Edesio Sánchez Cetina. Exégesis y traducción bíblica. Antología de textos (2013)
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El Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malos lleva al desastre
Cuando se leen los otros salmos, y no tan solo el salmo uno y el 150 acompañados de los salmos 19 y 119, se descubre que el asunto no es tan sencillo. Un salmo como el 73, colocado como centro teológico del Salterio, es un serio desafío a una postura demasiado ingenua y estrecha respecto de lo que significa que
―
Dios bendice y prospera a los justos
‖
, si se toma al salmo uno fuera del contexto total de los Salmos y de la Biblia entera. El salmo 73 se abre con el mismo espíritu del salmo uno:
―
Qué bueno es Dios con Israel, con los de limpio corazón
‖
(v.1, DHH) =
―
bienaventurado...el que se deleita en la enseñanza del Señor
‖
(Sal 1.1). Sin embargo, matizando la declaración del salmo uno, el salmo 73 muestra con más realismo el contexto en el que se debe leer y entender el mensaje del salmo uno. Por eso los versículos 3-13 se mueven de la actitud tan segura establecida por el salmo uno, y afirman que ese mismo
―
malvado
‖
al que el salmo uno compara con la
―
paja
‖
y anuncia su castigo, prospera y le va muy bien (Sal 73.3-9, TLA):
pues me llené de envidia al ver cómo progresan los orgullosos y los malvados. ¡Tan llenos están de salud que no les preocupa nada! No tienen los problemas de todos; no sufren como los demás. Se adornan con su orgullo y exhiben su violencia. ¡Tan gordos están que los ojos se les saltan! ¡En la cara se les ven sus malos pensamientos! Hablan mal de la gente; ¡de todo el mundo se burlan! Tan grande es su orgullo que sólo hablan de violencia. Con sus palabras ofenden a Dios y a todo el mundo.
La tentación, para el salmista, es dura y difícil de vencer. La forma de vida de muchos malvados tienta al justo para hacer a un lado los principios morales establecidos en la Torah para acomodarse a un mundo arrogante, auto indulgente y ajeno a los principios de la enseñanza de la Palabra divina. Sin embargo, todo cambia cuando el salmista se dirige al templo, y en el contexto de la adoración (73.17) regresa a los valores establecidos por el salmo uno, y reafirma sin titubeos ni temores que el malvado en verdad perecerá (73.18-20). Los versículos 23-26 manifiestan cómo el salmista vence la tentación y toma una postura de firme confianza en el Señor: Sí, es verdad que los malvados tienen su porción de este mundo, al menos temporalmente, pero para los justos, para el salmista, YHVH es su
―
porción
‖
. El salmista llega a convencerse que la comunión con Dios es el valor supremo y que todo lo demás es secundario y tangencial a ese valor. En efecto, lo que el salmo 73 señala es que la bienaventuranza y la prosperidad de las que habla el salmo uno quedan matizadas por una importante porción del Salterio: entre la invitación de la responsabilidad obediente del salmo uno y la adoración exuberante del salmo 150, se afirma que la vida del hijo y de la hija de Dios no está exenta de angustias, pruebas y dolores. En efecto, del
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salmo tres en adelante hasta llegar al final de la primera parte del Salterio (Sal 72), la mayoría de los salmos presentes en los dos primeros Libros del Salterio son de queja y lamento:
―
Dios mío, son muchos mis enemigos; son muchos los que me atacan, son muchos los que me dicen que tú no vas a salvarme
‖
(Sal 3.1-2, TLA). ¿Por qué? ¿Por qué si el salmo uno afirma la bienaventuranza, la prosperidad y el cuidado de Dios de los justos, una importante cantidad de salmos no hablan de otra cosa más que de las penurias y congojas de los justos? El estudio cuidadoso del salmo 73 y del uso de la palabra
―
bienaventurado
‖
en el Salterio nos permiten ver que en la Palabra de Dios la bienaventuranza y la bondad divinas no afirman para nada el éxito material ni la prosperidad económica como medio para calificar lo bien que le va al justo, sino más bien apuntan que la bienaventuranza o verdadera felicidad se manifiestan como el deleite o amor en y por la instrucción del Señor (Sal 1.2-3) en el refugiarse en el Señor (Sal 2.12) y en el preocuparse por proteger al pobre y al débil (Sal 41.1). De hecho, llama poderosamente la atención que en el libro V (107-150), donde vuelven a concentrarse más las citas de la palabra
―
bienaventurado
‖
, al justo se le califique como tal por hacer de YHVH su Dios, su refugio y la fuente de su instrucción. Es sólo a partir de esta reorientación que el justo o piadoso está listo para
―
abandonarse a la alabanza
‖
y no a la inversa. Es decir, entre la obediencia como premisa y la adoración como culminación se experimenta, de acuerdo con los Salmos, una vida de sufrimiento expresada en los salmos de lamento y queja, y una vida de esperanza afirmada en los himnos de confianza y gratitud. En libro de los Salmos, como sucede en toda la Biblia, no encontramos una religión fácil o una
―
gracia barata
‖
, en palabras de Dietrich Bonhoeffer. Y esto es lo que debemos de afirmar en el contexto de la práctica eclesiástica evangélica actual de América Latina.
Dios bendice a los que cuidan de los pobres
Así como hay una
―
bienaventuranza
‖
para quienes castigan a los malvados (Sal 137.8-9), también la hay para quien se preocupe por la situación de los pobres e indigentes (Sal 41.1). Una lectura cuidadosa del Salterio nos permite convencernos de la centralidad de la justicia social en este libro en el que la liturgia y la pastoral son centrales. En más de un lugar he afirmado
–
y por supuesto yo no soy el único
–
que el mensaje central de la Biblia, resumido en el
shemá
(Dt 6.4.5) abarca tanto la lealtad total a Dios y la justicia social. Eso explica por qué Jesús, cuando se le inquiere sobre
―
la palabra más importante en la Biblia
‖
responda resumiendo los dos grandes bloques del Decálogo: preocupación por la fidelidad a Dios y preocupación por el bienestar del prójimo: Ama Dios con todo lo que eres y ama a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12.28-34). En un estudio del Salmo 100, he concluido que en la adoración o liturgia, el centro de todos los componentes de la misma es el
conocimiento de Dios:
―
conoced
‖
(
deú
) que YHVY es Dios... (vv. 3 y 5). Todo gira en torno a esa verdad imperativa. Pero qué significa ese
―
conocer a Dios
‖
, ¿cómo reconocemos a ese Dios frente a otros posibles dioses? En un ejercicio de intertextualidad
–
la búsqueda de ecos temáticos y textuales en el resto de la Biblia
–
descubrimos tanto en la literatura profética como en los escritos juaninos que el conocimiento y reconocimiento del verdadero Dios se da por la vía de la justicia social y del amor radical al prójimo. Varios textos vienen a la mente al respecto: Oseas 4.1-3, 6-14; 5.1-5; 6.1-6; 1 Juan 4.7
–
5.5; cf, Romanos 13.8-10. Pero el más elocuente me parece que es Jeremías 22.13-16 (TLA, el énfasis es mío):
¡Qué mal te irá, Joacín! Edificas tu casa con mucho lujo; piensas ponerle grandes ventanas,
13 y recubrirlas con finas maderas. Pero maltratas a los trabajadores, y para colmo no les pagas. Te crees un gran rey porque vives en lujosos palacios. Tu padre Josías disfrutó de la vida y celebró grandes fiestas, pero siempre actuó con justicia. Protegió al pobre y al necesitado, y por eso le fue bien en todo.
¡A eso le llamo conocerme!
El salmo 100 nos desafía a considerar que la adoración
–
que el ejercicio litúrgico
–
es de suya una fuerza tanto iconoclasta como justiciera. En el culto no hay espacio para otros dioses ni para la injusticia y la maldad. Por ello, dice el Salterio
–
en varios de sus salmos
–
que en el culto y en el ejercicio pastoral, los himnos y las oraciones son el medio por los cuales los
―
sin-voz
‖
, los que han perdido la capacidad y poder de articular su propia voz ya sea por el profundo dolor
–
que ha reducido el habla a quejidos y lamentos
–
o por la opresión y la injusticia, la recuperan y la hacen bien audible por medio de la solidaridad de la comunidad de fe que los cobija y la voz de Dios que es la voz de su Palabra. Veamos como ejemplo Salmos 9-10. Este es un poema que arranca con la voz afirmativa y enérgica del poeta, hablando en primera persona:
―
te alabo, proclamo, me alegro, me regocijo, canto
‖
(vv. 1-2). A esa voz, se agrega la poderosa acción divina
–
en segunda persona
–
en contra del malvado y a favor del pobre o inocente:
―
tú has mantenido [mi derecho y mi causa], te has sentado [para juzgar con justicia], tú reprendiste [a las naciones], tú destruiste [al malvado], tú borraste [el nombre del malvado para siempre], tú arrancaste [las ciudades de los malvados]
‖
. Pero cuando el poeta habla de los malvados, los cita solo en tercera persona, distanciándolos de sí mismo y de los pobres de tal modo que, aunque físicamente los tuviera encima, lingüísticamente los relega al
―
silencio
‖
. El salmista, en un acto de solidaridad y suprema valentía, le niega al enemigo el derecho de voz en su canción de protesta ante Dios. Así el salmo se convierte en un acto social de descalificación del malvado. De este modo, el poema se convierte en el único medio a través del cual el pobre y vulnerable puede expresar su voz en forma audible y enérgica. Y esto solo se logra teniendo a Yavé, juez justo, como interlocutor (1995, pp. 218-221). De acuerdo al libro de los Salmos, solo cuando YHVH es el interlocutor del pobre, es que éste tiene la posibilidad de ser escuchado (véase el caso del Sal 109 como otro ejemplo). Por ello, tiene inmenso valor orar con los salmos. Pues ellos vienen a ser
―
hoy
‖
como
―
ayer
‖
uno de los pocos medios
–
y a veces el único medio
–
a través del cual el afligido y maltratado no solo pueden articular su voz, sino hacerla oír también en un foro en el que el interlocutor más importante es nada menos que YHVH,
―
el Dios de los pobres
‖
.
Conclusión
El desafío que tenemos por delante es el
―
escuchar atentamente
‖
el mensaje total de los Salmos y reconocer que la vida cristiana
–
y en especial su liturgia
–
no es tan solo oraciones e himnos para reconocer el poder y la gloria de Dios y darle gracias por sus bondades y bendiciones, sino sobre todo instrucción para forjar una vida orientada a la volutad de Dios y para entrenarse en el camino de la oración, la liturgia y la vida.
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Como los clamores proféticos de Amós e Isaías, la afirmación teológica y canónica del Salterio es que el problema de nuestras iglesias evangélicas hoy no es la falta de música y buena música, sino lo que con ella se hace, para qué se usa y cuál es su objetivo central. La himnología contemporánea, en una gran proporción, va en contra de los principios antes articulados y que emanan del mensaje de los Salmos. En la liturgia e himnología evangélica latinoamericana, no hay denuncia ni espacio para la afirmación solidaria ni la restauración del angustiado y doliente. El porcentaje mayor de los cantos y la música lo que hace es afirmar no a una comunidad sirviente, sino a un imperio con un rey glorificado y majestuoso ajeno a las necesidades de los pobres y abatidos, y que toma partido con los señorones dueños del poder eclesiástico y que definen la bienaventuranza y la prosperidad (de las que habla el salmo uno) como una vida carente de problemas y enfermedades, y repleta de bienes materiales y un pase seguro a la gloria. La vida eclesiástica, por su parte, ha silenciado a la Palabra de Dios y ha convertido en su
―
deleite
‖
e inspiración la voz
―
serpentina
‖
de líderes ávidos de poder y riquezas. Cuántas de las llamadas mega-iglesias han cambiado la predicación expositiva de la Palabra por complacientes
―
masajes espirituales
‖
o lo que es peor por relatos de
―
revelación directa de Dios
‖
a tal o cual apóstol o profeta. En más de una ocasión he estado en lugares en los cuales el pastor termina el culto con tan solo la lectura del texto bíblico de su sermón y la bendición pastoral, porque
―
el equipo de alabanza
‖
no le dejó tiempo para le predicación.
Bibliografía
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―
Bounded by Obedience and praise
‖
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Journal for the Study of the Old Testament
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The Sources of Torah: Psalm 119 and the Modes of Revelation in Second Temple Judaism
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Ancient Israelite Religion
, ed. por P. D. Miller, P. D. Hanson y D. McBride, Philadelphia, Fortress Press, pp. 563-567.
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EL CULTO, REFLEJO DEL DIOS ADORADO Y DEL PUEBLO QUE ADORA
www.casadelabiblia.org/2011/06/09/materiales-taller-dedeuteronomio/
Introducción
n 1988, a raíz de la lamentable
―
partida
‖
de Orlando E. Costas, colaboré con un ensayo sobre la adoración en el libro que la Fraternidad Teológica Latinoamericana publicó en homenaje a ese gran amigo, maestro, colega y misionólogo que nos había dejado a tan corta edad. En ese ensayo, tomé como pasaje central el Salmo 100 y, a partir de él, señalé que la teología bíblica del culto afirma de manera contundente la centralidad del conocimiento de Dios como eje en torno al cual debe girar todo nuestro quehacer litúrgico. Previo a ese ensayo había trabajado
—
en mi tesis doctoral
—
el tema de la singularidad de YHVH como eje teológico en torno al cual gira toda la fe bíblica. Los textos clave son, sin duda, el decálogo (Ex 20 y Dt 5) y el
shemá
(Dt 6.4-9). La tesis del trabajo doctoral se expresa así:
―
Quiero mostrar que la demanda de lealtad absoluta a YHVH y la llamada a practicar la justicia social son imperativos que se pertenecen mutuamente. Que ambos elementos, aunados a los temas del éxodo y la alianza, son cruciales para entender la radical diferencia entre YHVH y los otros dioses e ídolos. Con estos cuatro conceptos el pueblo de Israel tiene las directrices fundamentales para saber quién es YHVH y para asegurar una respuesta apropiada a su voluntad
‖
. Aunque inherente al tema, en aquella ocasión no agregué a la tesis algo que me parece esencial:
―
que los cuatro elementos son cruciales para entender también la radical diferencia entre el verdadero pueblo de Dios y los falsos pueblos, y entre los miembros verdaderos y los miembros falsos del verdadero pueblo de Dios
‖
. La historia de la exégesis e interpretación del libro de Deuteronomio ha demostrado que este documento es esencial para comprender de manera más plena una serie de elementos clave relacionados con la formación del pueblo hebreo, la comprensión teológica del Antiguo Testamento y la creación del mismo canon. En Deuteronomio se encuentran dos textos centrales de la fe bíblica: el
shemá
y el decálogo. El Deuteronomio se presenta, además, como documento constitucional del pueblo de Dios y como palabra de Dios, mediada por boca profética, que instruye y conforma al pueblo para una nueva coyuntura histórica y geográfica. No es, entonces, nada accidental que en este libro se presenten pautas concretas tendientes a modelar una liturgia que se entronque con el eje teológico de la Biblia, presente en Deuteronomio 5.6-21; 6.1-4 y 12-26, y confirmados por Jesús en Marcos 12.28-34.
YHVH es nuestro único Dios, ¡y nadie más!
Tanto el
shemá
como el decálogo afirman de entrada que
―
YHVH es nuestro/tú Dios
‖
(Dt 5.6 y 6.4)
—
ambos pronombres referidos a los miembros del pueblo de la alianza. Este es el eje teológico del libro de Deuteronomio, de todo el Antiguo Testamento y de toda la Biblia. Por ello, tanto el decálogo como el
shemá
ofrecen, de inmediato, pautas claras y concretas para asegurar que ese centro se mantenga incólume en cada segmento de la vida del individuo y de la comunidad de la alianza (Los primeros cuatro mandamientos del decálogo y los vv. 5-9 del
shemá
). De manera positiva, el
shemá
enseña que el amor a Dios debe saturar todo rincón de la vida humana:
―
5 Ama a tu Dios con todo lo que
piensas
, con todo lo que
eres
y con todo lo que
vales
. 6 Apréndete de memoria todas las enseñanzas que hoy te he dado, 7 y repítelas a tus hijos a todas horas y en todo lugar: cuando estés en tu casa o en el camino, y cuando te levantes o cuando te acuestes. 8
E
16
Escríbelas en tiras de cuero y átalas a tu brazo, y cuélgalas en tu frente. 9 Escríbelas en la puerta de tu casa y en los portones de tu ciudad
‖
. Por su parte, el decálogo, en sus tres primeras
―
palabras
‖
salvaguarda la integridad de YHVH y de su nombre impidiendo la presencia de otros dioses en su culto, la adoración de las imágenes de esos dioses y el uso indebido del nombre de Dios. Lo que ambos textos establecen como elemento central de la teología bíblica es
la singularidad de YHVH
manifestada en la vida de su pueblo a través de una lealtad absoluta y única. Ahora bien, ¿por qué YHVH y no otro dios, por qué un YHVH anicónico, por qué un YHVH impronunciable, por qué un YHVH a quien hay que amar sin reservas? Porque YHVH no es un dios para conocer desde el sesgo ontológico
—
de allí que la Biblia nunca insista en afirmar o negar la existencia de Dios
—
, sino desde el ámbito relacional; es decir, YHVH no es
―
El que Es
‖
, sino
―
El
que está disponible para…‖
. Por ello no se le revela a los filósofos o académicos en la Biblia, sino a
―
un pueblo oprimido
‖
(Ex 3.1-15; Os 12.9; 13.4). Es el Dios
―
que está con
‖
(Gn 39.2-4; 20-22; Ex 3.12; Dt 2.7; 20.1; 31.6, 8, 23; Jos 1.5, 9, 17; 3.7; 1 S 3.19; etcétera.); por ello, la mejor expresión o sinónimo de YHVH es
emmanuel
(
―
con-nosotros-Dios
‖
, Is 7.14). En la Biblia, y de manera especial en el Antiguo Testamento, la alianza es el medio principal a través del cual se manifiesta el carácter relacional de YHVH con el ser humano. No es por otra razón que al decálogo se le considere en Deuteronomio como el principal documento de la alianza (Dt 4.13). De acuerdo con ese documento, YHVH se convirtió en el único Dios de Israel, por el éxodo, por la liberación de la opresión (Dt 5.6). Todo lo que se diga acerca de la relación YHVH-Israel en el decálogo se hace a la luz del éxodo; de ese evento que corresponde, sin duda, a la ética social. Para resaltar este asunto, la versión deuteronómica del Decálogo cambia la dinámica retórica del texto al mover el tema primordial del decálogo más antiguo (el de Ex 20) del principio hacia el centro. De esta manera, la
―
palabra
‖
sobre el sábado (Dt 5.12-15) reúne todo lo que se quiere decir sobre lo que se espera que el miembro del pueblo de Dios haga en su relación con Dios y todo lo que se espera que haga con el prójimo. Es decir, como eje central, el mandamiento sobre el sábado atrae hacia sí lo que los primeros tres mandamientos dicen acerca de Dios, y atrae hacia sí los mandamientos que le siguen y que ofrecen pautas para la relación con el prójimo. Tanto el decálogo como el
shemá
(y así lo entiende el mismo Jesús en Mc 12.28-34) colocan el tema de la singularidad de YHVH y la responsabilidad con el prójimo como elementos inseparables, como las dos caras de la misma moneda
—
así lo entenderá también 1 Juan en 4.7ss. De allí la tesis enunciada al principio de este ensayo. La única manera correcta de articular el nombre de Dios, YHVH, es haciéndonos semejantes a Dios en el fondo de su ser; el relacional, el estar con, el solidario. Nuestra relación correcta con Dios tiene que integrar el compromiso con el otro
—
especialmente con el pobre, con el débil y vulnerable
—
, y a la vez, nuestra relación con el otro tiene que integrar nuestra relación con Dios. No hay manera de relacionarnos con otro ser humano y con la naturaleza sin que se haga por mediación divina. Si no es así, cómo entender a fondo la exhortación del
shemá
de amar a Dios con toda nuestra mente, con todo nuestro ser y con todo lo que tenemos y valemos (Dt 6.5). Si nuestro amor a Dios invade cada rincón de nuestra vida, entonces no hay manera de relacionarnos con los otros y con nuestro entorno ecológico, sino a través del tamiz del amor de Dios y a Dios. Un examen cuidadoso en todo el Antiguo Testamento de la tesis enunciada al principio lleva a concluir que cuando se abandona a YHVH y se obedece y adora a otros dioses e ídolos, se abre el camino a la violencia, la indiferencia y la injusticia; y cuando la violencia y la injusticia se convierten en el denominador común de nuestra vida, el verdadero Dios se ausenta y en su lugar nos hacemos de dioses falsos e ídolos.
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