miércoles, 23 de noviembre de 2016

Conocereis de Verdad | Evangelios - 4º escribas fariseos saduceos judíos esenios escritos rabínicos

Conocereis de Verdad | Evangelios - 4º escribas fariseos saduceos judíos esenios escritos rabínicos


Wednesday 23 November 2016 | Actualizada : 2016-11-15
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“Las Escrituras no se pueden interpretar solo con los instrumentos de la ciencia de la exégesis –como hacen los protestantes-, mas va leída a la luz de la Tradición del Magisterio”. “En la Iglesia, las Sagradas Escrituras, cuya comprensión crece bajo la inspiración del Espíritu Santo, y el misterio de la interpretación auténtica, dado a los apóstoles, pertenecen el uno al otro en modo indisoluble. Y entonces, allí donde la Sagrada Escritura viene separada de la voz viviente de la Iglesia, vemos que esa cae prisionera a las disputas de los expertos”. MMV. V. VII – S. S. Benedicto XVI – San Juan de Letrán.





Para conocer una historia es necesario, pero no suficiente, conocer los hechos, pues es preciso también conocer el espíritu, o si se quiere la intención que animó esos hechos, dándoles su significación más profunda.



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El cristiano está advertido de que es necesario conocer la historia para distinguir los hechos. El cristiano a sus hermanos advierte que es imprescindible estudiar la historia para comprender el contexto histórico de los hechos. El cristiano nota que conociendo la historia, se percibe la riqueza de la Tradición, repara la grandeza del Magisterio y la magnanimidad de la salvación en la Escritura enseñada por la Iglesia.



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¿Quién era Zaqueo? Un hombre rico que, como oficio, ejercía de «publicano», esto es, recaudador de impuestos por cuenta de la autoridad romana, y precisamente por esto estaba considerado como un pecador público.



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1251. Pergamino. 21 x 15 cm. Monasterio de Romkla. Sicilia. Italia.





San Cesareo de Arles (470-543), monje y obispo de la Iglesia Católica
Sermones al pueblo, n° 57,4



«Los escribas y fariseos le espiaban…con el fin de encontrar un motivo para acusarlo» - El Señor dirá a los que han menospreciado su misericordia : «Hombre, soy yo quien con mis manos te he formado del barro, soy yo quien con mi aliento he puesto el espíritu en tu cuerpo de tierra, soy yo quien se ha dignado darte nuestra imagen y semejanza, soy yo quien te ha puesto en el centro de las delicias del Paraíso. Pero tú, menospreciando los mandamientos de vida, has preferido seguir al seductor antes que al Señor…
«Luego, cuando has sido expulsado del Paraíso y, por el pecado, retenido por las ataduras de la muerte, conmovido por la misericordia, para venir al mundo he entrado en un seno virginal, sin perjuicio de su virginidad . He sido recostado en un pesebre, envuelto en pañales; he soportado las dificultades de la infancia y los sufrimientos humanos, a través de los cuales me he hecho semejante a ti con la única finalidad de hacerte semejante a mí. He soportado las bofetadas y salivazos de los que se burlaban de mí, he bebido vinagre mezclado con hiel. Azotado con varas, coronado de espinas, clavado en la cruz, traspasado por la lanza, en medio de los tormentos he entregado mi alma para arrancarte a ti de la muerte. Puedes ver las señales de los clavos de los que he sido suspendido ; puedes ver mi costado traspasado lleno de heridas. He soportado los sufrimientos que eran para tí a fin de poder darte mi gloria; he sufrido tu muerte para que tú vivas por toda la eternidad. He descansado, encerrado en el sepulcro, para que tu puedas reinar en el cielo.
«¿Por qué has perdido lo que he sufrido por ti ? ¿Por qué has renunciado a las gracias de tu redención ?… Devuélveme tu vida, por la que he dado la mía ; devuélveme tu vida que, sin cesar, has destruido por las heridas de tus pecados.»



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El contexto religioso de los Evangelios (I)



Acostumbrado a las definiciones dogmáticas que caracterizan a las religiones que conoce, más o menos superficialmente, el hombre de nuestro tiempo difícilmente puede hacerse una idea de la enorme flexibilidad doctrinal que caracterizaba al judaísmo que antecedió la época de Jesús y que existió, al menos, hasta la destrucción del Templo en el año 70 d. de C.

Salvo la creencia en un Dios único que se había revelado históricamente al pueblo de Israel (Deuteronomio 6, 4) y cuyas palabras habían sido entregadas en la Torah o Ley a Moisés, los distintos segmentos espirituales del pueblo judío no tenían nada que lo uniera por igual a todos.

En estos primeros artículos nos acercaremos a las diferentes escuelas religiosas (o sectas) judías para examinar lo que tenían de distintivo y en qué medida se podían relacionar con el movimiento originado en Jesús de Nazaret.

Comenzaremos por los escribas; y luego iremos analizando a los fariseos y saduceos (todos ellos aparecen en las páginas del Nuevo Testamento) y después en la última parte de esta serie haremos mención de los esenios y la secta de Qumrán, los zelotes y los apocalípticos, para concluir con una referencia a los judeo-cristianos.

LOS ESCRIBAS

El término "escriba" no es del todo claro y parece referirse, inicialmente, a una labor relacionada fundamentalmente con la capacidad para leer y poder poner por escrito. Dado el grado de analfabetismo de la sociedad antigua no es de extrañar que constituyeran un grupo específico, aunque no puede decirse que tuvieran una visión tan estrictamente delimitada como la de los fariseos o los saduceos.

Su estratificación debió ser muy variada yendo desde puestos del alto funcionariado a simples escribas de aldeas que, quizá, se limitaban a desarrollar tareas sencillas como las de consignar contratos por escrito

Hubo escribas seguramente en la mayoría de los distintos grupos religiosos judíos. Los intérpretes de la Ley que había entre los fariseos seguramente fueron escribas; los esenios contaron con escribas y lo mismo podíamos decir en relación al servicio del Templo o de la corte. Esto obliga a pensar que debieron distar de mantener un punto de vista uniforme.

En las fuentes judías, los escribas aparecen relacionados por regla general con la Torah y resulta lógico que así sea por cuanto ellos eran los encargados de escribir, preservar y transmitir el depósito escrito de la fe judía. Esdras, que vivió en el s. IV a. de C. y que tuvo un papel de enorme relevancia en la recuperación espiritual de Israel tras el destierro en Babilonia, aparece descrito en el libro que lleva su nombre precisamente como escriba (Esdras 7, 6).

Con todo, la literatura rabínica dista mucho de presentarnos una imagen homogénea de ellos. En ocasiones resultan copistas y en otras aparecen como expertos en cuestiones legales.

Esta misma sensación de que eran un grupo diverso que se extendía por buen número de las capas sociales es la que se desprende de los escritos del historiador judío del s. I d. de C., Flavio Josefo. Este autor nos habla tanto de un cuerpo de escribas del Templo que, práctica­mente, equivalía a un funcionariado (Ant, 11, 5, 1; 12, 3, 3) como de algún escriba que pertenecía a la clase alta (Guerra 5, 13, 1).

El retrato contenido en los Evangelios armoniza con estas fuentes por cuanto se refleja la misma diversidad. En algún caso, los escribas están ligados al servicio del Templo (como nos informa Josefo), en otros aparecen como intérpretes de la Ley (como en las fuentes rabínicas) e incluso, aunque en general parecen haberse opuesto a Jesús, conocemos por lo menos un caso en que un escriba coincidió con él en lo relativo a cuáles eran los mandamientos más importantes (Marcos 12, 28-34).

En el próximo artículo iniciaremos el estudio de un grupo de enorme peso y trascendencia, tanto en la sociedad judía como en los mismos Evangelios: los fariseos.

César Vidal Manzanares es un conocido escritor protestante, historiador y teólogo.



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El contexto religioso de los Evangelios (II)

Acostumbrado a las definiciones dogmáticas que caracterizan a las religiones que conoce, más o menos superficialmente, el hombre de nuestro tiempo difícilmente puede hacerse una idea de la enorme flexibilidad doctrinal que caracterizaba al judaísmo que antecedió la época de Jesús y que existió, al menos, hasta la destrucción del Templo en el año 70 d. de C. Salvo la creencia en un Dios único que se había revelado históricamente al pueblo de Israel (Deuteronomio 6, 4) y cuyas palabras habían sido entregadas en la Torah o Ley a Moisés, los distintos segmentos espirituales del pueblo judío no tenían nada que lo uniera por igual a todos.

Comenzamos en el capítulo anterior por los escribas; y en éste y los siguientes artículos estudiaremos a los fariseos; para finalizar con los saduceos (todos éstos aparecen en las páginas del Nuevo Testamento). Finalmente, haremos mención de los esenios y la secta de Qumrán, los zelotes y los apocalípticos, para concluir con una referencia a los judeo-cristianos.

Los datos de que disponemos acerca de los fariseos nos han llegado fundamentalmente a partir de tres tipos de fuentes: los escritos de Josefo, los contenidos en el Nuevo Testamento y los de origen rabínico.

LOS FARISEOS EN LOS ESCRITOS DE JOSEFO

Josefo ha conservado para nosotros un retrato de saduceos, esenios y fariseos que estaba dirigido, fundamentalmente, a un público no judío y que, precisamente por ello, en su deseo por hacerse inteligible opaca en ocasiones la exactitud de la noticia. Josefo utiliza para referirse a los tres colectivos el término "hairesis" que podría traducirse como "secta" pero sólo si se da a tal palabra un contenido similar al de "escuela" en el ámbito helenístico. Josefo mismo estaba ligado a los fariseos e incluso tenía un especial interés en que los romanos los aceptaran como la columna vertebral del pueblo judío tras la destrucción del Templo en el 70 d. de C.

No debería extrañarnos, por ello, que el retrato que nos transmite sea, lógicamente, muy favorable:


"Los fariseos, que son considerados como los intér­pretes más cuidadosos de las leyes, y que mantienen la posición de secta dominante, atribuyen todo al Destino y a Dios. Sostienen que actuar o no correctamente es algo que depende, mayormente, de los hombres, pero que el Destino coopera en cada acción. Mantienen que el alma es inmortal, si bien el alma de los buenos pasa a otro cuerpo, mientras que las almas de los malos sufren un castigo eterno" (Guerra 2, 8, 14).
"En cuanto a los fariseos, dicen que ciertos sucesos son obra del destino, si bien no todos. En cuanto a los demás sucesos, depende de nosotros el que sucedan o no." (Ant. 13, 5, 9).
"Los fariseos siguen la guía de aquella enseñanza que ha sido transmitida como buena, dando la mayor importancia a la observancia de aquellos mandamientos... Muestran respeto y deferencia por sus ancianos, y no se atreven a contradecir sus propuestas. Aunque sostienen que todo es realizado según el destino, no obstante no privan a la voluntad humana de perseguir lo que está al alcance del hombre, puesto que fue voluntad de Dios que existiera una conjunción y que la voluntad del hombre, con sus vicios y virtudes, fuera admitida a la cámara del destino. Creen que las almas sobreviven a la muerte y que hay recompensas y castigos bajo tierra para aquellos que han llevado vidas de virtud o de vicio. Hay una prisión eterna para las almas malas, mientras que las buenas reciben un paso fácil a una vida nueva. De hecho, a causa de estos puntos de vista, son extremadamente influyentes entre la gente de las ciudades; y todas las oraciones y ritos sagrados de la adoración divina son realizados según su forma de verlos. Este es el gran tributo que los habitantes de las ciudades, al practicar el más alto ideal tanto en su manera de vivir como en su discurso, rinden a la excelencia de los fariseos..." (Ant. 18, 1, 3).

No se limitan a éstas las referencias a los fariseos contenidas en las obras de Josefo. Incluso puede decirse que resultan contradictorias entre si en algunos aspectos. Así, la descripción de las Antigüedades (escritas c. 94 d. de C.) contiene un matíz político y apologético que no aparece en la de la Guerra (c. 75 d. de C.). Ya hemos indicado que tal variación es lógica porque, como vimos ya, por esa fecha los fariseos eran la única fuerza religiosa de envergadura en Israel. De hecho, Josefo en Ant 18, 1, 2, 3, los presenta como todopoderosos (algo muy tentador, seguramente, para el invasor romano) aunque es más que dudoso que su popula­ridad entre la población fuera tan grande.

El mismo relato de la influencia de los fariseos sobre la reina Alejandra (Ant, 13, 5, 5) o cerca del rey Herodes (Ant 17, 2, 4) parece estar concebido para mostrar lo beneficioso que podía resultar para un gobernante que deseara controlar Judea el tener a los fariseos como aliados políticos. En esta misma obra, Josefo retrotrae la influencia de los fariseos al reinado de Juan Hircano (134©104 a. de C.).

La autobiografía de Josefo, titulada “Vida”, escrita en torno al 100 d. de C., vuelve a abundar en esta presentación de los fariseos. Uno de sus miembros, un tal Simón, aparece como persona versada en la Ley y dotada de una moderación política y una capacidad persuasiva encomiables (Vida 38 y 39).

Aunque es innegable el tono laudatorio con que Josefo contempla a los fariseos, exagerando seguramente su popularidad y su influencia, lo cierto es que, pese a todo, nos proporciona algunas referencias sustanciales acerca de ellos mismos. Las mismas pueden quedar resumidas así:

Creían en la libertad humana. Ciertamente el Destino influía en los hombres, pero éstos no eran juguetes en sus manos. Ellos podían decidir lo que hacer con su vida.
Creían en la inmortalidad del alma. No todo acababa con la muerte sino que las almas seguían viviendo.
Creían en un castigo y una recompensa eternos. Las almas de los malos eran confinadas en el infierno para recibir un castigo eterno, mientras que las de los buenos eran premiadas.
Creían en la resurrección. Las almas de los buenos recibían un nuevo cuerpo como premio. No se trataba de una serie de cuerpos humanos mortales; como sucede en las diversas visiones de la reencarnación; sino de un cuerpo para toda la eternidad.
Creían en la obligación de obedecer su tradición interpretativa y ésta iba referida a obligaciones religiosas como las oraciones, los ritos de adoración, etc.
Estaban dispuestos (seguramente, no sólo eso) a obtener influencia política en la vida de Israel. Quizá contaron ya con cierto peso antes de Herodes, pero después del reinado de éste perdieron influencia. En opinión de Josefo, resultaría recomendable que la recuperaran.

Naturalmente, a estas notas distintivas habría que añadir la común creencia en el Dios único y en su Torah; la aceptación del sistema de sacrificios sagrados del Templo (que, no obstante, no era común a todas las sectas) y la creencia en la venida del Mesías (que tampoco era sustentada por todos).

En el siguiente artículo seguiremos con los fariseos, vistos a la luz del Nuevo Testamento.

Agradecemos a ‘protestante digital’ MMV.XII.VIII Festividad de la Inmaculada Concepción, Madre de la Iglesia.



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El contexto religioso de los Evangelios (III)



Acostumbrado a las definiciones dogmáticas que caracterizan a las religiones que conoce, más o menos superficialmente, el hombre de nuestro tiempo difícilmente puede hacerse una idea de la enorme flexibilidad doctrinal que caracterizaba al judaísmo que antecedió la época de Jesús y que existió, al menos, hasta la destrucción del Templo en el año 70 d. de C. Salvo la creencia en un Dios único que se había revelado históricamente al pueblo de Israel (Deuteronomio 6, 4) y cuyas palabras habían sido entregadas en la Torah o Ley a Moisés, los distintos segmentos espirituales del pueblo judío no tenían nada que lo uniera por igual a todos.

En estos primeros artículos nos estamos acercando a las diferentes escuelas religiosas (o sectas) judías –en concreto saduceos y fariseos- para examinar lo que tenían de distintivo y en qué medida se podían relacionar con el movimiento originado en Jesús de Nazaret. Finalizaremos con los saduceos (todos éstos aparecen en las páginas del Nuevo Testamento). Finalmente, haremos mención de los esenios y la secta de Qumrán, los zelotes y los apocalípticos, para concluir con una referencia a los judeo-cristianos.

Los datos de que disponemos acerca de los fariseos nos han llegado fundamentalmente a partir de tres tipos de fuentes: los escritos de Josefo, los contenidos en el Nuevo Testamento y los de origen rabínico. En el anterior artículo comenzamos a estudiar a los fariseos en los escritos de Flavio Josefo. En el presente continuamos el análisis de este grupo a partir de los textos del Nuevo Testamento.

LOS FARISEOS EN EL NUEVO TESTAMENTO

El Nuevo Testamento ofrece un retrato de los fariseos que, a diferencia del presentado por Josefo, no arranca de una mente favorable a los mismos. El Evangelio de Mateo, en especial, muestra una notable animadversión hacia los mismos. Si efectivamente su autor fue el antiguo publicano llamado Leví o Mateo, o se utilizaron tradiciones recogidas por el mismo, podría explicarse tal oposición en el recuerdo del desprecio con que fue contemplado durante años por aquellos "que se consideraban a si mismos justos".

Jesús parece haber reconocido (Mateo 23, 2-3) que enseñaban la Ley de Moisés y que mucho de lo que decían era adecuado. A la vez, sin embargo, parece haber repudiado profundamente mucho de su interpretación específica de la Ley de Moisés o halajah.

Jesús se manifestó opuesto a las interpretaciones farisaicas en cuestiones como el cumplimiento del sábado (Mateo 12, 2; Marcos 2, 27), los lavatorios de manos antes de las comidas (Lucas 11, 37 ss), sus normas alimenticias (Marcos 7, 1 ss) y, en general, todas aquellas tradiciones interpretativas que tendían a centrarse en el ritual desviando con ello la atención de lo que él consideraba lo esencial de la ley divina (Mateo 23, 23-24). Para él, resultaba intolerable que hubieran "sustituido los mandamientos de Dios por enseñanzas de hombres" (Mateo 15, 9; Marcos 7, 7).

Por paradójico que pudiera resultar (y, sin lugar a ninguna duda, debió de ser muy ofensivo para los fariseos), Jesús contemplaba la especial religiosidad farisaica no como una ayuda para llegar a Dios sino como una barrera para conocerlo.

La parábola del publicano y del fariseo pronunciada por Jesús recoge extraordinariamente este punto de vista: "A unos que confiaban en si mismos como justos, y menospreciaban a los otros, les dijo asimismo esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: `Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano´. Mas el publicano, estando apartado, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, mientras decía: `Dios, ten misericordia de mi, pecador.´ Os digo que éste descendió a su casa justificado pero el otro no, porque el que se ensalza, será humillado; y el que se humilla será ensalzado." (Lucas 18, 9-14).

Sin duda, el personaje del fariseo señalado en el relato obedecía a un prototipo muy extendido en la época de Jesús. No sólo su vida era moral en términos generales, sino que además iba mucho más allá de lo establecido como corriente en lo que al cumplimiento de obligaciones religiosas se refería. La afirmación de que no era igual que otros hombres no era ninguna mentira.

Con todo, la enseñanza de Jesús era que las personas que se acercaban así a Dios no podían ser aceptadas por El, ya que este sólo busca los corazones humildes y rechaza los de aquellos convencidos de que son justos gracias a su esfuerzo personal. Los que eran religiosos al estilo de los fariseos -no digamos si además caían en la hipocresía- sólo podían esperar "una condenación más severa" (Marcos 12, 40).

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LOS FARISEOS III



Acostumbrado a las definiciones dogmáticas que caracterizan a las religiones que conoce, más o menos superficialmente, el hombre de nuestro tiempo difícilmente puede hacerse una idea de la enorme flexibilidad doctrinal que caracterizaba al judaísmo que antecedió la época de Jesús y que existió, al menos, hasta la destrucción del Templo en el año 70 d. de C. Salvo la creencia en un Dios único que se había revelado históricamente al pueblo de Israel (Deuteronomio 6, 4) y cuyas palabras habían sido entregadas en la Torah o Ley a Moisés, los distintos segmentos espirituales del pueblo judío no tenían nada que lo uniera por igual a todos.

En estos primeros capítulos nos estamos acercando a las diferentes escuelas religiosas (o sectas) judías, en concreto saduceos y fariseos, para examinar lo que tenían de distintivo y en qué medida se podían relacionar con el movimiento originado en Jesús de Nazaret. Finalizaremos con los saduceos (todos éstos aparecen en las páginas del Nuevo Testamento). Finalmente, haremos mención de los esenios y la secta de Qumrán, los zelotes y los apocalípticos, para concluir con una referencia a los judeo-cristianos.

Los datos de que disponemos acerca de los fariseos nos han llegado fundamentalmente a partir de tres tipos de fuentes: los escritos de Josefo, los contenidos en el Nuevo Testamento y los de origen rabínico. En los anteriores artículos comenzamos a estudiar a los fariseos en los escritos de Flavio Josefo y en los textos del Nuevo Testamento. En el presente continuamos el análisis de este grupo a partir de los textos rabínicos.

LOS FARISEOS EN LOS ESCRITOS RABÍNICOS

Con todo lo dicho hasta ahora, no debemos sacar de esto una visión meramente negativa.

Para empezar, el retrato que los Evangelios ofrecen de los fariseos, se ve corroborado por testimonios de las fuentes rabínicas en buen número de casos y es coincidente en aspectos doctrinales con el que vemos en Josefo. Los datos, aunque emitidos desde perspectivas muy diversas, coinciden.

Pero es que además, probablemente fuera con los fariseos con quien más similitudes presentaban Jesús y sus discípulos. Al igual que ellos creían en la inmortalidad del alma (Mateo 10, 28; Lucas 16, 21b-24; en el castigo de los malos en un infierno (Mateo 18, 8; 25, 30; Marcos 9, 47©8; Lucas 16, 21b-24, etc) y en la resurrección (Lucas 20, 27©40); y esta última circunstancia salvó en alguna ocasión a algun seguidor de Jesús de los ataques de los saduceos (Hechos 23, 1©11).

Las tradiciones rabínicasœ acerca de los fariseos revisten una especial importancia por cuanto éstos fueron los predecesores de los rabinos. Se hallan recogidas en la Mishnah (concluida hacia el 200 d. de C. aunque sus materiales son muy anteriores), la Tosefta (escrita hacia el 250 d. de C.), y los dos Talmudim, el palestino (escrito sobre el 400©450 d. de C.) y el babilonio (escrito hacia el 500©600 d. de C.).

Dada la distancia considerable de tiempo entre estos materiales y el periodo de tiempo abordado, los mismos han de ser examinados críticamente. J. Neusner ha señalado la existencia de 371 tradiciones distintas, contenidas en 655 pasajes, relacionadas con los fariseos anteriores al año 70 d. de C. De las 371, unas 280 están relacionadas con un fariseo llamado Hillel. El mismo fue un rabino del s. I a. de C. que vino desde Babilonia hasta Judea y fundó una escuela de interpretación concreta.

Opuesta a la escuela del rabino Shammai, se convertiría en la corriente dominante del fariseismo (y, con ello, del judaísmo) a finales del s. I d. de C. Los datos que nos ofrecen las fuentes rabínicas en relación con los aspectos específicos de los fariseos coinciden sustancialmente con los contenidos en el Nuevo Testamento y en Josefo: tradiciones interpretativas propias, creencia en la inmortalidad del alma, el infierno y la resurrección, etc. No obstante, nos proporcionan más datos en cuanto a los personajes claves del movimiento.

La literatura rabínica nos ha transmitido críticas dirigidas a los fariseos que resultan similares a las pronunciadas por Jesús. El Talmud (Sota 22b; TJ Berajot 14 b) habla de siete clases de fariseos de las cuales sólo dos eran buenas, mientras que las otras cinco estaban constituidas por hipócritas. Entre éstos, estaban los fariseos que "se ponen los mandamientos a las espaldas" (TJ Berajot 14 b), algo que recuerda la acusación de Jesús de que echaban cargas en las espaldas de la gente sin moverlas ellos con un dedo (Mateo 23, 4).

De la misma forma, los escritos de los sectarios de Qumran manifiestan una clara animosidad contra los fariseos. Los califican de "falsos maestros", "que se encaminan ciegamente a la ruina" y "cuyas obras no son más que engaño" (Libro de los Himnos 4, 6©8), algo que recuerda mucho la acusación de Jesús de ser "ciegos y guías de ciegos" (Mateo 23, 24). En cuanto a la invectiva de Jesús acusándolos de no entrar ni dejar entrar en el conocimiento de Dios (Lucas 11, 52) son menos duras que el Pesher de Nahum 2, 7-10, donde se dice de ellos que "cierran la fuente del verdadero conocimiento a los que tienen sed y les dan vinagre para apagar su sed".

De los 655 pasajes o perícopas estudiados por Neusner, la mayor parte están relacionados con diezmos, ofrendas y cuestiones parecidas y, después, con normas de pureza ritual. Los fariseos habían llegado a la conclusión de que la mesa donde se comía era un altar y que las normas de pureza sacerdotal que sólo eran obligatorias para los sacerdotes debían extenderse a toda la población. Para ellos, tal medida era una manera de extender la espiritualidad más refinada a toda la población de Israel, haciéndola vivir en santidad ante Dios; para Jesús, era colocar el acento en lo externo olvidando lo más importante: la humildad, el reconocimiento de los pecados y de la incapacidad propia para salvarse, el arrepentimiento, la aceptación de él como camino de salvación y la adopción de una forma de vida conforme a sus propias enseñanzas.

Cuando uno contempla lo dispar de ambas posturas aunque existieran coincidencias en aspectos importantes no puede sorprenderse de que la oposición entre las mismas sólo pudiera radicalizarse con el paso del tiempo.

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Agradecemos a ‘protestante digital’ MMV.XII.VIII Festividad de la Inmaculada Concepción, Madre de la Iglesia.



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En lo que hagas, ¡sé modesto!



Eclesiástico 3, 19-21.30-31; Hebreos 12, 18-19.22-24a; Lucas 14, 1.7-14
En lo que hagas, ¡sé modesto!


«El inicio del Evangelio de este domingo nos ayuda a corregir un prejuicio sumamente difundido. «Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente». Al leer el Evangelio desde un cierto punto de vista, se ha acabado haciendo de los fariseos el modelo de todos los vicios: hipocresía, doblez, falsedad; los enemigos por antonomasia de Jesús. Con estos significados negativos, el término «fariseo» ha pasado a formar parte del diccionario de nuestra lengua y de otras muchas.

Semejante idea de los fariseos no es correcta. Entre ellos había ciertamente muchos elementos que respondían a esta imagen y Cristo se enfrenta duramente con ellos. Pero no todos eran así. Nicodemo, que va a ver a Jesús de noche y que después le defiende ante el Sanedrín, era un fariseo (Cf. Juan 3,1; 7, 50 y siguientes). También era fariseo Saulo, antes de la conversión, y era ciertamente una persona sincera y celosa, aunque todavía no estaba bien iluminado. Fariseo era Gamaliel, quien defendió a los apóstoles ante el Sanedrín (Cf. Hechos 5, 34 y siguientes).

Las relaciones de Jesús con los fariseos no fueron sólo conflictivas. Compartían muchas veces las mismas convicciones, como la fe en la resurrección de los muertos, en el amor de Dios y el compromiso como primer y más importante mandamiento de la ley. Algunos, como en nuestro caso, incluso le invitan a comer en su casa. Hoy se considera que más que los fariseos, quienes quisieron la condena de Jesús fueron los saduceos, a quienes pertenecía la casta sacerdotal de Jerusalén.

Por todos estos motivos, sería sumamente deseable dejar de utilizar el término «fariseo» en sentido despreciativo. Ayudaría al diálogo con los judíos que recuerdan con gran honor el papel desempeñado por la corriente de los fariseos en su historia, especialmente tras la destrucción de Jerusalén.

Durante la comida, aquel sábado, Jesús ofreció dos enseñanzas importantes: una dirigida a los «invitados» y otra al «anfitrión». Al dueño de casa, Jesús le dijo (quizá cara a cara o en presencia sólo de sus discípulos): «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos…». Es lo que hizo el mismo Jesús, cuando invitó al gran banquete del Reino a los pobres, a los afligidos, a los humildes, a los hambrientos, a los perseguidos (las categorías de personas mencionadas en las Bienaventuranzas).

Pero en esta ocasión quisiera detenerme a meditar en lo que Jesús dice a los «invitados». «Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar…». Jesús no quiere dar consejos de buena educación. Ni siquiera pretende alentar el sutil cálculo de quien se pone en última fila, con la escondida esperanza de que el dueño le pida que se acerque. La parábola en esto puede dar pie a equívoco, si no se tiene en cuenta el banquete y el dueño de los que Jesús está hablando. El banquete es el universal del Reino y el dueño es Dios.

En la vida, quiere decir Jesús, escoge el último lugar, trata de contentar a los demás más que a ti mismo; sé modesto a la hora de evaluar tus méritos, deja que sean los demás quienes los reconozcan y no tú («nadie es buen juez en su casa»), y ya desde esta vida Dios te exaltará. Te exaltará con su gracia, te hará subir en la jerarquía de sus amigos y de los verdaderos discípulos de su Hijo, que es lo que realmente cuenta.

Te exaltará también en la estima de los demás. Es un hecho sorprendente, pero verdadero. No sólo Dios «se inclina ante el humilde y rechaza al soberbio» (Cf. Salmo 107,6); también el hombre hace lo mismo, independientemente del hecho de ser creyente o no. La modestia, cuando es sincera, no artificial, conquista, hace que la persona sea amada, que su compañía sea deseada, que su opinión sea deseada. La verdadera gloria huye de quien la persigue y persigue a quien la huye.

Vivimos en una sociedad que tiene suma necesidad de volver a escuchar este mensaje evangélico sobre la humildad. Correr a ocupar los primeros lugares, quizá pisoteando, sin escrúpulos, la cabeza de los demás, son característica despreciadas por todos y, por desgracia, seguidas por todos. El Evangelio tiene un impacto social, incluso cuando habla de humildad y modestia».

Predicador del Papa: La revolución social de la humildad

Comentario del padre Cantalamessa - 2007-IX-01



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En el tiempo de Cristo los saduceos formaban, en el ámbito del judaísmo, una secta ligada al círculo de la aristocracia sacerdotal. Contraponían a la tradición oral y a la teología elaboradas por los fariseos, la interpretación literal del Pentateuco, al que consideraban fuente principal de la religión yahvista. Dado que en los libros bíblicos más antiguos no se hacía mención de la vida de ultratumba, los saduceos rechazaban la escatología proclamada por los fariseos, afirmando que “las almas mueren juntamente con el cuerpo” (cf. Joseph., Antiquitates Judaicae, XVII 1. 4, 16).

Sin embargo no conocemos directamente las concepciones de los saduceos, ya que todos sus escritos se perdieron después de la destrucción de Jerusalén en el año 70, cuando desapareció la misma secta. Son escasas las informaciones referentes a los saduceos; las tomamos de los escritos de sus adversarios ideológicos.

Los saduceos, al dirigirse a Jesús para un “caso» puramente teórico, atacan, al mismo tiempo, la primitiva concepción de los fariseos sobre la vida después de la resurrección de los cuerpos; efectivamente, insinúan que la fe en la resurrección de los cuerpos lleva a admitir la poliandria, que está en contraste con la ley de Dios. CDV.



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1266. Pergamino.



Jesús sentado la mesa con los fariseos - El Creador del mundo, eterno e invisible, dispuesto a salvar a todo el género humano que, desde el inicio de los tiempos, se arrastraba y estaba sometido a las duras leyes de la muerte, «en estos tiempos que son los últimos» (Heb 1,2) se ha dignado hacerse hombre..., y, en su clemencia, rescatar a aquellos que su misma justicia había condenado. Para demostrar cual es la profundidad de su amor hacia nosotros, no sólo se hizo hombre, sino hombre pobre y humilde, y «siendo rico, por vosotros se hizo pobre, para que vosotros, con su pobreza, os hagáis ricos» (2Co 8,9). De tal manera se hizo pobre por nosotros que ni tan sólo tuvo dónde reclinar su cabeza: «Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20).
Es por eso que él aceptaba ir a las comidas a las que se le invitaba, no por el gusto inmoderado de las comidas, sino para mostrar que había llegado la salvación y suscitar en ellos la fe. En ellas y a través de sus milagros, llenaba de luz a los invitados. En ellas, incluso los sirvientes que, ocupados, estaban en el interior, escuchaban su palabra de salvación. En efecto, nunca menospreció a nadie, nadie era indigno de su amor puesto que «te compadeces de todos, Señor, y no odias nada de lo que has hecho» (Sb 11,24).
Para llevar a cado su obra de salvación, el Señor entró, pues, un sábado en casa de un fariseo notable. Los escribas y fariseos le observaban para poderle recriminar pues si curaba a un hidrópico, le podían acusar de violar la Ley y, si no le curaba, podían acusarle de falta de compasión y de debilidad... A través de la luz de su purísima palabra de verdad, vieron pronto desvanecerse todas las tinieblas de su mentira.

Bienaventurado Guerrico de Igny (hacia 1080-1157), abad cisterciense

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Los saduceos



El contexto religioso de los Evangelios (V) Acostumbrado a las definiciones dogmáticas que caracterizan a las religiones que conoce, más o menos superficialmente, el hombre de nuestro tiempo difícilmente puede hacerse una idea de la enorme flexibilidad doctrinal que caracterizaba al judaísmo que antecedió la época de Jesús y que existió, al menos, hasta la destrucción del Templo en el año 70 d. de C. Salvo la creencia en un Dios único que se había revelado históricamente al pueblo de Israel (Deuteronomio 6, 4) y cuyas palabras habían sido entregadas en la Torah o Ley a Moisés, los distintos segmentos espirituales del pueblo judío no tenían nada que lo uniera por igual a todos.Tras habernos acercado escribas y fariseos ahora lo haremos con los saduceos, la tercera escuela religiosa (o secta) para examinar lo que tenían de distintivo y en qué medida se podían relacionar con el movimiento originado en Jesús de Nazaret.

Tras escribas, fariseos y saduceos (que aparecen en las páginas del Nuevo Testamento) en los siguientes capítulos haremos mención de los esenios y la secta de Qumrán, los zelotes y los apocalípticos, para concluir con una referencia a los judeo-cristianos.

Al igual que sucede con los fariseos, contamos con noticias relativas a esta secta procedentes de los escritos de Josefo, de los neotestamentarios y de los rabínicos. Sin embargo, los datos con que contamos resultan mucho más limitados.

LOS SADUCEOS EN TEXTOS EXTRABÍBLICOS
Josefo los menciona, por primera vez, junto a los fariseos, en un pasaje al que ya hemos hecho referencia relacionado con Juan Hircano (Ant 13, 10, 5-6). Según el historiador judío, Juan Hircano había sido originalmente simpatizante de los fariseos pero los saduceos consiguieron convertirse en asesores suyos y que se enfrentara con aquellos.

Aparte de este pasaje, Josefo recoge en sus obras cuatro descripciones breves de los saduceos:
• "El partido saduceo... sostiene que sólo aquellas regulaciones que están escritas deberían ser considera­das como válidas, y que aquellas que han sido transmiti­das por las anteriores generaciones no tienen que ser observadas. Respecto a estos asuntos, los dos partidos (fariseos y saduceos) tienen controversias y serias diferencias, contando los saduceos con la confianza de los poderosos sólo pero sin que los siga el pueblo, mientras que los fariseos cuentan con el apoyo de las masas" (Ant 13, 10, 6).
• "Los saduceos sostienen que el alma perece junto con el cuerpo. No observan nada salvo las leyes y, de hecho, consideran como virtud el discutir con los maestros del camino de sabiduría que siguen. Son pocos los hombres a los que se ha dado a conocer esta doctri­na, pero los mismos pertenecen a una posición elevada." (Ant 18, 1, 4).
• "Los saduceos, el segundo de los partidos, también rechazan el destino y apartan de Dios no sólo la comisión, sino la misma visión del mal. Mantienen que el hombre cuenta con una voluntad libre para elegir entre el bien y el mal, y que depende de la voluntad del hombre si sigue uno u otro. En cuanto a la persistencia del alma después de la muerte, las penas en el infierno, y las recompensas, no creen en ninguna de estas cosas... Los saduceos,..., son, incluso entre si mismos, bastante ásperos en su comportamiento y, en su conducta con sus iguales son tan distantes como en la que observan con los extraños." (Guerra 2, 8, 14).
• "Pero los saduceos niegan el destino, sosteniendo que no existe tal cosa y que las acciones humanas no se realizan de acuerdo a su decreto, sino que todas las cosas están en nuestro poder, de manera que nosotros mismos somos responsables de nuestro bienestar, mientras que si sufrimos la desgracia, ésta se debe a nuestra propia falta de razón." (Ant, 13, 5, 9).

De los detalles suministrados por Flavio Josefo pueden deducirse las siguientes características relacionadas con este grupo:
1. Sólo creían en la Ley de Moisés como Escritura canónica.
2. Rechazaban las tradiciones humanas como vinculantes y, especialmente, las de los fariseos.
3. No creían en la inmortalidad del alma, ni en la resurrección ni en el infierno.
4. Sostenían la existencia de un libre albedrío y de una responsabilidad del hombre por lo que le aconteciera.
5. Estaban constituidos fundamentalmente por gente de clase alta, lo que eliminaba considerablemente la solidaridad entre ellos.

En cuanto a la literatura rabínica es muy parca en sus descripciones de los saduceos. Siempre aparecen opuestos a los fariseos en cuestiones relacionadas con regulaciones de pureza y, por supuesto, son presentados de manera negativa, pero poco obtenemos sobre su historia.

Los saduceos existieron como grupo organizado hasta algun tiempo después de la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 d. de C. Tras este desastre, se vieron desplazados de la vida espiritual por los fariseos y debieron desaparecer como colectivo quizá antes del final del s. I d. de C.

LOS SADUCEOS EN EL NUEVO TESTAMENTO
El Nuevo Testamento confirma el retrato de los saduceos que nos ha llegado a través de Josefo. En Hechos 23, 6-8, se dice expresamente que "los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; mientras que los fariseos creen en la existencia de estos tres".

Tanto en el Evangelio de Marcos como en el de Lucas, la única vez que aparecen los saduceos con una posición teológica concreta es para enfrentarse con Jesús porque él sí creía en la resurrección (Marcos 12, 18; Lucas 20, 27).

El libro de los Hechos nos ha transmitido asimismo la noticia de cómo los saduceos mantenían una fuerte relación con el control del Templo (4, 1; 5, 17). Muy posiblemente, no todos eran sacerdotes pero sí habían sometido a su voluntad el sistema sacerdotal

Esta vinculación de los saduceos con la vida del Templo así como su pertenencia a la clase alta explica con facilidad su actitud hacia Jesús y sus seguidores. El primero no sólo se diferenciaba de ellos en creencias como las de la inmortalidad del alma, la resurrección o el infierno, sino que además disminuía el papel espiritual del Templo en la vida de Israel. Al igual que otros judíos de la época, Jesús previó que el Templo terminaría siendo arrasado (Lucas 13, 34-5, Marcos 13, Mateo 24, Lucas 21) pero vinculó tal catástrofe al hecho de que sus compatriotas lo habían rechazado. Al ser el Templo una de las claves del poder saduceo, seguramente la más importante, Jesús no podía ser visto con buenos ojos.

Pero además, el movimiento de Jesús parecía estar hallando eco en una zona como Galilea, preñada de una historia de revueltas. ¿Quién podía saber exactamente lo que pretendía? ¿Acaso no podía levantar aquello las sospechas del ocupante romano hasta el punto de llevarle a intervenir en un conflicto donde no sólo se corría el riesgo de que fuera destruido el Templo sino de que también quedara arruinado el "status" de los saduceos?

Prescindiendo de lo que pensara o no Jesús, constituía una amenaza en potencia que había que yugular cuanto antes. La iniciativa de tal medida en las altas esferas contó con un respaldo innegable (quizá decisivo) de los saduceos.

El Evangelio de Juan recoge un testimonio que refleja, sin duda, una situación real:
"Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: `¿Qué vamos a hacer? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; Y VENDRÁN LOS ROMANOS, Y DESTRUIRÁN NUESTRO LUGAR SANTO Y NUESTRA NACIÓN´. Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: `Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca´". (Juan 11, 47-50) (Las mayúsculas son nuestras).

El hecho de que Jesús procediera además a crear un alboroto en el Templo volcando las mesas de los cambistas (Juan 2, 13 ss; Mateo 21, 12 ss y par.) sólo sirvió para precipitar lo inevitable de su muerte.



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En los saduceos siempre sobre sale el espíritu escéptico, pragmático y, con ello, relativista. Algo así como el progresismo, si queremos ponerlo al día.

Los fariseos, en cambio, pasaban por mucho más conservadores y ritualistas. En el fondo, eso es lo que Jesús les echaba en cara, que a fuerza de formalismos, había dejado sin sustancia la Fe.

La impresión evangélica es que los fariseos estaban mucho más cerca -pese a sus errores- de la Verdad, que los fríos saduceos, calculadores y asépticos, en el fondo se burlaban de la ley eterna y la Revelación.



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La resurrección de los cuerpos

según las palabras de Jesús a los saduceos

1. "Estáis en un error, y ni conocéis las Escrituras ni el poder de Dios" (Mt 22, 29); así dijo Cristo a los saduceos, los cuales —al rechazar la fe en la resurrección futura de los cuerpos— le habían expuesto el siguiente caso: "Había entre nosotros siete hermanos; y casado el primero, murió sin descendencia, y dejó la mujer a su hermano (según la ley mosaica del "levirato"); igualmente el segundo y el tercero, hasta los siete. Después de todos murió la mujer. Pues en la resurrección, ¿de cuál de los siete será la mujer?" (Mt 22, 25-28).

Cristo replica a los saduceos afirmando, al comienzo y al final de su respuesta, que están en un gran error, no conociendo ni las Escrituras ni el poder de Dios (cf. Mc 12, 24; Mt 22, 29). Puesto que la conversación con los saduceos la refieren los tres Evangelios sinópticos, confrontemos brevemente los relativos textos.

2. La versión de Mateo (22, 24-30), aunque no haga referencia a la zarza, concuerda casi totalmente con la de Marcos (12, 18-25). Las dos versiones contienen dos elementos esenciales: 1) la enunciación sobre la resurrección futura de los cuerpos; 2) la enunciación sobre el estado de los cuerpos de los hombres resucitados [1]. Estos dos elementos se encuentran también en Lucas (20, 27-36)[2]. El primer elemento, concerniente a la resurrección futura de los cuerpos, está unido, especialmente en Mateo y en Marcos, con las palabras dirigidas a los saduceos, según las cuales, ellos no conocían "ni las Escrituras ni el poder de Dios". Esta afirmación merece una atención particular, porque precisamente en ella Cristo puntualiza las bases mismas de la fe en la resurrección, a la que había hecho referencia al responder a la cuestión planteada por los saduceos con el ejemplo concreto de la ley mosaica del levirato.


3. Sin duda, los saduceos tratan la cuestión de la resurrección como un tipo de teoría o de hipótesis, susceptible de superación [3]. Jesús les demuestra primero un error de método: no conocen las Escrituras; y luego, un error de fondo: no aceptan lo que está revelado en las Escrituras —no conocen el poder de Dios—, no creen en Aquel que se reveló a Moisés en la zarza ardiente. Se trata de una respuesta muy significativa y muy precisa. Cristo se encuentra aquí con hombres que se consideran expertos y competentes intérpretes de las Escrituras. A estos hombres —esto es, a los saduceos— les responde Jesús que el solo conocimiento literal de la Escritura no basta. Efectivamente, la Escritura es, sobre todo, un medio para conocer el poder de Dios vivo, que se revela en ella a sí mismo, igual que se reveló a Moisés en la zarza. En esta revelación El se ha llamado a sí mismo "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y de Jacob"[4], de aquellos, pues, que habían sido los padres de Moisés en la fe, que brota de la revelación del Dios viviente. Todos ellos han muerto ya hace mucho tiempo; sin embargo, Cristo completa la referencia a ellos con la afirmación de que Dios "no es Dios de muertos, sino de vivos". Esta afirmación-clave, en la que Cristo interpreta las palabras dirigidas a Moisés desde la zarza ardiente, sólo pueden ser comprendidas si se admite la realidad de una vida, a la que la muerte no pone fin. Los padres de Moisés en la fe, Abraham, Isaac y Jacob, para Dios son personas vivientes (cf. Lc 20, 38: "porque para El todos viven"), aunque, según los criterios humanos, haya que contarlos entre los muertos. Interpretar correctamente la Escritura, y en particular estas palabras de Dios, quiere decir conocer y acoger con la fe el poder del Dador de la vida, el cual no está atado por la ley de la muerte, dominadora en la historia terrena del hombre.


4. Parece que de este modo hay que interpretar la respuesta de Cristo sobre la posibilidad de la resurrección [5], dada a los saduceos, según la versión de los tres sinópticos. Llegará el momento en que Cristo dé la respuesta, sobre esta materia, con la propia resurrección; sin embargo, por ahora se remite al testimonio del Antiguo Testamento, demostrando cómo se descubre allí la verdad sobre la inmortalidad y sobre la resurrección. Es preciso hacerlo no deteniéndose solamente en el sonido de las palabras, sino remontándose también al poder de Dios, que se revela en esas palabras. La alusión a Abraham, Isaac y Jacob en aquella teofanía concedida a Moisés, que leemos en el libro del Éxodo (3, 2-6), constituye un testimonio que Dios vivo da de aquellos que viven "para El"; de aquellos que gracias a su poder tienen vida, aún cuando, quedándose en las dimensiones de la historia, sería preciso contarlos, desde hace mucho tiempo, entre los muertos.


5. El significado pleno de este testimonio, al que Jesús se refiere en su conversación con los saduceos, se podría entender (siempre sólo a la luz del Antiguo Testamento) del modo siguiente: Aquel que es —Aquel que vive y que es la Vida— constituye la fuente inagotable de la existencia y de la vida, tal como se reveló al "principio", en el Génesis (cf. Gén 1-3). Aunque, a causa del pecado, la muerte corporal se haya convertido en la suerte del hombre (cf. Gén 3, 19)[6]6, y aunque le haya sido prohibido el acceso al árbol de la vida (gran símbolo del libro del Génesis) (cf. Gén 3, 22), sin embargo, el Dios viviente, estrechando su alianza con los hombres (Abraham, Patriarcas, Moisés, Israel), renueva continuamente, en esta Alianza, la realidad misma de la Vida, desvela de nuevo su perspectiva y, en cierto sentido, abre nuevamente el acceso al árbol de la vida. Juntamente con la Alianza, esta vida, cuya fuente es Dios mismo, se da en participación a los mismos hombres que, a consecuencia de la ruptura de la primera Alianza, habían perdido el acceso al árbol de la vida, y en las dimensiones de su historia terrena habían sido sometidos a la muerte.


6. Cristo es la última palabra de Dios sobre este tema; efectivamente, la Alianza, que con El y por El se establece entre Dios y la humanidad, abre una perspectiva infinita de Vida: y el acceso al árbol de la vida —según el plano originario del Dios de la Alianza— se revela a cada uno de los hombres en su plenitud definitiva. Este será el significado de la muerte y de la resurrección de Cristo, éste será el testimonio del misterio pascual. Sin embargo, la conversación con los saduceos se desarrolla en la fase pre-pascual de la misión mesiánica de Cristo. El curso de la conversación según Mateo (22, 24-30), Marcos (12, 18-27) y Lucas (20, 27-36) manifiesta que Cristo —que otras veces, particularmente en las conversaciones con sus discípulos, había hablado de la futura resurrección del Hijo del hombre (cf., por ejemplo, Mt 17, 9. 23; 20, 19 y paral.)— en la conversación con los saduceos, en cambio, no se remite a este argumento. Las razones son obvias y claras. La conversación tiene lugar con los saduceos, "los cuales afirman que no hay resurrección" (como subraya el Evangelista), es decir, ponen en duda su misma posibilidad, y a la vez se consideran expertos de la Escritura del Antiguo Testamento y sus intérpretes calificados. Y, por esto, Jesús se refiere al Antiguo Testamento, y, basándose en él, les demuestra que "no conocen el poder de Dios"[7].


7. Respecto a la posibilidad de la resurrección, Cristo se remite precisamente a ese poder, que va unido con el testimonio del Dios vivo, que es el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y el Dios de Moisés. El Dios, a quien los saduceos "privan" de este poder, no es el verdadero Dios de sus Padres, sino del Dios de sus hipótesis e interpretaciones. Cristo, en cambio, ha venido para dar testimonio del Dios de la Vida en toda la verdad de su poder que se despliega en la vida del hombre.

[1] Aunque el Nuevo Testamento no conoce la expresión "la resurrección de los cuerpos" (que aparecerá por vez primera en San Clemente: 2 Clem 9, 1 y en Justino: Dial 80, 5) y utilice la expresión "resurrección de los muertos", entendiendo con ella al hombre en su integridad, sin embargo, es posible hallar en muchos textos del Nuevo Testamento la fe en la inmortalidad del alma y su existencia incluso fuera del cuerpo. (cf. por ejemplo: Lc 23, 43; Flp 1, 23-24; 2 Cor 5, 6-8).

[2] El texto de Lucas contiene algunos elementos nuevos en torno a los cuales se desarrolla la discusión de los exégetas.

[3] Como es sabido, en el judaísmo de aquel período no se formuló claramente una doctrina acerca de la resurrección; existían sólo las diversas teorías lanzadas por cada una de las escuelas.

Los fariseos, que cultivaban la especulación teológica, desarrollaron fuertemente la doctrina sobre la resurrección, viendo alusiones a ella en todos los libros del Antiguo Testamento. Sin embargo, entendían la futura resurrección de modo terrestre y primitivo, preanunciando por ejemplo un enorme aumento de la recolección y de la fertilidad en la vida después de la resurrección.

Los saduceos, en cambio, polemizaban contra esta concepción, partiendo de la premisa que el Pentateuco no habla de la escatología. Es necesario también tener presente que en el siglo I el canon de los libros del Antiguo Testamento no estaba aún establecido.

El caso presentado por los saduceos ataca directamente a la concepción farisaica de la resurrección. En efecto, los saduceos pensaban que Cristo era seguidor de ellos.

La respuesta de Cristo corrige igualmente tanto la concepción de los fariseos, como la de los saduceos.

[4] Esta expresión no significa: "Dios que era honrado por Abraham, Isaac y Jacob", sino: "Dios que tenía cuidado de los Patriarcas y los libraba".

Esta fórmula se vuelve a encontrar en el libro del Exodo: 3, 6; 3, 15; 46; 4, 5, siempre en el contexto de la promesa de liberación de Israel: el nombre del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es prenda y garantía de esta liberación.

"Dieu de X est synonyme de secours, de soutien et d´abri pour Israel". Un sentido semejante se encuentra en el Génesis 49, 24: "Por el poderío del fuerte de Jacob, por el nombre del Pastor de Israel. En el Dios de tu padre hallarás tu socorro" (cf. Gén 49, 24-25; cf. también: Gén 24, 27; 26, 24; 28, 13; 32, 10; 46, 3).

Cf. F. Dreyfus, o.p., "L´argument scripturaire de Jésus en faveur de la résurrection des morts (Mc XII, 26-27), Révue Biblique 66, 1959, 218.

La fórmula: "Dios de Abraham, Isaac y Jacob", en la que se citan los tres nombres de los Patriarcas, indicaba en la exégesis de los Patriarcas, indicaba en la exégesis judaica, contemporánea de Jesús, la relación de Dios con el Pueblo de la Alianza como comunidad.

Cf. E. Ellis, Jesus, The Sadducees and Qumram, New Testament Studies, 10, 1963-64, 275.

[5] Según nuestro modo actual de comprender este texto evangélico, el razonamiento de Jesús sólo mira a la inmortalidad; en efecto, si los Patriarcas viven después de su muerte ya ahora antes de la resurrección escatológica del cuerpo, entonces la constatación de Jesús mira a la inmortalidad del alma y no habla de la resurrección del cuerpo.

Pero el razonamiento de Jesús fue dirigido a los saduceos que no conocían el dualismo del cuerpo y del alma, aceptando sólo la bíblica unidad sico-fisica del hombre que es "el cuerpo y el aliento de vida". Por esto, según ellos, el alma muere juntamente con el cuerpo. La afirmación de Jesús, según la cual los Patriarcas viven, para los saduceos sólo podía significar la resurrección con el cuerpo.

[6] No nos detenemos aquí sobre la concepción de la muerte en el sentido puramente veterotestamentario, sino que tomamos en consideración la antropología teológica en su conjunto.

[7] Este es el argumento determinante que comprueba la autenticidad de la discusión con los saduceos.

Si la perícopa constituye "un añadido postpascual de la comundiad cristiana" (como pensaba, por ejemplo, R. Bultmann), la fe en la resurrección de los cuerpos estaría apoyada por el hecho de la resurrección de Cristo, que se imponía como una fuerza irresistible, como lo da a entender por ejemplo San Pablo (cf. 1 Cor 15, 12).

Cf. J. Jeremias, Neutestamentliche Theologie, I Teil, Gutersloh 1971 (Mohn) ; cf., además, I. H. Marshall, The Golpel of Luke, Exeter 1978, The Paternoster Press, pág. 738.

La referencia al Pentateuco —mientras en el Antiguo Testamento hay textos que tratan directamente de la resurrección (como por ejemplo, Is 26, 19, o Dan 12, 2)— testimonia que la conversación se tuvo realmente con los saduceos, los cuales consideraban el Pentateuco la única autoridad decisiva.

La estructura de la controversia demuestra que ésta era una discusión rabínica, según los modelos clásicos que se usaban en las academias de entonces.

Cf. J. Le Moyne, o.s.b., Les Sadducéeus, París 1972, Gabalda, pág. 124 y s.; E Lohmeyer, Das Evangelium des Markus, Göttingen 1959, pág. 257; D. Daube, New Testament and Rabbinic Judaism, Londres 1956, págs. 158-163; J. Rademakers, s.j., La bonne nouvelle de Jèsus selon St. Marc, Bruselas 1974, Institut d´Etudes Théologiques, pág. 313.

18.XI.1981



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Los esenios



Acostumbrado a las definiciones dogmáticas que caracterizan a las religiones que conoce, más o menos superficialmente, el hombre de nuestro tiempo difícilmente puede hacerse una idea de la enorme flexibilidad doctrinal que caracterizaba al judaísmo que antecedió la época de Jesús y que existió, al menos, hasta la destrucción del Templo en el año 70 d. de C. Salvo la creencia en un Dios único que se había revelado históricamente al pueblo de Israel (Deuteronomio 6, 4) y cuyas palabras habían sido entregadas en la Torah o Ley a Moisés, los distintos segmentos espirituales del pueblo judío no tenían nada que lo uniera por igual a todos.

En este capítulo nos acercaremos a primera de las diferentes escuelas religiosas (o sectas) judías para examinar lo que tenían de distintivo y en qué medida se podían relacionar con el movimiento originado en Jesús de Nazaret.

Así, tras haber comenzado por los escribas, fariseos y saduceos (que aparecen en las páginas del Nuevo Testamento) ahora trataremos a los esenios y la secta de Qumrán, para pasar luego a los zelotes y los apocalípticos, para concluir con una referencia a los judeo-cristianos.

LOS ESENIOS
Junto a los fariseos y los saduceos existió una secta en la Judea de la época que, aunque desprovista de la importancia de estas dos, presenta rasgos de cierto interés para la historia del periodo y del cristianismo primitivo. Me estoy refiriendo a los esenios.

Dónde pudo originarse el nombre es algo sometido todavía a controversia. Para algunos, el mismo no es sino la forma griega de "jasya" (piadoso, santo) mientras que otros lo han relacionado con "´asya" (sanador), lo que podría encajar con su identificación con los "Zerapeute" (sanadores), una comunidad de vida aislada a la que se refiere Filón (De vida contemplativa, 2 ss) como "adoradores" de Dios.

Las referencias que tenemos a los esenios aparecen en una pluralidad de fuentes.

Plinio nos da noticia de ellos en su Historia Natural 5, 73 (escrita entre el 73 y el 79 d. de C.), al hacer referencia al Mar Muerto. De ellos nos dice que "En el lado oeste (del Mar Muerto)... viven los esenios... Viven sin mujeres (porque han renunciado a toda vida sexual), viven sin dinero, y sin ninguna compañía salvo la de las palme­ras".

El hecho de que Plinio parezca además situar en su pasaje Engadi al sur del enclave esenio ha llevado a algunos autores a identificar a éste con Jirbet Qumran, lo que tiene una enorme trascendencia.

Filón de Alejandría nos ha dejado dos relatos de los esenios. Uno de ellos, el más largo, se encuentra en su obra "Todo hombre bueno es libre", y el otro, más breve, forma parte de su apología en favor de los judíos denominada Hypothetica.

En su relato más largo, Filón calcula el número de los esenios en unos cuatro mil, y los describe habitando en aldeas donde obtienen el sustento de la agricultura y dedican gran parte de su tiempo a cuestiones religiosas como la interpretación de las Escrituras. Su propiedad era comunitaria. Se abstenían de los sacrificios de animales, de hacer juramentos, de realizar el servicio militar y de la actividad comercial. No poseían escla­vos, se ocupaban de aquellos de sus miembros que ya no podían trabajar a causa de la edad o la enfermedad, y cultivaban todo género de virtudes.

En su noticia más breve, Filón añade que sólo admitían adultos en su comunidad, y que practicaban el celibato ya que las esposas y los hijos distraen la atención del hombre.

Josefo se refiere a los esenios en Guerra 2, 119 ss; Ant 18, 18 ss; y Ant 13, 171 ss. Su retrato de los esenios es más detallado que el de Filón y además se centra en testimonios que, al menos en parte, debieron ser de primera mano, ya que en su Vida 10 ss, nos habla de que conoció a los esenios cuando era joven.

Según Josefo, los esenios vivían esparcidos por todas las ciudades de Palestina (incluso en Jerusalén) y practicaban la hospitalidad entre ellos. Cabe la posibilidad de que, quizá, en las ciudades vivieran en algún tipo de fraternidad.

Creían en la predestinación y en la inmortalidad del alma. Presentaban sus sacrificios en el Templo de Jerusalén pero de acuerdo a su propia normativa. Se dedicaban totalmente a la agricultura. Tenían todas las cosas en común. No se casaban (es interesante, no obstante, señalar que, según Josefo, existía también un grupo de esenios que sí permitían el matrimonio) ni tenían esclavos, y contaban con administradores que se ocupaban de controlar los productos del campo, así como con sacerdotes que supervisaban la preparación del pan y de otros alimentos.

Cualquiera que deseara entrar en el colectivo, debía pasar por un periodo de prueba de tres años. Al final del primero se admitía al novicio a la purificación ritual con agua, pero sólo al término del trienio podía tomar parte de la comida comunitaria, tras pronunciar un conjunto de juramentos solemnes relacionados con su nuevo estado.

La pena por infringir las normas del grupo era la excomunión que implicaba, en realidad, condenar a morir de hambre al penado por cuanto no podía comer alimentos no supervisados ni recibirlos de sus antiguos compañeros.

Josefo también nos relata lo que constituía la actividad cotidiana de este colectivo. Sus miembros se levantaban antes del amanecer y oraban en dirección a oriente (algo inusual en los judíos), sin poder pronunciar palabra antes de terminar las plegarias. Después, salvo los sábados, marchaban a trabajar hasta el mediodía aproximadamente. Entonces se reunían en el centro comunitario, se bañaban y entraban en el refectorio vestidos con sus hábitos de lino. La comida era precedida y concluida por una acción de gracias pronunciada por un sacerdote y el comportamiento de los asistentes (sólo los miembros de pleno derecho) estaba presidido la sobriedad. La secta contaba con cuatro rangos diferentes y sólo se podía hablar conforme a las normas relativas a los mismos. Tras la comida, los esenios abandonaban sus hábitos blancos, volvían a vestirse con sus ropas de trabajo y continuaban en sus labores hasta la tarde. Después se reunían para otra comida en la que sí podían estar presentes los visitantes y los extraños.

No usaban el aceite por considerarlo impuro (¿quizá porque lo consideraban un artículo de lujo?), evitaban los juramentos (salvo los pronunciados en su inicia­ción), y tenían fama de interpretar a los profetas, hacer predicciones acertadas y conocer las propiedades médicas de diversos productos.

Hipólito se refiere también a los esenios en el noveno libro de su obra Refutación de todas las herejías , escrita en los primeros años del s. III. Este autor coincide con Josefo en buen número de datos pero parece haber contado con una fuente independiente de información que le permite corregir y suplementar al autor judío. Según Hipólito, los esenios se habían dividido a lo largo de su historia en cuatro partidos diferentes, uno de los cuales era el de los zelotes o sicarios. Como veremos en el próximo apartado, esta afirmación resulta discutible pero no puede negarse el que algunos esenios optaran por una postura tan opuesta a los no judíos que algunos los confundieran con los zelotes. Por otro lado, sabemos que hubo un rebelde judío en la guerra contra Roma llamado Juan, cuyo origen era zelote (Refutación 9, 21).

Los zelotes no utilizaban monedas con la efigie del emperador o de ningún otro hombre, porque consideraban que el mismo acto de ver una cosa semejante era una forma de idolatría. Sabemos por el Talmud de Jerusalén (Abodah Zarah 3, 1) que Nahum de Tiberiades, que no era zelote sino fariseo, jamás miró en su vida la imagen de una moneda, pero en la literatura rabínica tal caso es excepcional, mientras que entre los esenios parece haber sido la regla.

Resulta también interesante señalar que Hipólito afirma que los esenios creían en la resurrección además de en la inmortalidad del alma (Josefo no nos ha transmitido el primer dato).

La existencia de los esenios como colectivo no parece que pueda situarse más atrás de mediados del s. II a. de C. No hay referencias a los mismos en el Nuevo Testamento y no parece que tuvieran el más mínimo contacto con Jesús. De haber sido así, como aconteció con los fariseos, las relaciones no hubieran sido cordiales dada la enorme diferencia de perspectivas existentes entre ambos. Jesús no sólo distó de ser un asceta (de hecho, se le acusó de glotón y borracho) sino que además no parece haber tenido el más mínimo interés por recluirse en una comunidad concreta o conceder importancia al sacerdocio.

Cuestión muy debatida en las últimas décadas es la de si puede identificarse a la comunidad de Qumrán con los esenios. Analizaremos ese aspecto, pero antes tenemos que ocuparnos de otro colectivo de enorme trascendencia en los años inmediatamente anteriores a la destrucción del Templo de Jerusalén en el 70 d. de C. Me estoy refiriendo a los zelotes, que estudiaremos en el próximo artículo de esta serie sobre “El contexto religioso de los Evangelios”, ya en enero del nuevo año 2006.



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Interior de la cueva nº 4 de Qumrán, uno de los lugares

en que se encontraron los rollos del mar Muerto.



Los esenios y Jesús



Los esenios
Los esenios constituyen uno de los grupos más estudiados en los últimos años, debido a los famosos descubrimientos del mar Muerto (1946), en la localidad de Qumrán.

No se sabe con exactitud el origen de la palabra esenio. Se sostiene que derivaría de essenoi o essanaoi. Significa piadoso. Por lo tanto, tendría la misma raíz que hassidim o asideo, que eran los judíos maximalistas en la observancia de la Ley.

Para el estudio de este grupo, hay que distinguir los siguientes tipos de fuentes:

1) Fuentes anteriores a Qumrán: Son escasas. Pueden sintetizarse en las siguientes tres:

• Filón de Alejandría (25 a.C.-40 d.C.): El famoso historiador de la Iglesia de nacionalidad española, Bernardino Llorca: “Filón dice que eran como y que estaban acreditados como verdaderos servidores de Dios; que vivían en aldeas huyendo de las grandes ciudades; que trabajaban en la tierra y no ejercían comercio; enseñaban la piedad, la justicia y el amor de Dios; por otro lado, no tenían ninguna propiedad y practicaban una especie de comunismo” (Llorca, Bernardino, Historia de la Iglesia católica. I: EDAD ANTIGUA. La Iglesia en el mundo grecorromano, Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 2001, p. 30).

• Plinio el Viejo (23-79 d.C.): Leamos el trozo en que este romano se refiere a los esenios:

En la parte occidental del mar Muerto, distanciados prudentemente de sus aguas malsanas, viven los esenios; pueblo singular y admirable entre todos los pueblos de la tierra; sin mujeres, sin amor y sin dinero, con la sola compañía de las palmeras. Se renueva naturalmente gracias a la nutrida afluencia de los que se ven empujados hacia allá por el hastío de la vida y los reveses de la fortuna. De esta manera se perpetúa a través de los siglos este pueblo, en el que nadie nace: tan fecundo ha sido para ellos el tedio y hastío de los demás. Debajo de los esenios (…) se levantaba la ciudad de Engaddi, la primera después de Jericó en fertilidad y abundancia de palmeras, reducida, sin embargo, en la actualidad a un montón de ruinas. Después viene la fortaleza de Masada, situada sobre la montaña, no muy alejada tampoco del mar Muerto” (Citado por: González Lamadrid, Antonio, Los descubrimientos del Mar Muerto, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid, 1985, p. 119).

• Flavio Josefo (38-101 d.C.): Permaneció tres años con ellos, recibiendo sus enseñanzas. Según el gran historiador español Luis Suárez, “los presentó como una especie de dulces objetores de conciencia” La Conversión de Roma, Libros MC, Madrid, 1987, p. 67). Este mismo autor señala que su aplicación de la Ley era más rigurosa que la de los fariseos, en especial en lo que se refiere a las normas dietéticas y a la observación del Sabbaht. En su obra La Guerra Judía (2, 117-166), Josefo señala las siguientes características de este grupo: predilección por el celibato, estructuración jerárquica, comunidad de bienes y pobreza, oración en común y comidas sagradas, purificaciones y distintas etapas de iniciación a la vida comunitaria, estima por los escritos antiguos y custodia de los libros, práctica de la adivinación y distribución en comunidades federadas, entre otros elementos.

2) Descubrimientos del mar muerto: Pueden distinguirse dos tipos de descubrimientos:

• Documental: En el invierno de 1946 tres beduinos encuentran documentos (rollos) de pápiro y pergamino en una cueva en la localidad de Qumrán, en las cercanías del mar Muerto. Después, esos rollos los venden y se dan a conocer a la comunidad científica. Más adelante se encuentran varias otras cuevas con nuevos documentos.

• Arqueológico: En 1960 un grupo de arqueólogos y de miembros del ejército israelita descubren construcciones en Engaddi y Masada (las mismas de que hablaba Plinio el Viejo). Concretamente, se encuentran tres ocupaciones, correspondientes a tres épocas:

— Período calcolítico.
— Período israelita.
— Segunda revolución judía.

Pueden destacarse los siguientes tipos de documentos descubiertos:

• Textos bíblicos: Hay fragmentos de todo el canon hebreo, salvo Ester.

• Libros apócrifos: Algunos ya conocidos, otros nuevos.

• Epístolas: Se dan en el contexto de la segunda revolución.

• Documentos jurídico-administrativos.

• Textos comunitarios: Se refieren a la vida de la comunidad de Qumrán en sus múltiples aspectos. De éstos, se destacan las siguientes reglas: Regla de la Comunidad, Regla de la Congregación, Regla de la Guerra, Documento de Damasco.

¿Cuál es la importancia del descubrimiento? Es triple:

• Para la historia del texto hebreo del Antiguo Testamento: Se encuentran copias de hasta 12 siglos más antiguas que las existentes antes de 1946. En la biblioteca de Qumrán están representados todos los libros del AT, menos el de Ester. También hay copias de la versión griega de los Setenta.

• Para la historia del judaísmo: Ayuda a conocer la vida de los esenios, una de las sectas más importantes del judaísmo tardío. La mayoría de estas obras son nuevas, desconocidas con anterioridad. Además, enriquece el conocimiento de las dos revoluciones judías contra Roma (66-73 y 132-135).

• Para el Nuevo Testamento: Los textos de la comunidad de Qumrán nos ponen en contacto con el ambiente histórico, literario y religioso en que nace la Iglesia y los escritos del NT. Hay un cierto paralelismo entre los documentos de Qumrán, pero ello no implica dependencia.

¿Fue Jesús un esenio?

Sobre la eventual relación entre Jesús y esa secta judía, Antonio González Lamadrid señala: “El 26 de mayo de 1960, el profesor de la Sorbona Dupont-Sommer tuvo una ponencia ante la Academia Francesa de Inscripciones y Letras que, ampliada y desarrollada, daría luego lugar a un pequeño libro. Las afirmaciones del profesor francés provocaron amplia y profunda sensación, pues, según él, Jesús de Nazaret no sería más que una reencarnación del ‘Maestro de Justicia’ [que fue el fundador y líder de la secta], y, consiguientemente, la verdadera cuna del cristianismo no era tanto Galilea o Jerusalén cuanto Qumrán” (González Lamadrid, Antonio, op. cit., pp. 249 y 250).

Dupont-Sommer enumera, entre otras, las siguientes semejanzas entre el “Maestro de Justicia” y Jesús de Nazaret:

1) Ambos predican la penitencia, la pobreza, la humildad, el amor al prójimo, la castidad.

2) Ambos ordenan la observancia de la Ley de Moisés, de toda la ley, pero de una Ley completada, perfeccionada por sus propias revelaciones.

3) Ambos son elegidos Mesías de Dios, redentores del mundo.

4) Ambos son objeto de la hostilidad de los sacerdotes, especialmente saduceos.

Sin embargo, las divergencias son radicales; mencionemos algunas que pueden inferirse de lo dicho por Jean Danielou (Danielou, Jean, y Henri-Irénée Marrou, Nueva Historia de la Iglesia. Desde los orígenes a San Gregorio Magno, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1964, pp. 51 y ss.):

1) El cristianismo renuncia a la actitud de odio contra el sistema imperante, característica de Qumrán.

2) Proclama que el sabbaht es para el hombre y no a la inversa [no es rigorista, como los fariseos y esenios].

3) El Bautismo cristiano no es una ceremonia lustral (de purificación), sino un rito único.

4) Afirmación de la divinidad de Jesucristo.

Además, agreguemos, los cristianos no se apartan del mundo: tienen una mentalidad de penetrar en todas las esferas sociales. No se sienten especiales, diferentes al resto de la sociedad. El cristianismo es universal, no es para gentes especiales o particularmente elegidas, como así se sentían los esenios.

Agradecemos 2008.III. a:



http://apologeticahistorica.blogspot.com/2008/02/los-esenios-y-jess.html



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Desgraciadamente, lo que el Protestantismo ha hecho es exaltar y tratar como algo sagrado al rebelde y disidente juicio privado considerándolo como un dogma de fe, y las consecuencias de esto se han hecho manifiestas. ¡No funciona! La Enciclopedia Cristiana Mundial (Publicación de la Universidad de Oxford, 1983) estima que hay mas de 20,000 denominaciones en existencia, y la aplastante mayoría de ellas – todas excepto por un puñado de ellas – han sido creadas en los últimos 500 años y son denominaciones Protestantes. Ese es el fruto de la doctrina de juicio privado.
Podemos ver, desde nuestro punto de observación 500 años después de la Reforma, las consecuencias devastadoras de esta doctrina, como actúa como un martillo para machacar y hacer trizas a las iglesias haciéndolas más y más pequeñas con el pasar del tiempo. Sin embargo, las gentes de aquel tiempo debieron haber podido prever estas consecuencias, y de hecho así lo hicieron. Los Católicos de aquel periodo abiertamente predijeron el caos; mismo que ahora ha florecido en el mundo Cristiano, y los Reformistas mismos vieron lo que pasaría. Los Reformistas por eso tomaron medidas para mitigar esta situación y desacelerar el número de denominaciones que estaban siendo creadas.


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…de textos cristianos primeros, comparados a otros como la Ilíada, Platón, Aristóteles, Virgilio o Cesar… y del fluir o brotar con facilidad el griego en los escritos, siglos y siglos antes del islam



Se ha dicho, recordando la visión del ‘Ad Diognetum’, que los cristianos no difieren por ningún signo exterior de los otros hombres. Lo mismo sucede con sus textos, que no hay que leer y estudiar de forma diferente a otros escritos coetáneos no cristianos. De cualquier forma, es indudable que los textos cristianos presentan particularidades que, si bien no exclusivas, los caracterizan respecto a otros. Antes que nada, la tradición manuscrita, constituida por todos los testimonios supervivientes de un escrito, es para los textos cristianos antiguos generalmente mucho más abundante y cercana a los originales que para otras obras de la antigüedad. Considerando la literatura griega, piénsese en la ‘Ilíada’, conservada en su integridad por códices copiados alrededor de quince siglos después de su composición. Por su parte, el Nuevo Testamento se lee íntegramente en manuscritos copiados unos tres siglos después de su realización*. Además, el número de los ejemplares respetivos, íntegros y fragmentarios, se acerca a los trescientos para la Ilíada y a casi seis mil para los escritos neo-testamentarios. Una cifra no superada por ningún otro texto. Por lo que se refiere a la cercanía entre un original y su testimonio más antiguo, no son excepcionales los textos patrísticos que se pueden leer en códices casi coetáneos, como algunas de las obras de Agustín. La mayor antigüedad y abundancia de la tradición manuscrita de los escritos cristianos, respecto a gran parte de la literatura clásica, debida a que los primeros son más tardíos, aumenta la posibilidad de encontrar ediciones antiguas abiertas, es decir, de obras que el mismo autor, una vez publicadas, habría revisado, modificado y nuevamente difundido. Se crean asín no tanto ediciones sucesivas cuanto un texto abierto, casi en evolución, fuente de problemas para el filólogo que deba realizar la edición crítica.



Otra particularidad se refiere a la lengua de los textos cristianos, compuestos en griego y latín en época ya avanzada, si se tienen en cuenta los respectivos cánones lingüísticos clásicos. Con arreglo a éstos, los textos fueron estimados bárbaros y, por consiguiente, fueron a menudo normalizados en las ediciones críticas. Sin embargo, los textos cristianos resultan lingüísticamente de la evolución de las dos lenguas, evolución que se puede encontrar en otros textos coetáneos y que, por tanto, hace falta respetar en su forma, aunque sea lejana de los supuestos ideales clásicos. Por otra parte, se trata de verdaderas lenguas características de los cristianos, estudiadas en el s. XX, sobre todo el latín. En el trasfondo está la lengua de la Biblia griega, constituida por traducciones de las Escrituras hebreas y por el Nuevo Testamento, modelo para los autores cristianos de lengua griega y que pone a prueba los traductores latinos de la Biblia.

Importante es, además, el fenómeno cultural de las traducciones de los textos

cristianos, bíblicos y no bíblicos, a lenguas orientales, que abren sus respectivas historias literarias, hasta el nacimiento de nuevos alfabetos, como el gótico, y el paleoeslavo, creados precisamente para traducir la Biblia.

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No se repetirá nunca suficientemente una obviedad a menudo pasada por alto: que Jesús y sus inmediatos seguidores no eran y no se convirtieron jamás en cristianos. Eran judíos y como tal permanecieron todos los que en las primeras décadas se refirieron a la predicación del maestro nazareno que consideraban el Cristo, es decir , el Mesías. No obstante, ya desde el decenio siguiente a los acontecimientos que lo tuvieron como protagonista, estos judíos comenzaron a distinguirse y a llamarse cristianos. Su texto sagrado era el ‘tanak’, no fiado aún del todo por un canon. Con él aprendió Jesús a leer. La lengua hablada era el arameo y eran conocidos el hebreo de la Escritura y el griego. Este último era el fruto principal de una helenización extensa y profunda que hacía al menos tres siglos había afectado a toda Palestina, sobre todo a su región septentrional, la Galilea, patria de Jesús y de sus primeros seguidores. Las mismas escrituras sagradas habían sido traducidas al griego a partir del s. III antes de la era cristiana. Las traducciones se habían hecho básicamente en Egipto, donde esta asentada una populosa e importante comunidad judía, pero también en Palestina, donde igualmente circulaban. Todos estos textos, aún no del todo canónicos, además de ser considerados inspirados por Dios, tenían otra característica: constituir una especie de universo donde las diferentes partes se repetían con variaciones y se mencionaban y comentaban unas a otras. En definitiva, generaban continuamente nuevas Escrituras, quizás más tarde no incluidas en el canon vencedor. Además de los textos repetidos (por ejemplo el mismo relato de la creación), baste pensar en la historia de la liberación de la esclavitud de Egipto que aparece en el segundo libro de la ‘torah’ (titulado por los traductores griegos Éxodo, es decir , y es incesantemente releída en otros libros, desde los nebim a los ketubim, hasta la obra griega de la Sabiduría, escrita alrededor de los comienzos de la era cristiana, pero atribuida tradicionalmente a Salomón.



(* P: ¿Hay indicios de que la Biblia pueda estar mutilada en cuanto a testimonios contrarios a ciertas posiciones inamovibles de la Iglesia Católica en la actualidad?



R: No, el Antiguo Testamento ha sido conservado también por los judíos y en cuanto al Nuevo Testamento, es el texto de la Antigüedad que cuenta con más copias y más antiguas superando de manera escandalosa verdaderamente a las obras de Platón, Aristóteles, Virgilio o César).



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Dios no abandona a su Iglesia y se cumple la promesa de Nuestro Señor:

"Estaré con ustedes hasta el fin del mundo" (Mt. 28,20); esto fastidia tanto a las sectas jehovistas, bautistas, mormones y otras miles que aparecen y desaparecen.



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La Iglesia Católica es SANTA en su doctrina, en su moral, en sus medios de santificación -los sacramentos- y en sus frutos. No quiere esto decir que todos los católicos sean santos. Esto es imposible dado la libertad humana.



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«La Iglesia no es santa por sí misma, sino que de hecho está formada por pecadores, lo sabemos y lo vemos todos», pero ésta «viene santificada de nuevo por el amor purificador de Cristo». «Dios no sólo ha hablado, nos ha querido (...) hasta la muerte de su propio hijo», S. S. Benedicto XVI – 29 Junio 2005 Festividad de San Pedro y Pablo; ambos mártires de la Iglesia católica, 64/7ca. en Roma. ITALIA.



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La Iglesia una, santa, católica y apostólica». «Catolicidad significa universalidad, multiplicidad que se convierte en unidad; unidad que sin embargo sigue siendo multiplicidad».Que Dios nos guíe hacia la plena unidad de modo que el esplendor de la verdad, que sólo puede crear la unidad, sea de nuevo visible en el mundo». S. S. BENEDICTO XVI - 2005-06-29.



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Cristo es –piedra angular- origen y principio de donde dimana la luz y santidad que le sirve de base, alimento y razón, a su Iglesia Católica. La Iglesia, madre y maestra, respetuosa con la verdad que Cristo le depositara hace 2.000 años, expone con detalles y datos históricos su trayectoria evangélica. Ininterrumpidamente predica a Jesucristo y las virtudes cristianas. Estas sectas (adventistas, álamos, bautistas, jehovistas, etc.) inexistiendo durante no menos de 1.600 años, y, sin dicha trayectoria histórica, no pasan de tener algunos aviesos parlanchines. Estos, podrán ser menos honrados y veraces, pero han resultado siempre más hábiles en la manipulación y la maniobra inescrupulosa. Ricos en lisonjear, motes y requiebros, como de dividirse inventando por arte de magia, sectas y más sectas día a día. Porque tanto da para todos: sola gracia, sola fe, sola escritura, solo Cristo, solo gloria a Dios… solo sectas y más sectas; ¡mala combinación la protesta con el resentimiento! ¡extraña y agria hermandad vomita quien es más etéreo que hombre cabal! Lobos rapaces que hacen -cada día- nacer nuevas sectas y se cumple lo que dice San Pablo sobre el engaño de los seres humanos, sobre la astucia que tiende a llevar al error».



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Si vamos a la raíz de lo que origina estos desacuerdos [con evangélicos diversos protestantes y evangelistas], vemos que ocurren cuando cada persona al estar convencida de que su interpretación de la Biblia es la correcta, simplemente la del otro es una herejía. Para este tipo de Iglesias y personas que no aceptan que lo que la Biblia dice “puede” ser diferente a los que ellos interpretan, nunca será posible reconocer que la otra parte puede tener argumentos bíblicos para pensar lo que piensa, y nunca buscará conciliar diferencias como lo hacían los primeros cristianos en la Iglesia primitiva (Hechos 15) deliberando unidos en Concilio.

Mientras la Iglesia Católica siempre ha seguido el modelo bíblico y ha tomado sus decisiones en conjunto y dichas decisiones han sido acatadas por los fieles, para las iglesias protestantes las decisiones tomadas por la Iglesia en concilio son “palabras de hombre”, les importa “un pepino” y se ven obligadas a reinterpretar todas las Escrituras una y otra vez, generación tras generación, basándose en la interpretación humana de su fundador. Cosa que es mucho peor porque es la interpretación de un individuo versus la interpretación de la Iglesia entera.

Scoth Hann un Ex–pastor presbiteriano ahora convertido al catolicismo resume esto en una frase que dice: “Mientras los protestantes están discutiendo el menú, nosotros estamos disfrutando el banquete”.

Por eso dice la Escritura:

“Pero, ante todo, tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios.” 2 Pedro 1,20-21

“Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»” Mateo 16,17-18



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Jesucristo, al momento en que envía a los apóstoles a predicar el evangelio a todo el mundo, desea que su Iglesia sea universal (en griego ‘católicos’), es decir: en plena catolicidad hasta al final de los tiempos, la designa Jesucristo.



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La universalidad salvífica de Jesucristo hace a su Iglesia ‘Católica’, porque católico es su anuncio cristiano y salvífico, propuesto a todo el universo.



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P. He escuchado que la palabra ‘Católica’ no fue usada sino hasta cientos de años después de que Jesucristo fundó Su Iglesia.


R. No es cierto. El primer indicio del uso de la palabra que pude encontrar está en la carta a los ’Smymeans’, de San Ignacio de Antioquía (del 106 D.C.), párrafo 8: "Cuando el arzobispo aparece, deja ser a la gente como es, donde está Jesucristo, allí está la Iglesia Católica". Indudablemente la palabra se utilizaba antes de la época de esta escritura.



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"Obedecer al Obispo y al clero con mentes sin divisiones y compartir el pan -la medicina de la inmortalidad- y el remedio soberano para escapar la muerte y vivir en Jesucristo para siempre... La única Eucaristía que deben apreciar como válida es una que es celebrada por Obispo mismo o por una persona autorizada por él.Donde está el Obispo, ahí debe estar su gente, al igual que donde estaba presente Jesucristo, ahí está la Iglesia católica..."

[San Ignacio de Antioquía, discípulo de San Juan Evangelista, (+ 107)] Ignacio nació en los días en que Cristo era crucificado. Conoció a San Pedro y a San Pablo.



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«Una investigación histórica, libre de prejuicios y vinculada únicamente con la documentación científica es insustituible para derrumbar las barreras entre los pueblos» (S. S. Juan Pablo II – P.P.)



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“El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes; el hecho de que compartan muchos errores no convierte éstos en verdades; y el hecho de que millones de personas padezcan las mismas formas de patología mental no hace de estas personas gente equilibrada.” [E. Fromm]



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Para no caer en el anacronismo, es necesario tener la humildad y la inteligencia de leer los hechos del pasado no con las categorías mentales de hoy, más, dentro el marco histórico temporal en que se efectuaron.

Al igual que ocurre con cualquier otra expresión de la mente humana, quizás la objetividad plena es imposible, pero lo que se le pide a cualquier intelectual honrado es que, cuando menos, haga el esfuerzo de buscarla, tenga la valentía de acercarse serena y responsablemente al mayor grado de objetividad histórica posible.



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Sed siempre humildes y amables; sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Dios acepta y recibe con agrado a la Iglesia como sacrificio cuando la Iglesia conserva la caridad que derramó ella el Espíritu Santo: así, si la Iglesia conserva la caridad del Espíritu, puede presentarse ante el Señor como una hostia viva, santa y agradable a Dios.



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Los humildes obedecen, los obedientes se salvan. En una punta Jesús y en la otra María, la primera mujer perfectamente obediente. La que dijo que sí al Espíritu en su aldea de Belén y luego en el cuarto aquel de Jerusalén en el Pentecostés.

En la primera vez nació Jesús, en la segunda: la Iglesia. La Madre es la misma.



Y Judas se mete en el juego de Dios pensando que puede sacar ventajas como nosotros creemos que podemos arreglar la radio con un destornillador y la terminamos de romper. Pero nosotros no somos mucho menos tarambanas que él. Como siempre: Dios sabe todo lo que está pasando y nunca se le escapa un detalle. Así tienes –ahí- a los charlatanes en las sectas bautistas, jehovistas, mormones, etc. y creen que la Iglesia ha estado equivocada dos mil años hasta que ellos abrieron una Biblia y se pusieron a "interpretar". Hasta esa suprema mentecatez superará Jesús porque no hay quien se le resista en eso de salvar almas.

Es que le ves a Él, y te enamoras de Su gracia y como siempre pasa en el amor: naces de nuevo. Para nacer hace falta una madre y para eso está María.



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Saturno visto desde la sonda Cassini - MMV.XII.VIII

“De la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor”. S. S. Benedicto XVI. P.M. – MMV.XI.X.



“Dios no aparece en la Biblia como un Señor impasible e implacable, ni es un ser oscuro e indescifrable, como el hado, con cuya fuerza misteriosa es inútil luchar”.



Dios se manifiesta «como una persona que ama a sus criaturas, que vela por ellas, les acompaña en el camino de la historia y sufre por la infidelidad de su pueblo «a su amor misericordioso y paterno».

«El primer signo visible de esta caridad divina hay que buscarlo en la creación»: «los cielos, la tierra, las aguas, el sol, la luna y las estrellas».

«Incluso antes de descubrir a Dios que se revela en la historia de un pueblo, se da una revelación cósmica, abierta a todos, ofrecida a toda la humanidad por el único Creador»

«Existe, por tanto, un mensaje divino, grabado secretamente en la creación», signo de «la fidelidad amorosa de Dios que da a sus criaturas el ser y la vida, el agua y la comida, la luz y el tiempo».

«De las obras creadas se llega a la grandeza de Dios, a su amorosa misericordia».


El Papa acabó su discurso, dejando a un lado sus papeles, comentó un pensamiento de san Basilio Magno, doctor de la Iglesia, obispo de Cesárea de Capadocia, quien constataba que algunos, «engañados por el ateísmo que llevaban dentro de sí, imaginaron el universo sin un guía ni orden, a la merced de la casualidad».

«Creo que las palabras de este padre del siglo IV son de una actualidad sorprendente», reconoció S. S. Benedicto XVI preguntándose: «¿Cuántos son estos "algunos" hoy?».

«Engañados por el ateísmo, consideran y tratan de demostrar que es científico pensar que todo carece de un guía y de orden».

«El Señor, con la sagrada Escritura, despierta la razón adormecida y nos dice: al inicio está la Palabra creadora. Al inicio la Palabra creadora --esta Palabra que ha creado todo, que ha creado este proyecto inteligente, el cosmos-- es también Amor».

El Papa concluyó exhortando a dejarse «despertar por esta Palabra de Dios» e invitando a pedirle que «despeje nuestra mente para que podamos percibir el mensaje de la creación, inscrito también en nuestro corazón: el principio de todo es la Sabiduría creadora y esta Sabiduría es amor y bondad». S. S. Benedicto XVI. P.M. MMV.XI.X.



"Obras todas del Señor, bendecid al Señor".-

«La crisis medioambiental es un desafío moral». La preocupación primaria de la delegación vaticana es por tanto la de subrayar «la importancia de captar el imperativo moral subyacente, por el que todos, sin excepción, tienen una gran responsabilidad en la defensa del medio ambiente». Este deber, prosiguió el arzobispo, no debe ser considerado en oposición al desarrollo pero no tiene tampoco que «ser sacrificado en el altar del desarrollo económico». Dado que la cuestión medioambiental está directamente relacionada con otras cuestiones fundamentales, constató, la consecuencia es que las necesarias «soluciones solistas» son todavía más difíciles de encontrar. «Mientras tratamos de encontrar el modo mejor de defender el medio ambiente y lograr el desarrollo sostenible, debemos también trabajar por la justicia en las sociedades y entre las naciones», observó el prelado.





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El siguiente tema está escrito por el serio y respetable doctor don César Vidal – protestante, ex - testimonio de Jehová, desconocemos a la fecha a qué grupo cristiano – entre miles existentes– adhiere hoy: MMV. XII. VIII Festividad de la Inmaculada Concepción.

Compendio del Catecismo de la Iglesia católica: ¿por qué no lo sabemos?
La fe de los sencillos - Una síntesis fiel y segura del Catecismo de la Iglesia católica. Contiene, de modo conciso, todos los elementos esenciales y fundamentales de la fe de la Iglesia. 2005. ¡No falte en el bolsillo de cada cristiano para aprenderlo!

Creer, celebrar, vivir y orar, esta y no más es la fe cristiana desde hace 2000 años, enseñada por la Iglesia Católica sin error porque Cristo la ilumina y sólo Él la guía.

Recomendamos vivamente: Título: ¿Sabes leer la Biblia?

Una guía de lectura para descifrar el libro sagrado - Autor: Francisco Varo – MMVI. Marzo - Editorial: Planeta Testimonio



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Grüss Gott. Salve, oh Dios.

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'JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO'
Evangelio según San Lucas, Cap.3, vers.1º: El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene…

Crucifixión de San Pedro: fue crucificado al revés cabeza abajo - Pergamino con San Pedro en cruz invertida, de Maguncia- Alemania; entre el 900 y el 1000ca. - Museo Diocesano de la Catedral Maguncia (Mainz) Alemania - Pedro en su cruz, invertida. ¿Qué significa todo esto? Es lo que Jesús había predicho a este Apóstol suyo: "Cuando seas viejo, otro te llevará a donde tú no quieras"; y el Señor había añadido: "Sígueme" (Jn 21, 18-19). Precisamente ahora se realiza el culmen del seguimiento: el discípulo no es más que el Maestro, y ahora experimenta toda la amargura de la cruz, de las consecuencias del pecado que separa de Dios, toda la absurdidad de la violencia y de la mentira. No se puede huir del radicalismo del interrogante planteado por la cruz: la cruz de Cristo, Cabeza de la Iglesia, y la cruz de Pedro, su Vicario en la tierra. Dos actos de un único drama: el drama del misterio pascual: cruz y resurrección, muerte y vida, pecado y gracia.

La maternidad divina de María – Catecismo de la Iglesia
495 Llamada en los Evangelios 'la Madre de Jesús'(Jn 2, 1; 19, 25; cf. Mt 13, 55, etc.), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como 'la madre de mi Señor' desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios [Theotokos] (cf. Concilio de Éfeso, año 649: DS, 251).
La virginidad de María
496 Desde las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido absque semine ex Spiritu Sancto (Concilio de Letrán, año 649; DS, 503), esto es, sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra:
Así, san Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): «Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen [...] Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato [...] padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente» (Epistula ad Smyrnaeos, 1-2).

El acontecimiento histórico y transcendente – Catecismo de la Iglesia
639 El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: "Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3-4). El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3-18).
El sepulcro vacío

640 "¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cf. Lc 24, 3. 22- 23), después de Pedro (cf. Lc 24, 12). "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo"(Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf. Jn 20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro (cf. Jn 11, 44).

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