Padre Pío, Parte 2 |
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La confesión del Padre Pío.
El Padre Pío, dice uno de sus superiores, es un sacerdote que cumple
asiduamente con sus deberes de estado. Se levanta a las tres y media y
se prepara para la misa en su celda para no molestar a nadie, y luego va
directamente a la sacristía.
Al principio, las mujeres formaban fila para confesarse desde las dos de
la mañana, y a veces la policía debía dirigir a la multitud que se
apiñaba junto al confesionario. Desde enero de 1950, todas las
penitentes debieron conseguir un número de orden para evitar
confusiones. En 1952 hubo que adoptar el mismo sistema también para los
hombres.
Confesar es su principal vocación, la que le permite apaciguar su
insaciable sed de almas. Desea ser considerado exclusivamente como
confesor. No predica, y el Santo Oficio le ha prohibido escribir desde
1924. Empero, el Padre Pío no tiene en cuenta los límites de la
resistencia física. Él examina, juzga, condena y absuelve según lo que
Dios le inspira. Su confesionario es más que una cátedra, más que un
tribunal, es una clínica para las almas. Acoge a los penitentes de
diversas maneras, según las necesidades de cada uno y sin plan
preconcebido. Abre los brazos a éste en una exuberancia de alegría,
diciéndole de dónde viene aún antes de que haya abierto la boca. Y a
otros los llena de reproches, los amonesta y hasta los trata con rudeza.
A algunos se niega a recibirlos y les dice que vuelvan más adelante,
cuando estén mejor preparados. La misma afabilidad, la misma sonrisa de
bienvenida, la misma severidad se prodiga al sabio, al personaje, al
paisano humilde e ignorante.
La condición social del penitente nada cuenta, sólo ve su alma, su alma
al desnudo. Suele suceder que tenga más indulgencia con un gran pecador
que lo conmueve por su ignorancia de las leyes divinas, que un creyente
que no cumple con sus deberes religiosos, una de esas personas que se
dicen católicas pero que por pereza no dedican a Dios ni una hora por
semana. En donde no encuentra hipocresía sino sinceridad, se muestra
bondadoso, con una benevolencia que dilata el corazón del penitente
cuando le dice: "Ve en paz, Jesús te ha puesto a prueba y te bendice".
Pero a veces sorprende por su brusquedad, cuando con palabras duras y
cortantes denuncia el escándalo, sobre todo los chismes y mentiras de
las mujeres. Se mostraba inflexible con los penitentes que consideran la
murmuración como una falta leve. Con mayor severidad aún, condena el
Padre Pío los pecados contra la pureza y la maternidad, y no perdona sin
estar seguro de un firme y categórico propósito de enmienda. Los
malhechores que van contra la generación y el matrimonio, deberán pasar
varios meses de prueba antes de ser absueltos.
A menudo cierra la mirilla del confesionario en la cara de un penitente
sin interrogarlo. Esto ha ocurrido hasta con personas que se confesaban
periódicamente en otro lugar. ¿Por qué?. Porque posee el don divino de
ver como en un relámpago lo que se le escapa a los confesores
ordinarios.
El Padre Pío, a no dudarlo, sufre una verdadera agonía cuando el Señor
le ordena tratar con dureza a un alma, pero lo hace así para que su
penitente tome conciencia y comprenda que los Sacramentos y la Comunión
no son cosa de juego. Que es algo grave lavar su alma y recibir a
Cristo, a ese Cristo Jesús a quien ama el Padre Pío, mientras el pecador
y la multitud lo desconocen.
A una de sus hijas espirituales que le confesó que le era insoportable
la vista de sus enemigos, le contestó: "Si tú no amas como el Señor
quiere que los ames, firmarás tu propia condenación. Haz el bien a tus
enemigos por amor a Jesús". Así comenta el texto evangélico que dice:
"Amad a vuestros enemigos, haced bien a quienes aborrecen, rogad por los
que os persiguen y calumnian, y así seréis hijos de vuestro Padre que
está en los Cielos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito
tenéis?".
¿En qué forma confiesa?. A menudo sabe de antemano lo que el penitente
le va a decir. Si éste se olvida de mencionar un detalle cualquiera de
un pasado lejano, el Padre Pío se lo recuerda. A veces hace breves
preguntas que sirven para abreviar las confesiones y que resultan
impresionantes prueba de su doble vista.
¿Cómo puede saber?. El Padre conoce a cada penitente mejor de lo que él
mismo se conoce, y al arrodillarse ante él, el pecador ve con más
claridad sus pecados. Sin embargo, el Padre no dice todo lo que
descubre. A veces se queda silencioso, a la espera. El penitente siente
su conciencia removida hasta lo más hondo, y no puede mantener en
secreto el pecado que ocultaba. Lo confiesa, y el confesor dice
simplemente: "Eso es lo que esperaba".
Un joven complotaba matar a su mujer y simular que se trataba de un
suicidio, para poder así continuar sin tropiezos una unión ilícita. A
fin de apartar toda sospecha de culpabilidad, consintió en escoltar a su
compañera a San Giovanni. No bien puso los pies en la Iglesia, ella se
sintió atraída por una fuerza magnética hacia la sacristía, que se
encuentra en el otro extremo de la Iglesia, detrás del altar mayor. El
Padre Pío, desocupado en ese momento, se acercó para interrogarle. El
hombre no había pronunciado una sola palabra, cuando sintió que lo
tomaban del brazo y lo empujaban con violencia: "Sal , sal de aquí!, le
gritaba el fraile. Miserable!, ¿ignoras que no tienes el derecho de
manchar tus manos con la sangre de tu esposa?".
El hombre huyó como empujado por la tormenta. Durante dos días vagó sin
rumbo. En la imposibilidad de recuperar la calma, volvió al monasterio, y
el Padre Pío lo acogió como acogía Jesús a los grandes pecadores.
Cuando el hombre hubo terminado su tremenda confesión, le dijo: "No
teníais hijos y ambos deseabais uno. Vuelve a tu hogar, y vuestro deseo
se cumplirá". Cuando su mujer, a quien nunca había visto el Padre Pío,
vino un día a confesarse, a las primeras palabras que pronunció, oyó que
el Padre le decía: "No temas nada ya, tu marido no te hará ningún mal".
Después de años de esterilidad, ella dio a luz una criatura.
Un sacerdote había ido a San Giovanni para confesarse con el Padre Pío, y
tuvo que cambiar tren en Bolonia. Cuando hubo terminado su confesión,
el Padre le preguntó si no haba omitido nada. El sacerdote contestó con
sinceridad que no recordaba nada más; entonces replicó el Padre Pío: "No
lo hizo usted con malicia, pero se trata de una negligencia grave que
ha ofendido al Señor. Usted llegó a Bolonia a las cinco de la mañana.
Como las iglesias estaban cerradas, usted se fue al hotel para descansar
un poco antes de decir misa y se quedó dormido hasta las tres de la
tarde. Ya no era hora de la misa, y su negligencia ofendió a Dios".
Antes de que se pronuncie palabra alguna, el Padre Pío sabe si el que se
acerca a él es sincero o no, si es un convencido o un simple curioso.
Un médico entró cierta vez en la sacristía, pareció cambiar de idea y
volvió a salir. ¿Quien es ése?, ya volverá, afirmó rotundamente el
Padre. En efecto, el médico volvió bien pronto. Al instante le dijo el
Padre: Usted es un delincuente, y quiere eludir el Tribunal. Lea de una
vez esa carta!. Se trataba de la recomendación de un amigo. El médico la
leyó, palideció, cayó de rodillas a los pies del Padre, imploró perdón y
lo obtuvo.
Nuestro capuchino lee también el pensamiento a la distancia, como lo
prueba un número incalculable de hechos. He aquí uno como muestra:
Dos hermanas habían logrado a duras penas que su padre les permitiera ir
a ver al Padre Pío, pero le habían prometido formalmente no besarle el
guante, ese guante besado por tantos labios, por temor al contagio. Las
jóvenes lo prometieron, pero cuando vieron entrar al capuchino a la
iglesia, y a la gente apiñarse en torno suyo, no pudieron resistir la
tentación. Entonces él las miró sonriendo: "¿Han olvidado su promesa? ".
Cuenta un conocido médico italiano que una noche de enero de 1936,
estaba en la celda del Padre Pío con éste y otros dos laicos. De pronto
el Capuchino se arrodilla y les pide que recen "por un alma que está a
punto de compadecer ante el tribunal de Dios". Todos se arrodillaron, y
luego el Padre les preguntó: ¿saben ustedes por quién han rezado? - No -
fue la respuesta. Pues por el Rey de Inglaterra.
Entonces intervino el doctor: pero Padre, leí en los diarios de hoy que
el Rey tiene un ligero resfrío sin ninguna novedad. El Padre Pío se
contentó con responder: "Créanme". Cuando llegaron los diarios a
mediodía, se vio que el Rey de Inglaterra había fallecido en el momento
preciso en que el Padre Pío pidió simultáneamente a sus amigos oración.
Una joven de Benevento, cuyo marido había perdido la vista, recibió esta
explicación del Padre Pío: "Su ceguera garantiza su salvación, tiene
que permanecer ciego, es un castigo que Dios le envío por haber golpeado
a su padre". La pobre mujer no podía creer a sus oídos. En cuanto al
lisiado, empezó por negar, pero acabó por reconocer que a la edad de
dieciséis años había golpeado brutalmente a su padre con una barra de
hierro.
El Padre Pío era un gran trabajador del confesionario. Pero su carisma
de visión de almas le daba una herramienta muy especial, en su tarea de
convertir a muchos de sus visitantes. Durante décadas las personas
peregrinaron de a miles a San Giovanni, buscando la sanación de los
pecados a través de un instrumento como el Santo del Gargano. Qué bueno
sería encontrar en estos tiempos muchos fieles deseosos de lavar sus
almas con el agua de la misericordia, como aquellos que acudían a ver a
Pío. Qué bueno sería también encontrar sacerdotes dispuestos a
sacrificarse en el confesionario, como lo hacía el Padre Pío.
La Misa del Padre Pío.
Desde que el Padre Pió hace la señal de la Cruz al pie del altar de San
Francisco, su rostro se transfigura. Ya no es sólo el sacerdote que
celebra el Santo Sacrificio, es también el hombre de Dios, el elegido
para dar testimonio de su existencia, elegido para colaborar con Dios en
el martirio de las cinco llagas, el oficiante que es crucificado con Él
y que muere místicamente con Él en cada una de las misas.
Cristo habita en el Padre Pío y el Padre Pío hace suya la encarnación de
Cristo. Si el Padre Pío no estuviese modelado en Cristo, ¿cómo explicar
los sufrimientos que se reflejan en su rostro, las contracciones de su
cuerpo, sus esfuerzos para levantarse después de sus genuflexiones, como
si el peso de la cruz lo abrumara?. ¿Y qué decir de sus estados de
éxtasis prolongados, que lo transportan lejos de este mundo caótico?. Se
lo ve inclinar la cabeza, sonreír con esa sonrisa luminosa con que
acepta los pedidos de sus fieles, y de pronto estalla, y sus lágrimas
caen abundantes. Los testigos siguen mudos e inmóviles esta misa cuya
celebración dura dos horas. ¿Dos horas?. No!, parecen dos minutos!. Los
fieles de ayer, los de todos los momentos y aún los que nunca fueron
creyentes, todos de rodillas, parecen clavados al suelo, fijos sus ojos
en esas manos diáfanas. Extática persuasión que transforma a los
incrédulos, a los masones, a los protestantes, a los ateos, en
fervientes católicos. Por pedido de Pío XII, después de la liberación de
Roma, miles de soldados americanos recibieron autorización para asistir
a la misa del Padre Pío, lo que tuvo como resultado la conversión de
muchos muchachos protestantes.
El momento de la Consagración siempre es el punto cúlmine de la Misa de
Pío. Eleva la Hostia, el Cuerpo de Cristo, y se queda inmóvil por largos
minutos, interminables. Sus oraciones llegan al Cielo, mientras admira a
Nuestro Señor Presente en la Eucaristía. Cuando se le pregunta porque
toma tanto tiempo en la Consagración, él se limita a responder: ¿acaso
existe un tiempo para rezarle al Señor?.
Pío es el testimonio de la importancia de la Eucaristía como centro de
nuestras vidas. Cristo Vivo se hace presente en todos los altares,
alrededor del mundo, todas las horas de todos los días del año. Ese es
el misterio del Sacrificio Perpetuo. Y es el Padre Pío quien mejor nos
muestra cómo un alma consagrada debe vivir la entrega de Nuestro Señor.
Todos los sacerdotes del mundo debieran tomar su ejemplo de piedad
frente a la Celebración de la entrega que Dios hace por nuestra
salvación. Este profundo misterio parece ser olvidado por el mundo
actual, que tiende a cometer el enorme error de considerar la Misa como
una recordación, y no como lo que realmente es: Cristo vivo presente en
los Altares !
La Presencia Celestial en la vida de Pío.
El Padre Pío vivió rodeado del Cielo desde temprana edad. El contacto
con Jesús, María, los ángeles custodios, santos y almas del purgatorio,
era habitual para él. Pero raramente daba testimonio, debido a su
humildad. Sin embargo, era imposible ocultar sus contactos. En cierta
oportunidad se escucharon aplausos y gritos en la iglesia, sin que nadie
fuera visible. Ante la pregunta a Pío, él dijo: he estado orando por
muchos soldados muertos en la guerra, y un grupo de ellos ha venido a
agradecer mi oración, ya que iban camino del purgatorio hacia el Cielo.
A un niño enfermo, Pío se le presentó en bilocación y le anunció la
futura visita de la Virgen. Cuando el niño hubo recibido la Presencia de
la Madre del Cielo, Pío se volvió a presentar y le dijo: es hermosa,
¿no?. Yo la he visto muchas veces pero aún no dejo de admirarme de su
belleza. Tú la recordarás por el resto de tu vida.
Daba especial importancia a los ángeles custodios. Nuestros ángeles nos
siguen durante toda la vida, y aún después, y sin embargo no los
consideramos. Debemos orarles, pedirles ayuda, reconocer su presencia
como siervos de Dios, puestos allí para nuestra asistencia. La oración
de los ángeles custodios debe ser dicha diariamente, así como deben ser
invocados para nuestro consuelo y ayuda. Pío tuvo muchas oportunidades
para manifestar la presencia de los ángeles a sus circunstanciales
visitantes.
Por supuesto que la Presencia de Cristo en la vida de Pío era
resaltable, su oración era un diálogo permanente con el Señor, y su
testimonio de imitación se manifestaba a través de sus Estigmas.
No puede entenderse al Padre Pío en su acabada magnitud espiritual, sin
aceptar abiertamente lo sobrenatural en nuestro mundo. La Presencia
Celestial se manifiesta en el mundo de diversas formas, y el Santo del
Gargano era como una puerta abierta al Cielo, para dar testimonio de
esperanza a quienes tenemos débil nuestra fe.
El perfume a santidad del Padre Pío.
El olor de santidad, no solo en sentido figurado, es cosa familiar en
los Siervos de Dios. Es inútil decir que los incrédulos se ríen a
carcajadas de él, como también de sus estigmas. Pero también contra eso
tropieza la ciencia. Ningún desinfectante, ni la tintura de yodo, ni el
fenol, pueden engendrar ese olor agradable, muy peculiar, que emana de
la sangre de las llagas del Padre Pío, como lo han confirmado los
diversos estudios médicos que se le realizaron. Además estos han
observado que la sangre no se corrompe, como ocurriría normalmente, de
no tratarse de un fenómeno sobrenatural.
El olor es fugaz. Los visitantes a la celda de Pío sugieren que cuando
un individuo lo percibe es señal de que Dios derrama sobre él una gracia
por intercesión del Padre Pío. Perfumes de violetas, lirios, rosas,
incienso y tabaco fresco, a veces de gran persistencia, como lo
atestigua el Dr. Festa ( fallecido en 1940 ). Éste ha escrito: "Cuando
examiné por primera vez el costado del Padre Pío, guardé un trocito de
género manchado de sangre, pensando examinarlo en el microscopio. Como
carezco de olfato, no observé nada extraño. Pero un personaje de
importancia y otros señores que volvían conmigo de San Giovanni a Roma, y
que nada sabían del género guardado en mi caja de instrumentos,
percibieron - pese al viento que entraba por la ventanilla del auto - un
olor muy marcado, igual al que según ellos emanaba del Padre Pío.
En Roma, durante largo tiempo, ese género fue conservado en un armario
de mi consultorio, y a tal punto llenaba de efluvios la habitación que
muchos de mis pacientes me preguntaban espontáneamente de dónde venia
ese perfume."
Don Carlos Predriale, escribano genovés esperaba en la sacristía la
llegada del Padre Pío, acompañado de su hijito de tres años. No bien
entró aquel, el niño tiró de la manga a su padre, preguntando: "¿Papá,
qué es lo que tiene tan rico olor?".
Una noche de verano, en el quinto piso de un edificio situado en el
centro de Génova, un grupo de señoras hablaban del Padre Pío. De pronto
dos de ellas sintieron un efluvio con un característico perfume a
violetas, mientras las otras no sintieron nada. Pero un poco más tarde,
una tercera señora -un ser de excepción, por otra parte- entrando en la
sala tuvo la impresión de entrar en un campo de violetas. Esto no quiere
decir que haya que estar en estado de gracia para percibir "el olor de
santidad". Por el contrario, hay incrédulos y grandes pecadores que han
sido sensibles a él, como primera señal de su conversión. No es, pues,
un premio al mérito ni a la fe.
La señora Vera Berlotto Bianco, de Veglio Mosso, escribió: "Siempre
tengo muchísimo gusto de hablar de nuestro querido Padre Pío. El sábado
pasado recibí la visita de un profesor que goza de gran renombre en
Biella: deseaba que le diera unos datos sobre el Padre. Para asombro
nuestro, nos inundó de pronto una deliciosa fragancia que persistió
desde las nueve hasta las once. Qué alegría para mi marido y para mí!.
El profesor se sintió tan conmovido, que decidió ir a San Giovanni.
Dichoso de él!".
Otro testimonio de julio de 1949. "Discúlpeme que vuelva a insistir
sobre las gracias que ha realizado para mí el Padre Pío. El 11 de
febrero mi madre estaba grave. Yo oí una voz - la del Padre Pío - que me
urgía a que fuese a verla, porque se moría. Partí sin demora, y después
de un viaje de 50 km. llegué justo a tiempo para recoger su último
suspiro". "La segunda gracia la obtuve el Jueves Santo. De pronto me
inundó un fuerte olor a incienso, luego a rosas, y comprendí que el
Padre se me había manifestado en esa forma". "Finalmente, la tercera
gracia, la más importante para mí, la recibí el 27 de julio. Esa mañana
fui despertado por un violento aroma de violetas, cuya intención
comprendí cuando el cartero me trajo una carta de un hermano al que no
veía desde treinta y dos años atrás, y al que creía muerto."
Es habitual el caso de perfumes celestiales, rosas, incienso, violetas,
en eventos de Presencia Celestial. En muchas apariciones de María se
produce este fenómeno, yo da un testimonio de fe y conversión poderoso.
Sólo aquellos que lo vivieron saben lo majestuoso que es sentir que el
Cielo todo se manifiesta detrás de un hecho tan simple como percibir con
los sentidos, algo que físicamente no está allí. Además, es habitual
que el Cielo deje testigos que no sienten los perfumes, como forma de
corroborar que se trata de un hecho místico o. No son más que señales de
Presencia, regalos. La cuestión es qué hacemos con ellos, una vez
recibidos. ¿Podemos seguir viviendo como antes?. ¿Nos lo permite nuestra
conciencia?.
La reacción de la Iglesia a la existencia del Padre Pío.
Podemos decir sin dudarlo que el santo del Gargano sufrió la
incomprensión de muchos sacerdotes durante buena parte de su vida. De
hecho tuvo prohibición de escribir desde 1924 hasta su muerte. También
estuvo confinado en su celda durante casi una década, sin poder celebrar
misa, confesar, tener contacto con el mundo exterior. Muchísimos
investigadores de la iglesia fueron enviados desde el vaticano a San
Giovanni, con la aparente intención de demostrar que lo que allí ocurría
no era cierto ni posible. Sin embargo, Pío siempre amó a la iglesia,
cuerpo Místico de Jesús. Con absoluta obediencia y entrega, cumplió todo
lo que se le pidió, con la asistencia de Jesús y María. Finalmente,
durante la década de 1930 fueron liberándose las limitaciones, y volvió a
su vida monacal más abierta. Con el paso de los años, hubo varios
intentos de reunirlo con el Santo Padre, que nunca llegaron a
realizarse.
Sin embargo fue el pueblo quien dio la nota, más allá del intento
oficial de ocultar o acallar sus estigmas y manifestaciones: la gente.
El pueblo siempre creyó, y se volcó de a miles, durante décadas, a
visitarlo. Y cuando más se lo limitaba desde la iglesia, más fuerte era
el grito pacífico de resistencia. Todo indicó que no podía silenciarse
el llamado de Dios a San Giovanni Rotondo. Y es el haber pasado por
estas pruebas lo que da más validez y crédito a su santidad.
El Padre Pío fue beatificado, pero ahora estamos frente al hecho tan
deseado, reclamado por décadas por cientos de miles de personas
alrededor del mundo.
En diciembre de 2001 el Vaticano emitió el decreto de reconocimiento de
milagros y virtudes heróicas que allanan el camino para la canonización
del Padre Pío. Las puertas están abiertas para que recibamos a San Pío,
para nosotros el Padre Pío.
Él ya es santo, vaya si lo es. El Cielo entero canta alabanzas a esta
joya tan especial del alhajero de Jesús y María: el Santo del Gargano
está más que nunca indicándonos el camino de la gloria eterna, el camino
de llegada a la Patria Celestial.
El mensaje del Padre Pío.
A diferencia de otros casos de hechos místicos, Pío no fue instrumento
de mensajes específicos sobre el futuro de la humanidad, pese a que
existen mensajes falsos atribuidos a él. El mismo Padre Pío fue el
mensaje, su vida, su actitud, su deseo de santidad.
Sin embargo, es posible recoger escritos previos a la prohibición que le
estableció la iglesia en 1924, y referencias sobre su mensaje
espiritual, revelados por quienes lo escucharon.
Tomemos estos verdaderos principios de vida como una balsa de salvación para nuestras almas.
Dijo el Padre Pío: A Dios se le busca en los libros, se le encuentra en la meditación.
La vida del cristiano no es más que un perpetuo esfuerzo contra sí mismo. El alma no florece sino merced al dolor.
A alguien que temía haberse equivocado, el Padre le dijo: "Mientras
tema, usted pecará". La persona replicó: "Tal vez, Padre, pero se sufre
tanto!". Dijo Pío: "Es indudable que se sufre, pero es menester
distinguir entre el temor de Dios y el miedo de Judas. El demasiado
miedo nos hace obrar sin amor, mientras que la demasiada confianza nos
impide observar con inteligente atención aquel peligro que debemos
vencer. Ambos deben ayudarse uno a otro como dos hermanos".
Si logras vencer la tentación, es como si lavaras tu ropa sucia.
Quien no medita, decía cierta vez, me recuerda al hombre que no hecha
una mirada al espejo antes de salir, y poco cuidadoso de su aspecto,
aparece en público desaliñado sin darse cuenta.
La persona que medita y vuelve su espíritu a Dios, que es el espejo de
su alma, despista a sus faltas, las corrige lo mejor que puede y pone en
orden su conciencia.
Alguien preguntó un día al Padre: "¿Cómo podemos distinguir la tentación
del pecado?". Sonrió el Padre, y contestó con otra pregunta: "¿Cómo
distinguir a un asno de un ser razonable?. En que el asno se deja guiar,
mientras que el ser razonable tiene las riendas". Él se refería al
control de la voluntad, ya que el pecado se materializa cuando el mal
toma control de nuestros actos o pensamientos. La tentación es obra de
satán, y siempre existirá como amenaza en nuestro interior, tratando de
apoderarse de nuestra voluntad.
Por nuestra calma y nuestra perseverancia, no sólo nos encontramos a
nosotros mismos, sino también a nuestras almas y al mismo Dios.
Un hombre pidió al Padre Pío que curase a su madre. Le mostró su retrato
y le dijo: "Padre, si yo lo merezco, bendígala". "Ma che mérito. En
este mundo, ninguno de nosotros merecemos nada. Es el Señor, en su
infinita bondad quien es tan amable como para colmarnos de sus dones,
porque todo lo perdona".
El Padre Pío detesta la máxima: "Cada uno para sí mismo, Dios para
todos". La encuentra egoísta, demasiado de este mundo que sólo piensa en
sí mismo. Él propone esta otra de su cosecha: "Dios para todos, pero
nadie para sí mismo".
Un día, reporteado sobre la penitencia y la mortificación, el Padre se
expresó en estos términos: "Nuestro cuerpo es como un asno al que hay
que azotar, pero no demasiado, porque si cae, ¿quien nos llevará a
cuestas?".
El demonio no tiene más que una puerta para entrar en nuestra alma: la
voluntad. No existen entradas secretas. Ningún pecado es pecado sin
nuestro consentimiento. Cuando falta la participación del libre
albedrío, no hay pecado sino debilidad humana.
Alguien se lamentaba diciendo que lo torturaba el recuerdo de sus
faltas. "Eso es orgullo, le interrumpió el Padre. Es el demonio el que
le inspira ese sentimiento, no es una verdadera tristeza". "Pero, ¿cómo
podré discernir entre lo que viene del corazón, lo que es inspirado por
Nuestro Señor y lo que, por el contrario, proviene del diablo?". "Por
este signo inconfundible: el espíritu del demonio excita, exaspera, nos
inyecta una especie de angustia, cuando la caridad nos lleva en primer
lugar a buscar el bien de nuestra alma. Luego, si ciertos pensamientos
lo agitan, tengan por cierto que vienen del diablo".
A una persona que tenía vocación de curar almas y le preguntaba cómo
debía proceder con los que son sordos a los llamados de la caridad, el
Padre contestó: "Procura atraerlos por el amor y la caridad, dando sin
esperar algo a cambio. Y si con esto fracasas, entonces repréndelos.
Cristo hizo el Cielo, pero también el infierno".
En algunas ocasiones el Padre Pío dice a sus hijos espirituales: "Pan y
azotes ayudan muchas veces a criar espléndidos muchachos".
Un joven le confesó que temía amarlo más que a Dios. A lo que el Padre
replicó: "Usted debe amar a Dios con un amor infinito a través de mí.
Usted me quiere porque lo dirijo hacia Dios que es el Ser Supremo. Yo no
soy más que un medio. Si lo guiara hacia el mal, dejaría de amarme".
Un día una penitente le confió que le parecía imposible vivir lejos de
San Giovanni, tanta era la felicidad que sentía en su presencia. El
Padre le hizo la siguiente observación: "Para los hijos de Dios no
existe la distancia, hija". Como la joven no parecía convencida, sacó su
reloj: "Dígame, ¿ que ve en el centro?. El eje, Padre. Exacto. El eje,
como Dios, está inamovible, y las agujas corren ligadas al centro, y las
agujas miden el tiempo. En resumidas cuentas, el espacio que separa los
números del centro, carece de importancia: Dios es el centro, los
números son las almas, pero hay también un Padre Pío que sirve de
puente".
La prudencia tiene ojos. El amor piernas. El amor, que tiene piernas,
querría correr hacia Dios, pero su impulso es ciego, y uno tropezaría,
de no estar dirigido por los ojos de la prudencia.
Una mujer joven y bella, viuda de un miembro del Parlamento que murió en
la flor de la edad, estaba abrumada por la pena. Quería retirarse del
mundo y fundar una Orden religiosa. Consultó al Padre Pío: "Señora,
antes de santificar a los demás, piense en santificarse usted misma".
A un masón convertido, el Padre le dijo: "Todos los sentimientos,
cualquiera sea su fuente, tienen algo de bueno y algo de malo. A usted
corresponde asimilar sólo lo bueno y ofrecérselo a Dios".
Como una señora admitiera que tenía cierta inclinación a la vanidad, el
Padre comentó: "¿Ha observado usted un campo de trigo maduro?. Unas
espigas se mantienen erguidas, mientras otras se inclinan hacia la
tierra. Pongamos a prueba a los más altivos, descubriremos que están
vacíos, en tanto los que se inclinan, los humildes, están cargados de
granos".
Una señora le preguntó qué oración era más apreciada por Dios. Él
contestó: "Toda oración es buena cuando es sincera y continua".
Es tal el orgullo del hombre, dice el Padre, que cuando es feliz y
poderoso se cree igual a Dios. Pero en la desgracia, librado a sus solas
fuerzas, se acuerda del Ser Supremo.
Dios enriquece al hombre que ha hecho el vacío en sí mismo.
En la vida espiritual siempre hay que ir adelante, jamás retroceder. De
otro modo, le ocurre a uno lo que al barco que ha perdido el timón: es
rechazado por los vientos.
No es faltar a la paciencia el implorar a Jesús el fin de nuestros
sufrimientos, cuando exceden nuestras fuerzas. Siempre nos quedará el
mérito de haber ofrecido nuestros dolores.
La mentira es el engendro de Satanás.
La manía de los ¿Por qué?, ha sido calamitosa para el mundo.
La humildad es verdad. La verdad es humildad.
Una buena acción, cualquiera sea su causa, tiene por madre a la Divina Providencia.
La oración es la llave que abre el corazón.
No lo olvidéis: el eje de la perfección es el amor. Quien está centrado
en el amor, vive en Dios. Porque Dios es Amor, como lo dice el Apóstol.
En marzo de 1923, una penitente preguntaba al Padre qué debía hacer para
santificarse. "Desate sus lazos con el mundo". Una amiga, sabiendo que
ella llevaba una vida muy retirada, hizo un gesto de sorpresa. El santo
se volvió hacia ella y le dijo, con bastante sequedad: "Señora, uno
puede ahogarse en alta mar, y también puede sofocarse hasta el ahogo con
un simple vaso de agua. ¿Dónde está la diferencia?. ¿Acaso no es la
muerte, en cualquiera de esas formas?".
Recuerde, dijo el padre a uno de sus hijos espirituales, que la madre
empieza a hacer caminar al niño sosteniéndolo. Pero luego, éste debe
caminar sólo. También usted debe aprender a razonar sin ayuda.
A una señora excesivamente servicial, que se quejaba de no poder hacer
nada por él: "El general es el único en saber cómo y cuándo ha de
emplear al soldado. Espere su turno, señora".
Pecar contra la caridad es como destrozar la pupila de Dios. ¿Qué hay
más delicado que la pupila del ojo ?. El pecado contra la caridad
equivale a un crimen contra natura.
El amor y el temor deben estar unidos: el temor sin amor se vuelve
cobardía. El amor sin temor, se transforma en presunción. Entonces uno
pierde el rumbo.
Sin obediencia no hay virtud. Sin virtud no hay bien. Sin bien no hay amor. Sin amor no hay Dios. Y sin Dios no hay Paraíso.
En una estampa representando la Cruz, el Padre escribió estas palabras:
"El madero no os aplastará. Si alguna vez vaciláis bajo su peso, su
poder os volverá a enderezar".
Para Andrés Lo Guercio, que viniera de América a visitarlo, escribió en
una imagen del Sagrado Corazón: La humildad y la pureza son las alas que
nos llevan hacia Dios y casi nos divinizan. No se olviden que un
malhechor que se sonroja de sus actos está más cerca de Dios que un
hombre de bien que se sonroja de tener que trabajar.
Al señor Natal Selvatici, de Bolonia: No olvide que el hombre tiene un
espíritu, que tiene un cerebro para razonar y un corazón para sentir,
que tiene un alma. El corazón puede estar regido por la cabeza, pero el
alma no. Por lo tanto, debe existir un Ser Supremo que la dirija.
A un penitente que había vivido en el vicio, y que le preguntaba si,
cambiando de vida, alcanzaría el perdón y moriría en la fe, le contestó:
Las puertas del Paraíso están abiertas a toda criatura. Acuérdate de
María Magdalena.
El tiempo que se pierde en ganar almas a Dios, no es tiempo tontamente perdido.
Guardad en lo más hondo del espíritu las palabras de Nuestro Señor: "A fuerza de paciencia, poseeréis vuestra alma".
Jesús os guía hacia el Cielo por campos o por desiertos. ¿Qué
importancia tiene?. Acomodaos a las pruebas que Él quiera enviaros, como
si debieran ser vuestras compañeras para toda la vida. Cuando menos lo
esperéis, quizás queden resueltas.
Los grandes corazones ignoran los agravios mezquinos.
El anhelo de la paz eterna es legítimo y santo, pero debe ser moderado
para una total resignación a los designios del Altísimo: más vale
cumplir la Voluntad Divina en este mundo que gozar en el Paraíso. Sufrir
y no morir, era el ‘leit-motiv’ de Santa Teresa. El Purgatorio es un
lugar de delicias, cuando se lo soporta por voluntaria elección de amor.
El demonio es como un perro encadenado: si uno se mantiene a distancia de él, no será mordido.
Las tentaciones, el bullicio, las preocupaciones, son las armas de
nuestro enemigo. No lo olvidéis: si hace tanto ruido, es señal de que
está afuera y no dentro. Lo que debiera espantarnos sería que reinase la
paz y la armonía entre nuestra alma y el demonio.
Las tentaciones emanan de lo innoble y de las tinieblas. Los
sufrimientos, del seno de Dios: Las madres vienen de Babilonia, las
hijas de Jerusalén. Despreciad las tentaciones, recibid las vicisitudes
con los brazos abiertos.
Gólgota: Una cima cuya ascensión nos reserva una visión beatifica de nuestro amado salvador.
Si Jesús se manifiesta a vosotros, dadle gracias. Si se os oculta, dadle
gracias. Todo esto es un juego de amor para atraernos dulcemente hacia
el Padre. Perseverad hasta la muerte, hasta la muerte con Cristo en la
Cruz.
El don sagrado de la oración está a la derecha del Verbo, nuestro
Salvador, en la medida en que vaciéis vuestro Yo de sí mismo, es decir,
del apego a los sentidos y a vuestra propia voluntad. Echando raíces en
la santa humildad, el Señor hablará a vuestro corazón.
Practicad con perseverancia la meditación a pequeños pasos, hasta que
tengáis piernas fuertes, o más bien alas. Tal como el huevo puesto en la
colmena se transforma (a su debido tiempo) en una abeja, industriosa
obrera de la miel.
El corazón de nuestro Divino Maestro no conoce más que la ley del amor,
la dulzura y la humildad. Poned vuestra confianza en la divina bondad de
Dios, y estad seguros de que la tierra y el cielo fallarán antes que la
protección de vuestro Salvador.
Caminad sencillamente por la senda del Señor, no os torturéis el
espíritu. Debéis detestar vuestros pecados, pero con una serena
seguridad, no con una punzante inquietud.
Permaneced como la Virgen, al pie de la Cruz, y seréis consolados. Ni
siquiera allí María se sentía abandonada. Por el contrario, su Hijo la
amó aún más por sus sufrimientos.
Por los golpes reiterados de su martillo, el Artista divino talla las
piedras que servirán para construir el Edificio Eterno. Puede decirse
con toda justicia que cada alma destinada a la gloria eterna es una de
esas piedras indispensables. Esos golpes de cincel son las sombras, los
miedos, las tentaciones, las penas, los temores espirituales y también
las enfermedades corporales. Dad pues, gracias al Padre celestial por
todo lo que impone a vuestra alma. Abandonaos a Él totalmente. Os trata
como trató a Jesús en el Calvario.
El Padre Pío es nuestro sendero claro y bien señalizado hacia el amor
del Padre Eterno, a través de Jesús y María. Tenemos que tenerlo
presente, conocerlo, familiarizarnos con él. Quien sienta un profundo
amor por el Santo del Gargano, y llegue a sentir como él sintió, habrá
encontrado la forma de vivir esta vida con la alegría y entrega
necesarias como para esperar la vida eterna con paz verdadera.
El perder el temor a la muerte, el desapegarse de las cosas de este
mundo, es la primer gran puerta al crecimiento espiritual y a la
conversión de nuestra alma. Él es un salvavidas tendido a nuestras
manos, para que podamos aferrarnos y enfrentar con confianza el oleaje
que el demonio nos propone a lo largo de una vida rodeada de miserias,
egoísmo, vanidad, cobardía, envidia, odio, tristeza, arrogancia y falta
de esperanza y fe.
Busquemos a Dios donde Él se encuentra, Pío es una fuente que no podemos desperdiciar !
El Padre Pío, dice uno de sus superiores, es un sacerdote que cumple
asiduamente con sus deberes de estado. Se levanta a las tres y media y
se prepara para la misa en su celda para no molestar a nadie, y luego va
directamente a la sacristía.
Al principio, las mujeres formaban fila para confesarse desde las dos de
la mañana, y a veces la policía debía dirigir a la multitud que se
apiñaba junto al confesionario. Desde enero de 1950, todas las
penitentes debieron conseguir un número de orden para evitar
confusiones. En 1952 hubo que adoptar el mismo sistema también para los
hombres.
Confesar es su principal vocación, la que le permite apaciguar su
insaciable sed de almas. Desea ser considerado exclusivamente como
confesor. No predica, y el Santo Oficio le ha prohibido escribir desde
1924. Empero, el Padre Pío no tiene en cuenta los límites de la
resistencia física. Él examina, juzga, condena y absuelve según lo que
Dios le inspira. Su confesionario es más que una cátedra, más que un
tribunal, es una clínica para las almas. Acoge a los penitentes de
diversas maneras, según las necesidades de cada uno y sin plan
preconcebido. Abre los brazos a éste en una exuberancia de alegría,
diciéndole de dónde viene aún antes de que haya abierto la boca. Y a
otros los llena de reproches, los amonesta y hasta los trata con rudeza.
A algunos se niega a recibirlos y les dice que vuelvan más adelante,
cuando estén mejor preparados. La misma afabilidad, la misma sonrisa de
bienvenida, la misma severidad se prodiga al sabio, al personaje, al
paisano humilde e ignorante.
La condición social del penitente nada cuenta, sólo ve su alma, su alma
al desnudo. Suele suceder que tenga más indulgencia con un gran pecador
que lo conmueve por su ignorancia de las leyes divinas, que un creyente
que no cumple con sus deberes religiosos, una de esas personas que se
dicen católicas pero que por pereza no dedican a Dios ni una hora por
semana. En donde no encuentra hipocresía sino sinceridad, se muestra
bondadoso, con una benevolencia que dilata el corazón del penitente
cuando le dice: "Ve en paz, Jesús te ha puesto a prueba y te bendice".
Pero a veces sorprende por su brusquedad, cuando con palabras duras y
cortantes denuncia el escándalo, sobre todo los chismes y mentiras de
las mujeres. Se mostraba inflexible con los penitentes que consideran la
murmuración como una falta leve. Con mayor severidad aún, condena el
Padre Pío los pecados contra la pureza y la maternidad, y no perdona sin
estar seguro de un firme y categórico propósito de enmienda. Los
malhechores que van contra la generación y el matrimonio, deberán pasar
varios meses de prueba antes de ser absueltos.
A menudo cierra la mirilla del confesionario en la cara de un penitente
sin interrogarlo. Esto ha ocurrido hasta con personas que se confesaban
periódicamente en otro lugar. ¿Por qué?. Porque posee el don divino de
ver como en un relámpago lo que se le escapa a los confesores
ordinarios.
El Padre Pío, a no dudarlo, sufre una verdadera agonía cuando el Señor
le ordena tratar con dureza a un alma, pero lo hace así para que su
penitente tome conciencia y comprenda que los Sacramentos y la Comunión
no son cosa de juego. Que es algo grave lavar su alma y recibir a
Cristo, a ese Cristo Jesús a quien ama el Padre Pío, mientras el pecador
y la multitud lo desconocen.
A una de sus hijas espirituales que le confesó que le era insoportable
la vista de sus enemigos, le contestó: "Si tú no amas como el Señor
quiere que los ames, firmarás tu propia condenación. Haz el bien a tus
enemigos por amor a Jesús". Así comenta el texto evangélico que dice:
"Amad a vuestros enemigos, haced bien a quienes aborrecen, rogad por los
que os persiguen y calumnian, y así seréis hijos de vuestro Padre que
está en los Cielos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito
tenéis?".
¿En qué forma confiesa?. A menudo sabe de antemano lo que el penitente
le va a decir. Si éste se olvida de mencionar un detalle cualquiera de
un pasado lejano, el Padre Pío se lo recuerda. A veces hace breves
preguntas que sirven para abreviar las confesiones y que resultan
impresionantes prueba de su doble vista.
¿Cómo puede saber?. El Padre conoce a cada penitente mejor de lo que él
mismo se conoce, y al arrodillarse ante él, el pecador ve con más
claridad sus pecados. Sin embargo, el Padre no dice todo lo que
descubre. A veces se queda silencioso, a la espera. El penitente siente
su conciencia removida hasta lo más hondo, y no puede mantener en
secreto el pecado que ocultaba. Lo confiesa, y el confesor dice
simplemente: "Eso es lo que esperaba".
Un joven complotaba matar a su mujer y simular que se trataba de un
suicidio, para poder así continuar sin tropiezos una unión ilícita. A
fin de apartar toda sospecha de culpabilidad, consintió en escoltar a su
compañera a San Giovanni. No bien puso los pies en la Iglesia, ella se
sintió atraída por una fuerza magnética hacia la sacristía, que se
encuentra en el otro extremo de la Iglesia, detrás del altar mayor. El
Padre Pío, desocupado en ese momento, se acercó para interrogarle. El
hombre no había pronunciado una sola palabra, cuando sintió que lo
tomaban del brazo y lo empujaban con violencia: "Sal , sal de aquí!, le
gritaba el fraile. Miserable!, ¿ignoras que no tienes el derecho de
manchar tus manos con la sangre de tu esposa?".
El hombre huyó como empujado por la tormenta. Durante dos días vagó sin
rumbo. En la imposibilidad de recuperar la calma, volvió al monasterio, y
el Padre Pío lo acogió como acogía Jesús a los grandes pecadores.
Cuando el hombre hubo terminado su tremenda confesión, le dijo: "No
teníais hijos y ambos deseabais uno. Vuelve a tu hogar, y vuestro deseo
se cumplirá". Cuando su mujer, a quien nunca había visto el Padre Pío,
vino un día a confesarse, a las primeras palabras que pronunció, oyó que
el Padre le decía: "No temas nada ya, tu marido no te hará ningún mal".
Después de años de esterilidad, ella dio a luz una criatura.
Un sacerdote había ido a San Giovanni para confesarse con el Padre Pío, y
tuvo que cambiar tren en Bolonia. Cuando hubo terminado su confesión,
el Padre le preguntó si no haba omitido nada. El sacerdote contestó con
sinceridad que no recordaba nada más; entonces replicó el Padre Pío: "No
lo hizo usted con malicia, pero se trata de una negligencia grave que
ha ofendido al Señor. Usted llegó a Bolonia a las cinco de la mañana.
Como las iglesias estaban cerradas, usted se fue al hotel para descansar
un poco antes de decir misa y se quedó dormido hasta las tres de la
tarde. Ya no era hora de la misa, y su negligencia ofendió a Dios".
Antes de que se pronuncie palabra alguna, el Padre Pío sabe si el que se
acerca a él es sincero o no, si es un convencido o un simple curioso.
Un médico entró cierta vez en la sacristía, pareció cambiar de idea y
volvió a salir. ¿Quien es ése?, ya volverá, afirmó rotundamente el
Padre. En efecto, el médico volvió bien pronto. Al instante le dijo el
Padre: Usted es un delincuente, y quiere eludir el Tribunal. Lea de una
vez esa carta!. Se trataba de la recomendación de un amigo. El médico la
leyó, palideció, cayó de rodillas a los pies del Padre, imploró perdón y
lo obtuvo.
Nuestro capuchino lee también el pensamiento a la distancia, como lo
prueba un número incalculable de hechos. He aquí uno como muestra:
Dos hermanas habían logrado a duras penas que su padre les permitiera ir
a ver al Padre Pío, pero le habían prometido formalmente no besarle el
guante, ese guante besado por tantos labios, por temor al contagio. Las
jóvenes lo prometieron, pero cuando vieron entrar al capuchino a la
iglesia, y a la gente apiñarse en torno suyo, no pudieron resistir la
tentación. Entonces él las miró sonriendo: "¿Han olvidado su promesa? ".
Cuenta un conocido médico italiano que una noche de enero de 1936,
estaba en la celda del Padre Pío con éste y otros dos laicos. De pronto
el Capuchino se arrodilla y les pide que recen "por un alma que está a
punto de compadecer ante el tribunal de Dios". Todos se arrodillaron, y
luego el Padre les preguntó: ¿saben ustedes por quién han rezado? - No -
fue la respuesta. Pues por el Rey de Inglaterra.
Entonces intervino el doctor: pero Padre, leí en los diarios de hoy que
el Rey tiene un ligero resfrío sin ninguna novedad. El Padre Pío se
contentó con responder: "Créanme". Cuando llegaron los diarios a
mediodía, se vio que el Rey de Inglaterra había fallecido en el momento
preciso en que el Padre Pío pidió simultáneamente a sus amigos oración.
Una joven de Benevento, cuyo marido había perdido la vista, recibió esta
explicación del Padre Pío: "Su ceguera garantiza su salvación, tiene
que permanecer ciego, es un castigo que Dios le envío por haber golpeado
a su padre". La pobre mujer no podía creer a sus oídos. En cuanto al
lisiado, empezó por negar, pero acabó por reconocer que a la edad de
dieciséis años había golpeado brutalmente a su padre con una barra de
hierro.
El Padre Pío era un gran trabajador del confesionario. Pero su carisma
de visión de almas le daba una herramienta muy especial, en su tarea de
convertir a muchos de sus visitantes. Durante décadas las personas
peregrinaron de a miles a San Giovanni, buscando la sanación de los
pecados a través de un instrumento como el Santo del Gargano. Qué bueno
sería encontrar en estos tiempos muchos fieles deseosos de lavar sus
almas con el agua de la misericordia, como aquellos que acudían a ver a
Pío. Qué bueno sería también encontrar sacerdotes dispuestos a
sacrificarse en el confesionario, como lo hacía el Padre Pío.
La Misa del Padre Pío.
Desde que el Padre Pió hace la señal de la Cruz al pie del altar de San
Francisco, su rostro se transfigura. Ya no es sólo el sacerdote que
celebra el Santo Sacrificio, es también el hombre de Dios, el elegido
para dar testimonio de su existencia, elegido para colaborar con Dios en
el martirio de las cinco llagas, el oficiante que es crucificado con Él
y que muere místicamente con Él en cada una de las misas.
Cristo habita en el Padre Pío y el Padre Pío hace suya la encarnación de
Cristo. Si el Padre Pío no estuviese modelado en Cristo, ¿cómo explicar
los sufrimientos que se reflejan en su rostro, las contracciones de su
cuerpo, sus esfuerzos para levantarse después de sus genuflexiones, como
si el peso de la cruz lo abrumara?. ¿Y qué decir de sus estados de
éxtasis prolongados, que lo transportan lejos de este mundo caótico?. Se
lo ve inclinar la cabeza, sonreír con esa sonrisa luminosa con que
acepta los pedidos de sus fieles, y de pronto estalla, y sus lágrimas
caen abundantes. Los testigos siguen mudos e inmóviles esta misa cuya
celebración dura dos horas. ¿Dos horas?. No!, parecen dos minutos!. Los
fieles de ayer, los de todos los momentos y aún los que nunca fueron
creyentes, todos de rodillas, parecen clavados al suelo, fijos sus ojos
en esas manos diáfanas. Extática persuasión que transforma a los
incrédulos, a los masones, a los protestantes, a los ateos, en
fervientes católicos. Por pedido de Pío XII, después de la liberación de
Roma, miles de soldados americanos recibieron autorización para asistir
a la misa del Padre Pío, lo que tuvo como resultado la conversión de
muchos muchachos protestantes.
El momento de la Consagración siempre es el punto cúlmine de la Misa de
Pío. Eleva la Hostia, el Cuerpo de Cristo, y se queda inmóvil por largos
minutos, interminables. Sus oraciones llegan al Cielo, mientras admira a
Nuestro Señor Presente en la Eucaristía. Cuando se le pregunta porque
toma tanto tiempo en la Consagración, él se limita a responder: ¿acaso
existe un tiempo para rezarle al Señor?.
Pío es el testimonio de la importancia de la Eucaristía como centro de
nuestras vidas. Cristo Vivo se hace presente en todos los altares,
alrededor del mundo, todas las horas de todos los días del año. Ese es
el misterio del Sacrificio Perpetuo. Y es el Padre Pío quien mejor nos
muestra cómo un alma consagrada debe vivir la entrega de Nuestro Señor.
Todos los sacerdotes del mundo debieran tomar su ejemplo de piedad
frente a la Celebración de la entrega que Dios hace por nuestra
salvación. Este profundo misterio parece ser olvidado por el mundo
actual, que tiende a cometer el enorme error de considerar la Misa como
una recordación, y no como lo que realmente es: Cristo vivo presente en
los Altares !
La Presencia Celestial en la vida de Pío.
El Padre Pío vivió rodeado del Cielo desde temprana edad. El contacto
con Jesús, María, los ángeles custodios, santos y almas del purgatorio,
era habitual para él. Pero raramente daba testimonio, debido a su
humildad. Sin embargo, era imposible ocultar sus contactos. En cierta
oportunidad se escucharon aplausos y gritos en la iglesia, sin que nadie
fuera visible. Ante la pregunta a Pío, él dijo: he estado orando por
muchos soldados muertos en la guerra, y un grupo de ellos ha venido a
agradecer mi oración, ya que iban camino del purgatorio hacia el Cielo.
A un niño enfermo, Pío se le presentó en bilocación y le anunció la
futura visita de la Virgen. Cuando el niño hubo recibido la Presencia de
la Madre del Cielo, Pío se volvió a presentar y le dijo: es hermosa,
¿no?. Yo la he visto muchas veces pero aún no dejo de admirarme de su
belleza. Tú la recordarás por el resto de tu vida.
Daba especial importancia a los ángeles custodios. Nuestros ángeles nos
siguen durante toda la vida, y aún después, y sin embargo no los
consideramos. Debemos orarles, pedirles ayuda, reconocer su presencia
como siervos de Dios, puestos allí para nuestra asistencia. La oración
de los ángeles custodios debe ser dicha diariamente, así como deben ser
invocados para nuestro consuelo y ayuda. Pío tuvo muchas oportunidades
para manifestar la presencia de los ángeles a sus circunstanciales
visitantes.
Por supuesto que la Presencia de Cristo en la vida de Pío era
resaltable, su oración era un diálogo permanente con el Señor, y su
testimonio de imitación se manifestaba a través de sus Estigmas.
No puede entenderse al Padre Pío en su acabada magnitud espiritual, sin
aceptar abiertamente lo sobrenatural en nuestro mundo. La Presencia
Celestial se manifiesta en el mundo de diversas formas, y el Santo del
Gargano era como una puerta abierta al Cielo, para dar testimonio de
esperanza a quienes tenemos débil nuestra fe.
El perfume a santidad del Padre Pío.
El olor de santidad, no solo en sentido figurado, es cosa familiar en
los Siervos de Dios. Es inútil decir que los incrédulos se ríen a
carcajadas de él, como también de sus estigmas. Pero también contra eso
tropieza la ciencia. Ningún desinfectante, ni la tintura de yodo, ni el
fenol, pueden engendrar ese olor agradable, muy peculiar, que emana de
la sangre de las llagas del Padre Pío, como lo han confirmado los
diversos estudios médicos que se le realizaron. Además estos han
observado que la sangre no se corrompe, como ocurriría normalmente, de
no tratarse de un fenómeno sobrenatural.
El olor es fugaz. Los visitantes a la celda de Pío sugieren que cuando
un individuo lo percibe es señal de que Dios derrama sobre él una gracia
por intercesión del Padre Pío. Perfumes de violetas, lirios, rosas,
incienso y tabaco fresco, a veces de gran persistencia, como lo
atestigua el Dr. Festa ( fallecido en 1940 ). Éste ha escrito: "Cuando
examiné por primera vez el costado del Padre Pío, guardé un trocito de
género manchado de sangre, pensando examinarlo en el microscopio. Como
carezco de olfato, no observé nada extraño. Pero un personaje de
importancia y otros señores que volvían conmigo de San Giovanni a Roma, y
que nada sabían del género guardado en mi caja de instrumentos,
percibieron - pese al viento que entraba por la ventanilla del auto - un
olor muy marcado, igual al que según ellos emanaba del Padre Pío.
En Roma, durante largo tiempo, ese género fue conservado en un armario
de mi consultorio, y a tal punto llenaba de efluvios la habitación que
muchos de mis pacientes me preguntaban espontáneamente de dónde venia
ese perfume."
Don Carlos Predriale, escribano genovés esperaba en la sacristía la
llegada del Padre Pío, acompañado de su hijito de tres años. No bien
entró aquel, el niño tiró de la manga a su padre, preguntando: "¿Papá,
qué es lo que tiene tan rico olor?".
Una noche de verano, en el quinto piso de un edificio situado en el
centro de Génova, un grupo de señoras hablaban del Padre Pío. De pronto
dos de ellas sintieron un efluvio con un característico perfume a
violetas, mientras las otras no sintieron nada. Pero un poco más tarde,
una tercera señora -un ser de excepción, por otra parte- entrando en la
sala tuvo la impresión de entrar en un campo de violetas. Esto no quiere
decir que haya que estar en estado de gracia para percibir "el olor de
santidad". Por el contrario, hay incrédulos y grandes pecadores que han
sido sensibles a él, como primera señal de su conversión. No es, pues,
un premio al mérito ni a la fe.
La señora Vera Berlotto Bianco, de Veglio Mosso, escribió: "Siempre
tengo muchísimo gusto de hablar de nuestro querido Padre Pío. El sábado
pasado recibí la visita de un profesor que goza de gran renombre en
Biella: deseaba que le diera unos datos sobre el Padre. Para asombro
nuestro, nos inundó de pronto una deliciosa fragancia que persistió
desde las nueve hasta las once. Qué alegría para mi marido y para mí!.
El profesor se sintió tan conmovido, que decidió ir a San Giovanni.
Dichoso de él!".
Otro testimonio de julio de 1949. "Discúlpeme que vuelva a insistir
sobre las gracias que ha realizado para mí el Padre Pío. El 11 de
febrero mi madre estaba grave. Yo oí una voz - la del Padre Pío - que me
urgía a que fuese a verla, porque se moría. Partí sin demora, y después
de un viaje de 50 km. llegué justo a tiempo para recoger su último
suspiro". "La segunda gracia la obtuve el Jueves Santo. De pronto me
inundó un fuerte olor a incienso, luego a rosas, y comprendí que el
Padre se me había manifestado en esa forma". "Finalmente, la tercera
gracia, la más importante para mí, la recibí el 27 de julio. Esa mañana
fui despertado por un violento aroma de violetas, cuya intención
comprendí cuando el cartero me trajo una carta de un hermano al que no
veía desde treinta y dos años atrás, y al que creía muerto."
Es habitual el caso de perfumes celestiales, rosas, incienso, violetas,
en eventos de Presencia Celestial. En muchas apariciones de María se
produce este fenómeno, yo da un testimonio de fe y conversión poderoso.
Sólo aquellos que lo vivieron saben lo majestuoso que es sentir que el
Cielo todo se manifiesta detrás de un hecho tan simple como percibir con
los sentidos, algo que físicamente no está allí. Además, es habitual
que el Cielo deje testigos que no sienten los perfumes, como forma de
corroborar que se trata de un hecho místico o. No son más que señales de
Presencia, regalos. La cuestión es qué hacemos con ellos, una vez
recibidos. ¿Podemos seguir viviendo como antes?. ¿Nos lo permite nuestra
conciencia?.
La reacción de la Iglesia a la existencia del Padre Pío.
Podemos decir sin dudarlo que el santo del Gargano sufrió la
incomprensión de muchos sacerdotes durante buena parte de su vida. De
hecho tuvo prohibición de escribir desde 1924 hasta su muerte. También
estuvo confinado en su celda durante casi una década, sin poder celebrar
misa, confesar, tener contacto con el mundo exterior. Muchísimos
investigadores de la iglesia fueron enviados desde el vaticano a San
Giovanni, con la aparente intención de demostrar que lo que allí ocurría
no era cierto ni posible. Sin embargo, Pío siempre amó a la iglesia,
cuerpo Místico de Jesús. Con absoluta obediencia y entrega, cumplió todo
lo que se le pidió, con la asistencia de Jesús y María. Finalmente,
durante la década de 1930 fueron liberándose las limitaciones, y volvió a
su vida monacal más abierta. Con el paso de los años, hubo varios
intentos de reunirlo con el Santo Padre, que nunca llegaron a
realizarse.
Sin embargo fue el pueblo quien dio la nota, más allá del intento
oficial de ocultar o acallar sus estigmas y manifestaciones: la gente.
El pueblo siempre creyó, y se volcó de a miles, durante décadas, a
visitarlo. Y cuando más se lo limitaba desde la iglesia, más fuerte era
el grito pacífico de resistencia. Todo indicó que no podía silenciarse
el llamado de Dios a San Giovanni Rotondo. Y es el haber pasado por
estas pruebas lo que da más validez y crédito a su santidad.
El Padre Pío fue beatificado, pero ahora estamos frente al hecho tan
deseado, reclamado por décadas por cientos de miles de personas
alrededor del mundo.
En diciembre de 2001 el Vaticano emitió el decreto de reconocimiento de
milagros y virtudes heróicas que allanan el camino para la canonización
del Padre Pío. Las puertas están abiertas para que recibamos a San Pío,
para nosotros el Padre Pío.
Él ya es santo, vaya si lo es. El Cielo entero canta alabanzas a esta
joya tan especial del alhajero de Jesús y María: el Santo del Gargano
está más que nunca indicándonos el camino de la gloria eterna, el camino
de llegada a la Patria Celestial.
El mensaje del Padre Pío.
A diferencia de otros casos de hechos místicos, Pío no fue instrumento
de mensajes específicos sobre el futuro de la humanidad, pese a que
existen mensajes falsos atribuidos a él. El mismo Padre Pío fue el
mensaje, su vida, su actitud, su deseo de santidad.
Sin embargo, es posible recoger escritos previos a la prohibición que le
estableció la iglesia en 1924, y referencias sobre su mensaje
espiritual, revelados por quienes lo escucharon.
Tomemos estos verdaderos principios de vida como una balsa de salvación para nuestras almas.
Dijo el Padre Pío: A Dios se le busca en los libros, se le encuentra en la meditación.
La vida del cristiano no es más que un perpetuo esfuerzo contra sí mismo. El alma no florece sino merced al dolor.
A alguien que temía haberse equivocado, el Padre le dijo: "Mientras
tema, usted pecará". La persona replicó: "Tal vez, Padre, pero se sufre
tanto!". Dijo Pío: "Es indudable que se sufre, pero es menester
distinguir entre el temor de Dios y el miedo de Judas. El demasiado
miedo nos hace obrar sin amor, mientras que la demasiada confianza nos
impide observar con inteligente atención aquel peligro que debemos
vencer. Ambos deben ayudarse uno a otro como dos hermanos".
Si logras vencer la tentación, es como si lavaras tu ropa sucia.
Quien no medita, decía cierta vez, me recuerda al hombre que no hecha
una mirada al espejo antes de salir, y poco cuidadoso de su aspecto,
aparece en público desaliñado sin darse cuenta.
La persona que medita y vuelve su espíritu a Dios, que es el espejo de
su alma, despista a sus faltas, las corrige lo mejor que puede y pone en
orden su conciencia.
Alguien preguntó un día al Padre: "¿Cómo podemos distinguir la tentación
del pecado?". Sonrió el Padre, y contestó con otra pregunta: "¿Cómo
distinguir a un asno de un ser razonable?. En que el asno se deja guiar,
mientras que el ser razonable tiene las riendas". Él se refería al
control de la voluntad, ya que el pecado se materializa cuando el mal
toma control de nuestros actos o pensamientos. La tentación es obra de
satán, y siempre existirá como amenaza en nuestro interior, tratando de
apoderarse de nuestra voluntad.
Por nuestra calma y nuestra perseverancia, no sólo nos encontramos a
nosotros mismos, sino también a nuestras almas y al mismo Dios.
Un hombre pidió al Padre Pío que curase a su madre. Le mostró su retrato
y le dijo: "Padre, si yo lo merezco, bendígala". "Ma che mérito. En
este mundo, ninguno de nosotros merecemos nada. Es el Señor, en su
infinita bondad quien es tan amable como para colmarnos de sus dones,
porque todo lo perdona".
El Padre Pío detesta la máxima: "Cada uno para sí mismo, Dios para
todos". La encuentra egoísta, demasiado de este mundo que sólo piensa en
sí mismo. Él propone esta otra de su cosecha: "Dios para todos, pero
nadie para sí mismo".
Un día, reporteado sobre la penitencia y la mortificación, el Padre se
expresó en estos términos: "Nuestro cuerpo es como un asno al que hay
que azotar, pero no demasiado, porque si cae, ¿quien nos llevará a
cuestas?".
El demonio no tiene más que una puerta para entrar en nuestra alma: la
voluntad. No existen entradas secretas. Ningún pecado es pecado sin
nuestro consentimiento. Cuando falta la participación del libre
albedrío, no hay pecado sino debilidad humana.
Alguien se lamentaba diciendo que lo torturaba el recuerdo de sus
faltas. "Eso es orgullo, le interrumpió el Padre. Es el demonio el que
le inspira ese sentimiento, no es una verdadera tristeza". "Pero, ¿cómo
podré discernir entre lo que viene del corazón, lo que es inspirado por
Nuestro Señor y lo que, por el contrario, proviene del diablo?". "Por
este signo inconfundible: el espíritu del demonio excita, exaspera, nos
inyecta una especie de angustia, cuando la caridad nos lleva en primer
lugar a buscar el bien de nuestra alma. Luego, si ciertos pensamientos
lo agitan, tengan por cierto que vienen del diablo".
A una persona que tenía vocación de curar almas y le preguntaba cómo
debía proceder con los que son sordos a los llamados de la caridad, el
Padre contestó: "Procura atraerlos por el amor y la caridad, dando sin
esperar algo a cambio. Y si con esto fracasas, entonces repréndelos.
Cristo hizo el Cielo, pero también el infierno".
En algunas ocasiones el Padre Pío dice a sus hijos espirituales: "Pan y
azotes ayudan muchas veces a criar espléndidos muchachos".
Un joven le confesó que temía amarlo más que a Dios. A lo que el Padre
replicó: "Usted debe amar a Dios con un amor infinito a través de mí.
Usted me quiere porque lo dirijo hacia Dios que es el Ser Supremo. Yo no
soy más que un medio. Si lo guiara hacia el mal, dejaría de amarme".
Un día una penitente le confió que le parecía imposible vivir lejos de
San Giovanni, tanta era la felicidad que sentía en su presencia. El
Padre le hizo la siguiente observación: "Para los hijos de Dios no
existe la distancia, hija". Como la joven no parecía convencida, sacó su
reloj: "Dígame, ¿ que ve en el centro?. El eje, Padre. Exacto. El eje,
como Dios, está inamovible, y las agujas corren ligadas al centro, y las
agujas miden el tiempo. En resumidas cuentas, el espacio que separa los
números del centro, carece de importancia: Dios es el centro, los
números son las almas, pero hay también un Padre Pío que sirve de
puente".
La prudencia tiene ojos. El amor piernas. El amor, que tiene piernas,
querría correr hacia Dios, pero su impulso es ciego, y uno tropezaría,
de no estar dirigido por los ojos de la prudencia.
Una mujer joven y bella, viuda de un miembro del Parlamento que murió en
la flor de la edad, estaba abrumada por la pena. Quería retirarse del
mundo y fundar una Orden religiosa. Consultó al Padre Pío: "Señora,
antes de santificar a los demás, piense en santificarse usted misma".
A un masón convertido, el Padre le dijo: "Todos los sentimientos,
cualquiera sea su fuente, tienen algo de bueno y algo de malo. A usted
corresponde asimilar sólo lo bueno y ofrecérselo a Dios".
Como una señora admitiera que tenía cierta inclinación a la vanidad, el
Padre comentó: "¿Ha observado usted un campo de trigo maduro?. Unas
espigas se mantienen erguidas, mientras otras se inclinan hacia la
tierra. Pongamos a prueba a los más altivos, descubriremos que están
vacíos, en tanto los que se inclinan, los humildes, están cargados de
granos".
Una señora le preguntó qué oración era más apreciada por Dios. Él
contestó: "Toda oración es buena cuando es sincera y continua".
Es tal el orgullo del hombre, dice el Padre, que cuando es feliz y
poderoso se cree igual a Dios. Pero en la desgracia, librado a sus solas
fuerzas, se acuerda del Ser Supremo.
Dios enriquece al hombre que ha hecho el vacío en sí mismo.
En la vida espiritual siempre hay que ir adelante, jamás retroceder. De
otro modo, le ocurre a uno lo que al barco que ha perdido el timón: es
rechazado por los vientos.
No es faltar a la paciencia el implorar a Jesús el fin de nuestros
sufrimientos, cuando exceden nuestras fuerzas. Siempre nos quedará el
mérito de haber ofrecido nuestros dolores.
La mentira es el engendro de Satanás.
La manía de los ¿Por qué?, ha sido calamitosa para el mundo.
La humildad es verdad. La verdad es humildad.
Una buena acción, cualquiera sea su causa, tiene por madre a la Divina Providencia.
La oración es la llave que abre el corazón.
No lo olvidéis: el eje de la perfección es el amor. Quien está centrado
en el amor, vive en Dios. Porque Dios es Amor, como lo dice el Apóstol.
En marzo de 1923, una penitente preguntaba al Padre qué debía hacer para
santificarse. "Desate sus lazos con el mundo". Una amiga, sabiendo que
ella llevaba una vida muy retirada, hizo un gesto de sorpresa. El santo
se volvió hacia ella y le dijo, con bastante sequedad: "Señora, uno
puede ahogarse en alta mar, y también puede sofocarse hasta el ahogo con
un simple vaso de agua. ¿Dónde está la diferencia?. ¿Acaso no es la
muerte, en cualquiera de esas formas?".
Recuerde, dijo el padre a uno de sus hijos espirituales, que la madre
empieza a hacer caminar al niño sosteniéndolo. Pero luego, éste debe
caminar sólo. También usted debe aprender a razonar sin ayuda.
A una señora excesivamente servicial, que se quejaba de no poder hacer
nada por él: "El general es el único en saber cómo y cuándo ha de
emplear al soldado. Espere su turno, señora".
Pecar contra la caridad es como destrozar la pupila de Dios. ¿Qué hay
más delicado que la pupila del ojo ?. El pecado contra la caridad
equivale a un crimen contra natura.
El amor y el temor deben estar unidos: el temor sin amor se vuelve
cobardía. El amor sin temor, se transforma en presunción. Entonces uno
pierde el rumbo.
Sin obediencia no hay virtud. Sin virtud no hay bien. Sin bien no hay amor. Sin amor no hay Dios. Y sin Dios no hay Paraíso.
En una estampa representando la Cruz, el Padre escribió estas palabras:
"El madero no os aplastará. Si alguna vez vaciláis bajo su peso, su
poder os volverá a enderezar".
Para Andrés Lo Guercio, que viniera de América a visitarlo, escribió en
una imagen del Sagrado Corazón: La humildad y la pureza son las alas que
nos llevan hacia Dios y casi nos divinizan. No se olviden que un
malhechor que se sonroja de sus actos está más cerca de Dios que un
hombre de bien que se sonroja de tener que trabajar.
Al señor Natal Selvatici, de Bolonia: No olvide que el hombre tiene un
espíritu, que tiene un cerebro para razonar y un corazón para sentir,
que tiene un alma. El corazón puede estar regido por la cabeza, pero el
alma no. Por lo tanto, debe existir un Ser Supremo que la dirija.
A un penitente que había vivido en el vicio, y que le preguntaba si,
cambiando de vida, alcanzaría el perdón y moriría en la fe, le contestó:
Las puertas del Paraíso están abiertas a toda criatura. Acuérdate de
María Magdalena.
El tiempo que se pierde en ganar almas a Dios, no es tiempo tontamente perdido.
Guardad en lo más hondo del espíritu las palabras de Nuestro Señor: "A fuerza de paciencia, poseeréis vuestra alma".
Jesús os guía hacia el Cielo por campos o por desiertos. ¿Qué
importancia tiene?. Acomodaos a las pruebas que Él quiera enviaros, como
si debieran ser vuestras compañeras para toda la vida. Cuando menos lo
esperéis, quizás queden resueltas.
Los grandes corazones ignoran los agravios mezquinos.
El anhelo de la paz eterna es legítimo y santo, pero debe ser moderado
para una total resignación a los designios del Altísimo: más vale
cumplir la Voluntad Divina en este mundo que gozar en el Paraíso. Sufrir
y no morir, era el ‘leit-motiv’ de Santa Teresa. El Purgatorio es un
lugar de delicias, cuando se lo soporta por voluntaria elección de amor.
El demonio es como un perro encadenado: si uno se mantiene a distancia de él, no será mordido.
Las tentaciones, el bullicio, las preocupaciones, son las armas de
nuestro enemigo. No lo olvidéis: si hace tanto ruido, es señal de que
está afuera y no dentro. Lo que debiera espantarnos sería que reinase la
paz y la armonía entre nuestra alma y el demonio.
Las tentaciones emanan de lo innoble y de las tinieblas. Los
sufrimientos, del seno de Dios: Las madres vienen de Babilonia, las
hijas de Jerusalén. Despreciad las tentaciones, recibid las vicisitudes
con los brazos abiertos.
Gólgota: Una cima cuya ascensión nos reserva una visión beatifica de nuestro amado salvador.
Si Jesús se manifiesta a vosotros, dadle gracias. Si se os oculta, dadle
gracias. Todo esto es un juego de amor para atraernos dulcemente hacia
el Padre. Perseverad hasta la muerte, hasta la muerte con Cristo en la
Cruz.
El don sagrado de la oración está a la derecha del Verbo, nuestro
Salvador, en la medida en que vaciéis vuestro Yo de sí mismo, es decir,
del apego a los sentidos y a vuestra propia voluntad. Echando raíces en
la santa humildad, el Señor hablará a vuestro corazón.
Practicad con perseverancia la meditación a pequeños pasos, hasta que
tengáis piernas fuertes, o más bien alas. Tal como el huevo puesto en la
colmena se transforma (a su debido tiempo) en una abeja, industriosa
obrera de la miel.
El corazón de nuestro Divino Maestro no conoce más que la ley del amor,
la dulzura y la humildad. Poned vuestra confianza en la divina bondad de
Dios, y estad seguros de que la tierra y el cielo fallarán antes que la
protección de vuestro Salvador.
Caminad sencillamente por la senda del Señor, no os torturéis el
espíritu. Debéis detestar vuestros pecados, pero con una serena
seguridad, no con una punzante inquietud.
Permaneced como la Virgen, al pie de la Cruz, y seréis consolados. Ni
siquiera allí María se sentía abandonada. Por el contrario, su Hijo la
amó aún más por sus sufrimientos.
Por los golpes reiterados de su martillo, el Artista divino talla las
piedras que servirán para construir el Edificio Eterno. Puede decirse
con toda justicia que cada alma destinada a la gloria eterna es una de
esas piedras indispensables. Esos golpes de cincel son las sombras, los
miedos, las tentaciones, las penas, los temores espirituales y también
las enfermedades corporales. Dad pues, gracias al Padre celestial por
todo lo que impone a vuestra alma. Abandonaos a Él totalmente. Os trata
como trató a Jesús en el Calvario.
El Padre Pío es nuestro sendero claro y bien señalizado hacia el amor
del Padre Eterno, a través de Jesús y María. Tenemos que tenerlo
presente, conocerlo, familiarizarnos con él. Quien sienta un profundo
amor por el Santo del Gargano, y llegue a sentir como él sintió, habrá
encontrado la forma de vivir esta vida con la alegría y entrega
necesarias como para esperar la vida eterna con paz verdadera.
El perder el temor a la muerte, el desapegarse de las cosas de este
mundo, es la primer gran puerta al crecimiento espiritual y a la
conversión de nuestra alma. Él es un salvavidas tendido a nuestras
manos, para que podamos aferrarnos y enfrentar con confianza el oleaje
que el demonio nos propone a lo largo de una vida rodeada de miserias,
egoísmo, vanidad, cobardía, envidia, odio, tristeza, arrogancia y falta
de esperanza y fe.
Busquemos a Dios donde Él se encuentra, Pío es una fuente que no podemos desperdiciar !
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