SEGUNDO LIBRO DE LOS MACABEOS
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2° MACABEOS
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CAPÍTULO 1
Primera carta: Exhortación a la práctica de la Ley
1:1 Los hermanos judíos de Jerusalén y los del territorio de Judea saludan a los hermanos judíos de Egipto, deseándoles paz y felicidad.
1:2 Que Dios los colme de bienes y se acuerde de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob, sus fieles servidores.
1:3 Que les dé a todos ustedes un corazón dispuesto a adorarlo y a cumplir su voluntad con magnanimidad y generosidad.
1:4 Que él les abra el corazón a su Ley y a sus preceptos, y les conceda la paz.
1:5 Que él escuche sus plegarias y se reconcilie con ustedes, y no los abandone en la adversidad.
1:6 Esto es lo que ahora suplicamos por ustedes.
1:7 Ya en el año setenta y nueve del reinado de Demetrio, nosotros, los judíos, les escribimos: "En medio de la tribulación y de la crisis que soportamos durante estos años, desde que Jasón y sus partidarios traicionaron la Tierra santa y el reino,
1:8 incendiaron la puerta del Templo y derramaron sangre inocente, nosotros suplicamos al Señor y fuimos escuchados. Ofrecimos un sacrificio con la mejor harina, encendimos las lámparas y presentamos los panes".
1:9 Ahora también les escribimos, para que celebren la fiesta de las Chozas en el mes de Quisleu. 10 En el año ciento ochenta y ocho.
Segunda carta: Acción de gracias por la muerte de Antíoco IV
1:10 Los habitantes de Jerusalén y los de Judea, el Consejo de los ancianos y Judas, saludan y desean prosperidad a Aristóbulo, preceptor de rey Tolomeo, del linaje de los sacerdotes consagrados, y a los judíos que están en Egipto.
1:11 Salvados por Dios de grandes peligros, le damos fervientes gracias por habernos defendido contra el rey.
1:12 Porque fue Dios quien expulsó a los que combatían contra la Ciudad santa.
1:13 Su jefe, en efecto, al llegar a Persia con un ejército aparentemente invencible, fue descuartizado en el templo de Nanea, gracias a un ardid de los sacerdotes de la diosa.
1:14 Con el pretexto de desposarse con la diosa, Antíoco se presentó allí con sus Amigos, a fin de recibir inmensas riquezas a titulo de dote.
1:15 Los sacerdotes del templo de Nanea habían expuesto esas riquezas con motivo de la visita que Antíoco debía hacer al recinto sagrado, acompañado de unas pocas personas. Pero apenas entró Antíoco, cerraron el templo,
1:16 abrieron la puerta secreta del techo y aplastaron con piedras al rey y a los otros. Luego los descuartizaron, les cortaron la cabeza y las arrojaron a los que estaban afuera.
1:17 ¡Sea siempre bendito nuestro Dios, que entregó a la muerte a los impíos!
La conservación del fuego sagrado en tiempos de Nehemías
1:18 Estando a punto de celebrar —el día veinticinco de Quisleu— la purificación del Templo, nos ha parecido conveniente informarles para que también ustedes celebren la fiesta de las Chozas y la del Fuego, el fuego que apareció cuando Nehemías, después de haber reconstruido el Templo y el altar, ofreció sacrificios.
1:19 Porque, cuando nuestros padres fueron deportados a Persia, los sacerdotes piadosos de entonces, tomando secretamente el fuego del altar, lo ocultaron en el fondo de un pozo seco, donde quedó tan bien resguardado que el lugar fue ignorado por todos.
1:20 Al cabo de muchos años, cuando Dios así lo dispuso, Nehemías, enviado por el rey de Persia, mandó a los descendientes de aquellos sacerdotes que habían ocultado el fuego que fueran a buscarlo.
1:21 Ellos le comunicaron que no habían encontrado fuego, sino un líquido espeso, y él les mandó que lo sacaran y lo trajeran. Cuando el sacrificio estuvo dispuesto, Nehemías ordenó a los sacerdotes que rociaran con ese líquido la leña y todo lo que había sobre ella.
1:22 Una vez cumplida esta orden, y pasado algún tiempo, el sol, oculto antes detrás de las nubes, volvió a brillar y se encendió una hoguera tan grande que todos quedaron maravillados.
1:23 Mientras se consumía el sacrificio, los sacerdotes recitaban una plegaria: Jonatán entonaba, y los demás respondían junto con Nehemías.
1:24 La oración era la siguiente: "Señor, Señor Dios, creador de todas las cosas, temible y poderoso, justo y misericordioso, el único Rey, el único bueno,
1:25 el único generoso, justo, omnipotente y eterno; tú que salvas a Israel de todo mal, tú que elegiste a nuestros padres y los santificaste:
1:26 acepta este sacrificio por todo tu pueblo Israel, conserva a tu herencia y santifícala.
1:27 Reúne a aquellos de nosotros que están dispersos, concede la libertad a los que están esclavizados entre las naciones, mira con bondad a los desheredados y despreciados, para que los paganos reconozcan que tú eres nuestro Dios.
1:28 Castiga a los que nos oprimen y nos ultrajan con arrogancia.
1:29 Planta a tu pueblo en tu Lugar santo, conforme a lo que dijo Moisés".
1:30 Los sacerdotes entonaban himnos, 31 y cuando el sacrificio quedó consumido, Nehemías mandó derramar el resto del líquido sobre unas grandes piedras.
1:32 Entonces se encendió una llamarada, que fue absorbida por el resplandor que brillaba en el altar.
1:33 Cuando se divulgó lo sucedido y se comunicó al rey de los persas que en el sitio donde los sacerdotes deportados habían escondido el fuego, había aparecido un líquido con el que los sacerdotes de Nehemías hicieron arder las víctimas del sacrificio,
1:34 el rey, después de cerciorarse del asunto, dio orden de cercar el lugar, declarándolo sagrado. 35 El rey sacó de allí grandes ganancias y las repartía a los que quería favorecer. 36 Nehemías y sus compañeros llamaron a ese líquido "neftar", que significa "purificación", pero la mayoría lo llamaba "nafta".
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CAPÍTULO 2
Jeremías y el Arca de la Alianza
2:1 Consta en los archivos que el profeta Jeremías ordenó a los deportados que tomaran fuego, como ya se ha indicado,
2:2 y que el profeta, después de entregarles la Ley, les mandó que no olvidaran los preceptos del Señor, ni se desviaran al ver los ídolos de oro y plata y la pompa que los rodeaba.
2:3 Entre otras recomendaciones similares, los exhortaba una y otra vea a que no apartaran la Ley de sus corazones.
2: 4 Se decía en el escrito cómo el profeta, advertido por un oráculo, mandó llevar con él la Carpa y el Arca, y cómo partió hacia la montaña donde Moisés había subido para contemplar la herencia de Dios.
2:5 Al llegar, Jeremías encontró una caverna: allí introdujo la Carpa, el Arca y el altar del incienso y clausuró la entrada.
2:6 Algunos de sus acompañantes volvieron para poner señales en el camino, pero no pudieron encontrarlo.
2:7 Y cuando Jeremías se enteró de esto, los reprendió, diciéndoles: "Ese lugar quedará ignorado hasta que Dios tenga misericordia de su pueblo y lo reúna.
2:8 Entonces el Señor pondrá todo de manifiesto, y aparecerá la gloria del Señor y la nube, como apareció en tiempos de Moisés y cuando Salomón oró para que el Santuario fuera solemnemente consagrado".
2:9 Además, se hacía constar que Salomón, lleno del espíritu de sabiduría, ofreció el sacrificio de la dedicación y la terminación del Templo.
2:10 Así como Moisés oró al Señor y bajó fuego del Cielo, que devoró las ofrendas del sacrificio, así también cuando oró Salomón, bajó fuego y consumió la víctima.
2:11 Moisés había dicho: "Por no haber sido comida, la oblación ofrecida por el pecado ha sido destruida".
2:12 De la misma manera, Salomón celebró los ocho días de fiesta.
La biblioteca de Nehemías
2:13 Los mismos hechos se narraban en los archivos y en las Memorias de Nehemías, donde se relataba, además, cómo este fundó una biblioteca, en la que reunió los libros que tratan de los reyes, los libros de los profetas y los de David, así como también las cartas de los reyes sobre las ofrendas.
2:14 Del mismo modo, Judas reunió todos los escritos dispersos a causa de las guerras que hemos padecido, los cuales están ahora en poder nuestro.
2:15 Si ustedes necesitan alguno de estos escritos, manden a alguien que los venga a buscar.
Invitación a celebrar la fiesta de la Dedicación del Templo
2:16 Les escribimos esto, próximos a celebrar la purificación del Templo; también ustedes hagan lo posible por celebrar estos días.
2:17 El Dios que salvó a todo su pueblo y concedió a todos la herencia, el reino, el sacerdocio y la santificación,
2:18 como lo había prometido por medio de la Ley, ese mismo Dios —así lo esperamos— tendrá compasión de nosotros y nos reunirá en el Santuario, desde todas las partes de la tierra. Porque él nos ha librado de graves males y ha purificado el Lugar santo.
Prólogo del autor
2:19 La historia de Judas Macabeo y sus hermanos, de la purificación del gran Templo y de la dedicación del altar,
2:20 así como las guerras contra Antíoco Epífanes y su hijo Eupátor,
2:21 y las manifestaciones celestiales a los que combatieron valerosamente en favor del Judaísmo —los cuales, siendo tan pocos, saquearon todo el país, expulsaron las hordas extranjeras,
2:22 recuperaron el Santuario célebre en todo el mundo, liberaron la ciudad y restablecieron las leyes que estaban en peligro de ser abolidas, porque el Señor, en su gran benignidad, se mostró propicio con ellos—
2:23 todo esto ha sido expuesto en cinco libros por Jasón de Cirene, y nosotros intentaremos resumirlo en uno solo.
2:24 En efecto, teniendo en cuenta la enorme cantidad de cifras y la dificultad que encuentran, por la amplitud de la materia, los que desean sumergirse en los relatos de la historia,
2:25 hemos procurado ofrecer un relato ameno para los aficionados a la lectura, práctico para los que quieren grabar los hechos en su memoria y útil para todos indistintamente.
2:26 Para nosotros, que hemos asumido la penosa tarea de hacer este resumen, la obra no ha sido fácil, sino que nos ha costado muchos sudores y desvelos,
2:27 como no es cosa fácil preparar un banquete, tratando de complacer a todos. Sin embargo, soportamos con gusto esta molestia para utilidad de muchos,
2:28 dejando al autor el examen detallado de cada hecho, para esforzarnos nosotros por seguir las reglas de un resumen.
2:29 Porque así como al arquitecto de una casa nueva, le corresponde preocuparse de toda la construcción, en tanto que los decoradores y pintores sólo se ocupan de la ornamentación, pienso que lo mismo sucede con nosotros:
2:30 al historiador le compete profundizar y analizar las ideas y examinar cada cosa en detalle;
2:31 pero al que se propone resumir los hechos, se le permite hacer una síntesis de la obra, omitiendo tratar el tema en forma exhaustiva.
2:32 Comencemos, entonces, la narración sin alargar tanto los preliminares, porque sería absurdo extenderse en la introducción y ser breve en la historia misma.
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HISTORIA DE HELIODORO
CAPÍTULO 3
La rivalidad entre Simón y Onías
3:1 Cuando la Ciudad santa se encontraba en completa paz y las leyes se observaban a la perfección, gracias a la piedad y a la rectitud del Sumo Sacerdote Onías,
3:2 solía suceder que hasta los mismos reyes honraban el Santuario y lo enriquecían con espléndidos regalos,
3:3 hasta tal punto que Seleuco, rey de Asia, mantenía con sus propios recursos todas las expensas para la celebración de los sacrificios.
3:4 Pero un tal Simón, de la familia de Bilgá, que había sido designado administrador del Templo, tuvo diferencias con el Sumo Sacerdote en lo relativo al control de los mercados de la ciudad.
3:5 Como no lograba imponerse a Onías, acudió a Apolonio de Tarso, que era entonces gobernador de Celesiria y de Fenicia,
3:6 y le comunicó que el tesoro de Jerusalén estaba repleto de incontables riquezas, tanto que la cantidad de dinero era incalculable y muy superior al presupuesto de los sacrificios, y nada impedía que fuera puesto a disposición del rey.
Heliodoro, encargado de incautarse del tesoro del Templo
3:7 En una audiencia con el rey, Apolonio lo puso al tanto de las riquezas que la habían sido denunciadas, y el rey designó a Heliodoro, su encargado de negocios, y lo envió con la orden de incautarse de aquellos tesoros.
3:8 Heliodoro emprendió inmediatamente el viaje, fingiendo que inspeccionaba las ciudades de Celesiria y Fenicia, aunque su intención era cumplir los planes del rey.
3:9 Al llegar a Jerusalén, fue recibido amistosamente por el Sumo Sacerdote de la ciudad, al que informó sobre la denuncia que se había hecho y le manifestó el motivo de su presencia, preguntándole si todo eso era verdad.
3:10 El Sumo Sacerdote le explicó que se trataba de unos depósitos pertenecientes a las viudas y a los huérfanos,
3:11 y que una parte pertenecía a Hircano, hijo de Tobías, que era un personaje de posición muy elevada. Contrariamente a la calumniosa denuncia de Simón, el total ascendía a cuatrocientos talentos de plata y doscientos de oro.
3:12 Y no se podía defraudar a los que habían depositado su confianza en la santidad de ese Lugar y en la inviolable majestad de aquel Templo venerado en todo el mundo.
Tentativas de violación del Templo
3:13 Pero Heliodoro, siguiendo las ordenes del rey, sostenía inflexiblemente que aquellas riquezas debían ser confiscadas en beneficio del tesoro real.
3:14 En la fecha fijada, Heliodoro procedió a realizar el inventario de los bienes, con gran consternación de toda la ciudad:
3:15 los sacerdotes, postrados ante el altar con sus ornamentos sagrados, suplicaban al Cielo, que había dictado la ley sobre los bienes en depósito, rogándole que los conservara intactos para quienes los habían depositado.
3:16 A uno se le partía el alma con solo mirar el rostro del Sumo Sacerdote, porque su aspecto y su palidez revelaban la angustia de su alma.
3:17 El miedo y el temblor estremecían todo su cuerpo, descubriendo a quienes lo observaban el sufrimiento de su corazón.
3:18 Además, algunos salían de sus casas en grupos para hacer rogativas públicas, a causa del inminente ultraje a que se vería expuesto el Santuario;
3:19 las mujeres, ceñidas de cilicio debajo de los senos, se aglomeraban en las calles; las más jóvenes, habitualmente recluidas, corrían, unas a las puertas, otras a los muros, y otras, se asomaban por las ventanas.
3:20 Todas elevaban sus plegarias con los brazos extendidos hacia el Cielo.
3:21 Daba pena ver a la muchedumbre postrada desordenadamente, y al Sumo Sacerdote lleno de ansiedad y de angustia.
3:22 Mientras ellos rogaban al Señor todopoderoso que guardara intactos los bienes depositados, dando plena seguridad a sus dueños,
3:23 Heliodoro, por su parte, comenzó a ejecutar lo que se había propuesto.
El castigo de Heliodoro en el Templo
3:24 Pero cuando ya se encontraba con su escolta junto al Tesoro, el Soberano de los espíritus y de toda Potestad se manifestó tan esplendorosamente que todos los que se habían atrevido a venir con él, heridos por el poder de Dios, quedaron sin fuerzas y acobardados.
3:25 Porque se les apareció un caballo montado por un temible jinete y ricamente enjaezado, el cual, arrojándose con ímpetu, levantó contra Heliodoro sus cascos delanteros. El jinete aparecía cubierto con una armadura de oro.
3:26 También se le aparecieron otros dos jóvenes de extraordinario vigor, resplandecientes por su hermosura y vestidos espléndidamente: ellos se pusieron uno a cada lado y lo azotaban sin cesar, moliéndolo a golpes.
3:27 Heliodoro cayó en tierra, envuelto en una densa oscuridad, y en seguida lo recogieron y lo sacaron en una camilla.
3:28 Así llevaban ahora, incapaz de valerse por sí mismo, al que poco antes había entrado al Tesoro, acompañado de numeroso séquito y de toda su escolta. Y todos reconocieron claramente la soberanía de Dios.
3:29 Mientras él yacía derribado por la fuerza divina, sin habla y sin esperanza de salvación,
3:30 los judíos bendecían al Señor, que había glorificado su propio Lugar. El Templo, que poco antes había estado lleno de miedo y consternación, desbordaba ahora de alegría y de júbilo por la manifestación del Señor todopoderoso.
3:31 En seguida, algunos de los acompañantes de Heliodoro rogaron a Onías que invocara al Altísimo a fin de que perdonara la vida al que ya estaba a punto de expirar.
3:32 El Sumo Sacerdote, temiendo que el rey sospechara que los judíos habían atentado contra Heliodoro, ofreció un sacrificio por su curación.
3:33 Mientras el Sumo Sacerdote ofrecía el sacrificio de expiación, se aparecieron otra vez a Heliodoro los mismos jóvenes, cubiertos con las mismas vestiduras y, puestos de pie, le dijeron: "Da muchas gracias al Sumo Sacerdote Onías, porque por su intercesión el Señor te concede la vida.
3:34 Y ahora tú, que has sido castigado por el Cielo, anuncia a todos la grandeza del poder de Dios". Dicho esto, desaparecieron.
La conversión de Heliodoro
3:35 Heliodoro, después de ofrecer un sacrificio al Señor y de orar largamente al que le había concedido la vida, se despidió de Onías y volvió con sus tropas adonde estaba el rey.
3:36 Y daba testimonio delante de todos de las obras del gran Dios, que él había contemplado con sus propios ojos.
3:37 Cuando el rey preguntó a Heliodoro a quién convendría enviar otra vez a Jerusalén, él respondió:
3:38 "Si tienes algún enemigo o alguien que conspira contra el gobierno, envíalo allá y volverá molido a golpes, si es que logra salvar su vida. Porque te aseguro que una fuerza divina rodea aquel lugar:
3:39 el que tiene su morada en el cielo vela por él y lo protege, y a todos los que se acercan con malas intenciones los castiga con la muerte".
3:40 Así terminaron los hechos referentes a Heliodoro y a la preservación del Tesoro.
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LA PERSECUCIÓN DE ANTÍOCO IV
CAPÍTULO 4
Insidias del administrador Simón
4:1 El susodicho Simón, delator del Tesoro del Templo y traidor de la patria, calumniaba a Onías, como si fuera este el que había maltratado a Heliodoro y el causante de sus desgracias.
4:2 Al bienhechor de la ciudad, al defensor de sus compatriotas, al ferviente cumplidor de las leyes, se atrevía a calificarlo de conspirador contra el Estado.
4:3 La hostilidad llegó a tal punto que uno de los partidarios de Simón cometió varios asesinatos.
4:4 Entonces Onías, considerando que aquella rivalidad era peligrosa y que Apolonio, hijo de Menesteo, gobernador de Celesiria y de Fenicia, fomentaba la maldad de Simón,
4:5 se hizo presentar delante del rey, no para acusar a sus conciudadanos, sino por el bien general de todo su pueblo y de cada uno en particular.
4:6 Él veía, efectivamente, que sin una intervención real, era imposible lograr la pacificación y contener los desatinos de Simón.
Introducción del helenismo por obra de Jasón
4:7 Después que murió Seleuco y le sucedió en el trono Antíoco, llamado Epífanes, Jasón, hermano de Onías, usurpó fraudulentamente el sumo sacerdocio,
4:8 prometiendo al rey en una entrevista trescientos sesenta talentos de plata, y ochenta de otras rentas.
4:9 Se comprometió, además, por escrito a pagar otros ciento cincuenta talentos, si se le concedía la facultad de instalar por su propia cuenta un gimnasio y un ateneo juvenil y de inscribir en un registro a los antioquenos residentes en Jerusalén.
4:10 Con el asentimiento del rey y teniendo los poderes en su mano, comenzó rápidamente a introducir entre sus compatriotas el estilo de vida de los griegos.
4:11 Suprimió los humanitarios privilegios que los reyes habían concedido a los judíos, por intermedio de Juan, padre de Eupólemo, el mismo Eupólemo que fue enviado como embajador para hacer una alianza de amistad con los romanos; derogó las instituciones legales e introdujo nuevas costumbres contrarias a la Ley:
4:12 así se dio el gusto de fundar un gimnasio al pie mismo de la Acrópolis e indujo a lo mejor de la juventud a los ejercicios atléticos.
4:13 Era tal el auge del helenismo y el avance de la moda extranjera, debido a la enorme perversidad de Jasón —el cual tenía más de impío que de Sumo Sacerdote—
4:14 que ya los sacerdotes no tenían ningún celo por el servicio del altar, sino que despreciaban el Templo. Apenas se daba la señal de lanzar el disco, dejaban de lado los sacrificios y se apresuraban a participar en los ejercicios de la palestra, que eran contrarios a la Ley.
4:15 Sin mostrar ningún aprecio por los valores nacionales, juzgaban las glorias de los griegos como las mejores.
4:16 Pero esto mismo los puso en grave aprieto, porque después tuvieron como enemigos y opresores a aquellos mismos cuya conducta emulaban y a los cuales querían imitar en todo.
4:17 Porque no se violan en vano las leyes divinas: así lo va a demostrar la etapa siguiente.
Donativo de Jasón para el sacrificio de Hércules
4:18 Cuando se celebraron en Tiro los juegos quinquenales con la asistencia del rey,
4:19 el infame Jasón envió como representantes de Jerusalén a algunos antioquenos, en calidad de observadores, con un presente de trescientas dracmas de oro para el sacrificio de Hércules. Pero ellos consideraron que era inconveniente emplearlas para el sacrificio y que debían aplicarlas a otra clase de gastos.
4:20 De esta manera, el dinero asignado por el donante al sacrificio de Hércules fue destinado, por voluntad de los portadores, a la construcción de trirremes.
La visita de Antíoco IV Epífanes a Jerusalén
4:21 Apolonio, hijo de Menesteo, fue enviado a Egipto con motivo de la entronización del rey Filométor. Cuando Antíoco supo que aquel se había convertido en su adversario político, se preocupó por su propia seguridad. Por eso, al pasar por Jope, se desvió hacia Jerusalén.
4:22 Allí fue solemnemente recibido por Jasón y por la ciudad, e hizo su entrada en medio de antorchas y aclamaciones. Después de esto, fue a acampar con sus tropas a Fenicia.
La designación de Menelao como Sumo Sacerdote
4:23 Tres años más tarde, Jasón envió a Menelao, hermano del ya mencionado Simón, para llevar el dinero al rey y también para gestionar algunos asuntos importantes.
4:24 Pero Menelao, una vez presentado ante el rey, lo impresionó con su aire majestuoso y logró hacerse investir del sumo sacerdocio, ofreciéndole trescientos talentos de plata más que Jasón.
4:25 Así regresó provisto del mandato real, pero sin llevar consigo nada digno del sumo sacerdocio, sino más bien la furia de un cruel tirano y la violencia de una fiera salvaje.
4:26 De esta manera Jasón, que había suplantado a su propio hermano, fue suplantado a su vez por otro, y se vio forzado a huir a la región de Amán.
4:27 Pero Menelao, una vez adueñado del poder, no se preocupaba de pagar las sumas prometidas al rey,
4:28 a pesar de las reclamaciones de Sóstrates, el prefecto de la Acrópolis, ya que a él le correspondía percibir los impuestos. Por este motivo, ambos fueron convocados por el rey.
4:29 Menelao dejó como sustituto en el sumo sacerdocio a su hermano Lisímaco, y Sóstrates dejó a Crates, jefe de los chipriotas.
Asesinato de Onías
4:30 Mientras tanto, se sublevaron los habitantes de Tarso y de Malos, porque sus ciudades habían sido regaladas a Antióquida, la concubina del rey.
4:31 El rey partió apresuradamente para poner las cosas en orden, dejando en su lugar a Andrónico, uno de los grandes dignatarios.
4:32 Menelao, pensando que se le había presentado una ocasión favorable, se apropió de unos objetos de oro del Templo y se los regaló a Andrónico, y también vendió otros en Tiro y en las ciudades vecinas.
4:33 Cuando Onías tuvo la evidencia de lo sucedido, se lo reprochó, después de haberse retirado a Dafne, ciudad que estaba cerca de Antioquía y gozaba de inmunidad.
4:34 Por eso Menelao, en conversaciones secretas con Andrónico, lo instigaba a matar a Onías. Entonces Andrónico se presentó ante Onías, y se ganó astutamente su confianza, estrechándole la mano derecha con un juramento. Así lo persuadió a que saliera de su refugio —aun sin disipar toda sospecha— y lo mató inmediatamente, conculcando toda justicia.
4:35 Frente a esto, no sólo los judíos, sino también mucha gente de las otras naciones se indignaron y se afligieron por el injusto asesinato de aquel hombre.
4:36 Apenas el rey regresó de las regiones de Cilicia, los judíos de la ciudad y los griegos que reprochaban tan mala acción, acudieron a él para quejarse por la injusta muerte de Onías.
4:37 Antíoco se entristeció profundamente y, movido a compasión, lloró recordando la prudencia y la gran moderación del difunto.
4:38 Luego, lleno de indignación, despojó a Andrónico de la púrpura, desgarró sus vestiduras y lo hizo conducir por toda la ciudad hasta el sitio donde había tratado tan impíamente a Onías. Allí hizo ajusticiar al homicida, y así el Señor le infligió el castigo que había merecido.
Amotinamiento del pueblo en Jerusalén y muerte de Lisímaco
4:39 Lisímaco había cometido muchos robos sacrílegos en la ciudad con el consentimiento de Menelao, y la noticia se había divulgado entre la gente. Por eso el pueblo se amotinó contra Lisímaco, cuando ya muchos objetos de oro habían desaparecido.
4:40 Como la multitud estaba muy excitada y había llegado al colmo de su furor, Lisímaco armó cerca de tres mil hombres e inició una violenta represión, poniendo al frente a un tal Arauno, hombre avanzado en edad no menos que en falta de juicio.
4:41 Cuando advirtieron que Lisímaco los atacaba, unos se armaron de piedras, otros de palos, y otros, tomando puñados de la ceniza que había allí, los arrojaban violentamente contra las tropas. 42 De este modo hirieron a muchos de ellos y mataron a otros; a todos los demás los obligaron a huir y dieron muerte al sacrílego junto al Tesoro del Templo.
La injusta absolución de Menelao
4:43 Con motivo de estos sucesos, se entabló un proceso contra Menelao.
4:44 Cuando el rey llegó a Tiro, tres hombres enviados por el Consejo de los ancianos presentaron una acusación contra él.
4:45 Al verse perdido, Menelao prometió una importante suma a Tolomeo, hijo de Dorimeno, para que tratara de persuadir al rey.
4:46 Tolomeo llevó al rey a una galería, como quien va a tomar un poco de aire, y allí lo hizo cambiar de parecer.
4:47 Así absolvió de las acusaciones a Menelao, que era el causante de todos esos males. En cambio, condenó a muerte a aquellos desdichados que hubieran sido absueltos como inocentes, incluso por un tribunal de bárbaros.
4:48 De esta manera fueron inmediatamente sometidos a un castigo injusto los que habían defendido la ciudad, el pueblo y los objetos sagrados.
4:49 Por eso algunos tirios, indignados por aquella maldad, se encargaron de darles una espléndida sepultura.
4:50 Mientras tanto, Menelao se mantenía en el poder, gracias a la avaricia de aquellos gobernantes. Su maldad crecía cada vez más, convirtiéndolo en el principal adversario de sus compatriotas.
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CAPÍTULO 5
Enfrentamiento de Menelao y Jasón
5:1 Alrededor de ese tiempo, Antíoco preparaba su segunda expedición contra Egipto.
5:2 Y sucedió que por espacio de unos cuarenta días aparecieron en toda la ciudad, corriendo por los aires, jinetes vestidos de oro, tropas armadas divididas en escuadrones, espadas desenvainadas,
5:3 regimientos de caballería en orden de batalla, ataques e incursiones de una y otra parte, movimientos de escudos, nubes de lanzas, disparos de flechas, destellos de guarniciones de oro y corazas de toda clase.
5:4 Ante esto, todos rogaban que aquella aparición fuera señal de buen augurio.
5:5 Al difundirse el falso rumor de que Antíoco había muerto, Jasón lanzó un ataque imprevisto contra la ciudad con no menos de mil hombres. Como los que estaban en la muralla fueron rechazados y la ciudad al fin fue tomada, Menelao se refugió en la Acrópolis.
5:6 Jasón masacró sin piedad a sus propios conciudadanos, sin caer en la cuenta de que una victoria sobre ellos era el mayor de los desastres: ¡él se imaginaba que ganaba trofeos a sus enemigos y no a sus propios compatriotas!
5:7 Sin embargo, no logró adueñarse del poder y finalmente, sin haber conseguido otra cosa que su propio fracaso, tuvo que huir de nuevo al país de Amán.
Muerte de Jasón
5:8 Su conducta perversa tuvo un final desastroso. Acusado ante Aretas, soberano de los árabes, huyó de ciudad en ciudad; perseguido por todos, aborrecido como transgresor de las leyes y abominado como verdugo de su patria y de sus conciudadanos, fue a parar a Egipto.
5:9 El que había desterrado a muchos de su patria murió en el destierro, mientras se dirigía a Lacedemonia con la esperanza de encontrar un refugio, apelando a su origen común.
5:10 El que había dejado a muchos sin sepultura, no tuvo quien lo llorara; nadie le tributó honras fúnebres y no encontró sitio en el sepulcro de sus antepasados.
Despojo del Templo por Antíoco IV
5:11 Cuando el rey se enteró de lo ocurrido, llegó a la conclusión de que Judea tramaba su independencia. Entonces, volvió de Egipto, enfurecido como una fiera, tomó la ciudad por las armas,
5:12 y mandó a los soldados que hirieran sin compasión a todos los que cayeran en sus manos y degollaran a los que intentaran refugiarse en las casas.
5:13 Fue una verdadera matanza de jóvenes y ancianos, una masacre de muchachos, mujeres y niños, una carnicería de muchachas y niños de pecho.
v14 En sólo tres días hubo ochenta mil víctimas: cuarenta mil fueron muertos y otros tantos vendidos como esclavos.
5:15 No contento con esto, Antíoco tuvo la osadía de entrar en el Templo más santo de toda la tierra, llevando como guía a Menelao, el traidor de las leyes y de la patria.
v16 Con sus manos impuras tomó los objetos sagrados, y arrebató con manos sacrílegas los presentes hechos por otros reyes para realzar la gloria y el honor de ese Lugar.
v17 Él se engreía porque no tenía en cuenta que el Señor se había irritado por poco tiempo a causa de los pecados cometidos por los habitantes de la ciudad, y por eso había apartado su mirada del Lugar.
5:18 Si ellos no se hubieran dejado dominar por tantos pecados, también Antíoco habría sido golpeado y hecho desistir de su atrevimiento apenas ingresó en el Santuario, como lo había sido Heliodoro cuando fue enviado por el rey Seleuco para inspeccionar el Tesoro.
5:19 Pero el Señor no eligió al pueblo a causa de este Lugar, sino a este Lugar a causa del pueblo.
5:20 Por eso, el mismo Lugar, después de haber participado de las desgracias del pueblo, también participó de su restauración y, habiendo sido abandonado en el tiempo de la ira del Todopoderoso, fue de nuevo restaurado con toda su gloria, cuando el gran Soberano se reconcilió con él.
Desmanes de los funcionarios de Antíoco IV en Judea
5:21 Antíoco, después de haber sacado del Templo mil ochocientos talentos, partió en seguida para Antioquía, creyendo presuntuosamente que era capaz de navegar por la tierra y caminar por el mar: tal era la arrogancia de su corazón.
5:22 Pero antes, dejó prefectos para que hicieran daño al pueblo. En Jerusalén, deja a Filipo, de origen frigio, un hombre de costumbres más bárbaras que el que lo había designado;
5:23 en el monte Garizím, dejó a Andrónico, y además de estos, a Menelao, que superaba a todos los otros en maldad, por el odio que tenía a sus compatriotas judíos.
La masacre de Apolonio en Jerusalén
5:24 Antíoco envió a Apolonio, jefe de los mercenarios de Misia, con un ejército de veintidós mil soldados, dándole la orden de degollar a todos los hombres adultos y de vender a las mujeres y a los niños.
5:25 Una vez que Apolonio llegó a Jerusalén, fingiendo que venía en son de paz, esperó hasta el santo día del sábado. Y mientras los judíos observaban el descanso, mandó a sus tropas que hicieran un desfile militar.
5:26 Entonces hizo pasar al filo de la espada a todos los que habían salido a ver el espectáculo. Luego dio una batida por la ciudad con los soldados armados y mató a una gran muchedumbre.
La reacción de Judas Macabeo
5:27 Mientras tanto, Judas, llamado el Macabeo, formó un grupo de unos diez hombres y se retiró al desierto. Allí vivía entre las montañas con sus compañeros, como las fieras salvajes, sin comer nada más que hierbas, para no incurrir en ninguna impureza.
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