Cruzadas, proyectadas por la Cristiandad
    Occidental para salvar a la Cristiandad Oriental de los musulmanes.
    El resultado, sin embargo, quedó lejos de los propósitos y, en puridad,
    el movimiento cruzado, considerado históricamente, fue un fracaso
    discutible (aunque más de cien años de comercio demuestren lo
    contrario).
  • Steven Runciman lo resume así:[cita requerida] Cuando Urbano II predicó su magno sermón en Clermont, los turcos estaban a punto de amenazar el Bósforo. Cuando el papa Pío II predicó la última cruzada, los turcos estaban cruzando el Danubio. Rodas, uno de los últimos frutos del movimiento, cayó en poder de los turcos en 1523, y Chipre, arruinada por las guerras con Egipto y Génova, y anexionada finalmente a Venecia,
    pasó a ellos en 1570. Todo lo que quedó para los conquistadores de
    Occidente fue un puñado de islas griegas que Venecia mantuvo
    precariamente en su poder.
  • El avance turco fue contenido por el esfuerzo conjunto de la
    cristiandad, y por la acción de los Estados a quienes atañía más de
    cerca, Venecia y el Imperio de los Habsburgo, con Francia, la antigua protagonista de la guerra santa, ayudando al infiel de modo continuado.
  • Hubo ocho cruzadas desde el siglo XI hasta el siglo XIV.

Primera Cruzada


Masacre de judíos durante la Primera Cruzada. Biblia del siglo XIII.

Captura de Jerusalén durante la Primera Cruzada.
Gregorio VII fue uno de los papas que más abiertamente apoyó la cruzada contra el islam en la península ibérica6 y quien, a la vista de los éxitos conseguidos, concibió utilizarla en Asia Menor para proteger a Bizancio de las invasiones turcomanas.7


Su sucesor, Urbano II, fue quien la puso en práctica. El llamamiento formal tuvo lugar en el penúltimo día del Concilio de Clermont
(Francia), el martes 27 de noviembre de 1095. En una sesión pública
extraordinaria celebrada fuera de la catedral, el papa se dirigió a la
multitud de religiosos y laicos congregados para comunicarles una
noticia muy especial. Haciendo gala de sus dotes de orador, expuso la
necesidad de que los cristianos de Occidente se comprometieran a una
guerra santa contra los turcos, que estaban ejerciendo violencia sobre
los reinos cristianos de Oriente y maltratando a los peregrinos que iban
a Jerusalén. Prometió remisión de los pecados para quienes acudieran,
una misión a la altura de las exigencias de Dios y una alternativa
esperanzadora para la desgraciada y pecaminosa vida terrenal que
llevaban. Deberían estar listos para partir al verano siguiente y
contarían con la guía divina. La multitud respondió apasionadamente con
gritos de Deus lo vult ('¡Dios lo quiere!') y un gran número de
los presentes se arrodillaron ante el papa solicitando su bendición para
unirse a la sagrada campaña.8 La Primera Cruzada (1095-1099) había comenzado.


El paso de los cruzados por el Reino de Hungría

La predicación de Urbano II puso en marcha en primer lugar a multitud de gente humilde, dirigida por el predicador Pedro de Amiens el Ermitaño y algunos caballeros franceses. Este grupo formó la llamada Cruzada popular,
Cruzada de los pobres o Cruzada de Pedro el Ermitaño. De forma
desorganizada se dirigieron hacia Oriente, provocando matanzas de judíos
a su paso. En marzo de 1096 los ejércitos del rey Colomán de Hungría (sobrino del recientemente fallecido rey Ladislao I de Hungría) repelerían a los caballeros franceses de Valter Gauthier quienes entraron en territorio húngaro
causando numerosos robos y matanzas en las cercanías de la ciudad de
Zimony. Posteriormente entraría el ejército de Pedro de Amiens, el cual
sería escoltado por las fuerzas húngaras de Colomán. Sin embargo, luego
de que los cruzados de Amiens atacasen a los soldados escoltas y matasen
a cerca de 4000 húngaros, los ejércitos del rey Colomán mantendrían una
actitud hostil contra los cruzados que atravesaban el reino vía
Bizancio.


A pesar del caos surgido, Colomán permitió la entrada a los ejércitos
cruzados de Volkmar y Gottschalk, a quienes finalmente también tuvo que
hacer frente y derrotar cerca de Nitra y Zimony, que al igual que los
otros grupos causaron incalculables estragos y asesinatos. En el caso
particular del sacerdote alemán Gottschalk, este entró en suelo húngaro
sin autorización del rey y estableció un campamento en las cercanías del
asentamiento de Táplány. Al masacrar a la población local, Colomán,
encolerizado, expulsó por la fuerza a los soldados germánicos invasores.


Después los húngaros detendrían a las fuerzas del conde Emiko (quien
ya había asesinado en suelo alemán a unos cuatro mil judíos) cerca de la
ciudad de Moson. Colomán de inmediato prohibió la estancia en Hungría
de Emiko y se vio forzado a enfrentarse al asedio del conde germánico a
la ciudad de Moson, donde se hallaba el rey húngaro. Las fuerzas de
Colomán defendieron valientemente la ciudad y, rompiendo el sitio,
lograron dispersar las fuerzas cruzadas del sitiador.


Al poco tiempo, el rey húngaro forzó a Godofredo de Bouillón a firmar un tratado en la Abadía de Pannonhalma,
donde los cruzados se comprometían a pasar por el territorio húngaro
con pacífico comportamiento. Tras esto, las fuerzas continuarían fuera
del territorio húngaro escoltadas por los ejércitos de Colomán y se
dirigirían hacia Constantinopla. A su llegada a Bizancio, el Basileus se
apresuró a enviarlos al otro lado del Bósforo. Despreocupadamente se internaron en territorio turco, donde fueron aniquilados con facilidad.


La Cruzada de los Príncipes


Sitio de Jerusalén en 1099
Mucho más organizada fue la llamada Cruzada de los Príncipes (denominada habitualmente en la historiografía como la Primera Cruzada) cerca de agosto de 1096, formada por una serie de contingentes armados procedentes principalmente de Francia, Países Bajos y el reino normando de Sicilia. Estos grupos iban dirigidos por segundones de la nobleza, como Godofredo de Bouillón, Raimundo de Tolosa y Bohemundo de Tarento.


Durante su estancia en Constantinopla, estos jefes juraron devolver
al Imperio Bizantino aquellos territorios perdidos frente a los turcos.
Desde Bizancio se dirigieron hacia Siria atravesando el territorio selyúcida, donde consiguieron una serie de sorprendentes victorias. Ya en Siria, pusieron sitio a Antioquía,
que conquistaron tras un asedio de siete meses. Sin embargo, no la
devolvieron al Imperio Bizantino, sino que Bohemundo la retuvo para sí
creando el Principado de Antioquía.




Con esta conquista finalizó la Primera Cruzada,
y muchos cruzados retornaron a sus países. El resto se quedó para
consolidar la posesión de los territorios recién conquistados. Junto al Reino de Jerusalén (dirigido inicialmente por Godofredo de Bouillón, que tomó el título de Defensor del Santo Sepulcro) y al principado de Antioquía, se crearon además los condados de Edesa (actual Urfa, en Turquía) y Trípoli (en el actual Líbano).


Tras estos éxitos iniciales se produjo una oleada de nuevos combatientes que formaron la llamada Cruzada de 1101. Sin embargo, esta expedición, dividida en tres grupos, fue derrotada por los turcos cuando intentaron atravesar Anatolia. Este desastre apagó los espíritus cruzados durante algunos años.


Segunda Cruzada


Divisiones políticas de la zona en torno a 1140.
Gracias a la división de los Estados musulmanes, los Estados latinos
(o francos, como eran conocidos por los árabes), consiguieron
establecerse y perdurar. Los dos primeros reyes de Jerusalén, Balduino I y Balduino II
fueron gobernantes capaces de expandir su reino a toda la zona situada
entre el Mediterráneo y el Jordán, e incluso más allá. Rápidamente, se
adaptaron al cambiante sistema de alianzas locales y llegaron a combatir
junto a estados musulmanes en contra de enemigos que, además de
musulmanes, contaban entre sus filas con guerreros cristianos.


Sin embargo, a medida que el espíritu de cruzada iba decayendo entre
los francos, cada vez más cómodos en su nuevo estilo de vida, entre los
musulmanes iba creciendo el espíritu de yihad o guerra santa
agitado por los predicadores contra sus impíos gobernantes, capaces de
tolerar la presencia cristiana en Jerusalén e incluso de aliarse con sus
reyes. Este sentimiento fue explotado por una serie de caudillos que
consiguieron unificar los distintos estados musulmanes y lanzarse a la
conquista de los reinos cristianos.


El primero de estos fue Zengi, gobernador de Mosul y de Alepo,
que en 1144 conquistó Edesa, liquidando el primero de los Estados
francos. Como respuesta a esta conquista, que puso de manifiesto la
debilidad de los Estados cruzados, el papa Eugenio III, a través de Bernardo, abad de Claraval (famoso predicador, autor de la regla de los templarios) predicó en diciembre de 1145 la Segunda Cruzada.


A diferencia de la primera, en esta participaron reyes de la cristiandad, encabezados por Luis VII de Francia (acompañado de su esposa, Leonor de Aquitania) y por el emperador germánico Conrado III.
Los desacuerdos entre franceses y alemanes, así como con los
bizantinos, fueron constantes en toda la expedición. Cuando ambos reyes
llegaron a Tierra Santa (por separado) decidieron que Edesa era un
objetivo poco importante y marcharon hacia Jerusalén. Desde allí, para
desesperación del rey Balduino III, en lugar de enfrentarse a Nur al-Din (hijo y sucesor de Zengi), eligieron atacar Damasco, estado independiente y aliado del rey de Jerusalén.


La expedición fue un fracaso, ya que tras solo una semana de asedio
infructuoso, los ejércitos cruzados se retiraron y volvieron a sus
países. Con este ataque inútil consiguieron que Damasco cayera en manos
de Nur al-Din, que progresivamente iba cercando los Estados francos. Más
tarde, el ataque de Balduino II a Egipto iba a provocar la intervención
de Nur al-Din en la frontera sur del reino de Jerusalén, preparando el
camino para el fin del reino y la convocatoria de la Tercera Cruzada.


Tercera Cruzada

Las intromisiones del Reino de Jerusalén en el decadente califato fatimí de Egipto llevaron al sultán Nur al-Din a mandar a su lugarteniente Saladino
a hacerse cargo de la situación. No hizo falta mucho tiempo para que
Saladino se convirtiera en el amo de Egipto, aunque hasta la muerte de
Nur al-Din en 1174 respetó la soberanía de este. Pero tras su muerte,
Saladino se proclamó sultán de Egipto (a pesar de que había un heredero
al trono de Nur al-Din, su hijo de solo doce años que murió envenenado) y
de Siria, dando comienzo la dinastía ayyubí. Saladino era un hombre
sabio que logró la unión de las facciones musulmanas, así como el
control político y militar desde Egipto hasta Siria.


Como Nur al-Din, Saladino era un musulmán devoto y decidido a expulsar a los cruzados de Tierra Santa. Balduino IV de Jerusalén quedó rodeado por un solo Estado y se vio obligado a firmar frágiles treguas tratando de retrasar el inevitable final.[cita requerida]


Tras la muerte del rey Balduino IV de Jerusalén, el Estado se dividió
en distintas facciones, pacifistas o belicosas, y pasó a convertirse en
rey, debido al enlace matrimonial que mantenía con la hermana del
fallecido patriarca, el general en jefe del ejército unido de Jerusalén:
Guido de Lusignan.
Él mismo apoyaba una política agresiva y de no negociación con los
sarracenos y abogaba por su sometimiento y derrota en combate, cosa a la
que sus detractores se oponían habida cuenta de la inferioridad
numérica que los cristianos tenían ante las tropas de Saladino. La
radicalidad religiosa y el apoyo al brazo más radical de la orden de los
Templarios en sus ataques a diversas localidades y estructuras
sarracenas desembocarían en un enfrentamiento final entre Guy de
Lusignan y el propio Saladino. De hecho, se hace culpable a Guy de
Lusignan de la derrota y pérdida de Jerusalén por su obsesión en
enfrentarse al ejército de Saladino y su falta de visión para la
protección de la ciudad y de sus habitantes.



Crac de los Caballeros. Esta fortaleza, considerada inexpugnable, controlaba el paso desde el interior de Siria a la costa de Líbano y estuvo bajo el mando de los Caballeros Hospitalarios hasta 1271.
Reinaldo de Châtillon
era un bandido con título de caballero que no se consideraba atado por
las treguas firmadas. Saqueaba las caravanas e incluso armó expediciones
de piratas para atacar a los barcos de peregrinos que iban a La Meca,
ciudad muy importante para los musulmanes. El ataque definitivo fue
contra una caravana en la que iba la hermana de Saladino, que juró
matarlo con sus propias manos.


Declarada la guerra, el grueso del ejército cruzado, junto con los Templarios y los Hospitalarios, se enfrentó a las tropas de Saladino en los Cuernos de Hattin
el 4 de julio de 1187. Los ejércitos cristianos fueron derrotados,
dejando el reino indefenso y perdiendo uno de los fragmentos de la Vera Cruz.


Saladino mató con sus propias manos a Reinaldo de Châtillon. Algunos
de los caballeros Templarios y Hospitalarios capturados fueron también
ejecutados. Saladino procedió a ocupar la mayor parte del reino, salvo
las plazas costeras, abastecidas desde el mar, y en octubre del mismo
año conquistó Jerusalén.
Comparada con la toma de 1099, esta fue casi incruenta, aunque sus
habitantes debieron pagar un considerable rescate y algunos fueron
esclavizados. El reino de Jerusalén había desaparecido.


La toma de Jerusalén conmocionó a Europa y el papa Gregorio VIII convocó una nueva cruzada en 1189. En esta participaron reyes de los más importantes de la cristiandad: Ricardo Corazón de León (hijo de Enrique II y de Leonor de Aquitania), Felipe II Augusto de Francia y el emperador Federico I Barbarroja (sobrino de Conrado III).
Este último, al mando del grupo más poderoso, siguió la ruta terrestre,
en la que sufrió algunas bajas. Cerca de Siria, sin embargo, el
emperador murió ahogado mientras se bañaba en el río Salef (en la actual
Turquía) y su ejército ya no continuó hacia Palestina.


Barbarroja durante su estadía en el Reino de Hungría le había pedido al príncipe Géza, hermano del rey Bela III de Hungría
que se uniese a las fuerzas cruzadas, así, un ejército de dos mil
soldados húngaros partió al lado de los germánicos. Si bien luego de los
conflictos bélicos el rey húngaro habría llamado de regreso a sus
fuerzas, su hermano menor, Géza, permaneció en Constantinopla y desposó a una noble bizantina, puesto que no tenía buenas relaciones con Béla III.


Los ejércitos inglés y francés llegaron por la ruta marítima. Su primer (y único) éxito fue la toma de Acre
el 13 de julio de 1191, tras la cual Ricardo realizó una matanza de
varios miles de prisioneros. Esta matanza militarmente le dio oxígeno
para seguir hacia el sur a su meta final: Jerusalén, y además le valió
el nombre por el que sería reconocido en la historia, Corazón de León.


Felipe II Augusto estaba preocupado por los problemas en su país y molesto por las rivalidades con Ricardo Corazón de León,
por lo que regresó a Francia, dejando a Ricardo al mando de la cruzada.
Este llegó hasta las proximidades de Jerusalén, pero en lugar de atacar
prefirió firmar una tregua con Saladino, temiendo que su ejército
diezmado de 12.000 hombres no fuera capaz de sostener el sitio de
Jerusalén. Pensando en una próxima cruzada y en no arriesgar
militarmente una derrota que no les daría a los cristianos la
posibilidad del control posterior de la Ciudad Santa, pactaron con el
mismo Saladino, quien también estaba cansado y diezmado, la tregua que
permitía el libre acceso de los peregrinos desarmados a la Ciudad Santa.


Saladino falleció seis meses después. Ricardo murió en 1199 por una
herida de flecha en su regreso a Europa. De esta forma, se cerraba la
Tercera Cruzada con un nuevo fracaso para los dos bandos, dejando sin
esperanzas a los Estados francos. Era cuestión de tiempo para que
desapareciera la estrecha franja litoral que controlaban. Sin embargo,
resistieron aún un siglo más.


Cuarta Cruzada


Fortalezas templarias.
Tras la tregua firmada en la Tercera Cruzada y la muerte de Saladino
en 1193, se sucedieron algunos años de relativa paz, en los que los
Estados francos del litoral se convirtieron en poco más que colonias
comerciales italianas. En 1199, el papa Inocencio III
decidió convocar una nueva cruzada para aliviar la situación de los
Estados cruzados. Esta Cuarta Cruzada no debería incluir reyes e ir
dirigida contra Egipto, considerado el punto más débil de los estados
musulmanes.


Al no ser ya posible la ruta terrestre, los cruzados debían tomar la ruta marítima, por lo que se concentraron en Venecia. El dux Enrico Dandolo se coaligó con el jefe de la expedición Bonifacio de Montferrato y con un usurpador bizantino, Alejo IV Ángelo para cambiar el destino de la cruzada y dirigirla contra Constantinopla, al estar los tres interesados en la deposición del basileus del momento, Alejo III Ángelo.


Inicialmente, los cruzados fueron empleados para luchar contra los húngaros en Zadar,
por lo que fueron excomulgados por el papa. Desde allí se dirigieron
hacia Bizancio, donde consiguieron instalar a Alejo IV como basileus en
1203. Sin embargo, el nuevo basileus no pudo cumplir las promesas hechas
a los cruzados, lo que originó toda clase de disturbios. Fue depuesto
por los propios bizantinos, que coronaron a Alejo V Ducas.
Esto provocó la intervención definitiva de los cruzados, que
conquistaron la ciudad el 12 de abril de 1204. A la mañana siguiente,
fueron informados de que disponían de tres días para dedicarse al saqueo
y ejercieron su prerrogativa de forma nunca conocida hasta entonces. El
saqueo de la ciudad fue terrible. Se desvalijaron y destruyeron
mansiones, palacios, iglesias, bibliotecas y la propia basílica de Santa Sofía.
Se ultrajó y asesinó a hombres, niños y mujeres hasta tal punto que el
historiador Nicetas consideró que los sarracenos habrían sido más
indulgentes.9 Europa occidental recibió un aluvión de obras de arte y reliquias sin precedentes, producto de este saqueo.


Con ello llegaba a su fin el Imperio Bizantino, que se desmembró en
una serie de Estados, algunos latinos y otros griegos. De estos, el
llamado Imperio de Nicea conseguiría restaurar una sombra del Imperio Bizantino en 1261.


Los cruzados establecieron el llamado Imperio latino,
organizado feudalmente y con una autoridad muy débil sobre la mayoría
de los territorios que supuestamente controlaba (y nula sobre los
Estados griegos de Nicea, Trebisonda y Epiro).


La Cuarta Cruzada asestó un doble golpe a los Estados francos de
Palestina. Por un lado, les privó de refuerzos militares. Por otro, al
crear un polo de atracción en Constantinopla para los caballeros
latinos, produjo la emigración de muchos que estaban en Tierra Santa
hacia el Imperio Latino, abandonando los Estados francos.


Las cruzadas menores

Tras el fracaso de la cuarta, el espíritu cruzado se había apagado
casi por completo, pese al interés de algunos papas y reyes por
reavivarlo. Si los Estados francos sobrevivieron hasta 1291 fue por la
intervención de los mongoles que, al acabar con el califato abasí
en 1258 y conquistar la región de Oriente Medio, dieron un respiro a
los latinos, al no ser los mongoles hostiles al cristianismo.


La convicción de que los reiterados fracasos se debían a la falta de
inocencia de los cruzados, llevó a la conclusión de que solo los puros
podrían reconquistar Jerusalén. En 1212 un predicador de 12 años
organizó la llamada cruzada de los niños, en la que miles de niños y jóvenes[cita requerida]
recorrieron Francia y embarcaron en sus puertos para ir a liberar
Tierra Santa. Fueron capturados por capitanes desaprensivos y vendidos
como esclavos. Tan solo algunos consiguieron regresar al cabo de los
años. El cuento era popular en la Edad Media, pero la mayoría de los
historiadores creen que este cuento es exagerado, o que es un mito.


Quinta Cruzada

La Quinta Cruzada fue proclamada por Inocencio III en 1213 y partió en 1218 bajo los auspicios de Honorio III, uniéndose al rey cruzado Andrés II de Hungría,
quien llevó hacia oriente el ejército más grande en toda la Historia de
las Cruzadas. Como la Cuarta Cruzada, tenía como objetivo conquistar
Egipto. Tras el éxito inicial de la conquista de Damieta en la desembocadura del Nilo, que aseguraba la supervivencia de los Estados francos, a los cruzados les pudo la ambición e intentaron atacar El Cairo, fracasando y debiendo abandonar incluso lo que habían conquistado, en 1221.


Sexta Cruzada

La organización de la VI Cruzada fue un tanto audaz. El papa había ordenado al emperador Federico II Hohenstaufen
que fuera a las cruzadas como penitencia. El emperador había asentido,
pero había ido demorando la partida, lo que le valió la excomunión.
Finalmente, Federico II (que tenía pretensiones propias sobre el trono
de Jerusalén) partió en 1228 sin el permiso papal. Sorprendentemente, el
emperador consiguió recuperar Jerusalén mediante un acuerdo
diplomático. Se autoproclamó rey de Jerusalén en 1229 y también obtuvo Belén y Nazaret.


Séptima Cruzada

En 1244 volvió a caer Jerusalén (esta vez de forma definitiva), lo que movió al devoto rey Luis IX de Francia
(san Luis) a organizar una nueva cruzada, la Séptima. Como en la V, se
dirigió contra Damieta, pero fue derrotado y hecho prisionero en El Mansurá (Egipto) con todo su ejército.



Octava y Novena Cruzada

25 años después; Luis IX de Francia una vez más organizó otra
cruzada, la octava (1269), el plan era desembarcar en Túnez y moverse en
tierra hasta Egipto; esto fue propuesto por Carlos de Anjou
rey de Nápoles, con la intención de reunir las tropas en la próspera
región comercial de Túnez dónde se obtendría fondos para la invasión.
Desembarcaron desconociendo que había una epidemia de disentería en la
región, Luis fue infectado y murió a los pocos días. (1270).


La Novena Cruzada a veces es considerada como parte de la Octava. El príncipe Eduardo de Inglaterra, después Eduardo I, se unió a la Cruzada de Luis IX de Francia
contra Túnez, pero llegó al campamento francés tras la muerte del rey.
Tras pasar el invierno en Sicilia, decidió continuar con la Cruzada y
comandó sus seguidores, entre 1000 y 2000, hasta Acre,
adonde llegó 9 de mayo de 1271. También le acompañaban un pequeño
destacamento de Bretones y otro de flamencos, liderados por el Obispo de
Lieja, que abandonaría la campaña en invierno ante la noticia de su
elección como nuevo papa, Gregorio X.
Eduardo y su ejército se limitaron a ser una guerrilla que luego de un
año acabó con la firma de una tregua el 22 de mayo de 1272 en Cesarea.
No obstante, era conocida por todos la intención de Eduardo de volver en
el futuro al frente de una Cruzada mayor y más organizada, por lo cual
enviaron un agente Hashshashin
que apuñaló al príncipe con una daga envenada el 16 de junio de 1272.
La herida no fue mortal pero Eduardo estuvo enfermo varios meses, hasta
que su salud le permitió partir de vuelta a Inglaterra el 22 de
septiembre de 1272.


Aunque Eduardo y algunos papas intentaron predicar nuevas cruzadas, ya no se organizaron más y, en 1291, tras la caída de San Juan de Acre, los cruzados evacuaron sus últimas posesiones en Tiro, Sidón y Beirut.
A fin de cuentas, el único triunfo relevante de la Cristiandad durante
los dos siglos de más de ocho cruzadas fue la toma de Jerusalén por
Godofredo de Bouillon en la primera cruzada en el año 1099, la cual, a
pesar de las matanzas de sarracenos y judíos (hombres, mujeres y niños),
logró sostener la Ciudad Santa por muchos años, y encontró los
objetivos marcados inicialmente por los defensores de la idea de
reconquistar la tierra llamada santa para los cristianos de Europa.


Guerras con la calificación de Cruzada en territorio europeo

Las cruzadas bálticas

Fueron una serie de campañas emprendidas por los líderes cristianos de Alemania, Dinamarca y Suecia, entre los siglos XII y XVI, con el objetivo principal de subyugar y convertir a los pueblos paganos de la cuenca del Báltico y contra otros pueblos cristianos considerados igualmente infieles. Uno de los actores principales de dichas campañas fue la Orden Teutónica, que había sido previamente creada en Palestina.


Las cruzadas en el Báltico responden a un movimiento social
desarrollado en el Imperio Alemán a mediados del siglo XII. Este
movimiento se conoce como Drang nach Osten.



El papa Inocencio III condena a los cátaros

Cruzada contra los albigenses

En 1209 el papa Inocencio III proclamó la cruzada albigense con el fin de eliminar la herejía de los cátaros y erradicarlos del sur de Francia.


Cruzada Aragonesa

La Cruzada contra la Corona de Aragón fue declarada por el papa Martín IV contra el rey de Aragón Pedro III el Grande, en 1284 y 1285.


Cruzadas en la Reconquista española


Dibujo de la batalla del libro de Cantigas de Alfonso X el Sabio.
Algunos momentos del período final de la Reconquista recibieron del papa la calificación de cruzada,
dada su condición de enfrentamiento de reinos cristianos contra reinos
islámicos. No obstante, la motivación de la búsqueda de tal denominación
no era tanto el interés por lograr la presencia de nobles europeos del
otro lado de los Pirineos (muy poco importante), como la de obtener
algún tipo de derechos fiscales para la monarquía (sobre los ingresos
del clero o como Bula de Cruzada). Las ocasiones principales fueron la batalla de Las Navas de Tolosa (1212), en la que estuvieron presentes casi todos los reyes cristianos peninsulares, y la Guerra de Granada (1482-1492).


La cruzada de Segismundo de Hungría

Esta cruzada es considerada la última de magnitud paneuropea que se libró contra el Imperio otomano. En 1396, el rey Segismundo de Hungría organizó una cruzada para asediar la ciudad de Nicópolis, por entonces bajo control turco otomano. Los ejércitos del príncipe Mircea I de Valaquia y del duque Juan I de Borgoña avanzaron bajo la dirección del rey Segismundo decididos a expulsar a los otomanos de los territorios de los Balcanes.


La defensa de la ciudad resultó imposible de vencer, y la falta de
máquinas de asedio por parte de las fuerzas aliadas concluyó en una
severa derrota. La victoria turca en el asedio de Nicópolis supuso una amenaza para las naciones centroeuropeas y consolidó el poder otomano en la frontera con el reino de Hungría.


Cruzada de Juan Hunyadi, regente de Hungría


El avance turco sobre el Reino de Hungría resultaba inminente. El fracaso de los ejércitos cruzados del rey Segismundo de Hungría en la batalla de Nicópolis de 1396 y la derrota de los ejércitos húngaros en la batalla de Varna en 1444 en la cual murió el rey Vladislao I de Hungría le dio fortaleza al Imperio otomano. De esta forma, continuó su marcha en dirección hacia Belgrado, ciudad serbia fronteriza con el reino húngaro en 1456. De inmediato, el regente húngaro Juan Hunyadi (quien tras la muerte del monarca conducía el reino mientras el príncipe heredero Ladislao el Póstumo cumplía la mayoría de edad para ascender al trono) respondiendo al llamado del papa Calixto III y asistido por san Juan Capistrano, organizaron un ejército cruzado húngaro que hizo frente a los otomanos invasores. La batalla
concluyó con una total victoria para el regente húngaro y la amenaza
turca fue detenida por casi un siglo más. Ante la victoria de Belgrado
de los húngaros, el papa ordenó que las campanadas del mediodía en las
iglesias de todo el mundo sonasen en honor a tal acontecimiento.


Véase también

Notas y referencias


  • Runciman, 1983, p. 113.

    1. Runciman, Steven (1981). Historia de las Cruzadas. Vol. 3: El Reino de Acre y las últimas cruzadas (2.ª edición). Madrid: Alianza Editorial. p. 123. ISBN 84-206-2061-0.

    Bibliografía

    Enlaces externos

    Menú de navegación


  • Mayer, Historia de las Cruzadas, p. 20, emplea la expresión Deus lo vult.


  • Biografía de Alejandro II en www.artehistoria.com


  • Runciman, The First Crusade, p. 39.


  • Asbridge, Thomas. The First Crusade: A New History, the Roots of Conflict Between Christiniaty and Islam. Oxford: Oxford University Press, 2004, p. 15-20.


  • 1983,, p. 98.


  • 1983,, p. 105.


  • Runciman, 1983, pp. 112-113.


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