sábado, 17 de septiembre de 2016

El Holocausto y el Programa de divulgación de las Naciones Unidas

El Holocausto y el Programa de divulgación de las Naciones Unidas







El Holocausto y la colección de documentos de debate de las Naciones Unidas

Documento de debate #8

La historia de los judíos en Europa durante el siglo xix y principios del siglo xx

por la Profesora Monika Richarz

Profesora Emérita de la Universidad de Hamburgo (Alemania)
Anterior Directora del Instituto de Historia de los Judíos Alemanes de
Hamburgo.

Al debatir la experiencia del pueblo
judío, es importante estudiar la vida judía antes de la tragedia del
Holocausto. Los judíos eran seres humanos con su propia historia,
cultura e individualidades. Considerarlos sólo víctimas implica
deshumanizarlos. Este artículo describirá los factores que afectan a la
integración de los judíos en la sociedad y las condiciones sociales y
económicas que regían sus vidas antes del Holocausto.
1. Emancipación
Los judíos habían vivido en muchas partes
de Europa desde que llegaron aquí con los romanos. Se los consideraba
una nación especial. Bajo el dominio cristiano en el Sacro Imperio
Romano, sus libertades y derechos llegaron a estar muy limitados. En el
siglo XVIII en toda Europa, los judíos todavía no tenían libertad de
circulación y sólo podían asentarse en territorios donde hubieran
recibido permiso especial. Muchos gobernantes cerraron sus países a los
judíos por completo. Incluso cuando se los admitía, los judíos en muchos
Estados no podían comprar tierras ni viviendas. En algunas ciudades
tenían que permanecer en zonas asignadas llamadas "guetos", de las que
sólo podían salir durante el día. Además, los judíos sufrían numerosas
restricciones en sus trabajos. En la mayoría de los Estados, todos los
puestos de trabajo les estaban prohibidos excepto el comercio y el
préstamo de dinero.
Los judíos franceses fueron los primeros
en emanciparse en Europa. En 1791, el Parlamento revolucionario francés
les concedió igualdad jurídica, lo que significaba plena ciudadanía sin
ninguna condición. Pero el resto de Europa no siguió este modelo de
emancipación instantánea. Aunque en los Estados de Europa occidental y
central, entre ellos Inglaterra e Italia, los judíos finalmente llegaron
a emanciparse poco a poco durante el siglo XIX, esto no sucedió en la
Rusia imperial, donde residía la mayoría de la población judía europea.
El Gobierno zarista obligaba a los judíos a asentarse sólo en una zona
determinada de Rusia, la llamada "empalizada" o distrito de
asentamiento. Aquí y en las zonas de las que Rusia se había apoderado
tras la división de Polonia, la mayoría de los judíos vivían en una gran
pobreza, apiñados en ciudades donde a menudo formaban la mayoría de los
habitantes. Muchos de ellos no tenían ningún trabajo y dependían de
limosnas. Sólo a algunos miembros de la reducida clase alta judía se les
permitía vivir en Moscú o San Petersburgo. La discriminación jurídica
de los judíos incluso aumentó durante el siglo XIX porque el Gobierno
zarista consideraba que los judíos eran un elemento revolucionario en
potencia. En 1887, se introdujo un sistema de cuotas para estudiantes
judíos, lo que provocó que muchos judíos rusos estudiaran en Alemania,
Austria o Suiza. Después de que el Zar Alexander II fuera asesinado en
1881, se produjeron muchas revueltas y pogromos contra los judíos en
Rusia hasta la primera guerra mundial. Esto y la extrema pobreza de los
judíos provocaron su emigración masiva. Entre 1881 y 1914, alrededor de 2
millones de judíos abandonaron Rusia, la mayoría emigró a los Estados
Unidos de América. Una vez que la Revolución de Octubre acabó con el
dominio zarista, los judíos rusos llegaron a emanciparse finalmente.
Habían hecho falta 125 años para que la
emancipación llegara a ser efectiva para todos los judíos de Europa.
Pero esto no significaba que realmente disfrutaran de todos los derechos
constitucionales. Con bastante frecuencia las administraciones
socavaban la constitución. En la Alemania Imperial, por ejemplo, era
casi imposible que un judío llegara a ser catedrático de humanidades o
miembro de los cuerpos de oficiales, aun cuando estuviera muy
cualificado. Estos puestos simplemente no se otorgaban a judíos. Así
que, al analizar la situación de una minoría, no basta con considerar su
condición jurídica sino que también han de examinarse las prácticas
sociales. La emancipación no funciona si la sociedad no acepta a una
minoría como igual. Y la aceptación de los judíos era un factor que
variaba en gran medida de un Estado a otro y también a lo largo de la
historia.
En general, se puede decir que la
aceptación dependía del impacto que el antisemitismo tenía en una
sociedad. En Rusia, la numerosa minoría judía se consideraba a sí misma
una nación y estaba menos adaptada a la cultura del lugar que los judíos
de Occidente, lo que hizo que su posición en la sociedad corriera
incluso mayor peligro. El antisemitismo existía más o menos en todas las
sociedades europeas del siglo XIX y siguió en aumento hasta la segunda
guerra mundial. Con frecuencia se culpaba a los judíos de los problemas
económicos y sociales que acompañaban al auge del capitalismo y la
industrialización. Pero, mientras que en Europa oriental el
antisemitismo incluso llevó a extensos pogromos, en Europa occidental
todavía se expresaba en la mayoría de los casos por escrito y poniendo
obstáculos sociales para los judíos. La mejora de la situación social de
los judíos occidentales durante el siglo XIX asustaba especialmente a
la clase media burguesa que se convirtió en el principal defensor de
ideas antisemitas.
2. Aculturación
Como ya se ha dicho, en Europa central la
aculturación se consideraba un requisito previo para la emancipación. La
aculturación es un término moderno. En el siglo XIX, se usaba el
término "asimilación", que implica una adaptación mucho más radical,
incluso hasta el extremo de la absorción. Se suponía que los judíos
debían renunciar a su cultura nacional a fin de convertirse, desde el
punto de vista cultural, en alemanes, franceses, etc. Algunos defensores
de la asimilación asumían que la minoría judía acabaría aceptando el
cristianismo y finalmente desaparecería a causa del matrimonio mixto. En
contraposición a esto, la aculturación es un término menos radical y
más académico que implica que las personas aceptan una nueva cultura o
parte de ella, pero no renuncian por completo a sus propias tradiciones.
Este término describe con mayor precisión lo que pasó en realidad en
las sociedades de Europa occidental y también —aunque en menor medida—
de Europa oriental. ¿Por qué la cuestión de la aculturación llegó a ser
tan importante en Europa occidental durante la emancipación? Antes de la
emancipación, los judíos tradicionalmente habían sido una nación
separada con su propia cultura. No sólo tenían su propia religión, sino
sus propias comunidades, sus propias escuelas y profesiones, y vestían,
escribían y hablaban de forma distinta. Esto se consideraba un obstáculo
para la ciudadanía plena en muchos Estados naciones modernos. Se
esperaba que los judíos se abrieran al mundo que los rodeaba y
abandonaran su gueto cultural para convertirse en ciudadanos judíos
individuales. Éste era un cambio revolucionario que la mayor parte de
los judíos de Europa occidental con el tiempo estuvieron dispuestos a
aceptar. Pero en Polonia y Rusia la numerosa población judía en su
mayoría mantenía sus tradiciones culturales. Una expresión simbólica de
esto era su lengua, llamada yiddish, que se escribe con el alfabeto
hebreo pero procede del alemán medieval y contiene influencias de
vocabulario hebreo y polaco. En el siglo XVIII, el yiddish todavía lo
hablaban judíos de toda Europa en una versión oriental y otra
occidental. Eso permitía las conexiones entre todas las comunidades
judías europeas. De alguna manera, los judíos de la época premoderna
constituían una comunidad europea transnacional. Esto era evidente, por
ejemplo, en las redes de matrimonio o en los órganos estudiantiles de
las famosas escuelas talmúdicas para estudios religiosos avanzados. Pero
nunca existió ninguna organización coordinadora religiosa o política
para todas estas comunidades judías europeas. Cada una se gobernaba a sí
misma de forma independiente mediante una junta comunitaria que también
contrataba a un rabino si la comunidad podía permitírselo.
Naturalmente habían existido diferencias
religiosas y culturales entre los judíos de Europa oriental y
occidental, pero éstas no eran tan importantes mientras todos los judíos
europeos compartieran su vida tradicional y cultura común. Esto acabó
en la segunda mitad del siglo XVIII cuando en Alemania surgió la
Haskalá, la ilustración judía. Este movimiento abrió por primera vez la
mente judía a la cultura de Europa. Moses Mendelssohn (1729 a 1786) en
Berlín, siendo él mismo un judío ortodoxo, se convirtió en el
representante más conocido de la Haskalá y defendía la emancipación
judía. Además tradujo la biblia hebrea al alemán con objeto de enseñar a
los judíos la lengua de la cultura que los rodeaba. Esta traducción fue
prohibida por los rabinos polacos que creían que la biblia debía leerse
únicamente en la sagrada lengua hebrea.
A partir de entonces las diferencias
culturales y religiosas entre los judíos orientales y occidentales
llegaron a ser mucho más fuertes y pronto se distanciaron unos de otros.
En Europa occidental, los judíos adoptaron la cultura contemporánea con
rapidez. Aunque Mendelssohn había estado combinando la cultura judía y
europea, la siguiente generación comenzó a desatender las tradiciones
judías y defendía la introducción de reformas religiosas en el judaísmo.
Dejaban de hablar yiddish occidental, aprendían menos hebreo y se
convertían culturalmente en alemanes. La religión judía, que
anteriormente había dominado casi todos los aspectos de sus vidas, era
objeto de reformas para ajustarse mejor a la vida moderna. Éste fue el
nacimiento del judaísmo liberal.
Esta revolución cultural que tuvo lugar a
lo largo de tan sólo dos generaciones impactó a la mayoría de judíos de
Europa oriental aunque una minoría de ellos se sentía atraída por ella.
Pero en Lituania, Polonia y Rusia la Haskalá nunca llegó a arraigar. Las
masas pobres seguían su vida tradicional respetando las leyes rituales
judías. El Gobierno zarista intentó con poco éxito obligarlos a que se
adaptaran a la vida moderna fundando escuelas judías con asignaturas
laicas en el plan de estudios. Los judíos de Europa oriental seguían
hablando yiddish y se desarrolló una literatura importante en esta
lengua. No obstante, a finales del siglo XIX, incluso aquí los cambios
llegaron a ser evidentes. La ausencia extrema de trabajo obligó a
algunos judíos a trabajar en fábricas y convertirse así en trabajadores
industriales. Aquí se encontraron con ideas socialistas y vida sindical.
En 1897, los judíos fundaron el Bund, la federación de trabajadores
judíos de Lituania, Polonia y Rusia. Esta organización servía de
sindicato y llegó a formar parte del Partido Socialista ruso. Además de
este movimiento laboral judío, el movimiento nacional judío también tuvo
su origen en Europa oriental. La opresión producida por la pobreza y
los pogromos hizo que muchos judíos buscaran una solución. Millones de
judíos emigraron a los Estados Unidos de América. Puesto que los judíos
orientales se percibían a sí mismos como una nación judía distinta,
algunos veían la solución en el regreso a Sion y la fundación de un
Estado judío.
En Europa occidental, el movimiento
sionista se enfrentaba a una fuerte oposición por parte de la mayoría de
los judíos. Éstos no solo habían llegado a adaptarse a la cultura del
lugar sino que ya eran ciudadanos patrióticos de sus países y, en gran
medida, llegaron a ser clase media. Se sentían amenazados por el
sionismo porque tenían mucho que perder. No querían que se cuestionase
su lealtad a su país ni poner en peligro su ciudadanía. Por lo tanto, en
Europa occidental el movimiento sionista crecía muy lentamente y en su
mayor parte lo hacía entre los jóvenes. Muy pocos judíos occidentales
emigraron a Palestina antes de 1933.
3. Demografía, urbanización y migración
Hasta la segunda guerra mundial, Europa
fue el centro de todos los judíos del mundo. En 1939, a principios de la
guerra, el 58% de la población judía mundial todavía residía en Europa:
el Holocausto puso en peligro a más de la mitad de los judíos del
mundo.
La distribución de la población judía en
Europa era muy desigual. Antes de 1880, alrededor de 4,2 millones de
judíos vivían en Europa oriental, la mayor parte en pequeñas ciudades de
Lituania, Polonia y Rusia, frente a los 2,5 millones que vivían en los
Estados de Europa central y occidental. Alrededor de medio millón de
judíos vivía en la Alemania Imperial, lo que tan sólo representaba menos
del 1% de la población alemana. En Francia y Gran Bretaña, la población
judía era aún menor. Hasta 1918, Polonia había dejado de existir como
Estado independiente, pero cuando apareció de nuevo contaba con unos 3,3
millones de ciudadanos judíos que representaban el 10% de la población
polaca. Éste era el Estado europeo con mayor densidad de población
judía.
Desde entonces los judíos de Europa
occidental consiguieron emanciparse y pudieron desplazarse libremente,
emigraron a las ciudades donde tenían mejores oportunidades para ganarse
la vida, ampliar sus negocios, estudiar o comenzar una profesión. Esto
dio lugar a que la urbanización judía creciera rápidamente. Tras la
primera guerra mundial, se habían desarrollado grandes comunidades
judías en las capitales. La concentración de la población judía en
grandes ciudades tuvo un fuerte impacto en su estilo de vida y la hizo
más visible en la economía y en la cultura. Los recién llegados a la
vida de la ciudad se adaptaban culturalmente con mucha rapidez porque en
su mayoría pertenecían a la generación más joven que a menudo se mudaba
a la ciudad para obtener mejor formación. Mejoró la situación social y
muchos judíos, excepto los inmigrantes recientes, ascendían a la clase
media burguesa. Cada vez eran más los judíos occidentales que
abandonaban todas las prácticas religiosas. Muchos desarrollaron una
identidad judía laica, uniéndose a organizaciones judías y casándose
sólo con judíos.
4. La estructura laboral judía
Los trabajos de los judíos en Europa
oriental y occidental mostraban similitudes pero también diferencias
obvias. En el siglo XX, al menos la mitad o más de los judíos de Oriente
y Occidente permanecían en sus trabajos tradicionales de comercio. Este
sector de la economía ofrecía nuevas oportunidades desde que la
industrialización había aumentado mucho la producción de bienes de
consumo. Mientras que en Europa oriental la mayoría de los judíos apenas
conseguían ganarse la vida con un comercio insignificante, los judíos
occidentales desarrollaban nuevas profesiones en el comercio. Los judíos
que habían sido vendedores ambulantes ahora llegaban a ser tenderos,
representantes comerciales o incluso mayoristas. Los judíos también
fundaron los primeros grandes almacenes y las primeras empresas de
compra por correo. Algunos incluso pasaron del comercio a la producción,
abrieron imprentas y editoriales, y se introdujeron con mucho éxito en
la industria de la confección. En Alemania, los judíos también se
convirtieron en empresarios de las industrias metalúrgica, química y
eléctrica, así como en la minería de carbón. Los judíos europeos seguían
trabajando en el sector bancario y en la financiación de la
industrialización.
En muchas ciudades occidentales como
Berlín, Hamburgo o Viena, se desarrolló una amplia clase media judía en
el siglo XIX. Los judíos accedían cada vez más a las universidades y
llegaban a ser profesionales. La mayoría de los estudiantes judíos
estudiaban medicina o se formaban para convertirse en abogados y
trabajar por cuenta propia a fin de evitar el posible antisemitismo por
parte de empleadores. La proporción de judíos que estudiaba en las
universidades y accedía a las profesiones aumentaba, lo cual, comparado
con la población judía de aquella época, era muy significativo. Por
ejemplo, en 1925 en Alemania, el 26% de todos los abogados y el 15% de
todos los médicos eran judíos, aunque los judíos representaban sólo el
1% de la población general.
Aunque la estructura laboral judía en la
Rusia zarista seguía siendo mucho más tradicional, se produjo cierta
modernización. No obstante, la mayoría de los judíos eran pequeños
comerciantes o artesanos pobres, a menudo trabajaban como sastres y
algunos se dedicaban a la manufacturación y llegaban a ser empresarios
importantes en determinados sectores de la economía. Pero en Europa
oriental, la clase media y alta judía seguía siendo reducida y sólo
estaba adaptada en parte a la cultura del lugar.
5. Los judíos como creadores de la cultura europea
Desde el principio de la Haskalá, los
judíos no sólo llegaron a ser consumidores de la cultura europea sino
que también participaron en su creación. Pronto hubo judíos de gran
talento que llegaron a destacar en las artes, las ciencias y las
humanidades. A finales del siglo XIX, Viena, Berlín y Praga se
convirtieron en centros culturales con la sólida participación de sus
élites judías adaptadas culturalmente. Había personas de procedencia
judía muy destacadas en la escena literaria vienesa, especialmente entre
los dramaturgos, poetas y periodistas. En algunos campos, en particular
la psicología y la música, los judíos rompieron con las tradiciones de
la profesión. Entre ellos, el más conocido es Sigmund Freud (1856 a
1939), el creador vienés del psicoanálisis. El escritor checo Franz
Kafka (1883 a 1924) alcanzó la fama mundial. Al igual que Viena, Berlín
era un centro de escritores y periodistas judíos, así como de actores y
directores de teatro. Pero en Berlín, los judíos también participaban en
gran medida en los campos de la física, la química y la biología. Entre
los científicos de Berlín, Albert Einstein (1879 a 1955) llegó a ser
conocido en todo el mundo. Mientras que los judíos occidentales habían
llegado a ser de los más innovadores en la cultura europea, su propia
cultura judía perdió importancia para muchos de ellos.
Esto era muy distinto en Europa oriental,
donde la mayoría todavía vivía de acuerdo con la tradición judía,
hablaba yiddish y se consideraba a sí misma una nación independiente.
Pero el fuerte antisemitismo en Polonia y Rusia contribuyó a mantener a
los judíos separados y los hizo más radicales desde el punto de vista
político. Muchas escuelas judías de la República de Polonia enseñaban en
yiddish. Los judíos polacos fundaron varios partidos políticos, entre
ellos uno ortodoxo, uno liberal y otro de trabajadores, así como varios
partidos sionistas. La cultura yiddish florecía, en especial en la
literatura, el teatro yiddish y la prensa judía. Muchos escritores
destacados, como el ganador del Premio Nobel Isaac Bashevis Singer (1902
a 1991), escribían en yiddish. En 1925, en Berlín se fundó un Instituto
para el estudio académico de la lengua y la cultura yiddish (YIVO) y
pronto se trasladó a Vilna, que por aquel entonces pertenecía a Polonia.
Los judíos de la Rusia zarista habían
sufrido muchos pogromos. Cuando se creó la Unión Soviética, los judíos
se convirtieron por primera vez en ciudadanos con igualdad de derechos.
Pero la política del Gobierno soviético obligó a la población judía a
cambiar por completo su estructura social y a abandonar su identidad
religiosa. Muchos de los 2,7 millones de judíos de la Unión Soviética
perdieron sus ingresos porque la producción y el comercio se
socializaron y el comercio privado entonces era ilegal. Estos judíos se
vieron obligados a formar parte de los nuevos colectivos agrícolas. El
partido socialdemócrata judío y el movimiento sionista quedaron
prohibidos. Durante las campañas antirreligiosas hasta 1939, las
comunidades judías, las escuelas talmúdicas y la mayoría de las
sinagogas se disolvieron. Incluso se hacía muy difícil el uso laico del
yiddish. En estas condiciones, no podían sobrevivir ni el judaísmo
tradicional ni una identidad judía positiva. Se obligaba a los judíos a
la asimilación completa. Por otro lado, aprovechaban las oportunidades
profesionales que ahora tenían al acceder al partido y las instituciones
estatales. Los judíos estuvieron bien representados por los principales
funcionarios del partido bolchevique durante los primeros años de la
Unión Soviética. Más adelante, numerosos funcionarios judíos se
convirtieron en víctimas del terror estalinista. La gran cantidad de
matrimonios mixtos que existían en la Unión Soviética demostraba que
este país había tenido éxito al asimilar a los judíos hasta el extremo
de la absorción. Paradójicamente, el antisemitismo era lo único que, a
largo plazo, mantenía viva la idea de ser judío en el Estado soviético.
La vida judía había llegado a ser muy distinta en Europa oriental y
occidental en los últimos tiempos. Los judíos occidentales se habían
integrado social y culturalmente hasta tal punto que no podían imaginar
que un genocidio pudiera llegar a ocurrir en la cultura occidental a la
que ellos sentían que pertenecían. En Polonia, los judíos seguían siendo
una nación aparte, que luchaba por los derechos de las minorías,
mientras que, en la Unión Soviética, el propio judaísmo se vio casi
extinguido por la política gubernamental. La cada vez mayor influencia
del antisemitismo y los partidos antidemocráticos de muchos países
europeos desestabilizaron la existencia judía incluso antes del
Holocausto.

Temas de debate

1. ¿Qué impacto tuvo la emancipación de
los judíos de Europa occidental en sus vidas? ¿En qué medida era
diferente esta situación para los judíos de Europa oriental?
2. ¿Cómo se expresaba el antisemitismo
generalmente en el siglo XIX en Europa occidental? ¿En qué se
diferenciaba de Europa oriental?
3. ¿Cuál era la diferencia entre la aculturación y la asimilación de los judíos? ¿Cómo influía esto en sus vidas?
4. ¿Qué consecuencias tuvo la urbanización judía? ¿Qué papel podría haber desempeñado este aspecto en el Holocausto?
5. ¿Cuáles fueron algunas de las contribuciones culturales y políticas del pueblo judío en Europa?
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La serie de documentos de debate brinda un
foro en el que académicos especializados en el holocausto y la
prevención del genocidio generan temas de debate y estudio sobre estas
cuestiones. Se les solicitó a estos autores, que provienen de una
variedad de culturas y formaciones, elaborar documentos de debate
basados en sus propias perspectivas y experiencias en particular.
Los puntos de vista expresados por estos autores no necesariamente
reflejan la posición de las Naciones Unidas respecto de estos temas.
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