Conversion to Judaism |
Lo primero: bienvenidos inmigrantes al judaísmo Por Rabino Celso Cukierkorn Publicado en The Jerusalem Post, el 15 de junio de 2006 Traducción: Ariel Mercado Ben Abraham ¿Qué tienen en común los debates que tanto dividen la opinión de los estadounidenses con respecto a las políticas de inmigración y el de los judíos con respecto a la conversión al judaísmo? Como rabino que recientemente se hizo estadounidense y quien está activamente involucrado en aconsejar a candidatos potenciales a convertirse al judaísmo, he observado que estas controversias, aparentemente inconexas entre sí, traen consigo inquietudes similares. Si hay trabajos disponibles, ¿debemos abrirle la puerta a quienes quieren ocuparlos? Si hay familias ya establecidas en EE.UU. y con niños nacidos aquí, ¿deberían ponerse menos trabas para obtener la ciudadanía estadounidense? Si el matrimonio mixto (entre judíos y no judíos), la baja tasa de natalidad y la secularización contribuyen a disminuir el número de judíos, ¿deberíamos ponérselo más fácil a quienes quieran adoptar nuestra religión? Si el marido es judío de nacimiento, ¿se debería simplificar la conversión al judaísmo de la esposa no judía? Si los EE.UU. son un crisol de culturas, un melting pot, y si convertirse al judaísmo significa literalmente unirse a una gran familia, entonces, ¿qué problema hay? En mi caso, soy judío de nacimiento, pero estadounidense por elección puesto que obtuve la ciudadanía americana hace poco más de un año. Incluso más significativo aún, he trabajado para guiar a decenas de judíos por elección en su viaje hacia la conversión. Utilizo Internet como vehículo para tenderle la mano y atraer a quienes puedan estar considerando unirse al pueblo judío. Muchos se preguntan por qué alguien que no nació judío querría convertirse al judaísmo y si alguien que creció con otras tradiciones puede en realidad adoptar una nueva. Mi propia experiencia como inmigrante me ha ayudado a entender las posibilidades para una transición tan profunda. Siempre seré brasileño porque me encanta el calor, la gente cálida y porque tengo recuerdos maravillosos de mi infancia. Sin embargo, escogí hacerme americano por un sinnúmero de motivos influenciados por razonamientos y justificaciones adultas. Aprendí sobre la historia de EE.UU., su constitución, su himno nacional y otros símbolos nacionales con ojos y oídos ya adultos, llenos de experiencia y madurez. Tengo confianza en que seré, o quizá ya lo soy, un participante informado y activo en nuestra democracia. Cuando tuve la primera oportunidad de votar en EE.UU. me aseguré, dos semanas antes, de dónde se encontraba el centro electoral e incluso fui uno de los primeros en la fila aquel martes de noviembre. Contrario a las personas entrevistadas en la calle por el presentador Jay Leno, yo sí sabía los nombres y reconocía la cara del secretario de defensa y de los senadores de mi estado (Mississsippi) así como la del alcalde de mi pueblo, Hattiesburg. Mi experiencia seguramente no es la única. Estoy convencido de que quienes escogen y se esfuerzan por llegar a obtener la ciudadanía a menudo se encuentran entre los ciudadanos más involucrados y mejor informados. Incluso más importante aún, aquéllos que provienen de otras sociedades y que han escogido esforzarse para alcanzar esa meta en EE.UU. aprecian de manera más inmediata las bendiciones que aportan la libertad de expresión y de reunión, y entienden de manera más personal el valor de la protección que nos ofrece nuestra constitución contra la injerencia del gobierno. Asimismo, sé por experiencia propia que quienes han escogido ser judíos poseen, por regla general, mejores conocimientos acerca de su religión adoptiva, saben distinguir mejor las diferencias entre su antigua y nueva religión, y tienden a ser participantes más genuinos en los rituales, obligaciones y principios de nuestra tradición. Da igual que les haya atraído la filosofía, historia, prácticas rituales o simplemente como muestra de amor a su pareja. Me sentiría más que encantado de tener los bancos de mi sinagoga repletos de conversos. En la mayoría de los casos se trata de adultos que han tomado decisiones adultas. Los inmigrantes tienden a ser estadounidenses de bien; los conversos tienden a ser buenos judíos por motivos similares. Habiendo dicho esto, ¿se deberá descalificar permanentemente a alguien que entró en los EE.UU. sin visado ahora que hay que pagar algún tipo de sanción (multa o tasas) y pasar por un proceso riguroso para conocer los detalles y mandatos de esta democracia? ¿Debería existir una prohibición rígida para que alguien se reconozca judío o para hacerse miembro de una sinagoga de cualquier rama que uno escoja? En estos tiempos modernos en los cuales la afiliación religiosa no es obligatoria, ¿por qué tiene que ser tan oneroso unirse a una sinagoga? Yo nací judío; no nací ortodoxo, conservador ni reformista. ¿Debemos entonces utilizar la halajá como arma contra quienes se quieren convertir al judaísmo? ¿No sería mejor buscar maneras para que la propia halajá sirva de puente para aceptar a los nuevos judíos? Además, cuando una persona que está interesada en la conversión se acerca a una sinagoga, ¿por qué hay que cuestionarse siempre la sinceridad del candidato, cuando sin embargo damos por hecho que los motivos de un judío de nacimiento son legítimos? Que no se me malinterprete. No estoy a favor de abrir las fronteras o que se regale la ciudadanía de manera gratuita. Tampoco deseo ver una ventanilla de conversión para llevar en la sinagoga del barrio. Debe haber estándares reales que ayuden al candidato a establecer las bases para una identidad judía positiva, y debe haber una investigación seria y asesoramiento sobre la exactitud, fluidez y sinceridad de las respuestas. Ahora bien, el accidente de haber nacido judío no hace a nadie diferente o especial, y no otorga ni debe otorgar el título de guardián o portero. Rehuyo de los patriotas estilizados, esos milicianos (¿o debería decir “minyancianos”?) que quieren tener a sus peones acorralados y luego enviarlos a casa, o que sólo aceptan a purasangres hablando desde la bimá o participando en Iom Kipur. Mi país adoptivo necesita y prosperará con la llegada de nuevos inmigrantes, tanto como mi religión natal necesita y prosperará con la llegada de quienes quieran rezar conmigo. Yo les doy la bienvenida y así lo deberían hacer ustedes. |
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