Padre Pio – San Pio de Pietrelcina
San Giovanni Rotondo, Italia
En un convento de la Hermandad de los Capuchinos, en la ladera delmonte Gargano, vivió por muchísimos años el que probablemente fuera el
Sacerdote Místico más destacado del siglo XX. El Padre Pío, nacido en
Pietrelcina en 1887, fue un hombre rico en manifestaciones de su
santidad. Enorme cantidad de milagros rodearon su vida, testimoniados
por miles de personas que durante décadas concurrieron allí a
confesarse. Sus Misas, a decir de los concurrentes, recordaban en forma
vívida el Sacrificio y Muerte del Señor a través de la entrega con que
el Padre Pío celebraba cada Eucaristía.
Es notable su carisma de bilocación: la capacidad de estar presente
en dos lugares al mismo tiempo, a miles de kilómetros de distancia
muchas veces. El Padre Pío raramente abandonó San Giovanni Rotondo; sin
embargo se lo ha visto y testimoniado curando almas y cuerpos en
diversos lugares del mundo en distintas épocas. También tenía el don de
ver las almas: confesarse con el Padre Pío era desnudarse ante Dios, ya
que él decía los pecados y relataba las conciencias a sus sorprendidos
feligreses (a veces con gran dureza y enojo, ya que tenía un fuerte
carácter, especialmente cuando se ofendía seriamente a Dios). Tenía
también el don de la sanación (a través de sus manos Jesús curó a
muchísima gente, tanto física como espiritualmente) y el don de la
profecía (anticipó hechos que luego se cumplieron al pie de la letra).
Vivió
rodeado de la Presencia de Jesús y María, pero también de Santos y
Angeles, y de almas que buscaban su oración, para subir desde el
Purgatorio al Cielo. Pero su gracia más grande radicó, sin duda alguna,
en sus estigmas: en 1918 recibe las cinco Llagas de Cristo en sus manos,
en sus pies y en su costado izquierdo. Estas llagas sangraron toda su
vida, aproximadamente una taza de té por día, hasta su muerte ocurrida
en 1968. Múltiples estudios médicos y científicos se realizaron sobre
sus Estigmas, no encontrándose nunca explicación alguna a su presencia u
origen.
Su sangre y cuerpo emanaban un aroma celestial, a flores diversas,
que acariciaba no solo a los asistentes a sus Misas, sino también a
quienes se encontraban con él en otras ciudades del mundo, a través de
sus dones de bilocación. Vivió sufriendo ataques del demonio, tanto
físicos como espirituales, que se multiplicaron a medida que las
conversiones y la fe crecían a su alrededor.
En diciembre de 2001 el Vaticano emite el decreto que aprueba los
milagros necesarios para canonizar a nuestro héroe, San Pío de
Pietrelcina, y finalmente el 16 de junio de 2002 Juan Pablo II declara
Santo al Padre Pío. Una multitud siguió la ceremonia que fue transmitida
en directo al mundo entero. Los millones de personas que amamos al
Padre Pío nos emocionamos hasta las lágrimas al ver realizado nuestro
anhelo. El propio Juan Pablo II tuvo la oportunidad de confesarse
décadas atrás con Pío, y fue entonces cuando el Santo del Gargano le
profetizó su futuro papado. Vea aquí el video con imágenes de la vida y
la canonización de Padre Pío.
Vivimos en un mundo que niega lo sobrenatural, se aferra a lo
material y a todo lo que pueda ser explicado a través de la razón, o
percibido por los sentidos. Sin embargo, Dios prescinde de nuestra razón
y de nuestros sentidos, a la hora de someternos a las pruebas de
nuestra fe. De cuando en cuando nos prodiga con regalos del mundo
sobrenatural, a través del testimonio y el acceso a la divinidad de los
seres Celestiales. El Padre Pío es una puerta abierta a Cristo, a María,
a los ángeles y los santos. Es también un testimonio de la pequeñez del
ser humano y una invitación a creer y dejar de buscar explicación a los
hechos de la Divina Providencia (la voluntad de Dios), sino simplemente
a unir nuestra voluntad a la de Dios, y ser lisa y llanamente su
instrumento, como el Padre Pío lo fue.
La vida entera del Padre Pío no puede ser explicada a
través de la razón o la lógica humana. La fe y fuerza del Santo del
Gargano dan por tierra con todas las escuelas filosóficas terrenales,
dejando una sola salida a todo intento de crecimiento del hombre: el
encuentro con el Dios eterno, el que nos mira desde lo alto y nos pide,
por medio de Su infinita Misericordia, que nos entreguemos simplemente a
Su Voluntad. La negación de nuestro yo (la muerte de nuestro ego), se
constituye en la principal meta de nuestra evolución, porque SÓLO DIOS
ES !
Debemos negarnos a nosotros mismos y vivir para y por Él.
El Padre Pío vivió en la más absoluta humildad y negación de sí mismo,
¡y miren los prodigios que Jesús hizo a través suyo!
¿El momento?
Lavida mística del Padre Pío cubrió desde los inicios del siglo, hasta
fines de los años sesenta, con su muerte. El siglo XX fue marcado,
entonces, por su presencia silenciosa pero poderosa. Sus estigmas
aparecieron en 1918, inmediatamente después del fin de la primera guerra
mundial, de la revolución bolchevique y de la aparición de Fátima, todo
ello acontecido en 1917. Pasó a través de la segunda guerra mundial, en
una Italia comprometida, invadida primero por sus ex aliados (los
alemanes) y luego liberada fundamentalmente por los soldados americanos.
Y tuvo sus últimos años en medio de la bonanza económica de la
posguerra, que condujeron a la década del sesenta con su contradictorio
grito de paz, mezclado con una pérdida total de los valores morales y
religiosos.
Nuestro santo no alteraba su vida por la influencia del
mundo. Él vivió en su convento, dedicando su vida a la oración, la
meditación, el encuentro con Jesús en la Eucaristía y en su trabajo
predilecto: la confesión. Sólo Dios importaba, apartar al hombre de la
atracción de un mundo que poco tiene que ver con Cristo, y llevar a la
mayor cantidad de gente posible a la Verdadera Vida en Dios.
¿El lugar?
El sur de Italia es un lugar pobre en esencia, a pesar de su integración a Europa. Y es en el convento de la
Madonna delle Grazie (la Virgen de la Gracia), en San Giovanni Rotondo,
pequeño pueblo situado en la ladera del monte Gargano, en la región de
Foggia, donde se desarrolla la vida de Pío. El convento de los Hermanos
Capuchinos pronto se convierte en el lugar de cita de quienes quieren
ver en vida a un santo, tal la fama que acompañó al Padre Pío durante
décadas.
La gente viaja allí desde los lugares más recónditos, desde
toda Italia, Europa, América. A medida que su fama se extiende, San
Giovanni Rotondo empieza a tener un significado especial para mucha
gente. Y su influencia y fama crece a partir de su muerte, como un
viento lleno del Espíritu que grita nuestra necesidad de volver a Dios.
¿El Santo?
Nacido como Francisco Borgione en Pietrelcina, provincia delBenevento, el 25 de mayo de 1887. Rebautizado Padre Pío cuando recibe
los votos de Hermano Capuchino el 22 de enero de 1903, se ordena
sacerdote el 10 de agosto de 1910. Desde niño el Padre Pío se manifiesta
distinto a los demás: oraba en lugar de jugar. No fue buen alumno,
alternaba palotes en su cuaderno con Cruces que dibujaba. Sus amigos a
veces se atemorizaban por el ensimismamiento en que entraba al orar, por
largas horas. Para Francisco esto era normal, él solo meditaba y
compartía con Jesús todo su dolor y sufrimiento en la Cruz. Su familia
era extremadamente pobre, tan así que su padre debió emigrar a América
por un tiempo para poder mantener a los seis hijos y la esposa, María
Josefa.
La salud del Padre Pío fue frágil desde temprana edad, y así fue por
toda su vida, agravada al recibir los estigmas de Jesús. Siempre supo
Pío que su destino era ser un monje capuchino. Solo una temporada en la
milicia, cumpliendo el servicio obligatorio, lo apartó de su misión en
la vida. Pero fue su salud y la Divina Providencia (a la que Pío siempre
siguió con fe), la que lo liberó del servicio obligatorio luego de un
tiempo, para poder volver a la vida de convento en alabanza permanente a
Dios.
Su vida era muy simple: vivía en su celda de monje, se levantaba de
madrugada para preparar la Misa en oración, confesaba durante todo el
día, y trabajaba de noche en su celda. Comía muy poco, lo que sumado a
la cantidad de sangre que perdía diariamente, intrigaba a los médicos
respecto de algo que escapaba a la lógica terrenal. El Padre Pío lo
explicaba con simples palabras: su alimento era el Cuerpo de Jesús en la
Eucaristía.
Era humilde en extremo: no aceptaba fotografías, ni notas
periodísticas, ni que se hable de él. Su carácter alegre y sencillo, se
tornaba hosco cuando alguien trataba de poner demasiado acento en su
figura o ensalzarlo. Para el Padre Pío la humildad era más que una
virtud, era la única forma de vivir la vida, ya que para él sólo Jesús
ES, sólo la Santísima Trinidad. Los demás, empezando por la Virgen
María, somos seres al servicio permanente de Dios. Nada lo podía apartar
de una negación absoluta de sí mismo, ya que él nunca hizo nada por si,
siempre actuó en nombre de Jesús, por intercesión de su Madre la
Santísima Virgen, o de los ángeles y los santos. Pero nunca el
protagonista fue el Padre Pío. Y así, nunca entendió al mundo, que se
esfuerza en revalorizar el ego y el propio yo, difundiendo filosofías y
disciplinas que lo único que hacen es resaltar el egocentrismo, alejando
al hombre más y más de su única fuente: Dios.
Sin dudas ni planteamientos, es que surge una chispa que
incendia al mundo: el fuego que el Padre Pío encendió inflama nuestros
corazones y nos deja librados a nuestra propia opción, ¡sin excusa
alguna!El Padre Pío es un faro poderoso, una luz
potente que alumbra el mundo y deja al mal expuesto en toda su vileza.
Estudiar la virtud sin igual del Santo del Gargano nos permite entender
cuán falsa es la forma de vida que nos propone este mundo actual,
apóstata y alejado de Dios. La idea de que todo debe y puede ser
explicado racionalmente, lleva al mundo a dar las espaldas a la Voluntad
de Dios, su Divina Voluntad. El gran misterio es que los misterios del
Cielo no pueden ser develados por los hombres. Y cuando se acepta el
amor del Padre sin límites,
¿Los testigos?
Sencillamente miles y miles de personas testimonian la avasalladoracantidad de hechos místicos que rodearon al Santo del Gargano. Desde las
confesiones donde el monje capuchino desnudaba el alma, el pasado, los
miedos y los anhelos de las personas, hasta curaciones que los médicos
no pudieron explicar desde el punto de vista médico, pasando por
testimonios de personas que lo veían en más de un lugar en el mismo
momento. Muchísimos estudios científicos se realizaron sobre sus
estigmas, tratando de descubrir su origen, siendo que finalmente muchos
médicos resultaron conversos al tomar contacto con el Santo de Foggia.
Los medios de comunicación difundieron noticias sobre los prodigios que
rodearon al Padre Pío durante décadas, hasta su muerte. Enorme cantidad
de gente viajó a San Giovanni Rotondo para tomar contacto con el Cielo
hecho presente allí, y volvieron a sus países dando fe de su propia
experiencia.
Confesor, para que las almas que se acerquen a él encuentren
el camino de regreso a Cristo. Sin embargo, su fama recorrió el mundo y
lo transformó a lo largo de las décadas en un santo viviente, una
leyenda de santidad y entrega a Dios. Su obra es la obra de Jesús, que
da testimonio desde la humildad y la caridad, sin dejarse atrapar por
las trampas que tiende el mundo moderno, que trata de pintar de colores
extraños lo que es una simple y pura entrega de amor.El Padre Pío nunca buscó notoriedad, nunca quiso ser protagonista. Sólo quería que lo dejen orar en paz y ser un fiel
Los estigmas del Padre Pío
Mientrasera un joven, la madre de Pío lo encontró agitando las manos como si
las tuviera quemadas. Ella le preguntó, bromeando, si estaba tocando la
guitarra, y el joven repuso sonriendo que las palmas de las manos le
dolían mucho. Era un viernes, y ese día se conmemoraban en la parroquia
los estigmas de San Francisco de Asís. Era un anticipo de lo que
ocurriría luego.
Sobre el Monte Alvernia, en el siglo XIII, Cristo dijo a San Francisco de Asís: “¿Sabes lo que acabo de hacerte?. Te he dado los estigmas, que son los signos de mi Pasión, para que seas mi abanderado”.
El 17 de septiembre de 1918, como todos los años, los Padres Capuchinos
celebraron piadosamente la fiesta de los estigmas de San Francisco. El
viernes 20 de septiembre, dos días después, poco antes del mediodía, un
grito penetrante hizo estremecer a todos los monjes en el convento. ¿Que
había ocurrido?
Encontraron al Padre Pío tirado sobre el piso de baldosas, y al
levantarlo con cuidado para llevarlo a su celda, percibieron que estaba
herido: flechas invisibles habían traspasado sus manos, sus pies y su
costado, y esas heridas sangraban.
Según palabras del Padre Pío:
Después de celebrar Misa, fuí sorprendido por un descansoparecido a un dulce sueño. Mis sentidos internos y externos se
encontraban en una quietud indescriptible. Entonces vi frente a mi a un
misterioso personaje, cuyas manos, pies y costado manaban sangre. Su
vista me aterrorizó, pensé que me moría, y habría muerto si el Señor no
hubiese intervenido para sostener mi corazón que parecía salírseme del
pecho. La visión del personaje se retiró, y yo me dí cuenta que mis
manos, pies y costado estaban perforados y manaban sangre.
Los fieles, que se encontraban en ese momento en la iglesia,
comprendieron lo que había ocurrido. La noticia se propagó bien pronto,
los caminos se llenaron de peregrinos y todo el mundo repetía que el
Padre Pío era un santo. La policía tuvo que intervenir para poner orden
en el tránsito de las multitudes que llegaban de todas las provincias.
El Padre Provincial de los Capuchinos del Monasterio de Santa Ana de
Foggia, luego
de haber hecho fotografiar las manos, los pies y costado del Padre Pío,
envió todos esos documentos al Vaticano para su estudio. Pidió al Dr.
Luis Romanelli que practicara un examen médico detallado al nuevo
estigmatizado, examen que repitió cinco veces en dos años. He aquí los
puntos más importantes de su estudio:
“Las
lesiones del Padre Pío están recubiertas por una fina membrana de color
rojizo. No hay en ellas ni grietas ni hinchazón, como tampoco
reacciones inflamatorias en los tejidos. La herida del costado es un
tajo limpio, paralelo en sus bordes, de siete u ocho centímetros de
longitud, cuya profundidad no se puede medir y que sangra en abundancia.
La sangre tiene las características de la sangre arterial, y los bordes
de la llaga prueban que ésta no es superficial. He examinado al Padre
Pío en el espacio de quince meses, y aunque alguna vez he comprobado
ciertas modificaciones en las lesiones, jamás he podido clasificarlas en
ningún orden clínico conocido”.
Otro informe de un serio catedrático luego concluyó: “Toda lesión
bien cuidada debe curar, y mal cuidada se agrava. ¿Es posible explicar
científicamente como estas lesiones que no son tratadas como
corresponde, sobre todo las de las manos, que se lavan con agua común y
están siempre en contacto con guantes de lana y con pañuelos y fregadas
con jabón de la peor clase, no se infectan ni tienen complicaciones y
tampoco se curan?”.
Las heridas de las manos sangran ligeramente y casi de contínuo.
Durante el día, el Padre Pío lleva guantes de lana marrón, de tal modo
que las manchas de sangre no se ven, y la lana absorbe la humedad.
También la herida del costado sangra contínuamente. Él coloca sobre ésta
un lienzo que sostiene por medio de una banda ancha enrollada en su
torso. Los vecinos del monasterio le proporcionan la tela necesaria
Las manos del Padre Pío, que los fieles pueden ver cuando dice misa,
están ensangrentadas. Lavadas con agua, los estigmas aparecen como
llagas circulares de unos dos centímetros de diámetro, en el centro de
la palma. Por otra parte, se ven exactamente igual en el dorso de las
manos, de tal modo que se diría que están traspasadas de parte a parte y
son transparentes en su centro. En consecuencia, el Padre no puede
nunca cerrar las manos por completo, y escribe con dificultad. No es
posible comprobar la profundidad de las heridas a causa de la película
que las recubre. Esta película se desprende con frecuencia y se le forma
otra. El Padre Pío trata de disimular sus estigmas, mientras que sus
superiores le tienen prohibido mostrar sus manos a nadie. Hasta cuando
dice misa se empeña en cubrirlas con largas mangas. El estigma de su
costado izquierdo es el más extraño de todos, pues sangra en abundancia
por más que la llaga parezca más superficial que las otras. De ella
brota una taza de sangre por día.
La duración de los estigmas del Padre Pío fue la más prolongada que
se conoce en la larga lista de los santos estigmatizados. Se extendió
desde el 20 de septiembre de 1918 hasta su muerte acontecida en 1968.
Muchos son los santos que recibieron los estigmas de Jesús,
en el pasado y en la actualidad. La gente suele no comprender por qué
Dios obra de este modo. Pero es muy simple: si nuestro rol en la vida es
imitar a Cristo, en la mayor medida posible, ¿cómo no entender que el
mayor acto de amor de Jesús fue entregarse en la Cruz? De este modo,
sufrir aunque sea un poco los estigmas del Señor en la Cruz, es el
regalo más grande que el Cielo nos puede dar aquí en la tierra. Y así es
que este don único lo reciben las almas elegidas por Dios para dar
testimonio del deseo de santidad.
¿Sufrió el Padre Pío ataques del Demonio?
Repetidas veces, al entrar en su celda, Pío encontraba sus cosas endesorden, las mantas de su lecho y sus libros desparramados, y la pared
llena de manchas de tintas. Espíritus extraños se le aparecían bajo
distintos aspectos, a menudo vestidos de frailes. Una noche se dio
cuenta de que su cama estaba rodeada de monstruos horribles que lo
recibieron con estas palabras: “mirad, el santo va a acostarse!”. “Si, con vuestro desprecio”,
fue la respuesta de Pío. Entonces los monstruos lo empujaron, lo
zarandearon, lo arrojaron al suelo y contra las paredes, como tantas
veces lo hicieron al Cura de Ars, San Juan Bautista Vianney. Cierta
noche vio entrar en su celda a un monje que le recordó por su aspecto a
Fray Agustín, su antiguo confesor. El falso monje le dio consejos y lo
exhortó a dejar esa vida de ascetismo y de privaciones, afirmando que
Dios no podía aprobar tal sistema de vida. Pío, estupefacto de que el
Padre Agustín le dijera tales cosas, le ordenó que gritase junto con él:
“Viva Jesús!”. El extraño personaje desapareció de inmediato, dejando
tras de sí un olor pestilente, sulfuroso.
Don
Salvador Panullo cuenta un incidente ocurrido en los primeros años de
sacerdocio del Padre Pío, cuando aún no estaba estigmatizado. Don
Salvador relata lo siguiente: “Un día, le entregué al Padre Pío una
carta del Padre Agustín, su superior. Sólo encontré una hoja en blanco
dentro del sobre. Pensando que se trataba de una distracción del Padre
Agustín, pedí al Padre Pío que escribiese a su superior para preguntarle
qué había querido decirle. El joven Pío me contestó: “Oh, esta es
una de las bromas favoritas del diablo. No hay por qué preguntarle al
Padre Agustín lo que escribió. Yo lo sé, porque me lo dijo mi ángel de
la guarda”. Y a renglón seguido, reveló a Don Salvador el contenido
de la carta. Éste, previas averiguaciones hechas al Padre Agustín, tuvo
que reconocer la exactitud de las palabras de Pío.
Don Salvador, abriendo otro día una carta del Padre Agustín, sólo
encontró en ella una enorme mancha de tinta. Creyendo estar alucinando,
llamó a su sobrina y ésta comprobó la misma cosa. Entonces roció el
papel con agua bendita. Lentamente fue desvaneciéndose la mancha y de a
poco apareció la escritura en rasgos muy firmes.
El Padre Pío raramente se dormía sólo de noche. Deseaba que otro
monje se quedara con él, hasta conciliar el sueño. No le agradaba la
oscuridad, ni los desagradables juegos que el demonio solía hacer con
él, molesto por la obra que se realizaba desde allí. Pero no temía el
Monje del Gargano a Satán, ya que sabía que frente a Dios él nada podía
hacer. Temía a su cansancio, a su cuerpo débil y exhausto.
En septiembre de 1947, una pobre italiana poseída por el demonio, fue
llevada a la fuerza por sus hijos a la misa del Padre Pío. Apenas
llegada a la iglesia, la desdichada se puso a dar alaridos como cada vez
que veía un templo o una Cruz. Sus gritos y blasfemias rompieron el
silencio en el preciso momento en que el Padre Pío daba la comunión a
los fieles. Hacedla salir, ordenó el sacerdote. Antes me matarían!,
vociferó la posesa. Entonces, elevando la Hostia consagrada por sobre el
copón, el Padre dijo solemnemente: “Ya es tiempo de que esto termine”.
La mujer cayó con violencia en tierra. ¿Muerta?. No. El vencido era el
demonio. Pocos segundos después la mujer se levantó perfectamente serena
y fue a sentarse en un banco, liberada de las cadenas del Maligno.
No nos sorprenda el poder sobrehumano concedido por Dios al humilde
monje del Gargano. Más debe sorprendernos que no lo posean todos los
sacerdotes exorcistas.
El demonio se hace presente cuando hay avances de la obra de
Dios. Cuando no se presenta satán en casos de apariciones o presencia de
santos, es recomendable sospechar de la veracidad del hecho, y así lo
considera la iglesia en sus investigaciones. No se puede creer en Dios
sin creer en el demonio, es cuestión de fe en ambos casos. Muchas veces
el mundo moderno busca negar a satán, dando una versión de Dios
totalmente de manera superficial o edulcorada, donde todos nos
salvaremos por obra de la Misericordia Divina. De este modo se niega el
juicio de Dios, el pecado y a satán mismo. Esta es una de las obras del
príncipe del mundo (lucifer) en nuestros tiempos. No nos dejemos
engañar, satán existe tanto como Dios, y es Dios mismo que le permite
actuar para, de este modo, someternos a las pruebas que nos permitan
ganarnos el Cielo, o condenarnos para siempre.
El don de bilocación
Bilocación significa: facultad de estar en dos lugares al mismo tiempo.
San Antonio De Padua, por ejemplo, se encontró simultáneamente en
Lisboa y en Padua. A San Alfonso María de Ligorio se le vio en los
funerales de Clemente XIV cuando no había dejado la Parroquia de Santa
Ágata de los Godos. En el caso del Padre Pío, se cuentan por cientos los
testimonios de diversa índole, de los que aquí sólo relatamos algunos
como ejemplo.
Es conocido el caso de una muchacha que insistía en confesar el mismo
pecado una y otra vez. El Padre Pío, luego de advertirle en repetidas
ocasiones que Dios ya había perdonado esa falta, y que no debía
confesarla más, y ante la desobediencia de la joven, le dijo claramente
que si volvía a confesar el mismo pecado iba a recibir un cachetazo. La
muchacha, conociendo el temperamento del Santo del Gargano, pero no
pudiendo resistir la tentación, confesó su pecado a otro sacerdote en
Roma. De inmediato, y ante su sorpresa, recibió un cachetazo en pleno
rostro.
Un día, el Ingeniero Todini, de Roma, se quedó hasta muy tarde en San
Giovanni Rotondo. En el momento de partir, se dio cuenta de que llovía a
torrentes. Pidió entonces al Padre Pío permiso para pasar la noche en
el monasterio, pero este se negó.
Padre, dijo entonces el Ingeniero, ¿cómo voy a hacer para volver
al pueblo sin paraguas?. Me voy a mojar hasta los huesos!. Yo lo
acompañaré, repuso el Padre.
El señor Todini se despidió. Antes de abrir la puerta que da sobre la
plaza, oyó la lluvia azotar la calle. Se subió el cuello del sobretodo,
se encasquetó el sombrero para que el viento no se lo llevara, y salió.
Una ráfaga violenta lo embistió, pero por sorpresa suya, solo le
cayeron unas pocas gotas de lluvia. Qué fastidio, vendrá empapado!, le
gritaron sus huéspedes no bien entró. Pero si apenas llueve!. Vamos!,
cómo que apenas?. Si parece el diluvio universal!. Toldini entonces les
mostró que traía la ropa completamente seca, qedando todos estupefactos.
La
“bilocación de la voz” es un fenómeno frecuente en él. Sus hijos
espirituales, y hasta personas extrañas a él, le han oído a grandes
distancias dar noticias o consejos, y hasta amonestaciones,
especialmente en medio del sueño, y han oído esa voz suya en forma clara
y comprensible, pero sin ver al Padre Pío.
El 8 de mayo de 1926 una docena de fieles venidos de Bolonia
esperaban al Padre en el vestíbulo del monasterio. Recordemos que en
1926 no existía la puerta que comunica directamente la sacristía con el
monasterio, de modo que el Padre estaba obligado a pasar por la iglesia
si quería ir a la sacristía donde él confiesa.
Pasaron horas de vana espera. Luego se acercó al grupo un capuchino: “¿Buscan al Padre Pío?, hace ya rato que está confesando”. ¿Cómo
era posible, si ellos habían vigilado la entrada durante tres horas
largas?. Hay que pensar que se había hecho invisible, y no era esa la
primera vez.
Se recuerda la aventura de un actor venido en auto desde Foggia con
otros miembros de su compañía. Su actitud era insultante. A ver, ¿dónde está ese Padre Pío?, preguntó con un tono arrogante. Quiero que me convierta, quiero confesarme.
Y dejando a sus compañeros a las carcajadas entró a la iglesia. Le
dijeron que el Padre debía estar en la sacristía. Pero no se le encontró
ni en ésta ni en su celda, ni en el locutorio ni en el jardín.
Imposible hallarlo. A fin de cuentas, el hombre gruñó, cansado de
esperar: está bien, me voy. Lástima!, me hubiera gustado ver si este fraile era capaz de convertirme.
No bien partió el automóvil, los fieles se encontraron de frente con
el sacerdote. Padre, ¿dónde estaba?, hemos registrado por todas partes. Yo estaba aquí, hijos míos, he pasado tres o cuatro veces delante de ustedes, pero no me vieron. Los fieles de San Giovanni comprendieron y se abstuvieron de hacer comentarios.
En San Martino de Pensilis, los miembros de la Tercera Orden tenían
costumbre de reunirse en casa de uno de ellos por turno. Una noche, la
reunión tuvo lugar en el lugar del Comisario Trombetta. Su hijito Juan
corrió de pronto a refugiarse en las faldas de su madre, diciendo: Mama,
tengo miedo, el Padre Pío está allí!. ¿Dónde, dónde?, preguntó la
madre. Allí, allí, respondió el niño, señalando a un punto. Ah! , ya se
ha ido!. “La historia de Juanito” llegó a oídos de quien era su protagonista. Veamos Padre, ¿era realmente usted?. ¿Y quien querían que fuera?,
contestó él con tono de fastidio. Siempre se muestra disgustado e
intimidado cuando hace alusión a sus dotes sobrenaturales. Pero con la
falta de tacto que caracteriza a los paisanos, los buenos vecinos de San
Martino, vuelven a la carga. Padre, ¿entonces usted estaba “realmente”
en nuestra reunión?. Y la respuesta fue: Cómo!, ¿lo dudan todavía?.
La señora de Devoto, de Génova, estaba seriamente enferma y con la
amenaza de que le amputaran una pierna. Una de sus hijas rezaba en un
cuarto vecino, pidiendo que se evitara esa operación e invocando la
ayuda del Padre Pío. De pronto éste apareció en el umbral de la puerta.
El deseo de obtener una gracia para su madre obnubilaba a tal punto la
mente de la joven, que ella ni se preguntó cómo podía estar el Padre en
Génova estando en San Giovanni, a varios cientos de kilómetros, ni se le
ocurrió dudar de lo real de su presencia. Arrojándose a sus pies, le
suplicó: “Oh, Padre, salve a mamá!”. El santo la miró y le dijo
simplemente: “Espere nueve días”. Ella iba a pedir una explicación,
pero al levantar la vista de nuevo sólo vio la puerta cerrada.
A la mañana siguiente pidió a los médicos que aplazaran la
intervención quirúrgica, y ni las advertencias ni los consejos ni las
súplicas de sus parientes, ni el mismo estado de la paciente que se
agravaba por momentos lograron disuadirla. Al décimo día, cuando los
cirujanos examinaron a la enferma, cuál no sería su estupefacción al
comprobar que la herida de la pierna estaba completamente cicatrizada y
la señora estaba en vías de restablecimiento. Unas semanas más tarde la
familia toda se dirigió a San Giovanni para agradecer al Padre la merced
que les había alcanzado. Pero nuestro hombre no quiere que se agradezca
nada: “Id a la Iglesia a dar gracias a Dios y a la Virgen!”, es su
abrupta manera de rechazar todo agradecimiento.
Telegramas, mensajes telefónicos, cartas de todas las especies, y
numerosos testigos oculares atestiguan sus bilocaciones en Italia,
Austria, Uruguay, Estados Unidos.
Para la inauguración de su capilla privada, en la Vía Tritone 56, en
Roma, la Condesa Virginia Sili había mandado muchas invitaciones, entre
otras a su primo, el Cardenal Gasparri y al Cardenal Sili, su cuñado. La
condesa y sus invitados estaban discutiendo el nombre que le darían al
oratorio, cuando un novicio entró en la habitación trayendo un relicario
que contenía un fragmento de la Cruz de Cristo. Anoche, explicó el
joven, el Padre Pío se me apareció en carne y hueso y me ordenó que
trajese a la condesa ésta reliquia por la mañana, antes de la
consagración de la capilla. Días más tarde, la Condesa se presentó en
San Giovanni Rotondo, y escuchó de labios del capuchino la confirmación
de ese relato.
Se sabe que San Martín de Porres fue visto en Manila, en África, en
Francia y en otras cincos partes al mismo tiempo. Y la explicación que
dio cuando se la pidieron, fue ésta: “Si Jesús multiplicó los panes y los peces, ¿acaso no podría multiplicarme también a mi?”.
La señora Concepción Bellarmini, de San Vito Luciano, sufrió de
pronto un envenenamiento de sangre seguido de una bronconeumonía. La
infección le provocó una ictericia terrible, y los médicos la
desahuciaron. Una pariente le aconsejó que confiase su situación al
Padre Pío, a quien ella no conocía. Así lo hizo, y de pronto se le
apareció a plena luz un fraile estigmatizado que le sonrió y la bendijo
sin tocarla. La enferma le preguntó entonces si su venida era señal de
que había logrado la conversión de sus hijos o su próxima curación. El
capuchino afirmó: “El domingo por la mañana usted estará curada” y luego se desvaneció dejando una estela de perfume.
Ya al día siguiente la piel de la enferma fue tomando un color
normal, cedía la fiebre y pocos días después la señora pudo levantarse.
Acompañada de su hermano, fue a San Giovanni para verificar la identidad
de “su” fraile. Cuando divisó al Padre Pío en la iglesia, se dirigió a
su hermano y le dijo al oído: “Es él, no hay duda de que es él”.
El Sr. Arturo Bugarini, de Ancona, cuenta que estando junto a su hijo
muy grave, golpeaban en la espalda tres veces mientras una voz le
murmuraba: “Soy el Padre Pío, soy el Padre Pío, soy el Padre Pío”. En el
mismo momento lo invadió una ola de intenso calor, luego nada más. El
niño se salvó.
El 21 de julio de 1921, Monseñor dIndico de Florencia, estando sólo
un su escritorio, tuvo la sensación de que había alguien detrás de él.
Se dio vuelta y vio desaparecer un religioso. Interrumpiendo su trabajo,
fue en busca de un sacerdote y le contó lo que acababa de ocurrirle.
Este le habló de alucinaciones: Monseñor estaba mortalmente angustiado
por la salud de su hermana que estaba agonizando. Cuando la fue a
visitar, ésta (que estaba casi en coma), había visto al mismo tiempo que
su hermano, entrar un fraile a su cuarto, acercarse y decirle: Nada
tema. Mañana su fiebre habrá desaparecido y dentro de pocos días ya no quedarán
ni rastros de su enfermedad. Pero, Padre, ¿quién es usted entonces?,
¿un santo?. No, repuso el religioso, soy una criatura que sirve al Señor
y soy dispersor de sus auxilios. Padre, permítame besar su hábito. Bese mas bien el signo de la Pasión,
replicó mostrándole las manos. Y después de bendecirla, desapareció.
Inmediatamente la enferma se sintió mejor, y ocho días después estaba
sana.
Durante
el éxtasis, el Padre Pío se nos aparece como inhibido. Cuando vuelve en
sí, diríamos que sale de un síncope. Su cuerpo no reacciona ante
ninguna excitación externa, luz enceguecedora, luces de magnesio, etc.
Por eso resulta tan fácil sacarle cuantas fotografías se quiera mientras
está oficiando: un estruendo de platillos lo deja impasible. Se le
creería sordomudo. Santa Teresa escribe: “En la cúspide del éxtasis no se ve ni se oye nada”.
Monseñor Damiani, Vicario General De la Diócesis de Salto en el
Uruguay, mantenía este diálogo en 1930 con su amigo el Padre Pío: Me gustaría morir aquí para que usted me asistiera en mis últimos momentos. Le contestó el Padre Pío: No, usted morirá en Uruguay. ¿Y usted irá a ayudarme a morir bien?. Naturalmente.
Durante ese mismo viaje, una mañana, Monseñor Damiani tuvo un ligero
ataque cardíaco y al punto envió en busca de su amigo. Pero como estaba
confesando, el capuchino no acudió al llamado. Cuando éste subió hacia
mediodía, el prelado lo retó suavemente: Capuchino, ¿porqué no vino
cuando lo mandé a llamar?, podía haber muerto. Hombre de poca fe, ¿no le dije que usted morirá en el Uruguay?.
Y veamos ahora el fin de la historia, contada en 1942 por el R. P.
Antonio M. Barbieri, Arzobispo de Montevideo: En 1942, en la víspera de
las bodas de plata sacerdotales del Obispo de Salto, Monseñor Alfredo
Viola, que reunía en el Obispado al Delegado Apostólico y a cinco
prelados, fui despertado a medianoche por un golpe dado en la puerta de
mi cuarto. Al entreabrirla, vi pasar un capuchino y oí una voz que me
susurraba: “Vaya al cuarto de Monseñor Damiani, está muriéndose”.
Me puse la sotana, desperté a algunos sacerdotes y fuimos al cuarto de
Monseñor. Sobre la mesa de noche había una hoja de papel con unas
palabras escritas de puño y letra: “El Padre Pío ha venido” (el
Arzobispo conserva este testimonio). Cuando fui a Italia y vi al Padre
Pío, le pregunté: “Padre, ¿era usted el Capuchino que yo vi la noche en
que murió Monseñor Damiani?. El Padre pareció confuso, cuando le hubiera
sido tan fácil negarlo. Como no insistí él sigue guardando silencio. Yo
me eché a reír diciendo: “Ya comprendo”. Entonces movió la cabeza y dijo: “Si, usted ha comprendido”.
Un día, durante la guerra, el General Cardona, sólo en su despacho,
la cabeza entre las manos, pensaba con espanto en todos los jóvenes que
iban a dar su vida por su patria, cuando de pronto sintió un violento
perfume de rosas que invadía toda la oficina. Levantando la cabeza,
quedó estupefacto al ver ante sí a un monje de sonrisa amplia que pasó
diciendo: “No tema, nadie le hará mal”. Cuando la visión se
desvaneció, también se disipó el perfume. El General confió ese episodio
a un franciscano, y éste le dijo: “Excelencia, usted ha visto al Padre
Pío”, y le contó a grandes rasgos la biografía de este hombre
extraordinario. Después de oírla, Cardona no tuvo más que un deseo, el
de ir a San Giovanni. Fue vestido de civil para no ser reconocido, pero
no bien penetró en el monasterio, dos Capuchinos se le acercaron: “Excelencia, el Padre Pío lo espera. Nos mandó para recibirlo”.
Ema Meneghetto, jovencita de catorce años, era epiléptica y sufría
crisis varias veces por semana. Un día que oraba con fervor, se le
apareció el Padre Pío, posó su mano sobre la colcha de la cama, le
sonrió y desapareció. La epiléptica se sintió curada, se levantó para
besar el lugar donde posara su mano el Padre Pío, y vio impresa una
pequeña Cruz de sangre. Cortó el trocito de género y lo colocó bajo un
farol de vidrio. La joven curada milagrosamente escribe que desde
entonces ella ha obtenido numerosas gracias, especialmente la curación
de bebitos a punto de morir.
La Señora Ercilia Magurno, mujer de mucha fe, había velado durante
meses junto al lecho de su marido, sumamente grave de angina de pecho.
Cierta noche invadió la habitación un penetrante perfume a flores, pero
el enfermo seguía empeorando por momentos. Con dos días de intervalo, la
señora envió dos telegramas al Padre Pío para implorar su intercesión,
pues su marido estaba ya en coma. El 27 de febrero, el enfermo pareció
dormirse con sueño profundo y sereno. A la mañana siguiente, al
despertar, dijo a su mujer: Estoy curado. Me siento perfectamente. El Padre Pío acaba de dejarme. Por favor, abre los postigos y tómame la temperatura.
No tenía ya ni rastros de fiebre. El Padre Pío vino acompañado por otro
fraile, explicó el hombre, me examinó el corazón y me dijo: “Mañana se
le habrá ido la fiebre y dentro de cuatro días podrá levantarse”. Luego
miró los remedios que le daban, leyó las recetas y se quedó largo rato
junto a mí. Como para confirmar este milagro, una fuerte fragancia de
violetas flotaba todavía en la habitación. Cinco meses después, ambos
esposos se dirigían a San Giovanni, y el ex-enfermo reconocía a su
salvador. El Padre Pío se le acercó, le puso la mano en el hombro y con
tono amistoso le dijo: “Como le ha hecho sufrir ese corazón!”.
Se cuenta que una joven inválida, curada providencialmente, quiso
experimentar el don milagroso del Padre Pío y volvió a visitarle
simulando su enfermedad pasada. Vuelve a tu casa, le dijo el sacerdote
dándole un golpecito en la espalda, vete sin perder tiempo, pues ya sabes que estás perfectamente sana y no se debe tentar a la divina misericordia.
Durante la segunda guerra mundial los norteamericanos instalaron una
base aérea a algunos kilómetros de San Giovanni, cuando todavía había
alemanes en la región. Llegó a la base la noticia de que allí había un
depósito de municiones enemigas, y de inmediato se despachó un bombardeo
con el pueblo del Gargano como objetivo. El piloto a cargo de la misión
estaba preparándose para lanzar las bombas, cuando ve junto a su avión
en pleno vuelo a un monje con hábito capuchino, que con ambas manos le
decía: NO. El piloto, aterrado, soltó las
bombas en el campo y volvió a su base. Cuando narró la historia al
oficial a cargo de la base, un italiano del lugar que escuchaba le dijo
que allí había un famoso cura milagrero. Juntos fueron a San Giovanni, y
grande fue la sorpresa de todos cuando el piloto, viendo al Santo del
Gargano, exclamó: es él!.
Podríamos seguir por páginas y páginasrelatando historias de
bilocación del Padre Pío, y los libros sobre su vida están llenos de
ellas. Pero lo que cuenta aquí es el mensaje Celestial: Para Dios no hay
nada imposible, nada. Nuestro pobre entendimiento juzga a las cosas de
Dios con la débil perspectiva del hombre, y allí es donde nos alejamos
de Dios, atándonos a las reglas y cosas del mundo, que es el reino de
satán.
El más hermoso precedente: Bilocación de la Virgen María en Zaragoza en el año 40, origen de la devoción de la Virgen del Pilar
En la noche del 2 de enero
del año 40 el apóstol Santiago se encontraba con sus discípulos junto
al río Ebro, en la península ibérica, cuando “oyó voces de ángeles que
cantaban Ave María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de
Cristo, de pie sobre un pilar de mármol”. La Santísima Virgen, que aún
vivía en carne mortal, le pidió al Apóstol que se le construyese allí
una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y
prometió que “permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para
que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con
aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio”. Se trata
entonces de la más antigua advocación de María, y un caso de bilocación
de la Madre de Dios, ya que ella estaba en ese entonces aún en la
tierra.
del año 40 el apóstol Santiago se encontraba con sus discípulos junto
al río Ebro, en la península ibérica, cuando “oyó voces de ángeles que
cantaban Ave María, gratia plena y vio aparecer a la Virgen Madre de
Cristo, de pie sobre un pilar de mármol”. La Santísima Virgen, que aún
vivía en carne mortal, le pidió al Apóstol que se le construyese allí
una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y
prometió que “permanecerá este sitio hasta el fin de los tiempos para
que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con
aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio”. Se trata
entonces de la más antigua advocación de María, y un caso de bilocación
de la Madre de Dios, ya que ella estaba en ese entonces aún en la
tierra.
La confesión del Padre Pío
ElPadre Pío, dice uno de sus superiores, es un sacerdote que cumple
asiduamente con sus deberes de estado. Se levanta a las tres y media y
se prepara para la misa en su celda para no molestar a nadie, y luego va
directamente a la sacristía.
Al principio, las mujeres formaban fila para confesarse desde las dos
de la mañana, y a veces la policía debía dirigir a la multitud que se
apiñaba junto al confesionario. Desde enero de 1950, todas las
penitentes debieron conseguir un número de orden para evitar
confusiones. En 1952 hubo que adoptar el mismo sistema también para los
hombres.
Confesar es su principal vocación, la que le permite apaciguar su
insaciable sed de almas. Desea ser considerado exclusivamente como
confesor. No predica, y el Santo Oficio le ha prohibido escribir desde
1924. Empero, el Padre Pío no tiene en cuenta los límites de la
resistencia física. Él examina, juzga, condena y absuelve según lo que
Dios le inspira. Su confesionario es más que una cátedra, más que un
tribunal, es una clínica para las almas. Acoge a los penitentes de
diversas maneras, según las necesidades de cada uno y sin plan
preconcebido. Abre los brazos a éste en una exuberancia de alegría,
diciéndole de dónde viene aún antes de que haya abierto la boca. Y a
otros los llena de reproches, los amonesta y hasta los trata con rudeza.
A algunos se niega a recibirlos y les dice que vuelvan más adelante,
cuando estén mejor preparados. La misma afabilidad, la misma sonrisa de
bienvenida, la misma severidad se prodiga al sabio, al personaje, al
paisano humilde e ignorante.
La condición social del penitente nada cuenta, sólo ve su alma, su
alma al desnudo. Suele suceder que tenga más indulgencia con un gran
pecador que lo conmueve por su ignorancia de las leyes divinas, que un
creyente que no cumple con sus deberes religiosos, una de esas personas
que se dicen católicas pero que por pereza no dedican a Dios ni una hora
por semana. En donde no encuentra hipocresía sino sinceridad, se
muestra bondadoso, con una benevolencia que dilata el corazón del
penitente cuando le dice: “Ve en paz, Jesús te ha puesto a prueba y te
bendice”. Pero a veces sorprende por su brusquedad, cuando con palabras
duras y cortantes denuncia el escándalo, sobre todo los chismes y
mentiras de las mujeres. Se mostraba inflexible con los penitentes que
consideran la murmuración como una falta leve. Con mayor severidad aún,
condena el Padre Pío los pecados contra la pureza y la maternidad, y no
perdona sin estar seguro de un firme y categórico propósito de enmienda.
Los malhechores que van contra la generación y el matrimonio, deberán
pasar varios meses de prueba antes de ser absueltos.
A
menudo cierra la mirilla del confesionario en la cara de un penitente
sin interrogarlo. Esto ha ocurrido hasta con personas que se confesaban
periódicamente en otro lugar. ¿Por qué?. Porque posee el don divino de
ver como en un relámpago lo que se le escapa a los confesores
ordinarios.
El Padre Pío, a no dudarlo, sufre una verdadera agonía cuando el
Señor le ordena tratar con dureza a un alma, pero lo hace así para que
su penitente tome conciencia y comprenda que los Sacramentos y la
Comunión no son cosa de juego. Que es algo grave lavar su alma y recibir
a Cristo, a ese Cristo Jesús a quien ama el Padre Pío, mientras el
pecador y la multitud lo desconocen.
A una de sus hijas espirituales que le confesó que le era
insoportable la vista de sus enemigos, le contestó: “Si tú no amas como
el Señor quiere que los ames, firmarás tu propia condenación. Haz el
bien a tus enemigos por amor a Jesús”. Así comenta el texto evangélico
que dice: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a quienes aborrecen,
rogad por los que os persiguen y calumnian, y así seréis hijos de
vuestro Padre que está en los Cielos. Porque si amáis a los que os aman,
¿qué mérito tenéis?”.
¿En qué forma confiesa?. A menudo sabe de antemano lo que el
penitente le va a decir. Si éste se olvida de mencionar un detalle
cualquiera de un pasado lejano, el Padre Pío se lo recuerda. A veces
hace breves preguntas que sirven para abreviar las confesiones y que
resultan impresionantes prueba de su doble vista.
¿Cómo puede saber?. El Padre conoce a cada penitente mejor de lo que
él mismo se conoce, y al arrodillarse ante él, el pecador ve con más
claridad sus pecados. Sin embargo, el Padre no dice todo lo que
descubre. A veces se queda silencioso, a la espera. El penitente siente
su conciencia removida hasta lo más hondo, y no puede mantener en
secreto el pecado que ocultaba. Lo confiesa, y el confesor dice
simplemente: “Eso es lo que esperaba”.
Un joven complotaba matar a su mujer y simular que se trataba de un
suicidio, para poder así continuar sin tropiezos una unión ilícita. A
fin de apartar toda sospecha de culpabilidad, consintió en escoltar a su
compañera a San Giovanni. No bien puso los pies en la Iglesia, ella se
sintió atraída por una fuerza magnética hacia la sacristía, que se
encuentra en el otro extremo de la Iglesia, detrás del altar mayor. El
Padre Pío, desocupado en ese momento, se acercó para interrogarle. El
hombre no había pronunciado una sola palabra, cuando sintió que lo
tomaban del brazo y lo empujaban con violencia: “Sal , sal de aquí!, le
gritaba el fraile. Miserable!, ¿ignoras que no tienes el derecho de
manchar tus manos con la sangre de tu esposa?”.
El hombre huyó como empujado por la tormenta. Durante dos días vagó
sin rumbo. En la imposibilidad de recuperar la calma, volvió al
monasterio, y el Padre Pío lo acogió como acogía Jesús a los grandes
pecadores. Cuando el hombre hubo terminado su tremenda confesión, le
dijo: “No teníais hijos y ambos deseabais uno. Vuelve a tu hogar, y
vuestro deseo se cumplirá”. Cuando su mujer, a quien nunca había visto
el Padre Pío, vino un día a confesarse, a las primeras palabras que
pronunció, oyó que el Padre le decía: “No temas nada ya, tu marido no te
hará ningún mal”. Después de años de esterilidad, ella dio a luz una
criatura.
Un sacerdote había ido a San Giovanni para confesarse con el Padre
Pío, y tuvo que cambiar tren en Bolonia. Cuando hubo terminado su
confesión, el Padre le preguntó si no haba omitido nada. El sacerdote
contestó con sinceridad que no recordaba nada más; entonces replicó el
Padre Pío: “No lo hizo usted con malicia, pero se trata de una
negligencia grave que ha ofendido al Señor. Usted llegó a Bolonia a las
cinco de la mañana. Como las iglesias estaban cerradas, usted se fue al
hotel para descansar un poco antes de decir misa y se quedó dormido
hasta las tres de la tarde. Ya no era hora de la misa, y su negligencia
ofendió a Dios”.
Antes de que se pronuncie palabra alguna, el Padre Pío sabe si el que
se acerca a él es sincero o no, si es un convencido o un simple
curioso. Un médico entró cierta vez en la sacristía, pareció cambiar de
idea y volvió a salir. ¿Quien es ése?, ya volverá, afirmó rotundamente
el Padre. En efecto, el médico volvió bien pronto. Al instante le dijo
el Padre: Usted es un delincuente, y quiere eludir el Tribunal. Lea de
una vez esa carta!. Se trataba de la recomendación de un amigo. El
médico la leyó, palideció, cayó de rodillas a los pies del Padre,
imploró perdón y lo obtuvo.
Nuestro capuchino lee también el pensamiento a la distancia, como lo
prueba un número incalculable de hechos. He aquí uno como muestra:
Dos hermanas habían logrado a duras penas que su padre les permitiera
ir a ver al Padre Pío, pero le habían prometido formalmente no besarle
el guante, ese guante besado por tantos labios, por temor al contagio.
Las jóvenes lo prometieron, pero cuando vieron entrar al capuchino a la
iglesia, y a la gente apiñarse en torno suyo, no pudieron resistir la
tentación. Entonces él las miró sonriendo: “¿Han olvidado su promesa? “.
Cuenta un conocido médico italiano que una noche de enero de 1936,
estaba en la celda del Padre Pío con éste y otros dos laicos. De pronto
el Capuchino se arrodilla y les pide que recen “por un alma que está a
punto de compadecer ante el tribunal de Dios”. Todos se arrodillaron, y
luego el Padre les preguntó: ¿saben ustedes por quién han rezado? – No –
fue la respuesta. Pues por el Rey de Inglaterra.
Entonces intervino el doctor: pero Padre, leí en los diarios de hoy
que el Rey tiene un ligero resfrío sin ninguna novedad. El Padre Pío se
contentó con responder: “Créanme”. Cuando llegaron los diarios a
mediodía, se vio que el Rey de Inglaterra había fallecido en el momento
preciso en que el Padre Pío pidió simultáneamente a sus amigos oración.
Una joven de Benevento, cuyo marido había perdido la vista, recibió
esta explicación del Padre Pío: “Su ceguera garantiza su salvación,
tiene que permanecer ciego, es un castigo que Dios le envío por haber
golpeado a su padre”. La pobre mujer no podía creer a sus oídos. En
cuanto al lisiado, empezó por negar, pero acabó por reconocer que a la
edad de dieciséis años había golpeado brutalmente a su padre con una
barra de hierro.
El Padre Pío era un gran trabajador del confesionario. Pero
su carisma de visión de almas le daba una herramienta muy especial, en
su tarea de convertir a muchos de sus visitantes. Durante décadas las
personas peregrinaron de a miles a San Giovanni, buscando la sanación de
los pecados a través de un instrumento como el Santo del Gargano. Qué
bueno sería encontrar en estos tiempos muchos fieles deseosos de lavar
sus almas con el agua de la misericordia, como aquellos que acudían a
ver a Pío. Qué bueno sería también encontrar sacerdotes dispuestos a
sacrificarse en el confesionario, como lo hacía el Padre Pío.
La Misa del Padre Pío
Desdeque el Padre Pió hace la señal de la Cruz al pie del altar de San
Francisco, su rostro se transfigura. Ya no es sólo el sacerdote que
celebra el Santo Sacrificio, es también el hombre de Dios, el elegido
para dar testimonio de su existencia, elegido para colaborar con Dios en
el martirio de las cinco llagas, el oficiante que es crucificado con Él
y que muere místicamente con Él en cada una de las misas.
Cristo habita en el Padre Pío y el Padre Pío hace suya la encarnación
de Cristo. Si el Padre Pío no estuviese modelado en Cristo, ¿cómo
explicar los sufrimientos que se reflejan en su rostro, las
contracciones de su cuerpo, sus esfuerzos para levantarse después de sus
genuflexiones, como si el peso de la cruz lo abrumara?. ¿Y qué decir de
sus estados de éxtasis prolongados, que lo transportan lejos de este
mundo caótico?. Se lo ve inclinar la cabeza, sonreír con esa sonrisa
luminosa con que acepta los pedidos de sus fieles, y de pronto estalla, y
sus lágrimas caen abundantes. Los testigos siguen mudos e inmóviles
esta misa cuya celebración dura dos horas. ¿Dos horas?. No!, parecen dos
minutos!. Los fieles de ayer, los de todos los momentos y aún los que
nunca fueron creyentes, todos de rodillas, parecen clavados al suelo,
fijos sus ojos en esas manos diáfanas. Extática persuasión que
transforma a los incrédulos, a los masones, a los protestantes, a los
ateos, en fervientes católicos. Por pedido de Pío XII, después de la
liberación de Roma, miles de soldados americanos recibieron autorización
para asistir a la misa del Padre Pío, lo que tuvo como resultado la
conversión de muchos muchachos protestantes.
El momento de la Consagración siempre es el punto cúlmine de la Misa
de Pío. Eleva la Hostia, el Cuerpo de Cristo, y se queda inmóvil por
largos minutos, interminables. Sus oraciones llegan al Cielo, mientras
admira a Nuestro Señor Presente en la Eucaristía. Cuando se le pregunta
porque toma tanto tiempo en la Consagración, él se limita a responder:
¿acaso existe un tiempo para rezarle al Señor?.
Pío es el testimonio de la importancia de la Eucaristía como centro
de nuestras vidas. Cristo Vivo se hace presente en todos los altares,
alrededor del mundo, todas las horas de todos los días del año. Ese es
el misterio del Sacrificio Perpetuo. Y es el Padre Pío quien mejor nos
muestra cómo un alma consagrada debe vivir la entrega de Nuestro Señor.
Todos los sacerdotes del mundo debieran tomar su ejemplo de piedad
frente a la Celebración de la entrega que Dios hace por nuestra
salvación. Este profundo misterio parece ser olvidado por el mundo
actual, que tiende a cometer el enorme error de considerar la Misa como
una recordación, y no como lo que realmente es: ¡Cristo vivo presente en
los Altares!
La Presencia Celestial en la vida de Pío
El Padre Pío vivió rodeado del Cielo desde temprana edad. El contactocon Jesús, María, los ángeles custodios, santos y almas del purgatorio,
era habitual para él. Pero raramente daba testimonio, debido a su
humildad. Sin embargo, era imposible ocultar sus contactos. En cierta
oportunidad se escucharon aplausos y gritos en la iglesia, sin que nadie
fuera visible. Ante la pregunta a Pío, él dijo: he estado orando por
muchos soldados muertos en la guerra, y un grupo de ellos ha venido a
agradecer mi oración, ya que iban camino del purgatorio hacia el Cielo.
A un niño enfermo, Pío se le presentó en bilocación y le anunció la
futura visita de la Virgen. Cuando el niño hubo recibido la Presencia de
la Madre del Cielo, Pío se volvió a presentar y le dijo: es hermosa,
¿no?. Yo la he visto muchas veces pero aún no dejo de admirarme de su
belleza. Tú la recordarás por el resto de tu vida.
Daba especial importancia a los ángeles custodios. Nuestros ángeles
nos siguen durante toda la vida, y aún después, y sin embargo no los
consideramos. Debemos orarles, pedirles ayuda, reconocer su presencia
como siervos de Dios, puestos allí para nuestra asistencia. La oración
de los ángeles custodios debe ser dicha diariamente, así como deben ser
invocados para nuestro consuelo y ayuda. Pío tuvo muchas oportunidades
para manifestar la presencia de los ángeles a sus circunstanciales
visitantes.
Por supuesto que la Presencia de Cristo en la vida de Pío era
resaltable, su oración era un diálogo permanente con el Señor, y su
testimonio de imitación se manifestaba a través de sus Estigmas.
No puede entenderse al Padre Pío en su acabada magnitud
espiritual, sin aceptar abiertamente lo sobrenatural en nuestro mundo.
La Presencia Celestial se manifiesta en el mundo de diversas formas, y
el Santo del Gargano era como una puerta abierta al Cielo, para dar
testimonio de esperanza a quienes tenemos débil nuestra fe.
El perfume a santidad del Padre Pío
Elolor de santidad, no solo en sentido figurado, es cosa familiar en los
Siervos de Dios. Es inútil decir que los incrédulos se ríen a carcajadas
de él, como también de sus estigmas. Pero también contra eso tropieza
la ciencia. Ningún desinfectante, ni la tintura de yodo, ni el fenol,
pueden engendrar ese olor agradable, muy peculiar, que emana de la
sangre de las llagas del Padre Pío, como lo han confirmado los diversos
estudios médicos que se le realizaron. Además estos han observado que la
sangre no se corrompe, como ocurriría normalmente, de no tratarse de un
fenómeno sobrenatural.
El olor es fugaz. Los visitantes a la celda de Pío sugieren que
cuando un individuo lo percibe es señal de que Dios derrama sobre él una
gracia por intercesión del Padre Pío. Perfumes de violetas, lirios,
rosas, incienso y tabaco fresco, a veces de gran persistencia, como lo
atestigua el Dr. Festa ( fallecido en 1940 ). Éste ha escrito: “Cuando
examiné por primera vez el costado del Padre Pío, guardé un trocito de
género manchado de sangre, pensando examinarlo en el microscopio. Como
carezco de olfato, no observé nada extraño. Pero un personaje de
importancia y otros señores que volvían conmigo de San Giovanni a Roma, y
que nada sabían del género guardado en mi caja de instrumentos,
percibieron – pese al viento que entraba por la ventanilla del auto – un
olor muy marcado, igual al que según ellos emanaba del Padre Pío.
En Roma, durante largo tiempo, ese género fue conservado en un
armario de mi consultorio, y a tal punto llenaba de efluvios la
habitación que muchos de mis pacientes me preguntaban espontáneamente de
dónde venia ese perfume.”
Don Carlos Predriale, escribano genovés esperaba en la sacristía la
llegada del Padre Pío, acompañado de su hijito de tres años. No bien
entró aquel, el niño tiró de la manga a su padre, preguntando: “¿Papá,
qué es lo que tiene tan rico olor?”
Una noche de verano, en el quinto piso de un edificio situado en el
centro de Génova, un grupo de señoras hablaban del Padre Pío. De pronto
dos de ellas sintieron un efluvio con un característico perfume a
violetas, mientras las otras no sintieron nada. Pero un poco más tarde,
una tercera señora -un ser de excepción, por otra parte- entrando en la
sala tuvo la impresión de entrar en un campo de violetas. Esto no quiere
decir que haya que estar en estado de gracia para percibir “el olor de
santidad”. Por el contrario, hay incrédulos y grandes pecadores que han
sido sensibles a él, como primera señal de su conversión. No es, pues,
un premio al mérito ni a la fe.
La señora Vera Berlotto Bianco, de Veglio Mosso, escribió: “Siempre
tengo muchísimo gusto de hablar de nuestro querido Padre Pío. El sábado
pasado recibí la visita de un profesor que goza de gran renombre en
Biella: deseaba que le diera unos datos sobre el Padre. Para asombro
nuestro, nos inundó de pronto una deliciosa fragancia que persistió
desde las nueve hasta las once. Qué alegría para mi marido y para mí!.
El profesor se sintió tan conmovido, que decidió ir a San Giovanni.
Dichoso de él!”.
Otro testimonio de julio de 1949. “Discúlpeme que vuelva a insistir
sobre las gracias que ha realizado para mí el Padre Pío. El 11 de
febrero mi madre estaba grave. Yo oí una voz – la del Padre Pío – que me
urgía a que fuese a verla, porque se moría. Partí sin demora, y después
de un viaje de 50 km. llegué justo a tiempo para recoger su último
suspiro”. “La segunda gracia la obtuve el Jueves Santo. De pronto me
inundó un fuerte olor a incienso, luego a rosas, y comprendí que el
Padre se me había manifestado en esa forma”. “Finalmente, la tercera
gracia, la más importante para mí, la recibí el 27 de julio. Esa mañana
fui despertado por un violento aroma de violetas, cuya intención
comprendí cuando el cartero me trajo una carta de un hermano al que no
veía desde treinta y dos años atrás, y al que creía muerto.”
Es habitual el caso de perfumes celestiales, rosas, incienso,
violetas, en eventos de Presencia Celestial. En muchas apariciones de
María se produce este fenómeno, yo da un testimonio de fe y conversión
poderoso. Sólo aquellos que lo vivieron saben lo majestuoso que es
sentir que el Cielo todo se manifiesta detrás de un hecho tan simple
como percibir con los sentidos, algo que físicamente no está allí.
Además, es habitual que el Cielo deje testigos que no sienten los
perfumes, como forma de corroborar que se trata de un hecho místico o.
No son más que señales de Presencia, regalos. La cuestión es qué hacemos
con ellos, una vez recibidos. ¿Podemos seguir viviendo como antes?.
¿Nos lo permite nuestra conciencia?.
La reacción de la Iglesia a la existencia del Padre Pío
Podemosdecir sin dudarlo que el santo del Gargano sufrió la incomprensión de
muchos sacerdotes durante buena parte de su vida. De hecho tuvo
prohibición de escribir desde 1924 hasta su muerte. También estuvo
confinado en su celda durante casi una década, sin poder celebrar misa,
confesar, tener contacto con el mundo exterior. Muchísimos
investigadores de la iglesia fueron enviados desde el vaticano a San
Giovanni, con la aparente intención de demostrar que lo que allí ocurría
no era cierto ni posible. Sin embargo, Pío siempre amó a la iglesia,
cuerpo Místico de Jesús. Con absoluta obediencia y entrega, cumplió todo
lo que se le pidió, con la asistencia de Jesús y María. Finalmente,
durante la década de 1930 fueron liberándose las limitaciones, y volvió a
su vida monacal más abierta. Con el paso de los años, hubo varios
intentos de reunirlo con el Santo Padre, que nunca llegaron a
realizarse.
Sin embargo fue el pueblo quien dio la nota, más allá del intento
oficial de ocultar o acallar sus estigmas y manifestaciones: la gente.
El pueblo siempre creyó, y se volcó de a miles, durante décadas, a
visitarlo. Y cuando más se lo limitaba desde la iglesia, más fuerte era
el grito pacífico de resistencia. Todo indicó que no podía silenciarse
el llamado de Dios a San Giovanni Rotondo. Y es el haber pasado por
estas pruebas lo que da más validez y crédito a su santidad.
El Padre Pío fue beatificado, pero ahora estamos frente al hecho tan
deseado, reclamado por décadas por cientos de miles de personas
alrededor del mundo.
En diciembre de 2001 el Vaticano emitió el decreto de
reconocimiento de milagros y virtudes heróicas que allanan el camino
para la canonización del Padre Pío. Las puertas están abiertas para que
recibamos a San Pío, para nosotros el Padre Pío, ahora elevado a los
altares como ¡San Pio de Pietrelcina! El 16 de junio de 2002 el Padre
Pio fue canonizado, elevado a Santo, en una multitudinaria ceremonia
celebrada en Roma y en San Givanni Rotondo, su pueblo.
El Cielo entero canta
alabanzas a esta joya tan especial del alhajero de Jesús y María: el
Santo del Gargano está más que nunca indicándonos el camino de la gloria
eterna, el camino de llegada a la Patria Celestial.
alabanzas a esta joya tan especial del alhajero de Jesús y María: el
Santo del Gargano está más que nunca indicándonos el camino de la gloria
eterna, el camino de llegada a la Patria Celestial.
El mensaje del Padre Pío
Adiferencia de otros casos de hechos místicos, Pío no fue instrumento de
mensajes específicos sobre el futuro de la humanidad, pese a que
existen mensajes falsos atribuidos a él. El mismo Padre Pío fue el
mensaje, su vida, su actitud, su deseo de santidad.
Sin embargo, es posible recoger escritos previos a la prohibición que
le estableció la iglesia en 1924, y referencias sobre su mensaje
espiritual, revelados por quienes lo escucharon.
Tomemos estos verdaderos principios de vida como una balsa de salvación para nuestras almas.
Dijo el Padre Pío: A Dios se le busca en los libros, se le encuentra en la meditación.
La vida del cristiano no es más que un perpetuo esfuerzo contra sí mismo. El alma no florece sino merced al dolor.
A alguien que temía haberse equivocado, el Padre le dijo: “Mientras
tema, usted pecará”. La persona replicó: “Tal vez, Padre, pero se sufre
tanto!”. Dijo Pío: “Es indudable que se sufre, pero es menester
distinguir entre el temor de Dios y el miedo de Judas. El demasiado
miedo nos hace obrar sin amor, mientras que la demasiada confianza nos
impide observar con inteligente atención aquel peligro que debemos
vencer. Ambos deben ayudarse uno a otro como dos hermanos”.
Si logras vencer la tentación, es como si lavaras tu ropa sucia.
Quien no medita, decía cierta vez, me recuerda al hombre que no hecha
una mirada al espejo antes de salir, y poco cuidadoso de su aspecto,
aparece en público desaliñado sin darse cuenta.
La persona que medita y vuelve su espíritu a Dios, que es el espejo
de su alma, despista a sus faltas, las corrige lo mejor que puede y pone
en orden su conciencia.
Alguien preguntó un día al Padre: “¿Cómo podemos distinguir la
tentación del pecado?”. Sonrió el Padre, y contestó con otra pregunta:
“¿Cómo distinguir a un asno de un ser razonable?. En que el asno se deja
guiar, mientras que el ser razonable tiene las riendas”. Él se refería
al control de la voluntad, ya que el pecado se materializa cuando el mal
toma control de nuestros actos o pensamientos. La tentación es obra de
satán, y siempre existirá como amenaza en nuestro interior, tratando de
apoderarse de nuestra voluntad.
Por nuestra calma y nuestra perseverancia, no sólo nos encontramos a
nosotros mismos, sino también a nuestras almas y al mismo Dios.
Un hombre pidió al Padre Pío que curase a su madre. Le mostró su
retrato y le dijo: “Padre, si yo lo merezco, bendígala”. “Ma che mérito.
En este mundo, ninguno de nosotros merecemos nada. Es el Señor, en su
infinita bondad quien es tan amable como para colmarnos de sus dones,
porque todo lo perdona”.
El Padre Pío detesta la máxima: “Cada uno para sí mismo, Dios para
todos”. La encuentra egoísta, demasiado de este mundo que sólo piensa en
sí mismo. Él propone esta otra de su cosecha: “Dios para todos, pero
nadie para sí mismo”.
Un día, reporteado sobre la penitencia y la mortificación, el Padre
se expresó en estos términos: “Nuestro cuerpo es como un asno al que hay
que azotar, pero no demasiado, porque si cae, ¿quien nos llevará a
cuestas?”.
El demonio no tiene más que una puerta para entrar en nuestra alma:
la voluntad. No existen entradas secretas. Ningún pecado es pecado sin
nuestro consentimiento. Cuando falta la participación del libre
albedrío, no hay pecado sino debilidad humana.
Alguien se lamentaba diciendo que lo torturaba el recuerdo de sus
faltas. “Eso es orgullo, le interrumpió el Padre. Es el demonio el que
le inspira ese sentimiento, no es una verdadera tristeza”. “Pero, ¿cómo
podré discernir entre lo que viene del corazón, lo que es inspirado por
Nuestro Señor y lo que, por el contrario, proviene del diablo?”. “Por
este signo inconfundible: el espíritu del demonio excita, exaspera, nos
inyecta una especie de angustia, cuando la caridad nos lleva en primer
lugar a buscar el bien de nuestra alma. Luego, si ciertos pensamientos
lo agitan, tengan por cierto que vienen del diablo”.
A una persona que tenía vocación de curar almas y le preguntaba cómo
debía proceder con los que son sordos a los llamados de la caridad, el
Padre contestó: “Procura atraerlos por el amor y la caridad, dando sin
esperar algo a cambio. Y si con esto fracasas, entonces repréndelos.
Cristo hizo el Cielo, pero también el infierno”.
En algunas ocasiones el Padre Pío dice a sus hijos espirituales: “Pan
y azotes ayudan muchas veces a criar espléndidos muchachos”.
Un joven le confesó que temía amarlo más que a Dios. A lo que el
Padre replicó: “Usted debe amar a Dios con un amor infinito a través de
mí. Usted me quiere porque lo dirijo hacia Dios que es el Ser Supremo.
Yo no soy más que un medio. Si lo guiara hacia el mal, dejaría de
amarme”.
Un día una penitente le confió que le parecía imposible vivir lejos
de San Giovanni, tanta era la felicidad que sentía en su presencia. El
Padre le hizo la siguiente observación: “Para los hijos de Dios no
existe la distancia, hija”. Como la joven no parecía convencida, sacó su
reloj: “Dígame, ¿ que ve en el centro?. El eje, Padre. Exacto. El eje,
como Dios, está inamovible, y las agujas corren ligadas al centro, y las
agujas miden el tiempo. En resumidas cuentas, el espacio que separa los
números del centro, carece de importancia: Dios es el centro, los
números son las almas, pero hay también un Padre Pío que sirve de
puente”.
La prudencia tiene ojos. El amor piernas. El amor, que tiene piernas,
querría correr hacia Dios, pero su impulso es ciego, y uno tropezaría,
de no estar dirigido por los ojos de la prudencia.
Una mujer joven y bella, viuda de un miembro del Parlamento que murió
en la flor de la edad, estaba abrumada por la pena. Quería retirarse
del mundo y fundar una Orden religiosa. Consultó al Padre Pío: “Señora,
antes de santificar a los demás, piense en santificarse usted misma”.
A un masón convertido, el Padre le dijo: “Todos los sentimientos,
cualquiera sea su fuente, tienen algo de bueno y algo de malo. A usted
corresponde asimilar sólo lo bueno y ofrecérselo a Dios”.
Como una señora admitiera que tenía cierta inclinación a la vanidad,
el Padre comentó: “¿Ha observado usted un campo de trigo maduro?. Unas
espigas se mantienen erguidas, mientras otras se inclinan hacia la
tierra. Pongamos a prueba a los más altivos, descubriremos que están
vacíos, en tanto los que se inclinan, los humildes, están cargados de
granos”.
Una señora le preguntó qué oración era más apreciada por Dios. Él
contestó: “Toda oración es buena cuando es sincera y continua”.
Es tal el orgullo del hombre, dice el Padre, que cuando es feliz y
poderoso se cree igual a Dios. Pero en la desgracia, librado a sus solas
fuerzas, se acuerda del Ser Supremo.
Dios enriquece al hombre que ha hecho el vacío en sí mismo.
En la vida espiritual siempre hay que ir adelante, jamás retroceder.
De otro modo, le ocurre a uno lo que al barco que ha perdido el timón:
es rechazado por los vientos.
No es faltar a la paciencia el implorar a Jesús el fin de nuestros
sufrimientos, cuando exceden nuestras fuerzas. Siempre nos quedará el
mérito de haber ofrecido nuestros dolores.
La mentira es el engendro de Satanás.
La manía de los ¿Por qué?, ha sido calamitosa para el mundo.
La humildad es verdad. La verdad es humildad.
Una buena acción, cualquiera sea su causa, tiene por madre a la Divina Providencia.
La oración es la llave que abre el corazón.
No lo olvidéis: el eje de la perfección es el amor. Quien está
centrado en el amor, vive en Dios. Porque Dios es Amor, como lo dice el
Apóstol.
En marzo de 1923, una penitente preguntaba al Padre qué debía hacer
para santificarse. “Desate sus lazos con el mundo”. Una amiga, sabiendo
que ella llevaba una vida muy retirada, hizo un gesto de sorpresa. El
santo se volvió hacia ella y le dijo, con bastante sequedad: “Señora,
uno puede ahogarse en alta mar, y también puede sofocarse hasta el ahogo
con un simple vaso de agua. ¿Dónde está la diferencia?. ¿Acaso no es la
muerte, en cualquiera de esas formas?”.
Recuerde, dijo el padre a uno de sus hijos espirituales, que la madre
empieza a hacer caminar al niño sosteniéndolo. Pero luego, éste debe
caminar sólo. También usted debe aprender a razonar sin ayuda.
A una señora excesivamente servicial, que se quejaba de no poder
hacer nada por él: “El general es el único en saber cómo y cuándo ha de
emplear al soldado. Espere su turno, señora”.
Pecar contra la caridad es como destrozar la pupila de Dios. ¿Qué hay
más delicado que la pupila del ojo ?. El pecado contra la caridad
equivale a un crimen contra natura.
El amor y el temor deben estar unidos: el temor sin amor se vuelve
cobardía. El amor sin temor, se transforma en presunción. Entonces uno
pierde el rumbo.
Sin obediencia no hay virtud. Sin virtud no hay bien. Sin bien no hay amor. Sin amor no hay Dios. Y sin Dios no hay Paraíso.
En una estampa representando la Cruz, el Padre escribió estas
palabras: “El madero no os aplastará. Si alguna vez vaciláis bajo su
peso, su poder os volverá a enderezar”.
Para Andrés Lo Guercio, que viniera de América a visitarlo, escribió
en una imagen del Sagrado Corazón: La humildad y la pureza son las alas
que nos llevan hacia Dios y casi nos divinizan. No se olviden que un
malhechor que se sonroja de sus actos está más cerca de Dios que un
hombre de bien que se sonroja de tener que trabajar.
Al señor Natal Selvatici, de Bolonia: No olvide que el hombre tiene
un espíritu, que tiene un cerebro para razonar y un corazón para sentir,
que tiene un alma. El corazón puede estar regido por la cabeza, pero el
alma no. Por lo tanto, debe existir un Ser Supremo que la dirija.
A un penitente que había vivido en el vicio, y que le preguntaba si,
cambiando de vida, alcanzaría el perdón y moriría en la fe, le contestó:
Las puertas del Paraíso están abiertas a toda criatura. Acuérdate de
María Magdalena.
El tiempo que se pierde en ganar almas a Dios, no es tiempo tontamente perdido.
Guardad en lo más hondo del espíritu las palabras de Nuestro Señor: “A fuerza de paciencia, poseeréis vuestra alma”.
Jesús os guía hacia el Cielo por campos o por desiertos. ¿Qué
importancia tiene?. Acomodaos a las pruebas que Él quiera enviaros, como
si debieran ser vuestras compañeras para toda la vida. Cuando menos lo
esperéis, quizás queden resueltas.
Los grandes corazones ignoran los agravios mezquinos.
El anhelo de la paz eterna es legítimo y santo, pero debe ser
moderado para una total resignación a los designios del Altísimo: más
vale cumplir la Voluntad Divina en este mundo que gozar en el Paraíso.
Sufrir y no morir, era el leit-motiv de Santa Teresa. El Purgatorio es
un lugar de delicias, cuando se lo soporta por voluntaria elección de
amor.
El demonio es como un perro encadenado: si uno se mantiene a distancia de él, no será mordido
Las tentaciones, el bullicio, las preocupaciones, son las armas de
nuestro enemigo. No lo olvidéis: si hace tanto ruido, es señal de que
está afuera y no dentro. Lo que debiera espantarnos sería que reinase la
paz y la armonía entre nuestra alma y el demonio.
Las tentaciones emanan de lo innoble y de las tinieblas. Los
sufrimientos, del seno de Dios: Las madres vienen de Babilonia, las
hijas de Jerusalén. Despreciad las tentaciones, recibid las vicisitudes
con los brazos abiertos
Gólgota: Una cima cuya ascensión nos reserva una visión beatifica de nuestro amado salvador.
Si Jesús se manifiesta a vosotros, dadle gracias. Si se os oculta,
dadle gracias. Todo esto es un juego de amor para atraernos dulcemente
hacia el Padre. Perseverad hasta la muerte, hasta la muerte con Cristo
en la Cruz.
El don sagrado de la oración está a la derecha del Verbo, nuestro
Salvador, en la medida en que vaciéis vuestro Yo de sí mismo, es decir,
del apego a los sentidos y a vuestra propia voluntad. Echando raíces en
la santa humildad, el Señor hablará a vuestro corazón.
Practicad con perseverancia la meditación a pequeños pasos, hasta que
tengáis piernas fuertes, o más bien alas. Tal como el huevo puesto en
la colmena se transforma (a su debido tiempo) en una abeja, industriosa
obrera de la miel.
El corazón de nuestro Divino Maestro no conoce más que la ley del
amor, la dulzura y la humildad. Poned vuestra confianza en la divina
bondad de Dios, y estad seguros de que la tierra y el cielo fallarán
antes que la protección de vuestro Salvador.
Caminad sencillamente por la senda del Señor, no os torturéis el
espíritu. Debéis detestar vuestros pecados, pero con una serena
seguridad, no con una punzante inquietud.
Permaneced como la Virgen, al pie de la Cruz, y seréis consolados. Ni
siquiera allí María se sentía abandonada. Por el contrario, su Hijo la
amó aún más por sus sufrimientos.
Por los golpes reiterados de su martillo, el Artista divino talla las
piedras que servirán para construir el Edificio Eterno. Puede decirse
con toda justicia que cada alma destinada a la gloria eterna es una de
esas piedras indispensables. Esos golpes de cincel son las sombras, los
miedos, las tentaciones, las penas, los temores espirituales y también
las enfermedades corporales. Dad pues, gracias al Padre celestial por
todo lo que impone a vuestra alma. Abandonaos a Él totalmente. Os trata
como trató a Jesús en el Calvario.
El Padre Pío es nuestro sendero claro y bien señalizado hacia
el amor del Padre Eterno, a través de Jesús y María. Tenemos que
tenerlo presente, conocerlo, familiarizarnos con él. Quien sienta un
profundo amor por el Santo del Gargano, y llegue a sentir como él
sintió, habrá encontrado la forma de vivir esta vida con la alegría y
entrega necesarias como para esperar la vida eterna con paz verdadera.
El perder el temor a la muerte, el desapegarse de las cosas
de este mundo, es la primer gran puerta al crecimiento espiritual y a la
conversión de nuestra alma. Él es un salvavidas tendido a nuestras
manos, para que podamos aferrarnos y enfrentar con confianza el oleaje
que el demonio nos propone a lo largo de una vida rodeada de miserias,
egoísmo, vanidad, cobardía, envidia, odio, tristeza, arrogancia y falta
de esperanza y fe.
¡Busquemos a Dios donde Él se encuentra, Pío es una fuente que no podemos desperdiciar!
No hay comentarios:
Publicar un comentario