miércoles, 23 de noviembre de 2016

Europa Soberana: Homo carnivorus, o revolución carnívora —la caza, la carne y el fuego como aceleradores evolutivos

Europa Soberana: Homo carnivorus, o revolución carnívora —la caza, la carne y el fuego como aceleradores evolutivos












































domingo, 5 de mayo de 2013






Homo carnivorus, o revolución carnívora —la caza, la carne y el fuego como aceleradores evolutivos






En los tiempos
más tempranos, los hombres vivían en la oscuridad y no tenían animales
que cazar. Eran personas pobres, ignorantes, muy inferiores a las que
viven hoy en día. Se desplazaban en busca de domida, vivían viajando
como nosotros, pero de un modo diferente. Cuando paraban y acampaban,
trabajaban el suelo con picos de un tipo que ya no conocemos. Obtenían
su comida de la tierra. Nada sabían de toda la caza que tenemos ahora.
(Aua, chamán de la etnia esquimal iglulik).
El hombre,
cuando se desgajó de la rama de los primates hace cuatro millones de
años, a nivel de australipiteco, lo hizo porque dejó de ser un primate
vegetariano y frugívoro para transformarse en un primate cazador.
(Félix Rodríguez de la Fuente).
  
Considero oportuno dedicar
una serie de artículos al asunto de la paleoantropología evolutiva
nutricional, ya que en el mundo hispanohablante es sumamente escasa la
información al respecto —y en medios mal informados, pueden y suelen
prosperar todo tipo de falacias. Los truños nutricionales son
particularmente graves, ya que atentan contra nuestra salud, contra
nuestra reproducción y contra nuestro código genético. Por tanto,
afectan a toda la especie y es de interés que se extirpen para
garantizar el futuro evolutivo de la humanidad.
Actualmente es increíble la
mala fama que tiene el colesterol y los alimentos animales, mientras que
otros alimentos sumamente perniciosos acaparan las estanterías de los
supermercados y llenan los estómagos de países enteros. Sin embargo, la
caza fue la principal directora de nuestra evolución, ya que seleccionó
cualidades como la inteligencia, la rapidez de reflejos, los sentidos
más afinados, el instinto territorial, la mejor comunicación en el seno
del grupo, el "espíritu de equipo", un espacio vital más amplio, la
belleza y la ferocidad. Como veremos pronto, la carne, la sangre, la
grasa, el tuétano, la médula, los sesos y las vísceras, presidieron y
alimentaron el desarrollo de nuestra inteligencia, y contribuyeron a su
vez a hacer de nosotros depredadores cada vez más eficaces.
Literalmente, el aumento de alimentos animales nos alejó de los monos y
nos acercó a los ángeles.
  
Los antiguos homínidos,
desde su origen simiesco y predominantemente frugívoro, fueron
ascendiendo peldaños hasta colocarse en lo alto de la pirámide trófica
el momento en el que dejaron de ser presa de otros depredadores. La base
de la pirámide, la carne de cañón, son seres vivos vegetales que
producen su propia energía a partir del suelo o mar (minerales, materia
orgánica, agua) y el cielo (luz solar, aire). El escalón siguiente de la
pirámide, más reducido, ve la aparición de seres con mayor conciencia
(los herbívoros) que se alimentan del escalón anterior. El escalón
superior, aun más aristocrático, ve aparecer un mayor nivel de
conciencia: se trata de los carnívoros y omnívoros, que se alimentan de
todos los escalones anteriores. Este artículo estará dedicado a la larga
odisea de ascensión de la pirámide, escalón por escalón, hasta llegar a
las formas de vida más perfectas que han existido. (En otro artículo futuro veremos cómo el hombre cayó desde lo alto de la pirámide con la aparición de la agricultura).
  
La carne y la caza, junto
con otros factores (como los rítmicos vaivenes del frente glacial, el
uso de herramientas y fuego, la necesidad de cuidar a crías muy
indefensas y la aparición de la vida social), explican la aceleración
evolutiva sin precedentes que experimentaron los homínidos, llevando al
cabo "saltos genéticos" sin parangón en el mundo animal. A los primeros
primates (que vivieron en China hace 30 millones de años y no eran más
grandes que un pulgar) les llevó más de 25 millones de años llegar al
Australopithecus. A éste le llevó más de 2 millones de años llegar al
Erectus. Este impresionante progreso palidece ante el enorme salto que
supuso pasar, en tiempo récord (menos de dos millones de años), de los
1.000 cc de capacidad craneal (Erectus) a superar los 1.700 (Cromagnon).
Las fuerzas de la evolución parecen haberse personificado de una manera
muy clara en el tronco de primates al que pertenecemos  (en unas ramas
más que en otras), mientras que otras especies animales (como los
tiburones, los cocodrilos o las cucarachas) prácticamente no han
cambiado nada en docenas y hasta centenares de millones de años. Esta
aceleración evolutiva, difícil de ser explicada únicamente por el
darwinismo, no ha terminado. Aun no está completa la creación del tipo
humano que heredará la Tierra definitivamente. Del mismo modo que los
antiguos constructores de catedrales trabajaban en su labor sabiendo que
nunca llegarían a ver la obra completada, nosotros tenemos el deber de
proseguir esa evolución alcanzando formas de vida cada vez más
superiores y conscientes, aunque no las presenciemos en vida. Incluso
ahora, en una época de mestizaje, carente de selección natural,
contaminada y llena de factores perniciosos para el genoma humano, las
fuerzas invencibles y eternas de la evolución siguen obrando en silencio
mientras fraguan el siguiente salto evolutivo. La meta ha de ser la
constitución de una forma de vida incorruptible, recipiente perfecto
para la llama del espíritu en estado puro, trozos de ser en el mundo del
devenir. Los mejores elementos genéticos de la Civilización Occidental,
que superaron con éxito la prueba del hielo hace mucho tiempo y que aun
deben superar los descomunales retos del futuro cercano, están llamados
a ser las manos de Dios.
  
  
  
LA CAZA EN LA GENEALOGÍA DEL HOMBRE
  
En un sentido
muy real, nuestro intelecto, nuestros intereses, nuestras emociones y
nuestra vida social básica —son todos productos del éxito de la
adaptación cazadora.
(John Reader, "Man on Earth", 1988).
  
Valga decir antes que nada
que en los círculos científicos paleoantropológicos no hay ningún tipo
de duda acerca de la dieta del hombre primitivo; las dudas sólo surgen
en personas desinformadas o en vegetarianos militantes, si es que no son
la misma cosa. Para poder comprender el importantísimo papel de la
carne en nuestra evolución, es necesario comprender primero la historia
del consumo de carne entre nuestros lejanos antepasados, ya que ellos
forjaron nuestra genética actual a lo largo de millones de años, y
pueden decirnos mucho acerca de cuáles son nuestras verdaderas
necesidades nutricionales predeterminadas biológicamente. Es importante
desmarcarse en lo que al respecto tienen que decir la TV y los
dictócratas de la "nutrición políticamente correcta" (a ellos no les
mueve la ciencia, la genética o la evolución, sino la economía y el
falso moralismo), y volver nuestras miradas hacia la dieta ancestral
para la cual estamos diseñados. Comenzaremos este apartado examinando a
los primates más cercanos a nosotros evolutivamente, antes de ascender
en la pirámide.
  
• Los chimpancés,
con quienes compartimos las mayores similitudes genéticas fuera del
género Homo, ejercen la carroña e incluso la depredación; hasta llegan a
fabricar primitivas lanzas de caza, afilando palos con sus dientes [1].
La primatóloga inglesa Jane Goodall ya observó a principios de los años
60 actividades de caza entre los chimpancés del Parque Nacional Gombe
de Tanzania. Actualmente en este parque, la depredación de los grupos de
chimpancés macho se cobra entre 60 y 70 mamíferos al año —incluyendo
otros primates. También se ha encontrado que comen serpientes, ratones y
crías de ave y de reptil. Generalmente, los chimpancés aprovechan casi
todas las partes del animal, incluyendo los sesos [2]. A
pesar de que el chimpancé es el gran simio más dado al carnivorismo y
de que la carne de caza es un alimento muy apreciado entre ellos, no
llega a constituir más del 2% de su dieta. Otro 6% corresponde a la
consumición de insectos sociales (hormigas, termitas, abejas, larvas),
lo cual nos da un 8% de productos de origen animal en la dieta del
chimpancé.
 Al
público general le es difícil imaginarse a los chimpancés como
depredadores y comedores de carne, pero ya en los años 60, Jane Goodall
obervó y documentó minuciosamente las actividades de caza entre ellos.
Hoy se acepta que la carne es un alimento muy apreciado por los
chimpancés, aunque forma sólo el 2% de su dieta, debido a unas aptitudes
predatorias poco desarrolladas aun. El mono colobo rojo (inserto en la
fila central a la derecha) parece ser una presa predilecta. Arriba a la
izquierda, Sagu, un chimpancé macho del Parque Nacional Tai (Costa de
Marfil). En este parque, se ha observado que las hembras valoran tanto
la carne que se prostituyen por ella. Abajo, una hembra con una cría,
pidiendo carne a un grupo de machos. Cuando están embarazadas, las
hembras aumentan muchísimo el consumo de productos animales en la dieta.
  
• Los gorilas,
algo más alejados genéticamente de nosotros, sí son bastante más
herbívoros que los chimpancés. Su consumo de frutas es bajo (de hecho,
el más bajo de todos los grandes simios), y su consumo de hojas alto,
estando su aparato digestivo mucho mejor adaptado a procesar celulosa.
Sin embargo, comen hormigas, y además se ha encontrado ADN de monos
pequeños y antílopes en las heces de algunos gorilas del Parque Nacional
de Loango, Gabón, cosa que sugiere de una manera bastante clara que,
ocasionalmente, estos gorilas se dedican a la carroña o a la caza [3].
En los zoológicos, pronto se observó que los gorilas sufrían de
deficiencias proteínicas, y debían ser alimentados con carne. Luego se
supo que la causa estaba en la comida desnaturalizada con la que estaban
siendo alimentados: los productos vegetales del menú del zoo,
totalmente limpios, carecían de pequeños insectos y trazas de otros
seres vivos.
  
• Metiéndonos ya en nuestro árbol genealógico, sabemos que los Australopithecus (África,
hace unos 4 millones de años) se dedicaron sin duda a la carroña, ya
que en sus yacimientos se han encontrado huesos animales que tienen
marcas de utensilios y dientes por encima de las marcas de otros
depredadores. Esto implica que acudían al cadáver de un animal ya muerto
y medio devorado, y utilizaban primitivos utensilios pétreos para
cortarle los tendones y la piel, arrancarle la carne, la grasa y los
órganos, y quebrar sus huesos para sorber el tuétano y los sesos [4],
órganos altos en colesterol y otras grasas saturadas, que pasaban a
alimentar el cerebro de estos homínidos. Además, los análisis de los
esqueletos de Australopithecus muestran proporciones de estroncio/calcio
propias de animales que tienen un importante aporte cárnico en la
dieta [5]. Otra pista arqueológica la constituyen los
estudios del microdesgaste dental de los Australopithecus: los escaneos
con microscopios electrónicos muestran patrones propios del consumo de
carne, además de grandes cantidades de productos vegetales [6].
No existen aun evidencias sólidas que demuestren que los
Australopithecus cazaban. Sin embargo, que los chimpancés actuales sí
cacen, es consistente con que los Australopithecus, "más evolucionados"
que ellos, más cercanos a nosotros, lo hiciesen en mayor medida aun,
aunque limitándose a presas de tamaño modesto, y ejerciendo la carroña
sobre las de tamaño mayor.
  
  
  

Hace 2,5 millones de años,
parece claro que el Australopithecus se dividió por un lado hacia el
género Homo y por otro hacia las diversas variedades de Paranthropus —a
veces consideradas simplemente tipos de Australopithecus. El género Homo
estaba destinado a la encefalización (desarrollo del cerebro), la
aceleración evolutiva, la depredación y un aumento del consumo de carne.
Los Paranthropus, principalmente herbívoros como evidencian sus
dentaduras y configuraciones craneofaciales, desaparecieron del registro
fósil.
  
• El Homo habilis,
primer representante del género Homo, parece claro que llegó a cazar,
que se alimentó de jirafas, hipopótamos y rinocerontes, y que hasta en
ocasiones comió ciertas variedades de Australopithecus. Su consumo de
carne está confirmado por los análisis de coprolitos (heces
fosilizadas). Asimismo, nació la industria lítica olduvayense (o Modo
1), consistente principalmente en chopperschopping tools (especie
de hachas y machetes muy primitivos), para desollar a los animales
muertos, descuartizarlos y romper sus huesos. Resulta muy indicativo
que, en los yacimientos Habilis, las herramientas pétreas casi siempre
van acompañadas de huesos de animales quebrados, cráneos machacados y
esqueletos con señales de haber sido raspados para separar la carne y la
grasa del hueso. Puesto que se considera que la presencia de una
industria pétrea amplia es una de las cosas que distingue al Habilis del
Australopithecus, es seguro que el consumo de carne había aumentado
drásticamente.
  
A pesar de estas innovaciones, el Homo habilis —relativamente tonto (600 cm3),
de constitución muy grácil, brazos largos aun bastante adaptados a
estar suspensos en ramas, y una estatura de aproximadamente 1 metro— era
todavía una criatura bastante débil e indefensa, a merced de los
grandes depredadores que aun lo superaban en la pirámide alimenticia.
Por ejemplo, sabemos que el Homo habilis era una presa predilecta del
Dinofelis ("gato terrible"), un felino dientes de sable que vivió en
África durante la época y que, al parecer, también se puso morado de
Australopithecus, babuinos y otros herbívoros. Este tipo de depredadores
ejerció una importante labor seleccionadora y en cierto modo fueron
nuestros aliados evolutivos; otro hubiese sido nuestro camino de no
haber existido gatos como el Dinofelis.
 Las
evidencias forenses más antiguas (2,5 millones de años) para la
extracción de carne con útiles pétreos. Izquierda: marca de corte con
piedra sobre la mandíbula de un bóvido, efectuada durante la extracción
de su lengua. Derecha: marcas de percusión con piedra efectuadas sobre
la tibia de un bóvido durante la extracción de su tuétano [7].
  
• El Homo erectus (hace
1,9 millones de años), probablemente descendiente de alguna rama
Habilis, salió de África difundiendo el género Homo por Eurasia,
fabricando la industria pétrea achelense (o Modo 2, principalmente
bifaces y similares) y utilizando ya el fuego, aunque no queda claro si
para cocinar. Su esqueleto era de proporciones similares a los humanos
actuales, salvo en lo que respecta a la configuración craneofacial, y es
posible que realmente perteneciese ya a nuestra mismas especie (como se
ha descubierto recientemente con el Neandertal). Fue el primer
cazador-recolector nómada, y parece que sus desplazamientos estaban
sujetos a los movimientos migratorios de los grupos de grandes
mamíferos. Prueba de ello es que salió de África a la vez que muchas
otras especies animales (como los elefantes antepasados de los
posteriores mamuts), cosa que sugiere de una forma bastante rotunda que
dependían de estas manadas para su sustento. El yacimiento de
Olorgesailie (Kenia, hace 900-650.000 años) tiene una gran abundancia de
fósiles de hipopótamos, zebras, elefantes, jirafas y babuinos que
fueron descuartizados utilizando hachas de mano, en enclaves concretos
establecidos por el Erectus a tal fin. Hace 412.000 años como poco, ya
había una raza Erectus cazando elefantes, bisontes y rinocerontes en la
actual Alemania [8]. En los yacimientos de Torralba y
Ambrona (Soria, España, 330.000 años) podemos comprobar que los Erectus
se las ingeniaban para provocar estampidas y conducirlas hacia un
precipicio. Entre estos restos animales, se han encontrado instrumentos
pétreos de tipo achelense, utilizados para desmembrar los cuerpos
caídos.
  
El Erectus tuvo una
expansión sin precedentes, que lo llevó a adaptarse a numerosos tipos de
terreno y condiciones climatológicas, diversificándose en varias ramas,
desde el Homo ergaster (África) hasta el Homo pekinensis (China),
pasando por el Homo georgicus (Cáucaso) y otros. Fue también el homínido
que duró más tiempo: alrededor de 1,6 millones de años, hasta su
"extinción" (más bien evolución) hace 300.000 años. Sin embargo, algunos
indicios apuntan a que subsistieron razas Erectus en núcleos aislados
(por ejemplo, en Indonesia) hasta hace tan sólo 50-30.000 años.
  
• El Homo antecessor (hace
1,2 millones de años) podría considerarse simplemente una raza europea
de Erectus, quizás descendiente del Homo ergaster, y en transición hacia
formas homínidas más pesadas y árticas, más europeas. Por huesos
sometidos a análisis forense, sabemos que utilizaba herramientas de tipo
achelense para descuartizar ciervos, caballos y rinocerontes. Se han
encontrado marcas idénticas en huesos de Antecessor, cosa que implica
que hace 800.000 años estos individuos practicaban el canibalismo de
forma habitual, probablemente con presas de otras tribus Antecessor.
Este individuo es el probable antepasado de los habitantes de los
yacimientos sorianos ya mencionados.

• El Homo heidelbergensis (hace
500.000 años) procede con casi total certeza de los grupos Antecessor y
Erectus ibéricos, y es el seguro antepasado del Neandertal. Floreció en
plena Glaciación de Mindel (la antepenúltima edad de hielo) y se trata
del primer gran cazador de nuestro continente con clara adaptación
ártica: una bestia de entre 1,75 y 1,80 metros de altura y nada menos
que 100 kg de peso, un esqueleto increíblemente ancho y robusto, y una
musculatura a tono con él, cosa que sabemos por las marcas de los
ligamentos e inserciones musculares sobre los huesos. Con razón se ganó
el apodo de "Goliath" en círculos paleoantropológicos. Estos individuos
no sólo eran buenos cazadores, sino también exquisitos carniceros y
anatomistas. Las marcas de útiles líticos encontradas en huesos de
rinocerontes, caballos, ciervos y elefantes de yacimientos
Heidelbergensis (como Atapuerca en España o Boxgrove en Inglaterra), dan
fe de que estos animales fueron descuartizados de una forma ya muy
"profesional". En palabras de Michael Pitts y Mark Roberts, dos de los
principales excavadores de Boxgrove, "todo animal para el cual hay
evidencias de interferencia por parte de los homínidos, ha sido
cuidadosa, casi delicadamente descuartizado, con el propósito concreto
de consumir su carne".
  
• El Neandertal (hace
230.000 años), como ahora sabemos, era una raza humana (o más bien un
conjunto de razas humanas, tres como poco). En su época hay ya claras
evidencias de utilización del fuego para cocinar carne. Se cree que era
el depredador principal de su entorno, que su dieta era casi
exclusivamente carnívora, que tuvo éxito cazando bisontes, uros,
caballos, ciervos, cabras y ovejas, y que se hallaba ya en lo alto de la
pirámide alimenticia (parece claro que incluso cazaron osos
cavernarios, algo que los Homo habilis no podrían ni haber soñado).
También practicaban el canibalismo. Este tipo de alimentación no parece
haberle sentado mal al neandertal, ya que su constitución ósea era
masiva (aunque su estatura por lo general era reducida) y su capacidad
craneal mayor que la del hombre moderno. A la luz de ciertos estudios,
se considera que el neandertal tenía unos niveles hormonales
privilegiados, que los machos estaban fuertemente sexuados, que tenían
un desarrollo impresionante de la musculatura en general y del brazo
derecho en particular, y que incluso las hembras no eran criaturas muy
delicadas precisamente. Por los análisis forenses de algunos fósiles,
sabemos que los neandertales eran capaces de sobrevivir a lesiones
tremendas (como amputaciones de brazo) y que eran excepcionalmente
resistentes al frío y al dolor. Actualmente se considera que fueron los
primeros en adoptar conductas rituales que evidenciaban la presencia de
una religión. La mayoría de los europeos modernos, que tenemos aportes
genéticos neandertales, podemos estar muy orgullosos de tener en
nuestras venas la sangre de semejante raza.
  
• El Cromagnon (desde hace 40.000 años), antepasado de la raza nordico-blanca actual,
es con toda probabilidad el responsable de la "extinción" del
Neandertal en Europa, lo cual sugiere que poseía habilidades
depredatorias aun superiores. A las comunidades cromañón les tocó
sobrevivir al Último Máximo Glacial, algo que sólo podrían haber
conseguido volviéndose prácticamente carnívoros puros y aumentando mucho
la proporción de grasa animal en la dieta. Sus culturas materiales
(Auriñaciense, Solutrense, Magdaleniense, posiblemente Gravetiense) dan
fe de que se trataba de sociedades que le concedían una enorme
importancia a la caza y también a la pesca, así como de que eran capaces
de aprovechar absolutamente todas las partes de los animales (por
primera vez, surgen industrias de hueso, asta y marfil). Los cromañones
mataron y devoraron mamuts, bisontes, uros, renos, ciervos rojos,
caballos, gamuzas, peces, focas, pájaros, marisco, etc. Muchos de estos
animales, que constituían el fundamento de su vida y de su evolución,
quedaron inmortalizados y homenajeados en las primeras pinturas
rupestres, magníficos frescos que evidencian un refinadísimo
conocimiento anatómico. De nuevo, esta dieta produjo una constitución
física privilegiada, una estatura altísima (aunque un esqueleto menos
ancho que el del neandertal), un maxilar inferior prácticamente igual de
ancho que el cráneo, alta capacidad craneal y una musculatura muy
desarrollada (de nuevo, menos que el neandertal).
  
  
Crô-Magnon
1. De todas las culturas del Paleolítico, las culturas cromañón sin
duda son las que evidencian una mayor importancia de la caza, la
carnicería y las armas. Nótese la anchura del maxilar inferior, luego
volveremos sobre esto.
  
Durante el cambio climático
de la desglaciación hace 12.000 años, el cromañón se desplazó hacia el
Noreste mientras perseguía a las manadas de animales. Tras cruzar
Francia, acabó en las orillas del Mar del Norte, en el sur de
Escandinavia, la llanura germano-polaca y la cuenca del Báltico. Por el
aumento de la temperatura y la extinción de la gran megafauna
paleolítica (mamuts, rinocerontes lanudos, etc.), la proporción de
comidas vegetales debió ascender algo a costa de las comidas animales
durante el Mesolítico. Los microlitos de las culturas mesolíticas de
Europa Occidental (Aziliense, Sauveteriense, Tardenoisiense, Asturiense,
etc.) muestran que el tamaño de los animales cazados había disminuido
drásticamente para aquella época, y que los tiempos del mamut, del
rinoceronte lanudo y del bisonte ya quedaban atrás. Sin embargo, los
descendientes del cromañón en Europa continuaron siendo
cazadores-recolectores hasta que llegó la agricultura a sus territorios
hace unos 7.000 años. Más tarde, ellos, que estaban acostumbrados a
vérselas con tigres dientes de sable, osos cavernarios y otros temibles
depredadores, caerían víctimas de una nueva forma de depredación para la
cual no estaban preparados: el parasitismo.


El
tiempo de nuestra evolución desde los primeros homínidos, contando en
años BP (antes del presente). Este diagrama ayuda a dar una idea de dos
hechos: 


a) La
evolución que ha dado lugar a las razas humanas modernas ha sido un
proceso extremadamente largo, durante el cual no se dejó jamás de comer
carne, al contrario, el consumo de carne fue aumentando con el tiempo a
medida que evolucionábamos. 


b) La civilización humana
es una gota de agua en el océano del tiempo y puede ser barrida por los
poderes de la Naturaleza sin dejar recuerdo alguno.
  
* * * * * * * *
   
Recapitulemos.
  
Nuestros antepasados llevan comiendo carne unos 3 millones de años como poco. Eso equivale a 150.000 generaciones.
  
Nuestros antepasados llevan,
como poco, 500.000 años ejerciendo la caza de forma consumada e
intensiva. Eso equivale a 25.000 generaciones.
  
Nuestros antepasados llevan
cultivando cereales y comiendo sus almidones (azúcares complejos que hay
que descomponer y transformar en azúcares simples, como hacen los
herbívoros con la celulosa) unos 8.000 años siendo generosos. Eso
equivale a sólo 400 generaciones de agricultura. Este tiempo no es
suficiente para desarrollar mecanismos de adaptación a una dieta tan
alejada de lo natural, y más teniendo en cuenta que desde que se adoptó
la agricultura, la selección natural decayó, la integridad genética
necesaria para la evolución se ha ido a hacer gárgaras y además el
registro fósil revela una drástica disminución de la calidad biológica
debido a una alimentación deficiente. Esto da a entender que, si por
ventura nos adaptásemos genéticamente a una dieta como la actual y a una
vida de sedentarismo, se operaría un retroceso en nuestra evolución.
Por tanto, si hay un componente antinatural en la dieta humana moderna y
que debería ser extirpado, no sería precisamente la carne, sino los
granos de cereales, los almidones y todos sus derivados, además de otros
productos artificiales de la actual industria alimentaria (aceites
hidrogenados, azúcares refinados, edulcorantes artificiales,
conservantes, colorantes y un largo etc.), extremadamente nocivos para
la salud.
  
  
Los
zoólogos saben que la inteligencia es casi siempre más alta en animales
carnívoros y omnívoros que han simplificado la complejidad y reducido el
gasto metabólico de sus intestinos —es decir, del bajo vientre.
Asimismo, en las relaciones tróficas, los depredadores son casi siempre
más inteligentes (y mucho más ágiles, rápidos de reflejos y con sentidos
mucho más refinados) que los animales de los que se alimentan. La mayor
parte de los animales más inteligentes, como el perro, el gato, el
delfín, la ballena asesina, el jabalí, el cerdo, el pulpo, el chimpancé,
el cuervo o el halcón (mucho podría decirse también acerca de
inteligentísimos depredadores ya extintos, como el velocirraptor), son
todos depredadores carnívoros u omnívoros. Lo mismo reza para las
variedades humanas más evolucionadas y de mayor capacidad craneal que
han existido —el neandertal y el cromañón.
  
  
  
¿ESTÁ EL HOMBRE "DISEÑADO" COMO CARNÍVORO O COMO HERBÍVORO?
  
Para ninguno de los dos. La
anatomía humana da fe de que no somos una especie 100% herbívora ni
tampoco 100% carnívora, sino, como todo el mundo sabe, omnívora,
adaptada a comer tanto productos animales como vegetales —con diversos
matices según las razas humanas, las latitudes geográficas y la estación
del año.
  
Sin embargo, resulta
interesante constatar la dirección evolutiva que ha tomado el ser humano
desde los primeros homínidos, ya que ha ido aumentando cada vez más la
proporción de carne en su dieta, hasta propiciar una serie de
características interesantes que lo diferencian de los herbívoros y
tienden a acercarlo a los carnívoros. Estas características son más
notables entre las razas nórdicas modernas, que durante el Paleolítico
debieron depender mucho más de la carne que otras razas humanas, debido a
que el clima de las zonas que habitaron (sur de Europa en el caso de
los nordico-blancos, Asia Central en el caso de los nordico-rojos) no ofrecía una gran abundancia de productos vegetales y en cambio abundaba en megafauna (grandes mamíferos).
  
En "The Stone Age Diet", el doctor Walter L. Voegtlin compara detalladamente el
aparato digestivo del ser humano con el del perro y la oveja,
demostrando que, anatómicamente, el sistema digestivo humano se
encuentra mucho más cercano al del perro. En este artículo, además de
mencionar algunas de esas diferencias, añadiremos otras que han pasado
más desapercibidas. Procedamos, pues, a repasar las particularidades
anatómicas del ser humano que puedan decirnos algo al respecto de su
"vocación nutricional".
  
1. Tracto digestivo. Lo primero a tener en cuenta aquí es que el tejido vegetal es mucho más difícil de procesar que el tejido animal. La
celulosa es la biomolécula orgánica más abundante del planeta, pero
también es durísimo obtener energía de ella. Los herbívoros, por tanto,
necesitan un tracto digestivo extremadamente largo y complejo para
fermentar y descomponer bien larguísimas cadenas de azúcares, quizás los
carbohidratos más complejos que existen. Las ovejas tienen una
proporción longitud tracto digestivo/longitud corporal de 1/27, es
decir, su tracto digestivo es 27 veces más largo que su longitud
corporal. La proporción de las vacas es de 1/20, y la de los caballos
1/12.
  
Por el contrario, los
animales carnívoros tienen un tracto digestivo corto y con fuertes jugos
gástricos ácidos para favorecer la rápida descomposición de las
proteínas sin que la carne se pudra. La proporción del tracto intestinal
del gato es de 1/3, y la del perro de 1/5. La proporción humana se
encuentra en torno al 1/6-1/7, cosa que nos coloca a medio camino entre
los caballos herbívoros y los perros carnívoros, pero más cerca de estos
últimos. 
  
Entre todos los primates,
los humanos poseemos el tracto digestivo más corto, lo cual concuerda
con ciertos estudios que muestran que nuestro cerebro aumentó de tamaño a
medida que nuestros intestinos disminuían de longitud. Esto se debe a
que, de nuestros órganos, el cerebro es el que más energía consume (un
20-25% del "presupuesto" metabólico de nuestro organismo). El sistema
digestivo es el segundo despilfarrador de energía de nuestro cuerpo.
Reduciendo el trabajo del sistema digestivo adoptando la alimentación
cárnica, favorecimos que el cerebro pudiese acaparar un mayor porcentaje
de nuestro presupuesto metabólico. En suma, cuando el bajo vientre
perdió peso, aumentó el del intelecto. Y viceversa: cuando el bajo
vientre adquiere demasiado protagonismo, es a costa del cerebro;
cualquier persona que pase por una digestión pesada y problemática,
notará enseguida que carece de la habitual agudeza mental, debido a que
las vísceras le están robando energía al cerebro.
  
Puesto que las razas humanas
se distinguen por diversas diferencias anatómicas además de
psicológicas, sería de gran ayuda que se realizasen estudios
pormenorizados sobre metabolismo y sistemas digestivos según la
composición racial. Por ejemplo, que se midiese la longitud del tracto
digestivo de las razas tropicales y se comparase con el de las razas
nórdicas. Lo más probable, especialmente teniendo en cuenta las
capacidades craneales involucradas (las razas tropicales son de baja
capacidad craneal, las razas nórdicas, especialmente la roja, son de
alta capacidad craneal) es que las tropicales lo tengan algo más largo,
adaptado a una dieta voluminosa llena de fibras vegetales, mientras que
las nórdicas lo tengan algo más corto como adaptación a la carne.
  
Sin embargo, no hay que
concederle a la longitud del tracto más atención de la que merece. Es
más importante el peso de las vísceras, la existencia de un estómago
simple y ácido, la proporción del intestino delgado con respecto al
grueso, el tipo de células del intestino, la atrofia del apéndice cecal,
la falta de funcionalidad digestiva del ciego, la flora bacteriana y la
superficie de absorción intestinal (que a su vez depende de la densidad
de las vellosidades intestinales). Los mencionados factores, de nuevo,
asemejan a los humanos a los carnívoros y omnívoros.
  
2. Flora bacteriana. Los
herbívoros no pueden producir jugos gástricos capaces de digerir las
celulosas vegetales, por lo cual confían en bacterias y protozoos que
viven en el estómago (o estómagos), en el intestino, en el ciego, etc.
Como todo el mundo sabe, las bacterias pueden descomponer y comer
prácticamente cualquier cosa (plástico, asfalto, petróleo, rocas, etc.)
y, al atacar las celulosas, transforman sustancias complejas (almidones,
celulosas, cadenas de carbohidratos extremadamente largas, moléculas
grandes) en sustancias simples más fácilmente absorbibles (azúcares,
moléculas más pequeñas). Los herbívoros tienen una fuerte dependencia de
la flora bacteriana fermentadora, ya que sin ella no pueden sobrevivir.
Los carnívoros, en cambio, carecen prácticamente de flora bacteriana
debido a la acidez de los jugos digestivos, que las mata (ese es el
motivo por el cual un carnívoro puede alimentarse de carroña plagada de
bacterias). Las pocas bacterias intestinales que puedan tener los
carnívoros suelen concentrarse en el intestino grueso, y son de
naturaleza putrefactiva, no fermentadora. Los seres humanos, como
omnívoros que somos, tenemos flora bacteriana (aunque sólo en el
intestino), pero es incapaz de digerir las celulosas vegetales (también
somos incapaces de digerir cereales o leguminosas, a menos que se
cocinen), y nuestra dependencia de ella es mucho menos pronunciada.
  
3. Estómago. El
estómago humano tiene una capacidad de unos dos litros, igual que el
perro (la oveja tiene un estómago de 32 litros). A diferencia de los
estómagos herbívoros, el nuestro carece prácticamente de protozoos y
flora bacteriana, debido a su acidez. La misma acidez del estómago
humano es otro argumento a favor de la adaptación cárnica, ya que es el
pH idóneo para la descomposición de las proteínas animales. Es cierto
que el estómago del ser humano es menos ácido que el de los
superdepredadores clásicos, pero también es cierto que el ser humano
suplió el ardor del ácido digestivo por el ardor del fuego: cocinando la
carne, la hizo mucho más digestible y aumentó su biodisponibilidad.
Controlar el fuego y cocinar la carne, como veremos enseguida, incidió
además en el aumento de la capacidad craneal de los homínidos
primitivos.
  


4. Vesícula biliar. La
vesícula biliar, cerca del hígado, almacena y concentra la bilis, un
jugo digestivo alcalino producido por el hígado para atacar los ácidos
grasos haciéndolos más asequibles para la digestión. Los carnívoros y
omnívoros tienen la vesícula biliar bien desarrollada debido a la
importante cantidad de grasa animal en la dieta. Los herbívoros, por el
contrario, tienen una vesícula biliar muy reducida, cuando no totalmente
ausente. El ser humano tiene una vesícula biliar bien desarrollada, por
lo que es plenamente capaz de digerir grandes cantidades de grasas
animales.
5. Ciego y apéndice cecal. Los
humanos, como los carnívoros, hemos perdido la función herbívora
originaria del ciego y del apéndice cecal, que han quedado reducidos a
la mínima expresión, a una esquina del intestino grueso. Tanto es así
que el apéndice cecal hoy en día se extirpa sin problemas considerándose
un órgano vestigial atrofiado (aunque es probable que ejerza una
función endocrina y/o inmunológica, ya no relacionada con la digestión;
que la medicina moderna lo extirpe tan alegremente no deja de ser una
aberración). En los herbívoros, empero, el ciego ejerce importantes
funciones de almacenamiento y fermentación de masa alimenticia antes de
ser mandada definitivamente al intestino grueso. Viene a ser como una
bolsa provisional en la que los microorganismos intestinales descomponen
las membranas de las paredes celulares de las celulosas vegetales para
liberar sus nutrientes y obtener carbohidratos más simples (en última
instancia, azúcares). Aun después de este proceso, la digestión en
muchos herbívoros no está completa debido a la rudeza y baja
biodisponibilidad de los productos fibrosos vegetales, y debido a que,
después del ciego, el intestino grueso no es capaz de absorber todos los
nutrientes producidos por las bacterias. Por este motivo, muchos
herbívoros no-rumiantes (como los conejos) producen dos tipos de
excrementos. Los primeros son blandos y húmedos, y se comen para que los
nutrientes sin digerir pasen de nuevo por el intestino para poder
asimilarlos durante una segunda y definitiva digestión. Los segundos son
las familiares deposiciones secas, que ya han pasado dos veces por el
intestino. Tanto rumiar como comer excrementos frescos son cosas que
quedan bien fuera de los hábitos humanos naturales.
  
  
Esquema
que muestra la diferencia entre el sistema digestivo de un carnívoro
puro (chacal) y el de un herbívoro puro (koala) no-rumiante (los
rumiantes son aun más diferentes de los carnívoros en tanto que tienen
un estómago con cuatro "cámaras" para procesar mejor los alimentos).
Ambos animales tienen tamaños casi idénticos. Nótese el ciego (cecum) del
herbívoro en comparación con el carnívoro, así como la mayor longitud
del intestino grueso herbívoro y menor longitud de su intestino delgado.
Un punto para quien adivine cuál de estos dos aparatos digestivos es
más similar al humano.
  
6. Intestino grueso. El
intestino grueso herbívoro es largo, tiene protozoos y flora bacteriana
y cumple una importante función digestiva, ya que se terminan de
fermentar y absorber los nutrientes de la masa vegetal ingerida. En
cambio, el intestino grueso de los carnívoros es corto para evacuar
cuanto antes la masa alimenticia de carne y grasa antes de que entre en
putrefacción, y no cumple función digestiva alguna, sino que sólo sirve
para retener agua y sales, evitando que se evacuen con la sustancia de
desecho. El intestino grueso humano, corto, con poco ciego, con flora
bacteriana putrefactiva (en vez de fermentadora) y sin función digestiva
alguna, está mucho más cercano al modelo carnívoro.
  
8. Mandíbula. La
mandíbula de los herbívoros está adaptada a los movimientos laterales y
circulares para "moler" las rudas fibras vegetales, utilizando muelas
netamente planas, como acabamos de ver. Los carnívoros tienen mandíbulas
adaptadas a los movimientos verticales, con molares de superficie
"rugosa" para machacar y ablandar las carnes. La mandíbula humana está
más cercana al modelo carnívoro en tanto que utilizamos sobre todo los
movimientos verticales —aunque, como buenos omnívoros, también somos
capaces de mover nuestra mandíbula lateralmente, hacia adelante y hacia
atrás.
  
El maxilar es una pieza
clave de la alimentación, que ofrece muchas pistas acerca de las dietas.
Cuanto mayor ha sido el herbivorismo en los primates, más anchos han
sido los huesos zigomáticos cuando vistos de frente, más estrecho ha
sido el maxilar cuando visto de frente y más ancho cuando visto de
perfil. Esto se debe a que el "centro de mordedura" en los herbívoros se
encuentra atrás, bajo las muelas, para machacar bien los tejidos
vegetales. Eso exige una constitución robusta de la parte trasera del
maxilar. En cambio, con el aumento del consumo de carne, la masticación
prolongada pierde protagonismo y el "centro de mordedura" se desplaza
hacia adelante, lo cual exige una constitución robusta de la zona
frontal del maxilar, especialmente de la barbilla.
  
El Paranthropus boisei fue bautizado nutcracker o
"cascanueces" porque sus inmensos molares (4 veces mayores que los
nuestros) casi planos, su configuración facial y craneal, sus huesos
zigomáticos extremadamente anchos cuando vistos de frente, su esmalte
dental grueso, la mandíbula retraída, ancha cuando vista de perfil y
estrecha cuando vista de frente, y la musculatura temporal evidenciada
por la cresta sagital, sugerían un individuo de un formidable poder de
masticación, para romper y triturar nueces, semillas, raíces sucias de
tierra e incluso alguna piedrecilla. En cambio, sus dientes frontales
están reducidos a la mínima expresión, ya que prácticamente no ejercían
trabajos de corte y desgarro. Sin embargo, la rama Homo ha ido perdiendo
tamaño de molares poco a poco, los huesos zigomáticos se han ido
estrechando cada vez más, el maxilar ha disminuido de tamaño cuando lo
vemos de perfil, pero cuando lo vemos de frente ha ancheado, etc. Estos
cambios evolutivos culminan con el hombre de Cromagnon, el cual tuvo una
cultura de orientación fuertemente cazadora. Actualmente la raza humana
con el maxilar más ancho es la nordico-roja.
  
  
Lo que
nos interesa de esta serie de dibujos (Erectus, Neandertal y Cromañón)
es fijarnos en los huesos zigomáticos (las "esquinas" que sobresalen a
ambos lados, a la altura de los pómulos) y en el maxilar inferior. Los
huesos zigomáticos van haciéndose cada vez más estrechos. El maxilar va
haciéndose cada vez más ancho cuando visto de frente y cada vez más
estrecho cuando visto de perfil, debido al desplazamiento del "centro de
mordedura" desde atrás (masticación) hacia adelante (arranque).
  
Cráneo de africano predominantemente cónguido. Nótese su maxilar inferior estrecho y compárese con el Cromagnon.
  
9. Musculatura craneofacial y capacidad craneal. Los
carnívoros tienen una musculatura facial más reducida, ya que
interfiere con la apertura de las fauces, mientras que los herbívoros
(pensemos en el caballo) tienen rostros musculosos, para pasarse gran
parte del día masticando y rumiando, puesto que deben triturar la comida
en trozos muy pequeños para aumentar su superficie de exposición a la
flora bacteriana y a los jugos digestivos. Actualmente incluso los
chimpancés, que son los grandes simios más carnívoros, pasan una media
de seis horas al día simplemente masticando. Los homínidos más
primitivos y adaptados a una ruda dieta de fibras (como el Paranthropus
robustus) tenían tal musculatura facial que necesitaban unos huesos
zigomáticos extremadamente salientes cuando vistos de frente, así como
una cresta ósea sobre el cráneo (la cresta sagital) para poder
"enganchar" los tendones de poderosos músculos temporales. Estos
músculos "estrujaban" el cráneo impidiendo que aumentase de tamaño.
Nosotros, a medida que evolucionamos, fuimos perdiendo musculatura
facial, y ahora ya no tenemos rastro de la cresta sagital (la bóveda
pentagonoide sagital del Homo erectus, como el cráneo puntiagudo de la raza arménida,
son quizás vestigios de la cresta sagital de tiempos remotos). El
aumento de productos cárnicos en nuestra dieta (así como la postura
erguida, que relajó los músculos de la nuca), ayudó a reducir el tiempo
que nos pasábamos masticando al día, así como a relajar la musculatura
del rostro y el cráneo.
Este interesante estudio [9] acerca
del nivel de fuerza y desgaste ejercido sobre el cráneo por los
músculos masticadores, compara al gibón, orangután, chimpancé, gorila,
Australopithecus africanus, Paranthropus boisei y "humano moderno". Como
se aprecia en la ilustración, cuando se trata de la zona frontal del
maxilar (una zona propia de carnívoros y de movimientos frontales de
arranque y desgarro), la fuerza ejercida por el ser humano es mucho
mayor que la de ningún otro primate. Es decir, que los humanos podemos
"arrancar y desgarrar" con mayor fuerza que aquella con la que los otros
primates "mastican". Sería muy interesante poder añadir más cráneos
(especialmente del Homo habilis, el Neandertal y el Cromagnon) para
poder trazar un patrón de evolución lineal. De hacerse, lo más seguro es
que sea vea cómo, desde los Australopithecus, la zona de mayor fuerza
se va desplazando desde atrás hacia adelante proporcionalmente al
aumento de ingesta de carne en la dieta, resultando finalmente en la
aparición del mentón, un rasgo bastante moderno evolutivamente hablando.
Actualmente las razas humanas con el mentón más desarrollado son las
nórdicas, especialmente la roja. En morfopsicología, el mentón fuerte
indica un carácter fuerte.
  
10. Fuego, carne y encefalización. Cuando los músculos masticadores dejaron de "estrujar" al cráneo en una jaula muscular [10],
el cráneo se vio libre para crecer, y con él, el cerebro. Este proceso
se incrementó cuando descubrimos el fuego y aprendimos a cocinar la
carne, primero porque el trabajo de masticación se redujo aun más, y
segundo porque el calor aplicado con moderación y cuidado rompió las
largas cadenas de proteínas, haciéndolas más asequibles para las enzimas
digestivas, y por tanto ahorrando aun más sustancia vital y energía
metabólica. También convirtió prácticamente en gelatina el colágeno de
la piel, que en su estado natural es muy difícil de digerir. Tras
aprender a cocinar los alimentos animales (supuestamente en época
Neandertal, aunque lo más probable es que ya en época Erectus), nuestros
antepasados estaban alimentándose con la comida más concentrada,
biodisponible y nutritiva de toda la Naturaleza, lo cual repercutió en
mayor energía calorífica, una mejor calidad biológica y el desvío de los
procesos de construcción hacia el aumento de la talla esquelética y
hacia los tejidos de aparición evolutiva reciente, como el neocórtex del
cerebro.
  
La deducción inevitable de
estos últimos dos puntos es que si nos hubiésemos quedado en el clima
caluroso de África con una dieta estrictamente herbívora, nunca
hubiésemos podido aumentar de capacidad craneal. Seguiríamos siendo otra
especie de primates que pierde seis horas al día masticando duras
fibras vegetales como ovejas, con el cráneo aprisionado por una
musculosa jaula que impide la evolución del cerebro. Por tanto, se puede
decir literalmente que comer carne (y especialmente grasas, órganos,
tuétano, médula y sesos) nutrió nuestro sistema nervioso, aumentó
nuestra inteligencia y nos hizo humanos, un hecho actualmente muy
contrastado por la ciencia, como se comprueba aquí.
  
Desde el Paleolítico
Superior, hemos perdido un 11% de capacidad craneal (un 8% durante los
últimos 10.000 años). Esto se debe por un lado al advenimiento de la
agricultura —que trajo una drástica disminución de los alimentos
animales en la dieta— y por otro lado a las mezclas con razas de menor
capacidad craneal, como la arménida y las razas tropicales. También es
probable que haya habido funciones cerebrales desconocidas que se hayan
ido atrofiando con el tiempo por falta de uso. Actualmente la raza
humana con mayor capacidad craneal es la nordico-roja, seguida de la
nordico-blanca.
  
11. Ingenio, audacia, valor, voluntad, paciencia, sentido ritual. El
ingenio de los herbívoros no se ve demasiado estimulado, ya que su
alimento está por todas partes y adquirirlo no implica grandes
esfuerzos. Pero los animales no son manzanas que reposan quietamente en
alguna rama y se dejan arrancar con facilidad; cazarlos exige toda una
gama de cualidades sobresalientes. Por esta razón, los depredadores
suelen ser criaturas fuera de serie en cuanto a la agudeza de los cinco
sentidos, fuerza explosiva, agilidad, elasticidad y habilidades de
rastreo. A menudo la depredación exige un pensamiento muy detallado,
planificar con antelación, la visualización de posibilidades y
resolución de problemas, pensar estratégicamente, deshacerse de lastres
y, según las especies, coordinarse con los demás miembros de la manada.
Cuanto más difícil de adquirir es el alimento, generalmente mayor es el
ingenio, la inteligencia, el espíritu de equipo y el potencial físico
involucrados. Ninguna caza fue tan demandante y desigual como la de los
grandes mamíferos de la edad de hielo. Para matarlos era necesario
conocer sus rutas migratorias, sus costumbres, sus reacciones,
desplazarse grandes distancias, mantener una vida nomádica, moverse
sigilosamente, tener en cuenta el viento para no ser detectados por el
olor, etc. Para colmo, también exigía un gran trabajo, valor e ingenio
el elaborar armas, preparar trampas, coordinar las operaciones de
ataque, a menudo llegar al cuerpo a cuerpo con el animal, descuartizar
un cadáver enorme, transportar toda la carne, elaborar con su piel ropa
para protegerse del frío e idear métodos efectivos de almacenamiento de
carne para las épocas de escasez. Debido a todo esto, los cazadores de
la edad de hielo debieron ser verdaderas máquinas de matar, individuos
bastante austeros, disciplinados y trabajadores, acostumbrados a no
buscar el placer fácil ni la gratificación inmediata, sino las grandes
victorias obtenidas por la voluntad. El cazador típico es un hombre con
claras virtudes paramilitares, que no espera que le vayan a dar todo
hecho, sino que él debe conseguirlo, por la fuerza si es necesario. Como
entre los cazadores-recolectores actuales, en torno al abatimiento y la
consumición de la presa debieron florecer gran cantidad de rituales.
  
12. Labios. Los
herbívoros son de labios carnosos (piénsese en el camello), mientras
los carnívoros son de labios finos (piénsese en el lobo) para evitar
estorbos a la hora de arrancar carne. Aquí entra en juego la
biodiversidad humana actual, ya que las razas tropicales son de labios
gruesos, mientras que la raza arménida y las razas nórdicas,
especialmente la roja, son de labios finos.
  
13. Jugos gástricos. El
sistema digestivo humano produce ácido clorhídrico (HCl), una sustancia
activadora de enzimas que descomponen proteínas animales, y de la cual
los animales herbívoros prácticamente carecen. Nuestro páncreas segrega
una gran variedad de enzimas digestivas para asimilar tanto comidas
animales como vegetales, pero el sistema digestivo humano no produce
ninguna enzima (como la celulasa) o ácido capaz de digerir la celulosa;
si nos perdiésemos en un bosque, seríamos incapaces de sobrevivir
comiendo hierba y hojas. Sin embargo, nuestra eficacia digestiva para
con los nutrientes a los cuales estamos adaptados, ronda el 100%, como
los carnívoros. Los herbívoros, por el contrario, sólo digieren una
reducida proporción de todo lo que comen, desechando todo lo demás, por
lo que defecan muchas veces al día, casi de forma constante, y sus
deposiciones son muy voluminosas. La eficacia digestiva de la oveja, por
ejemplo, está por debajo del 50%, a pesar de pasarse el día rumiando y
defecando, y de tener un sistema digestivo complejísimo y con un tracto
muy largo.
  
14. Fase REM del sueño. La fase REM (Rapid Eye Movement, o
"movimiento ocular rápido") es la quinta fase del sueño, también
llamada de "sueño paradójico", y se trata de una aparición
evolutivamente reciente. Curiosamente, aun no se conoce su
funcionalidad, aunque las tradiciones rituales antiguas consideraban que
durante el sueño había una "ventana" estrecha durante la cual se podía
producir el desdoblamiento astral y acceder a lo sobrenatural. Lo que la
ciencia sabe con certeza es que este periodo del sueño es la "fase de
las ensoñaciones": durante el tiempo que dura el REM, nuestros ojos se
mueven y nuestra corteza cerebral (el neocórtex, el tejido celular más
moderno de nuestro cuerpo) registra índices de actividad electromagnética tan o más elevados que cuando estamos despiertos.
  
Aunque el tema da para
mucho, lo que nos importa aquí es que la fase REM es una característica
particularmente desarrollada en los depredadores carnívoros,
especialmente en aquellos cuyos recién nacidos son vulnerables,
dependientes e indefensos (por tanto en especies de maduración lenta
como especialmente lo es la nuestra). Los herbívoros, que en cierto modo
deben "dormir con un ojo abierto" para estar prevenidos contra
depredadores, no pueden permitirse el lujo del REM —sumirse en una
ensoñación profunda los hace vulnerables. El ser humano, por el
contrario, es quizás el animal más soñador (aunque el tiempo de sueño
REM cada noche va decreciendo desde que somos bebés hasta la vejez), y
el que registra mayor actividad electromagnética en el neocórtex
mientras duerme, cosa que nos acerca a los carnívoros. Sin embargo,
actualmente, debido a hábitos de vida antinaturales, dietas inadecuadas
cuando no alimentos directamente perniciosos, falta de ejercicio físico,
falta de exposición a la intemperie, contacto con disruptores hormonales y campos electromagnéticos artificiales,
ionización positiva y presencia de sustancias tóxicas que alteran la
neuroquímica del cerebro, hay muchos individuos que, como los
herbívoros, pasan gran parte de su vida sin experimentar una fase REM. A
menudo afirman no haber soñado absolutamente nada en años y años.
  
15. Proporciones de alimentos vegetales/alimentos animales en los cazadores-recolectores actuales. La
proporción de productos vegetales y productos animales en la dieta de
los cazadores-recolectores ha sido muy discutida, ya que estos hombres
viven en el Paleolítico, son los seres humanos actuales que tienen más
sintonía con la ley natural, y por tanto pueden brindarnos muchas ideas
acerca de la dieta de nuestros antepasados.
  
  
Este
hombre es un cazador-recolector bosquimano del suroeste de África, y de
composición racial predominantemente khoisánida (perfil facial casi
vertical, mentón puntiagudo, ausencia de puente nasal y de prognatismo,
constitución esquelética extremadamente ligera, piel marrón). Su tribu
es una de las 229 sociedades cazadoras-recolectoras que aun quedan en el
planeta. La raza khoisánida, mezclada con homínidos distintos, es la
antepasada de la raza cónguida, la raza pígmida, la raza mongólida y la
raza arménida.
  
Actualmente son muchos los
escritos que afirman que, en la dieta de las etnias
cazadoras-recolectoras, la proporción media de calorías obtenidas de
productos vegetales es del 65%, correspondiendo el restante 35% a
productos de origen animal. Estos escritos parafrasean una publicación
del antropólogo Richard B. Lee, "Man the Hunter" (extraño
título considerando la tesis que defiende). La publicación es del año
1968 y, para demostrar la época de hippismo y pro-comunismo a la que
pertenece, su autor intenta dejar claro que las sociedades
cazadoras-recolectoras son "igualitarias" debido a "la falta de
propiedades materiales" (como si las posesiones fuesen lo único que
diferencia a los hombres entre sí). Sin embargo, lo que nos ocupa de
este libro no es su filosofía política pacifista-vegetariana, sino la
aseveración del ratio 65/35 para productos vegetales/productos animales.
  
En tiempos recientes, el Doctor Loren Cordain, uno de los grandes expertos actuales en Paleodieta, examinó "Man the Hunter" en
busca de incongruencias. Puso en marcha un análisis informatizado de
una dieta cazadora-recolectora típica usando el ratio de Lee "65/35"
para alimentos vegetales/alimentos animales. Perplejo, descubrió que
para que un cazador-recolector obtuviese un 65% de sus calorías
necesarias de fuentes vegetales disponibles, cada individuo tendría que
recolectar aproximadamente 6 kg de vegetación cada día, un cuadro poco
probable, por no decir imposible. Después de hacer este descubrimiento,
el Dr. Cordain repasó los cálculos de la publicación original de Lee,
poniendo en evidencia una serie de incómodos puntos:
  
• Lee sólo usó sólo 58 de las 181 sociedades cazadoras-recolectoras de su lista.
  
• Una importante parte de
las sociedades "descartadas" eran etnias norteamericanas (como grupos
esquimales) en las que el consumo de alimentos animales era altísimo.
  
• No incluyó en sus cálculos los alimentos animales obtenidos de la pesca.
  
• Clasificaba la búsqueda y
consumición de marisco como "recolección", adjudicándoles por tanto un
carácter vegetal a alimentos como el pulpo, el cangrejo, las ostras,
etc.
  
• Por si esto fuera poco, el Ethnographic Atlas, en
el que se basó Lee, consideraba "recolección" a recoger y comer fauna
terrestre pequeña (insectos, invertebrados, larvas, gusanos, mamíferos
pequeños, anfibios y reptiles) con lo cual adscribía a la categoría
"vegetariana" un montón de calorías derivadas de fuentes animales.
  
Después de darse cuenta de estos asuntos, el Dr. Cordain acudió a la edición del Ethnographic Atlas de
1997 (el cual representa 1.267 sociedades humanas del planeta, de las
que 229 son cazadoras-recolectoras) e hizo de nuevo sus cálculos.
Utilizando a todas las sociedades cazadoras-recolectoras, y
colocando al pescado y al marisco en la categoría correcta de "caza",
encontró que los valores "65/35" de Lee resultaban invertidos: la
proporción real de productos vegetales/productos animales era de 35/65
por término medio. Sólo el 13,5% de los cazadores-recolectores del
planeta derivan más de la mitad de sus calorías de la recolección de
productos vegetales: se trata de sociedades tropicales con una
superabundancia de alimentos vegetales (por tanto poco representativas
de los antepasados del europeo moderno) y en las que los alimentos
animales no superan el 40% del total de calorías —un porcentaje que
sigue siendo muy alto en comparación con las dietas modernas.
  
  
Esta
gráfica representa las 229 sociedades cazadoras-recolectoras actuales,
distribuidas según el porcentaje de dependencia de productos animales.
Esta
interesante tabla proporciona una relación entre etnias
cazadoras-recolectoras actuales, la latitud en la que habitan y el
porcentaje de productos animales y vegetales en su dieta. Es revelador
comprobar cómo las sociedades con mayor consumo de productos animales
son árticas, mientras que las sociedades con mayor consumo de productos
vegetales son tropicales.
  
Estas estadísticas, ya de por sí reveladoras, inclinarían aun más la balanza en favor de las fuentes animales si el Ethnographic Atlas no
colocase a los animales pequeños en la categoría "vegetal", y si
examinásemos sólo a etnias que viven en condiciones ambientales
similares a las de los antepasados de los europeos modernos.
  
  
  
ALGUNAS CONCLUSIONES
  
La significancia
de la prehistoria para la humanidad, en el año 2000, es que todo lo que
hoy somos —nuestros grandes logros culturales, nuestro creciente
potencial, nuestras consecuciones de capital humano y biológico— son un
producto de esa prehistoria.
(Vernon L. Smith, "Humankind in Prehistory: Economy, Ecology and Institutions").
  
• Somos una especie omnívora.
  
• El uso de armas y
herramientas para matar animales o defenderse, cortar carne y quebrar
huesos, la consumición de carnes, grasas, tuétano, médula y órganos
cocinados procedentes de la carroña, el canibalismo y especialmente la
depredación, y la actividad de la caza y todo lo que la rodea, han
jugado un importantísimo papel en nuestra evolución. Nos ahorraron el
trabajo de tener que desarrollar dentaduras carnívoras o garras que
habrían entorpecido nuestro trabajo manual. Evitaron la aparición de
jugos gástricos que acidificarían nuestro cuerpo limitando el desarrollo
esquelético. Y finalmente, liberaron nuestro cráneo de la opresión de
los músculos masticadores, permitiendo que nuestro cerebro creciese,
nutrido por grasas animales de alta calidad, como las de los sesos, el
tuétano, la médula, las criadillas y otros órganos.
  
• De todos los primates, somos los más adaptados al carnivorismo y a la caza.
  
• La raza humana más dada a los alimentos animales según su morfología craneomandibular y por la probable climatología de su Urheimat evolutiva es la nordico-roja, seguida de la nordico-blanca y la mongólida.
  
• La Naturaleza había
colocado al hombre en lo alto de la pirámide trófica antes del
advenimiento de la agricultura. La agricultura provocó la caída del
hombre de lo alto de dicha pirámide.
  
• Los paleoantropólogos
saben ahora que incorporar carnes y grasas a la dieta, y empezar a
cocinarlas después, ahorró muchísima energía calórica a nuestros
antepasados, ya que la digestión, especialmente la digestión de
productos vegetales fibrosos, es un proceso que consume mucha energía y
que requiere un sistema digestivo extraordinariamente complejo. Comer
carne cocinada, un alimento muy denso en nutrientes y de alta
biodisponibilidad, permitió simplificar el sistema digestivo, y así
desviar toda esta energía metabólica hacia la producción de calorías
para combatir el frío, hacia la construcción de tejidos en general
(cuerpos cada vez más grandes) y hacia la creación de materia gris en
particular (aumento del tamaño del cerebro).
  
• Durante la época en la que
vivíamos conforme al plan de Dios, estuvimos acumulando un capital
genético fabuloso. La posterior "Historia" tal y como la conocemos, no
es sino la dilapidación irresponsable y suicida de ese capital mientras
se multiplican los tipos humanos defectuosos merced a la explotación del
ingenio, de la inteligencia y de la compasión de la élite genética.
  
• Los herbívoros en cierto
modo son los "pringaos" del mundo animal, que han sacrificado su
capacidad cerebral en aras de constituir sistemas digestivos
increíblemente complejos y caros en términos metabólicos, para poder
digerir la materia orgánica más abundante —e inasequible— del planeta:
la celulosa. Los carnívoros son audaces e inteligentes por cuanto se
ahorran estos costosos trabajos digestivos comiéndose directamente a los
herbívoros, y sustituyendo como fuente calórica principal a los
azúcares por las grasas, que son un combustible más concentrado,
efectivo y denso.
  
  
La
película "Odisea 2001" aborda la evolución humana desde una perspectiva
curiosa. Durante un alineamiento astral (suena la melodía del "Así habló
Zaratustra" de Richard Strauss), se produce el amanecer del hombre:
Dios se manifiesta a un grupo de primates herbívoros africanos, que tras
la "revelación", cambian su comportamiento, adoptando el uso de
armas-herramientas y el consumo de carne.
NOTAS
[9] "The craniomandibular mechanics of being human", Stephen Wroe et. al., 2010.









No hay comentarios:

Publicar un comentario