Archivos mensuales: agosto 2014
El ocaso de un reino
28
Jueves
Ago 2014
Jueves
Ago 2014
Me he referido en este blog, en dos ocasiones, al hecho de que la
presión fiscal, cuando se percibe como excesiva, puede provocar
alteraciones graves en la sociedad hasta llegar incluso a la forma de
revolución. Para ilustrarlo he utilizado dos artículos. Uno de ellos
nos mostraba cómo las revoluciones que separan la Edad Moderna de la
Contemporánea (las revoluciones francesa y norteamericana) tenían origen
en subidas de impuestos, mientras que el otro
hablaba de la decadencia de la clase acomodada de Roma, incapaz de
seguir sufragando los gastos de sus ciudades, lo que a la larga influyó
en la decadencia general y la caída del Imperio. Un artículo con un
ejemplo de la Edad Moderna y otro con un ejemplo de la Edad Antigua. ¿Y
no hay ningún ejemplo en la Edad Media? Pues sí, claro que lo hay, y
además bien cercano.
La Alta Edad Media en Hispania es una época muy interesante para los
aficionados a la Historia. El reino visigodo de Toledo es una entidad
política muy desarrollada, pero que dura relativamente poco hasta
alcanzar su fin en el año 711 con la invasión musulmana. Pero las cosas
no son tan simples, nunca lo son, como para pensar que sencillamente un
día llegó un ejército desde el norte de África y ocupó la Península
Ibérica militarmente. Lo cierto es que la sociedad visigoda se
descomponía y surgió una alternativa que resultaba mucho más barata.
Pero vayamos por partes.
Que el reino visigodo no estaba completamente cohesionado es evidente
a la vista de su turbulenta historia, y sus últimos años no son, por
supuesto, una excepción. El rey Wamba, por ejemplo, se enfrentó en 673,
al poco de subir al trono, a una sublevación en la Galia Narbonense, al
frente de la cual se puso nada menos que el hombre al que él había
enviado para sofocarla, el duque Paulo. Hay que decir que Wamba actuó
con una gran energía y puso fin al problema en menos de seis meses, pero
la gran extensión de la rebelión y su encabezamiento por el duque
demuestran el poco afecto de las capas altas de la sociedad por el orden
establecido. La deposición de Wamba es paradigmática: el 14 de octubre
del año 680 se sintió tan enfermo que se dejó revestir de hábitos
monásticos y tonsurar; en otras palabras, consintió en entrar en
religión como forma de penitencia ante su inminente muerte… que resultó
no ser tan inminente porque se recuperó. Pero eso daba igual a quienes
estaban involucrados en la intriga, ya que legalmente no podía ser rey
quien había sido tonsurado y Wamba tuvo que dejar el trono.
Los sucesores de Wamba actúan de forma que deja clara su debilidad:
Ervigio (680-687), por ejempo, sufrió el escaso interés de sus súbditos
por defender el reino, pero aun así tuvo que suavizar la ley militar de
su predecesor, puesto que la mitad de la población sufría la pena de
incapacidad de testificar en juicio reservada a quienes incumplían sus
obligaciones militares. Egica (687-702), por su parte, promulgó duras
leyes contra quienes conspiraban contra él, que no eran pocos. No sólo
se deterioraba la situación política: las malas cosechas golpeaban el
reino y la legislación sobre esclavos fugitivos hace suponer que las
fugas de aquella mano de obra tan necesaria eran frecuentes; peor aún:
los fugitivos no tenían más remedio que dedicarse al bandidaje,
empeorando la situación general. La economía empeoraba y lo demuestra
que las monedas del reinado de Witiza son de muy mala ley, es decir,
tienen poco metal noble, por lo que su valor es muy inferior al nominal,
lo que es una forma primitiva de devaluar la moneda.
Tan mal debía de estar la situación social, que en un concilio se
expresó la preocupación por el alto número de suicidios. Los súbditos
del reino no tenían interés en defenderlo, como demuestra la necesidad
de la ley militar de Witiza y su fracaso, pero es que apenas tenían
fuerzas para defender su propia vida. Y en estas circunstancias de
crisis social llegó el chispazo que haría estallar aquel mundo: al morir
Witiza en 710, su clan familiar intentó entronizar a su hijo Agila,
pero la asamblea de nobles designó rey al duque Don Rodrigo. Era
perfectamente legal, pero el clan witiziano no se iba a dar por vencido
fácilmente.
En estas circunstancias se produjo la intervención musulmana. El
porqué de su llegada no está completamente claro, pero sí se sabe que en
algún momento, antes o después de cruzar el Estrecho, pactaron con los
witizianos. En el momento en que el rey Rodrigo se enfrentaba a las
tropas invasoras en la batalla de Guadalete (julio del año 711) las alas
de su propio ejército, dirigidas por partidarios de los hijos de
Witiza, abandonaron la batalla. Si los witizianos esperaban conseguir
así el control del reino se vieron defraudados porque, comprendiendo la
debilidad visigoda, los musulmanes se lanzaron a una conquista total,
independientemente de los pactos que hubiesen alcanzado de antemano.
Toledo cayó en seguida y el mismo gobernador del norte de África, Muza,
(el proverbial Moro Muza) se animaba a pasar el Estrecho para no dejar
por completo en manos de su subalterno, el bereber Tariq, una empresa
que estaba resultando tan provechosa.
La ocupación fue muy rápida y, detalle interesante, relativamente
pacífica. Los invasores no realizaron ningún tipo de proselitismo o
persecución, al menos durante los primeros años (la historia de la
Hispania musulmana es tan larga que en ella la situación cambió varias
veces). Durante esta primera época, cristianos y judíos gozaron de
protección por motivos religiosos, puesto que las tres religiones forman
parte de una misma verdad revelada. Y no había grandes motivos para que
los habitantes de Hispania se alzaran contra los recién llegados: los
judíos se habían librado de las crueles leyes godas (Egica llegó a
decretar que se separase a los niños judíos de sus familias al cumplir
siete años), por lo que salían ganando con el cambio, y por su parte la
nobleza rural y los campesinos se convirtieron con frecuencia al Islam.
Los motivos fiscales de estas conversiones no son de desdeñar: sobre
los cristianos recaía un impuesto para los propietarios de terreno y una
tasa personal que venía a ser un impuesto sobre la renta. El diezmo
anual que pagaban los musulmanes era menos oneroso, por lo que las
conversiones fueron numerosas en el medio rural, que además estaba muy
abandonado por el clero visigodo. Se puede decir que a sus habitantes
tanto les daba una religión que otra y escogieron la opción más barata.
En las ciudades, sin embargo, el clero estaba mejor preparado
culturalmente y además no había impuesto territorial, por lo que los
incentivos eran menores y el cristianismo se conservó en gran medida.
Así que, después de todo, los motivos fiscales influyeron en un
cambio social tan brusco como fue el hundimiento del reino de Toledo y
su sustitución por la sociedad que evolucionaría hasta convertirse en el
Emirato de Córdoba. Una vez más, las personas que formaban aquella
comunidad no miraron por el bien de su rey, sus leyes o su religión sino
por su propio interés, y una vez más escogieron lo que les ofrecía
mayor beneficio. Puede que haya una enseñanza en todas estas historias, o
puede que no, pero si la hubiese, creo que en la moraleja se incluiría
el hecho de que los individuos sólo se sacrifican por una sociedad
cuando sienten que forman parte de ella.
Claro, que también es posible que no haya ninguna conclusión que
extraer y que los revolucionarios del siglo XVIII y los decuriones del
siglo IV de mis anteriores artículos no tengan nada que ver con los
españoles del siglo VIII. En este caso tampoco tendrían nada que ver con
nosotros, personas del siglo XXI y yo, personalmente, vería el futuro
de nuestra sociedad con mucho más optimismo.
presión fiscal, cuando se percibe como excesiva, puede provocar
alteraciones graves en la sociedad hasta llegar incluso a la forma de
revolución. Para ilustrarlo he utilizado dos artículos. Uno de ellos
nos mostraba cómo las revoluciones que separan la Edad Moderna de la
Contemporánea (las revoluciones francesa y norteamericana) tenían origen
en subidas de impuestos, mientras que el otro
hablaba de la decadencia de la clase acomodada de Roma, incapaz de
seguir sufragando los gastos de sus ciudades, lo que a la larga influyó
en la decadencia general y la caída del Imperio. Un artículo con un
ejemplo de la Edad Moderna y otro con un ejemplo de la Edad Antigua. ¿Y
no hay ningún ejemplo en la Edad Media? Pues sí, claro que lo hay, y
además bien cercano.
La Alta Edad Media en Hispania es una época muy interesante para los
aficionados a la Historia. El reino visigodo de Toledo es una entidad
política muy desarrollada, pero que dura relativamente poco hasta
alcanzar su fin en el año 711 con la invasión musulmana. Pero las cosas
no son tan simples, nunca lo son, como para pensar que sencillamente un
día llegó un ejército desde el norte de África y ocupó la Península
Ibérica militarmente. Lo cierto es que la sociedad visigoda se
descomponía y surgió una alternativa que resultaba mucho más barata.
Pero vayamos por partes.
Que el reino visigodo no estaba completamente cohesionado es evidente
a la vista de su turbulenta historia, y sus últimos años no son, por
supuesto, una excepción. El rey Wamba, por ejemplo, se enfrentó en 673,
al poco de subir al trono, a una sublevación en la Galia Narbonense, al
frente de la cual se puso nada menos que el hombre al que él había
enviado para sofocarla, el duque Paulo. Hay que decir que Wamba actuó
con una gran energía y puso fin al problema en menos de seis meses, pero
la gran extensión de la rebelión y su encabezamiento por el duque
demuestran el poco afecto de las capas altas de la sociedad por el orden
establecido. La deposición de Wamba es paradigmática: el 14 de octubre
del año 680 se sintió tan enfermo que se dejó revestir de hábitos
monásticos y tonsurar; en otras palabras, consintió en entrar en
religión como forma de penitencia ante su inminente muerte… que resultó
no ser tan inminente porque se recuperó. Pero eso daba igual a quienes
estaban involucrados en la intriga, ya que legalmente no podía ser rey
quien había sido tonsurado y Wamba tuvo que dejar el trono.
Los sucesores de Wamba actúan de forma que deja clara su debilidad:
Ervigio (680-687), por ejempo, sufrió el escaso interés de sus súbditos
por defender el reino, pero aun así tuvo que suavizar la ley militar de
su predecesor, puesto que la mitad de la población sufría la pena de
incapacidad de testificar en juicio reservada a quienes incumplían sus
obligaciones militares. Egica (687-702), por su parte, promulgó duras
leyes contra quienes conspiraban contra él, que no eran pocos. No sólo
se deterioraba la situación política: las malas cosechas golpeaban el
reino y la legislación sobre esclavos fugitivos hace suponer que las
fugas de aquella mano de obra tan necesaria eran frecuentes; peor aún:
los fugitivos no tenían más remedio que dedicarse al bandidaje,
empeorando la situación general. La economía empeoraba y lo demuestra
que las monedas del reinado de Witiza son de muy mala ley, es decir,
tienen poco metal noble, por lo que su valor es muy inferior al nominal,
lo que es una forma primitiva de devaluar la moneda.
Tan mal debía de estar la situación social, que en un concilio se
expresó la preocupación por el alto número de suicidios. Los súbditos
del reino no tenían interés en defenderlo, como demuestra la necesidad
de la ley militar de Witiza y su fracaso, pero es que apenas tenían
fuerzas para defender su propia vida. Y en estas circunstancias de
crisis social llegó el chispazo que haría estallar aquel mundo: al morir
Witiza en 710, su clan familiar intentó entronizar a su hijo Agila,
pero la asamblea de nobles designó rey al duque Don Rodrigo. Era
perfectamente legal, pero el clan witiziano no se iba a dar por vencido
fácilmente.
En estas circunstancias se produjo la intervención musulmana. El
porqué de su llegada no está completamente claro, pero sí se sabe que en
algún momento, antes o después de cruzar el Estrecho, pactaron con los
witizianos. En el momento en que el rey Rodrigo se enfrentaba a las
tropas invasoras en la batalla de Guadalete (julio del año 711) las alas
de su propio ejército, dirigidas por partidarios de los hijos de
Witiza, abandonaron la batalla. Si los witizianos esperaban conseguir
así el control del reino se vieron defraudados porque, comprendiendo la
debilidad visigoda, los musulmanes se lanzaron a una conquista total,
independientemente de los pactos que hubiesen alcanzado de antemano.
Toledo cayó en seguida y el mismo gobernador del norte de África, Muza,
(el proverbial Moro Muza) se animaba a pasar el Estrecho para no dejar
por completo en manos de su subalterno, el bereber Tariq, una empresa
que estaba resultando tan provechosa.
La ocupación fue muy rápida y, detalle interesante, relativamente
pacífica. Los invasores no realizaron ningún tipo de proselitismo o
persecución, al menos durante los primeros años (la historia de la
Hispania musulmana es tan larga que en ella la situación cambió varias
veces). Durante esta primera época, cristianos y judíos gozaron de
protección por motivos religiosos, puesto que las tres religiones forman
parte de una misma verdad revelada. Y no había grandes motivos para que
los habitantes de Hispania se alzaran contra los recién llegados: los
judíos se habían librado de las crueles leyes godas (Egica llegó a
decretar que se separase a los niños judíos de sus familias al cumplir
siete años), por lo que salían ganando con el cambio, y por su parte la
nobleza rural y los campesinos se convirtieron con frecuencia al Islam.
Los motivos fiscales de estas conversiones no son de desdeñar: sobre
los cristianos recaía un impuesto para los propietarios de terreno y una
tasa personal que venía a ser un impuesto sobre la renta. El diezmo
anual que pagaban los musulmanes era menos oneroso, por lo que las
conversiones fueron numerosas en el medio rural, que además estaba muy
abandonado por el clero visigodo. Se puede decir que a sus habitantes
tanto les daba una religión que otra y escogieron la opción más barata.
En las ciudades, sin embargo, el clero estaba mejor preparado
culturalmente y además no había impuesto territorial, por lo que los
incentivos eran menores y el cristianismo se conservó en gran medida.
Así que, después de todo, los motivos fiscales influyeron en un
cambio social tan brusco como fue el hundimiento del reino de Toledo y
su sustitución por la sociedad que evolucionaría hasta convertirse en el
Emirato de Córdoba. Una vez más, las personas que formaban aquella
comunidad no miraron por el bien de su rey, sus leyes o su religión sino
por su propio interés, y una vez más escogieron lo que les ofrecía
mayor beneficio. Puede que haya una enseñanza en todas estas historias, o
puede que no, pero si la hubiese, creo que en la moraleja se incluiría
el hecho de que los individuos sólo se sacrifican por una sociedad
cuando sienten que forman parte de ella.
Claro, que también es posible que no haya ninguna conclusión que
extraer y que los revolucionarios del siglo XVIII y los decuriones del
siglo IV de mis anteriores artículos no tengan nada que ver con los
españoles del siglo VIII. En este caso tampoco tendrían nada que ver con
nosotros, personas del siglo XXI y yo, personalmente, vería el futuro
de nuestra sociedad con mucho más optimismo.
El elefante imperceptible
03
Domingo
Ago 2014
Domingo
Ago 2014
Llevamos unos días ajetreados a causa del gran escándalo de las
riquezas de la familia de Jordi Pujol, que confesó hace unos días haber
mantenido cuentas ocultas en el extranjero durante 34 años. Según él, el
dinero procede de una herencia y, vaya por Dios, no encontró el momento
adecuado para declarar su existencia en todo este tiempo. Al final
encontró un ratito, justo cuando las investigaciones sobre evasión
fiscal estrechaban el cerco sobre él y su familia. Según han pasado los
días se ha ido sabiendo más y ha ido creciendo la cantidad oculta. Hoy
mismo se publica que la fortuna evadida podría llegar hasta 1.800
millones de euros.
Paralelamente ha ido asomando una pregunta, mejor dicho la pregunta:
¿y nadie se había enterado de esto? Resulta que al parecer sí se había
enterado mucha gente, pero era mucho más saludable fingir que no se
sabía nada y que frases como aquella sobre el 3% en referencia a las
comisiones ilegales no pasaban de ser exabruptos. En una palabra, acatar
la ley del silencio, la omertá, que acertadamente califica Anita Noire
como lo peor de todo el asunto en este artículo
de su blog. Los americanos tienen una expresión para definir estas
situaciones en las que hay algo evidente que todo el mundo conoce, que
es imposible no ver, pero que se finge no percibir. Dicen que hay “un
elefante en la habitación”. Es imposible que pase desapercibido,
¿verdad? Sin embargo, cuando al fin alguien menciona su existencia y es
imposible seguir fingiendo todo el mundo lo contempla asombrado. Vaya,
quién iba a pensar que estuviera allí.
Quizás el mejor ejemplo de apertura de ojos colectiva sea el de
Alemania al finalizar la Segunda Guerra Mundial y la mejor forma de
expresarlo venga de una obra de ficción. Quien haya visto “Vencedores o
vencidos” (lamentable título para la película titulada originalmente
“Judgment at Nuremberg”) recordará a Richard Widmark exclamando
sarcásticamente “¿No se han enterado? No hay ni un solo nazi en
Alemania. Nunca los ha habido”. Pero no quiero hablar de este asunto
para no caer en la célebre Ley de Godwin, según la cual, sea cual sea el
tema de discusión, a la larga siempre aparece alguien que hace una
comparación con la Alemania nazi. Para evitarlo me iré a otro momento en
el que también se abrieron bruscamente los ojos de muchas personas que,
mira por dónde, no se habían enterado de nada. Fue en 1956 durante el
XX congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética).
Al morir Stalin en 1953, la URSS se encontró con una dirección
colectiva: Malenkov era jefe de gobierno, Kruschev controlaba el
partido, Beria dominaba la policía y Molotov controlaba la diplomacia.
Que este tipo de arreglos es provisional lo sabemos desde que murió
Alejandro Magno. En este caso fue Kruschev, que tenía la ventaja de
dominar el partido y por tanto de controlar la ortodoxia, quien logró
quedar como heredero único. Lo que nadie podía esperar era lo que
ocurriría apenas el nuevo mandatario comenzara a sentirse seguro en su
posición. A principios de 1956 se celebró el primer congreso del PCUS
desde la muerte de Stalin. Podría haber transcurrido como un
acontecimiento anodino, con interés sólo para historiadores muy versados
en la materia, si no fuera por lo que ocurrió el último día, en sesión
cerrada. Fue el momento en el que Kruschev leyó su célebre discurso secreto.
Hasta aquel momento Stalin era el gran padre de la patria, comparable
sólo a Lenin, pero de pronto, en el discurso, su sucesor empezó a
enumerar sus defectos, a denunciar las grandes purgas en las que se
falsificaban pruebas contra quienes eran declarados enemigos del pueblo,
a desvelar la desconfianza de Lenin hacia quien a la postre le
sucedería, y así sucesivamente ante los ojos asombrados de los
asistentes. Era un discurso en el que además se denunciaban las
deportaciones masivas, contrarias al ideal de Estado multinacional y,
sobre todo, se criticaba el culto a la personalidad. Los asistentes
escucharon cómo el hasta entonces dirigente clarividente, genio
estratégico, héroe de la gran guerra patriótica contra el invasor
alemán, era acusado de haber escrito él mismo su biografía en los
términos más aduladores y serviles. Kruschev puso otros ejemplos de
autobombo, como la creación del premio Stalin, su nombre dado a empresas
y ciudades… hasta el himno nacional contenía una frase alabando a
Stalin. Tras la crítica, Kruschev llamaba a la prudencia, para no dar
argumentos a los enemigos del país, y por eso tardó tanto en conocerse
el discurso en detalle: pasó casi un mes hasta que se divulgó en el
extranjero y hasta 1988, en plena perestroika, no se publicó el texto íntegro en la URSS.
Lo fantástico del caso es que mientras Kruschev se preguntaba cómo
Stalin podía describirse a sí mismo como un hombre alejado de la vanidad
y el engreimiento cuando paralelamente fomentaba el culto a su persona,
los delegados presentes escuchaban como si estuvieran descubriéndoles
un mundo nuevo cuando es imposible que no conocieran los asuntos que
desgranaba su nuevo dirigente. En el discurso, Kruschev se preguntaba
retóricamente por qué no se había rebelado el Politburó, pero la
respuesta la tenía delante con sólo levantar la mirada: los mismos
delegados que estaban descubriendo la otra cara de Stalin sin
rechistar habrían aplaudido con entusiasmo un discurso en el que se
propusiera rendirle honores póstumos.
Por eso no tiene nada de extraño que hoy de pronto una parte
mayoritaria de la sociedad, la prensa, la política y el mundo
empresarial descubran con sorpresa que la familia Pujol ocultaba un imperio económico de turbia procedencia sin que nadie
sospechara lo que se escondía bajo su apacible apariencia.
Probablemente no viviré para verlo, pero dentro de 50 años los libros de
Historia describirán la sorpresa con que se recibe la existencia de la
fortuna oculta de Pujol con los mismos términos con que los libros de
hoy describen el efecto del discurso de Kruschev: un silencio helado.
Caramba, entonces… ¿aquel barritar, ese olor, aquella trompa, esas
orejas… eran porque había un elefante en la habitación? Tanta gente
dentro y nadie se había percatado de su presencia hasta ahora. Cité
antes una película y me despediré citando otra, Casablanca, en
la que el capitán Renault exclama indignado mientas le entregan lo que
ha ganado en la ruleta “¡Qué escándalo, he descubierto que aquí se
juega!”.
riquezas de la familia de Jordi Pujol, que confesó hace unos días haber
mantenido cuentas ocultas en el extranjero durante 34 años. Según él, el
dinero procede de una herencia y, vaya por Dios, no encontró el momento
adecuado para declarar su existencia en todo este tiempo. Al final
encontró un ratito, justo cuando las investigaciones sobre evasión
fiscal estrechaban el cerco sobre él y su familia. Según han pasado los
días se ha ido sabiendo más y ha ido creciendo la cantidad oculta. Hoy
mismo se publica que la fortuna evadida podría llegar hasta 1.800
millones de euros.
Paralelamente ha ido asomando una pregunta, mejor dicho la pregunta:
¿y nadie se había enterado de esto? Resulta que al parecer sí se había
enterado mucha gente, pero era mucho más saludable fingir que no se
sabía nada y que frases como aquella sobre el 3% en referencia a las
comisiones ilegales no pasaban de ser exabruptos. En una palabra, acatar
la ley del silencio, la omertá, que acertadamente califica Anita Noire
como lo peor de todo el asunto en este artículo
de su blog. Los americanos tienen una expresión para definir estas
situaciones en las que hay algo evidente que todo el mundo conoce, que
es imposible no ver, pero que se finge no percibir. Dicen que hay “un
elefante en la habitación”. Es imposible que pase desapercibido,
¿verdad? Sin embargo, cuando al fin alguien menciona su existencia y es
imposible seguir fingiendo todo el mundo lo contempla asombrado. Vaya,
quién iba a pensar que estuviera allí.
Quizás el mejor ejemplo de apertura de ojos colectiva sea el de
Alemania al finalizar la Segunda Guerra Mundial y la mejor forma de
expresarlo venga de una obra de ficción. Quien haya visto “Vencedores o
vencidos” (lamentable título para la película titulada originalmente
“Judgment at Nuremberg”) recordará a Richard Widmark exclamando
sarcásticamente “¿No se han enterado? No hay ni un solo nazi en
Alemania. Nunca los ha habido”. Pero no quiero hablar de este asunto
para no caer en la célebre Ley de Godwin, según la cual, sea cual sea el
tema de discusión, a la larga siempre aparece alguien que hace una
comparación con la Alemania nazi. Para evitarlo me iré a otro momento en
el que también se abrieron bruscamente los ojos de muchas personas que,
mira por dónde, no se habían enterado de nada. Fue en 1956 durante el
XX congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética).
Al morir Stalin en 1953, la URSS se encontró con una dirección
colectiva: Malenkov era jefe de gobierno, Kruschev controlaba el
partido, Beria dominaba la policía y Molotov controlaba la diplomacia.
Que este tipo de arreglos es provisional lo sabemos desde que murió
Alejandro Magno. En este caso fue Kruschev, que tenía la ventaja de
dominar el partido y por tanto de controlar la ortodoxia, quien logró
quedar como heredero único. Lo que nadie podía esperar era lo que
ocurriría apenas el nuevo mandatario comenzara a sentirse seguro en su
posición. A principios de 1956 se celebró el primer congreso del PCUS
desde la muerte de Stalin. Podría haber transcurrido como un
acontecimiento anodino, con interés sólo para historiadores muy versados
en la materia, si no fuera por lo que ocurrió el último día, en sesión
cerrada. Fue el momento en el que Kruschev leyó su célebre discurso secreto.
Hasta aquel momento Stalin era el gran padre de la patria, comparable
sólo a Lenin, pero de pronto, en el discurso, su sucesor empezó a
enumerar sus defectos, a denunciar las grandes purgas en las que se
falsificaban pruebas contra quienes eran declarados enemigos del pueblo,
a desvelar la desconfianza de Lenin hacia quien a la postre le
sucedería, y así sucesivamente ante los ojos asombrados de los
asistentes. Era un discurso en el que además se denunciaban las
deportaciones masivas, contrarias al ideal de Estado multinacional y,
sobre todo, se criticaba el culto a la personalidad. Los asistentes
escucharon cómo el hasta entonces dirigente clarividente, genio
estratégico, héroe de la gran guerra patriótica contra el invasor
alemán, era acusado de haber escrito él mismo su biografía en los
términos más aduladores y serviles. Kruschev puso otros ejemplos de
autobombo, como la creación del premio Stalin, su nombre dado a empresas
y ciudades… hasta el himno nacional contenía una frase alabando a
Stalin. Tras la crítica, Kruschev llamaba a la prudencia, para no dar
argumentos a los enemigos del país, y por eso tardó tanto en conocerse
el discurso en detalle: pasó casi un mes hasta que se divulgó en el
extranjero y hasta 1988, en plena perestroika, no se publicó el texto íntegro en la URSS.
Lo fantástico del caso es que mientras Kruschev se preguntaba cómo
Stalin podía describirse a sí mismo como un hombre alejado de la vanidad
y el engreimiento cuando paralelamente fomentaba el culto a su persona,
los delegados presentes escuchaban como si estuvieran descubriéndoles
un mundo nuevo cuando es imposible que no conocieran los asuntos que
desgranaba su nuevo dirigente. En el discurso, Kruschev se preguntaba
retóricamente por qué no se había rebelado el Politburó, pero la
respuesta la tenía delante con sólo levantar la mirada: los mismos
delegados que estaban descubriendo la otra cara de Stalin sin
rechistar habrían aplaudido con entusiasmo un discurso en el que se
propusiera rendirle honores póstumos.
Por eso no tiene nada de extraño que hoy de pronto una parte
mayoritaria de la sociedad, la prensa, la política y el mundo
empresarial descubran con sorpresa que la familia Pujol ocultaba un imperio económico de turbia procedencia sin que nadie
sospechara lo que se escondía bajo su apacible apariencia.
Probablemente no viviré para verlo, pero dentro de 50 años los libros de
Historia describirán la sorpresa con que se recibe la existencia de la
fortuna oculta de Pujol con los mismos términos con que los libros de
hoy describen el efecto del discurso de Kruschev: un silencio helado.
Caramba, entonces… ¿aquel barritar, ese olor, aquella trompa, esas
orejas… eran porque había un elefante en la habitación? Tanta gente
dentro y nadie se había percatado de su presencia hasta ahora. Cité
antes una película y me despediré citando otra, Casablanca, en
la que el capitán Renault exclama indignado mientas le entregan lo que
ha ganado en la ruleta “¡Qué escándalo, he descubierto que aquí se
juega!”.
Seguir
No hay comentarios:
Publicar un comentario