Sinagoga de Santa María la Blanca, en Toledo
Los Judíos.
Durante la Edad Media, cristianos. árabes y judíos habían
convivido y colaborado más o menos amistosamente, pero nunca hubo
una completa fusión racial, religiosa ni cultural. Las leyes judías
prohibían los matrimonios mixtos. También estuvieron prohibidos
por leyes cristianas desde el Concilio de Elvira en 306. Sin
embargo, las leyes no se aplicaban estrictamente. Las persecuciones
antisemitas durante la época visigoda inclinaron a los judíos españoles
a aliarse con los invasores musulmanes, a los que consideraron como
libertadores. Los árabes premiaron esta colaboración asignando a
las comunidades judías el control de ciertas plazas importantes.
Estas comunidades se desarrollaron rápidamente y adquirieron gran
prosperidad, como en Córdoba, Sevilla, Granada, Toledo y en otras
muchas ciudades. La época del Califato de Córdoba marcó el apogeo
de los árabes y los judíos españoles de Andalucía.
El judío cordobés Moisés ben Maimón o Maimónides
(1135-1204), llamado por algunos el Santo Tomás del Judaísmo,
fue el filósofo judío más importante de la Edad Media. Su gran
labor fue fundamentar el judaísmo sobre los principios de la razón.
La invasión de los Almohades le obligó a huir de Córdoba,
residiendo en Almería. Luego emigró a Fez, y más tarde a El
Cairo, donde fue médico de sultán Saladino. Su obra maestra es la
Guía de los dubitantes, donde intenta la reconciliación entre
la razón y la fe religiosa. Se ha dicho que “entre Moisés y
Moisés no ha habido otro Moisés”.
Otra luminaria judía de la Edad Media española fue el poeta Yehuda
Halevi, toledano del siglo XI.
Las invasiones posteriores de los fanáticos Almohades, que
trataban de purificar el Islam, persiguieron tanto a los judíos
como a los cristianos. Un gran número de ellos se vieron forzados a
huir a tierras cristianas. En el siglo XIII, cuando Fernando III el
Santo conquistó Sevilla y Córdoba, ambas ciudades estaban
totalmente arabizadas, sin cristianos ni judíos. Fernando III
protegió a los hebreos y las comunidades israelitas fueron
restablecidas. Durante la reconquista, a medida que los ejércitos
cristianos avanzaban hacia el sur, los reyes concedían privilegios
a los judíos, con el fin de repoblar las ciudades reconquistadas.
La población judía creció, llegando a ser la más importante de
Europa. Los judíos eran grandes emprendedores comerciales, médicos,
recaudadores de impuestos y hasta consejeros de reyes. Servían a
los grandes señores como antes habían servido a los árabes.
Tuvieron un papel importante en el desarrollo de la economía y de
la vida intelectual española. Un autor americano, William Thomas
Walsh, calcula que a finales del siglo XIII la población judía en
Castilla debía aproximarse a los cinco millones, ya que cada varón
judío adulto debía pagar al año un impuesto de tres maravedises,
y en 1284 se recaudaron 2.561.855.
Durante la mayor parte de la Edad Media, judíos y cristianos habían
convivido en paz y armonía, en contraste con el resto de Europa. En
esa época, si había un lugar donde los judíos pudieran sentirse
seguros, era en España. Inglaterra y Francia habían expulsado a
los judíos en los siglos XIII y XIV respectivamente por presión de
las clases más elevadas de la sociedad, que temía la competencia
económica de los hebreos. Parte del pueblo, por otra parte, resentía
la riqueza y el poder que los judíos habían acumulado y que se
manifestaba en la usura. Tampoco se miraba con buenos ojos el
separatismo social y su orgulloso exclusivismo religioso, racial y
cultural. La idea antisemita no se originó en los dirigentes, sino
que nació del pueblo mismo, instigado con frecuencia por judíos
conversos que llevaban sus nuevas convicciones religiosas al extremo.
Fue hacia finales del siglo XIV cuando en diversas localidades
estallaron tumultos dirigidos contra los judíos, como en Sevilla en
1391. Los desórdenes se extendieron a otras partes de Andalucía,
Castilla, Barcelona. Los reyes intervinieron en favor de los judíos,
ordenando la reconstrucción de las aljamas destruídas. La
violencia, sin embargo, no era ni unilateral ni sin provocación.
Sabemos que en 1467 en Toledo, los judíos, mandados por Fernando de
la Torre, en número de 4.000, atacaron a los cristianos en la
catedral. Los cristianos iniciaron la contraofensiva, degollándoles
sin piedad. En 1473 en Córdoba, durante una procesión, unos judíos
arrojaron inmundicias sobre la imagen de la Virgen, lo que provocó
una matanza. Alonso de Aguilar trató de defenderles, pero sin éxito.
Por estas fechas, siglos XIV-XV, gran parte de la población judía
aceptó el cristianismo, muchos insinceramente y por temor, otros
muchos de buena fe y por convicción, a causa de los esfuerzos
proselitistas de dominicos y franciscanos, como el valenciano San
Vicente Ferrer (1350-1419), predicador y teólogo, quien defendió a
los judíos contra los ataques del populacho en 1391.
A pesar del orgullo y exclusivismo judío, y de las prohibiciones
de las leyes, hubo muchos matrimonios mixtos entre judíos y
cristianos. Había debates teológicos públicos entre
representantes de ambas religiones, y a consequencia de estos el número
de judíos conversos aumentó extraordinariamente en los siglos XIV
y XV. La disminución de las comunidades judías y su pérdida de
influencia social se debe primordialmente a este hecho.
Se calcula que el número de hebreos que practicaban el judaísmo
en el reino de Castilla antes de la expulsión en 1492 era solamente
de unas 35.000 a 40.000 familias. Entre los conversos más ilustres
hay que destacar a Salomón Halevi, rabino mayor de Burgos,
convertido con toda su familia al cristianismo en 1390, adoptando el
nombre de Pablo de Santa María. Llegó a ser canciller de
Castilla y obispo de Burgos. Pero con la tenacidad propia de los
conversos, dedicó gran parte de sus energías y capacidad
intelectual a la persecución de sus hermanos de raza. Este hombre
bueno y sincero acusó a los judíos, después de su conversión, de
adaptar la profecía de Jacob (el cetro no sería quitado de Judá)
a España, planeando fundar y gobernar una nueva Jerusalén, y a él
se debió toda la legislación restringiendo las actividades de los
judíos.
Ante la oposición cada vez más intensa del pueblo, los reyes
tomaron una serie de medidas para resolver el problema de los judíos
y de los conversos insinceros. El colaboracionismo de los judíos
del siglo VIII con los invasores árabes no había desaparecido de
la memoria de los españoles. Y en este momento crucial de finales
del siglo XV, cuando estaba a punto de connsolidarse la unidad
nacional, existía la creencia más o menos justificada, de que
elementos judíos, por sus relaciones con los árabes del norte de
Africa, representaban un peligro para el Estado. La reina Isabel,
habiendo logrado la unidad nacional con la conquista de Granada,
trató de forjar una unidad religiosa que disminuyera el problema
político tal como se percibía. Y así se promulgó el edicto de
expulsión para aquellos judíos que no adoptaran el cristianismo.
Muchos optaron por la conversión, otros prefirieron el exilio,
extendiéndose por las regiones del norte de Africa, Turquía, y los
Países Bajos. Los que quedaron en España estaban ya casi
completamente asimilados medio siglo después. Los que partieron,
llamados sefarditas, continuaron hablando y escribiendo castellano
hasta nuestros días. En fechas más recientes, muchos de los
sefarditas han emigrado a Israel, donde irónicamente son consideran
ciudadanos de segunda clase, ya que existe una discriminación
innegable en favor de los israelíes procedentes del norte de Europa.
El número de los exiliados y las consecuencias para España se
han exagerado desde todos los puntos. Es prácticamente imposible
establecer ni siquiera aproximadamente cuántos abandonaron el país.
En cuanto a las consecuencias de tipo económico también es pura
especulación. Quizá la pérdida mayor para España estuviera en el
ámbito intelectual, ya que algunos de los exiliados podrían haber
constribuído a la riqueza cultural nuestro país como lo habían
hecho en siglos anteriores. (F.U.)
Personajes judíos de la España
Medieval:
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