viernes, 29 de julio de 2016
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LA RELIGIÓN JUDIA, Elena Romero, CSIC
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LA RELIGIÓN JUDÍA
A. Generalidades
El judaísmo es la más antigua de las religiones monoteístas de difusión universal y la
fuente de todas ellas; fue anticipada al patriarca Abraham y revelada por Dios a Moisés en el monte
Sinaí. Pero entenderlo como fenómeno estrictamente religioso sería insuficiente, pues, además de lo
teológico y lo ritual se manifiesta en unos determinados comportamientos tanto individuales como
sociales y culturales no menos que en la adhesión a unas creencias.
Es esencial en la fe judía la creencia en un solo Dios creador, cuya unidad es
indivisible; inmaterial, y por ello irrepresentable; eterno, y por ello inmortal; infinito, y por ello
inabarcable por la mente humana. Los hombres están dotados de libertad para elegir entre el bien y el
mal y reciben el premio o castigo que merecen por su elección. El Dios del judaísmo se manifiesta en el
mundo y en la historia: en el mundo, al regirlo con su providencia mediante la renovación continua de
su obra de creación; y en la historia, al haber elegido a Israel como su pueblo para servirle y dar
testimonio de él en la Tierra, elección que se sella con un pacto (berit) por el cual Israel recibe la Torá y
acepta la responsabilidad de cumplirla.
La fuente de la doctrina judía es la revelación divina contenida en la Torá (ley,
enseñanza), nombre hebreo del Pentateuco, que por extensión se refiere a todo el contenido del
judaísmo: las Escrituras, su tradición oral y la interpretación inspirada de las mismas (Misná, Talmud,
Midrás, comentarios bíblicos, etc.). La Torá es también guía y norma de vida. El estudio y la erudición en
la ley no alcanzan su objetivo si no van acompañados por la práctica, que lejos de limitarse a lo litúrgico
o cultural, halla su expresión en la totalidad de la vida de un judío. Los 613 preceptos (misvot) del
judaísmo, tanto los positivos o mandatos como los negativos o prohibiciones, se refieren a los deberes
del hombre para con Dios, para con el prójimo y para consigo mismo, y rigen la totalidad de la vida de
un judío, desde que amanece hasta que se acuesta, desde que nace hasta que muere y desde los más
triviales actos cotidianos hasta las más sacralizadas actuaciones litúrgicas.
El judaísmo tiene además unas muy complejas leyes de pureza alimentaria (kaserut). Es
lícito para el consumo (kaser) todo producto vegetal; de los animales terrestres, lo son todos los
rumiantes con pezuña hendida (bóvidos), quedando por tanto excluidos el cerdo, la liebre, el camello,
etc.; de las aves, todas están permitidas excepto las rapaces; y de los animales del mar, sólo son aptos
los pescados que tienen escamas y aletas. Además los animales deben ser sacrificados por un experto
matarife (sohet), cumpliendo todas las leyes rabínicas de la matanza (sehitá), que exigen, entre otras
cosas, el degüello, para que el animal pierda toda su sangre –alimento vedado para el judío–, y el
minucioso examen (bedicá) de determinadas vísceras para comprobar que el animal no tiene ningún
defecto que lo haga inepto (terefá); tras ello hay que eliminar cierto nervio y el sebo; por último, la carne
antes de guisarla ha de ser tratada con agua y sal para que pierda los últimos restos de sangre. Se han
de separar, tanto al guisar como al comer, los productos cárnicos de los lácteos, manteniendo también
separados los utensilios propios de cada grupo. También ha de cumplir determinados requisitos la
elaboración y el consumo de vino.
El rabino (rab, rabí) es el experto conocedor de la Torá, que además ha obtenido la
titulación para ejercer como tal. Su función consiste en ordenar el culto, velar por el cumplimiento de
los preceptos y enseñar, interpretar, aplicar y siempre estudiar la Torá. Puede ocupar el cargo de
dirigente espiritual de una sinagoga, de una comunidad o de un conjunto de ellas; pero con
independencia del cargo que ejerza, su autoridad vendrá determinada no por razones de jerarquía
centralizada, sino por el prestigio que le dé su saber y el reconocimiento de éste en el seno de la
sociedad judía. El cumplimiento de los preceptos no está limitado a un lugar específico. De muchos el
lugar propio es el hogar y es en ellos donde en el judaísmo tradicional ha sido decisivo el papel de la
mujer, especialmente en lo relativo a las mencionadas y muy complejas leyes alimentarias. Mientras
estuvo en pie, el Templo de Jerusalén era el lugar en donde se celebraban de las fiestas; tras su
destrucción fueron los hogares judíos y las comunidades los que heredaron su papel. Los rabinos
subrayaron la santidad de la casa: la mesa se convirtió en el altar y el padre en el sacerdote que daba
gracias a Dios en las celebraciones.
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El nivel de cumplimiento de los preceptos, variable en las diversas corrientes del judaísmo
tradicional, es máximo entre los judíos ortodoxos, quienes rigen toda su vida conforme a la halajá. Por
su parte, las diversas corrientes del judaísmo reformado prestan a otros valores religiosos una atención
mayor que al puntual cumplimiento de los preceptos.
B. la sinagoga; las oraciones
El lugar habitual de culto es la sinagoga, palabra de origen griego que significa
‘reunión’ o ‘lugar de reunión’, y traduce exactamente el término hebreo bet-hakenéset. Junto con el
Templo, con el que ha coexistido, es la institución más importante del judaísmo, ya firmemente esta-
blecida para el siglo I. Tras la destrucción del Templo la sinagoga se convirtió en el centro y foco de la
vida religiosa judía, heredando muchas de las costumbres y ritos de aquél, mientras que otros quedaron
expresamente prohibidos por ser exclusivos del Templo; la oración se convirtió en el sustituto de los
sacrificios. Ya desde tiempos antiguos y debido a determinadas circunstancias históricas –como, por
ejemplo, la reclusión de los judíos en guetos–, a las funciones de la sinagoga como centro de oración,
de estudio y de enseñanza se le sumó la de centro comunal y lugar de reunión para tratar todo tipo de
asuntos relacionados con la vida comunitaria. Asimismo, en la propia sinagoga o en edificios anejos se
encontraba todo lo necesario para la vida judía: la sede del tribunal rabínico, el baño ritual o micvé, el
hospicio para acoger viajeros, etc.
El servicio religioso, fijado en el Talmud, se ha mantenido sin cambios básicos a lo
largo de sus 2.500 años de historia, y sólo con el paso del tiempo ha sufrido algunas ampliaciones que
varían de unas comunidades a otras. En la sinagoga se celebran tres veces al día –al anochecer, al
amanecer y al mediodía– los rezos comunitarios en presencia de un minián, es decir, de un mínimo de
diez varones mayores de trece años. Seguido por los fieles, un oficiante –que puede ser cualquiera de
los presentes, un chantre (hazán) o el propio rabino– lee o salmodia en voz alta los textos del oracional
de diario (sidur) o de fiestas (mahzor).
Las oraciones, de alabanza y súplica a Dios, son todas en hebreo con algunos
fragmentos en arameo. Consisten en pasajes de Salmos y de otros libros de la Biblia, entremezclados
con textos de la época del Segundo Templo y posteriores. El lugar central de la liturgia lo ocupan los
pasajes bíblicos que forman la Semá (Deut 6.4-9, 11.3-21), base de la creencia judía, con las bendiciones
(berajot) que la acompañan; y las Dieciocho (Semoné esré), serie de bendiciones que se recita de pie
(amidá).
En el servicio de lunes, jueves, sábados y fiestas se lee la Torá: cada semana una
sección (perasá), de modo que se complete el ciclo de lectura del Pentateuco en el curso del año; a su
lectura sigue un pasaje (haftará) de los libros bíblicos de Profetas, que guarda relación temática con la
perasá. Los diferentes segmentos de la oración pública se separan por la recitación de la doxología
(cadís), con la que guarda el Padrenuestro cristiano una estrecha relación textual.
Durante el rezo los varones se cubren la cabeza con cualquier sombrero o
cubrecabezas o específicamente con un solideo (quipá), y se recubren con el taled (talit) o manto de
oración de forma rectangular hecho habitualmente de lana, blanco y con franjas azules o negras, que se
pone encima de la ropa; de sus cuatro ángulos penden unos flecos blancos o sisit (pl. sisiyot), según lo
prescrito en Núm 15.34-41. Además, para el rezo sinagogal de los días de diario deben ponerse en la
frente y en el brazo izquierdo las filacterias (tefilín), sendos estuchitos de cuero que contienen
pergaminos con textos manuscritos de la Semá.
C. Fiestas y conmemoraciones
Las festividades del judaísmo tienen una doble significación religiosa e histórica;
algunas conservan además la memoria de la primitiva organización agrícola propia de la sociedad en
que nacieron.
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C.1. El sábado
Dentro del calendario festivo la más importante institución del judaísmo es el sabat
(‘sábado’), que recuerda cada semana el reposo divino en el séptimo día. Paralelamente al descanso de
Dios en su obra de creación, así también ha de cesar el hombre en su obra de transformación de la
naturaleza, tal como encender fuego, manejar máquinas, transportar objetos, caminar más de una
determinada distancia, etc., a no ser que medie la necesidad de violar el descanso para salvar una vida
o atender a un enfermo. La celebración hogareña se inicia antes de ponerse el sol del viernes,
encendiendo el ama de casa en la casa dos candelas sabáticas sobre las que debe decir la
correspondiente bendición. Las comidas, como las de las restantes festividades, comienzan con una
oración de santificación (quidús) sobre una copa llena de vino y otra de bendición sobre dos panes. Al
anochecer del sábado, otra oración paralela marca la separación (habdalá) entre el día santo que acaba
y el profano que comienza; en ella se aspira el aroma de especias aromáticas guardadas en un
recipiente, se enciende una vela y se bebe una copa de vino, todo ello acompañado de las bendiciones
correspondientes.
C.2. Los días solemnes
El año litúrgico se abre con los llamados Días solemnes, dedicados al arrepentimiento y
a la penitencia (tesubá), que se inician con Ros hasaná (‘Año nuevo’; sept.-oct.), cuya celebración dura
dos días; en él se conmemora la creación del mundo y su ceremonia más característica en la sinagoga
es el toque del cuerno (sofar), que también se usaba en el Templo para anunciar acontecimientos
importantes, como la coronación de un rey, el comienzo del jubileo, etc. Ese día Dios juzga las acciones
de los hombres, que según el fallo serán premiados o castigados en el año que se inicia.
El Yom kipur (‘Día del perdón o de la expiación’) es el más solemne del calendario judío
y con él culminan los diez días de penitencia iniciados con el Año nuevo. Es un día de ayuno total,
dedicado al arrepentimiento y a solicitar el perdón por las culpas cometidas contra Dios, contra sí
mismo y contra el prójimo; para obtener perdón por estas últimas hay que reparar el daño causado,
pero sin que la reparación y el arrepentimiento sean suficientes cuando el prójimo es un no judío. Los
servicios religiosos en la sinagoga duran todo el día; se inician con la oración Kal nidré, en la que se
solicita la anulación de los votos no cumplidos, y se cierra con el toque del sofar.
C.3. Las fiestas de peregrinación
Tres son las fiestas de peregrinación a Jerusalén de tiempos de la Biblia. La fiesta de
Pésah (‘Pascua’; mar.-abr.), que dura siete días (ocho en la diáspora), señala el comienzo del nuevo
ciclo agrícola con la llegada de la primavera y conmemora la constitución de los descendientes del
patriarca Jacob en un pueblo homogéneo, que obtuvo su libertad con el éxodo de Egipto. Es preceptivo
comer pan ácimo (masá), en recuerdo de los panes cuya masa no llegó a fermentar al dar el faraón a los
judíos su perentoria orden de salida; y está prohibido comer o tener en casa hamés, es decir, cualquier
alimento o bebida en cuya elaboración intervenga el proceso de fermentación de unos cuantos cereales
(trigo, cebada, centeno, avena, etc.) o que contenga levadura, para lo cual se procede en las vísperas a
una rigurosa limpieza de la casa con el fin de eliminar hasta la última migaja de pan, limpieza que
alcanza a toda la vajilla que a lo largo del año haya tenido contacto con productos leudados.
La celebración casera se inicia con la ceremonia del séder (‘orden’) o cena ritual,
presidiendo la mesa una bandeja en la que figuran ciertos manjares simbólicos, tales como tres panes
ácimos o masot, hierbas amargas (maror) –que simbolizan la amargura de los judíos en la esclavitud de
Egipto–, un hueso con carne asado (zeroa) –en recuerdo del cordero que se sacrificaba en el Templo–,
el jaróset –especie de pasta dulce que rememora la argamasa que los judíos debían fabricar para hacer
los ladrillos de las ciudades del faraón–, un huevo duro y algunas otras verduras, que tienen también su
propio simbolismo; es prescriptivo además beber cuatro copas de vino. En la mesa del séder se lee la
Hagadá, relato del éxodo que contiene textos de muy diversas épocas, los cuales están especialmente
orientados a instruir y explicar a los niños el significado de la fiesta.
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Sin ningún autor determinado, el texto de la Hagadá no es una composición literaria en el habi-
tual sentido de la expresión sino una colección de textos tomados de la Biblia, la Misná y el Midrás inter-
polada con los elementos rituales propios de la celebración y a la que se fueron añadiendo gra-
dualmente relatos y canciones. Parece que su compilación se llevó a cabo hacia los siglos VII u VIII,
pero la más antigua versión que se nos ha conservado es la integrada en el oracional de Saadiá Gaón
(siglo X).
Siete semanas –período que se conoce como ómer– después del inicio de la Pascua se
celebra la fiesta de Sabuot (‘Pentecostés’; mayo-junio), que dura dos días. En tiempos del Templo ésta
era la oportunidad en que se ofrendaban las primicias del trigo y de los frutos que maduran temprano;
también se conmemora en Sabuot la entrega de la ley en el monte Sinaí.
La fiesta Sukot o de las Cabañuelas (oct.), en el tiempo de la cosecha, dura siete días,
en los que se debe residir o al menos hacer las comidas principales en una cabaña (suká), construida en
jardines o terrazas, en conmemoración de los cuarenta años en que el pueblo de Israel estuvo de
travesía por el desierto camino de la Tierra prometida. En la sinagoga tiene lugar cada día una procesión
consistente en dar vueltas cantando hosanas (hosaanot) y blandiendo una toronja y el lulab, ramo
formado por hojas de palma, mirto y sauce.
A continuación de Sukot se celebra el día de Simhat Torá (‘Alegría de la ley’), en el que
concluye el ciclo anual de la lectura pública del Pentateuco y se inicia el nuevo ciclo, que se festeja en la
sinagoga paseando en alegre procesión los rollos de la Torá, dando siete vueltas al estrado del
oficiante.
C.4. Festividades menores
Hay además otras fiestas menores. La de Hanuká (‘Luminarias o Consagración’; dic.)
conmemora la purificación y reinauguración del Templo de Jerusalén en el año 165 a.e.c. tras la victoria
de los macabeos. Se celebra durante ocho días y su ceremonia principal consiste en encender en la
casa una lámpara de ocho candelas, que recibe el nombre de hanukiyá.
La fecha de Tu-bisbat (‘15 del mes de sebat’; en.-feb.) o Año nuevo de los árboles fue en
sus orígenes de contenido fiscal en relación con los diezmos del Templo; tras su destrucción sirvió para
exaltar el vínculo del hombre con la naturaleza.
La fiesta de Ester o de Purim (‘Suertes’; feb.-mar.) conmemora la salvación de los judíos
de manos de sus enemigos en la Persia del rey Asuero, al que algunos identifican con Jerjes (siglo V
a.e.c.), tal y como se relata en el libro bíblico de Ester, el cual se lee en la sinagoga en un rollo de
pergamino o meguilá. Es la celebración más festiva del judaísmo –con cierto aire carnavalesco–, y en
ella juegan los niños un destacado papel; es preceptivo repartir limosnas, intercambiar regalos, en
especial dulces, y hasta excederse en la comida y en la bebida; en ella también se acostumbra a jugar a
juegos de azar. Purim también va asociado con la costumbre de disfrazarse y de celebrar farsas de
carácter tradicional.
C.5. Días de ayuno
Además de las festividades enumeradas, el judaísmo prescribe –amén del ya citado de
Yom kipur– diversos días de ayuno, todos los cuales conmemoran hechos históricos de carácter
luctuoso. El más importante es el de Tisá-beab (‘9 del mes de ab’; jul.-ag.) en recuerdo de la destrucción
de los dos Templos de Jerusalén –el primero a manos de Nabucodonosor, rey de Babilonia, en el 586
a.e.c., y el segundo quemado por Tito en el año 70– y también de otros muchos acontecimientos
luctuosos acaecidos al pueblo judío.
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D. Ritos de tránsito
D.1. Circuncisión
De las ceremonias preceptivas del ciclo vital, la primera es la circuncisión (berit milá)
del varón judío al octavo día de su nacimiento y siempre que la salud del recién nacido lo permita, en
señal de la alianza (berit) del pueblo con Dios, según lo ordenado a Abraham en Gén 17.11-12. En la
circuncisión se impone al niño un nombre hebreo y debe realizarla un profesional (mohel) con los
necesarios conocimientos religiosos y prácticos. Al mes y un día de nacer un primogénito, que según la
ley debería consagrarse a Dios, se realiza la ceremonia del pidión haben (‘rescate del niño’): el padre lo
deposita en brazos de un kohén (‘sacerdote’) y luego lo recupera entregando una cantidad de dinero
simbólica.
D.2. La mayoría de edad religiosa
A los trece años el varón judío llega a su mayoría de edad religiosa, es decir, se
convierte en bar misvá (‘sujeto a los preceptos’), siendo a partir de entonces responsable de sus
acciones. En la celebración el niño se pone por primera vez el taled y los tefilín, y es tradicional que se
le invite en la sinagoga a leer en la Torá el fragmento que le corresponda.
D.3. El matrimonio
La ceremonia del matrimonio consta de dos etapas consecutivas: a) los esponsales,
con la consagración (quidusín), en la que el novio coloca en el dedo de la novia un anillo de oro, y la
lectura ritual del contrato matrimonial y sus estipulaciones (ketubá), entre las cuales figuran las obliga-
ciones que el hombre toma sobre sí como esposo y la indemnización que deberá pagar a la mujer en
caso de divorcio; y b) las nupcias (nisuín), con el recitado de las siete bendiciones. Durante la
ceremonia los novios permanecen bajo un palio (hupá), que simboliza el tálamo nupcial, y el novio debe
romper un vaso colocado a sus pies, acto destinado a evocar la destrucción del Templo de Jerusalén.
D.4. Los ritos fúnebres
En cuanto al ceremonial mortuorio, al cadáver se le somete a un lavado ritual y se le
envuelve en una mortaja blanca; acompañado del séquito, se le conduce a la tumba sobre unas
angarillas o en un féretro y se le sepulta, tras de lo cual el hijo mayor recita la oración denominada
cadís, que se repetirá durante el período de duelo y en cada aniversario anual.
Después del entierro comienza para la familia el abel (‘duelo’), que tiene tres etapas; en
primer lugar la sibá (‘siete días’) de duelo mayor, que se continua en otros dos períodos de medio luto:
los primeros treinta días, durante los cuales y en señal de duelo los deudos varones no se afeitan ni se
cortan el cabello; y a los diez u once meses, el aniversario, ocasión ésta para inaugurar el monumento
fúnebre, generalmente una lápida de mármol con el nombre hebreo del difunto, la fecha de su muerte y
algún texto recordatorio. Al concluir el año es prescriptivo que desaparezca toda señal de luto.
Desde antiguo ha existido en todas las comunidades judías la organización
denominada Hebrá Cadisá, cuyos miembros, voluntarios hombres y mujeres, son los encargados de
realizar el rito fúnebre del lavado del cadáver, de los sepelios, de la administración de los cementerios,
etc.
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