sábado, 17 de septiembre de 2016

Rusia - Historia | Lonely Planet

Rusia - Historia | Lonely Planet











Rusia Historia





Historia


La épica historia rusa está repleta de personajes de talla
excepcional, como Iván el Terrible, Pedro el Grande, Stalin o Borís
Yeltsin, ejemplos de dirigentes que cubren todo el espectro posible,
desde reformistas ilustrados hasta déspotas asesinos. Rusia ha sido
desde siempre un país multiétnico, habitado por una enorme y pintoresca
variedad de pueblos nativos e invasores, cuyos descendientes siguen
habitándola.


PREHISTORIA

La actividad humana en Rusia se remonta a un millón de años
atrás. Se han encontrado vestigios de comunidades de cazadores de la
Edad de Piedra en la región que se extiende desde Moscú hasta el macizo
de Altai y el lago Baikal. Hacia el año 2000 a. C., una agricultura de
subsistencia, basada en los cereales resistentes a las heladas, se había
introducido desde la región del Danubio hacia el este y llegado al área
de Moscú y el sur de los Urales. Aproximadamente por la misma época,
los pueblos de Ucrania y de las zonas meridionales de la Rusia europea
domesticaron el caballo y desarrollaron una vida nómada basada en el
pastoreo.


Mientras la Rusia europea central y septentrional fue un área
totalmente inculta durante casi tres mil años, el sur fue testigo de
diversas invasiones nómadas procedentes del este. Los primeros
testimonios escritos datan del s. v a. C., del historiador griego
Heródoto, que habla de unos pobladores llamados escitas, temidos por su
habilidad como jinetes y soldados que, probablemente, eran oriundos de
la región de Altai, entre Siberia y Mongolia. En su expansión hacia el
oeste alcanzaron el sur de Rusia y Ucrania alrededor del s. vii a. C. El
Imperio escita se extinguió al aparecer con la llegada por el este de
otro pueblo, los sármatas, en el s. iii a. C.


En el s. IV d. C. arribaron los hunos de la región de Altai, seguidos
por sus parientes los ávaros y después por los jázaros, una tribu
túrquica del Cáucaso, que entre los ss. VII y X ocuparon las cuencas
bajas del Volga y el Don y las estepas hacia el este y el oeste. Hábiles
y talentosos, los jázaros aportaron estabilidad y tolerancia religiosa
en sus territorios. En el s. IX se convirtieron al judaísmo, y hacia el
s. X se dedicaban mayormente a la agricultura y al comercio.


ESLAVOS

Las migraciones de los eslavos marcaron el carácter de Rusia.
Los expertos no se ponen de acuerdo sobre su origen, pero en los
primeros siglos de Nuestra Era se expandieron rápidamente hacia el este,
oeste y sur desde las inmediaciones de los actuales territorios del
norte de Ucrania y sur de Bielorrusia. Los eslavos del este fueron los
antepasados de los rusos y en el s. IX todavía se propagaban hacia el
este por la región boscosa de la Rusia central. Los eslavos del oeste
dieron lugar a los polacos, checos y eslovacos, entre otros; y los del
sur derivaron en serbios, croatas, eslovenos y búlgaros.


Su conversión al cristianismo en los ss. IX y X coincidió con la
introducción de un alfabeto ideado por Cirilo, un misionero griego que
más tarde sería santo. Tras ser simplificado décadas más tarde por otro
misionero, Metodio, fue el precedente del alfabeto cirílico, basado en
el griego pero con una docena de caracteres añadidos. La Biblia se
tradujo al dialecto eslavo meridional, que se llamó eslabón y es la
lengua empleada hasta hoy en la liturgia de la Iglesia ortodoxa rusa.


VIKINGOS Y ESTADO RUSO DE KIEV

El primer Estado ruso se originó gracias al comercio vía fluvial
de los territorios eslavos orientales situados entre el Báltico y el
mar Negro y, en menor grado, entre el Báltico y el Volga. Los vikingos
escandinavos, los varangianos, también llamados varyagi por los eslavos,
exploraron el este ya desde el s. VI d. C, comerciando y asaltando para
conseguir pieles, esclavos y ámbar, y entrando en conflicto con los
jázaros y con Bizancio, sede del cristianismo en Oriente. Para
asegurarse el control de las rutas comerciales, los vikingos se
adueñaron de varios asentamientos principales, como Novgorod, Smolensk,
Staraya Ladoga, y Kyiv (Kiev) en Ucrania. A pesar de su dispersión,
crearon una confederación laxa de ciudades-estado en los territorios
eslavos orientales.


El legendario personaje del s. IX, Rurik de Jutlandia, fue el
fundador de la dinastía Rurik, que dominó el embrionario Estado ruso de
Kievan Rus y los territorios eslavos orientales hasta finales del s.
XVI. El nombre de Rus tal vez fuera el del clan vikingo dominante en
Kiev, pero no fue hasta el s. XVIII cuando el término “ruso” o “Gran
Rusia” se empleó para referirse exclusivamente a los territorios eslavos
orientales del norte, mientras que los del sur o del oeste se
denominaban ucranianos o bielorrusos.


El príncipe Sviatoslav I convirtió Kiev en el centro de poder de la
región luchando contra los belicosos príncipes varegos y asestando a los
jázaros una serie de golpes decisivos. Tras su muerte en 972, su hijo
Vladímir amplió sus conquistas, bautizó a Kievan Rus como Estado
cristiano y sentó las bases de una estructura feudal en sustitución del
sistema de clanes. Algunos Principados, sin embargo, como los de
Novgorod, Pskow y Vyatka (norte de Kazán), se regían por el sistema
democrático de las vechi (asambleas) populares.


La supremacía de Kiev finalizó con la llegada de nuevos invasores por
el este, los pechenegos primero y, más adelante, los polovtsi (1093),
que saquearon la ciudad, así como también por los efectos de las
Cruzadas europeas desde finales del s. XI, que acabaron con el dominio
árabe en el sur de Europa y el Mediterráneo y recuperaron las rutas
comerciales de oeste a este, convirtiendo a Rus en un erial comercial.


NOVGOROD Y ROSTOV-SUZDAL

Los Principados del norte de Rus empezaron a desgajarse de Kiev a
partir del año 1050, aproximadamente. Los comerciantes de Novgorod se
unieron a la floreciente Liga Hanseática, una federación de
ciudades-estado que controlaba el comercio del Báltico y el mar del
Norte. Novgorod se convirtió en la puerta de acceso de la Liga a los
territorios del este y el sureste.


Con la decadencia de Kiev, la población rusa se desplazó hacia el
norte y empezó a desarrollarse la fértil región de Rostov-Suzdal, al
noreste de Moscú. Vladímir Monómaco de Kiev fundó allí en 1108 la ciudad
de Vladímir y otorgó el Principado de Rostov-Suzdal a su hijo Yuri
Dolgoruki, a quien se atribuye la fundación del pequeño asentamiento de
Moscú en 1147.


Rostov-Suzdal se hizo tan rico y poderoso que el hijo de Yuri, Andréi
Bogoliubski intentó ejercer su poder para unir los Principados de Rus.
Sus tropas se apoderaron de Kiev en 1169, tras lo cual instaló la
capital en Vladímir, aunque la sede de la Iglesia permanecería en Kiev
hasta 1300. Rostov-Suzdal empezó a prepararse para disputar a los
búlgaros el dominio de la región del Volga y los Urales. Los búlgaros
eran un pueblo surgido al este varios siglos atrás y que se había
convertido al islam. Su capital, Bolgar, se hallaba cerca de la actual
Kazán, junto al Volga.


TÁRTAROS Y LA HORDA DE ORO

Mientras tanto, hacia el este, una confederación de ejércitos
acaudillados por el mongol Gengis (o Cingiz) Kan (1167-1227) estaba
consiguiendo someter gran parte de Asia, excepto el extremo norte de
Siberia, y finalmente cruzó Rusia en dirección a Europa para crear el
mayor Imperio territorial de la historia. Los rusos suelen llamar
tártaros a estos invasores, en gran parte mongoles, cuando de hecho los
tártaros no eran más que una de las poderosas tribus que se unieron al
carro mongol. Los tártaros de Tatarstán en realidad descienden de los
búlgaros y están emparentados con los búlgaros de los Balcanes.


En 1223, Gengis Kan se enfrentó a los príncipes rusos y los venció
clamorosamente en la Batalla del Río Kalka. Este avance en la Rusia
europea quedó truncado por la muerte del caudillo, pero su nieto, Batú
Kan, volvió en 1236 para terminar el trabajo arrasando hasta Bolgar y
Rostov-Suzdal, y en cuatro años aniquiló la mayor parte de los demás
Principados, incluido Kiev. Novgorod se salvó gracias a unas
inundaciones primaverales, que impidieron a los invasores cruzar los
pantanos que rodeaban la ciudad.


Batú y sus sucesores gobernaron la Horda de Oro, uno de los kanatos
en que se fraccionó el Imperio de Gengis, desde Saray, junto al Volga,
cerca de la actual Volgogrado. En su mejor momento, la Horda de Oro
aglutinaba casi toda Europa oriental, desde la orilla del río Dnieper,
al oeste, hasta muy adentro de Siberia, al este, y al sur hacia el
Cáucaso. El control de la Horda sobre sus súbditos era indirecto: aunque
sus ejércitos castigaran con incursiones habituales cualquier amago de
insurrección, se servían de príncipes locales colaboradores para
mantener el orden, proporcionar soldados y recaudar impuestos.


ALEJANDRO NEVSKI Y AUGE DE MOSCÚ

Uno de estos colaboradores fue el príncipe de Novgorod,
Alejandro Nevski, un héroe ruso proclamado santo por la Iglesia rusa por
resistir ante los cruzados alemanes y los invasores suecos. En 1252,
Batú Kan lo nombró gran príncipe de Vladímir.


Nevski y sus sucesores ejercieron de intermediarios entre los
tártaros y otros príncipes rusos. Con su hábil diplomacia, los príncipes
de Moscú obtuvieron y conservaron el título de gran príncipe desde
comienzos del s. XIV, mientras otros príncipes reanudaban sus
contiendas. La Iglesia respaldó a Moscú trasladando allí su sede desde
Vladímir en la década de 1320, y a cambio se vio favorecida con la
exención del pago de impuestos a los tártaros.


Pero Moscú resultó ser el agente del castigo tártaro. Con una
confianza renovada en su tierra, el gran príncipe Demetrio puso Moscú a
la cabeza de una coalición de príncipes para enfrentarse y derrotar a
los tártaros en la Batalla de Kulikovo Pole, junto al río Don, en 1380.
Por esta gesta se convirtió en Demetrio Donskói (del Don) y fue
canonizado tras su muerte.


Los tártaros aplastaron este levantamiento con una campaña que duró
tres años, pero tenían los días contados. Debilitados por las
disensiones internas, a fines del s. XIV cayeron ante el Imperio de
Timur Lang (Tamerlán), establecido en Samarcanda, en el actual
Uzbekistán. Sin embargo, los rusos, divididos entre ellos como de
costumbre, siguieron siendo vasallos de los tártaros hasta 1480.


MOSCÚ CONTRA LITUANIA

Moscú, o Moscovia, como se dio en llamar su territorio en
expansión, defendió la causa rusa tras la Batalla de Kulikovo, aunque
tuvo rivales, sobre todo Novgorod y Tver. Pero el auge del Gran Ducado
de Lituania, que había iniciado su expansión por los antiguos
territorios del Estado ruso de Kiev en el s. XIV, era un peligro mayor.
La amenaza se materializó en 1386 cuando el jefe lituano Jagellón se
casó con la reina polaca Jadwiga y se convirtió en rey de Polonia,
reuniendo a dos de los Estados más poderosos de Europa.


Con la coronación de Jagellón como Ladislao II de Polonia, la clase
dirigente lituana, anteriormente pagana, se convirtió al catolicismo.
Por lo que la Iglesia rusa interpretó que la lucha contra Lituania era
contra el papa de Roma. Después de que Constantinopla, sede de la
Iglesia ortodoxa griega, fuera tomada por los turcos en 1453, el
metropolita, o cabeza de la Iglesia rusa, declaró a Moscú “tercera Roma”
y verdadera heredera de la cristiandad.


Al morir Basilio I, el hijo de Donskói, en 1425, Moscú sufrió una
guerra dinástica. Los antiguos ruríkidas se impusieron, curiosamente
gracias a la ayuda de lituanos y tártaros, pero no fue hasta el
contundente reinado de Iván III [1462-1505] cuando los demás Principados
dejaron de oponerse a Moscú.


IVÁN EL GRANDE

En 1478, Novgorod fue el primer gran Principado ruso sojuzgado
por Iván III. Para consolidar su poder en la ciudad instaló un
gobernador, deportó a las familias más influyentes (una estrategia
pionera imitada con creciente severidad por los dirigentes rusos hasta
Stalin) y expulsó a los mercaderes hanseáticos, cortando los contactos
de Rusia con Europa occidental durante dos siglos.


Los exiliados fueron sustituidos por los administradores de Iván, que
premiaba su empeño con títulos temporales sobre las tierras
confiscadas. Este nuevo enfoque de la titularidad de la tierra, llamada pomestie
(tierra de servicio), caracterizó el mandato de Iván. Anteriormente,
los boyardos, o terratenientes feudales, poseían tierras en una votchina
(tipo de propiedad alodial) que les confería poderes y derechos
sucesorios ilimitados sobre sus propiedades y la gente que las poblaba.
La libertad de elegir a qué príncipe ofrecer lealtad les había otorgado
también cierto peso político. Pero cuando quedaron pocos príncipes a los
que recurrir, la influencia de los boyardos disminuyó a favor de los
nuevos terratenientes-funcionarios.


Este aumento del poder centralizado llegó a los estratos más bajos de la sociedad con el aumento de la servidumbre.


En 1480, los ejércitos de Iván se enfrentaron en el río Ugra, al
suroeste de Moscú, con los tártaros llegados para recaudar los impuestos
detentados por Moscovia durante los cuatro años anteriores. Se
separaron sin derramamiento de sangre, y Rusia se vio libre al fin del
yugo tártaro.


Tver cayó en manos de Moscú en 1485, y la remota Vyatka, en 1489.
Pskov y Ryazan, los únicos Estados que todavía eran independientes al
final del reinado de Iván, fueron reducidos por su sucesor, Basilio III.
Pero Lituania y Polonia siguieron siendo para Rusia su particular
espina.


IVÁN IV (EL TERRIBLE)

El hijo de Basilio III, Iván IV, subió al trono en 1533 a la
edad de tres años, siendo regente su madre. Después de 14 años de
intrigas en la Corte, se autoproclamó “zar de todas las Rusias”. La
palabra zar, del latín caesar, solo la habían usado anteriormente un gran kan o el emperador de Constantinopla.


El matrimonio de Iván IV con Anastasia, de la familia boyarda
Románov, fue feliz, a diferencia de los cinco que siguieron a la muerte
de ésta en 1560, y constituyó una etapa decisiva en la vida del zar.
Creyendo que la habían envenenado, Iván inició un reinado del terror con
el que se ganó el sobrenombre de grozni (literalmente
“imponente”, pero comúnmente traducido como “terrible”) y estuvo a punto
de arruinar todo lo bueno que había hecho hasta entonces.


Sin embargo, fue admirado por haber defendido la tradición y los
intereses rusos. Sus éxitos militares en la región del Volga hasta la
costa del mar Caspio y Siberia contribuyeron a transformar Rusia en el
Estado multiétnico y multirreligioso que es hoy en día. Sin embargo, su
campaña contra los tártaros de Crimea estuvo a punto de saldarse con la
pérdida de Moscú, y una guerra de 24 años con los lituanos, polacos,
suecos y caballeros teutónicos al oeste tampoco aportó nuevos
territorios a Rusia.


Empujado por su creciente paranoia, Iván lanzó en 1570 un salvaje
ataque contra Novgorod que terminaría con la edad de oro de la ciudad.
En 1581, cuando discutía con su hijo tras haber pegado a su nuera (y
posiblemente haberle causado un aborto), el zar acabó matando
accidentalmente a su heredero. El propio Iván moriría tres años después
durante una partida de ajedrez. El descubrimiento de altas
concentraciones de mercurio en sus restos mortales indicó que había
muerto envenenado, seguramente por culpa suya, puesto que recurría a
menudo al mercurio para aliviar el dolor de una hernia discal.


BORÍS GODUNOV Y ÉPOCA DE LOS DISTURBIOS

El sucesor oficial de Iván IV fue su hijo Fiódor, de muy pocas
luces, que dejó las riendas del gobierno a su cuñado, Borís Godunov, un
hábil “primer ministro” que reparó gran parte del daño causado por Iván.
Fiódor murió sin descendencia en 1598, terminando con 700 años de
dinastía ruríkida, y Borís fue zar durante siete años más.


Poco tiempo después de la muerte de Borís, un pretendiente católico
apoyado por los polacos saltó a la palestra afirmando ser Demetrio, otro
hijo de Iván el Terrible (que de hecho había muerto en misteriosas
circunstancias en Uglich en 1591, asesinado seguramente por órdenes de
Borís Godunov). Este “falso Demetrio” reunió una enorme y variopinta
tropa en su avance hacia Moscú. El hijo de Borís Godunov fue linchado y
los boyardos aclamaron al supuesto zar.


Así empezó la Época de los Disturbios o Smuta, caracterizada por la
anarquía, el caos dinástico y las invasiones extranjeras, y centrada en
un enfrentamiento entre los boyardos y el Gobierno central (el zar). El
falso Demetrio fue asesinado durante una revuelta popular y lo sucedió
Basilio Shuiski [1606-1610], un nuevo títere de los boyardos, que fue
desafiado por otro falso Demetrio. Los invasores suecos y polacos
luchaban entre ellos por los derechos al trono de Rusia, Shuiski fue
destronado por los boyardos y de 1610 a 1612 Moscú se vio ocupada por
los polacos.


Finalmente, un ejército popular organizado por el comerciante Kuzma
Minin y el noble Demetrio Pozharski, ambos de Nizhni Nóvgorod y apoyados
por la Iglesia, echó a los polacos. En 1613, una zemski sobor,
o asamblea nacional, formada por representantes de las clases
políticas, eligió zar a Miguel Románov, de 16 años de edad, el primero
de una dinastía que reinaría hasta 1917.


SIGLO XVII EN RUSIA

Aunque los tres primeros zares Románov, Miguel I [1613-1645],
Alejo I [1645-1676] y Fiódor III [1676-1682] aportaron continuidad y
estabilidad, grandes cambios presagiaban la caída de la vieja Rusia.


El s. XVII fue testigo de un gran desarrollo. En 1650, el zar Alejo
encargó al comerciante cosaco Yerofey Jabarov (que dio nombre a
Jabarovsk) abrir la región del lejano oriente. Hacia 1689, los rusos
ocupaban la orilla norte del río Amur. El Tratado de Nerchinsk garantizó
la paz con la vecina China durante más de ciento cincuenta años.


Cuando los cosacos de Ucrania pidieron ayuda contra los polacos,
Alejo se la ofreció, y en 1667 Kiev, Smolensk y las tierras al este del
Dnieper pasaron a dominio ruso.


Los conflictos internos de la Iglesia acabaron transformándola en una
aliada del autoritario Gobierno, también bajo la desconfianza del
pueblo. A mediados del s. XVII, el patriarca Nikon intentó unificar los
rituales y textos con los de la Iglesia ortodoxa griega “pura”,
horrorizando a los más apegados a las formas tradicionales, y causando
un profundo cisma en la ortodoxia rusa.


PEDRO EL GRANDE

Pedro I, llamado el Grande por sus imponentes 2,24 m de altura y
su aplastante victoria sobre los suecos, arrastró Rusia hacia Europa y
la convirtió en una potencia mundial de primer orden.


Nacido en 1672, hijo de Natalia, la segunda esposa del zar Alejo,
Pedro era un joven enérgico y curioso que visitaba a menudo el barrio
europeo de Moscú para informarse sobre el mundo occidental. Los
capitanes holandeses y británicos de Arkhangelsk le dieron lecciones de
navegación en el mar Blanco.


Cuando Fiódor III murió, en 1682, Pedro se convirtió en zar, junto
con su hermanastro Iván V, menos determinado, y bajo la regencia de la
ambiciosa hermana de Iván, Sofía. Esta contaba con el apoyo de un
destacado estadista de la época, el príncipe Balilio Golitsin. Los
boyardos, enojados porque Golitsin había instituido un estricto sistema
de rangos, conspiraron para conseguir que Sofía fuera recluida en un
convento en 1689 y sustituida en la regencia por la madre de Pedro,
menos codiciosa.


Pocos dudaban de que Pedro sería el monarca definitivo, y cuando
ocupó el trono en solitario, tras la muerte de su madre en 1694 y la de
Iván en 1696, emprendió una campaña de modernización, representada por
su misión pionera de investigación en Europa (1697-1698). Esta visita a
Occidente fue la primera de un dirigente moscovita, y durante la misma
contrató un millar de expertos al servicio de Rusia.


También se ocupó de negociar alianzas. En 1695 envió la primera flota
rusa por el río Don y arrebató el puerto de Azov, en el mar Negro, a
los tártaros de Crimea, vasallos de los turcos otomanos. Sus aliados
europeos no tenían interés por los turcos, pero compartían su
preocupación por los suecos, que dominaban la mayor parte de la costa
báltica y habían avanzado bastante en Europa.


La alianza de Pedro con Prusia y Dinamarca provocó la Gran Guerra del
Norte contra Suecia (1700-1721). La derrota aplastante de los ejércitos
de Carlos XII en la Batalla de Poltava (1709) anunció el poder de Rusia
y la caída del Imperio sueco. El Tratado de Nystadt (1721) concedió a
Pedro el control del golfo de Finlandia y la costa oriental del Báltico.
En este período, el zar sofocó otra rebelión campesina (1707),
encabezada por el cosaco del Don, Kondrati Bulavin.


En las tierras arrebatadas a los suecos, Pedro fundó San Petersburgo,
y en 1712 la convirtió en capital y símbolo de una nueva Rusia que
miraba hacia Europa.


LEGADO DE PEDRO

La herencia principal que Pedro dejó a Rusia fue movilizar los
recursos del país para competir en condiciones de igualdad con
Occidente. Sus conquistas territoriales fueron escasas, pero los
territorios estratégicos del Báltico aportaron una gran variedad étnica,
incluida una nueva clase alta de comerciantes y administradores
alemanes que constituyeron la espina dorsal de su expansión comercial y
militar.


Pedro también tuvo la última palabra sobre la autoridad eclesiástica.
Cuando esta se opuso a sus reformas, se limitó a bloquear el
nombramiento de un nuevo patriarca, sometió a los obispos a un
departamento del Gobierno y se convirtió de hecho en cabeza de la
Iglesia. Entre otras medidas modernizadoras, ordenó que todos sus
administradores y soldados se afeitaran la barba.


Se necesitaban enormes sumas de dinero para construir San
Petersburgo, pagar a un creciente funcionariado, modernizar el Ejército y
botar flotas navales y comerciales. Pero el dinero escaseaba en una
economía basada en el trabajo servil, por lo que Pedro creó impuestos
para todo, desde los ataúdes hasta las barbas, incluido un infame
“impuesto sobre las almas” aplicable a todos los hombres adultos de
clase baja. La situación de los siervos, que soportaban la mayor carga
fiscal, empeoró.


Las clases altas también tuvieron que contribuir: los aristócratas
podían servir en el Ejército o como funcionarios si no querían perder
sus títulos y propiedades. La cuna no contaba demasiado, pues Pedro
sometía a sus funcionarios a la Tabla de Rangos, una escala promocional
por méritos adquiridos, en la que los puestos más altos conferían
nobleza hereditaria. Algunos aristócratas perdieron todas sus
posesiones, mientras que funcionarios competentes, aunque de origen
humilde, y miles de extranjeros pasaron a formar parte de la nobleza
rusa.


DESPUÉS DE PEDRO

Pedro murió en 1725 sin haber nombrado sucesor, por lo que su
esposa Catalina, antigua sirvienta (y amante) de Alexander Menshikov,
hombre de confianza del zar, se convirtió en la primera mujer en acceder
al trono imperial de Rusia. Con ello abrió el camino a otras mujeres,
como a su propia hija Isabel y, más tarde, a Catalina la Grande, un
reinado femenino que en conjunto se prolongó durante casi setenta años.


Catalina dejó la administración cotidiana del país a un organismo
llamado Consejo Privado Supremo, formado por muchos de los principales
colaboradores de Pedro. Tras su muerte en 1727, y la de su heredero
Pedro II (nieto de Pedro I) tan solo tres años más tarde a causa de la
viruela, el consejo eligió a la sobrina de Pedro, Ana de Courland
(pequeño Principado en la Letonia actual) como sucesora, pero bajo el
poder supremo del Consejo en las decisiones políticas. Ana acabó con
este ensayo de monarquía constitucional disolviendo dicho organismo.


Ana reinó de 1730 a 1740, confiando los asuntos de Estado a un barón
alemán del Báltico, Ernst Johann von Bühren. Aunque se rusificó el
nombre por Biron, su estilo torpe y corrupto se hizo característico en
la familia real a partir de Pedro el Grande.


Durante el reinado de la hija de Pedro, Isabel [1741-1761], la
influencia alemana menguó y las restricciones sobre la nobleza se
relajaron. Algunos aristócratas se aventuraron con las manufacturas y el
comercio.


CATALINA II (LA GRANDE)

Hija de un príncipe alemán, Catalina llegó a Rusia a los 15 años
para casarse con el claro heredero de la emperatriz Isabel, su sobrino
Pedro III. Inteligente y ambiciosa, Catalina aprendió el ruso, abrazó la
religión ortodoxa y leyó con avidez las obras de los filósofos
políticos europeos. Imperaba la Ilustración y por todas partes se
hablaba de derechos humanos, contratos sociales y separación de poderes.


Catalina diría más adelante de Pedro III: “Creo que la Corona rusa me
atrajo más que su persona”. A los seis meses de que su esposo subiera
al trono, Catalina lo depuso en un golpe de palacio dirigido por su
amante de entonces, que fue asesinado poco tiempo después. De ella se ha
dicho que cambiaba de amantes como quien cambia de camisa.


Catalina se embarcó en un gran programa de reformas, aunque dejó
claro que no tenía intenciones de limitar su propia autoridad. Redactó
un nuevo código legal, limitó el uso de la tortura y abogó por la
tolerancia religiosa. Pero las ideas que podía tener para mejorar la
situación de los siervos se frustraron debido a la violenta rebelión
campesina de 1773-1774, encabezada por el cosaco del Don Yemelián
Pugachov, que se propagó desde los Urales hasta el mar Caspio y por el
Volga. Cientos de miles de siervos respondieron a las promesas de
Pugachov de terminar con la servidumbre y los impuestos, pero fueron
castigados por el hambre y las tropas gubernamentales. Pugachov fue
ejecutado y Catalina acabó con la autonomía cosaca.


En la esfera cultural, la zarina aumentó el número de escuelas y
colegios y expandió el negocio editorial. Su enorme colección de
pinturas forma el núcleo de la colección del Ermitage. Durante su
reinado se fue desarrollando una elite crítica, distanciada de la
mayoría de rusos sin educación, pero cada vez más enfrentada a la
autoridad central; una “personalidad dividida” característica de la
radicalidad rusa venidera.


CONQUISTAS TERRITORIALES

El reino de Catalina experimentó una importante expansión en
detrimento de los debilitados otomanos y polacos, planeada por su primer
ministro y principal amante, Grigori Potemkin (Potiomkin). La guerra
contra los turcos empezó en 1768, alcanzó su cenit con la victoria naval
de Cesme, y terminó con un tratado en 1774 que otorgaba a Rusia el
control sobre la costa norte del mar Negro, libertad para navegar por el
estrecho de los Dardanelos hasta el Mediterráneo y protección para los
intereses cristianos en el Imperio Otomano, lo cual fue en realidad un
pretexto para posteriores incursiones en los Balcanes. Crimea se
anexionó en 1783.


Durante el siglo anterior, Polonia se había desintegrado en un
conjunto de territorios semiindependientes con un rey pelele en
Varsovia. Catalina manejó los acontecimientos mediante tácticas de
“divide y vencerás”, e incluso puso a un antiguo amante, Estanislao
Poniatowski, de rey. Austria y Prusia propusieron el reparto de Polonia
entre las tres potencias, y en 1772, 1793 y 1795 se repartieron
reiteradamente el país, que finalmente dejó de existir como Estado
independiente hasta 1918. Polonia oriental y el Gran Ducado de Lituania
(aproximadamente la actual Lituania, Bielorrusia y Ucrania occidental)
quedaron bajo dominio ruso.


Por su parte, las raíces de la actual Guerra de Chechenia se remontan
a la voluntad de Catalina de expandir su Imperio hacia el Cáucaso.


ALEJANDRO I

Tras la muerte de Catalina en 1796, su hijo Pablo I heredó el
trono. Personaje misterioso en la historia rusa y a menudo llamado “el
Hamlet ruso” en Occidente, suscitó el antagonismo de la pequeña nobleza
al intentar reinstaurar el servicio estatal obligatorio y fue asesinado
en 1801.


Le sucedió su hijo, el nieto preferido de Catalina, Alejandro I, que
había sido educado por los mejores tutores europeos. Inició su reinado
con varias reformas, como la ampliación del sistema escolar, que puso la
educación al alcance de la clase media-baja. Pero pronto tuvo que
ocuparse de las guerras contra Napoleón, que dominarían su trayectoria.


Por el Tratado de Tilsit de 1807, Alejandro aceptó ser el emperador
de Oriente, mientras Napoleón lo sería de Occidente. Esta alianza, sin
embargo, solo duró hasta 1810, cuando la reanudación del comercio ruso
con la Gran Bretaña indignó a Napoleón, que se lanzó al asalto de Moscú
con un ejército de 700 000 soldados, el más numeroso jamás visto en una
sola operación militar.


1812 Y SUS REPERCUSIONES

Las fuerzas rusas, muy inferiores en número, se plegaron en
retirada a través de su propio territorio durante todo el verano de
1812, arrasándolo todo para cortar el suministro de víveres a los
franceses, y librando con éxito algunas acciones de retaguardia. En
septiembre, cuando la falta de provisiones empezaba a afectar a los
franceses, el general ruso Mijaíl Kutuzov decidió finalmente presentar
batalla en Borodino, a 130 km de Moscú. Fue una batalla muy sangrienta
pero no concluyente; los rusos se retiraron.


Antes de terminar el mes, Napoleón entró en una desierta Moscú, pero
el mismo día la ciudad empezó a incendiarse a su alrededor; todavía se
ignora quién provocó el fuego. Alejandro desatendió las tentativas
negociadoras de Napoleón. Con la llegada del invierno y casi sin
provisiones, Napoleón tuvo que retirarse y sus famélicas tropas fueron
aniquiladas por los partisanos rusos. Solo uno de cada 20 soldados pudo
volver a la relativamente segura Polonia, pues los rusos los
persiguieron hasta París.


En el Congreso de Viena, donde los vencedores se reunieron en
1814-1815 para establecer un nuevo orden tras la derrota definitiva de
Napoleón, Alejandro defendió la causa de las antiguas monarquías. Su
legado fue una vaga hermandad cristiana de reyes europeos, la Santa
Alianza, y un conjunto de pactos para salvaguardarse ante futuros
napoleones o avatares revolucionarios.


Mientras tanto, Rusia ampliaba su territorio en otros frentes. El
Reino de Georgia se anexionó en 1801. Tras una guerra contra Suecia
(1807-1809), Alejandro se convirtió en gran duque de Finlandia. Luchó
contra Turquía por dos Principados del Danubio, Besarabia (cubriendo la
actual Moldavia y parte de Ucrania) y Valaquia (actualmente en Rumania),
apoderándose de la primera en 1812. Persia cedió el norte de Azerbaiyán
un año después y Yerevan (Armenia) en 1828.


LOS DECEMBRISTAS Y OTROS EXILIADOS POLÍTICOS

Alejandro murió en 1825 sin dejar un claro heredero, lo que
desató la lógica crisis. Su hermano Constantino, de tendencias
reformistas y felizmente casado con una polaca en Varsovia, no tenía
ningún interés en el trono.


Los oficiales que habían importado las ideas liberales de París en
1815 preferían a Constantino antes que al hermano menor de Alejandro, el
militarista Nicolás, que debía ser coronado el 26 de diciembre de 1825.
Su sublevación en San Petersburgo fue aplastada por las tropas leales a
Nicolás. Cinco de los llamados “Decembristas” (Dekabristy) fueron
ejecutados y más de cien, en su mayoría aristócratas y oficiales,
enviados a Siberia junto con sus familias a cumplir penas de trabajos
forzados, mayormente a la región de Chita. Indultados por el zar
Alejandro II en 1856, muchos prefirieron quedarse en Siberia y su
presencia allí fue decisiva para el desarrollo educativo y cultural de
las ciudades que los acogieron.


Tras un levantamiento fallido en Polonia en 1864, un gran número de
rebeldes polacos, en su mayoría cultos, también fueron deportados a
Siberia. A finales del s. XIX, otros intelectuales famosos exiliados
siguieron sus pasos, como el escritor Dostoievski; a principios del s.
XX, Trotski, Stalin y Lenin pasaron casi tres años en Shushenskoe, cerca
de Abakán.


NICOLÁS I

El reinado de Nicolás I [1825-1855], un zar que afirmaba “yo no
mando en Rusia; lo hacen 10 000 funcionarios”, se caracterizó por el
inmovilismo y la represión. Las revoluciones sociales que sacudían
Europa pasaron de largo en Rusia, y cuando el marqués de Custine visitó
el país en 1839, lo encontró paralizado por el temor. “Lo que aquí se
califica de orden público”, escribió el aristócrata francés, “es una
tranquilidad acongojada, una paz aterradora, que recuerda la tumba.”


Sin embargo, no faltaron algunos elementos positivos. La economía
rusa creció y las exportaciones de cereales aumentaron. Nicolás
detestaba la servidumbre, aunque solo fuese porque aborrecía a la clase
que poseía a los siervos. Así pues, los campesinos de las tierras
estatales, que suponían casi la mitad del total, recibieron la
titularidad de las tierras y, de hecho, la libertad.


En política exterior, la intervención de Nicolás en los Balcanes
acabó con la credibilidad de Rusia en Europa. Una pésima diplomacia
condujo a la Guerra de Crimea (1854-1856) contra el Imperio Otomano,
Gran Bretaña y Francia, cuando las tropas rusas invadieron las
provincias otomanas de Moldavia y Valaquia para proteger a las
comunidades cristianas. En Sebastopol, un ejército turco-francés sitió
el cuartel general de la Marina rusa. Un mando nefasto por ambos bandos
desembocó en una guerra sangrienta que acabó en tablas.


ALEJANDRO II Y ALEJANDRO III

‘Grandes reformas’


Alejandro II advirtió que la Guerra de Crimea azuzaba el descontento
en Rusia y aceptó la paz en términos poco favorables. La contienda había
evidenciado el atraso del país tras la gloria imperial posterior a
1812, y que había llegado el momento de las reformas.


La abolición de la servidumbre en 1861 abrió las puertas a la
economía de mercado, al capitalismo y a una revolución industrial. Se
construyeron ferrocarriles y fábricas, y las ciudades se expandieron a
medida que los campesinos abandonaban el campo. La inversión extranjera
en Rusia creció durante las décadas de 1880 y 1890, pero no se hizo nada
para modernizar la agricultura y muy poco para ayudar a los campesinos.
Hacia 1914, el 85% de la población de Rusia todavía era rural, pero su
situación apenas había mejorado en 50 años.





Movimientos revolucionarios


Las reformas animaron unas esperanzas que no fueron satisfechas. El
zar se negó a crear una asamblea representativa. Los campesinos estaban
furiosos por tener que comprar una tierra que consideraban suya por
derecho. Estudiantes radicales, llamados narodniki
(populistas), se dirigieron al campo en la década de 1870 para alzar a
los campesinos, pero eran dos mundos diferentes y la campaña fracasó.


Otros populistas consideraron más provechoso cultivar la revolución
entre la creciente clase obrera urbana, o proletariado, mientras que
algunos recurrieron al terrorismo: una sociedad secreta, la Voluntad del
Pueblo, asesinó a Alejandro II en un atentado con bomba en 1881.


No todos los oponentes al zarismo eran revolucionarios radicales.
Algunos moderados, acomodados y con mucho que perder en una revolución,
se autoproclamaron liberales y defendieron la reforma constitucional al
estilo europeo occidental, a base de sufragio universal y una Duma o
Parlamento nacional.


El descontento a veces se dirigía a los judíos en forma de ataques
violentos en masa, o pogromos. En la década de 1880, los ataques a
menudo eran avivados por las mismas autoridades con el objetivo de
distraer la tensión social. Con su inclinación hacia las profesiones
intelectuales y comerciales, los judíos eran odiados por las clases
bajas por ser tenderos y prestamistas, y por las autoridades por su
radicalismo político.





Expansión territorial


Entre 1855 y 1894, los territorios de Asia central (los actuales
Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguizistán y Tadzhikistán)
cayeron bajo el control absoluto de Rusia. Más al este, Rusia adquirió
una larga franja de la costa china del Pacífico y construyó allí el
puerto de Vladivostok. En 1867, sin embargo, la crisis económica
desatada tras el conflicto obligó al país a vender los territorios de
Alaska (adquiridos en el s. XVIII) a Estados Unidos, su único aliado
durante la Guerra de Crimea, por la entonces enorme suma de 7,2 millones
de US$, dadas las circunstancias bélicas.





Llegada del marxismo


Los revolucionarios más radicales se vieron genuinamente sorprendidos
de que no se produjera un alzamiento tras el asesinato de Alejandro II.
Casi todos ellos fueron apresados, ejecutados o exiliados, y el reinado
de Alejandro III estuvo marcado por la represión tanto de liberales
como de revolucionarios. Muchos de estos últimos huyeron al extranjero,
entre otros Georgi Plejánov y Pável Axelrod, fundadores del Partido
Obrero Socialdemócrata Ruso en 1883, y en 1899, Vladímir Uliánov, más
conocido por su seudónimo posterior, Lenin.


Los socialdemócratas en Europa eran elegidos para los parlamentos y
transformaban el marxismo en un “socialismo parlamentario”, mejorando la
suerte de los obreros mediante la legislación. Pero en Rusia no había
Parlamento, y sí una activa policía secreta. En un mitin del movimiento
socialista internacional en Londres (1903), Lenin defendió un
derrocamiento violento del Gobierno por parte de un partido pequeño,
comprometido y bien organizado, mientras que Plejánov abogó por la
afiliación masiva y la cooperación con otras fuerzas políticas. La
capacidad de maniobra de Lenin le permitió ganar la votación, y sus
seguidores pasaron a conocerse como bolcheviques (que significa miembros
de la mayoría); la facción de Plejánov se convirtió en la de los
mencheviques (miembros de la minoría). En realidad, los mencheviques
eran más numerosos, pero Lenin se aferró obviamente al nombre de sus
seguidores.


GUERRA RUSO-JAPONESA

Nicolás II, que sucedió a su padre Alejandro III en 1894, fue un
hombre débil que infundía todavía menos respeto que su antecesor, pero
se opuso igualmente a un gobierno representativo.


El golpe más grave que sufrió fue la derrota humillante ante Japón
cuando ambos países toparon a causa de sus respectivas esferas de
influencia en el extremo este: la rusa en Manchuria y la japonesa en
Corea. Como en Crimea 50 años antes, una pésima diplomacia condujo a la
guerra. En 1904, Japón atacó la base naval rusa de Port Arthur (cerca de
Dalián, en la actual China).


Rusia acumuló derrota tras derrota por tierra y por mar. El desastre
final llegó en mayo de 1905, cuando toda la flota del Báltico, que había
dado la vuelta a medio mundo para acudir a liberar Port Arthur, se
hundió en el estrecho de Tsushima, frente a Japón. En septiembre de
1905, Rusia firmó el Tratado de Portsmouth (New Hampshire), por el cual
renunció a Port Arthur, Dalny y el sur de Sajalín, así como a cualquier
reclamación sobre Corea, aunque conservó su posición dominante en
Manchuria.


A pesar de todo ello, Siberia y el Extremo Oriente ruso prosperaban.
De 1886 a 1911, la población de inmigrantes se incrementó en más de ocho
millones, gracias en parte al acceso abierto por el nuevo ferrocarril
transiberiano. Casi todos los inmigrantes eran campesinos, por
lo que Siberia se situó en cabeza de la producción agrícola y ganadera.
Antes de la Revolución de Octubre, la mantequilla de Siberia era
habitual en las mesas europeas.





REVOLUCIÓN DE 1905

El malestar se adueñó de Rusia tras la pérdida de Port Arthur.
El 9 de enero de 1905, un sacerdote llamado Georgi Gapón condujo a unos
doscientos mil obreros, entre hombres, mujeres y niños, hasta el Palacio
de Invierno de San Petersburgo para pedir al zar mejores condiciones de
trabajo. Mientras cantaban “Dios salve al zar”, la Guardia Imperial
abrió fuego sobre ellos y mató a varios centenares. El suceso ha pasado a
la historia como el “Domingo Rojo”.


El país se hundía en la anarquía, con huelgas salvajes, pogromos,
motines y asesinatos de industriales y terratenientes. Los activistas
socialdemócratas formaron sóviets (consejos obreros) en San Petersburgo y
Moscú, de demostrado éxito: el sóviet de San Petersburgo, dominado por
los mencheviques de León Trotski, declaró una huelga general que
paralizó el país en octubre.


El zar claudicó y prometió una Duma. Las elecciones generales de
abril de 1906 crearon una Duma de mayoría izquierdista, que demandó
mayores reformas. El zar la disolvió. Unas nuevas elecciones en 1907
todavía inclinaron más la Duma hacia la izquierda. Fue disuelta de nuevo
y se promulgó una nueva Ley Electoral que limitaba el voto a las clases
altas y a los cristianos ortodoxos, asegurando que la tercera y cuarta
Duma cooperasen más con el zar, que continuaba eligiendo al primer
ministro y al gabinete.


Piotr Stolipin, un primer ministro competente, abolió los odiados
pagos de redención en el campo. Los campesinos emprendedores podían
ahora comprar fértiles parcelas de tierra, algo que conllevó el
surgimiento de una nueva clase de kulaks (campesinos
acomodados) y una serie de buenas cosechas. También permitió mayor
movilidad a la población del campo, convertida en mano de obra útil para
la industria. Rusia registró un crecimiento económico sin precedentes, y
los activistas radicales perdieron sus seguidores.


Pero Stolipin fue asesinado en 1911 y el régimen zarista volvió a
perder la conexión con el pueblo. Nicolás se convirtió en el títere de
una esposa tenaz y excéntrica, Alexandra, que cayó bajo el influjo del
siniestro místico siberiano Rasputín.


PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y REVOLUCIÓN DE FEBRERO

La intervención de Rusia en los Balcanes convirtió al país en
protagonista principal de la Primera Guerra Mundial, iniciada en 1914.
Pero la campaña rusa fue mal desde el principio. Entre 1915 y 1918, el
escenario bélico se localizó en la frontera occidental de Rusia y a
menudo en territorio enemigo. Gran parte de los combates se libraron
contra los austrohúngaros en Galitzia, más que contra los alemanes, que
no consiguieron penetrar considerablemente en territorio ruso hasta
1918, cuando ya habían muerto unos dos millones de soldados rusos y
Alemania controlaba Polonia y gran parte de la costa del Báltico,
Bielorrusia y Ucrania.


El zar respondió a las protestas contra la guerra disolviendo la Duma
y asumiendo en persona la dirección en el campo de batalla, donde no
pudo avanzar demasiado. En el país, el Gobierno, desorganizado, no fue
capaz de introducir el racionamiento y, en febrero de 1917, el
descontento en Petrogrado (nuevo nombre, menos “alemán”, de San
Petersburgo), además de las colas para obtener comida, desembocó en los
disturbios que desencadenaron la Revolución de Febrero. Los soldados y
la policía se amotinaron, negándose a disparar sobre los manifestantes.
Un nuevo sóviet de diputados compuesto por obreros y soldados se formó
en Petrogrado según el modelo de 1905, y muchos otros surgieron por
todas partes. La Duma reunida, haciendo caso omiso de una orden de disolución, estableció un comité para asumir el Gobierno.


La capital contaba con dos bases de poder alternativas: el sóviet,
donde se reunían y discutían los obreros de las fábricas y los soldados;
y el Comité de la Duma, que reunía a la elite instruida y comercial. En
febrero, ambas llegaron a un acuerdo sobre un Gobierno provisional que
pediría la abdicación del zar. El monarca intentó volver a Petrogrado,
pero fue interceptado por sus propias tropas y el 1 de marzo abdicó.


REVOLUCIÓN DE OCTUBRE

El Gobierno provisional anunció elecciones generales para
noviembre de 1917 y la guerra prosiguió a pesar del deterioro en la
disciplina en el Ejército y de las peticiones populares de paz. El 3 de
abril, Lenin y otros bolcheviques exiliados volvieron a Petrogrado por
los Países Escandinavos en un vagón de tren sellado del Ejército alemán.
Aunque se hallaban en clara minoría en los sóviets, estaban organizados
y comprometidos. Ganándose muchos partidarios con peticiones de “paz,
tierra y pan”, creían que los sóviets enseguida se harían con el poder.
Pero una serie de manifestaciones masivas violentas de julio (los “Días
de Julio”), inspiradas por los bolcheviques, no tuvieron el completo
respaldo de los sóviets y fueron sofocadas. Lenin huyó a Finlandia, y
Alexander Kerenski, un moderado, se convirtió en primer ministro.


En el mes de septiembre, el jefe del Estado Mayor ruso, el general
Kornilov, envió la caballería a Petrogrado para controlar a los sóviets.
Kerenski recurrió a la izquierda para conseguir apoyo contra esta
insubordinación, incluso tratando de ganarse a los bolcheviques, y la
contrarrevolución fue derrotada. Después de esto, la opinión pública se
puso de parte de los bolcheviques, quienes rápidamente se hicieron con
el control del sóviet de Petrogrado, presidido entonces por Trotski, y,
por extensión, de todos los sóviets del país. Lenin decidió que ya era
hora de tomar el poder y regresó de Finlandia en octubre.


En la noche del 24 al 25 de octubre de 1917, obreros bolcheviques y
soldados de Petrogrado se apoderaron de los edificios gubernamentales y
de los centros de comunicación y arrestaron al Gobierno provisional,
reunido en el Palacio de Invierno. Kerenski huyó. Al cabo de unas horas,
un congreso de los sóviets de toda Rusia, reunido en Petrogrado,
convirtió a éstos en los consejos de gobernación de Rusia, presididos
por un “parlamento”, el llamado Comité Ejecutivo Central de los Sóviets.
Un Consejo de Comisarios del Pueblo asumió el Gobierno, encabezado por
Lenin, con Trotski como comisario de Asuntos Exteriores y el georgiano
Josef Stalin como comisario de Nacionalidades, encargándose de todos los
ciudadanos de origen no ruso en el antiguo Imperio.


Los sóviets locales se hicieron con el poder con relativa facilidad
en toda Rusia, aunque el golpe en Moscú conllevó seis días de luchas.
Pero las elecciones generales previstas para el mes de noviembre no
pudieron detenerse. Más de la mitad de la población rusa masculina votó
y, aunque el 55% votó al partido socialista rural de Kerenski y solo el
25% a los bolcheviques, cuando la Asamblea Constituyente se reunió en
enero, los bolcheviques la disolvieron en su primera sesión, hecho que
impuso el tono antidemocrático que caracterizaría las décadas
siguientes.


GUERRA CIVIL

El Gobierno soviético introdujo enseguida medidas severas.
Redistribuyó la tierra y la entregó a aquellos que la trabajaban, firmó
un armisticio con los alemanes en diciembre de 1917, y creó su propia
policía secreta, la Cheka. Trotski, que entonces era comisario militar,
fundó el Ejército Rojo en enero de 1918. En marzo, el Partido de los
Bolcheviques pasó a llamarse Partido Comunista y trasladó la capital
rusa a Moscú.


Inmediatamente después de la Revolución, Lenin proclamó la
independencia de Finlandia y Polonia, y la Asamblea Constituyente otorgó
la independencia a Ucrania y a los países bálticos. Otras concesiones
se efectuaron mediante el Tratado de Brest-Litovsk de marzo de 1918, y
así el régimen soviético pudo dedicarse plenamente a sus enemigos
internos, que iban aumentando en el campo debido a las requisas de
alimentos llevadas a cabo por destacamentos armados de los sindicatos.


En julio de 1918, los Románov (el antiguo zar y su familia),
detenidos desde hacía meses, fueron asesinados por sus guardias
comunistas en Yekaterimburgo. Dos meses más tarde, la Cheka inició un
programa sistemático de arrestos, torturas y ejecuciones contra
cualquier opositor al Gobierno soviético.


Aquellos que eran hostiles hacia los bolcheviques, llamados
colectivamente “blancos”, habían creado bastiones en el sur y el este
del país. No obstante, les faltaba unidad, pues entre sus filas contaban
con zaristas incondicionales, revolucionarios asesinos de
terratenientes contrarios al Tratado de Brest-Litovsk, prisioneros de
guerra checos, partisanos finlandeses y soldados japoneses. Los
bolcheviques tenían la ventaja de controlar el corazón de Rusia,
incluida su industria bélica y sus comunicaciones. A principios de 1918
estalló la Guerra Civil, que duró hasta 1922, cuando el Ejército Rojo se
alzó con la victoria en Volochaevka, al oeste de Jabarovsk.


Hacia 1921, el Partido Comunista había conseguido establecer un
Gobierno unipartidista gracias al Ejército Rojo y a la Cheka, que
siguieron eliminando a los oponentes; algunos de los cuales huyeron para
sumarse al millón y medio estimado de exiliados.


COMUNISMO DE GUERRA

Durante la Guerra Civil, un sistema llamado Comunismo de Guerra
sometió todos los aspectos de la sociedad al objetivo de la victoria.
Así, se impusieron nacionalizaciones radicales en todos los sectores
económicos y un estricto control administrativo ejercido por el Gobierno
soviético, a su vez controlado por el Partido Comunista.


El Partido se reestructuró según el “centralismo democrático” de
Lenin, por el que todas las esferas debían acatar las decisiones del
Partido. Un nuevo departamento político, el Politburó, se creó para
tomar dichas decisiones, y un nuevo secretariado supervisaba los
nombramientos internos y se aseguraba de que solo los miembros leales
recibiesen cargos de responsabilidad.


El Comunismo de Guerra también fue una forma de ingeniería social
para crear una sociedad sin clases. Muchos “enemigos de clase” fueron
ejecutados o enviados al exilio, lo que conllevó funestas consecuencias
económicas. Las requisas forzosas de alimentos y la hostilidad hacia los
agricultores más importantes y eficientes, sumadas a la sequía y a un
colapso de las infraestructuras, condujeron a la Gran Hambruna de
1920-1921, que causó entre cuatro y cinco millones de muertes.


NUEVA POLÍTICA ECONÓMICA

Lenin sugirió un compromiso estratégico con el capitalismo. La
Nueva Política Económica (NEP), adoptada por el X Congreso del Partido
en 1921, siguió vigente hasta 1927. El Estado siguió poseyendo las
“bases dominantes” de la economía (la industria pesada, la banca y las
comunicaciones) pero permitió un resurgir de la iniciativa privada. La
producción agrícola mejoró a medida que los kulaks consolidaban
sus tierras, con los campesinos sin tierra como asalariados. El
excedente agrícola se vendía en las ciudades a cambio de productos
industriales, dando origen a una nueva clase de comerciantes e
industriales a pequeña escala llamados nepmen.


En los sectores estatales se permitió que los salarios reflejasen el
esfuerzo a medida que los empresarios profesionales sustituían a los
administradores del Partido. A finales de la década de 1920, la
producción agrícola e industrial había alcanzado los niveles previos a
la guerra.


Pero la corriente política iba en otra dirección. En el Congreso del
Partido de 1921, Lenin proscribió el debate interno tachándolo de
“faccionario” y emprendió la primera purga sistemática entre sus
miembros. En 1922, la Cheka se reorganizó como la GPU (Administración
Política del Estado) y obtuvo mayor poder para operar fuera de la ley;
aunque en un principio solo lo hizo contra los oponentes políticos.


En 1922 se creó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS),
una federación de Repúblicas Socialistas Soviéticas (RSS) teóricamente
independientes. Inicialmente integrada por las RSS de Rusia, Ucrania,
Bielorrusia y Transcaucasia, hacia 1940 ya eran 15, con la partición de
Transcaucasia en las RSS de Georgia, Armenia y Azerbaiyán y la adición
de cinco más de Asia central.


STALIN CONTRA TROTSKI

En mayo de 1922, Lenin sufrió el primero de una serie de ataques
de apoplejía que lo obligaron a retirarse del control efectivo del
Partido y del Gobierno. Murió en enero de 1924, a los 54 años de edad.
Sus restos embalsamados se expusieron en Moscú, Petrogrado cambió su
nombre por Leningrado, y se creó un culto alrededor de su persona; todo
ello orquestado por Stalin.


Lenin no había nombrado sucesor, pero era manifiesta su escasa
opinión de Stalin, al que consideraba demasiado “brusco”. El carismático
Trotski, héroe de la Guerra Civil, solo superado por Lenin como
arquitecto de la Revolución, deseaba la colectivización de la
agricultura –una extensión del comunismo de guerra– y su propagación a
escala mundial, por lo que atacó a los “burócratas” del Partido que
querían limitarse al socialismo de la Unión Soviética.


Sin embargo, incluso antes de la muerte de Lenin, los poderes
fácticos del Partido y los sóviets ya habían respaldado un liderazgo
triple de Zinoviev, Kamenev y Stalin, en el que este último, en calidad
de secretario general, controlaba todos los nombramientos y había
colocado a sus partidarios en todos los puestos decisivos. Su influencia
aumentó con una campaña de reclutamiento que dobló los afiliados al
Partido hasta más de un millón , y en 1927 consiguió expulsar a Trotski,
su principal rival.


PLANES QUINQUENALES Y COLECTIVIZACIÓN AGRARIA

Con Trotski neutralizado, Stalin emprendió la colectivización
agraria para convertir la URRS en una potencia industrial. El primer
Plan Quinquenal, anunciado en 1928, se proponía cuadruplicar la
producción de la industria pesada, como plantas eléctricas, minas,
acerías y líneas férreas. La agricultura debía colectivizarse para que
los campesinos pudieran cumplir las cuotas de producción, y así generar
materias primas tanto para alimentar a la creciente población urbana
como para la exportación, cuyos beneficios cubrirían los gastos de
importación de maquinaria.


La obligada colectivización agrícola destruyó el campesinado del país
(todavía un 80% de la población) en cuanto a clase social y forma de
vida. Los agricultores estaban obligados a entregar sus tierras y sus
recursos a los koljoses (granjas colectivas), que solían
consistir en unas setenta y cinco unidades familiares y docenas de
kilómetros cuadrados de superficie, y que se convertían en su propiedad
colectiva, a cambio de cuotas de producción obligatorias. Estos koljoses
representaban dos tercios del total de las tierras de labranza, y
contaban con el apoyo de una red estatal de estaciones de tractores que
facilitaban maquinaria y asesoramiento (político y de todo tipo).


Los agricultores que se resistieron a este sistema, como muchos kulaks,
especialmente en Ucrania y las regiones del Volga y el Don, que tenían
los mayores excedentes de cereales, fueron ejecutados o deportados a
campos de trabajo. Por otra parte, los agricultores preferían sacrificar
sus animales antes que entregarlos, lo que produjo la pérdida de la
mitad del ganado de la nación. Una grave sequía y las constantes
requisiciones de cereales abocaron a una nueva hambruna en estas tres
regiones en 1932-1933, en la que perecieron millones de personas. Los
ucranianos consideran esta hambruna, conocida como golodomor,
como un acto deliberado de genocidio, mientras que los hay que afirman
que Stalin orquestó premeditadamente esta tragedia para eliminar a la
oposición.


En la industria pesada, que no en los bienes de consumo, los primeros
dos planes quinquenales produjeron un crecimiento más rápido que el
experimentado nunca por cualquier país occidental. Hacia 1939, solo EE
UU y Alemania superaban a la URSS en producción industrial.


GULAG Y PURGAS

Numerosas minas y fábricas empezaron a construirse en Asia
central y Siberia, territorios ricos en recursos pero muy poco poblados.
La mano de obra necesaria la proporcionó la red de campos de
concentración, iniciada bajo Lenin y hoy conocida como Gulag, acrónimo
de Glavnoe Upravlenie Lagerey (Administración General de los
Campamentos), que se extendía desde el norte de la Rusia europea, a
través de Siberia y Asia Central, hasta el Lejano Oriente.


Los primeros internos de estos campos fueron agricultores afectados
por la colectivización, aunque en la década de 1930 el terror alcanzó a
los miembros del Partido y otra gente influyente que no estaba muy
contenta con Stalin. En 1934, el secretario del Partido en Leningrado y
número dos de Stalin, Sergéi Kirov, partidario de mejorar la situación
de los campesinos y producir más bienes de consumo para los obreros
urbanos, fue asesinado por la policía secreta, el entonces NKVD
(Comisariado de Asuntos Internos). Este hecho disparó las mayores
purgas. Aquel año, 100 000 afiliados del Partido, intelectuales y
“enemigos del pueblo” desaparecieron o fueron ejecutados solo en
Leningrado. En 1936, los antiguos líderes del Partido Zinoviev y Kamenev
fueron forzados a confesar públicamente haber asesinado a Kirov y
conspirado para matar a Stalin, por lo que fueron ejecutados.


Este fue el primero de los procesos de Moscú con fines
propagandísticos, con acusaciones que incluían desde tramas de asesinato
y simpatías capitalistas hasta conspiraciones trotskistas. El mayor de
todos tuvo lugar en 1938 contra 17 destacados bolcheviques, incluido el
teórico del partido, Bujarin. A lo largo de 1937 y 1938, agentes del
NKVD sacaron a sus víctimas de casa por la noche; de la mayoría de ellas
nunca más se supo. En las repúblicas no rusas de la URSS, casi todo el
aparato del Partido fue eliminado, acusado de “nacionalismo burgués”. La
terrible purga abarcó todos los sectores y niveles de la sociedad;
incluso fueron ejecutados 400 de los 700 generales del Ejército Rojo. El
balance total de víctimas se calcula en 8,5 millones.


PACTO GERMANO-SOVIÉTICO

En 1939, Rusia ofreció un pacto de seguridad al Reino Unido y
Francia para contrarrestar la posible invasión alemana de Polonia, pero
fue recibido con muy poco entusiasmo. Consciente de las intenciones de
Hitler, Stalin decidió ganar tiempo para preparar a su país para la
guerra, y vio en un acuerdo con los alemanes el medio para ganar
territorio en Polonia.


El 23 de agosto de 1939, los ministros de Asuntos Exteriores
soviético y alemán, Molótov y Ribbentrop, firmaron un pacto de no
agresión. Un protocolo secreto establecía que cualquier reorganización
futura dividiría a Polonia entre ambos; Alemania tendría carta blanca en
Lituania, y la Unión Soviética en Estonia, Letonia, Finlandia y
Besarabia, que había perdido ante Rumania en 1918.


Alemania invadió Polonia el 1 de septiembre, y el Reino Unido y
Francia le declararon la guerra a los dos días. Stalin canjeó con Hitler
las provincias polacas de Varsovia y Lublin por la mayor parte de
Lituania, y el Ejército Rojo marchó hacia aquellos territorios en menos
de tres semanas. Las conquistas soviéticas en Polonia, en su mayor parte
zonas pobladas por gentes que no hablaban polaco y que habían
pertenecido a Rusia antes de la Primera Guerra Mundial, fueron
rápidamente incorporadas a las repúblicas soviéticas de Bielorrusia y
Ucrania.


Los países bálticos se convirtieron en repúblicas de la URSS en 1940,
lo que, sumado Moldavia, daba un total de 15 RSS. Pero los finlandeses
ofrecieron una gran resistencia y su lucha contra el Ejército Rojo llegó
a un punto muerto.


GRAN GUERRA PATRIÓTICA

La Operación Barbarroja, el plan secreto de Hitler para invadir
la Unión Soviética, se inició el 22 de junio de 1941. Rusia estaba mejor
preparada para la batalla, pero Stalin, en uno de los grandes errores
militares de todos los tiempos, se negó a creer que los alemanes se
estuvieran preparando para atacarla, aun cuando a Moscú llegaban
noticias certeras al respecto. El Ejército Rojo, desorganizado, no pudo
frenar la maquinaria bélica alemana, que avanzaba en tres frentes. En
cuatro meses habían invadido Minsk y Smolensk y ya se hallaban a las
puertas de Moscú; también lo habían hecho por los países bálticos, la
mayor parte de Ucrania y sitiado Leningrado. Solo un invierno anticipado
consiguió detener su avance.


El comandante soviético, el general Zhukov, aprovechó la climatología
para hacer retroceder a los alemanes. Leningrado resistió, y lo siguió
haciendo durante más de dos años, durante los cuales murieron más de
medio millón de sus habitantes, sobre todo de hambre. En 1942, Hitler
ordenó una nueva ofensiva hacia los campos petrolíferos del Cáucaso, al
sur, pero tuvo que detenerse en Stalingrado (ahora Volgogrado).
Conscientes del simbolismo de una ciudad, tanto Hitler como Stalin
descartaron la retirada.


Los alemanes, con unas líneas de suministro inseguras en un frente
que medía más de 1600 km de norte a sur, debían enfrentarse a unas
tierras agostadas intencionadamente y a la guerrilla. Sus atrocidades
contra la población endurecieron aun más la resistencia. Stalin apeló al
patriotismo tradicional y aflojó las restricciones a la Iglesia para
conseguir que el país entero hiciera causa común. Los bienes militares
suministrados por los aliados a través de los puertos septentrionales de
Murmansk y Arkhanguelsk fueron de un valor incalculable durante los
primeros días de la contienda. Toda la industria militar soviética se
trasladó al este de los Urales, ocupando a las mujeres y la mano de obra
de la Gulag.


FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Siberia nunca fue campo de batalla en la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, casi al final de la contienda, y ya con Japón doblegado,
la Unión Soviética ocupó los territorios nipones del sur de la isla
Sajalín y las islas Kuriles. Japón aceptó la pérdida de Sajalín pero hoy
día todavía reclama las islas meridionales de las Kuriles, a 14 km de
Hokkaido, Japón.


La URSS fue el país más castigado por la guerra. Su número de
muertos, entre civiles y militares, no se conocerá quizás nunca, pero se
calcula entre 25 y 27 millones, muy superior a las víctimas de Alemania
5-7 millones, Gran Bretaña, 400 000, o EE UU, 330 000.


Los sacrificios de Rusia obligaron a los líderes americano y
británico, Roosevelt y Churchill, a asumir los deseos de Stalin en los
acuerdos de la posguerra. En Teherán (nov de 1943) y Yalta (feb de
1945), los tres mandatarios acordaron gobernar cada uno las zonas que
habían liberado hasta que pudieran celebrarse elecciones. Pero las
tropas soviéticas, que liberaron el este de Europa, apoyaron a
movimientos comunistas locales y estos formaron comités de acción que
manipularon las elecciones o simplemente se hicieron con el poder cuando
los resultados les fueron desfavorables.


GUERRA FRÍA

El control sobre Europa del Este y la modernización de la
industria bélica, gracias al equipamiento e ingenieros alemanes
capturados como botín de guerra, convirtió a la Unión Soviética en una
de las dos grandes potencias mundiales. El pronto desarrollo de la bomba
atómica por los soviéticos, en septiembre de 1949, demostró su poderío.
Sin embargo, el Primer Plan Quinquenal tras la guerra fue militar y
estratégico, a favor de la industria pesada, mientras los bienes de
consumo y la agricultura le fueron a la zaga.


La Guerra Fría se estaba fraguando entre los mundos comunista y
capitalista. En la URSS, el nuevo demonio fue el cosmopolitismo o
simpatía hacia Occidente. Las primeras víctimas fueron los dos millones
(estimados) de ciudadanos soviéticos repatriados por los aliados en 1945
y 1946. Algunos eran antiguos prisioneros de guerra u obreros de los
campos de trabajo capturados por los alemanes; otros, refugiados o gente
que había aprovechado la guerra para huir de la URSS. Todos aquellos
considerados “contaminados” por su estancia en el extranjero, fueron
enviados directamente a la Gulag.


Las purgas en el Partido y el Gobierno siguieron equiparando el
reinado de Stalin con el de Iván el Terrible. En 1947, el presidente de
EE UU, Harry Truman, emprendió una política de contención de la
influencia soviética dentro de los límites de 1947. Las fuerzas
estadounidenses, británicas y francesas que ocupaban zonas occidentales
de Alemania unieron sus áreas. Las tropas soviéticas en Alemania
oriental contraatacaron bloqueando Berlín occidental, controlado por las
potencias occidentales, en 1948, y la ciudad tuvo que ser abastecida
por aire durante un año. La división de Alemania duraría décadas.


JRUSCHOV Y EL DESHIELO

Con la muerte de Stalin en 1953, el poder pasó a manos de un
liderazgo combinado de cinco miembros del Politburó. Uno de ellos,
Lavrenti Beria, jefe del NKVD y responsable de millones de muertes bajo
el régimen de Stalin, fue procesado en secreto y fusilado. El NKVD se
reorganizó y pasó a llamarse KGB, o Comité para la Seguridad del Estado,
totalmente sometido al Partido. En 1954, otro miembro del Politburó,
Nikita Jruschov, un pragmático ucraniano que había colaborado en las
purgas de la década de 1930, lanzó la Campaña de las Tierras Vírgenes
para iniciar el cultivo de vastos territorios de Kazajstán y Asia
central. Las continuadas buenas cosechas ayudaron en su reputación.


Durante el XX Congreso del Partido, en 1956, Jruschov hizo un famoso
“discurso secreto” sobre los crímenes cometidos bajo el mandato de
Stalin. Fue el principio de la “desestalinización” (también conocida
como Deshielo), marcada por la liberación de millones de prisioneros de
la Gulag y un clima político e intelectual algo más liberal. También se
aprobó la coexistencia pacífica entre los regímenes comunistas y no
comunistas. Jruschov afirmaba que la Unión Soviética pronto triunfaría
sobre los “imperialistas” por méritos económicos. A pesar del
contratiempo que supuso la rebelión húngara de 1956, duramente reprimida
por las tropas soviéticas, en 1957 se alzó como líder indiscutible de
la URSS.


En octubre de 1957, el mundo escuchó los “bips” del primer satélite espacial, el Sputnik 1,
una hazaña programada para coincidir con el 40 aniversario de la Gran
Revolución de Octubre, y en 1961, Yuri Gagarin fue el primer astronauta
en llegar al espacio. En una era de cautelosa distensión entre la Unión
Soviética y EE UU, incluso se celebraron negociaciones para una misión
espacial conjunta.


CRISIS DE LOS MISILES EN CUBA

Esta especie de cooperación se vería socavada por una serie de
crisis internacionales. En 1961, Berlín quedó dividida por un muro, para
detener el éxodo desde Alemania del Este. En 1962, la URSS envió armas
defensivas a su aliado caribeño, Cuba, frente a EE UU, con el
estacionamiento de misiles de alcance medio con capacidad nuclear. Tras
un tenso intercambio entre ambas superpotencias, que llevó al mundo al
borde de la guerra nuclear, se firmó un pacto secreto y Jruschov retiró
los misiles.


Una fisura se abrió entre la Unión Soviética y China, que iba camino
de convertirse en otra superpotencia. Los dos países competían por la
lealtad de las naciones del Tercer Mundo recién independizadas y
entraron en conflicto por algunos territorios de Asia central y del
Extremo Oriente ruso que habían sido conquistados por los zares.


En el país, Jruschov empezó la construcción masiva de enormes bloques
de pisos baratos, y hacia el final de su mandato la mayoría de las
personas que habían vivido en pisos comunales pudieron tener uno propio,
en un paisaje urbano completamente cambiado. El sector agrícola obtuvo
malos resultados y Jruschov incomodó a sus colegas del Partido
descentralizando la toma de decisiones económicas. Tras la desastrosa
campaña de 1963, en que el país tuvo que comprar trigo a Canadá, el
Comité Central relevó a Jruschov de su cargo en 1964, alegando su “edad
avanzada y mala salud”. Vivió hasta 1971.


BRÉZHNEV Y EL ESTANCAMIENTO

El nuevo liderazgo “colectivo” de Leonid Brézhnev (secretario
general) y Alexéi Kosiguin (primer ministro) pronto derivó en un mandato
individual del conservador Brezhnev. Las reformas administrativas de
Jruschov se desestimaron. El estancamiento económico fue la consecuencia
predecible, a pesar de la explotación de las enormes reservas
siberianas de petróleo y gas. El movimiento “disidente” y sus samizdat
(publicaciones clandestinas) creció a la par que se intensificada
represión. Las penas de prisión y de trabajos forzados parecían no tener
el efecto deseado, y en 1972, el jefe del KGB, Yuri Andrópov, introdujo
nuevas medidas que incluían la emigración forzosa y el encarcelamiento
en instituciones psiquiátricas. Entre los numerosos deportados se
encontraba el Premio Nobel Alexander Solzhenitsin.


La creciente élite del Gobierno y del Partido, la llamada nomenklatura
(literalmente, “lista de candidatos”), vivía rodeada de lujos y tenía
acceso a bienes inimaginables para el ciudadano medio, al igual que los
jefes militares y algunos ingenieros y artistas reconocidos. Pero con la
lentitud económica, excesivamente centralizada y burocráticamente
asfixiante, cada vez avanzaba menos el nivel de vida general. La
corrupción empezó a propagarse por el Partido y un malestar cínico caló
en la sociedad.


La represión se extendió a los países tutelados por la URSS. La
Primavera de Praga de 1968, en que el líder del nuevo Partido checo,
Alexander Dubcek, prometió un “socialismo con rostro humano”, fue
aplastada por el Ejército soviético. La invasión se amparó a posteriori
en la “doctrina Brézhnev”, según la cual la Unión Soviética tenía
derecho a defender sus intereses entre los países dentro de su esfera de
influencia. En 1979, Afganistán sería otro ejemplo de ello. Las
relaciones con China empeoraron hasta un grado sin precedentes; en 1969
hubo enfrentamientos fronterizos y la tensión militar no se atenuó hasta
finales de la década de 1980.


ANDRÓPOV Y CHERNENKO

Brezhnev apenas apareció en público después de que su salud
empeorase en 1979. Antes de morir, en 1982, llegó a simbolizar la
situación agónica en que se encontraba el país entero. Su sucesor, Yuri
Andrópov, sustituyó a unos cuantos oficiales por jóvenes tecnócratas y
propuso unas campañas contra la corrupción y el alcoholismo –demasiado
gasto para la economía–, que más tarde se llevarían a cabo bajo el
mandato de Gorbachov. También tomó medidas drásticas contra los
disidentes y aumentó los gastos de Defensa.


Pero la economía seguía empeorando y Andrópov murió a los 14 meses de
su llegada al poder, en febrero de 1984. Lo sucedió un débil anciano de
72 años, Konstantín Chernenko.


GORBACHOV

‘Glásnost’


Mijaíl Gorbachov, un dinámico y elocuente protegido de Andrópov, de
54 años, estaba a la espera de ascender a secretario general. Consciente
de que se precisaban directrices políticas radicalmente distintas para
que la moribunda Unión Soviética pudiera sobrevivir, lanzó una
renovación inmediata del Politburó, la burocracia y el Ejército,
sustituyendo gran parte de la “vieja guardia” de Bréznhev con sus
propios partidarios, más jóvenes.


Sus primeros eslóganes fueron la aceleración en la economía y la glasnost
(apertura), que se revelaron mediante críticas en la prensa por la
pésima gestión económica y los fallos del Partido en el pasado. Su
intención era espolear la estancada economía estimulando cierto grado de
iniciativa empresarial, recompensando la eficacia y permitiendo
criticar las malas actuaciones.


Sin embargo, las sangrientas represiones contra las ofensivas
nacionalistas de Alma Ata (actualmente llamada Almati) en 1986, Tbilisi
en 1989, y Vilna y Riga a principios de 1991, hicieron imposible la
alianza entre Gorbachov, el Grupo Interregional del Parlamento y el
movimiento Rusia Democrática.





Asuntos exteriores


En política exterior, Gorbachov acabó con las métodos aislacionistas,
polémicos y económicamente costosos de sus predecesores. En su primer
encuentro con el presidente de EE UU, Ronald Reagan, en Ginebra (1985),
Gorbachov propuso una reducción del 50% en el armamento nuclear de largo
alcance. Hacia 1987, ambos países habían acordado retirar de Europa
todos los mísiles de alcance medio, así como pactado otras reducciones
para armas y soldados. Durante el período 1988-1989, el “nuevo
pensamiento” también logró acabar con la Guerra de Afganistán, que se
había convertido en el Vietnam soviético. Asimismo, mejoraron las
relaciones con China.





Perestroika y reformas políticas


En política interior, Gorbachov descubrió muy pronto lo costoso que
resultaba introducir incluso las reformas más limitadas, y que debía
enfrentarse a difíciles disyuntivas. Su campaña contra el alcohol, muy
impopular, provocó una gran proliferación de destilerías ilegales, por
lo que tuvo que abandonarla. También tuvo que soportar duras críticas
cuando se supo cómo el Estado había intentado ocultar el alcance real
del desastre nuclear de Chernóbil en Ucrania, en abril de 1986.


Veinte años más tarde, Gorbachov escribiría, “incluso más que la
Perestroika, [Chernóbil] fue quizás el detonante real del colapso de la
Unión Soviética”. En un esfuerzo para atajar la arraigada corrupción en
el Partido Comunista, la Perestroika (reestructuración) combinaba una
limitada aceptación de la propiedad y iniciativa empresarial privadas,
hasta cierto punto similar al NEP de Lenin, con los esfuerzos para
trasladar la responsabilidad y el poder de decisión a las bases. En 1988
se aprobaron nuevas leyes en ambos sentidos, pero su aplicación,
evidentemente, topó con la resistencia de la centralizada burocracia.


La glasnost teóricamente debía concordar con la Perestroika
como vía para fomentar nuevas ideas y contrarrestar el legado de
Brézhnev. La liberación de un famoso disidente a finales de 1986, el
Premio Nobel de la Paz Andréi Sájarov, de su exilio interior en Nizhni
Novgorod, fue el inicio de una campaña general de excarcelaciones
políticas. También las religiones pudieron actuar cada vez con mayor
libertad.


En 1988, Gorbachov anunció un nuevo “Parlamento”, el Congreso de los
Diputados del Pueblo, con dos terceras partes de sus miembros elegidos
directamente por el pueblo, como medio para reducir el poder de la
burocracia y el Partido. Un año más tarde, se celebraron las primeras
elecciones desde hacía décadas, y el Congreso se reunió, ante la
fascinación nacional de un debate abierto. Aunque dominado por los apparatchiki
(miembros) del Partido, en el Parlamento también estaban algunos
críticos declarados del Gobierno, como Sájarov y Borís Yeltsin.





Doctrina de Sinatra


Gorbachov dio repetidas sorpresas al pueblo, por ejemplo con las
purgas imprevistas de oponentes difíciles, como la del reformador
populista Borís Yeltsin, pero las fuerzas desatadas por su apertura
social se volvieron imposibles de controlar. A partir de 1988, la
disminuida amenaza de represión y la experiencia de elegir asambleas
aunque fuesen semirrepresentativas, estimularon un creciente clamor por
la independencia en los Estados satélites soviéticos. Uno a uno, los
países de la Europa del Este se libraron de sus regímenes soviéticos de
pantomima en el otoño de 1989; el Muro de Berlín cayó el 9 de noviembre.
Según el portavoz de Gorbachov, la doctrina de Brézhnev había dado paso
a la doctrina de Sinatra: dejar que lo hagan “a su manera”. La
reunificación formal de Alemania el 3 de octubre de 1990 marcó el final
efectivo de la Guerra Fría.


En 1990, los tres países bálticos de la URSS también declararon (o,
según ellos, “reafirmaron”) su independencia; de momento, más teórica
que real. Poco después, la mayor parte de las repúblicas soviéticas
restantes los imitaron o bien declararon su soberanía, la superioridad
de sus propias leyes sobre las de la Unión Soviética. La propuesta de
Gorbachov de un nuevo sistema federal mal definido para mantener unida
la Unión Soviética se ganó pocas simpatías.





Ascenso de Yeltsin


También en 1990, Yeltsin fue elegido presidente del Parlamento de la
gigantesca República de Rusia, que cubría tres cuartas partes de la
superficie de la URSS y más de la mitad de su población. Poco después de
llegar al poder, Gorbachov promovió a Yeltsin como jefe del Partido
Comunista en Moscú, pero lo destituyó en 1987-1988 en medio de la
oposición a sus reformas proveniente de la vieja guardia del Partido.
Por entonces, Yeltsin ya había declarado el fracaso de la Perestroika,
hechos que provocaron una permanente animadversión personal entre los
dos. Gorbachov no cejaba por mantener juntos en el Partido a los
reformadores radicales y a la vieja guardia.


Una vez elegido presidente del Parlamento ruso, Yeltsin se dedicó a
provocar y competir por el poder con Gorbachov. Parecía como si hubiera
llegado a la conclusión de que el cambio real era imposible no solo bajo
el Partido, sino también en una Unión Soviética con un poder
centralizado, los miembros del cual mostraban fuertes tendencias
centrífugas. Yeltsin dimitió del Partido Comunista y su Parlamento
proclamó la soberanía de la República de Rusia.


A comienzos de 1990, Gorbachov persuadió al Partido Comunista para
que pusiera fin a su propio monopolio constitucional en el poder, y el
Parlamento lo escogió para el recién creado cargo de presidente
ejecutivo, lo que no hizo sino distanciar aun más los órganos de
Gobierno respecto al Partido. Pero estos acontecimientos no tuvieron
gran efecto ante la crisis inminente de la Unión Soviética, con la
proliferación del crimen organizado y el mercado negro, propiciada por
el relajamiento de la ley y el orden en el país.





Ruina económica y reacción de la vieja guardia


Las reformas económicas de Gorbachov no fueron suficientes para
promover un sector privado próspero o uno estatal sólido y
descentralizado. Los precios subieron, los suministros de bienes
disminuyeron y la población se enojó. Algunos querían un capitalismo
inmediato y total; otros preferían volver a los días del comunismo, que
de repente aparecían prometedores. Intentando adoptar una línea
intermedia para evitar enfrentamientos, Gorbachov no consiguió nada ni
agradó a nadie.


Gran parte de la cosecha récord de 1990 se dejó echando raíces en los
campos y en los almacenes porque el Partido ya no era capaz de
movilizar ni la maquinaria ni las manos necesarias, mientras que la
iniciativa privada todavía no se había desarrollado lo suficiente para
hacerlo. Cuando Gorbachov, que aun estaba intentando conseguir un
equilibrio, canceló en septiembre de 1990 la puesta en práctica del
radical “Plan de 500 días” para cambiar en este plazo a una economía de
mercado con todas las de la ley, muchos lo vieron como una sumisión al
creciente descontento de la vieja guardia y la pérdida de la última
oportunidad que tenía de salvar sus reformas.


El Premio Nobel de la Paz, que le fue concedido durante el crudo
invierno de 1990-1991, cuando el combustible y los alimentos
desaparecían de muchas tiendas, dejó al ciudadano soviético medio
literalmente frío. El Ejército, las fuerzas de seguridad y la línea dura
del Partido exigieron con una creciente confianza la restauración del
orden público para salvar el país. El ministro de Asuntos Exteriores,
Eduard Shevardnadze, que durante mucho tiempo fue uno de los partidarios
incondicionales de Gorbachov, estaba siendo objeto de incesantes
reproches de la vieja guardia por “la pérdida de Europa del Este” y
dimitió, advirtiendo de la inminencia de una dictadura implacable.





Golpe fallido


En junio de 1991, Yeltsin fue elegido presidente de la República de
Rusia en las primeras elecciones presidenciales directas celebradas en
el país. Exigió que la Unión Soviética devolviera el poder a las
repúblicas y prohibió a las células del Partido Comunista ocupar cargos y
puestos de trabajo gubernamentales en Rusia. Gorbachov consiguió un
cierto respiro creando un nuevo tratado de unión por el que se confería
mayor poder a las repúblicas y que debía firmarse el 20 de agosto.


Pero Gorbachov se vio superado por los acontecimientos el 18 de
agosto, cuando una delegación del “Comité para el Estado de Emergencia
en la URSS” llegó a la dacha de Crimea donde estaba de vacaciones y le
exigió que declarara el Estado de Emergencia y traspasara sus poderes al
vicepresidente, Gennadi Yanáyev. El golpe de la vieja guardia había
empezado.


Pero el plan para restaurar el Partido Comunista y la Unión Soviética
se tambaleó de inmediato, cuando Yeltsin escapó a su detención y se
dirigió hacia la Casa Blanca de Moscú, sede del Parlamento ruso, para
congregar a la oposición. La muchedumbre persuadió a algunos de los
tanques llegados para dispersarla de que cambiaran de bando, y se
empezaron a construir barricadas. Yeltsin se subió a un tanque para
declarar que el golpe era ilegal, y convocar una huelga general. Los
soldados desobedecieron las órdenes de sus mandos y se negaron a tomar
la Casa Blanca por asalto.


Al día siguiente, grandes multitudes contrarias al golpe se
congregaron en Moscú y Leningrado. Kazajstán rechazó el golpe y Estonia
declaró su plena independencia. El 21 de agosto, los tanques se
retiraron y los golpistas fueron detenidos.





Fin de la Unión Soviética


La respuesta de Yeltsin al fallido golpe fue declarar que todas las
propiedades estatales de la República de Rusia ya no estaban bajo el
control de la Unión Soviética sino de Rusia. El 23 de agosto prohibió el
Partido Comunista de Rusia. Gorbachov dimitió al día siguiente de la
presidencia del Partido, y ordenó que las propiedades del Partido
pasaran al Parlamento soviético.


Letonia siguió a Estonia y declaró su independencia el 21 de agosto
–Lituania ya lo había hecho en 1990–, y la mayor parte de las demás
repúblicas de la URSS las imitaron. El reconocimiento internacional y
después soviético de la independencia de los países bálticos se produjo a
comienzos de septiembre.


Incluso antes del golpe, Gorbachov había estado negociando la
creación de Estados independientes, unidos de forma menos vinculante,
como último recurso para salvar la Unión Soviética. En septiembre, el
Parlamento soviético abolió el Estado soviético centralizado y confirió
los poderes a tres instituciones provisionales de Gobierno hasta que
pudiera firmarse un nuevo tratado federal. Sin embargo, Yeltsin siguió
transfiriendo el control sobre todas las cuestiones importantes de Rusia
de las manos soviéticas a las rusas.


El 8 de diciembre, Yeltsin y los líderes de Ucrania y Bielorrusia se
reunieron en Bielorrusia, cerca de Brest, y anunciaron que la URSS ya no
existía. Proclamaron la nueva Comunidad de Estados Independientes
(CEI), una alianza poco definida de Estados totalmente independientes
sin autoridad central. Rusia expulsó al Gobierno soviético del Kremlin
el 19 de diciembre. Dos días después, otras ocho repúblicas se unieron a
la CEI.


Con el fin de la URSS, Gorbachov era un presidente sin país, por lo
que dimitió oficialmente el 25 de diciembre, día en el que ondeó en el
Kremlin la bandera blanca, roja y azul rusa en lugar de la roja
soviética.


RUSIA BAJO YELTSIN

Reforma económica y tensiones regionales


Antes de la dimisión de Gorbachov, Yeltsin ya había anunciado planes
para cambiar a una economía de libre mercado, y en noviembre de 1991
nombró un Gobierno reformista para llevarlos a cabo. Las subvenciones
estatales se retirarían paulatinamente, los precios se liberalizarían,
el gasto gubernamental se recortaría y las empresas estatales, la
vivienda, la tierra y la agricultura se privatizarían. Como medida de
emergencia, Yeltsin, además de presidente, se convirtió en primer
ministro y ministro de Defensa.


Con la economía inmersa en el caos, algunas regiones de Rusia
empezaron a acaparar los alimentos que escaseaban o a declararse
autónomas y pasar a controlar sus propios recursos. Las 20 regiones
étnicas nominalmente autónomas repartidas por toda Rusia, algunas de las
cuales poseían abundantes materias primas vitales para la economía del
país, se declararon repúblicas autónomas, lo cual levantó temores de que
Rusia podía desintegrarse del mismo modo que había pasado con la URSS.
Sin embargo, estas preocupaciones se disiparon temporalmente gracias a
la firma de un tratado en 1992 entre el Gobierno central y las
repúblicas, a la creación de una nueva Constitución en 1993, que cedía
mayores derechos a las regiones, y a unos cambios introducidos en el
sistema impositivo.


Algunos beneficios de la reforma económica se notaron ya en 1994 en
algunas grandes ciudades, sobre todo Moscú y San Petersburgo (nombre
recuperado por Leningrado en 1991), donde una economía de mercado estaba
arraigando y una cultura empresarial se desarrollaba entre las
generaciones más jóvenes. Al mismo tiempo, el crimen y la corrupción
parecían haberse disparado y estar fuera de control.





Conflictos con la vieja guardia


El caótico programa de reformas de Yeltsin, y la consiguiente pérdida
de prestigio internacional del país, le enfrentaron pronto con el
Parlamento, dominado por comunistas y nacionalistas, ambos sectores
opuestos al rumbo que tomaban los acontecimientos.


Ya en abril de 1991, los ministros de Yeltsin se quejaban de que sus
reformas se vieran entorpecidas por la contradictoria legislación del
Parlamento. Cuando la austeridad, consecuencia de las reformas
económicas, empezó a prolongarse (aunque las tiendas estaban mejor
surtidas, la gente de la calle carecía de dinero para consumir), la
popularidad de Yeltsin empezó a decaer. El crimen organizado continuaba
aumentando y la corrupción a todos los niveles parecía no tener fin.


Yeltsin sacrificó ministros clave y aceptó aminorar el ritmo de sus
reformas, pero el Parlamento seguía aprobando resoluciones que
contradecían sus decretos presidenciales. En abril de 1993, un
referéndum nacional dio a Yeltsin un gran voto de confianza, tanto a su
presidencia como a sus políticas. Empezó a redactar una nueva
Constitución que aboliría el Parlamento existente y definiría con mayor
claridad el papel de la Presidencia y de la Asamblea Legislativa.


Finalmente, la situación culminó con una prueba de fuerza. En
septiembre de 1993, Yeltsin disolvió el Parlamento, lo cual a su vez
despojaba al presidente de todos sus poderes. Yeltsin envió tropas para
bloquear la Casa Blanca y ordenó a los parlamentarios que la desalojaran
el 4 de octubre. Muchos le obedecieron, pero los días 2 y 3 de octubre
el Frente de Salvación Nacional, un grupo comunista y nacionalista
violento, intentó sublevarse arrollando a las tropas que rodeaban la
Casa Blanca y atacando la torre de la televisión de Ostankino de Moscú,
donde murieron 62 personas. Al día siguiente, las tropas asaltaron la
Casa Blanca, dejando más de setenta víctimas mortales entre el público.





Reforma constitucional


Las elecciones para un nuevo tipo de Parlamento formado por dos
cámaras se celebraron en diciembre de 1993. El nombre de la Cámara Baja,
la más influyente, la Duma del Estado (Gosudarstvennaya Duma),
recordaba deliberadamente a la Rusia zarista. Al tiempo que se
celebraban las elecciones, un referéndum nacional aprobaba la nueva
Constitución redactada por Yeltsin, que otorgaba al presidente un claro
control sobre el Parlamento.


Este sistema, sin embargo, adolece del hecho que tanto el presidente
como el Parlamento tienen derecho (y lo ejercen) de promulgar leyes, y
pueden bloquearse mutuamente cualquier iniciativa. En la práctica, sin
embargo, el presidente puede normalmente hacer su voluntad mediante
decretos presidenciales, como ocurrió a menudo durante el turbulento
mandato de Yelstin. Su sucesor, Vladímir Putin, procuró establecer unas
relaciones más armónicas con la Duma.


La Constitución de 1993 también sanciona el derecho al libre comercio
y competencia, a la propiedad privada de tierra y bienes, a la libertad
de conciencia y de movimientos de entrada y salida de Rusia, así como a
la prohibición de la censura, la tortura y el establecimiento de
cualquier ideología oficial.





Guerra de Chechenia


La política exterior de Yeltsin reflejaba el auge del nacionalismo
conservador en el país. La repentina desaparición de la Unión Soviética
había dejado a muchos ciudadanos rusos varados en países potencialmente
hostiles. Cuando la tendencia política se volvió en su contra, muchos de
ellos regresaron a la madre patria. Bajo estas circunstancias, era cada
vez más evidente la necesidad de una zona que ejerciera de parachoques
entre Rusia y el mundo exterior, preocupación todavía vigente hoy en
día, como lo demuestran los recientes acontecimientos en Georgia. Las
tropas rusas intervinieron en Tayikistán, Georgia y Moldavia como
fuerzas de paz de la ONU, pero también para reforzar su influencia en
estas regiones, y a principios de 1995, el Ejército ruso estaba en todas
las antiguas repúblicas soviéticas, excepto en Estonia y Lituania.


Esta política, sin embargo, demostró ser especialmente desastrosa en
Chechenia, una república musulmana de cerca de un millón de habitantes
en el Cáucaso, que se había declarado independiente en 1991. Esta
región, marcada desde hace tiempo por los conflictos internos y la
presencia de poderosas mafias, está también en el camino de los
oleoductos que transportan el petróleo desde el mar Caspio hasta Rusia.


A finales de 1994, los intentos de negociar un acuerdo o conseguir la
destitución del truculento líder checheno Dzhojar Dudáyev se habían
estancado. Yeltsin ordenó al Ejército la invasión de Chechenia, en lo
que debía ser una rápida operación para recuperar el control. Pero los
chechenos lucharon encarnizadamente y a mediados de 1995 se
contabilizaban más de veinticinco mil bajas, casi todas civiles,
mientras que los rusos solo habían conseguido un control total de la
arrasada capital chechena, Grozny. Dudáyev seguía resistiendo en el sur
de Chechenia, y la guerra de guerrillas no cesaba. La popularidad de
Yeltsin cayó en picado, y en las elecciones de diciembre de 1995,
comunistas y nacionalistas se hicieron con un 45% de la Duma.





Elecciones de 1996


A principios de 1996, en vísperas de las elecciones presidenciales,
Yeltsin estaba ausente gran parte del tiempo, aquejado de frecuentes
brotes de varias enfermedades poco definidas. En público, aparecía a
menudo confuso y desequilibrado. Pero aunque los comunistas, encabezados
por Gennadi Ziuganov, parecían resucitar gracias a una oleada de
descontento, aquellos que se habían enriquecido durante los cinco años
de coqueteo con el capitalismo, es decir, oligarcas como los magnates de
los medios Borís Berezovski y Vladímir Gusinski, o el banquero y
magnate del petróleo Mijaíl Fridman, acudieron en ayuda del presidente.
Los comunistas tuvieron vetada la televisión, por lo que el único
mensaje que llegaba a los votantes fuera el de Yeltsin. Anatoli Chubáis,
un protegido de Yeltsin, montó una brillante campaña que, entre otros
hitos, incluyó la reaparición temporal del presidente, bailando en el
escenario de un concierto de rock.


En las elecciones de junio, Ziuganov y un ex general sin pelos en la
lengua, Alexander Lebed, dividieron el voto de la oposición, y Yeltsin
derrotó fácilmente a Ziuganov en una carrera de desempate a principios
de julio, aunque los esfuerzos de tanto baile y otras actuaciones le
pasaron factura, y desapareció de nuevo durante varias semanas. Los
comunistas y otros partidos de la oposición reanudaron sus rencillas en
la Duma, mientras que Lebed recibió el cáliz envenenado de negociar el
fin de la guerra sucia de Chechenia. Las tropas rusas iniciaron la
retirada de Chechenia a finales de 1996.


En noviembre, Yeltsin se sometió a una intervención de corazón en la
que se le implantó un marcapasos quíntuple. Mientras se recuperaba,
durante gran parte del año 1997, se sucedieron una serie de trapicheos
financieros que se conocieron como la “guerra de los oligarcas” o la
“guerra de los banqueros”, y que no eran otra cosa que la lucha por el
poder entre varios multimillonarios rusos y miembros del círculo más
cercano a Yeltsin, conocido como “la familia”. El propio presidente
sería objeto de una investigación a cargo de las autoridades suizas y
rusas. Sin embargo, tras su dimisión en 1999, su sucesor, Vladímir
Putin, le concedió impunidad judicial total.





Colapso económico y recuperación


En la primavera de 1998, los graves problemas de la economía rusa
eran cada vez más evidentes. Los mineros del carbón iniciaron una huelga
en protesta por el impago de salarios desde hacía meses, parte de los
trescientos mil millones de US$ adeudados a los trabajadores de todo el
país. Este hecho, unido a los más de cien mil millones de US$ de deuda
extranjera, significaba que Rusia estaba en bancarrota real. Yeltsin
intentó reafirmar su autoridad destituyendo a todo el Ejecutivo por su
deficiente gestión económica.


Pero ya era demasiado tarde. Durante el verano de 1998, los
inversores extranjeros que habían afianzado la economía rusa huyeron del
país. El 17 de agosto se devaluó el rublo, y como sucedió durante la
Gran Depresión de 1929 en el mundo occidental, muchos bancos rusos se
hundieron, dejando a sus clientes sin blanca. El impacto económico
global, sin embargo, fue positivo en general.


Tras la conmoción inicial, la creciente clase media rusa, remunerada
casi siempre en negro y con US$ en efectivo, se dio cuenta de repente de
que sus salarios se habían triplicado de la noche a la mañana (si se
contaba en rublos), mientras que los precios permanecían inalterados en
gran parte. La consecuencia fue una enorme eclosión de los artículos de
consumo y los servicios. Lujos como restaurantes y gimnasios, antes
reservados a los ricos, eran de repente asequibles para mucha más gente.
La situación también representó una gran oportunidad para las empresas
nacionales de artículos de consumo: en 1999, las importaciones dejaron
rápidamente paso a productos locales de calidad.


En estas circunstancias, no era de extrañar que varios grupos
nacionalistas, como los comunistas, recibieran mayor apoyo. Su causa
recibió un importante espaldarazo el 24 de marzo de 1999 cuando las
tropas de la OTAN, dirigidas por EE UU, empezaron a bombardear
Yugoslavia a raíz de la crisis de Kosovo, la limpieza étnica emprendida
por las fuerzas serbias para acabar con la población mayoritaria de
etnia albana. El ataque contra los serbios, con los que los rusos se
consideraban étnicamente emparentados, despertó pasiones largo tiempo
latentes entre los rusos, y, por ejemplo, una granada propulsada por
cohete impactó en la embajada de EE UU en Moscú.





Atentados en Moscú


En septiembre de 1999, una serie de explosiones sacudieron Moscú,
arrasando prácticamente tres edificios de apartamentos y causando casi
trescientos muertos. Este terrorismo sin precedentes en la capital de la
nación azuzó el malestar y la xenofobia, sobre todo contra los
chechenos, vistos por la mayoría como sus responsables. Una
investigación del FSB (Servicio de Seguridad Federal, sucesor del KGB)
concluyó en el 2002 que los atentados habían sido obra de dos islamistas
no chechenos, uno de los cuales se encontraba en paradero desconocido
durante la investigación; el otro fue asesinado ese mismo año.


Sin embargo, empezó a cobrar cuerpo una nueva teoría sobre la
implicación del FSB en los hechos, lo que iría encaminado a una campaña
de apoyo público a una segunda intervención armada en Chechenia. Una
comisión pública independiente, presidida por un diputado de la Duma
(asesinado más tarde) no encontró pruebas suficientes para ratificarla,
aunque su trabajo se vio entorpecido por la falta de cooperación por
parte del Gobierno. Un antiguo agente del FSB, Mijaíl Trepashkin
(estrechamente vinculado con Borís Berezovski, contrario a Putin), que
estaba dispuesto a declarar, fue encarcelado por “revelar secretos de
Estado”, ante la indignación de las organizaciones de derechos humanos
como Amnistía Internacional, entre otras.


Fuera cual fuera la verdad, el descubrimiento de explosivos similares
en la ciudad de Ryazan en septiembre de 1999, además de las incursiones
chechenas en Daguestán, sirvieron al Kremlin de justificación para
lanzar ataques aéreos contra Grozny, la capital chechena, desatando así
la segunda Guerra de Chechenia. Decenas de miles de civiles huyeron al
campo para escapar al bombardeo. El Ejército ruso admitió más tarde que
más de mil cien soldados perecieron durante los enfrentamientos por
tierra para apoderarse de Grozny, calificada por la ONU como “ciudad más
destruida del mundo”. En el 2000, ante la Comisión de Derechos Humanos
de la ONU, la secretaria de Estado de EE UU Madeleine Albright hizo
referencia a los “miles de civiles chechenos fallecidos y más de
doscientos mil desplazados” durante el conflicto. Tanto Amnistía
Internacional como el Consejo de Europa han censurado a ambos bandos por
sus “flagrantes y constantes” violaciones de la legislación humanitaria
internacional. Casi una década después, el conflicto ha amainado bajo
el control del presidente checheno pro ruso, Ramzan Kadirov.


VLADÍMIR PUTIN

La arrolladora victoria de Putin en las elecciones
presidenciales de marzo del 2000 no sorprendió a nadie. Designado por
Yeltsin como su sucesor, este antiguo agente del KGB y jefe del FSB se
aseguró rápidamente sus credenciales de hombre fuerte disparando el
gasto militar, arañando el poder regional para devolverlo al Kremlin y
tomando duras medidas contra los medios de comunicación críticos. A
pesar de la Guerra de Chechenia, cada vez más sangrienta, la figura de
Putin siguió concitando una sólida aprobación, a menudo compartida por
un amplio espectro de ciudadanos.


El apoyo de Putin a la ofensiva afgana de EE UU, tras el 9 de
septiembre, le granjeó el respeto de Occidente, especialmente de George
W. Bush, que tras su primera cumbre conjunta, dijo de su homólogo ruso:
“le he mirado a los ojos. Me ha parecido un hombre muy recto y digno de
confianza.” Ambos líderes opinaban que el terrorismo era una grave
amenaza para sus respectivas naciones, y Putin estaba decidido a no
ceder ante las demandas de los terroristas, aunque ello costara vidas.
En Moscú, el asedio del teatro del Palacio de Cultura en octubre del
2002 se saldó con cien muertos, mientras que el de la escuela de Beslan,
en el 2004, causó 344 víctimas mortales, la mitad de ellas niños.


El floreciente culto a la personalidad y la ausencia de una oposición
eficaz permitieron a Putin una holgada reelección en el 2004. Su poder
quedó consolidado con el creciente prestigio internacional de Rusia, en
directa correlación con el aumento de los precios de la energía y una
economía en expansión. Las leyes electorales fueron modificadas, para
dificultar al máximo, por no decir impedir, que los partidos de la
oposición en ciernes desafiaran al poder establecido.


Entre bastidores, una alianza de antiguos miembros del KGB y el FSB,
agentes de policía y burócratas, conocidos en conjunto como siloviki (hombres de poder), parecía hacerse con el control. Las víctimas más destacadas de los silovikis han
sido los grandes oligarcas, obligados a marchar del país o procesados,
como el antiguo multimillonario del petróleo Mijaíl Jordorkovski,
sentenciado a ocho años en una cárcel siberiana por evasión de
impuestos, fraude y malversación, tras un juicio considerado injusto por
la mayoría de observadores. Incluso el presidente Bush discutió con
Putin sobre ello. A pesar de todo, la fiscalía rusa “niega
categóricamente” cualquier implicación política en el caso, afirmando
que “se han cometido graves delitos, que han quedado demostrados”.


A pesar de estas medidas, el Kremlin consideró necesario en el 2005
promover el sentimiento nacionalista y protegerse contra una Revolución
Naranja al estilo ucraniano con la fundación del grupo juvenil
ultranacionalista Nashi (“Nuestro”), ardientes partidarios de Putin y
Rusia Unida, que sumaba unos ciento veinte mil afiliados a finales del
2007, y que ha sido comparado tanto con el Komsomol (movimiento juvenil
soviético) como con las juventudes hitlerianas.


Al nombrar a Putin Hombre del Año 2007, la revista Time
escribió que “con una voluntad de hierro, y con un coste considerable
para los principios valorados por las naciones libres, Putin ha vuelto a
hacer de Rusia una potencia mundial”. Estos principios incluyen la
libertad de prensa y la democracia, como descubriría Gari Kaspárov,
antiguo gran maestro del ajedrez y fundador del grupo opositor “La Otra
Rusia” (www.theotherrussia.org), cuando su campaña presidencial fue aplastada.


UN PODER REGIONAL

En un campamento de verano del Nashi al que asistían 10 000
jóvenes en el verano del 2007, Putin arremetió contra la demanda
británica de extradición de Andréi Lugovoi. Lugovoi, ex agente del KGB, y
desde diciembre del 2007 miembro electo de la Duma del Estado, era
sospechoso de haber asesinado en noviembre del 2006 a Alexander
Litvinenko (ex agente del FSB contrario a Putin) mediante radiación
letal en Londres. Este sucio episodio arreciaría más tarde con la
expulsión de cuatro diplomáticos rusos de Londres, las protestas de
seguidores del Nashi ante la embajada británica en Moscú y el cierre del
British Council (acusado de violar leyes fiscales) por parte de las
autoridades rusas en San Petersburgo y en Yekaterinburgo.


Si a ello se añade la intensa batalla entre los socios británicos y
rusos de la empresa petrolera conjunta TNK-BP, y las quejas de la
embajada del Reino Unido por el acoso de los partidarios del Nashi
contra el embajador británico, podría fácilmente deducirse que esta
crisis es un repunte de la Guerra Fría entre Gran Bretaña y Rusia. Sin
embargo, la disminución de los requisitos de visado por ambas partes en
el 2008, para que los seguidores del club de fútbol Zenit, de San
Petersburgo, pudieran disputar la final de la Copa de la UEFA en
Manchester, y para que los seguidores británicos pudieran viajar a Moscú
semanas más tarde para asistir a la final de la Liga de Campeones entre
el Chelsea y el Manchester United, demostró que las relaciones entre
ambos países no estaban congeladas, ni mucho menos.


La victoria del Zenit fue seguida poco después por la de la Selección
Nacional de Hockey sobre Hielo en los campeonatos mundiales y el éxito
de la estrella pop Dima Bilan en Eurovisión; todos estos triunfos fueron
celebrados por los políticos y los ciudadanos como prueba de la
renovada confianza y poderío de Rusia en el escenario internacional.
Durante el último mandato presidencial de Putin, el Kremlin mostró cada
vez más su desacuerdo con la política exterior de EE UU (p. ej., rechazó
interrumpir el suministro de combustible nuclear a Irán) y su
determinación de mantener bajo su esfera de influencia a sus vecinos
proclives a la OTAN, sobre todo Ucrania, tras su Revolución Naranja, y
Georgia.


Las amenazas de Gazprom, la empresa más grande de Rusia, de cortar el
suministro de gas a Ucrania en el 2006 y 2008 por impago también hizo
temblar a Europa, una cuarta parte de cuyo consumo de gas proviene
asimismo de Gazprom, y pasa por Ucrania. Las relaciones con Georgia se
deterioraron gravemente de nuevo en agosto del 2008 cuando los dos
países se enfrentaron a causa de las regiones separatistas de Osetia del
Sur y Abjasia, que Rusia más tarde reconoció como países
independientes. El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergéi Lavrov,
al parecer dijo en una entrevista radiofónica con Ekho Moskvy: “Haremos
cualquier cosa para evitar que Georgia y Ucrania entren en la OTAN”.


Desde su llegada al poder en mayo del 2008, Medvédev ha sido vigilado
de cerca para detectar si utiliza sus poderes presidenciales para
invalidar a Putin, que sigue demostrando un activo interés tanto en la
política exterior como interior desde su nuevo cargo de primer ministro.
Ciertos observadores han mencionado la posibilidad de que el presidente
se limite a mantener caliente el asiento para que Putin pueda
presentarse de nuevo a las elecciones en el 2012, justo a tiempo, si
gana, para inaugurar los Juegos Olímpicos de invierno de Sochi en el
2014.



Fuente: Rusia 2 (marzo del 2009)


















No hay comentarios:

Publicar un comentario