miércoles, 23 de noviembre de 2016

Europa Soberana: Esparta y su ley (I de V)

Europa Soberana: Esparta y su ley (I de V)












































viernes, 3 de mayo de 2013






Esparta y su ley (I de V)






Si tuviera
que elegir un lema, sería éste: "Duro, puro, seguro", —en otras
palabras: inalterable. Este sería el ideal de los fuertes, a quienes nadie
abate, nada corrompe, nada hace cambiar; de los que se puede esperar la unión
con lo eterno, porque su vida es orden y fidelidad.
 (Savitri
Devi, "Memorias y reflexiones").


  
0- ÍNDICE 
  
1. INTRODUCCIÓN 
2. ORÍGENES DE ESPARTA  
3. PRIMER DESARROLLO DE ESPARTA  
4. LICURGO Y LA REVOLUCIÓN   
5. LA NUEVA ESPARTA   
6. EUGENESIA Y CRIANZA   
7. LA INSTRUCCIÓN DE LOS NIÑOS   
8. LA INSTRUCCIÓN DE LOS
ADOLESCENTES 
  
9. LA VIDA ADULTA   
10. LAS MUJERES Y EL MATRIMONIO   
11. EL GOBIERNO
   A) La Diarquía 
   B) El Eforado 
   C) El Senado
   D) La Asamblea
   E) Sobre las elecciones
   F) Nomocracia: los reyes, a las
órdenes de las leyes
12. SOBRE LA MENTALIDAD PAGANA, EL
SENTIMIENTO RELIGIOSO ESPARTANO Y LA SUPREMACÍA SOBRE ATENAS
13. LA POLÍTICA DE LOS ESPARTIATAS
PARA CON SUS INFERIORES: LA KRYPTEIA. 
14. LA GUERRA 
15. LA BATALLA DE LAS TERMÓPILAS COMO
EJEMPLO DE HEROÍSMO
16. HISTORIA POSTERIOR DE ESPARTA
17. EL CREPÚSCULO DE ESPARTA
18. LA LECCIÓN DE ESPARTA
19. LA PERVIVENCIA DEL ARQUETIPO
ESPARTIATA
20. NOTAS
1-
INTRODUCCIÓN
¡Felices
tiempos aquellos del pasado remoto en que un pueblo se decía a sí mismo:
"¡Yo quiero ser el amo de otros pueblos!" Y es que, hermanos, lo
mejor debe dominar y lo mejor quiere también dominar. Y allí donde se enseñe
otra cosa es porque falta lo mejor.
 
(F. W. Nietzsche).
Esparta fue
la primera reacción masiva contra la inevitable decadencia traída por la
comodidad de la civilización, y como tal, hay mucho que aprender de ella en
esta época de degradación biológica y moral inducida por la sociedad
tecnoindustrial. Los espartanos supieron adelantarse milimétricamente a todos
los vicios producidos por la civilización, y haciéndolo, se colocaron en lo
alto de la pirámide del poder de su región. Todas las actuales tradiciones
militares de élite son en cierto modo herederas de lo que se llevó al cabo en
Esparta, y ello nos señala la pervivencia de la misión espartana.
En este
libro se han recabado datos de diversas fuentes, dando prioridad a las
clásicas. El historiador y sacerdote de Apolo en el santuario de Delfos,
Plutarco (46 EC-125 EC), en sus obras "Antiguas costumbres de
los espartanos
" y "Vida de Licurgo"
nos da valiosa información acerca de la vida espartana y sobre las leyes
espartanas, y mucho de lo que hoy sabemos acerca de Esparta es gracias a él.
Jenofonte (430 AEC-334 AEC), historiador y filósofo que mandó a sus hijos a ser
educados en Esparta, es otra buena fuente de información, en su escrito "Constitución
de los Lacedemonios
". Platón (427 AEC-347 AEC), en su
conocida "República" nos muestra su
concepto de cómo ha de estar regido un estado superior, enumerando muchas
medidas que parecen directamente sacadas de Esparta, pues en ella se inspiró.
Hoy en día
nuestros adoctrinadores académicos enseñan vagamente que Esparta era un estado
militarista y brutal volcado completamente en el poder, y cuyo sistema de
educación y entrenamiento era muy duro. Nos presentan a los espartanos, a
grandes rasgos, como soldados eficientes, toscos y descerebrados, a los que
"sólo les interesaba la guerra". Esto es un reflejo deliberadamente distorsionado
de lo que realmente fueron, y se debe principalmente a lo que nos han contado
algunos atenienses decadentes, aderezado con la mala fe de quienes manejan
actualmente la información, que pretenden tergiversar la Historia para servir a
intereses económicos y de otros tipos.
Los
espartanos dejaron una huella espiritual indeleble. El simple hecho de que aun
hoy en día el adjetivo "espartano" designe cualidades de dureza,
severidad, tosquedad, resistencia, estoicismo y disciplina, y que existan
vocablos para designar la atracción hacia Esparta (laconofilia, filodorismo),
nos da una idea del enorme papel que cumplió Esparta. Fue mucho más que un
simple Estado: fue un arquetipo, la máxima exponente de la doctrina guerrera.
Tras la fachada perfecta de hombres aguerridos y mujeres atléticas se
escondía el pueblo más religioso, disciplinado y ascético de toda Grecia, que
cultivaba la sabiduría de un modo discreto y lacónico, lejos
del ajetreo y la chabacanería urbana que ya entonces habían hecho su aparición.
  
Es imposible
rematar esta introducción sin hacer referencias a la película "300",
a pesar de que la mayor parte del texto fue escrito bastante antes de que
saliese la película en 2007. Según se vaya leyendo, se verá que el modo de ser
de los espartanos históricos no tenía nada que ver con los personajes que nos
presenta esa película, que intenta hacernos más "digeribles" a los
espartanos, presentándonoslos de una forma más yanqui, más
"simpática" para las mentes modernas —lo cual no está del todo mal,
puesto que de otro modo quizás el mensaje no hubiese cuajado.  
  
A otro
nivel, Esparta brinda la excusa perfecta para tocar temas muy
importantes. 
  
  
  
2- ORÍGENES
DE ESPARTA
  
Confesemos
pues, sin rodeos, de qué forma ha surgido siempre en la Tierra toda cultura
superior: Unos hombres dotados de un carácter muy cercano a la naturaleza,
  bárbaros  en todo el sentido
terrible de la palabra, hombres de presa en posesión de una fuerza de voluntad
y de una voluntad de poder aun intactos, se lanzaron sobre razas más débiles,
más civilizadas, más pacíficas, dedicadas quizás al comercio o al pastoreo, o
sobre antiguas culturas agotadas, cuya última fuerza vital se extinguía en
brillantes fuegos artificiales en el ámbito del espíritu y de la corrupción. La
casta aristocrática fue siempre en sus inicios la casta de los bárbaros: su
supremacía no radicaba tanto en la fuerza física como en la psíquica. Eran
hombres más enteros, lo que equivale a decir "bestias más enteras",
en todos los sentidos.
 
(F. W.
Nietzsche).
  
Antes de
las grandes invasiones indoeuropeas, Europa se hallaba poblada por diversos
pueblos pre-indoeuropeos, algunos de los cuales tenían sociedades avanzadas a
las que nos inclinamos  a considerar como relacionadas con otras
civilizaciones y sociedades fuera de Europa [1].
En un
principio, la mayor parte de Grecia estaba habitada por gentes mediterráneas
que los posteriores invasores helenos llamaríanpelasgos.
Hacia 2700 AEC, floreció la civilización minoica (nombrada así en memoria del
legendario rey Minos), basada en la isla mediterránea de Creta, muy influida
por Babilonia y los caldeos, claramente relacionada con los etruscos e incluso
con Egipto, y conocida por su "culto al toro" telúrico, el palacio de
Cnosos, construcciones carentes de fortificaciones y un arte abundante en
espirales, curvas, serpientes, mujeres y peces, todo lo cual coloca a esta
civilización dentro de la órbita de las culturas de carácter telúrico y
enfocadas a la Madre Tierra o Magna Mater.  
  
Alcance de la civilización
minoica. 
  
Según la
mitología helénica, a medida que los primeros helenos periféricos iban
avanzando en Grecia y entrando en contacto con sus gentes, los minoicos
acabaron exigiendo, como tributo anual, 14 varones helenos jóvenes para ser
sacrificados ritualmente (la leyenda de Teseo, Ariadna, el laberinto y el
minotauro es una reminiscencia de esta época). 
Éste es el aspecto que pudo haber
tenido el yacimiento de Cnosos en tiempos. 
  
Hacia 2000
AEC hubo una invasión por parte de la primera oleada helénica, que inauguró lo
que la arqueología denomina Edad de Bronce. Los helenos eran una masa
indoeuropea que, en sucesivas oleadas bastante separadas en el tiempo, invadió
Grecia por el Norte. Se trataba de un pueblo recio, más unido, marcial y
vigoroso que los pelasgos, y acabaron sometiendo aquellas tierras a pesar de
ser numéricamente inferiores a la población autóctona. Estos helenos eran los
famosos aqueos a los que se refieren Homero y
las inscripciones egipcias. Trajeron a Grecia sus dioses, sus símbolos solares
(incluida la cruz gamada, utilizada posteriormente por Esparta), los carros de
guerra, el gusto por el ámbar [2], asentamientos fortificados, un idioma
indoeuropeo (el griego, que se acabaría imponiendo a la población indígena), la
sangre nórdica, el patriarcado y sus tradiciones
cazadoras-guerreras. 
  
Reconstrucción
del asentamiento de Micenas, principal centro aqueo. Nótese el estilo
"feudal", con fortificaciones, en contraste con la falta de defensas de
la pacífica Cnosos. 
Los aqueos
se fueron asentando en Grecia, erigiéndose como casta dominante, sin llegar en
un principio a Creta. La primera destrucción de los palacios minoicos (hacia
1700 AEC) fue probablemente debida a un gran terremoto del que hay evidencias,
y no a una invasión aquea.  
  

Las civilizaciones micénica y
minoica, alrededor de 1800-1400 AEC. 
  
Los aqueos,
en fin, acabaron dando lugar a la civilización llamada micénica, centrada en la
ciudad de Micenas, Argólida. En 1400, los aqueos tomaron por la fuerza la isla
de Creta, destruyendo los palacios y finalizando definitivamente la
civilización minoica aunque, hasta cierto punto, acabaron adoptando algunas
formas exteriores de la misma ―cosa que hacen muchos invasores
desarraigados que pisotean a una civilización superior pero ya decadente. 
  
Fueron los
aqueos los que, alrededor de 1260 AEC, sitiaron y arrasaron Troya, en una
cruzada de Occidente-Oriente capaz de unir a todos los
aqueos ―generalmente propensos a guerrear entre ellos― en una empresa
común. En la "Ilíada", Homero nos los describe como una banda de
bárbaros de mentalidad y aspecto vikingos, arrasando una Troya refinada y
civilizada. Tras este proceso, toda la costa occidental de Asia Menor, así como
el Mar Negro y el Bósforo, quedó sometida al influjo griego, un proceso que
tendrá un peso descomunal en la Historia. 
  
Los bandos durante la
Guerra de Troya. En verde, la Grecia "homérica" de los aqueos. En
violeta, reinos orientales que entraban en conflicto con la creciente expansión
griega hacia el Este. 


  
Alrededor
de 1200 AEC, hubo de nuevo un inmenso flujo migratorio. Infinidad de pueblos
indoeuropeos se desplazaban con gran tumulto hacia el Sur y hacia el Este. Todo
el mediterráneo oriental sufrió grandes convulsiones bajo los llamados
"pueblos del mar" y otras tribus indoeuropeas que invadieron Turquía,
Palestina, Egipto y las estepas de Europa del Este, y que inauguraron la Edad
de Hierro arqueológica en el Mediterráneo Oriental. 
  
En cuanto a
la civilización micénica de los aqueos, también fue arrasada por una de estas
invasiones. Las menciones apocalípticas que se hacen en la historia tradicional
griega (fuego, destrucción, muerte) hicieron pensar equivocadamente a muchos
historiadores en grandes terremotos o revueltas. En esta legendaria invasión,
mucho más numerosa que la anterior, se utilizaron ya armas de hierro,
superiores a las armas de bronce de los aqueos. Los dorios, pertenecientes a
dicha migración, y antepasados de los espartanos, irrumpieron en Grecia con
extrema violencia, destruyendo a su paso ciudades, palacios y poblados. Los
dorios tomaron Creta, y la civilización micénica de los aqueos desapareció
abruptamente del registro arqueológico. Argólida —tierra de Micenas— 
nunca olvidaría esto, y aunque ya con sangre doria, el Estado de Argos, junto
con sus dominios, se opondría testarudamente al poder espartano en siglos
posteriores.  
  
El anterior
asentamiento de los dorios había estado en los Balcanes y en Macedonia, donde
vivían en estado bárbaro o semibárbaro, pero no habían habitado siempre en esa
zona, sino que acabaron allí como resultado de otra migración procedente de aun
más al Norte. La tesis más sensata es la que coloca el lugar de procedencia de
los dorios junto a los celtas, los itálicos, los ilirios y el resto de helenos,
en las llamadas Cultura de los Túmulos y las posteriores Cultura de los Campos
de Urnas y Cultura de Halstatt, civilizaciones proto-indoeuropeas semibárbaras
y tribales que florecían en Centroeuropa, al norte de los Alpes y al sur de
Escandinavia. Según el historiador griego Heródoto, los dorios tenían su hogar
más primigenio "entre las nieves". Genéticamente parece que los
dorios pertenecían al linaje paterno R1b, el que predomina en Europa Occidental
hoy en día.
  
En toda
Europa, tras las invasiones, existía una pugna (primero abierta y después más
sutil) entre la mentalidad marcial de los nuevos invasores del Norte y la
concupiscible mentalidad nativa. El Este, Finlandia, Italia, la Península
Ibérica y Grecia fueron ejemplos de esta pugna, y generalmente el resultado fue
siempre el mismo: los invasores indoeuropeos se impusieron a pesar de su
aplastante inferioridad numérica, estableciéndose como nobleza por encima de
una plebe descendiente del pueblo aborigen sometido. En el Peloponeso, esta
lucha latente resultó en el fruto sobrehumano de Esparta, del mismo modo que,
posteriormente, la lucha entre itálicos y etruscos dio lugar a Roma. 
  
Cada época
y cada lugar tienen su propia raza dominante. En aquella época y aquel lugar,
los dorios eran la raza dominante. Un aspecto físico nórdico, un alma de hielo
y fuego, una disciplina nata y una brutal vocación guerrera que les era
natural, les distinguían de los nativos, más pacíficos y completamente volcados
en las voluptuosidades del bajo vientre. Los dorios en particular (y entre
ellos concretamente los espartanos, que se mantuvieron estrictamente apartados
del resto del pueblo) conservaron sus rasgos originales durante más tiempo que
el resto de helenos: siglos después de la invasión doria, los cabellos rubios y
la estatura elevada aun eran considerados propios del ser espartano. Ello se
debe a que, como en India, la gran epopeya de la invasión ancestral
permaneció durante largo tiempo en la memoria colectiva del pueblo, y el
racismo de los dorios, junto con su obstinación en permanecer como élite
selecta, dio lugar a un sistema de separación racial que pudo conservar durante
siglos las características de los invasores originales.
  
El nombre
de los dorios [3] proviene
de Dorus,
hijo de la legendaria Helena (que fue Helena de Esparta antes de ser Helena de
Troya). Los aristócratas se llamaban heráclidas, pues decían descender, además,
de Heracles, atribuyéndose así una ascendencia divina. Divididos en tres tribus
(hileos, dímanes y panfilios), los dorios se hallaban guiados por este linaje
regio, así como por oráculos —los sacerdotes helenos, equivalentes a los
druidas célticos. Para los heráclidas, la invasión de Grecia era un mandato
divino, nominalmente de Apolo "el Hiperbóreo", su dios
predilecto. 
  
Durante los
cuatro siglos posteriores, de 1200 AEC a 800 AEC, surgió una etapa que la
historiografía moderna llama "edad media griega", en la que los
dorios se erigieron en aristocracia de los aborígenes y formaron pequeños
reinos "feudales" que luchaban permanentemente unos contra otros,
como gustaban de hacer los invasores desarraigados de todas las épocas. Esta
etapa fue una edad heroica, individualista y de gloria personal, en la que los
guerreros buscaban un crepúsculo esplendoroso. Muchas batallas se decidían aun
por duelo de campeones: el mejor guerrero de un bando se enfrentaba con el
mejor del otro. Esto representa la mentalidad heroica pero insensata de la época:
"los fuertes se destruyen entre sí y los débiles continúan viviendo".
Por aquel
tiempo aun no se había alcanzado en Grecia la imagen del depurado
guerrero-señor equivalente al posterior caballero medieval: los dorios seguían
siendo bárbaros. Para bien o para mal, todas las grandes civilizaciones
comenzaron así: con hordas guerreras y cazadoras, fuertemente unidas por lazos
de clan, y disciplinadas por una forma de vida militarizada. Nietzsche ya
señaló la importancia del carácter "bárbaro" en la formación de toda
aristocracia. Para él, incluso cuando semejantes invasores se establecen y
forman Estados, el carácter básico bárbaro seguía subyaciendo sutilmente en las
formas de dichos Estados, aun ascendentes.
  
Durante la
edad media griega, en 1104 AEC, los heráclidas alcanzaron el Peloponeso. La
historia espartana explicaba bastante correctamente que los dorios invadieron
Grecia 80 años tras la destrucción de Troya y que, liderados por el rey
Aristodemo 
[4]conquistaron la
Península. Pausanias (siglo II, no confundir con el príncipe espartano que
derrotó a los persas en la batalla de Platea), en su "Descripción
de Grecia
", entra en más detalles. Nos dice que los
dorios, procedentes de una región montañosa del norte de Grecia llamada Oeta y
guiados por Hilo, un "hijo de Heracles", expulsaron del Peloponeso a
los aqueos micénicos. Sin embargo, una contraofensiva aquea los hizo
retroceder. Después, en un proceso definitivo llamado "retorno de los
heráclidas", los dorios se asentaron definitivamente en el Peloponeso
prevaleciendo sobre los aqueos, y hubo grandes disturbios en toda la península.
La frase-dogma del "retorno de los Heráclidas" era la manera que
tenían los dorios de justificar la invasión del Peloponeso: las familias nobles
dorias, emparentadas lejanamente con las familias nobles aqueas (tanto dorios
como aqueos eran helenos), se presentaban para reclamar lo que
"legítimamente" les pertenecía. 
El nuevo
torrente de sangre indoeuropea, cortesía de los dorios, acabaría por
revitalizar a la Hélade a largo plazo, manteniéndola en la vanguardia
espiritual y física de la época, junto con Persia, India, un Egipto que ya no
era lo que fue, y China. En el Sur de la península del Peloponeso, los
dorios establecieron su principal centro, la ciudad de Esparta, también
conocida por su nombre anterior, Lacedemonia. El territorio bajo dominio de
Esparta fue conocido como Laconia.
  
La ciudad
original de Esparta o Lacedemonia no era propiamente tal, sino que se componía
de un "cluster" de cinco aldeas (Pitana, Cinosura, Mesoa, Limnas y
Amiclas, en un principio guarniciones militares) diferentes pero cercanas
y unidas, cada una con su sumo sacerdote. Los asentamientos siempre
carecieron de murallas defensivas, pues confiaban orgullosamente en la
disciplina y fiereza de sus guerreros. El rey Antacildas llegó a decir que "Los muros de
Esparta son sus jóvenes, y sus límites el hierro de sus lanzas". Sencillamente
el carecer de muros les ayudaba a mantenerse alertas y a no dejarse relajar.
Hitler diría, con una mentalidad idéntica: "Una excesiva conciencia de
seguridad provoca en efecto a la larga un relajamiento de fuerzas. ¡Creo que la
mejor muralla será siempre una pared de pechos!" 
  
Esparta,
empero, se hallaba rodeada de defensas naturales, ya que estaba situada en el
valle del río Eurotas, entre altas montañas, con la cadena montañosa del
Taigeto al Oeste y el Parnón al Este. Aun así, el carecer de murallas demuestra
la seguridad y confianza en sí mismos que tenían los espartanos, así como
cierta altivez.  
  
En la
Hélade, tres acabarían siendo las principales corrientes indoeuropeas: Por un
lado los ásperos dorios, que hablaban un rudo dialecto helénico que gustaba del
empleo de la a y la r. Por otro
lado, los suaves jonios, que procedían de una invasión helénica anterior a los
dorios, vestían con ropas flotantes al estilo oriental y hablaban un dialecto
helénico más amable al oído, que empleaba mucho la i y
las [5]. Los demás pueblos de Grecia eran
llamados eolios, hablaban un dialecto que parecía una mezcla de dorio y jonio,
y provenían de los antiguos aqueos mezclados hasta cierto punto con los
pelasgos y posteriormente con los invasores dorios y jonios —por lo que en
ocasiones también se les llamaba, erróneamente, aqueos.  
   
La distribución de los
pueblos helénicos en Grecia. El cuadrado negro del Sur representa la ciudad de
Esparta. El pequeño "lago" de sangre doria que hay en la zona central
es Delfos, santuario religioso venerado en toda Grecia. 
    
  
   
3- PRIMER DESARROLLO DE ESPARTA: LAS GUERRAS MESENIAS 
  
Might is
right.
 ("La
fuerza es el derecho"). 
(Dicho
anglosajón).
Como en la
vida corriente, el "genio" necesita de un estímulo, muchas veces
hasta literalmente un empujón, para llegar a iluminarse, de la misma forma
sucede en la vida de los pueblos con la "raza genial".
(Adolf
Hitler, "Mi Lucha").
Durante el
Siglo VIII AEC, Esparta, como el resto de pueblos de la Hélade, constituía una
pequeña ciudad-estado gobernada por una monarquía y una oligarquía
aristocrática de ascendencia dórica. Motivados por un crecimiento demográfico y
una necesidad de recursos y de poder, los espartanos miraron al Oeste y
decidieron que más allá de los montes Taigetos, en Mesenia, crearían una nación
de esclavos para servirles.
La
geopolítica de Laconia no les dejaba mucha opción: se encontraban sobre un
terreno áspero y aislado, cruzado por montañas y ríos no-navegables. Laconia
era algo así como el Heartland, o región cardial, del Peloponeso: una zona
inaccesible para cualquier potencia que utilizase el mar como vector para
proyectar su poder. Por tanto, estaba bien protegida del extranjero, pero a
cambio, los laconios no podían darse al mar, ya que la costa era abrupta y sólo
existía un emplazamiento apto para establecer un puerto, en Gitión,
y estaba a 43 km de la capital (a diferencia de El Pireo, que estaba al lado de
Atenas). Por tanto, no podían seguir el ejemplo de los atenienses, que saltaban
de isla en isla, colonizaban las costas y sacaban grandes cantidades de trigo
de la orilla norte del Mar Negro. Sin embargo, el vecino reino de Mesenia tenía
la llanura más fértil de la Hélade ("buena para plantar, buena para arar"
decía Tirteo; "llanura feliz", la llamaban los espartanos).
Anexionándosela, alcanzarían la autarquía alimentaria y ya no necesitarían
depender de territorios lejanos, del comercio, de los mercaderes, de islas
estratégicas, de estrechos marítimos fáciles de controlar para el enemigo o de
una flota naval. Además, no tendrían que cosmopolitizarse, como suele pasar con
todas las potencias comerciales. Esparta, pues, se estaba perfilando como una
telurocracia —una potencia geopolítica de tipo claramente continental— en
contraposición a la marítima talasocracia ateniense. 
Este mapa físico de
Laconia (sureste del Peloponeso) muestra la localización de la ciudad de
Esparta, en un valle situado entre altas cadenas montañosas. Se aprecia su
posición bien protegida. Al Oeste, la coordillera del Taigeto les separaba de
los mesenios, y al Este, el Parnón les separaba del Egeo, donde la influencia
de Atenas y Asia Menor era fuerte. La única apertura marítima canalizaba a
Esparta hacia el Sur, concretamente hacia la isla de Creta, que es hacia donde
se dirigieron los dorios después de conquistar el Peloponeso.
    
Alrededor
de 743 AEC, en una ocasión en la que los mesenios estaban festejando y
ofreciendo sacrificios a sus dioses, Esparta mandó a tres chicos disfrazados de
doncellas. Estos pequeños soldados, bien entrenados, portaban espadas cortas
debajo de sus túnicas, y en el despreocupado ambiente festivo no tuvieron
problemas para infiltrarse en territorio mesenio. Desde dentro, acecharon a la
multitud mesenia desarmada, y a una señal dada, comenzaron una sangrienta
carnicería en el grueso de la muchedumbre, antes de que la masa mesenia
redujese a los muchachos. Después del incidente, los varones mesenios se
agruparon enfurecidos, se armaron y marcharon sobre Laconia. En el combate que
se desató, cayó uno de los reyes de Esparta, y comenzó la Primera Guerra
Mesenia (descrita por Tirteo y por Pausanias, quien se basa a su vez en Mirón de
Priene).
  
Tras cuatro
años de guerra y una gran batalla, ningún bando se había hecho aun con la
victoria. Aquello era una resistencia sorda al estilo de la guerrilla, y
probablemente los ejércitos convencionales habían sido relativamente
desbaratados tras la primera batalla. Aun no se había adoptado la táctica de la
falange ni el equipamiento hoplítico, y las acciones más decisivas eran los
golpes de mano, las razzias y los asedios. Sin embargo, los mesenios habían
sufrido tantas pérdidas que el caudillo guerrero mesenio, Aristodemo, se retiró
con sus hombres a una fortaleza en el monte Itomé, y visitó al oráculo para
pedirle consejo en su lucha contra Esparta. El oráculo le respondió que para
resistir a los espartanos, una doncella de una antigua y respetable familia
mesenia debía ser sacrificada a los dioses. Aristodemo, que debía ser un gran
patriota, no vaciló al sacrificar a su propia hija. Cuando los espartanos
oyeron esto, se apresuraron a hacer la paz con los mesenios, pues,
supersticiosos o no, otorgaban gran importancia a este tipo de asuntos
rituales.  
  
Después de
algunos años, empero, los espartanos resolvieron atacar a los mesenios de
nuevo. Hubo otra gran batalla, pero de nuevo la victoria aun no se decantó por
ninguno de los dos bandos. Y puesto que el rey mesenio había caído, el caudillo
Aristodemo pasó a reinar sobre los mesenios. Al quinto año de su reinado, pudo
expulsar de su territorio a las fuerzas espartanas. Sin embargo,
Aristodemo parecía estar bajo una sombría maldición. En un templo mesenio, un
escudo cayó de la mano de la estatua de la diosa Artemisa. La hija sacrificada
de Aristodemo se le apareció como figura etérea y le pidió que se quitase la
armadura. Él lo hizo, y ella le coronó con una corona de oro y le vistió con
una túnica blanca. Según la mentalidad de la época, todas estos augurios
significaban que la muerte de Aristodemo se avecinaba. Los hombres antiguos se
tomaban estas cosas con mucha gravedad, no se trataba de superstición, se
trataba de desentrañar los signos arquetípicos que se repetían en la Tierra
como eco de lo que sucedía en el cielo. Y, según esto, negros presagios
gravitaban sobre Aristodemo. Una densa depresión se apoderó de su mente.
Comenzó a pensar que tanto él como su nación estaban condenados a la esclavitud.
Creyendo que había sacrificado a su hija en vano, se suicidó sobre su tumba.
Decían los griegos que "aquel a quien los dioses quieren destruir, primero
lo vuelven loco".
  
La guerra
duró un total de 19 años, y
fue solo tras este tiempo que los espartanos pudieron exterminar la resistencia
mesenia y arrasar la fortaleza de Itomé. Algunos mesenios huyeron del
Peloponeso, y los que permanecieron pasaron a ser tratados con más dureza que
los mismos helotas (la plebe) de Laconia. Quedaron relegados a ser hilotas
(campesinos vasallos de Esparta) en la fértil llanura mesenia, y se les obligó
también a pagar la mitad de la producción de su tierra a sus amos espartanos.
  
Pero los
mesenios, mucho más numerosos que los espartanos, no estaban satisfechos con
esta situación de pueblo "secundario" y sometido. Dos generaciones
después de la Primera Guerra Mesenia, surgió un osado líder llamado Aristómenes que, apoyado por los Estados de Argos
y Arcadia, predicó la rebelión contra Esparta. A raíz de esto, en el Siglo VII
AEC, comenzó la Segunda Guerra Mesenia. Con una banda de leales seguidores,
Aristómenes protagonizó numerosas incursiones en territorio espartano, incluso
arrasando dos poblaciones. Tres veces celebró un extraño sacrificio llamado
Hecatomfonía, ritual que sólo estaba permitido ejecutar a quien había matado
más de cien enemigos. Los mesenios, por primera vez, emplearon la táctica de la
falange hoplítica, caracterizada por formaciones de orden cerrado, parapetadas
tras un muro de escudos desde el que las lanzas apuñalaban impunemente. Los
espartanos aun no habían adoptado esta forma de combate procedente de Próximo
Oriente, y sufrieron catastróficas bajas en la batalla de Hysias. 
  
Esparta
consultó entonces al oráculo de Delfos. Allí se les dijo que acudieran a Atenas
para procurarse un líder. Esto no debió de agradar a los espartanos, pues sus
relaciones con Atenas no eran buenas, y tampoco agradó a los atenienses por el
mismo motivo, pero ambos Estados respetaban las decisiones salidas de Delfos y
no se opusieron. Los atenienses, empero, actuaron con mala fe: mandaron un
maestro cojo llamado Tirteo (conocido por la posteridad como Tirteo de
Esparta), pensando que no valdría como capitán militar. Sin embargo, Tirteo era
un gran poeta. Sus cánticos de guerra inflamaron el ardor guerrero de los
espartanos y alzaron su moral. En la siguiente batalla contra los mesenios, los
espartanos marcharon ya enardecidos y en formación de falange de combate,
cantando sus canciones. Con tal impulso, derotaron a Aristómenes y a los suyos
en la batalla del Gran Foso, forzándoles a retirarse a otra fortaleza de
montaña llamada Ira, a cuyos pies se estableció un campamento espartano. Esta
situación de asedio, en la que volvieron las guerrillas con más fuerza que
durante la primera guerra, duró once años.
Aristómenes a menudo conseguía romper el cerco espartano de Ira y dirigirse
hacia Laconia, sometiéndola a pillaje. Dos veces fue capturado por los
espartanos, y dos veces escapó. A la tercera vez, fue capturado junto con 50 de
sus hombres, y se les paseó victoriosamente por Esparta como si de un triunfo
romano se tratase. Después fueron llevados al pie del monte Taigeto y arrojados
por un precipicio, el famoso Kaiada. Según la historia griega, sólo se salvó
Aristómenes, que sobrevivió milagrosamente a la caída y pudo salir del abismo
siguiendo a un zorro. Al poco tiempo, ya estaba en la fortaleza de Ira al
frente de sus hombres. 
  
Pero los
espartanos acabaron infiltrando a un espía en la fortaleza, y una noche,
después de que Aristómenes volviese de una de sus correrías, la fortaleza fue
traicionada. En la cruenta batalla que siguió, se dijo que Aristómenes fue
herido y que, juntando a sus hombres más valientes, rompió las líneas
espartanas y escapó a Roma, donde murió poco después. Es más que probable que
este mito fuese construido para revitalizar el orgullo mesenio: incluso dijeron
250 años más tarde que Aristómenes fue visto en un campo de batalla combatiendo
contra los espartanos. 
  
Los
espartanos conquistaron con la lanza y la espada suficientes tierras para
mantener a todo su pueblo y a las gentes sometidas. Subyugaron a los mesenios,
vencieron a muchedumbres hostiles muchísimo más numerosas que ellos mismos y
las sometieron indiscutiblemente a su dominio. Las poblaciones mesenias
costeras se convirtieron en poblaciones periecas (una suerte de clase media
comercial y marina), y el resto del país en hilotas (plebe campesina).
Abarcando toda la mitad sur del Peloponeso, incluyendo el territorio original
de Laconia y el conquistado de Mesenia, Esparta se convirtió en el Estado más
grande de toda la Hélade con diferencia (tres veces más que el del Estado ático
de Atenas, que ya es decir). A diferencia de los demás estados helénicos, Esparta había elegido ser una potencia
terrestre y continental, de territorio compacto, en vez de dedicarse a la
marinería y a colonizar zonas ajenas a Grecia, como hicieron otros estados
helénicos en Asia Menor, Italia, el Mar Negro o África [6]. Al
menos en parte, esto se lo debió Esparta a su inmenso potencial agrícola:
Mesenia era la tierra más fértil del mundo griego con mucha diferencia, y
mientras que Atenas sufría falta crónica de grano continuamente y debía ir a
las costas del Mar Negro a buscarlo, Esparta no tuvo problemas.
  
Hay que
pensar por un momento en cómo estos combates, terriblemente feroces y largos, y
que a punto estuvieron de hundir a la misma Esparta, pudieron influir sobre el
carácter espartano. Las guerras mesenias marcaron para siempre su mentalidad.
En última instancia, los maestros de los espartanos fueron sus propios enemigos
y las guerras que les forzaron a mantener. Ellos fueron los que instauraron en Esparta
la paranoia militarista y la preparación para el combate que caracterizó a
Esparta. Fueron los que hicieron entrar en crisis a la aristocracia espartana
y, por pura necesidad, buscar la mejor forma de prevalecer sobre sus enemigos.
Esparta jamás hubiese sido lo que llegó a ser si en el combate se hubiese
topado con un pueblo cobarde. Sostener una prolongada lucha contra elementos de
alta calidad, enemigos audaces y temibles de los cuales enorgullecerse,
despertó la fuerza espartana. Tal vez sea ésa la única "ventaja" de
las desafortunadas guerras fraticidas, tan típicas de Europa. 
  
  
   
4- LICURGO
Y LA REVOLUCIÓN
 
  
Los
primeros que crearon fueron los pueblos, y sólo luego lo hicieron los
individuos: realmente, el propio individuo es más bien una creación reciente.
En un tiempo, los pueblos se impusieron una tabla del bien. El amor que ansía
mandar y el que anhela obedecer crearon conjuntamente para sí estas tablas.
 
(F. W.
Nietzsche). 
  
Como se ha
dicho, entre 1200 y 800, hubo 400 años de "edad "oscura" o edad
media griega. Los hombres de aquella época actuaban por gloria personal, es
decir, su conducta estaba inspirada en las gestas legendarias de antiguos
héroes individualistas. Hermanos de sangre se mataban insensatamente entre ellos
en vez de unificarse en una voluntad común, no buscando ya la gloria personal,
sino la gloria de su pueblo. Esparta misma estaba inmersa en este sistema
heroico pero fraticida, donde cada hombre transitaba su camino buscando su
propia inmortalidad. Los nobles dorios se mataban entre ellos mientras sus
verdaderos enemigos proliferaban. Esparta no era sino un reino más de los
muchos que existían en la Hélade, y además en condiciones bastante tumultuosas
y caóticas. Pero en el fin de esa edad oscura surgió una figura que presagiaba
una nueva era: Licurgo, el padre de Esparta, el portavoz de la sangre doria, el
hombre que hizo de Esparta lo que después llegaría a ser. 
  
Volvamos a
entrar en materia: tras haber sofocado la segunda rebelión mesenia con gran
dificultad, los espartanos se encontraron con el inquietante panorama de estar
al borde de la derrota, muy vulnerables, y a las riendas de una población
extranjera resentida y hostil que les superaba en cantidad de más de 10 a uno. Y no se
trataba de esclavos fáciles de someter, sino de pueblos griegos que conservaban
su identidad, su orgullo y su voluntad de poder. Todos los espartanos sabían de
sobra que los subyugados volverían a rebelarse algún día tarde o temprano y que
debían estar preparados para esa ocasión. En este ambiente enrarecido, si
Esparta pudo preservar su pureza y sobrevivir, fue gracias a Licurgo. 
  
No se sabe
cuándo vivió Licurgo. Algunos dicen que pertenece al Siglo IX AEC —es decir,
antes de las guerras mesenias—, otros al Siglo VIII, y otros lo sitúan en el
VII. En todo caso, su extraordinaria personalidad es la del legislador
ancestral, "dador de tablas". Licurgo es medio histórico y medio
legendario. Su nombre significa "conductor de lobos". Era un
veterano de las guerras mesenias, y heráclida, pues pertenecía al linaje real
de los Ágidas, siendo hijo menor del rey Eunomo. Éste había suavizado su
régimen para contentar a las multitudes, pero las mismas multitudes se
envalentonaron por ello, y cayó apuñalado con el cuchillo de un carnicero. Heredó
el reino su hijo mayor, el rey Polidectes, pero habiendo muerto pronto, Licurgo
(que era su hermano menor) le sucedió en el trono. Su reinado duró 8
meses, pero fue tan correcto, justo y ordenado en comparación con la anarquía
anterior, que conquistó el respeto de su pueblo para siempre. Cuando Licurgo
supo que su cuñada (la anterior reina) estaba embarazada de su hermano y
difunto rey, anunció que el fruto del embarazo heredaría el trono, como era
correcto, y por tanto Licurgo pasaba a ser meramente regente.
  
Pero esta
reina era una mujer ambiciosa que quería seguir entronizada, por lo que le
propuso a Licurgo casarse con él y deshacerse del bebé heredero del trono en
cuanto naciera, para que pudieran ser rey y reina a perpetuidad, y tras ellos,
sus propios descendientes. Licurgo se enfureció ante esta proposición y la
rechazó vehementemente en su interior. Sin embargo, como una respuesta negativa
hubiese significado que el partido de la reina se alzaría en armas, mandó
mensajeros para aceptar falsamente la proposición. Pero por otro lado, a la
hora del nacimiento del bebé, envió siervos con órdenes de que, en caso de
nacer una niña, la entregaran a su madre, y en caso de nacer un niño se lo
entregaran a él. El bebé nació varón, y le fue entregado tal y como ordenó.
Durante una noche en la que cenaba con los jefes militares espartanos, Licurgo
mandó traerlo, con la idea de hacer saber a los líderes que había ya heredero.
Alzándolo con sus brazos y sentándolo sobre el trono espartano, exclamó
"¡Hombres de Esparta, he aquí un rey nacido para nosotros!" Y puesto
que el heredero aun no tenía nombre, lo bautizó como Carilao, "alegría del
pueblo". Con este gesto, Licurgo afirmaba su lealtad al heredero y
futuro rey y dejaba claro que debería ser protegido, además de que se convirtió
en su guardián y protector hasta que tuviese la edad de reinar.
  
Entretanto,
Licurgo como regente era altamente reverenciado por su pueblo, que admiraba su
rectitud, honradez y sabiduría. La reina madre, empero, no había perdonado su
rechazo y que raptase y diese a conocer a Carilao. A base de manipulaciones e
intrigas, hizo difundir el rumor de que Licurgo conspiraba para asesinar a su
sobrino y convertirse así en rey de Esparta. Cuando este rumor llegó a oídos de
Licurgo, decidió exiliarse hasta que Carilao  tuviese edad para reinar,
contraer matrimonio y dejar un heredero al trono espartano. En su exilio,
Licurgo viajó por distintos reinos estudiando sus leyes y costumbres para poder
mejorar las espartanas tras su vuelta. El primer país donde estuvo fue la isla
de Creta, asentamiento dorio heredero de Micenas y de renombrada sabiduría,
donde trabó amistad con el sabio Tales, convenciéndolo de que fuera a Esparta a
ayudarle en su propósito. Tales apareció en Esparta como un músico-poeta —una
suerte de trovador—, lanzando canciones de honor y disciplina al pueblo
espartano, y preparándolo así para lo que vendría. Los codiciosos y ambiciosos
abandonaron voluntariosamente sus deseos de riqueza y lujos materiales para
unificarse en poderosa voluntad común con su estirpe. Licurgo también visitó
Jonia, donde no sólo estudió a Homero, sino que se dijo que lo conoció
personalmente (aquí es patente que ciertas fechas no cuadran). Recopiló su
obra, la escribió y luego se la dio a conocer a su pueblo, a quien agradó
mucho, iniciándose así la célebre afición espartana por Homero. Otra notable
hazaña que se le atribuyó a Licurgo es el ser uno de los fundadores de los
Juegos Olímpicos.
  
Licurgo
hizo, además, un viaje a Egipto, donde pasó tiempo estudiando el adiestramiento
del Ejército. Le fascinaba el hecho de que en Egipto los soldados lo fuesen
durante toda su vida, ya que en las demás naciones los guerreros eran llamados
a las armas en caso de guerra, y volvían a sus trabajos anteriores en épocas de
paz. Aunque sin duda no fue éste el único propósito de su viaje a Egipto, ya
que en la época ese país era donde iban todos aquellos que buscaban iniciación
en la sabiduría antigua.  
  
El
espartano Aristócrates dice que Licurgo viajó también a España ("Iberia"),
a Libia y a India, donde conoció a los famosos sabios gimnosofistas, con los
que también se entrevistaría Alejandro Magno siglos más tarde. La escuela
gimnosofista valoraba, entre otras cosas, la desnudez a las inclemencias de la
intemperie como método para curtir la piel y hacer resistente el cuerpo y el
espíritu en general. Como veremos después, esta idea se valoró mucho en la
educación espartana.
  
Mientras
Licurgo estaba fuera, Esparta decayó. Las leyes no eran obedecidas y no existía
fuerza ejecutiva que castigara a los infractores. Los hombres rectos añoraban
la época de la regencia de Licurgo y le rogaban: "Es verdad que tenemos
reyes que llevan las marcas y asumen los títulos de realeza, pero en cuanto a
las cualidades de sus mentes, nada los distingue de sus súbditos. Sólo tú
tienes una naturaleza hecha para mandar y un genio para ganar
obediencia". 
   
Licurgo
volvió a Esparta y su primera acción fue reunir a 30 de los mayores jefes
militares para informarles de sus planes y arengarlos. Después de
que estos hombres le juraran su lealtad, les ordenó reunirse armados en la
plaza del mercado al amanecer con sus seguidores, para insuflar terror en los
corazones de aquellos que rechazaran los cambios que planeaban. Se confeccionó
una lista negra de enemigos potenciales para darles caza y eliminarlos si
hiciese falta. Ese día la plaza se abarrotó de fanáticos seguidores de Licurgo,
y el efecto fue tan impresionante que el mismo rey se acogió en el templo de
Atenea, pues pensaba que se había urdido una conspiración contra él. Pero
Licurgo le envió un mensajero para informarle de que lo único que quería era
implantar nuevas leyes para mejorar Esparta y fortalecerla. Así reconfortado,
el rey salió del templo y, dirigiéndose a la plaza, se unió al partido de
Licurgo. Con Licurgo, los dos reyes y los 30 líderes militares, dicho partido
contaba con 33 miembros.  
  
Mas, aun
con el apoyo del rey, lo que había hecho Licurgo era claramente un golpe de
estado, una conquista del poder, una imposición de su voluntad: una revolución.
Había unido a su pueblo, inculcándole el sentimiento de cohesión que debe
caracterizar a toda gran alianza: "la Especie lo es todo, el individuo
nada". O como diría Hitler a
sus seguidores: "tú no eres nada; tu pueblo lo es todo". 
  
Tras haber
elaborado sus leyes y hecho jurar a los reyes que las respetarían, informó que
viajaría al santuario de Delfos (centro religioso más importante de la Hélade,
considerado "ombligo del mundo") en busca del consejo de Apolo, para
ratificar su decisión. Cerca de Delfos, había a las laderas del monte Parnaso un santuario dedicado a este dios, que se
decía había matado allí a la serpiente Pitón (un ídolo telúrico relacionado con
los pueblos pre-indoeuropeos). Existía allí toda una escuela iniciática, los
llamados misterios de Delfos. Estos misterios fueron una venerable institución,
doria hasta la médula, a la que acudían personajes notables de toda la Hélade
en busca de consejo, iniciación y sabiduría. Se trataba de un emplazamiento
altamente estratégico: desde el mar, el santuario domina las alturas y parece
echarse encima del navegante, y desde Delfos, se ve nítidamente todo lo que
entra y sale del Golfo de Corinto. El santuario venía a decir: "aquí
estamos los griegos, dominamos el tráfico naval y el comercio que éste trae, y
estamos vigilantes". En el templo de Apolo había una sibila o pitia,
sacerdotisa virgen que se creía poseía un vínculo especial con dicho dios y,
como él, dones de videncia que la hacían capaz de ver el futuro y realizar
profecías. Tras recibir a Licurgo, la Sibila lo calificó de "más dios que
hombre", afirmó que era un elegido de los dioses, anunció que sus leyes
eran buenas y bendijo sus planes para establecer la constitución espartana,
pues haría de Esparta el reino más famoso del mundo. 
   
Esta reconstrucción
moderna recrea el aspecto que debió presentar el santuario de Delfos en la
antigüedad. Desde él, se dominaba ventajosamente la entrada al golfo de Corinto. 
El
camino al complejo está sembrado de placas pétreas que las
ciudades-estado griegas donaban al oráculo. Las placas están adornadas
con elaborados escritos y largas dedicatorias, salvo en el caso de la
placa espartana, que reza: "Al oráculo de Delfos, de Esparta".
  
Con la
bendición de la sacerdotisa, Licurgo estableció la constitución espartana (la
Gran Retra) y sus leyes tan duras y severas, leyes de tradición oral que
prohibió escribir, para que cada individuo las asimilara en su alma a lo
largo de años de entrenamiento, práctica e interiorización que lo harían
portador de tales leyes a dondequiera que fuese y en cualquier situación. Su
intención no era crear un sistema mecánico, cuadriculado, rígido y frío, sino
una rueda viva, flexible y adaptable cuya ley fuera, no sólo el sentido común y
la lógica, sino también su intuición e instinto ancestral.  
Por aquel
entonces Esparta estaba rodeada de vecinos hostiles difíciles de repeler y
poseía sólo unos nueve mil hombres no-militarizados para actuar en caso de
guerra o crisis. Licurgo previó que si cada uno de ellos era seleccionado y
entrenado duramente en las artes de la guerra desde la infancia, lograrían
triunfar sobre sus adversarios aunque éstos fuesen superiores en número. A lo
largo de generaciones, el pueblo espartano se endurecería tanto que no tendría
enemigos que temer, y su fama se extendería por los cuatro puntos cardinales.
Desde entonces, los varones espartanos se convirtieron en algo más que
guerreros. Se convirtieron en luchadores de propósito, con una misión de por
vida, empeñados en cuerpo y alma, sacrificados enteramente en honor de su
Patria. Se convirtieron, pues, en soldados —tal vez los primeros de
Europa. 
  
Licurgo no
pretendía precisamente instaurar una especie de democracia. En una ocasión un
hombre hizo ante él un elogio de la misma, dando un encendido discurso.
Licurgo, tras haber escuchado todo el discurso en silencio, le respondió:
"Excelente, ahora ve y da ejemplo instaurando una democracia en tu
casa". Hemos de tener en cuenta que incluso en aquellas antiguas
"democracias" griegas sólo votaban los ciudadanos, esto es, varones de
sangre helénica pura que hubiesen alcanzado la mayoría de edad. No tenían,
pues, nada que ver con la idea moderna. A pesar de esto, no faltan los
embaucadores que nos intentan vender incluso que Esparta era una especie de
sistema comunista, sólo porque el Estado estaba omnipresente y porque los
espartiatas sabían compartir ―entre ellos. 
  
La
revolución de Licurgo no fue totalmente pacífica. El pueblo espartano pronto
vio que las leyes eran extremadamente duras incluso para ellos, helenos de
buena estirpe doria, pues se habían acostumbrado a la comodidad y al lujo que
llegan siempre al victorioso cuando éste no se mantiene prudentemente en
guardia. El sobrio, ascético y marcial socialismo predicado por Licurgo, que
obligaba a todos los hombres jóvenes a desprenderse de sus familias y comer con
sus camaradas, no fue bien recibido entre muchos, especialmente entre los ricos
y acomodados. Hubo una oleada de indignación y una turba enfurecida se reunió
para protestar contra Licurgo. La turba estaba compuesta especialmente por
antiguos individuos ricos que encontraban degradante la regla militar que
prohibía comer si no era en una mesa colectiva con los camaradas de armas.
Cuando Licurgo apareció en las cercanías, la multitud comenzó a apedrearlo, y
se vio forzado a escapar para no morir lapidado. La muchedumbre furiosa lo
persiguió, pero Licurgo —robusto a pesar de su edad— era tan rápido que al poco
tiempo sólo un muchacho llamado Alejandro le pisaba los talones. Cuando Licurgo
se volvió para ver quién le perseguía con tanta agilidad, Alejandro le golpeó
en la cara con un palo, saltándole un ojo. Licurgo no dio señales de dolor, tan
sólo se paró y, con el rostro ensangrentado, dio frente a su perseguidor. Al
darles alcance el resto de la turba, vieron lo que el joven había hecho: un anciano
venerable, plantado solemnemente ante ellos con un ojo vacío
sangrando. Aquella era una época muy respetuosa con los mayores,
especialmente con hombres tan carismáticos y nobles como Licurgo. Al
instante debieron sentir una inmensa culpa. La multitud avergonzada acompañó a
Licurgo hasta su casa para mostrar sus disculpas, y le entregaron a Alejandro
para que lo castigara como él creyese conveniente. Licurgo, ya tuerto, no
reprendió al joven una sola vez, sino que le hizo convivir con él como alumno.
Y pronto Alejandro aprendió a admirar y emular el austero y puro modo de vida
de su mentor. Como tradición derivada de aquel suceso, los senadores
renunciaron a la costumbre de asistir a las reuniones estatales con bastones.
Después de
que el pueblo espartano jurara las leyes de Licurgo, éste decidió abandonar
Esparta para el resto de sus días. Su misión estaba cumplida y lo sabía, ahora
tenía que morir dando ejemplo de una gran voluntad. Sintiendo nostalgia por su
Patria, y siendo incapaz de vivir alejado de ella, se suicidó por hambre. Un
hombre que ha nacido para un propósito concreto, una vez cumplido dicho
propósito, ya no tiene por qué seguir atado a la Tierra. El suicidio ritual ha
sido practicado por muchos hombres excepcionales cuya misión había terminado,
hombres  a los que, tras cumplir su destino, ya no les quedaba nada que
hacer en el mundo; o bien que habían perdido el derecho a la vida [7]. También Nietzsche habló de la
"muerte voluntaria":
Hay muchos
que mueren demasiado tarde y algunos que mueren demasiado pronto. Aun nos
resulta extraña esa máxima que aconseja morir a tiempo. Y eso es precisamente
lo que enseña Zaratustra: que hay que morir a tiempo. Claro que, ¿cómo podemos
pretender que muera a tiempo quien nunca ha vivido a tiempo?
  
Otra
versión relata que, antes de partir a Delfos, Licurgo hizo jurar al pueblo
espartano que seguiría sus leyes al menos hasta que volviese de Delfos. Y,
habiéndose suicidado sin volver jamás a Esparta, los espartanos no quedaron con
otra opción que acatar por siempre las leyes de Licurgo. 
Para
Esparta, Licurgo fue algo así como un precursor, un líder de vanguardia, un
mensajero adelantado. Poseía el poder real, el carisma sagrado de los grandes
caudillos, reyes, santos y emperadores ―ese "cierto poder que atraía a las
voluntades", en palabras de Plutarco. Él llegó y convirtió a una
desbordada masa caótica de gran potencial en el ejército más eficaz de la
Tierra. Imprimió a su mundo una nueva inercia: la suya; y le dio un nuevo
aspecto: el que él quería. Tras su muerte, se erigió un templo en su honor y se
le rindió culto como un dios. Y fue a partir de su época que no sólo Esparta,
sino Grecia entera, volvió a brillar, pues comenzó la llamada era
clásica.  
Jenofonte
admiró enormemente a Licurgo, diciendo que "alcanzó el más alto límite de
la sabiduría" [8]. Savitri
Devi se refirió a él como "el divino Licurgo", y recordó que
"las leyes de Licurgo le habían sido dictadas por el Apolo de Delfos —«el
hiperbóreo»". Gobineau,
por otro lado, supo apreciar la salvación que supuso la legislación de Licurgo:
"Los espartanos eran pocos en número, pero de gran corazón, ambiciosos y
violentos: una legislación mala los hubiese convertido en pobres diablos;
Licurgo los transformó en heroicos bandidos" [9]
Licurgo. 









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