Antijudaísmo cristiano
Índice
El antijudaísmo doctrinal
La predicación de Jesús y el comienzo de la Iglesia tuvieron lugar en Palestina. Las tres mil personas que recibieron el bautismo como resultado del sermón de Pedro del día de Pentecostés, según relatan los Hechos de los Apóstoles, procedían de Judea o de otros lugares lejanos, pero todos eran judíos o simpatizantes que se encontraban en Jerusalén con motivo de la fiesta.La misma predicación de san Pablo, cuya notable actividad apostólica entre los que no eran judíos le valdría el nombre de apóstol de los gentiles,
se desarrolló casi siempre en los lugares donde había comunidades
judías. Tal como nos informan sus cartas y los Hechos, solía ser allí
donde, después de dirigirse a los judíos, a menudo en la sinagoga,
comenzaba a predicar a los gentiles.
Estas primeras relaciones con las comunidades judías son tan
evidentes que las más antiguas noticias que los autores paganos nos dan
sobre los cristianos los distinguen con dificultad de los judíos. Por
otra parte, tanto los Hechos como las cartas dejan entrever que los
mismos judíos miraban al principio a los cristianos como un grupo,
escindido y cada vez más herético, del propio judaísmo.
La expansión del cristianismo sigue al principio muy de cerca la existencia de comunidades judías.4
se presentó a sí mismo como el "Nuevo Israel" y se escandalizó porque
los judíos persistieran en su "ceguera" de seguir esperando la venida
del Mesías, para cumplir la Promesa que Dios le hiciera a Abraham, cuando el Mesías ya había llegado: era Jesucristo —por eso "durante siglos, la iconografía cristiana representó a la sinagoga por una mujer con los ojos vendados, dando a entender que no veía ni quería ver la Verdad"—.6 La Iglesia católica
no podía permitir que los judíos negaran a Jesucristo como el Mesías
porque eso ponía en cuestión la existencia misma del cristianismo. Así
surgió la acusación contra los judíos de que eran el pueblo deicida, el responsable de la muerte de Jesucristo en la cruz, y durante siglos, en las ceremonias del Viernes Santo, se invitana a los fieles cristianos a rezar pro perfidis Judaeis. La frase significaba textualmente oremos por los judíos que están apartados de la fe verdadera, pero siempre se le dio otro sentido, el de la perfidia que caracterizaba al pueblo judío en su conjunto. Hubo que esperar casi dos mil años para que el papa Juan XXIII en 1959 ordenara que ya no se rezara el Oremus pro perfidis Judaeis en las iglesias católicas.7
Los Padres de la Iglesia y la Alta Edad Media (siglos IV al XI d.C.)
Cuando en el siglo IV d.C. el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano, los judíos perdieron buena parte de sus derechos de ciudadanía otorgada por el emperador Caracalla a principios del siglo III a todos los habitantes del Imperio. Pero los judíos, siguiendo la doctrina del padre de la Iglesia San Agustín,no fueron perseguidos, sino "tolerados" en la acepción original
—negativa— del término "tolerar", que significaba aguantar, disimular,
permitir lo que no es lícito. Como ha señalado Joseph Pérez, "hasta en
nuestro tiempo [en el que a la palabra tolerancia
se le ha dado una significación nueva y positiva] tolerar ha venido a
ser resignarse a una situación que se debería censurar, a un mal que
convendría prohibir, pero que, por motivos varios, no hay más remedio
que consentir y aguantar".8
A los judíos se les aplicaba el trato que se daba a los creyentes de
las falsas religiones —"en la Edad Media, cristianos, moros y judíos
estaban todos convencidos de que su religión era la única verdadera, con
la exclusión de las otras, que eran, por lo tanto, consideradas como
falsas", recuerda Joseph Pérez, por lo que no se les respetaba ni se les
reconocían derechos, sólo se les "toleraba". En los documentos
medievales castellanos se encuentra a veces la expresión referida a los judíos: «deben ser tolerados e sufridos»—.9 "No se les perseguía ni se les expulsaba porque se pensaba que su presencia podía ser útil", afirma Joseph Pérez.10
Desde el punto de vista doctrinal, la "utilidad" de la presencia de
los judíos en el seno de la sociedad cristiana fue defendida por Agustín de Hipona, frente a otros padres de la Iglesia considerados por Romero y Macías mucho más beligerantes contra los judíos, como Juan Crisóstomo, quien en sus sermones les adscribía todo tipo de perversiones y los equiparaba con el demonio.11 Con todo, esa interpretación de Juan Crisóstomo como «antijudío» es considerada anacrónica por estudiosos modernos de la Patrística.12 13
Para san Agustín, la coexistencia con los judíos era deseable para
facilitar su conversión, porque el ejemplo de los cristianos les
convencería de su error de no reconocer a Jesucristo como el Mesías.14 Por otro lado, a los judíos también había que admitirlos porque eran los depositarios de la «hebraica veritas» —el Antiguo Testamento, la Torá, que sólo ellos podían leer en su lengua original porque estaba escrita en hebreo y en arameo—
y que los cristianos también consideraban materia de fe porque de ella
derivaba la "Verdad cristiana" y de esta manera se preservaba el mensaje
de Dios.15
Pero que los judíos tuvieran que ser conservados "no significaba que no
estuvieran sometidos a un terrible castigo divino como autores de la
muerte del Salvador;
por eso tenían que vivir dispersos y oprimidos. [...] Se trataba tan
sólo de una supervivencia en el tiempo, resto de un pasado condenado a
extinguirse, en el tramo final, reconociendo que el Mesías había venido
ya y que era precisamente aquel Jesús a quien el Sanedrín condenó".16
La doctrina agustiniana fue la que determinó las normas que debían
regir la "tolerancia" con los judíos —en el sentido originario y
negativo del término—, las cuales quedaron plasmadas en la Constitutio pro iudaeis promulgada por el papa Inocencio III en 1199, en un momento en que la violencia antijudía, que había comenzado con la persecución de los judíos durante la Primera Cruzada cien años antes, se extendía por Europa. En la Constitutio
se exhortaba a los príncipes cristianos a proteger a los judíos y sus
bienes, y expresamente a evitar los saqueos de sus cementerios y la
interrupción violenta de sus ritos y celebraciones. Asimismo se mostraba
contraria a la conversión forzosa de los judíos.17 Pero este mismo papa, Inocencio III, sería el que propiciaría el cambio de doctrina respecto de los judíos plasmada en el IV Concilio de Letrán celebrado sólo dieciséis años después.
La Plena Edad Media (siglos XI-XIV): el fin de la "tolerancia"
A partir del siglo XI comenzó a cambiar profundamente la relativabenevolencia bajo la que los judíos habían vivido hasta entonces en el
Occidente cristiano, con la excepción de la etapa final del reino de los visigodos de Hispania, donde el judaísmo estuvo a punto de desaparecer. La primera muestra fueron las masacres de judíos por parte de los cruzados que se dirigían a Tierra Santa. Joseph Pérez las relaciona con los motivos escatológicos de la primera cruzada: "Los avances de los turcos parecían anunciar la venida del Anticristo y el fin del mundo; ahora bien, san Pablo (Rom.,
XI, 15) había dado a entender que los judíos se convertirían cuando
llegase el fin de los tiempos; de ahí pudo surgir la idea de que era
oportuno acelerar aquel proceso, forzando a los judíos a convertirse,
arrinconando y maltratando a los que se resistían".18
En el cambio de percepción del lugar que ocupaban los judíos en el
seno de las sociedades cristianas tuvieron un especial protagonismo
varios eruditos judíos que se convirtieron al cristianismo, entre los
que destacó Moisé Sefardí, que cuando se convirtió en 1106, cambió su
nombre por el de Pedro Alfonso. Alfonso escribió Dialogus contra judeos (Diálogos contra los judíos),
donde por primera vez se utilizan los argumentos de la literatura
rabínica, que Pedro Alfonso conocía muy bien, para combatir el judaísmo.
En la obra Pedro Alfonso lanza una acusación de enorme trascendencia:
los dirigentes judíos sabían que Jesús era Hijo de Dios y la prueba se
podía encontrar en el Talmud, el libro sagrado de los hebreos. Pedro Alfonso, pues, demostraba que los judíos eran verdaderamente culpables de deicidio porque cuando condenaron a muerte a Jesús, sabían que era Dios. Con esta acusación se cuestionaba la opinión de Agustín de Hipona
de que los judíos de Jerusalén actuaron por ignorancia, creencia en la
que se había basado la política de "tolerancia" mantenida hasta entonces
y cuyo objetivo último era convertir a los judíos en cristianos al
mostrarles la Verdad de Jesucristo. Si los judíos ya conocían esa
Verdad, entonces no era posible la conversión y, por tanto, ya no tenía
sentido la "tolerancia" hacia ellos.19
El paso decisivo hacia una postura mucho más intransigente hacia los judíos se produjo en el IV Concilio de Letrán convocado por el papa Inocencio III
y celebrado en 1215. Tras reiterar la condena hacia los judíos como
pueblo deicida, se acordaron allí una serie de medidas discriminatorias
para aislarlos de la población cristiana: la obligación de vivir en
barrios separados y de portar una señal para poder ser reconocidos
inmediatamente; la prohibición absoluta de mantener relaciones sexuales
entre judíos y cristianos; la prohibición de que pudieran tener criados o
empleados cristianos, así como la de ejercer determinadas profesiones
—como la de médico de un cristiano— u ocupar puestos que les dieran
autoridad sobre cristianos; la prohibición de construir nuevas
sinagogas. "El objetivo era acabar cuanto antes con la perfidia
de los judíos que se empeñaban en negar lo evidente: que Jesucristo era
el Mesías anunciado. Uno de los papeles asignados a las órdenes mendicantes [recién fundadas] fue precisamente la predicación para convencer y convertir a los judíos", afirma Joseph Pérez.20
obligó a los judíos a llevar una rodela amarilla en el vestido y en
1254 los expulsó de sus dominios, aunque más tarde los volvió a admitir a
cambio de una fuerte suma de dinero. En el siglo siguiente, volvieron a
ser expulsados y readmitidos, hasta que en 1394 fueron expulsados
definitivamente de los territorios bajo soberanía del monarca francés.
En el Sacro Imperio Romano Germánico el Concilio de Viena de 1267 reiteró lo acordado en el Concilio de Letrán y obligó a los judíos a que llevaran un sombrero característico, el Judenhut. En 1290 eran expulsados del reino de Inglaterra.
En cambio, las recomendaciones de Letrán no fueron completamente
aplicadas en los reinos cristianos ibéricos porque los monarcas
necesitaban la colaboración de la población judía para la repoblación y el desarrollo de los territorios conquistados a los musulmanes de Al-Ándalus. Sin embargo, en Castilla fueron recogidas en las Partidas de Alfonso X el Sabio, en las que se justificaba la presencia de los judíos «para
que ellos viviesen como en cautiverio para siempre y fuesen recuerdo a
los hombres que ellos vienen del linaje de aquellos que crucificaron a
Nuestro Señor Jesucristo».21
contenía injurias y blasfemias contra la religión cristiana. Así se
organizó en París una disputa entre cuatro prelados católicos que harían
de acusadores y cuatro rabinos
judíos que defenderían el Talmud. El resultado fue favorable a la
acusación, y el rey San Luis ordenó en 1242 ejecutar la sentencia y
varios miles de libros y manuscritos hebreos fueron quemados en la
hoguera.22 Veinte años después tuvo lugar una disputa similar en Barcelona presidida por el rey de Aragón y conde de Barcelona Jaume I, en la que participaron un judío convertido, el dominico Pablo Cristiano y el rabino de Gerona y gran filósofo Moisés Ben Nahmán, también conocido como Nahmánides. El tema central del debate celebrado en julio de 1263 fue la cuestión del Mesías y de la Trinidad, y tras la celebración del mismo Nahmánides fue acusado por los dominicos de blasfemo, por lo que tuvo que emigrar a Palestina para evitar la condena.23
A los judíos se les obligaba a asistir a las disputas "para que
presenciaran la derrota de sus rabinos ante los argumentos de los
teólogos cristianos y quedaran así convencidos de que estaban
engañados".24
Asimismo se les forzaba a asistir a los sermones de los frailes
dominicos que estaban autorizados a darlos en las propias sinagogas y en
los que arremetían contra el judaísmo con el fin de convertir a sus
oyentes. Pero estos métodos dieron escasos resultados porque la inmensa
mayoría de los judíos siguieron fieles a la Ley Mosaica.25
Poco después de la disputa de Barcelona, el dominico catalán Raimundo Martí,
que tenía amplios conocimientos de árabe y hebreo, publicó un libro que
tendría una gran trascendencia sobre la forma como abordaron los
cristianos la presencia de los judíos junto a ellos. Su título era Pugio fidei adversos Mauros et Judaeos, cuya intención la aclaraba el propio Martí en el prólogo: «Con
los libros del Antiguo Testamento que recibieron los judíos, además del
Talmud y otros de sus textos auténticos, compondré una obra tal que sea
capaz, casi como un puñal, de rasgar a los perseguidores de la fe
cristiana y del culto». Como el libro estaba lleno de citas sacadas del Talmud y de los midrachim
—interpretaciones y comentarios tradicionales— con su correspondiente
traducción al latín, fue profusamente utilizado por todos los autores
cristianos que querían mostrar los "errores" del judaísmo.26 El dominico explicaba en su libro que, tras la destrucción del Templo de Jerusalén,
un rabino había pactado con el diablo el fin de los cristianos, por lo
que los judíos habían dejado de ser el pueblo elegido por Dios para
pasar a ser el pueblo elegido por Lucifer. Con esta conclusión se cerraba el ciclo de coexistencia con los judíos. Éstos ahora "eran tan sólo servidores de Satán, que los empleaba para destruir la fe cristiana".27
El antijudaísmo popular
Véase también: Alegatos antisemitas
justificó los estereotipos antijudíos surgidos en los ámbitos no
eruditos. En las predicaciones de las órdenes mendicantes, singularmente de los dominicos,
se pasó de la imagen "más bien neutra del judío, víctima del demonio
más que ser endemoniado" —susceptible por tanto de ser salvado— a la del
"judío como ser abyecto y miserable, personificación de toda clase de
vicios y maldades". En este contexto es en el que surgen una serie de
leyendas y mitos antijudíos que tendrán una larga pervivencia y que
contribuirán a crear "un ambiente que acabó por provocar y justificar la
violencia de las masas cristianas contra los judíos", especialmente en
momentos de crisis, como las que se produjeron en el siglo XIV como
consecuencia del terrible impacto de la Peste Negra.
"Los fieles se veían invitados a entrar en sí mismos y a ver en las
catástrofes que se les venían encima otras tantas señales de la cólera
de Dios que los castigaba por sus pecados y ¿qué mayor pecado había que
el convivir con los descendientes de aquellos que habían dado muerte a
Cristo?".28
El estereotipo del judío creado en la Edad Media
El rasgo más antiguo del estereotipo del judío creado en la EdadMedia fue que los judíos eran sucios, cuando en realidad su preocupación
por la limpieza era mayor que la de sus vecinos cristianos. Lo que
sucedía es que los judíos solían vivir hacinados en los barrios que se
les asignaban en las ciudades y cuya densidad de población era muy
superior a los espacios cristianos, por lo que allí era difícil
conseguir una higiene aceptable. Asociada a la suciedad estaba el
prejuicio sobre el mal olor que desprendían, que tenía mucho que ver con
sus hábitos culinarios como el uso del ajo.29
Los judíos también eran malvados y cómplices de los criminales. Lo
que sucedía muchas veces era que los ladrones acudían a los prestamistas
judíos entregando el botín como prenda del dinero que les daban, que
después no recogían. Asimismo se les caracterizaba como cobardes, pero
la realidad era que al privárseles del derecho a portar armas intentaban
evitar los problemas. "Cuando viajaban, tenían que contratar el
servicio de cristianos armados que les servían de escolta; pero éstos, a
menudo, se volvían contra ellos para desvalijarlos. Había que acudir a
los tribunales, donde era muy difícil que se comprobasen y castigasen
tales delitos. [...] Todo ello contribuía a formar entre los judíos una
conciencia específica: era inútil tratar de defenderse, ya que el daño
sería todavía peor. Debían ocultarse, huir o soslayar tales peligros".30
Estos rasgos derivaban de las actividades relacionadas con el dinero
que realizaban los judíos ricos —en realidad una minoría—, que luego se
trasladaban al conjunto de los judíos. Los nobles y eclesiásticos, que
eran los que disponían de rentas importantes en la Edad Media, no
entendían lo que hacían los banqueros y prestamistas judíos con su
dinero, y tendían a desconfiar de ellos porque tampoco entendían cómo el
manejo del dinero les hacía ricos. Achacaban a su "avaricia" que no
gastaran el dinero que ganaban, aunque la razón era muy sencilla.
"Sabían muy bien que sus bienes mobiliarios
eran la única garantía para su existencia y su seguridad y por eso
ahorraban; si se les obligaba a emigrar por cualquier circunstancia,
esos bienes, en moneda o letras de cambio, podían acompañarles en el destierro".31
El historiador Luis Suárez Fernández
sintetiza así el estereotipo inventado sobre los judíos en la Edad
Media, "una imagen falsa y calumniosa pero que ha durado hasta nuestros
días":32
El judío era un ser sucio que huele a ajo, cómplice de ladrones cuyo
botín pone el mercado, cobarde, es sobre todo un avaro muy astuto que
con sus «sutilezas» envuelve y engaña a los cristianos.
Las calumnias religiosas
El historiador Luis Suárez Fernández agrupa las calumnias religiosasvertidas contra los judíos en la Edad Media en cuatro grandes sectores:
propagar epidemias y enfermedades contagiosas para aniquilar a los
cristianos; los insultos y las blasfemias
contra Jesucristo, la Virgen y los principios de la fe cristiana; la
profanación de hostias consagradas; y los crímenes rituales sobre niños
cristianos.33
La propagación de epidemias y enfermedades contagiosas
Aunque algún médico judío fue acusado de utilizar sus conocimientospara intentar asesinar a su paciente cristiano, la calumnia más
difundida era que propagaban epidemias y enfermedades contagiosas para
acabar con los cristianos. En 1321 se difundió en Francia el rumor de
que los judíos habían contratado a leprosos para que contaminaran las aguas y de esa forma vengarse de las violencias sufridas a manos de los pastorcillos.
Asimismo cuando se veía a un judío bañándose en un río, inmediatamente
se pensaba que lo que estaba haciendo era envenenar sus aguas. Estas
acusaciones alcanzaron su clímax cuando la Peste Negra asoló Europa a partir de 1348. Así en muchos lugares las juderías
fueron asaltadas por sus atemorizados y enfurecidos vecinos cristianos
que creían que eran los judíos los que habían propagado la peste.34
Los insultos y las blasfemias contra Jesucristo, la Virgen y la fe cristiana
Aunque algún judío podía haber sido sorprendido blasfemando, esta conducta se atribuía a todos los judíos. De ahí la difusión de la leyenda del judío erranteque relataba la condena impuesta por Dios de vagar eternamente a un
judío que había insultado a Jesucristo en el camino hacia el Calvario.33 Pero en ocasiones lo que ocurría era que los cristianos malinterpretaban fiestas judías, como la del Purim (muerte de Amán, el malvado que recoge el Libro de Ester),
que creían que era una burla de la Crucifixión. Así cuando los judíos
la celebraban en Castilla, los niños cristianos hacían sonar las carracas para ahogar los gritos de Aman —una costumbre que pasó a las procesiones de Semana Santa—.35
La profanación de hostias consagradas
Según esta leyenda los judíos robaban hostias consagradas para
quemarlas, apuñalarlas o meterlas en agua hirviendo y de esa forma
"demostrar" que no eran el cuerpo de Cristo, según la fe cristiana. Una
de las versiones más significativas fue la que recoge una de las
vidrieras de la catedral de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas: en el Viernes Santo
de 1370 unos judíos robaron unas hostias consagradas y cuando las
apuñalaron manó sangre de ellas y los culpables fueron ejecutados.36
también aparece la leyenda: un prestamista judío, tras hacerse con una
hostia consagrada, la profanó con fuego, agua hirviendo y con un
cuchillo, pero sin conseguir alterar su forma original. Una de las
versiones más conocidas es la ocurrida en Segovia a principios del siglo XV, y que parece que dio lugar al cuadro atribuido inicialmente a Jan van Eyck, titulado El triunfo de la Iglesia sobre la Sinagoga. La leyenda fue recogida por Alonso de Espina en el libelo Fortalitium Fidei
de 1460 y en ella se refiere que un sacristán necesitado de dinero
acudió a un prestamista judío y éste a cambio del dinero le pidió que le
entregara una hostia consagrada, a lo que el sacristán, asustado,
accedió. Un grupo de judíos, entre los que se encontraría don Meir, médico del rey Enrique III de Castilla,
arrojaron la hostia a una caldera hirviendo, pero la hostia se elevó
sobre la caldera envuelta en un halo de luz divina y se dirigió volando
hasta el convento de Santa Cruz.
Los judíos profanadores fueron condenados a muerte y el obispo
convirtió la sinagoga de Segovia en un templo católico dedicado al Corpus Cristi.37
El dominico catalán Raimundo Martí en su famosa obra antijudía Pugio fidei...
atribuía esta conducta a la intervención del diablo que les habría
enseñado a los judíos —sus discípulos predilectos, según Martini— que en
la hostia consagrada estaba presente el cuerpo de Cristo.27
Los asesinatos rituales de niños cristianos
los judíos raptaban a niños cristianos sometiéndolos a terribles
sufrimientos y asesinándolos de una forma especial, que incluía el
aprovechamiento de su sangre para fabricar con ella el matzot de la Pascua judía.
De esta forma, según la leyenda, los judíos, lejos de arrepentirse de
ser un pueblo deicida, reproducían la Pasión de Jesucristo.38 La primera acusación de haberse cometido este crimen ritual se produjo en Norwich (reino de Inglaterra) en 1144, y pronto aparecieron otros casos, sobre todo en el siglo siguiente —Blois (1171); Fulda (1235); Narbona (1236); Lincoln (1255); Valréas de Vaucluse (1247); Múnich (1286); Manosque (1296); Uzés (1297)—.39 El primero documentado en la península ibérica es de 1250 y se produjo en Zaragoza —el niño fue canonizado con el nombre de Santo Dominguito del Val—. Una historia similar corrió en 1294 también en el reino de Aragón:
se contaba que en un pueblo cercano a Zaragoza unos judíos habían
secuestrado a un niño cristiano al que habrían arrancado el corazón y el
hígado, pero en este caso se pudo demostrar que se trataba de una calumnia, ya que apareció el niño supuesta víctima del crimen.40
En el código castellano de las Partidas también se recoge este libelo de sangre antijudío:40
Oyemos decir que en algunos logares los judíos ficieron et facen el día de Viernes SantoEn la Corona de Castilla hubo varios casos de supuestos asesinatos rituales de niños perpetrados por judíos, pero el más famoso fue el del Santo Niño de La Guardia que tuvo lugar en 1491, un año antes de la expulsión de los judíos de España.41
remembranza de la pasión... furtando los niños et poniéndolos en la
cruz e faciendo imágenes de cera et crucificándolas, quando los niños
non pueden haver
La relación entre el antijudaísmo cristiano y el antisemitismo contemporáneo
Debido a la presión de la Iglesia ortodoxa, nacida tras el cisma de 1054, los judíos tenían prohibido entrar en Rusia desde el Medievo. No es de extrañar, por tanto, que durante la Edad Moderna la comunidad judía rusa fuera numéricamente insignificante. Sin embargo, la anexión de territorios tras la guerra contra el Imperio otomano (1768-1774) y los sucesivos repartos de Polonia en 1772, 1793 y 1795 entre Austria, Prusiay Rusia —que provocaron la desaparición del Estado polaco hasta 1918—
obligaron al Gobierno ruso a pensar en los cientos de miles de judíos
recién incorporados.
Antes de las ampliaciones territoriales, los emperadores o zares
rusos ya habían constatado la nula efectividad de los intentos de
incorporar a sus escasos súbditos judíos a la Iglesia ortodoxa nacional.
Pero la política aplicada con posterioridad por algunos miembros de la dinastía Romanov —que dirigió Rusia desde 1613 hasta 1917— acabó convirtiéndose en una pesadilla para los judíos que cayeron en su poder.
La decisión de la zarina Catalina II de imponer a los judíos una zona de residencia o zona de asentamiento dificultó aún más la ya dura vida de los judíos rusos. Estos perdieron la posibilidad de escapar de los pogromos que tantas muertes causaron.
Durante el reinado de Nicolás I (1825-1855) aumentó la represión. En 1827 el zar aprobó el cantonismo,
un régimen militar que forzaba a los judíos varones más pobres a
incorporarse al ejército. Obligados a bautizarse, muchos de estos
jóvenes acabaron protagonizando suicidios colectivos o individuales y
otros recurrieron a automutilaciones o a conversiones fingidas.42
contemporáneo que basa la hostilidad a los judíos, no en su fidelidad a
un determinado credo religioso —como en el antijudaísmo cristiano—,
sino en su pertenencia a la "inferior" raza semita que quiere imponerse a la "superior" raza aria. El antisemitismo contemporáneo culminará en la gran catástrofe del Holocausto, el exterminio de los judíos de Europa por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Después de 1945, uno de los judíos supervivientes del Holocausto, el historiador francés Jules Isaac,
cuya esposa e hija fueron asesinadas en un campo de exterminio, se
propuso averiguar cuáles eran los orígenes históricos del antisemitismo
europeo contemporáneo. El resultado de sus investigaciones las publicó
en tres libros: Jésus et Israël (1948), Genèse de l'antisémitisme (1956) y L'Enseignement du mépris
(1962). Isaac encontró la raíz del antisemitismo contemporáneo en la
"pedagogía del desprecio" (título de su último libro) hacia los judíos
practicada por la Iglesia durante siglos al presentar a los judíos como
unos malvados y unos criminales, como el pueblo deicida que condenó a Jesús, ocultando el hecho de que fueron unos judíos —los que formaban el Sanedrín—, no los
judíos, los que lo sentenciaron a muerte. De esa forma, según Isaac, el
antijudaísmo cristiano, fundamentalmente medieval, preparó el terreno
para la gran tragedia del siglo XX. En la página final de su Jesús et Israël
resume su alegato: los nazis fueron los responsables del exterminio de
los judíos, pero se trata de una responsabilidad derivada «que ha venido
a injertarse, como el más tétrico parásito, en una tradición secular,
una tradición cristiana».43
Isaac se entrevistó con los papas Pío XII y Juan XXIII
y logró convencer a este último, como a otros muchos católicos —no a
todos—, de la responsabilidad de la Iglesia Católica. La primera
respuesta fue la orden de Juan XXIII del 21 de marzo de 1959 por la que se prohibía el rezo del Oremus pro perfidis Judaeis en las iglesias de Roma, que poco después se extendió a todo el orbe católico. El paso definitivo se dio en el Concilio Vaticano II (1962-1965) cuando se aprobó el 28 de octubre de 1965 la declaración Nostra Aetate sobre las relaciones con las religiones no cristianas, y concretamente con el judaísmo.44
El historiador británico Martin Gilbert atestigua cómo él mismo pertenece a una generación de judíos —nacidos antes de la Segunda Guerra Mundial—
en la que se daba por sentado la existencia de cierta complicidad del
Cristianismo en el Holocausto, en lo que les enseñaban y en mucho de lo
que leían. Se ponía el acento en la larga historia del antisemitismo
cristiano, en las atrocidades cometidas por los cruzados contra los judíos en la Edad Media,
en el papel de la Iglesia en las persecuciones antijudías a lo largo de
la historia. Las diatribas contra los judíos por parte de Lutero también formaban parte de los libros de historia de los judíos, incluyendo alguno de su autoría.
También menciona Gilbert cómo en años más recientes ha habido duras
críticas hacia el Cristianismo y las iglesias por su papel durante el
Holocausto. Especialmente se ha hablado de la culpabilidad e incluso
complicidad del Papa, del Vaticano y del clero
—especialmente del clero católico— en los sucesos que llevaron al
Holocausto y durante el propio Holocausto. Su visión, concluye Gilbert,
siempre fue diferente. En uno de sus libros describe los esfuerzos
realizados por clérigos cristianos individuales en la lucha contra el
antisemitismo y, del estudio de sus biografías, concluye que es
necesario un cambio en el tratamiento del Holocausto en la historia.45
En otro de sus libros, dedicado a los justos entre las naciones,
explica sir Gilbert cómo entre las decenas de miles de personas que
ayudaron a los judíos durante el Holocausto, había numerosos católicos
—entre ellos franciscanos, benedictinos y jesuitas—, cristianos
ortodoxos rusos y griegos, baptistas y luteranos, e incluso musulmanes
de Bosnia y Albania. Muchos de los judíos que sobrevivieron al régimen y
la ocupación Nazi en Europa entre 1939 y 1945, deben su vida a no
judíos. Era frecuente la pena de muerte para los que ayudaran a los
judíos, especialmente en Polonia y el Este de Europa. Muchos cientos de
no judíos fueron ejecutados por tratar de ayudar a los judíos.46
Referencias
- Gilbert, Martin (2010). The Righteous: The Unsung Heroes of the Holocaust. MacMillan. ISBN 9781429900362.
Bibliografía
- Pérez, Joseph (2009) [2005]. Los judíos en España. Madrid: Marcial Pons. ISBN 84-96467-03-1. Consultado el 24 de enero de 2015.
- Romero, Elena; Macías, Uriel (2005). Los judíos de Europa. Un legado de 2.000 años. Madrid: Alianza Editorial. ISBN 84-206-5849-9.
- Suárez Fernández, Luis (2012). La expulsión de los judíos. Un problema europeo. Barcelona: Ariel. ISBN 978-84-344-0025-2.
Véase también
Yale Law Report, 2011, pp. 14-15. Para un análisis de este último
aspecto, precedido por e indudablemente ligado a la alegoría
eclesiástica denominada "Sinagoga", véanse los textos desarrollados por
Bart Fransen ("Jan van Eyck y España", Anales de Historia del Arte,
vol. 22, número especial, 2012, pp. 39-58) y Mariano Akerman (Texto de
disertación presentada en Buenos Aires en octubre de 2013; Documenta: Sinagoga—la llave del enigma, 3 de noviembre de 2013).
Yale Law Report, 2011, pp. 14-15: la alegórica eclesiástica con los
ojos cubiertos posee connotaciones negativas; la figura femenina con sus
ojos cubiertos por una venda denotaba ceguera para con la luz del
cristianismo.
|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)usado por Juan Crisóstomo, consistían en vilipendiar a los opositores
de manera inflexible, por lo que calificar a Juan Crisóstomo como un
«antijudío» o «antisemita» es [[Anacronismo|anacrónico] e incongruente
con el contexto y registro histórico. Los adversarios de Juan Crisóstomo
no eran los judíos, sino algunos cristianos judaizantes que
reinvindicaban el retorno a la observancia de la ley y de las
celebraciones judías.
|título=
(ayuda)(2012). pp. 55-56. «De acuerdo con el pensamiento de los teólogos del
siglo XII, en la Torah estaba la raíz primera del cristianismo y también
la demostración de que la Promesa se había cumplido. [...] Los hebreos
podían considerarse fieles custodios del texto fidedigno de la Biblia;
era a este texto al que se calificaba de hebraica veritas en la escolástica cristiana. A él podía acudirse para rectificar los errores en la traducción al griego o al latín». Falta el
|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)residiendo en Aviñón, salió al paso de esta calumnia [que los judíos
hubieran traído la peste] diciendo que era una mentira inspirada por el
diablo que de este modo se servía de los pecados de los hombres, casi
nadie le creyó». Falta el
|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)(2012). p. 50. «La acusación reviste en este caso un carácter muy
singular; los cristianos habían olvidado que una acusación muy semejante
se había formulado contra ellos en los primeros años de expansión de la
Iglesia». Falta el
|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)|título=
(ayuda)
No hay comentarios:
Publicar un comentario