martes, 10 de enero de 2017

¿QUIÉNES SON HOY LOS FARISEOS? - En Cristo y María

¿QUIÉNES SON HOY LOS FARISEOS? - En Cristo y María














¿QUIÉNES SON HOY LOS FARISEOS?



I. INTRODUCCIÓN
De un tiempo a esta parte se escuchan voces prominentes en nuestra
Iglesia que no dudan en tratar de “fariseos” a los católicos de fe clara
y probada. Y a ese calificativo se unen otros como “rigoristas”,
“legalistas”, “fundamentalistas”, “integristas”, etc.[1].


En estas líneas vamos a intentar desmentir la falsedad de esa
acusación, a aclarar qué es lo que realmente define el fariseísmo, por
qué Cristo fustigaba a los fariseos con tanta dureza y, aplicando la
analogía y la deducción lógicas, pretendemos averiguar quiénes podrían
ser hoy sus sucesores en nuestra querida y sufrida Iglesia católica.


Este artículo es, pues, una defensa del católico fiel que se ve
calificado de manera inmisericorde como “fariseo”, por el simple hecho
de amar la Palabra de Dios por encima de todas las cosas y el magisterio
y la tradición católicas que correctamente la han interpretado de igual
manera en los últimos dos mil años


II. LOS FARISEOS, ¿QUIÉNES ERAN?
Flavio Josefo, historiador judío del s. I d. C. nos explica en sus
“Antigüedades judías” que los fariseos constituían una de las tres
sectas o escuelas filosóficas nacionales, junto con la de los esenios y
los saduceos.


Digamos sólo unas pocas palabras de los esenios, que, en palabras de
Flavio Josefo, eran admirados “por encima de todos los que practican la
virtud, por su apego a la justicia”: los esenios sin duda eran la secta
de doctrina, moral y prácticas más puras y espirituales. No aparecen
nunca en el Nuevo Testamento ni fueron objeto nunca de reprensión por
parte de Cristo. Efectivamente, mientras los fariseos y saduceos se
oponían a Cristo de todas las maneras posibles y conspiraron para
matarlo por no poder soportar su doctrina, los esenios no se hicieron
nunca presentes en la vida pública de Cristo, ya que tenían la costumbre
de vivir aislados en zonas montañosas, para no participar de la
perversión moral y espiritual que campaba a sus anchas en el Templo y
las sinagogas en tiempos de Cristo.


Por videntes posteriores completamente fiables como Ana Catalina Emmerick[2]
hemos sabido que, además, gran parte de la parentela de María
pertenecía a comunidades esenias, en las que se preservaba el espíritu
auténtico de la doctrina judaica con mucha mayor limpieza que en las
sectas farisea y saducea, como veremos ahora. Todos ellos anhelaban la
venida del Mesías para antes de la destrucción del segundo templo[3].
Muchos de estos esenios entraron en el cristianismo de forma natural,
como entró en el cristianismo lo mejor del judaísmo, su parte sana no
contaminada con las doctrinas humanas que venían desviando el auténtico
judaísmo mosaico hasta la corrupción espiritual reinante que se encontró
Cristo en el “judaísmo oficial” en su vida pública.


Los fariseos eran, pues, una secta judaica que nace en el s. II a.C. y
desaparece como tal en el s. II d.C. pero no por su extinción violenta
sino porque sus ideas y cosmovisión del judaísmo, tras el Deicidio, se
impusieron finalmente en el judaísmo de la diáspora hasta nuestros días.
El fariseísmo se diluyó, así, en el judaísmo oficial, tras la
destrucción del Templo en el año 70 d.C. y la destrucción de los restos
de Israel por parte de los romanos. Se puede decir sin temor a
equivocarse que el judaísmo ortodoxo de hoy es fariseo, por talmúdico y
anticristiano. Desde los Macabeos y su lucha contra el helenismo, el
fariseísmo fue creciendo en influencia hasta encontrarse en su apogeo
durante la vida terrena de Cristo.


Cristo fue sin dudas el parteaguas del judaísmo, la piedra de
tropiezo para enaltecimiento de unos y perdición de muchos, la bandera
disputada en el pueblo: la parte más fiel al espíritu de las doctrinas
originales de los patriarcas y de la Torá, la que entendió que las
profecías mesiánicas de la Escritura se cumplían en Cristo, entró en el
cristianismo con alegría, mientras que los que rechazaron a Cristo como
Mesías quedaron amargados y endurecidos como piedras y ciegos,
apartándose violentamente del verdadero sentido espiritual del judaísmo,
y rechazando desde entonces la Torá porque les era odiosa (al comprobar
de manera indubitada cómo esas profecías mesiánicas se cumplieron
efectivamente en Cristo), echándose en manos, definitivamente, de las
doctrinas de los hombres, es decir, del Talmud[4] y, de lo que es peor, incluso de la Kábala.


Dicho de otra forma: los judíos que entendieron que el Mesías prometido era Dios y hombre al mismo tiempo, el Hijo de Dios vivo[5],
el “varón de dolores de Isaías”, reconocieron a Cristo, antes o después
de su muerte y resurrección, y entraron en el cristianismo. Sin
embargo, los que esperaban un Mesías puramente humano, Rey poderoso y
jefe de ejércitos que habrían de derrotar a los romanos y a todos sus
enemigos terrenales, los que esperaban un Rey del mundo y no un Rey del
Cielo y de la Tierra, ésos, endurecieron sus corazones como pedernal y
le rechazaron, atrayendo sobre sí la maldición de Dios tras pedir
solemnemente ante Pilatos que su sangre inocente cayera sobre ellos y
sus hijos[6],
como así fue tras el Deicidio. Esos judíos de hoy, herederos de
aquellos fariseos, que esperan ese tipo de Mesías guerrero y triunfador,
liberador mundano y político del judaísmo, lo encontrarán, ¡ay!, en el
fin de los tiempos, pero será el Anticristo.


En el Libro XVIII, epígrafe 3º de sus Antigüedades judías, Flavio Josefo elogia a los fariseos, y los describe así:


“Los fariseos viven parcamente, sin acceder en nada a los placeres.
Se atienen como regla a las prescripciones que la razón ha enseñado y
transmitido como buenas, esforzándose en practicarlas. Honran a los de
más edad, ajenos a aquella arrogancia que contradice lo que ellos
introdujeron. A pesar de que enseñan que todo se realiza por la
fatalidad, sin embargo no privan a la voluntad del hombre de impulso
propio. Creen que Dios ha templado las decisiones de la fatalidad con la
voluntad del hombre, para que éste se incline por la virtud o por el
vicio. Creen también que al alma le pertenece un poder inmortal, de tal
modo que, más allá de esta tierra, tendrá premios o castigos, según que
se haya consagrado a la virtud o al vicio; en cuanto a los que
practiquen lo último, eternamente estarán encerrados en una cárcel; pero
los primeros gozarán de la facultad de volver a esta vida. A causa de
todo esto disfrutan de tanta autoridad ante el pueblo que todo lo
perteneciente a la religión, súplicas y sacrificios, se lleva a cabo
según su interpretación. Los pueblos han dado testimonio de sus muchas
virtudes, rindiendo homenaje a sus esfuerzos, tanto por la vida que
llevan como por sus doctrinas.”.


En relación con los saduceos, de quienes se dice que no creían en la
resurrección, acota también Flavio Josefo “que se atienen a las
opiniones de los fariseos, ya que el pueblo no toleraría otra cosa”. Los
saduceos pertenecían a la aristocrática y conservadora clase
sacerdotal, mientras que los fariseos formaban parte de lo que hoy en
día podríamos llamar como “clases medias”, dedicados al comercio y a los
negocios, y más abiertos a la innovación por su sentir religioso
decididamente favorable al casuismo, es decir, a permitir excepciones e
interpretaciones contrarias a la ley que decían amar. La mayoría de los
escribas y abogados eran también fariseos, por lo que su interpretación
de las Escrituras era la “oficial” en el Templo y luego en las
sinagogas.


Vemos, pues, que gran parte del pueblo tenía mucha estima por el
fariseísmo y sus integrantes, ya que su apariencia era muy digna, pura y
ostentosa[7],
hasta el punto de que los saduceos se sometían a las opiniones fariseas
para no contrariar al pueblo. El tono laudatorio hacia el fariseísmo
que emplea Flavio Josefo no nos debe extrañar, ya que él mismo era
fariseo. Podría decirse por tanto que fariseos y saduceos compartían la
misma doctrina y la misma forma de entender la religión, salvo por dos
puntos esenciales:


  • los saduceos creían que el alma perecía con el cuerpo, mientras que los fariseos creían en la inmortalidad del alma, y
  • la importancia que los fariseos concedían a la tradición oral, esto
    es, a las costumbres humanas heredadas de los antepasados, que ponían al
    mismo nivel que la Torá e incluso por encima de ella, como tantas veces
    deploró Cristo mismo. Este gusto por las costumbres y doctrinas
    humanas, hasta el punto de impugnar con ellas la Ley de Dios que decían
    respetar cristalizó dramáticamente, tras el rechazo de Cristo como
    Mesías, en el Talmud, que elaboraron desde el s II d.C. (resumen de
    todas las perversiones del auténtico judaísmo) como compendio de citas y
    sentencias rabínicas de hombres, netamente separadas ya en tantas cosas
    del espíritu de la Palabra de Dios; y en la Kábala, que es el
    gnosticismo judío, trufado de la idolatría adquirida en su destierro en
    Egipto y Babilonia.
En época de Jesús los saduceos eran mayoría en el Sanedrín[8]
(compuesto por 70 sacerdotes): Caifás era el Sumo Sacerdote, el
equivalente a nuestro Papa, y era de la secta saducea, si bien había
también algunos sacerdotes fariseos que, por su prestigio e importancia
ante el pueblo, de seguro tuvieron un papel destacado en la condena de
Cristo, ya que son ellos principalmente los que en el Evangelio aparecen
instigando su captura y asesinato por blasfemo.


La doctrina farisea era realmente correcta, en la línea de lo que
había sido el judaísmo veterotestamentario, y perfectamente compatible
con el cristianismo actual. Por eso Cristo la alababa (“Haced lo que os
digan[9]”).
El problema de los fariseos era, sin embargo, de índole espiritual y de
falta de coherencia, ya que no llevaban a la práctica esa doctrina en
la que creían sino que, por el contrario, su conducta privada se
apartaba de ella y la repelía como el agua al aceite, razón por la cual
eran objeto de las constantes imprecaciones de Cristo, que les llamaba
abiertamente “hipócritas”. Diríamos nosotros que son la quintaesencia de
la hipocresía pues en ellos era igualmente grande el celo en defender
la doctrina como el desmentido que, de ella, hacía su comportamiento
personal. Hasta el punto en que a la persona hipócrita se la llama
coloquialmente aún hoy en día “fariseo”, y la hipocresía que supone de
decir una cosa y hacer lo contrario se denomina convencionalmente
“fariseísmo”.


La palabra fariseo procede de los vocablos judíos “phérushitn” o
“phérishajja”, que quiere decir “separados”, en alusión a su aversión
por lo impuro. Por tanto, separados, según ellos, de la impureza o
contaminación de la religión. Nada más lejos de la realidad, como
veremos.


III. ¿POR QUÉ CRISTO ABOMINABA DE LOS FARISEOS? LOS RASGOS DEFINITORIOS DEL FARISEÍSMO DE ENTONCES Y DE SIEMPRE
1. La esencia del fariseísmo es la hipocresía, es decir, la mentira
El Nuevo Testamento dedica muchas líneas a los fariseos. Los cuatro
evangelistas narran detalladamente cómo fue el proceso de oposición
gradual que los fariseos tuvieron hacia Cristo: primero se le acercaban
con curiosidad, le preguntaban y le dejaban explicarse; luego, al
escuchar esa predicación y los milagros incontestables de Cristo
comenzaron a sospechar que estuviera poseído; envidiaban a muerte lo que
hacía y las muchedumbres que le seguían[10];
finalmente, tras las muchas reconvenciones de Cristo por su perversión
espiritual y su hipocresía rabiaban contra Él y no podían soportar lo
que decía, pues Cristo denunciaba abierta y públicamente sus mentiras e
hipocresía, hasta que comenzaron a conspirar para matarle, lo que
hicieron a la postre, persuadiendo al pueblo para que soltaran a
Barrabás y a los romanos para que le crucificasen[11].


El fariseísmo es la máxima perversión de la religión, la más
peligrosa sin duda porque mantiene la apariencia de santidad, pero la
desmiente con las obras. El mismo San Juan Bautista les llamaba “raza de
víboras”[12],
epítome utilizado también por Cristo para resumir su comportamiento.
Reparemos en que las víboras no se ven, son pequeñas, pero muerden al
hombre de manera mortal. Así actuaba y actúa el fariseísmo, pues sus
integrantes tenían y tienen apariencia de bondad y de santidad a los
ojos del pueblo, pero su levadura, que es la hipocresía[13],
contamina y envenena a la gente de la manera más ponzoñosa, es decir,
sin darse cuenta, al igual que una gota de veneno en un vaso de agua.


La mayoría de los fariseos no aceptaron el llamado a la conversión[14],
aunque algunos grupos se dejaron bautizar por San Juan Bautista si bien
la salvación, como les decía este profeta, el mayor nacido de vientre
de mujer, requería y requiere no sólo bautizarse sino dar frutos de
conversión:


“Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les
dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira
inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta
con decir en vuestro interior: “Tenemos por padre a Abraham”; porque os
digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el
hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto
será cortado y arrojado al fuego”. (Mateo 3, 7-10).


La mayoría de los fariseos no daban en realidad frutos de conversión porque la rechazaron ya que de un corazón[15]
malo no salen frutos buenos. Al negar la mesianidad y divinidad de
Cristo, se condenaron. Y es por eso que el Reino se les quitó a los
judíos y pasó a los cristianos[16].


La esencia del fariseísmo es la hipocresía, es decir, predicar lo
correcto, lo justo, pero para luego no hacerlo, o, lo que es peor, hacer
lo incorrecto, lo injusto. Lo propio del fariseísmo es, por tanto, la
mentira, pero la mentira en su grado más peligroso, esto es, disfrazada
de verdad y de justicia. Y ya sabemos quién es el Padre de la mentira,
el Demonio. Recordemos también que la imagen empleada por San Juan
Bautista y por Cristo de “víbora” nos retrotrae al disfraz que empleó el
Demonio para hacer caer a la humanidad en el pecado original, de donde
se ve que ambos avisaban del peligro oculto del fariseísmo, que mata el
alma del que les sigue porque su peligro no es visible sino oculto. Al
luchar denodadamente contra el fariseísmo Cristo no hace sino luchar
contra el Demonio, oculto baja la apariencia de religiosidad, pues
siendo los fariseos los hombres más religiosos de su tiempo eran en
verdad los más alejados de la auténtica religión[17].
Es, desde luego, algo satánico aparentar ser virtuoso y religioso sin
serlo, es más, teniendo un corazón contrario a la religión hasta el
punto del Deicidio, de matar al que es auténticamente religioso, Cristo,
y a los que le siguen, los cristianos. Ya sabemos que Lucifer se
presenta como ángel de luz, como los fariseos, sus acólitos[18].


Cristo mismo condena el fariseísmo, y deja caer que sus seguidores no se salvarán:


“«Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los
escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.”. (Mateo 5,
20).


El fariseísmo siempre fue la corriente liberal del judaísmo – pero en
la práctica, no en la doctrina – en contra de lo que pudiera parecer,
ya que tenían fama por mantener supuestamente la integridad de la ley y
de la moral, pero en la realidad fueron vaciando progresivamente los
mandamientos de Dios de su sustancia natural, desde los siglos previos
al nacimiento de Cristo, por medio de excepciones, casuismos e
interpretaciones rabínicas que justificaban, para cada situación
personal, una práctica que acabó por ser contraria a los mismos
mandamientos de Dios, como veremos. Esto se ve muy claramente en su
permisividad total con el repudio y el adulterio.


2. El casuismo y las doctrinas humanas que excepcionan el
recto entendimiento y cumplimiento de la Ley de Dios, esto es, de los
Mandamientos. Un claro ejemplo: el mandamiento de “No cometerás
adulterio”
Si alguno tiene la tentación de decir que Cristo no era legalista o
que venía a predicar una doctrina que contradecía los mandamientos y la
Palabra de Dios Padre (como un nuevo marcionismo), debe saber que está
en un grave error. Y esto se lo explicaba Cristo a tiempo y destiempo a
los fariseos, que gustaban de una religión en la que su doctrina era
correcta pero su “pastoral”, la praxis, era relajada y facilona, con lo
que impugnaban la misma ley que decían amar:


“«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he
venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y
la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que
todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más
pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino
de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será
grande en el Reino de los Cielos. «Porque os digo que, si vuestra
justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en
el Reino de los Cielos” (Mateo 5, 17-20)


Porque Cristo ama la ley y ha venido a devolverle su sentido inicial,
mucho más estricto que el que tenían de ella los fariseos. El plan de
Cristo era devolver a los hombres el plan inicial de Dios, donde la ley
se cumpliera a rajatabla según su sentido literal y más allá aún,
recordando su espíritu y sentido auténtico o ratio legis, pero
no un espíritu enfrentado con la literalidad de la ley, sino que incluso
la hacía más rígida. No vino pues, Cristo, a contradecir la letra de la
ley, sino, al contrario, a devolverla a su verdadero espíritu, que
limpiaba la ley de las excepciones, casuismos e interpretaciones laxas
acuñadas por los fariseos durante siglos. Como vemos en Mateo 5, 17-20,
Cristo dice claramente que no se salvarán los que prediquen una justicia
contraria a la ley, y que estarán mucho tiempo en el purgatorio los que
pequen venialmente incumpliendo los preceptos menores de la ley y los
profetas. Y para demostrarlo, a continuación, expresa el verdadero
sentido de la ley, endureciendo los mandatos que ya no cumplían los
judíos fariseos, que empleaban la pastoral y el casuismo para
excepcionar la letra de la ley[19].


Esto queda claro también en Mateo 5, 21-48: Cristo endurece los
mandamientos de Dios recibidos en el Monte Sinaí por Moisés, recopilados
en la Torá, repristinando el auténtico sentido de la ley, recordando la
necesidad de cumplirla a la letra. Así:


1º. No matar ya no significa sólo no matar en sentido estricto, sino
no insultar a otros, porque con la lengua también se asesina (Mateo 5,
21-22[20]);


2º. No sólo comete adulterio quien estando casado válidamente
tiene relaciones sexuales con una tercera persona sino quien estando
casado válidamente mire a otra mujer deseándola (Mateo 5, 27-28)[21]
.
De donde echamos de ver que toda doctrina que le quiera quitar
importancia al pecado mortal de adulterio no es de Dios, pues Cristo
mismo recuperó el sentido absoluto y estricto del sexto mandamiento.


En relación con el repudio (el actual divorcio), Dios lo odia y odia también al que lo justifique con causas humanas[22]. Y Cristo, igual, dice que no cabe en ningún caso, salvo en caso de porneia,
es decir, cuando dos personas conviven maritalmente sin estar casados,
es decir, en fornicación (Mateo 5, 31-32). Peca mortalmente, pues, el
que deja a su mujer (se divorcia de ella), pero peca doblemente porque
hace a su mujer adúltera, ya que es probable que la mujer dejada caiga
en adulterio por rejuntarse o casarse civilmente con una tercera
persona. Igualmente cometía adulterio el que se casase con la mujer
abandonada (hoy podríamos decir que el que se case civilmente con la
abandonada). Es bastante evidente en estos dos versículos que Cristo
corta de raíz una práctica muy común de los fariseos que era justificar
el repudio de su mujer por cualquier causa, por peregrina que fuese.


Se sabe que los fariseos se inventaron mil y una causas para poder
repudiar a sus mujeres y así poder casarse con otras (incurriendo así en
adulterio ellos, a la vez que inducían, como dice Cristo, a sus mujeres
abandonadas a que cayeran también en adulterio[23]):
algunas eran ridículas, como que al marido le gustaba otra mujer más
que la propia, que la mujer les sirviera la comida fría o un plato con
mal sabor, o si se entretenía en la calle a hablar con alguien, o si se
ponía a hilar en la puerta de su casa y no dentro. Además, el repudio
era posible sólo por parte de los varones. Los judíos de la época de
Jesús se mostraban divididos entre las enseñanzas de dos grandes
rabinos: Hilel y Shammai. La Escuela de Hilel era absolutamente liberal y
permitía el repudio por cualquier motivo que pudiera placer al hombre.
La de Shammai era más rigorista, y sólo lo permitía por adulterio.
Cristo abolió ambas interpretaciones y no permitió ninguna razón para el
repudio de la mujer en un matrimonio válidamente celebrado, pues la
excepción de la porneia o repudio que cita Cristo juega sólo
para parejas que no estaban casadas. Además, tras la destrucción del 2º
Templo por Tito en 70. d.C., la Escuela farisaica de Hilel se impuso en
todas las sinagogas y en el judaísmo rabínico, hasta hoy.


Hasta tal punto estaba asentada esta mentalidad divorcista y adúltera
entre los judíos contemporáneos de Cristo que él mismo les llamaba
frecuentemente “generación malvada y adúltera”[24].
De hecho, los mismos apóstoles estaban contagiados de ese fariseísmo ya
que se escandalizaban de la doctrina de Cristo al respecto[25].
Veamos qué le dice Cristo a los fariseos, que, como hemos dicho, se
habían inventado múltiples causas lícitas para divorciarse de su mujer y
cometer adulterio legal casándose con otras mujeres:


“Y sucedió que, cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea
y fue a la región de Judea, al otro lado del Jordán. Le siguió mucha
gente, y los curó allí. Y se le acercaron unos fariseos que, para
ponerle a prueba, le dijeron: «¿Puede uno repudiar a su mujer por un
motivo cualquiera?» El respondió: «¿No habéis leído que el Creador,
desde el comienzo, los hizo varón y hembra,  y que dijo: Por eso dejará
el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se
harán una sola carne?  De manera que ya no son dos, sino una sola carne.
Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre.» Dícenle: «Pues
¿por qué Moisés prescribió dar acta de divorcio y repudiarla?» Díceles:
«Moisés, teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón, os permitió
repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así. Ahora bien,
os digo que quien repudie a su mujer – no por fornicación – y se case
con otra, comete adulterio.» (Mateo 12, 1-11).


Obsérvese cómo completa este pasaje del Nuevo Testamento al
anteriormente comentado: para Cristo no caben excepciones, ni el
casuismo fariseo que permitía el divorcio al varón por cualquier causa.
Ni una causa admite Cristo, porque la que parece admitir es la ya
comentada de la porneia, es decir, de la fornicación (cuando
entre la pareja no hay matrimonio sino que conviven maritalmente sin
estar casados, en cuyo caso sí puede, evidentemente, el hombre
divorciarse de la mujer, ya que no hay matrimonio entre ellos). Y cuando
los fariseos apelan a Moisés, Cristo les deja claro que su intención es
volver al precepto original con el que Dios prohibió el adulterio en el
sexto mandamiento: prohibir el repudio de manera absoluta, y calificar
sin ambages de adulterio el pecado que comete el marido que repudia a su
mujer y se casa con otra. También califica de adulterio, como hemos
visto en Mateo 5, 31-32, el pecado que comete la mujer repudiada cuando
se une carnalmente a otro hombre.


Cristo viene al mundo a devolver la pureza y el rigor de la Ley de su
Padre, ordena cumplir los mandamientos para poder entrar en el Cielo, y
dice que le aman quienes los cumplen[26].
Porque Moisés, ante los “fariseos” de su tiempo, tuvo que condescender y
permitirles dar libelo de divorcio a sus mujeres, pero por causas
tasadas y justas. Y lo hizo, precisamente, “por la dureza de sus
corazones[27]”,
rasgo, por cierto, típicamente fariseo. Los fariseos, sin embargo, con
sus sentencias rabínicas y justificaciones humanas, fueron aumentando
esas causas ad nauseam, acuñando jurisprudencia que permitía
decenas de causas de repudio, a cual más inhumana, superficial e
injusta, porque condenaba a la mujer repudiada a casarse de nuevo, si no
quería caer en la prostitución o morir de hambre.


3º. El perjurio es pecado, pero es también incorrecto jurar por
cualquier razón (Mateo 5, 33-37). Viene de Dios hablar claro: sí, sí;
no, no. Viene del Diablo el hablar confuso, oscuro o complejo y el
introducir excepciones o casuismos (el sí pero no o el no pero sí,
podríamos decir). Como dicen los anglosajones, el Demonio está en los
detalles.


4º. No hay que amar al prójimo y odiar al enemigo, sino amar a ambos,
pues, ¿qué mérito hay en odiar al enemigo? (Mateo 5, 43-47), pues el
Padre celestial hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre
justos e injustos.


Como conclusión podemos decir que Cristo, que es Dios, vuelve a darle
a los mandamientos el sentido original que Dios padre quiso darles
cuando se los entregó a Moisés, quitando las doctrinas humanas
farisaicas que han ido excepcionando su cumplimiento por razones
egoístas. En puridad, no es que Cristo endurezca los mandamientos, sino
que les devuelve a su auténtico sentido, que fue tergiversado por los
fariseos en los dos siglos previos a Cristo. Y es por ello por lo que
termina Cristo su discurso con una frase inolvidable: “Vosotros, pues,
sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. Cristo nos pide
la santidad, la perfección, que es posible de alcanzar con la gracia de
Dios y con el sacrificio personal. No se contenta con pedirnos el bien
humanamente posible en cada situación, ni un mal menor, porque ello
sería negar la gracia y caer en el pelagianismo de que es el hombre el
que debe, con sus esfuerzos, salir del pecado. Pensar así lleva a la
conclusión de que es heroico, por ejemplo, estar en castidad en una
relación adúltera, o que un sacerdote sea célibe, o que un matrimonio
sea fiel. La moral de situación fue condenada por Pío XII y es
anticristiana[28].


El adúltero ama la ley mosaica de los ritos y rituales (no así los
mandamientos de Dios, cuyo sentido real pervierten), porque precisamente
esos ritos y rituales son cuestiones externas, que podría hacer
cualquiera sin tener fe o un auténtico sentimiento religioso. Ésta es la
Ley que la nueva alianza abrogó, la de los sacrificios de animales y
los interminables y farragosos rituales humanos de los judíos. Al
contrario, los fariseos no aman los mandamientos de Dios, que forman
parte de la Nueva y Eterna Alianza, claro está, porque ellos en realidad
no son religiosos en el sentido real de la palabra. Sólo tienen
fachada. A esto alude Cristo mismo en estos versículos, que les definen y
retratan con verismo:


“«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el
diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más
importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo
que había que practicar, aunque sin descuidar aquello” (Mateo 23, 23).


Vemos cómo Cristo les reprocha que respetan las cuestiones
materiales, económicas, de la fe (los diezmos menores) pero no los
preceptos centrales de la religión: la justicia, esto es, cumplir los
mandamientos; la misericordia, esto es, la auténtica caridad para con el
prójimo (no la limosna representada y escenificada); y la fe:
finalmente, creer en Dios. Es por esto por lo que el Espíritu Santo le
hace decir a San Pablo:


“Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las
llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente,
es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se
engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en
cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.
Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (1 Cor.
13, 3 y ss.)


Como vemos, sin caridad todo lo que en apariencia pudiéramos hacer de
bueno (como hacían los fariseos en su vida pública, no en la privada,
claro), de nada nos sirve a los ojos de Dios. Quien tiene caridad tiene
virtudes que difícilmente posee un fariseo: es paciente, servicial, no
es envidioso, ni jactancioso, ni soberbio, es decoroso, no busca su
interés (algo tan farisaico), no se irrita ni es vengativo, no es
injusto ni se alegra con la injusticia sino que se alegra con la verdad…
Hace San Pablo aquí un retrato al aguafuerte del justo, tan indeleble
que es el anverso del retrato que, durante toda su vida pública, hizo
Cristo de los fariseos.


3. Lo que Cristo aborrecía de los
fariseos no era su doctrina, ni siquiera su conducta pública, sino su
praxis o conducta privada
Cristo le dice a sus apóstoles: “Haced, pues, y observad todo lo que
os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen” (Mateo
23, 3).


Efectivamente, Cristo sabe que los fariseos dicen lo correcto, pero
hacen lo incorrecto. En eso radica su hipocresía. Su apariencia externa
era intachable, con largas filacterias y orlas de sus mantos, y su
conducta religiosa afectada y no sincera.


En Mateo 6, 1-18 Cristo los describe perfectamente y les llama “los
hipócritas”. Su conducta pública era ejemplar, pero la echaban a perder
porque no la hacían en lo secreto o en privado, sino en público, para
ser alabados por los hombres. Sus obras de misericordia eran mentira,
pues las hacían para darse importancia y ser venerados por el pueblo, no
por auténtica y sincera caridad: sus sirvientes tocaban la trompeta
delante de ellos para que la gente les viera depositar la limosna.


Otra práctica que realizaban era el ayuno, pero, de nuevo, de forma
que todos lo notaran. El ayuno siempre ha sido bien visto por Dios,
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Pero los fariseos no
ayunaban para ofrecer sus sufrimientos por la conversión de los
pecadores y la suya propia, sino que demacraban sus rostros con harina y
se echaban arena sobre la cabeza para que todos vieran que estaban
ayunando y les ensalzaran. Algunos piensan, equivocadamente, que Cristo
no quiere penitencias ni ayunos. Es falso: todos los santos de todas las
épocas han ayunado, pues desde que Cristo subió a los Cielos a los
amigos se les ha quitado el novio, y entonces deben ayunar[29].
Incluso dio instrucciones sobre cómo hacerlo sin darse importancia y
sin que nadie se diera cuenta, justo de modo contrario a como lo hacían
los fariseos:


“«Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que
desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os
digo que ya reciben su paga” (Mateo 6, 16).


No obstante estas clarísimas palabras de Cristo promoviendo el ayuno a
sus discípulos cuando él ya no estuviera, desgraciadamente hay hoy en
día en la Iglesia una fuerte corriente antipenitencial, según la cual,
Cristo sólo quiere misericordia, no penitencia. Es una mala
interpretación de Oseas 6, 6[30] y de Mateo 9, 13[31].
La primera cita se refiere a la hartura de Dios Padre con los
sacrificios de animales (holocaustos), cuando se hacían como algo
externo y desligado del verdadero arrepentimiento del corazón y del amor
a Dios y al prójimo. Y en la segunda cita, Cristo la une a las frases
inmediatamente anteriores, cuando los fariseos se escandalizaban de que
Cristo se reuniera con pecadores, publicanos y prostitutas, pues según
ellos eran impuros y nadie debería tocarles, cuando es evidente que
Cristo lo hacía para llamarles a la conversión (y por eso les contó esa
obra de arte en miniatura que es la parábola de la conversión por
excelencia, la del Hijo pródigo, Lucas 15[32]).


Y cuando rezaban lo hacían en las sinagogas y en las esquinas de las
plazas, bien plantados, para que todos vieran su piedad. Por el
contrario, Cristo ordena ayunar sin que se note, perfumándose la cabeza,
y rezar en lo privado, en el cuarto, en la alcoba de cada uno. Con esto
vemos claramente que Cristo odiaba la apariencia de santidad y bondad
de los fariseos, porque hacían las cosas para que les vieran los
hombres, por respetos humanos, para medrar socialmente y granjearse la
adulación de todos (pecado de soberbia). Cristo quiere que hagamos las
cosas en privado, de corazón, sin que vean nuestros méritos los hombres,
pues Dios ve en el corazón y premia la humildad.


Como vemos, dar limosna, ayunar o rezar son buenas prácticas de
piedad y misericordia pero en los fariseos se pervertían de raíz porque
eran falsas, eran mentira: no las hacían por amor al prójimo o por amor a
Dios, sino para que el pueblo, al que tenían engañado, les adulase.
Eran el equivalente de algunos políticos de nuestros días, que cuando
ven una cámara delante dan besos a los niños, donan cheques de dinero a
los necesitados, ponen cara triste ante la pobreza ajena… pero que en su
vida privada hacen el mal, aborrecen realmente a los pobres y son
corruptos. Es una pose. Los fariseos, en resumidas cuentas, estimaban
más el favor de los hombres que el de Dios, eran, por así decirlo,
“demócratas religiosos”.


Dios odia las apariencias, porque las apariencias son falsas, son una
especie de cáscara bonita para cubrir la negrura del corazón. Dios ama
la Verdad, y las apariencias son una mentira. Es por eso por lo que dice
en otro pasaje que el árbol bueno da buen fruto y el malo da mal fruto[33].
Recordemos que el propio San Juan Bautista, cuando bautizaba a los
fariseos, les pedía que dieran frutos de conversión. Lo importante es
dar buen fruto, aunque se trate de un árbol feo. Al contrario, ¿de qué
sirve que el árbol sea grande o vistoso si no da frutos, como la higuera
frondosa llena de hojas pero sin higos? A ésos las condena y las
maldice (Marcos 11, 13-14)[34].


Es por eso por lo que Cristo mismo les llama hipócritas, porque dicen
cosas buenas siendo malos. ¿Cómo es eso posible? Pues porque las cosas
buenas que dicen son una mera apariencia, no las dicen de verdad, porque
no creen en ellas. Cuando alguien dice algo malo o se comporta en
público como hombre malo, aún tiene enmienda, porque no miente. Lo
grave, lo perverso es, siendo malo, aparentar en público ser bueno y
decir cosas buenas[35], ya que en ello hay un rechazo consciente (la mentira implica eso) a la auténtica fe:


«Suponed un árbol bueno, y su fruto será bueno; suponed un árbol
malo, y su fruto será malo; porque por el fruto se conoce el árbol. Raza
de víboras, ¿cómo podéis vosotros hablar cosas buenas siendo malos?
Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. El hombre bueno, del
buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del tesoro malo saca
cosas malas” (Mateo 12, 33-35)


Cristo no detestaba a los fariseos por tener una doctrina intachable
(es más, la alaba y dice a sus discípulos que la digan) sino porque su
conducta privada no era acorde con la misma. Por tanto, no creamos a los
que llaman hoy en día fariseos a los que aman la sana doctrina, los
dogmas de la Iglesia, los mandamientos de Dios y de la Iglesia, etc., ya
que los fariseos eran despreciables por su conducta, no por su
doctrina. Y es que, en el fondo, el que rechaza la doctrina que dice
amar, porque la impugna con sus actos, no ama la doctrina, sino que la
desprecia. He ahí la gran impostura del fariseísmo: la doctrina sólo es
un instrumento para aparentar cumplirla en público y darse así
importancia ante los hombres, pero, en realidad, ni aman la doctrina, ni
a Dios, ni a los hombres, sólo se aman a sí mismos. Para ellos Dios
mismo, la religión, es un medio para llegar al pueblo, que es en
realidad el objeto de su interés, el pueblo idolatrado y por ende, el
mundo, lo mundano. Es tan grave su impostura que Cristo les llama “hijos
del Diablo”, en una de las imprecaciones más fuertes que sale de su
boca en toda su vida pública:


“¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi Palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre.
Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad,
porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale
de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira. Pero a mí, como os
digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros puede probar que soy
pecador? Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios,
escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis, porque no sois
de Dios.»” (Juan 8, 43-47)


Vemos, pues, palmariamente, que Cristo rechaza y combate a los
fariseos porque no son lo que parecen, porque siendo malos aparentan ser
buenos. Su corazón es tenebroso, su auténtico ser, su esencia es
injusta y malvada. Todos podemos convertirnos, eso es cierto, pero es
verdad que también alguien puede rechazar la gracia siempre, si
quisiera. Muchos de los fariseos eran de esa condición. Y Cristo  acuñó
para ellos un calificativo que ha pasado a ser inmortal y felicísimo,
porque no cabe definir mejor a un hipócrita que la palabra “sepulcro
blanqueado”:


“«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois
semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero
por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así
también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por
dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad” (Mateo 23, 27-28)[36]


La idolatría del pueblo es en realidad la democracia religiosa. Mejor dicho: era, sin duda, un populismo religioso,
donde todo lo religioso se hace para recibir la aprobación del pueblo y
de sus gustos (recordemos, no nos cansaremos de decirlo, por ser
retrato quintaesenciado de lo que decimos, el permitir el adulterio
introduciendo cientos de causas de repudio) en el que se adora al pueblo
y se le teme, se busca su alabanza y su aprobación, con fines
políticos, de escalada social, y mundanos, no espirituales. Y con ello
se desvía la latría, que sólo se debe a Dios, y se cae en la demolatría,
o, peor, en la antropolatría. He aquí al fariseo desnudo.


Caifás lo deja entrever en su terrible frase: “Vosotros no sabéis
nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el
pueblo y no perezca toda la nación.»”.(Juan 11, 49-50). Vemos aquí una
típica inversión satánica: lo importante es el pueblo, no la Verdad.
Conviene matar al que dice la Verdad, porque si no, en su opinión, el
pueblo se levantaría y los romanos destruirían Jerusalén y el templo[37].
Caifás andaba muy equivocado, o mentía. Bien sabía él que la conversión
de los judíos a Cristo no supondría ninguna rebelión contra los
romanos, sino contra ellos, la clase farisaica, el Sanedrín. De hecho,
la rebelión contra Roma la instigaron los zelotes, lo que atrajo hacia
sí la destrucción profetizada por Cristo, del Templo y de la ciudad
santa, en 70 d.C. En el fondo Caifás, los fariseos y los saduceos no
podían ocultar su envidia malsana por los éxitos de Cristo en sus
milagros y en el amor sincero que le profesaba el pueblo, que le seguía
embelesado, como ovejas sin pastor, de modo que muchos creyeron en Él.
No es casualidad que fuera tras uno de los más grandes milagros de
Cristo, la resurrección de Lázaro, cuando tantos judíos se convirtieron,
pero, a la vez, los fariseos y saduceos decidieron asesinarle
finalmente[38].
Nunca como en este momento se ve tan drásticamente la separación del
judaísmo en dos partes: los creyentes y los no creyentes (recuerda a la
línea seca que separó a los que en el Monte Sinaí aceptaron los
mandamientos de Dios y a los apóstatas que idolatraron al carnero de
oro).


Dios mira los corazones, no las apariencias, y por eso avisa al
pueblo de no contagiarse de la hipocresía, que es la levadura de los
fariseos, y avisa también a los fariseos de que Dios conoce sus
corazones y de que en el juicio universal todo lo oculto se sabrá y
saldrá a la luz:


“En esto, habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse
unos a otros, se puso a decir primeramente a sus discípulos:
«Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay
encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de
saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y
lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado
desde los terrados
. «Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis
a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os
mostraré a quién debéis temer: temed a Aquel que, después de matar,
tiene poder para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ése”.
(Lucas 12, 1-5)


4. La desviada hermenéutica de la
Ley de Dios por parte de los fariseos, conforme a sus gustos, para
hacerse un Dios a su medida, a su imagen y semejanza
El cuarto mandamiento de Dios, para los judíos, era honrar el sábado. Dice así:


“Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y
harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para
Yahveh, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija,
ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en
tu ciudad. Pues en seis días hizo Yahveh el cielo y la tierra, el mar y
todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahveh el
día del sábado y lo hizo sagrado”. (Éxodo 20, 8-11)





Los fariseos no entendieron el sentido espiritual profundo ni de éste
ni de los demás mandamientos, como vimos arriba. O, peor aún, sí lo
entendieron pero los desnaturalizaban desviando su sentido auténtico,
para amoldarlos a su comodidad personal. Por la vía hermenéutica le
quitaban su auténtico sentido a la Palabra de Dios. Su negro corazón de
tinieblas interpreta los mandamientos torcidamente, en provecho propio,
pues no aman a los hombres ni a Dios, y en este caso era bien visible,
pues se escandalizaban de que Cristo, siendo judío y proclamándose
Mesías, no “respetara” el sábado, al hacer curaciones milagrosas en ese
día.


El sentido profundo de este mandamiento es que no es lícito trabajar
en sábado (el domingo, diríamos nosotros), si puede evitarse, y ello
porque el creyente dedica ese día a Dios, a rezar, a meditar, a adorar
al Señor. Pero sí es lícito curar y hacer el bien el sábado porque ello
no sólo no impide la dedicación que, de ese día, se hace al Señor, sino
que le da gloria. Una vez más Cristo les demuestra a los judíos el
auténtico sentido espiritual de los preceptos, que no atenta contra la
letra de los mismos, antes bien los ratifica en su rigor, no los
dulcifica o suaviza: al igual que la prohibición de adulterio implica,
para Cristo, nuevas cargas (no repudiar a la esposa y ni siquiera mirar a
otra con deseo), la prohibición de no trabajar en sábado conlleva
efectivamente lo que dice la letra (no trabajar) pero Cristo le añade
ahora una nueva obligación: sí se puede y se debe hacer el bien al
prójimo, obras de misericordia y de caridad ese día más que ningún otro,
porque ello glorifica al Señor, siendo ese día un día dedicado a Él. El
descanso del sabat es un descanso del esfuerzo mundano (el trabajo), no
un descanso del esfuerzo para hacer el bien, para ayudar a los demás,
en favor del bien corporal y espiritual propio y ajeno[39].


Al condenar a los que en realidad no incumplen los mandamientos (a
Cristo, por curar en sábado; a los que no podían pagar los diezmos por
su pobreza, etc.), los fariseos condenan a los que no tienen culpa. Por
eso les dice Cristo:


“Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: Misericordia
quiero, que no sacrificio, no condenaríais a los que no tienen culpa”.
(Mateo 12, 7)


Para el fariseo, la ley, los mandamientos, son cargas que se deben
poner en las espaldas de los demás, pero no en las propias. Usan la ley
de Dios como arma arrojadiza para condenar a muerte ipso facto y sine die, hipócritamente, a los que no la cumplen, y es por eso por lo que querían lapidar a la mujer sorprendida en adulterio[40].
Como bien nos enseñó Cristo, la ley hay que cumplirla, por supuesto
(“No vengo a abolir la ley sino a darle perfección”; “ni una tilde de la
ley pasará”, etc.), y quien no la cumpla, salvo ignorancia invencible,
no se salva. Pero no se condena a muerte, ni Dios condena al Infierno al
instante a quien comete pecado mortal, ya que Dios le da siempre nuevas
oportunidades al pecador que se arrepienta con verdadero propósito de
enmienda. Por eso Cristo no condena a la adúltera, que se amparó en
Cristo y en su corazón se mostraba arrepentida ante su majestad, pero le
exigió que no pecara más[41].
El fariseo no concede siquiera al pecador la oportunidad de
arrepentirse, y en eso justamente consiste la misericordia, que ellos no
aplican a nadie. Esperaban el fallo ajeno para fulminarles y, a ser
posible, ajusticiarles. Lo mismo hicieron sus padres cuando quisieron
apedrear a Moisés y Aarón, a pesar de haberles sacado de Egipto y
haberles guiado sanos y salvos por el desierto, ante la idea de tener
que enfrentarse con los gigantes anaquitas que poblaban la tierra
prometida[42].


Los fariseos negaban la posibilidad de que los pecadores pudieran ser
perdonados de sus pecados, previo arrepentimiento. Negaban la auténtica
misericordia, y sólo creían en una falsa misericordia: la que rebaja
las exigencias de la moral por la vía de la interpretación desviada y
laxa de los mandamientos. Cristo les dejó bien claro que la auténtica
misericordia consiste en personar los pecados cuando la persona
interfecta se arrepentía sinceramente de ellos, y ante ellos dijo que él
tenía potestad de hacerlo, como Dios que era[43].


5. Obedecer los preceptos humanos, pero no los divinos
Como se ha dicho, los fariseos daban mucha importancia a la tradición
oral, a las costumbres adquiridas desde siglos atrás en la conducta y
dichos rabínicos y sacerdotales. Estas costumbres humanas y sus rituales
se contaban por cientos, y un fariseo debía conocerlas y cumplirlas
para ser un buen judío religioso. Obedecían así preceptos humanos, al
tiempo que contradecían, como se ha explicado, el sentido auténtico de
los mandamientos de Dios.


Por ejemplo, se lavaban las manos hasta los codos y se bañaban antes de comer[44];
lavaban los utensilios por fuera antes de usarlos; etc. De nuevo, la
reprimenda de Cristo va dirigida a su obsesión por lo externo, por las
apariencias, cuando la verdad de la religión está en el corazón, que es
el que mira Dios, que es el que tiene que estar lavado y limpio,
purificado.


Es por eso por lo que Cristo les echa en cara:


“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de
mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos
de hombres.»” (Mateo 15, 8-9).


Esta idolatría por lo mundano, por lo ordenado por los hombres, que
ya hemos denunciado arriba, va además acompañada en los fariseos de un
menosprecio del verdadero sentido de los mandamientos de Dios, hasta el
punto en que sus preceptos humanos los ponen por encima de éstos. En
efecto, el Evangelio muestra cómo los fariseos desobedecen el
mandamiento de honrar a los padres porque usaban el subterfugio de
declarar “sagrado” u “ofrenda” el dinero con el que debían y podían
ayudarles, para dedicarlo a diezmos para el Templo, o, lo que es peor,
para no gastarlo:


“Él les respondió: «Y vosotros, ¿por qué traspasáis el mandamiento de
Dios por vuestra tradición? Porque Dios dijo: Honra a tu padre y a tu
madre, y: El que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la
muerte.  Pero vosotros decís: El que diga a su padre o a su madre: “Lo
que de mí podrías recibir como ayuda es ofrenda”, ése no tendrá que
honrar a su padre y a su madre. Así habéis anulado la Palabra de Dios
por vuestra tradición”. (Mateo 15, 3-6).


Como vemos, es grave obedecer doctrinas humanas y no la Ley (los
mandamientos de Dios), pero lo perverso es colocarlos por encima y en
contra de la misma Ley:


“Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según
está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son
preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la
tradición de los hombres.» Les decía también: «¡Qué bien violáis el
mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición!”


Con esa misma lógica, los fariseos incumplían la prohibición del
adulterio usando doctrinas humanas que les permitían repudiar por
cualquier razón a sus mujeres, para casarse con otras, varias veces, ad libitum.


Los fariseos cuelan el mosquito y se tragan el camello (Mateo 23,
24), esto es, cumplen las normas humanas y los preceptos menores de la
ley, pero no los mandamientos de Dios. Al así hacerlo, se convierten en
ciegos, que guían a otros ciegos, pues ni entran ellos en el Reino (con
su conducta hipócrita y sus mandamientos humanos) ni permiten que otros
entren, a los que convencen y contagian con su levadura. Y su
proselitismo se convierte en muerte, pues es bueno el proselitismo para
salvar almas (como siempre hizo la Iglesia con los protestantes, judíos,
indios o paganos[45]) pero es letal cuando se trata de convencerles de las doctrinas fariseas[46].


Para salvar o condenar un alma, Dios mira el corazón: si el corazón
es bueno y recto, cumplirá la ley por amor a Dios, si no lo es, aunque
memorice y proclame la ley, no la cumplirá, como hacían los fariseos[47].


6. El apego al dinero, las riquezas, el poder y la política
Hay un rasgo del fariseo que no se ha destacado mucho y es su materialismo. Cristo les impreca:


“«¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: “Si uno jura por el Santuario, eso no es nada; mas si jura por el oro del Santuario, queda obligado!”


Vemos que el fariseo le da de lado a lo más Santo, el Santuario, por
ser el Templo donde habita Dios, y jura por el oro del Santuario, esto
es, por lo secundario, lo material, lo humano (el oro lo aportan los
hombres). De nuevo, vemos, la adoración por lo humano, por el dinero,
por las apariencias, y no por lo sagrado, por Dios mismo.


Esa misma afirmación se deduce de su gusto por la política, mejor
dicho, por la perversión de la política, que si bien es una noble
profesión cuando se practica honestamente porque consiste en la búsqueda
del bien común, no lo es la política como forma de ascenso social y de
detentar el poder para ganancia personal. ¿Cómo interpretar si no el
gusto de los fariseos por ser saludados en las plazas, por buscar los
mejores sitios en las reuniones y sinagogas, por jurar por lo humano (el
oro, la ofrenda) y no por lo divino o sagrado (el Templo, el altar)[48]?
Los fariseos juran por aquello que más valoran: y valoran más el oro y
las ofrendas, que no son sino fruto del esfuerzo humano, que por lo
sagrado. No se dan cuenta que las ofrendas humanas (el oro incluido) es
sagrado porque está puesto al servicio de Dios. Siguiendo esta misma
forma de pensar: aman lo externo, el oro de los cálices, no el cáliz por
ser sagrado. Incluso podríamos decir, con los apóstoles (Marcos 13, 1),
que admiraban el templo por su magnificencia, por su obra magna de
arquitectura, por su fastuosidad, por su belleza humana, y no por ser la
casa de Dios. Como vemos siempre en ellos, apariencia, gusto por lo
externo, por lo humano y mundano, dejando de lado a Dios, su poder y su
santidad.


Cristo mismo les echa en cara a los fariseos su afán de riquezas y su
apego al dinero, reprochándoles una vez más su falsa apariencia de
justicia y desapego al dinero (las limosnas que daban en público),
cuando la verdad es que sus corazones eran avaros:


“«Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y
amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.» Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero,
y se burlaban de él. Y les dijo: «Vosotros sois los que os la dais de
justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones;
porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios”
(Lucas 16, 13-16).


La hipocresía farisaica respecto a la limosna no queda mejor
explicada en ningún sitio más que en Lucas 16, cuando Cristo narra la
parábola del rico Epulón y de Lázaro, el mendigo que
agoniza durante varios días a la puerta de la mansión del rico, sin que
éste hubiera salido a socorrerle: como se ve, en la vida privada, cuando
nadie les ve, los fariseos son avaros y no aman a los pobres, aquéllos a
los que les daban limosnas en las plazas para ser alabados por el
pueblo. Al pecado de avaricia Epulón le suma el de homicidio (dejar
morir de hambre a Lázaro, teniendo los medios para evitarlo fácilmente) y
el de hipocresía. Cristo pinta un retrato vivo con trazos indelebles de
la maldad humana, que confronta con la caridad de los perros, que por
amor a Lázaro le aliviaban lamiéndole sus llagas. Es fuerte pensar que
Cristo pone a los fariseos y a su corazón empedernido por debajo del
instinto natural de los animales.


El apego al dinero explica mucho de la conducta farisaica:
demostraban su “religiosidad” en público para ser apreciados por el
pueblo, pues se valían del pueblo para ocupar puestos de poder y, a fin
de cuentas, para hacer clientela para sus negocios privados y públicos.


7. Los fariseos querían ver, para luego no convertirse
“Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole
una señal del cielo, con el fin de ponerle a  prueba” (Marcos 8, 11)


Desde el comienzo de su vida pública, los fariseos seguían a Cristo
intrigados por aquel Hombre que se proclamaba Mesías, enviado de Dios
Padre, y constantemente le pedían que hiciera milagros y signos, para
mostrar su poder. Quedaban en efecto muy asombrados por sus constantes
milagros, aunque se escandalizaban porque muchos de ellos los hacía en
día sábado, merced a su errónea concepción del mandamiento de guardar
este día sagrado, como hemos indicado arriba.


Pero resulta que después de observar sus muchos milagros, como nunca
los había hecho ningún hombre antes, decían de él que los hacía por
medio de demonios (Lucas 11, 15[49]), o porque estaba poseído (Juan 10, 20[50] y Juan 8, 47-48[51]).
Esto es, sin duda, un pecado contra el Espíritu Santo: conocer que las
profecías mesiánicas convergían todas en Jesús, pedirle que hiciera
signos y milagros a cada momento, que Cristo los hiciera (no porque
ellos se lo pidieran, ya que cuando ellos se lo pedían, Cristo,
asqueado, no los hacía; los hacía para ayudar y curar al pueblo), para,
finalmente, envidiarle, aborrecerle y asesinarle.


Esteban, el protomártir, les echa en cara a los fariseos cometer el
pecado contra el Espíritu Santo: rechazar al Mesías, sabiendo que se
cumplían en él las profecías de la Torá y de los profetas que tan bien
conocían, al igual que sus padres mataron a los profetas:


“«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros
siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como vuestros padres, así vosotros!
¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que
anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros
ahora habéis traicionado y asesinado; vosotros que recibisteis la Ley
por mediación de ángeles y no la habéis guardado.» Al oír esto, sus
corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él”
(Hechos 7, 51 y ss.)


Cristo sabía que esa estirpe de hombres no era religiosa, por mucho
que aparentase serlo. Sabía, como Dios que era, que aquellos hombres,
aunque volviera un muerto a exhortarles, no se convertirían[52]:
es decir, ni Cristo resucitado, vuelto de la muerte, pudo convertir a
los fariseos, que endurecieron su corazón, y así siguen, ciegos, hasta
que no se conviertan antes de la Parusía, cuando le reconozcan como
Mesías[53] (también el Espíritu Santo inspiró lo mismo a San Pablo, como puede leerse en 1 Rom., 11, 25-26[54]).


8. Los fariseos fueron los que
mataron a los profetas, los que mataron a Cristo, y serán también los
que perseguirán a la Iglesia fiel de los últimos tiempos
Leamos el impresionante anatema (elenjon) que Cristo lanza contra los fariseos:


“«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis
los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y
decís: “Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres,
no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!” Con
lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que
mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros
padres! «¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la
condenación de la gehenna? Por eso, he aquí que yo envío a vosotros
profetas, sabios y escribas: a unos los mataréis y los crucificaréis, a
otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad
en ciudad, para que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente
derramada sobre la tierra, desde la sangre del inocente Abel hasta la
sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el
Santuario y el altar. Yo os aseguro: todo esto recaerá sobre esta
generación. «¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea
a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus
hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis
querido! Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa. Porque os
digo que ya no me volveréis a ver hasta que digáis: ¡Bendito el que
viene en nombre del Señor!» ” (Mateo 23, 29-39)


En este discurso de Cristo se echa de ver cómo en Dios la justicia y
la misericordia son atributos unidos: es misericordioso con los que se
arrepienten o están abiertos al arrepentimiento (un Mateo, una
Magdalena, un Nicodemo, un centurión romano, etc.) pero no es
misericordioso con quien rechaza la misericordia, es decir, la
conversión, proclamando la justicia y la condenación de los pecadores
empedernidos que no quieren convertirse y que, además, quieren
asesinarle por decir la Verdad (¡de hecho a Cristo le llaman blasfemo!) y
desnudar su falsedad. Cristo aquí entronca a los fariseos de su tiempo
con los que, desde el origen de los tiempos, se opusieron a los planes
de salvación de Dios: desde Caín, Cristo les imputa los asesinatos de
todos los profetas que Dios fue mandando para corregir a su pueblo
frente a la idolatría, fornicaciones y adulterios en los que caía
permanentemente. Pero no sólo eso, sino que también profetiza que serán
ellos los que le maten, ya que es esa generación la que colmará, con el
Deicidio, la culpa por la sangre inocente de todas las épocas, que ellos
han derramado por resistirse a seguir los mandamientos y las
indicaciones del Señor. Pero no acaba ahí la cosa, ya que Cristo
profetiza respecto de ellos que seguirán matando a todos los cristianos
que les envíe para convertirlos. La tremenda parábola de los viñadores
asesinos va dirigida a ellos.


Y así fue: los primeros cristianos que intentaron convertir a los
judíos tuvieron un éxito parcial: Esteban, Pedro, Pablo, Bernabé y los
otros convirtieron a muchos judíos, a los que, de buena fe, estaban
engañados por el modelo de Mesías que los fariseos habían “vendido” al
pueblo: ese Rey poderoso jefe de ejércitos, que liberaría al pueblo del
yugo del Imperio romano. Pero los fariseos, sacerdotes, y escribas de
las sinagogas no quisieron convertirse, a pesar de conocer la Torá, los
Profetas y los Salmos y saber cómo se cumplían en Cristo todas las
profecías mesiánicas y a pesar de haber sido testigos de los eventos
cósmicos, solares, terremotos que se sucedieron tras la muerte de Cristo
en la cruz, incluso tras ver cómo algunos muertos y profetas
resucitaron y se les aparecieron para advertirles. Pero en esas
profecías Cristo introduce un arcano que enlaza con el fin de los
tiempos: “a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis
de ciudad en ciudad”. Este maltratar a los cristianos, azotarlos en las
sinagogas y perseguirlos se refería, sin duda, a los primeros apóstoles
y discípulos que intentaron convertirlos. Pero en esa persecución hay
una prefiguración de lo que hará la Iglesia católica cuando apostate,
como está escrito, y persiga a la Iglesia fiel a Cristo y al magisterio
de la Iglesia, en el fin de los tiempos. Recordemos que en otro pasaje
del Nuevo Testamento Cristo mismo hace una alusión parecida en relación
con la persecución previa a su Venida, a la Parusía:


“«Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán,
entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y
gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio”
(Lucas 21, 12-13).





Y, sobre todo:


“Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os
azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante
gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los
gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a
hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento.
Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro
Padre el que hablará en vosotros. «Entregará a la muerte hermano a
hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán.
Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere
hasta el fin, ése se salvará. «Cuando os persigan en una ciudad huid a
otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra. Yo os aseguro: no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre”. (Mateo 10, 17, 23)


Podemos decir, por tanto, que Cristo aquí se retrotrae al
protoevangelio, y entronca a los fariseos con la estirpe de la serpiente[55],
la del Demonio, enfrentada desde el Paraíso terrenal a la estirpe de la
Mujer, cuya culminación es Cristo, a la que perseguirá acechando su
talón, pero sin poder exterminarla, para ser, finalmente, aplastada por
María y Cristo en su Parusía. Nótese que en el fariseísmo se sintetizan
todos los personajes malignos DENTRO de la religión, del judaísmo
primero y del cristianismo después. No hablamos aquí por tanto del mal
exterior, de los ateos y no creyentes, sino del mal DENTRO de la
Iglesia, el mal infiltrado (“Salieron de entre nosotros; pero no eran de
los nuestros[56]”),
es decir, la facción religiosa falsa que, en realidad, trabaja contra
Dios, pero con apariencia religiosa. Los fariseos de todas las épocas se
visten los ropajes religiosos, de oveja, pero en realidad son lobos,
falsos pastores. Son los lobos dentro del rebaño, vestidos de oveja,
como los que desde dentro del Sanedrín sentenciaron a Cristo:


Sus sacerdotes han violado mi ley y profanado mis cosas
sagradas; no han hecho diferencia entre lo sagrado y lo  profano, ni han
enseñado a distinguir entre lo puro y lo impuro
; se han tapado los ojos para no ver mis sábados, y yo he sido deshonrado en medio de ellos. Sus jefes, en medio de ella, son como lobos que desgarran su presa, que derraman sangre, matando a las personas para robar sus bienes” (Ezequiel 22, 26-27)


Y:


«Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y
espacioso el camino que lleva a la perdición, y son  muchos los que
entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino
que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran. «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o
higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el
árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos
malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. (Mateo 7, 13-18)


Y


«Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño;
y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que
hablarán cosas perversas, para arrastrar a los  discípulos detrás de sí.
(Hechos 20, 29-30)


Llamemos ahora la atención sobre el dato de que el complot para matar
a Cristo lo realizaron hombres malvados desde dentro de la religión,
los que la profesaban falsamente (los fariseos) y los judíos vendidos a
los romanos (los que podríamos llamar ateos o apóstatas):


“En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra él para ver cómo eliminarle” (Marcos 3, 6).


Es muy interesante observar cómo los fariseos fueron los autores
intelectuales del asesinato de Cristo, pero no sus ejecutores, que
fueron los romanos: unos por ignorancia (la soldadesca romana) y otros
por una mezcla de ignorancia, injusticia y cobardía (Pilatos). Por eso
mayor culpa tuvieron los judíos que los romanos (“el que me ha 
entregado a ti tiene mayor pecado”, Juan 19, 11). Esta frase se suele
interpretar en referencia a Judas Iscariote. Pero a mi juicio cabe
interpretarse mejor si cabe en relación con los que tomaron la decisión
de matar a Cristo, que fueron los que contrataron a Judas para que le
entregara, es decir, los fariseos y saduceos.


Los fariseos, en efecto, buscaban siempre enfrentar a Cristo con el
poder de los romanos, por dos razones: primera, para provocar en ese
supuesto Mesías la ira contra los invasores, conforme al modelo
mesiánico que ellos tenían del que habría de venir, un mero libertador
de los asuntos temporales de los judíos. En segundo lugar, porque era
tal el odio y la envidia que sentían por Cristo que buscaban que dijera
algo contra el César para poder delatarle ante ellos y que ellos le
mataran, como sucedió[57].


Cristo mismo insta al pueblo de que se guarde de la hipocresía de los
fariseos, porque si se contagian de ella, pueden condenarse: en Lucas
12, 1-5 les previene de que se guarden de quien puede hacer que se
condenen, esto es, el demonio y sus secuaces dentro de la religión: el
fariseísmo. No hay que temer la muerte física, sino la segunda muerte o
condenación.


Los fariseos son hijos del Diablo (Juan 8, 44), y
los creyentes auténticos, los que cumplen los mandamientos de Cristo,
son Hijos de Dios (Juan 1, 12; 1 Juan 3, 1; Juan 14, 21). ¿Hay algo más
perverso que ser Hijos del Diablo y aparentar ser Hijos de Dios[58]?
Es, sin duda, el misterio de iniquidad infiltrado en la Iglesia, la
Iglesia falsa, la Gran Ramera que fornica con los reyes de la Tierra, de
Apocalipsis XVII, vestida de púrpura y rojo (quien quiera entender, que
entienda), que se embriaga con la sangre de los mártires (desde los
profetas del Antiguo Testamento, pasando por la preciosísima sangre de
Cristo, hasta llegar a la futura marea de sangre de los cristianos
martirizados en la Gran Tribulación del fin de los tiempos), pasando por
algunos santos eliminados por el mismo fariseísmo: Savonarola, Juana de
Arco, etc… Los fariseos, cuando mataron, matan y maten (en este último
caso, en el fin de los tiempos, a tantos católicos fieles al auténtico
magisterio de la Iglesia) lo hacen y harán pensando que con esto agradan
a Dios, que le hacen un favor a Dios:


“Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que
todo el que os mate piense que da culto a Dios.  Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí” (Juan 16, 2-3).


Vemos de nuevo la tendencia homicida del fariseo hacia los hombres
realmente religiosos, que detectan al instante. Lo hicieron y lo harán
con todos los demás porque los fariseos realmente no conocieron a Dios,
ni reconocieron a Cristo. Y Cristo no les conocía a ellos. Parece que es
de ellos, de los fariseos, de los que Cristo también decía,
misteriosamente:


“«No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me
dirán aquel Día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu
nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y
entonces les declararé: “¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!” (Mateo 7, 21-23)


En suma, el fariseo huele y reconoce como nadie la religiosidad
verdadera, y la odia porque él no es así. Piensa que los milagros no
fueron tales, que no hay una Verdad absoluta, que la Escritura debe
interpretarse a su favor y en contra el hombre verdaderamente religioso:
usa, en conclusión, lo sagrado para elevarse y castigar al hombre bueno
y verdaderamente religioso, al que no tiene dobleces y hace las cosas
por amor a Dios y a los hombres, no para ser visto ni loado por el
pueblo.


IV. HIPÓTESIS: ¿QUIÉNES SON HOY LOS FARISEOS EN LA IGLESIA?
Y llegamos a la Iglesia actual. Bien sabemos los católicos que lo que fue, será[59],
y que lo que le ocurrió a Cristo en su Pasión le tendrá que ocurrir a
la Iglesia fiel, al remanente, antes de que vuelva Cristo en su Parusía.
Y es que el siervo no es mayor que su Señor[60]. Lo que sucedió en la vida pública de Cristo y en su pasión, muerte y resurrección es prefiguración (typo) de lo que ha de suceder pronto, en el fin de los últimos tiempos, (antitypo) en la Iglesia fiel de Cristo, la única verdadera, la católica.


De ahí la importancia de conocer los rasgos de los fariseos de la
época de Cristo, porque se repetirán (ya se están repitiendo, me temo)
en la Iglesia actual, con lo que tenemos los elementos necesarios para
columbrar quiénes pueden ser hoy los fariseos, labor fundamental de
exégesis para que todo católico sepa a quién temer, porque al igual que
aquellos fariseos persiguieron y mataron a Cristo, parece razonable
pensar que el fariseísmo usurpando las jerarquías de la Iglesia católica
perseguirá igualmente al resto fiel, con tanta o mayor furia que la que
desplegaron sus padres hace 2000 años. Si en la Cátedra de Moisés se
sentaban, en época de Cristo, los fariseos y saduceos, también en la
Cátedra de Pedro se han de sentar sus herederos en los años tremendos
del fin del tiempo de las naciones.


Desde luego, hemos llegado a la conclusión de que Cristo amaba la
ley, y que él vino a limpiarla de impurezas, de preceptos y excepciones
humanas, a reestablecerla sine glosa, en toda su rigidez, aumentando
incluso la dureza de los mandamientos que Dios Padre le dio a Moisés en
el Sinaí, recuperando su auténtico sentido original, esto es, el
literal, espiritualizándolo, como ya vimos. Cristo mismo dijo a sus
discípulos que hicieran los que los fariseos decían (el cumplimiento a
rajatabla de la ley, de los mandamientos) pero no hiciesen lo que ellos
hacían (no cumplirlos). En esto consiste la levadura de los fariseos: en
decir lo bueno y no hacerlo, antes bien, hacer lo malo; en aparentar lo
bueno pero actuar perversamente conforme les dictaba su corazón; en la
mentira del que no es lo que parece.


Escribe San Ireneo:


“(Cristo)… No criticaba la Ley que por medio de Moisés se había
promulgado, puesto que los movía a observarla mientras Jerusalén
estuviese en pie; pero sí reprendía a aquellos que proclamaban las
palabras de la Ley, y sin embargo no se movían por el amor, y por eso
cometían injusticia contra Dios y el prójimo.


Como Isaías escribe: <<Este pueblo me honra con sus labios,
pero su corazón está lejos de mí. En vano me honran, cuando enseñan
doctrinas y preceptos humanos>> (Is. 29,13). Llama preceptos
humanos y no Ley dada por Moisés a las tradiciones que los padres de
aquéllos (fariseos) habían fabricado, por defender las cuales violaban
la Ley de Dios, y por eso tampoco obedecían a su Verbo. Esto es lo que
Pablo afirmó acerca de ellos: <<Ignorando la justicia de Dios, y
tratando de imponer su propia justicia, no se sometieron a la justicia
de Dios. Pues el fin de la Ley es Cristo, para justificar a todos los
creyentes>> (Rom. 10,3-4). Mas, ¿cómo podría Cristo ser fin de la
Ley, si no fuese también su principio? Pues, quien decidió el fin,
también llevó a cabo el principio; y es el mismo que dijo a Moisés:
<<He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he bajado para
liberarlo>> (Ex 3,7-8): desde el principio el Verbo de Dios se
habituó a subir y bajar para salvar a quienes el mal tiene sometidos.[61]


Por tanto, es perverso llamar “fariseos” a los católicos que, con
nuestros pecados a cuestas, amamos los mandamientos, el catecismo y el
magisterio de la Iglesia, e intentamos cumplirlos, con la gracia de
Dios. A los que odiamos el pecado más que nada en el mundo, a los que,
por eso mismo, confesamos con frecuencia y evangelizamos para que otros
no pequen y contristen al Señor. No, Dios ama verdaderamente la Ley, y
su Ley es eterna y no cambia. Dios nos pide cumplir su Ley porque su Ley
es su voluntad:


“Jesucristo es el mismo ayer como hoy, y lo será siempre. No os
dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas” (Hebreos 13, 8, 9).


“La Ley de Yahveh es perfecta, consolación del alma, el dictamen de
Yahveh, veraz, sabiduría del sencillo. Los preceptos de Yahveh son
rectos, gozo del corazón; claro el mandamiento de Yahveh, luz de los
ojos. (Salmo 19, 7-8)”.


“…enséñame a cumplir tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu espíritu
que es bueno me guíe por una tierra llana.” (Salmo 143, 10).


“He visto a los traidores, me disgusta que no guarden tu promesa… ().
Por eso amo yo tus mandamientos más que el oro, más que el oro fino… 
Mira que amo tus ordenanzas, Yahveh, dame la vida por tu amor. Es verdad
el principio de tu palabra, por siempre, todos tus justos juicios.
Príncipes me persiguen sin razón, mas mi corazón teme tus palabras. Me
regocijo en tu promesa como quien halla un gran botín. La mentira
detesto y abomino, amo tu ley. Siete veces al día te alabo por tus
justos juicios.  Mucha es la paz de los que aman tu ley, no hay tropiezo
para ellos. Espero tu salvación, Yahveh, tus mandamientos cumplo. Mi
alma guarda tus dictámenes, mucho los amo. Guardo tus ordenanzas y
dictámenes que ante ti están todos mis caminos… ().Mi lengua repita tu
promesa, pues todos tus mandamientos son justicia. Venga tu mano en mi
socorro, porque tus ordenanzas he escogido. Anhelo tu salvación, Yahveh,
tu ley hace mis delicias. Viva mi alma para alabarte, y ayúdenme tus
juicios. Me he descarriado como oveja perdida: ven en busca de tu
siervo. No, no me olvido de tus mandamientos.” (Salmo 119).


Dicho lo cual, ¿quiénes podrían ser hoy los fariseos en nuestra amada
Iglesia católica? Induciendo y condensando los rasgos que los fariseos
presentaban en época de Cristo, y aplicándolos a nuestra Iglesia hoy,
viendo que se cumplen en ellos, podríamos aventurar que son:


I. Los que tienen apariencia de bondad y santidad ante los hombres, sin ser buenos ni santos en realidad:


“En los últimos tiempos… sobrevendrán hombres… que tienen apariencia de piedad pero que la desmentirán con sus hechos”[62].


Son los que predican una falsa misericordia (la que
no les llama a la conversión) y aparentan misericordia ante los hombres,
pero la impugnan con sus obras y con su auténtico modo de ser. De nuevo
el conflicto entre lo que se aparenta y lo que se es, entre lo que se
predica (la doctrina) y lo que se propone como pastoral o praxis. Los
que separan la doctrina de la praxis, proponiendo una doctrina correcta
pero considerándola como un “ideal” utópico y consienten y fomentan en
los demás una conducta, una pastoral, una praxis mundana y relajada
, con la que ellos se conducían en su vida privada.


II. Los que quieren estar los primeros en los bancos y ceremonias religiosas: todos los que hacen las cosas sólo para ser vistos por los demás, para llamar la atención. Los que gustan que se les salude en las plazas y de ser llamados “maestros”. Los que sólo hacen obras de caridad en público, para que todos les vean y el pueblo les adule. La auténtica caridad se hace en privado, sin que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha, dijo Cristo (Mateo 6, 3).


III. Los que excusan el adulterio conforme a la conciencia
individual o “comprendiendo” la situación personal de cada cual (de
nuevo el casuismo farisaico sobre el repudio)
. Los que rechazan
la clara enseñanza de Cristo sobre el adulterio y justifican con
razones humanas el divorcio, compadeciéndose de las parejas en situación
irregular (en adulterio), en lugar de alabar y compadecer al cónyuge
abandonado que se esfuerza (y lo consigue, impetrando la gracia de Dios)
por vivir en castidad, para no pecar. Ésta es la auténtica parte dañada
y frágil, a la que hay que proteger, la que la Iglesia ha protegido en
los últimos dos mil años.


La auténtica misericordia nunca puede separarse de la Verdad, y exige
llamar a la conversión, con caridad pero también con severidad, a
quienes vivan en adulterio, esto es, a la castidad, para salvar su alma.
Dar la comunión a una pareja adúltera impenitente significaría otorgar
validez a esa situación de pecado, al igual que los fariseos le daban
validez al matrimonio del repudiante con una nueva mujer y de la
repudiada con otro hombre. Y sería empujar a esa pareja a un nuevo
pecado mortal: el sacrilegio, haciéndoles reos de la sangre y de la
carne de Cristo que quieren tomar indignamente. El sacerdote que
promueva o tolere algo así, peca incluso más gravemente que el sujeto
que comulga indignamente, por lo que adquiere aquí todo su significado
el lamento de Cristo sobre los fariseos: “«¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos!
Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les
dejáis entrar. (Mateo 23, 13)”.


IV. Los que estiman el favor del pueblo más que el de Dios.
Los que tienen miedo de irritar a los pecadores por decirles cosas
fuertes e inconvenientes y sólo les dicen lo que quieren oír,
obedeciendo al demos antes que al Theós, en contra del mandato de los apóstoles[63].
Los que promueven pastorales que gustan a los pecadores públicos
(adúlteros, sodomitas), sólo para ser amados por el mundo y no
perseguidos, como el pueblo amaba a los falsos profetas que les contaban
mentiras[64].
Ya ocho siglos antes de Cristo, en época de Isaías, los hipócritas le
pedían que no profetizara cosas malas (los castigos con que Dios les
advertía por sus desviaciones morales y por su idolatría), sino alegres y
falsas[65].


V. Los que obedecen doctrinas humanas (las leyes de la democracia) por encima de los preceptos de Dios:
los cristianos “demócratas”, en el mal sentido de la palabra, esto es,
los que dicen estar en contra del aborto o del matrimonio homosexual
(por citar dos pecados que claman al cielo) pero ven bien que haya leyes
que lo permitan para quien esté de acuerdo incurriendo en la vieja
herejía del liberalismo. Aseguran que en una sociedad abierta y plural
no podemos oponernos a que esas leyes existan, pues son muchos los que
las aceptan, y cada uno puede escoger la opción que considere
conveniente… he aquí a los fariseos de hoy en día, a los liberales, a
los que ponen la democracia por encima de los preceptos inmutables de
Dios, a los contemporizadores con la política[66].


Incluso peor que el liberal es el católico que justifica y acepta
positivamente esos dos males e incluso otros como el adulterio,
anticoncepción, eutanasia, la ideología de género, la manipulación de
embriones, la ecología anticristiana, el relativismo moral, el
indiferentismo religioso, el irenismo, el falso ecumenismo, feminismo
marxista, etc. porque, según ellos, la única moral aceptable es la que
marque el pueblo, el Parlamento, en sus leyes. Y, además, quieren
imponerle estos preceptos humanos a los demás cristianos, como si fuera
parte del depósito de la fe. La ética del mundo, de la democracia
separada de Dios, es literalmente opuesta a los valores y dogmas de la
fe. Por democracia, por los demócratas, se decidió ajusticiar a Cristo,
cuando el pueblo judío, persuadido por estos fariseos, clamaba ante
Pilatos: “Que nos suelten a Barrabás” y “Crucifícalo”[67]:
la mayoría democrática así lo decidió. También en otras épocas de la
Iglesia la mayoría absoluta hubiera decidido acabar con la Iglesia, como
por ejemplo cuando en el s. IV sólo San Atanasio en Oriente y San
Hilario de Poitiers en Occidente defendían la divinidad de Cristo frente
al resto del orbe católico, que se había convertido en su totalidad al
arrianismo. La mayoría democrática apoyó también al adulterio de Enrique
VIII con Ana Bolena en Inglaterra, y fueron esos mismos fariseos
católicos rendidos a los pies de su Rey los que ajusticiaron a Santo
Tomás Moro, al obispo Juan Fisher y a los restos del catolicismo inglés.


Meter la democracia dentro de la Iglesia es mundanizarla, y tal cosa
profesa la Iglesia sedicente que transforma en “derechos”, mediante
eufemismos, lo que no son sino pecados mortales: y así, hablan del
“derecho a decidir” (aborto), a “rehacer la vida” (divorcio, adulterio),
al “matrimonio homosexual” (sodomía), a la “salud reproductiva”
(anticoncepción), a la “muerte digna” (eutanasia), a la “identidad de
género libremente escogida” (transexualidad), etc., etc., etc. Con razón
decía el profeta:


“¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad
por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por
amargo!” (Isaías 5, 20).


VI. Los que gozan de las simpatías
de los pecadores que no quieren arrepentirse de sus pecados, y de los
medios de comunicación laicos y seculares del mundo.
El auténtico cristiano es perseguido por el mundo, no amado por el mundo[68]. Preocúpese aquel católico que es alabado por el mundo secular.


VII. Los que no se creen pecadores o, peor y más sutilmente,
los que no luchan contra el pecado porque, dicen, es “inevitable” y
Cristo ya nos ha salvado a todos en la Cruz.
Recordemos cómo Cristo retrata al fariseo en relación con el publicano, cuando ambos oraban en el Templo[69]:
el fariseo decía ““¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los
demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este
publicano.” (Lucas 18, 11). El fariseo se tiene por no pecador. Son, hoy
en día, millones los católicos que creen que no hay pecado, que nada es
pecado, que Dios es tan bueno y misericordioso que todos vamos a ir al
Cielo (la herejía de la apocatástasis, una expresión de la gran herejía
final, resumen de todas las herejías, que es la hidra del modernismo[70]), que el Infierno está vacío, o, en todo caso, que las almas se aniquilan y no han de sufrirlo, o que es temporal y no eterno (ad tempus).


Y por eso son católicos que no confiesan, que comulgan en pecado mortal,
y que odian a los hombres realmente religiosos (los que confiesan y
comulgan en gracia, y los que valoran más que el oro fino el permanecer
en gracia de Dios, con las lámparas encendidas, como las vírgenes
virtuosas, para no condenarse). Es una suerte de catolicismo
protestante, que profesa una fe según la cual basta con creer en Dios
para salvarse, aunque uno muera en pecado mortal. La sola fide,
desgraciadamente, es un mal que ha infectado a un porcentaje de fieles
católicos altísimo, mayoritario. La prueba irrefutable: confesionarios
vacíos, colas para comulgar rebosantes. Son católicos que se hacen un
Dios a su medida, en una especie de libre examen luterano (de nuevo el
protestantismo), y, por ello, no creen en la gracia de Dios ni en su
poder liberador, ni la piden tampoco. Católicos que no leen la Biblia
sino libros de autoayuda, que creen sólo en los esfuerzos humanos,
abocados al fracaso sin Dios.


VIII. Los que rezan de pie (a diferencia del publicano, que rezaba de rodillas, incluso tumbado en el suelo, Lucas 18, 11): los católicos que, siendo conscientes de ante quién están, no se arrodillan en la consagración,
signo patente de modernismo. Los que le niegan ese acto de suprema
adoración a Cristo eucaristía, y pasan junto al Santísimo como el que
pasa junto a una caja. Al considerar que no pecan, no necesitan
confesarse (están muertos en vida) y por eso no se arrodillan, no se
humillan ante el Santísimo para pedirle perdón por sus ofensas. El
publicano, en cambio, se sabía pecador, y, tumbado en el suelo, no osaba
levantar los ojos ante el Santo de los Santos, pero le pedía perdón a
Dios porque estaba arrepentido. El fariseo de los tiempos de Cristo y el
actual no tienen nada de qué arrepentirse: se consideran perfectos
porque ni matan ni roban. Los fariseos quieren la misericordia, pero no
el “y no peques más” que Cristo le dijo a la mujer sorprendida en
adulterio.


IX. Los que profesan una suerte de populismo religioso católico: esto es, los que proponen una moral de situación, con excepciones y subjetivismos que acaban negando la gracia,
al modo luterano. La primacía de la conciencia por encima de la moral
objetiva, del pecado, que niega que haya actos intrínsecamente malos es
también farisaica, como expresa nuestro propio Catecismo[71]. El casuismo[72]
que justificaba el repudio (divorcio) y por ende el adulterio sigue
vivo y colendo hoy en día pues muchos en nuestra Iglesia piensan: ¿es
que no tiene una persona abandonada por su cónyuge o el mismo que
abandona derecho a “rehacer su vida”, a una segunda oportunidad? Esto
profesan, desgraciadamente, los fariseos de hoy, haciéndose un Dios a su
medida, y justificando su pecado por ser, supuestamente, inevitable (el
protestantismo de nuevo) e inhumano y heroico no cometerlo.


Quien justifique el divorcio y el adulterio hoy, calificando a estas
parejas con el lenguaje ternurista tan caro al mundo como “familias
heridas” o “frágiles” está cayendo en ese fariseísmo o populismo
religioso que llama al mal bien y al bien mal, pues tales medidas, si
vinieran de la misma Iglesia, serían largamente aplaudidas como un signo
de modernidad religiosa, de aggiornamento, por aquella enorme
parte del pueblo que vive en pecado público de adulterio, y que quiere
que la Iglesia les bendiga sus pecados sin llamarles a la castidad ni a
la conversión. Misericordia para todos, sí, pero primero para el
abandonado que vive en castidad, y luego, para los adúlteros, también,
pero en su caso la misericordia exige arrepentimiento por el pecado de
repudiar a su cónyuge (esto es, provocar el divorcio[73]) y también por el adulterio posterior cometido, y confesarlos ante el sacerdote con propósito firme de vivir en castidad[74]. El hombre no puede separar lo que Dios ha unido (Mateo 19, 6). El adulterio es una injusticia[75].


X. Los fariseos de hoy aman el dinero y la religiosidad externa.
Admiran los templos por su belleza, sus ornamentos, el oro de las
iglesias: no a Dios mismo que está realmente presente en el Sagrario, no
las Iglesias por estar ahí Dios. Sólo valoran a la Iglesia en la medida
en que ésta sirva para ayudar la pobreza mundial, para dar pan y peces
(como la multitud que luego de hartarse de comer tras la multiplicación
de los panes y los peces quería proclamar Rey a Cristo, multitud de la
que Él huyó). Los que quieren que la Iglesia se limite a la “solidaridad
con los demás, con el cuerpo, pero negando la ley suprema de la
Iglesia, para lo que la instituyó Cristo: salvar almas, para lo que
necesita (y esto se hace odioso a los fariseos de hoy) predicar el
pecado, el Infierno, la horrible posibilidad de condenarse. Los que
quieren la “añadidura” antes que el Reino, lo material antes que lo
espiritual[76].
En suma, los que aparentan ser justos por fuera y se preocupan sólo del
estado material del hombre (la teología de la liberación, del pueblo,
esto es, el marxismo metido en la Iglesia) pero
injustos por dentro (esa forma de pensar sólo libera el cuerpo pero
condena el alma, dicen que aman a los hombres pero lo dejan en sus
pecados, en sus miserias).


XI. Los fariseos de hoy son los que niegan los milagros de Cristo
(los fariseos también los negaban) y consideran que son sugestiones
colectivas o meros “signos”, y los que, después de ver los increíbles
milagros eucarísticos de los últimos años o los milagros que Dios hace
por intercesión de la Virgen a cientos en Lourdes o en Medjugorje, los
niegan como contrarios a la razón, para negar a Cristo: el análisis
racionalista e historicista, protestante, de la Biblia, con tantos
epígonos “católicos” heterodoxos desde mitad del s. XX: Teilhard de
Chardin, Küng, Kasper, Martini, Schillebeeckx,Rahner, Lehman, Boff… y
los nacionales Pagola, Castillo, Queiruga, y un largo etc., cuya divisa
ha sido, tristemente, mundanizar la Iglesia, en lugar de cristianizar el mundo.


XII. De triste actualidad es este rasgo: los fariseos de hoy son los que quieren volver a la ley de Moisés,
otorgando validez a las parejas compuestas por algún cónyuge casado
válidamente por la Iglesia y vuelto a casar por lo civil (adúlteros),
pues también Moisés, por la dureza de su corazón, les permitió el
repudio y el adulterio posterior. De esto tenemos cumplidos ejemplos en
las dos sesiones del reciente Sínodo de la familia, 2014 y 2015[77].


Mucho me temo que sean los fariseos de nuestros días y de días venideros no lejanos los que han de perseguir a la Iglesia fiel,
los que azucen a los poderes mundiales y mundanos seculares (como los
fariseos azuzaron a los romanos contra Cristo) para que extermine al
remanente, por decir las cosas que molestan al mundo, como el matrimonio
homosexual, el aborto, el adulterio, la ideología de género, la
eutanasia, el feminismo radical, etc. Desgraciadamente en muchas
Universidades supuestamente católicas se apoya y fomenta la ideología de
género o el adulterio.


Son los católicos falsos que no soportan la sana doctrina[78],
al igual que los fariseos de la época de Cristo no podían soportar las
verdades de fe que Él les exponía. Y por eso le mataron. Y les reprochan su sana doctrina a los que la profesan, como llamaron blasfemo los fariseos a Cristo[79].


Para concluir, digamos que el fariseísmo es algo más que un pecado.
Se trata, más bien, de una actitud religiosa falsa. Su gravedad reside
en que es de índole espiritual. Es la corrupción de la religión y del sentido religioso: la vacía de sus dogmas y verdades absolutas, de las que deja sólo la cáscara (una
cáscara lustrosa, por cierto), a los que somete a doctrinas humanas, y,
a fin de cuentas, a los deseos y desvaríos de los hombres. No es sólo un pecado de falsedad, de hipocresía, sino también de soberbia
(la soberbia, el pecado de Lucifer, base de todos los pecados que
fueron, son y serán) pues quieren ser adulados por el pueblo por la
virtud que no tienen y por la pastoral relajada que permiten.


En el fariseo se resumen todas las personas que, desde dentro de la
religión, desde siglos antes de Cristo, se opusieron al plan salvador de
Dios Padre con su pueblo Israel, cuyo último fruto fue, nada menos, que
el asesinato de Cristo.


E identifico también con el fariseísmo las ideologías populistas
dentro de la Iglesia, que con sutilidad la apartan de las palabras de
Cristo, del magisterio de la Iglesia y de la tradición, para echarla en
manos del “sentir” del pueblo, de un falso “sensus fidei” sentimental
pervertido, que justifica el adulterio, la sodomía o la anticoncepción
(por decir tres pecados mortales aplaudidos por el mundo), y en el fondo
todo pecado, en aras de los derechos de los hombres, para no
molestarles en su derecho “a ser felices”, y lo hacen con excepciones[80], justificaciones, casuismos y demás razones humanas, entronizando la conciencia como canon supremo del orden moral individual.


Con razón Cristo se pasó gran parte de su vida pública fustigándolo.
Su esencia es la falsedad, la mentira (que viene del Diablo), el hacerse
el “religioso” sin serlo, es más, odiando al que realmente lo es, al
que ama la auténtica misericordia, la que llama a la conversión a todos,
a dejar los pecados (por la gracia de Dios) y a ser realmente
perfectos, como Dios es perfecto.


Es importante recalcar que los fariseos católicos de hoy
tienen cuidado de no caer formalmente en la herejía: nótese la sutilidad
del fariseo, que proclama la doctrina correcta para no ser acusado de
hereje[81]. Su pecado es no cumplirla. Subvierte la ley por la vía de los hechos.
Pero esta distorsión entre doctrina y pastoral es también materialmente herética, como han denunciado ya algunos pastores[82]. Los fariseos no son odiosos a Dios por su amor a la ley, sino por su hipocresía, es decir, por una praxis, por una pastoral, que no es acorde con la doctrina que predican.
El catolicismo en su versión farisaica permitiría pecar a través de una
pastoral no católica, subjetivizada y basada en la moral de situación,
que tiene como pilar la autonomía de la conciencia y su primacía sobre
los mandamientos de Dios y sobre los pecados intrínsecamente malos como
el adulterio o la sodomía, si bien esconden su herejía diciendo que la
doctrina no cambia o que se mantiene como un mero “ideal” inalcanzable.


El fariseísmo, en suma, es hijo del Diablo, como Cristo mismo dijo,
pero será derrotado por María Santísima, quien le pisará definitivamente
la cabeza.


Termino con unas excelsas palabras del padre Leonardo Castellani,
quien como nadie retrató el fariseísmo de la época de Cristo y de la
suya propia (que tanto le hizo sufrir porque lo sufrió en carne propia),
sólo por ser un católico jesuita fiel a la doctrina y al magisterio de
la Iglesia. Se lee en su obra inmortal “Cristo y los fariseos”:


(El fariseísmo)… “Es el drama de Cristo y de su Iglesia. Si en el
curso de los siglos una masa enorme de dolores y aun de sangre no
hubiese sido rendida por otros cristos en la resistencia al fariseo, la
Iglesia hoy no subsistiría. El fariseísmo es el mal más grande que
existe sobre la tierra. No habría Comunismo[83] en el mundo si no hubiese fariseísmo en la religión; de acuerdo a lo que dijo San Pablo: “Oportet haéreses esse…”  Y al final (en el fin de los últimos tiempos, añadimos nosotros)
será peor. En los últimos tiempos el fariseísmo triunfante exigirá para
su remedio la conflagración total del universo y el descenso en persona
del Hijo del Hombre, después de haber devorado insaciablemente
innúmeras vidas de hombre.”.


Si a alguno le han parecido duras algunas palabras de este artículo
que recuerde que más duras fueron las que Cristo les dirigía a los
fariseos, algunas de las cuales hemos reproducido aquí. Cristo, al
hacerlo, buscaba la conversión final de los fariseos y la de todos, como
la espero yo y la deseo: en primer lugar la mía, pecador como soy, y, a
la vez, la de todos los hombres, por la gracia de Dios, incluidos
aquéllos que Le resisten.


María Santísima nos alcance a todos la gracia de la conversión y nos lleve al Cielo. Amén.


A mayor Gloria de Dios y de su Santísima Madre.


Antonio José Sánchez Sáez

Católico. Padre de familia


——o——
[1]
El cardenal Ratzinger, en la homilía que pronunció en la Misa al
comienzo del cónclave en el que salió elegido Papa, como Cardenal
Decano, dijo:


“Cuántas doctrinas hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántos modos de pensar… (…) Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es constantemente etiquetado como fundamentalismo.
Mientras el relativismo, es decir el dejarse llevar ‘de aquí hacia allá
por cualquier viento de doctrina’ [Ef. 4, 14], aparece como la única
aproximación a la altura de los tiempos actuales. Se va constituyendo
una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que
deja como última medida solo el yo y sus deseos”.


[2]
“La vida oculta de la Virgen María”, recopilación de las visiones de la
beata alemana agustina Ana Catalina Emmerick, Voz de papel, traducción y
glosas a cargo de José María Sánchez de Toca Catalá, Madrid, 2012,
págs. 27 y ss., del original alemán “Marienleben”.


[3]
El profeta Daniel predijo que el mesías vendría y sería suprimido antes
de la destrucción de Jerusalén y del segundo templo (Daniel 9, 24-26).


[4]
El Talmud es una recopilación de leyes judías, tradiciones, costumbres,
narraciones y dichos, parábolas, historias y leyendas, realizada por
rabinos desde el s II en adelante. El Talmud discute, explica e
interpreta la Torá desde el enfoque fariseo.


[5] Según confesión de Pedro (Mateo 16, 16).


[6] “Y todo el pueblo respondió: «¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»” (Mateo 27, 25).


[7]
“Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen
bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren
el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las
sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame
“Rabbí”” (Mateo 23, 5-7).


[8]
“Entonces se levantó el Sumo Sacerdote, y todos los suyos, los de la
secta de los saduceos, y llenos de envidia, echaron mano a los apóstoles
y les metieron en la cárcel pública.”. (Hechos 5,17-18).


[9] Mateo 23, 3.


[10] Pilatos se dio cuenta de que los sumos sacerdotes habían entregado a Cristo por envidia (Marcos 15, 10).


[11]
“Pero los sumos sacerdotes y los ancianos lograron persuadir a la gente
que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.” (Mateo 27,
20).


[12] Mateo 3, 7.


[13]
Cristo advertía constantemente a sus discípulos que se cuidaran de la
levadura de los fariseos, que es la hipocresía (Lucas 12, 1; Marcos 8,
15; Mateo 16, 12).


[14] “«Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.»” (Mateo 3, 2).


[15] Mateo 12, 34.


[16] “Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos.»

En cuanto a la piedra, cualquiera que caiga sobre ella quedará hecho
pedazos; y si la piedra cae sobre alguien, lo hará polvo. Los sumos
sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que
estaba refiriéndose a ellos” (Mateo 21, 43-45)


[17]
 En palabras del p. Leonardo Castellani: “El pobre Tartufo de Moliere,
es un infeliz, un estúpido, un bribón vulgar y silvestre que lleva un
transparente antifaz de devoto. Pero el fariseo verdadero no lleva
antifaz; es todo él un antifaz. Su natura se ha vuelto máscara; miente
con toda naturalidad pues ha comenzado por mentirse a sí mismo. Lo que
él simula que es, la santidad, y lo que él es, el egoísmo, se han
amalgamado; se han fundido y se han hecho un espantoso veneno que de
suyo no tiene antídoto alguno. Glicerina más ácido nítrico igual
dinamita. El destino de Jesús de Nazareth era chocar con el fariseísmo; y
una vez producido el choque la lucha hasta la muerte sigue inevitable.
Este drama tiene el determinismo riguroso de todo buen drama. El sino
del que se dio como misión: “las ovejas que perecieron de la casa de
Israel” era topar con la causa del perecimiento de Israel, a saber, con
los falsos pastores, con los lobos vestidos de pastores, los de la
zamarra de piel de oveja.  La humanidad no ha presenciado otro conflicto
más agudo, peligroso y trágico: la religión viva ha de vivir dentro de
la religión desecada sin desecarse ni dejar de ser lo que es, como un
golpe de savia que debe mover- se a través de un tronco vuelto corteza.
Este fue el difícil y delicado trabajo de Cristo.”. P. Leonardo
Castellani, Cristo y los fariseos, ediciones Jauja, Mendoza, Argentina, pág. 4 y ss.


[18] Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz(2 Corintios 11: 13, 14).


[19]
“No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a
abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la
tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo
suceda.” (Mateo 5, 17 y ss.)


[20] Y también Santiago 3, 5-10.


[21] Catecismo, nº. 2336:
“Jesús vino a restaurar la creación en la pureza de sus orígenes. En el
Sermón de la Montaña interpreta de manera rigurosa el plan de Dios:
“Habéis oído que se dijo: “no cometerás adulterio”. Pues yo os digo:
“Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella
en su corazón”“ (Mt 5, 27-28). El hombre no debe separar lo que Dios ha
unido (Cf. Mt 19, 6).”.


[22]
Malaquías 2, 16: “Pues yo odio el repudio, dice Yahveh Dios de Israel, y
al que encubre con su vestido la violencia, dice Yahveh Sebaot.
Guardad, pues, vuestro espíritu y no cometáis tal traición”


[23]
Pablo reconoce que Jesús mandó que la mujer no se «separase» pero que,
si lo hiciera, que no volviera a casarse (esto es, que viviese en
castidad). 1 Cor. 7, 11.


[24]
Mateo 12, 39; Mateo 16, 4… Como sabemos, el adulterio es un pecado
especialmente odiado por Cristo porque es también símbolo de la
idolatría. Dios mismos llama adúltero al pueblo israelita innumerable
veces en el AT por faltar en su fidelidad a Yahvé e irse con otros
dioses e ídolos como Baal, Astarté, Tamuz, Moloc, etc. El adulterio es
símbolo de la ruptura de la alianza esponsal por parte de Israel en
relación con la alianza esponsal que le unía a Dios. Lo mismo cabe
aplicar en el cristianismo, pues el matrimonio católico es símbolo de la
fidelidad e indisolubilidad del vínculo que une a Cristo y a su
Iglesia. En la mente de Dios, quien le es infiel a su esposa (cometiendo
adulterio) puede perfectamente serle infiel a Cristo. Cristo le dice al
joven rico que para salvarse no se puede cometer adulterio. Y el
adulterio es uno de los pecados que condenan a quien lo cometen (1 Cor.
6-9).


[25]
“Dícenle sus discípulos: «Si tal es la condición del hombre respecto de
su mujer, no trae cuenta casarse.»” (Mateo 19, 10). Cristo les contesta
que hay personas que se hacen eunucos a sí mismas para el Reino de
Dios: hablaba del celibato de los sacerdotes.


[26]
 <<Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos>>.
Y como él le preguntase: <<¿Cuáles?>>, el Señor continuó:
<<No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no darás falso
testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a
ti mismo>> (Mt 19,17-19). Por eso, como dijo Cristo y se recoge en
Juan 14, 21: “El que tiene mis mandamientos y los cumple, ése es el que
me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me
manifestaré a él.”.


[27]
Mateo 19, 3. Moisés, con toda su buena intención, ante la dureza del
corazón de los israelitas, les permite dar el libelo de repudio cuando
haya algo en las esposas que desagrade al marido (Deuteronomio, 24, 1).
Estas causas siempre fueron rígidas y tasadas, hasta que los fariseos
las aumentaron como quisieron, por razón de su egoísmo y lascivia.


[28]
“SOYEZ LES BIENVENUES”, DISCURSO SOBRE LOS ERRORES DE LA MORAL DE
SITUACIÓN, Viernes 18 de abril de 1952
(https://w2.vatican.va/content/pius-xii/es/speeches/1952/documents/hf_p-xii_spe_19520418_soyez-bienvenues.html)





[29] “Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día” (Marcos 2, 20).


[30] “6 Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos.”


[31]
“Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero,
que no sacrificio. = Porque no he venido a llamar a justos, sino a
pecadores.”


[32]
Por cierto, el fariseo no es el hermano mayor de la parábola del hijo
pródigo: el hermano mayor cumplía con todo lo que el padre le pedía. El
fariseo no cumple nada de lo que el padre manda, como hemos dicho: sólo
aparenta hacerlo, sin hacerlo.


[33]
“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o
higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el
árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos
malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da
buen fruto, es cortado y arrojado al fuego” (Mateo 7, 16-19).


[34]
La higuera ha sido siempre el símbolo del pueblo de Israel. Muchos se
han preguntado por qué Cristo maldice la higuera por no tener higos, si
realmente no era tiempo de higos… Pues porque en esa higuera se
presentaba a los fariseos, los que le matarían, con apariencia vistosa
pero sin frutos, los que después determinarían asesinarle por no
soportar las verdades como puños que les decía en la cara, por desnudar
su hipocresía.


[35] “Ojalá fueras frío o caliente” (Apocalipsis 3, 15).


[36]
Recordemos que “iniquidad” es una palabra ligada al “Misteryum
iniquitatis”, al misterio de iniquidad, es decir, el fariseísmo metido
en la Iglesia del que saldrá el falso profeta o bestia de la tierra del
Capítulo 13, 11 y ss. del Apocalipsis.


[37]
“Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo y
decían: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le
dejamos que siga así, todos creerán en él y vendrán los romanos y
destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra  nación.»” (Juan 11, 47-48)


[38] Juan 11, 45 y 53.


[39]
Este precepto del sabat, mal entendido y aumentado por las costumbres y
dichos rabínicos desde hace siglos, ha llegado hasta el paroxismo en el
mundo ortodoxo farisaico actual, en que consideran que no pueden hacer
absolutamente nada el sábado, ni siquiera apagar o encender las luces de
la casa, tocar un instrumento, montar un animal, remar, ver la
televisión, hacer ejercicio, etc.
http://www.tora.org.ar/contenido.asp?idcontenido=837


[40]
“Pero la flor del fariseísmo es la crueldad: la crueldad solapada,
cautelosa, lenta, prudente y subterránea;  “el dar la muerte creyendo
hacer obsequio a Dios.” El fariseísmo es esencialmente homicida y
deicida. Da muerte a un hombre por lo que hay en él de Dios.1
Instintivamente, con más certidumbre y rapidez que el lebrel huele la
liebre, el fariseo huele y odia la religiosidad verdadera. Es el
contrario de ella, y los contrarios se conocen. Siente cierto que si él
no la mata, ella lo matará.” P. Leonardo Castellani, Cristo y los fariseos, ediciones Jauja, Mendoza, Argentina, pág. 4 y ss.


[41]
Cristo endurece los mandamientos, dándoles su más recto sentido, pero, a
cambio, otorga misericordia a los hombres, pues todos somos pecadores,
es decir, la posibilidad de arrepentirse cuando se conculcan.


[42] Números 14, 10.


[43]
<<Para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene el poder de
perdonar los pecados>> (Mt 9,6). Ya el rey David, inspirado por el
Espíritu Santo había dicho: “David predijo: <<Dichoso aquél cuyas
sus iniquidades son perdonadas y cuyos pecados son cubiertos. Dichoso
el hombre a quien Dios no imputa el pecado>> (Sal 32[31],1-2)”


[44] Mateo 15, 2.


[45]
15 “Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda
la creación. 16 El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no
crea, se condenará”. (Marcos 16, 15-16)


[46]
“«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los
hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los
que están entrando no les dejáis entrar>>. << ¡Ay de
vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque devoráis las casas de
las viudas, aun cuando por pretexto hacéis largas oraciones; por eso
recibiréis mayor condenación>>. «¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos hipócritas, que recorréis mar y tierra para hacer un prosélito,
y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de condenación el doble que
vosotros!” (Mateo 23, 13-15).


[47]
“Porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos,
adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es
lo que contamina al hombre; que el comer sin lavarse las manos no
contamina al hombre”. (Mateo 15, 19-20)


[48]
“Y también: “Si uno jura por el altar, eso no es nada; mas si jura por
la ofrenda que está sobre él, queda obligado.” (Mateo 23, 18).


[49] “Pero algunos de ellos dijeron: «Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios.»”.


[50] “Muchos de ellos decían: «Tiene un demonio y está loco. ¿Por qué le escucháis?»”.


[51]
“Los judíos le respondieron: «¿No decimos, con razón, que eres
samaritano y que tienes un demonio?» Respondió Jesús: «Yo no tengo un
demonio; sino que honro a mi Padre, y vosotros me deshonráis a mí.”.


[52]
“Le contestó: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se
convencerán, aunque un muerto resucite.” (Lucas 16, 31). Cristo aquí
estaba profetizando sobre los fariseos, que no sólo no se convirtieron a
pesar de ver a Cristo resucitar a varios muertos, y, finalmente a
Lázaro, después de cuatro días fallecido (no sólo no se convirtieron
sino que, tras esa espectacular resurrección, los fariseos decidieron
finalmente asesinarle); pero también profetizaba sobre sí mismo, pues
los fariseos, que complotaron para matar a Cristo, tampoco se
convirtieron cuando conocieron su resurrección (de nuevo el pecado
contra el Espíritu Santo) y, para engañar al pueblo y mantenerle en la
ignorancia del fariseísmo, para impedir que se convirtieran, sobornaron a
los soldados para que propalasen la especie de que los discípulos
habían robado el cuerpo de Cristo, versión que llega aún hasta nuestros
días en las escuelas rabínicas ortodoxas. Recordemos que los fariseos se
proclamaban discípulos de Moisés, pero no discípulos de Cristo (Juan 9,
28), como si ambas cosas fueran incompatibles. No sólo no lo eran, sino
que el mismo Moisés hubiera llorado por poder ver un solo día del Hijo
del Hombre en la tierra. Ese aparente amor de los fariseos por Moisés se
debía, sin duda, porque Moisés fue el gran legista y codificador de la
ley judía, y porque, como Cristo dijo, por la dureza de su corazón, les
permitió repudiar a sus mujeres para adulterar con otras.


[53]
“«¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que
le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una
gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido! Pues
bien, se os va a dejar desierta vuestra casa. Porque os digo que ya no
me volveréis a ver hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor!»” (Mateo 23, 37-39).


[54]
“Pues no quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, = no sea que
presumáis de sabios: el endurecimiento parcial que sobrevino a Israel
durará hasta que entre la totalidad de los gentiles, y así, todo Israel
será salvo, como dice la Escritura: = Vendrá de Sión el Libertador;
alejará de Jacob las impiedades.”.


[55]
Es por eso por lo que Cristo llama constantemente a los fariseos
“víboras”, enganchando con la estirpe de la serpiente (el Demonio) del
Génesis: esta estirpe de la serpiente está encabezada por los ángeles
caídos, a los que Dios usa para tentar a los hombres y probarlos, y a
sus secuaces, los hombres que, desde Adán y Eva, les sirven de
instrumentos y persiguen, asesinan e intentar terminar con los hombres
fieles a Dios.


[56] 1 Juan 2, 19.


[57]
“Quedándose ellos al acecho, le enviaron unos espías, que fingieran ser
justos, para sorprenderle en alguna palabra y poderle entregar al poder
y autoridad del procurador. Y le preguntaron: «Maestro, sabemos que
hablas y enseñas con rectitud, y que no tienes en cuenta la condición de
las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios: ¿Nos es lícito pagar tributo al César o no?” (Lucas 20, 20-22)


[58]
 “Es sintomático que el rudo penitente de Makerón haya recibido la
muerte de un sensual, mas Cristo haya sido llevado a ella por puritanos.
Es cien veces peor el fariseísmo que los demás vicios, como notó el
mismo Cristo. El fariseísmo es un vicio espiritual, es decir diabólico,
pues las corrupciones del espíritu son peores que las corrupciones de la
carne. Esta es un compendio de todos los vicios espirituales, avaricia,
ambición, vanagloria, orgullo, obcecación, dureza de corazón, crueldad,
que ha llegado a vaciar por dentro diabólicamente las tres virtudes
teologales, constituyendo así el “pecado contra el Espíritu Santo”.
“Vosotros sois hijos del diablo y el diablo es vuestro padre.”  Las
desviaciones de la carne son corrupciones; pero las desviaciones del
espíritu son perversión. El Gran Incesto es copular consigo mismo,
hacerse Dios. Eso es lo que hizo el Diablo en el principio, el Gran
Homicida”. P. Leonardo Castellani, Cristo y los fariseos, ediciones Jauja, Mendoza, Argentina, pág. 4 y ss.





[59] “9 Lo que fue, eso será; lo que se hizo, ese se hará. Nada nuevo hay bajo el sol.” (Eclesiastés 1, 9).


[60] Juan 13, 16.


[61] San Ireneo de Lyon, “Contra los herejes”, epígrafe “La hipocresía de los fariseos”.


[62] 2 Tim. 3, 1, 5.


[63] Hechos 5, 29.


[64]
26 ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese
modo trataban sus padres a los falsos profetas” (Lucas 6, 26)


[65] “Que es un pueblo terco, criaturas hipócritas,
hijos que no aceptan escuchar la instrucción de Yahveh; que han dicho a
los videntes: «No veáis»; y a los visionarios: «No veáis para nosotros
visiones verdaderas; habladnos cosas halagüeñas, contemplad ilusiones.”
(Isaías, 30, 9-10).


[66]
Fijémonos en lo que decía el p. Leonardo Castellani sobre los fariseos,
con su pluma finísima y certera: “Los demócratas cristianos del tiempo
de Cristo eran los que oraban a gritos, daban limosna en las plazas y…
calumniaban al joven Profeta de Nazareth … La fe religiosa convertida en
granjería y palabrería” (Padre Leonardo Castellani, Diario, entrada del
9 de octubre de 1957). “La Iglesia está enferma de la misma enfermedad e
que enfermó la Sinagoga. El mundo va pareciéndose cada día más al mundo
al cual bajó el Hijo de Dios doloroso: tanto en la Iglesia como fuera
de ella, paganismo y fariseísmo (P. Leonardo Castellani, Los papeles de
Benjamín Benavides, Parte 2ª, capítulo 1º, Los Signos”).


[67] Mateo 27, 21 y 22.


[68] “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros” (Juan 15, 20).


[69]
“11 El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: “¡Oh Dios!
Te doy gracias porque no soy como los demás  hombres, rapaces,
injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano.” (Lucas 18, 11).


[70]
Leonardo Castellani le llama a la última herejía el “catolicismo
vital”, basado en la “dulzura”, la “ternura” y en la “misericordia”
(cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia). La
denuncia y descripción de este falso catolicismo final  la describe el
P. Leonardo Castellani magistralmente en su obra “Su Majestad Dulcinea”,
que es una novela apocalíptica. Llama a este catolicismo el “vitalismo
cristiano”. Consistía esta herejía en el viejo Naturalismo, que “vacía
de contenido sobrenatural o trascendente los dogmas cristianos,
conservando la cáscara; en definitiva, y así los convierte en “mitos” (o
ideales, añadiríamos nosotros)… de la adoración del hombre en lugar de
Dios” (Padre Leonardo Castellani, “El Evangelio de Jesucristo”: Resumen
de todo lo dicho, Las parábolas), y cuyo representante más conocido era
el jesuita Teilhard de Chardin, empeñado en “conciliar los dogmas de la
Iglesia vueltos hipótesis con la hipótesis darwinista vuelta dogma… o
sea, caminar patasarriba y cabezaabajo” (P. Leonardo Castellani,
“Falsificación del Signo tao”, Dinámica social, nº. 92, junio de 1958).


[71] Catecismo nº. 1756:
“Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos humanos
considerando sólo la intención que los inspira o las circunstancias
[ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.] que son
su marco. Hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de
las circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos
por razón de su objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el
homicidio y el adulterio”.


[72]
 “El fariseo es el hombre de la práctica y de la voluntad, es decir, el
Gran Casuista y el Gran Observante” (P. Leonardo Castellani, Cristo y los fariseos, ediciones Jauja, Mendoza, Argentina).


[73] Catecismo 2384:
“El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la cual el
matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva
unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la
ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de
adulterio público y permanente”


[74]
La Iglesia, aparte, exige no vivir juntos a la pareja adúltera, para
evitar el escándalo, salvo que haya un bien superior que lo aconseje,
siempre que se viva en castidad: es el caso en que existan hijos en la
nueva pareja que requieren ser educados por sus padres.


[75]
“El adulterio es una injusticia. El que lo comete falta a sus
compromisos. Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo
matrimonial. Quebranta el derecho del otro cónyuge y atenta contra la
institución del matrimonio, violando el contrato que le da origen.
Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que necesitan
la unión estable de los padres.” (Catecismo, nº. 2.381)


[76] “Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.” (Mateo 6, 33).


[77]
No sólo lo propone toda la facción liberal que se ha destapado en los
dos Sínodos por la familia, con el Cardenal Kasper a la cabeza, sino
también teólogos y biblistas como Gargano: http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1350967?sp=y


En el Sínodo algunos cardenales propusieron permitir el
divorcio como hizo Moisés, como el Cardenal José Luis Lacunza, a lo que
contestó magistralmente y dando la clave de lo que está pasando en la
Iglesia el patriarca melquita Gregorio Lahman III que
«Jesús ha corregido a Moisés. El matrimonio disoluble va contra la naturaleza. Algunos padres sinodales estarán involucionando en vez de evolucionando, olvidando que los fariseos a los que se denuncia justificaban precisamente el divorcio»” http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=25110


[78] “Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana…” (2 Tim, 4, 3).


[79] Mateo 9, 3; Mateo 26, 65; Marcos 2, 7; Marcos 14, 64; Lucas 5, 21; Juan 10, 33.


[80] La fe en la existencia de actos intrínsecamente malos, que ninguna circunstancia puede justificar, brilla por su ausencia en nuestros días. San Juan Pablo II, en su encíclica Veritatis splendor, enseña largamente acerca de lo intrinsece malum (54-64). No es lícito «establecer legítimamente unas excepciones a la regla general y permitir así la realización práctica, con buena conciencia, de lo que está calificado por la ley moral como intrínsecamente malo. De este modo se instaura en algunos casos una separación, o incluso una oposición, entre la doctrina del precepto válido en general y la norma de la conciencia individual,
que decidiría de hecho, en última instancia [quizá con el consejo de un
sacerdote comprensivo] sobre el bien y el mal» (n. 56; cf. 80).


[81]
Es hereje el que, según el nº. 751 del Código de Derecho Canónico niega
de manera pertinaz, después de recibido el bautismo, una verdad que ha
de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma. Los
fariseos católicos de hoy dicen que no niegan las verdades, pero las
consideran inalcanzables, como meros ideales que hay que meter en una
urna. Para ellos, negando la gracia, nadie o muy pocos están llamados a
ser santos, a cumplir los mandamientos, y por eso les aplican la moral
de situación, según la cual cada uno sólo está moralmente obligado a
hacer lo humanamente posible.



[82]
Como ha dicho recientemente el Cardenal Robert Sarah, Prefecto de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
http://infovaticana.com/2015/03/07/separar-el-magisterio-de-la-pastoral-es-una-forma-de-herejia/


[83]
El comunismo es esencialmente fariseo porque aparenta lo que no es:
viste sus inicuos deseos de dañar y matar la justicia y la bondad con el
ropaje de la filantropía, de la justicia social, del reparto económico.
Y por eso triunfa de nuevo a nivel mundial, y, ay, dentro de la Iglesia
(teología de la liberación, teología del pueblo, etc…). Consiste en la
vieja herejía del naturalismo: salvar al hombre en este mundo (sin
hacerlo realmente), pero no su alma. Niega lo sobrenatural y sólo
aplaude lo material. Es un falso mesianismo, la herejía de los que
seguían a Cristo para que les multiplicara de nuevo milagrosamente los
panes y los peces, para hartarse de comer, pero sin ánimo de
convertirse. Y para que se vea claramente que esto proviene del Demonio,
recordemos la tentación del Demonio contra Cristo, insinuándole que
convirtiera las piedras en panes (Lucas 4, 3-4).





Colaboraciones

Artículos de diversos autores, publicados aquí por voluntad expresa de los mismos.


2 comentarios en “¿QUIÉNES SON HOY LOS FARISEOS?





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