lunes, 16 de enero de 2017

Documento preparatorio para el Sínodo de los Obispos 2018 sobre los jóvenes | Blog Padre Ismael Ojeda

Documento preparatorio para el Sínodo de los Obispos 2018 sobre los jóvenes | Blog Padre Ismael Ojeda




 




Documento preparatorio para el Sínodo de los Obispos 2018 sobre los jóvenes

.


Sínodo
Presidencia del Sínodo sobre la Familia (2015)
.


TEXTO: Documento preparatorio para el Sínodo de los Obispos 2018 sobre los jóvenes


.


VATICANO, 13 Ene. 17 / 06:57 am (ACI).- La Oficina de Prensa de la Santa Sede
dio a conocer hoy el documento preparatorio para la asamblea general
ordinaria del Sínodo de los Obispos que se celebrará en octubre de 2018 y
que tendrá como tema “Los jóvenes, la fe y el discernimiento
vocacional”.


A continuación el texto completo del documento:


Introducción


«Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea perfecto» (Jn 15,11):
este es el proyecto de Dios para los hombres y mujeres de todos los
tiempos y, por tanto, también para todos los jóvenes y las jóvenes del
tercer milenio, sin excepción.


Anunciar la alegría del Evangelio es la misión que el Señor ha confiado a su Iglesia. El Sínodo sobre la nueva evangelización y la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium han afrontado cómo llevar a cabo esta misión en el mundo de hoy; en cambio, los dos Sínodos sobre la familia y la Exhortación Apostólica Post-sinodal Amoris laetitia se han dedicado al acompañamiento de las familias hacia esta alegría.


Como continuación de este camino, a través de un nuevo camino sinodal
sobre el tema: «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional», la
Iglesia ha decidido interrogarse sobre cómo acompañar a los jóvenes para
que reconozcan y acojan la llamada al amor y a la vida
en plenitud, y también pedir a los mismos jóvenes que la ayuden a
identificar las modalidades más eficaces de hoy para anunciar la Buena
Noticia.


A través de los jóvenes, la Iglesia podrá percibir la voz del Señor que resuena también hoy. Como en otro tiempo Samuel (cfr. 1Sam 3,1-21) y Jeremías (cfr. Jer 1,4-10),
hay jóvenes que saben distinguir los signos de nuestro tiempo que el
Espíritu señala. Escuchando sus aspiraciones podemos entrever el mundo
del mañana que se aproxima y las vías que la Iglesia está llamada a
recorrer.


La vocación al amor asume para cada uno una forma concreta en la vida
cotidiana a través de una serie de opciones que articulan estado de
vida (matrimonio,
ministerio ordenado, vida consagrada, etc.), profesión, modalidad de
compromiso social y político, estilo de vida, gestión del tiempo y del
dinero, etc.


Asumidas o padecidas, conscientes o inconscientes, se trata de
elecciones de las que nadie puede eximirse. El propósito del
discernimiento vocacional es descubrir cómo transformarlas, a la luz de
la fe, en pasos hacia la plenitud de la alegría a la que todos estamos
llamados.


La Iglesia es consciente de poseer «lo que hace la fuerza y el
encanto de la juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de
darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas
conquistas» (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes,
8 de diciembre de 1965); las riquezas de su tradición espiritual
ofrecen muchos instrumentos con los que acompañar la maduración de la
conciencia y de una auténtica libertad.


Desde esta perspectiva, con el presente Documento Preparatorio, se da inicio a la fase de consulta de todo el Pueblo de Dios. El Documento –dirigido
a los Sínodos de los Obispos y a los Consejos de los Jerarcas de las
Iglesias Orientales Católicas, a las Conferencias Episcopales, a los
Dicasterios de la Curia Romana y a la Unión de Superiores Generales–
termina con un cuestionario.


Además está prevista una consulta de todos los jóvenes a través de un
sitio web, con un cuestionario sobre sus expectativas y su vida. Las
respuestas a los dos cuestionarios constituirán la base para la
redacción del Documento de trabajo o Instrumentum laboris, que será el punto de referencia para la discusión de los Padres sinodales.


Este Documento Preparatorio propone una reflexión articulada
en tres pasos. Se comienza delineando brevemente algunas dinámicas
sociales y culturales del mundo en el que los jóvenes crecen y toman sus
decisiones, para proponer una lectura de fe.


Posteriormente se abordan los pasos fundamentales del proceso de
discernimiento, que es el instrumento principal que la Iglesia desea
ofrecer a los jóvenes para que descubran, a la luz de la fe, la propia
vocación.


Por último, se ponen de relieve los componentes fundamentales de una
pastoral juvenil vocacional. Por lo tanto, no se trata de un documento
completo, sino de una especie de mapa que pretende fomentar una
investigación cuyos frutos sólo estarán disponibles al término del
camino sinodal.


Tras las huellas del discípulo amado


Ofrecemos como inspiración para el camino que inicia un icono
evangélico: Juan, el apóstol. En la lectura del Cuarto Evangelio él no
sólo es la figura ejemplar del joven que elige seguir a Jesús sino
también «el discípulo a quien Jesús amaba» (Jn 13,23; 19,26; 21,7).


«Fijándose en Jesús que pasaba, [Juan el Bautista] dijo: “He ahí el
Cordero de Dios”. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a
Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les dice: “¿Qué
buscáis?”. Ellos le respondieron: “Rabbí –que quiere decir ‘Maestro’–,
¿dónde vives?”. Les respondió: “Venid y lo veréis”. Fueron, pues, vieron
dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora
décima» (Jn 1,36-39).


En búsqueda de un sentido que dar a la propia vida, dos discípulos
del Bautista son interpelados por Jesús con la pregunta penetrante:
«¿Qué buscáis?». A su contestación «Rabbí –que quiere decir ‘Maestro’–,
¿dónde vives?», le sigue la respuesta-invitación del Señor: «Venid y lo
veréis» (vv. 38-39).


Jesús los llama al mismo tiempo a un camino interior y a una
disponibilidad de ponerse concretamente en movimiento, sin saber bien a
dónde esto los llevará. Será un encuentro memorable, hasta el punto de
recordar incluso la hora (v. 39).


Gracias a la valentía de ir y ver, los discípulos experimentarán la
amistad fiel de Cristo y podrán vivir diariamente con Él, dejarse
interrogar e inspirar por sus palabras, dejarse impresionar y conmover
por sus gestos.


Juan, en particular, será llamado a ser testigo de la Pasión y Resurrección de su Maestro. En la última cena (cfr. Jn 13,21-29),
su intimidad con Él lo llevará a reclinar la cabeza sobre el pecho de
Jesús y a confiar en Su palabra. Mientras conduce a Simón Pedro a la
casa del sumo sacerdote, se enfrentará a la noche de la prueba y de la
soledad (cfr. Jn 18,13-27).


Junto a la cruz acogerá el profundo dolor de la Madre, a quien es confiado, asumiendo la responsabilidad de cuidar de ella (cfr. Jn 19,25-27). En la mañana de Pascua compartirá con Pedro la carrera agitada y llena de esperanza hacia el sepulcro vacío (cfr. Jn 20,1-10).


Por último, durante la extraordinaria pesca en el lago de Tiberíades (cfr. Jn 21,1-14), reconocerá al Resucitado y dará testimonio de Él a la comunidad.


La figura de Juan nos puede ayudar a comprender la experiencia
vocacional como un proceso progresivo de discernimiento interior y de
maduración de la fe, que conduce a descubrir la alegría del amor y la
vida en plenitud en la entrega y en la participación en el anuncio de la
Buena Noticia.


I LOS JÓVENES EN EL MUNDO DE HOY


Este capítulo no ofrece un análisis completo de la sociedad y del
mundo, sino que tiene presente algunos resultados de la investigación en
el ámbito social útiles para abordar el tema del discernimiento
vocacional, a fin de «dejarnos interpelar por ella en profundidad y dar
una base concreta al itinerario ético y espiritual» (Laudato sì, 15).


La descripción, elaborada a nivel mundial, exigirá ser adaptada a la
realidad de las circunstancias específicas de cada región: a pesar de la
presencia de tendencias globales, las diferencias entre las diversas
áreas del planeta siguen siendo relevantes. En muchos aspectos es
correcto afirmar que existe una pluralidad de mundos juveniles, no sólo
uno. Entre las muchas diferencias, algunas resultan particularmente
evidentes.


La primera es el efecto de las dinámicas geográficas y separa a los
países con alta natalidad, donde los jóvenes representan una proporción
significativa y creciente de la población, de aquellos cuyo peso
demográfico se va reduciendo.


Una segunda diferencia deriva de la historia, que hace diferentes a
los países y a los continentes de antigua tradición cristiana cuya
cultura es portadora de una memoria que no se debe disgregar, de los
países y continentes cuya cultura en cambio está marcada por otras
tradiciones religiosas y en los que el cristianismo tiene una presencia
minoritaria y a menudo reciente.


Por último, no podemos olvidar la diferencia entre el género
masculino y el femenino: por una parte ésta determina una sensibilidad
diferente, por otra es origen de formas de dominio, exclusión y
discriminación de las que todas las sociedades necesitan liberarse.


En las páginas que siguen el término “jóvenes” se refiere a las
personas de edad comprendida aproximadamente entre 16 y 29 años, siendo
conscientes de que también este elemento exige ser adaptado a las
circunstancias locales. En cualquier caso, es bueno recordar que la
juventud más que identificar a una categoría de personas, es una fase de
la vida que cada generación reinterpreta de un modo único e
irrepetible.


1. Un mundo que cambia rápidamente


La rapidez de los procesos de cambio y de transformación es la nota
principal que caracteriza a las sociedades y a las culturas
contemporáneas (cfr. Laudato sì, 18). La combinación entre
complejidad elevada y cambio rápido provoca que nos encontremos en un
contexto de fluidez e incertidumbre nunca antes experimentado: es un
hecho que debe asumirse sin juzgar a priori si se trata de un problema o
de una oportunidad.


Esta situación exige adoptar una mirada integral y adquirir la
capacidad de programar a largo plazo, prestando atención a la
sostenibilidad y a las consecuencias de las opciones de hoy en tiempos y
lugares remotos.


El crecimiento de la incertidumbre incide en las condiciones de
vulnerabilidad, es decir, la combinación de malestar social y dificultad
económica, y en las experiencias de inseguridad de grandes sectores de
la población.


En lo que se refiere al mundo del trabajo, podemos pensar en los
fenómenos de la desocupación, del aumento de la flexibilidad y de la
explotación sobre todo infantil, o en el conjunto de causas políticas,
económicas, sociales e incluso ambientales que explican el aumento
exponencial del número de refugiados y migrantes.


Frente a pocos privilegiados que pueden disfrutar de las
oportunidades ofrecidas por los procesos de globalización económica,
muchos viven en situaciones de vulnerabilidad y de inseguridad, lo cual
tiene un impacto sobre sus itinerarios de vida y sobre sus elecciones.


A nivel mundial el mundo contemporáneo se caracteriza por una cultura
“cientificista”, a menudo dominada por la técnica y por las infinitas
posibilidades que ésta promete abrir, en cuyo interior no obstante «se
multiplican las formas de tristeza y soledad en las que caen las
personas, entre ellas muchos jóvenes» (Misericordia et misera, 3).


Como enseña la encíclica Laudato si’, la íntima relación
entre paradigma tecnocrático y búsqueda frenética del beneficio a corto
plazo están en el origen de esa cultura del descarte que excluye a
millones de personas, entre ellas muchos jóvenes, y que conduce a la
explotación indiscriminada de los recursos naturales y a la degradación
del ambiente, amenazando el futuro de las próximas generaciones (cfr.
20-22).


Asimismo, no hay que olvidar que muchas sociedades son cada vez más
multiculturales y multirreligiosas. En particular, la coexistencia de
varias tradiciones religiosas representa un desafío y una oportunidad:
puede crecer la desorientación y la tentación del relativismo, pero
conjuntamente aumentan las posibilidades de debate fecundo y
enriquecimiento recíproco.


A los ojos de la fe esto se ve como un signo de nuestro tiempo que
requiere un crecimiento en la cultura de la escucha, del respeto y del
diálogo.


2. Las nuevas generaciones


Quien es joven hoy vive la propia condición en un mundo diferente al
de la generación de sus padres y de sus educadores. No sólo el sistema
de obligaciones y oportunidades cambia con las transformaciones
económicas y sociales, sino que mudan también, subyacentemente, deseos,
necesidades, sensibilidades y el modo de relacionarse con los demás.


Por otra parte, si desde un cierto punto de vista es verdad que con
la globalización los jóvenes tienden a ser cada vez más homogéneos en
todas las partes del mundo, se mantienen sin embargo, en los contextos
locales, peculiaridades culturales e institucionales que tienen
repercusiones en el proceso de socialización y de construcción de la
identidad.


El desafío de la multiculturalidad atraviesa particularmente el mundo
juvenil, por ejemplo, con las peculiaridades de las “segundas
generaciones” (es decir, de aquellos jóvenes que crecen en una sociedad y
en una cultura diferentes de las de sus padres, como resultado de los
fenómenos migratorios) o de los hijos de parejas de algún modo “mixtas”
(desde el punto de vista étnico, cultural y/o religioso).


En muchas partes del mundo los jóvenes experimentan condiciones de
particular dureza, en las que se hace difícil abrir el espacio para
auténticas opciones de vida, en ausencia de márgenes, aunque sean
mínimos, de ejercicio de la libertad.


Pensemos en los jóvenes en situación de pobreza y exclusión; en los
que crecen sin padres o familia, o no tienen la posibilidad de ir a la
escuela; en los niños y chicos de la calle de tantas periferias; en los
jóvenes desempleados, abandonados y migrantes; en los que son víctimas
de explotación, trata y esclavitud; en los niños y chicos reclutados a
la fuerza en bandas criminales o en milicias irregulares; en las niñas
esposas o chicas obligadas a casarse contra su voluntad.


Son demasiados en el mundo los que pasan directamente de la infancia a
la edad adulta y a una carga de responsabilidad que no han podido
elegir. A menudo, las niñas, las chicas y las mujeres jóvenes deben
hacer frente a dificultades aún mayores en comparación con sus
coetáneos.


Estudios conducidos a nivel internacional permiten identificar algunos rasgos característicos de los jóvenes de nuestro tiempo.


Pertenencia y participación


Los jóvenes no se perciben a sí mismos como una categoría
desfavorecida o un grupo social que se debe proteger y, en consecuencia,
como destinatarios pasivos de programas pastorales o de opciones
políticas. No pocos de ellos desean ser parte activa en los procesos de
cambio del presente, como confirman las experiencias de activación e
innovación desde abajo que tienen a los jóvenes como principales, aunque
no únicos, protagonistas.


La disponibilidad a la participación y a la movilización en acciones
concretas, en las que el aporte personal de cada uno es ocasión de
reconocimiento de identidad, se articula con la intolerancia hacia
ambientes en los que los jóvenes sienten, con razón o sin ella, que no
encuentran espacio y no reciben estímulos; esto puede llevar a la
renuncia o al cansancio para desear, soñar y proyectar, como demuestra
la difusión del fenómeno de los NEET (not in education, employment or training, es decir, jóvenes que no se dedican a una actividad de estudio ni de trabajo ni de formación profesional).


La discrepancia entre los jóvenes pasivos y desanimados y los
emprendedores y vitales es el fruto de las oportunidades ofrecidas
concretamente a cada uno en el contexto social y familiar en el que
crece, además de las experiencias de sentido, relación y valor
adquiridas incluso antes del inicio de la juventud.


La falta de confianza en sí mismos y en sus capacidades puede
manifestarse, además de en la pasividad, en una excesiva preocupación
por la propia imagen y en un dócil conformismo a las modas del momento.


Puntos de referencia personales e institucionales


Varias investigaciones muestran que los jóvenes sienten la necesidad
de figuras de referencia cercanas, creíbles, coherentes y honestas, así
como de lugares y ocasiones en los que poner a prueba la capacidad de
relación con los demás (tanto adultos como coetáneos) y afrontar las
dinámicas afectivas. Buscan figuras capaces de expresar sintonía y
ofrecer apoyo, estímulo y ayuda para reconocer los límites, sin hacer
pesar el juicio.


Desde este punto de vista, el rol de padres y familias sigue siendo
crucial y a veces problemático. Las generaciones más maduras a menudo
tienden a subestimar las potencialidades, enfatizan las fragilidades y
tienen dificultad para entender las exigencias de los más jóvenes. Los
padres y los educadores adultos pueden tener presente sus errores y lo
que no les gustaría que los jóvenes hiciesen, pero a menudo no tienen
igualmente claro cómo ayudarles a orientar su mirada hacia el futuro.


Las dos reacciones más comunes son la renuncia a hacerse escuchar y
la imposición de sus propias elecciones. Padres ausentes o
hiperprotectores hacen a los hijos más frágiles y tienden a subestimar
los riesgos o a estar obsesionados con el miedo a equivocarse.


Los jóvenes sin embargo no buscan sólo figuras de referencia adultas:
tienen un fuerte deseo de diálogo abierto entre pares. En este sentido
son muy necesarias las ocasiones de interacción libre, de expresión
afectiva, de aprendizaje informal, de experimentación de roles y
habilidades sin tensión ni ansiedad.


Tendencialmente cautos respecto a quienes están más allá del círculo
de las relaciones personales, los jóvenes a menudo nutren desconfianza,
indiferencia o indignación hacia las instituciones. Esto se refiere no
sólo a la política, sino que afecta cada vez más a las instituciones
formativas y a la Iglesia, en su aspecto institucional. La querrían más
cercana a la gente, más atenta a los problemas sociales, pero no dan por
sentado que esto ocurra de inmediato.


Todo esto tiene lugar en un contexto donde la pertenencia confesional
y la práctica religiosa se vuelven, cada vez más, rasgos de una minoría
y los jóvenes no se ponen “contra”, sino que están aprendiendo a vivir
“sin” el Dios presentado por el Evangelio y “sin” la Iglesia, apoyándose
en formas de religiosidad y espiritualidad alternativas y poco
institucionalizadas o refugiándose en sectas o experiencias religiosas con una fuerte matriz de identidad.


En muchos lugares la presencia de la Iglesia se va haciendo menos
capilar y por tanto resulta más difícil encontrarla, mientras que la
cultura dominante es portadora de instancias a menudo en contraste con
los valores evangélicos, ya se trate de elementos de la propia tradición
o de la declinación local de una globalización de modelo consumista e
individualista.


Hacia una generación (híper)conectada


Las jóvenes generaciones se caracterizan hoy por la relación con las
tecnologías modernas de la comunicación y con lo que normalmente se
llama “mundo virtual”, no obstante también tenga efectos muy reales.
Todo esto ofrece posibilidades de acceso a una serie de oportunidades
que las generaciones precedentes no tenían, y al mismo tiempo presenta
riesgos.


Sin embargo, es de gran importancia poner de relieve cómo la
experiencia de relaciones a través de la tecnología estructura la
concepción del mundo, de la realidad y de las relaciones personales. A
esto debería responder la acción pastoral, que tiene necesidad de
desarrollar una cultura adecuada.


3. Los jóvenes y las opciones


En el contexto de fluidez y precariedad que hemos esbozado, la
transición a la vida adulta y la construcción de la identidad exigen
cada vez más un itinerario “reflexivo”. Las personas se ven obligadas a
readaptar sus trayectorias de vida y a retomar continuamente el control
de sus opciones. Además, junto con la cultura occidental se difunde una
concepción de la libertad entendida como posibilidad de acceder a nuevas
oportunidades.


Se niega que construir un itinerario personal de vida signifique
renunciar a recorrer en el futuro caminos diferentes: «Hoy elijo esto,
mañana ya veremos». Tanto en las relaciones afectivas como en el mundo
del trabajo el horizonte se compone de opciones siempre reversibles más
que de elecciones definitivas.


En este contexto los viejos enfoques ya no funcionan y la experiencia
transmitida por las generaciones precedentes se vuelve obsoleta
rápidamente. Valiosas oportunidades y riesgos insidiosos se entrelazan
en una maraña que no es fácil de desenredar. Adecuados instrumentos
culturales, sociales y espirituales se convierten en indispensables para
que los mecanismos del proceso decisional no se bloqueen y se termine,
tal vez por miedo a equivocarse, sufriendo el cambio en lugar de
guiarlo.


Lo ha dicho el Papa Francisco: «“¿Cómo podemos despertar la grandeza y
la valentía de elecciones de gran calado, de impulsos del corazón para
afrontar desafíos educativos y afectivos?”. La palabra la he dicho
tantas veces: ¡Arriesga! Arriesga. Quien no arriesga no camina. “¿Y si
me equivoco?”. ¡Bendito sea el Señor! Más te equivocarás si te quedas
quieto» (Discurso en Villa Nazaret, 18 de junio de 2016).


En la búsqueda de caminos capaces de despertar la valentía y los
impulsos del corazón no se puede dejar de tener en cuenta que la persona
de Jesús y la Buena Noticia por Él proclamada siguen fascinando a
muchos jóvenes.


La capacidad de elegir de los jóvenes se ve obstaculizada por las
dificultades relacionadas con la condición de precariedad: la dificultad
para encontrar trabajo o su dramática falta; los obstáculos en la
construcción de una autonomía económica; la imposibilidad de estabilizar
la propia trayectoria profesional. Para las mujeres jóvenes estos
obstáculos son normalmente aún más difíciles de superar.


El malestar económico y social de las familias, la forma en que los
jóvenes asumen algunos rasgos de la cultura contemporánea y el impacto
de las nuevas tecnologías exigen una mayor capacidad de respuesta al
desafío educativo en su acepción más amplia: esta es la emergencia
educativa señalada por Benedicto XVI en el Mensaje a la Ciudad y a la Diócesis de Roma sobre la urgencia de la educación (21 de enero de 2008).


A nivel mundial también hay que tener en cuenta las desigualdades
entre países y su efecto sobre las oportunidades ofrecidas a los jóvenes
en las diferentes sociedades en términos de inclusión. También factores
culturales y religiosos pueden generar exclusión, por ejemplo lo
referente a las diferencias de género o a la discriminación de las
minorías étnicas o religiosas, hasta empujar a los jóvenes más
emprendedores hacia la emigración.


En este contexto resulta particularmente urgente promover las
capacidades personales poniéndolas al servicio de un sólido proyecto de
crecimiento común. Los jóvenes valoran la posibilidad de combinar la
acción en proyectos concretos en los que medir su capacidad de obtener
resultados, el ejercicio de un protagonismo dirigido a mejorar el
contexto en el que viven, la oportunidad de adquirir y perfeccionar
sobre el terreno competencias útiles para la vida y el trabajo.


La innovación social expresa un protagonismo positivo que invierte la
condición de las nuevas generaciones: de perdedores que solicitan
protección frente a los riesgos del cambio, a sujetos del cambio capaces
de crear nuevas oportunidades. Es significativo que precisamente los
jóvenes –a menudo encasillados en el estereotipo de la pasividad y de la
inexperiencia– propongan y practiquen alternativas que muestran cómo el
mundo o la Iglesia podrían ser.


Si queremos que en la sociedad o en la comunidad cristiana suceda
algo nuevo, debemos dejar espacio para que nuevas personas puedan
actuar. En otras palabras, proyectar el cambio según los principios de
la sostenibilidad exige que se consienta a las nuevas generaciones
experimentar un nuevo modelo de desarrollo.


Esto resulta particularmente problemático en los países y contextos
institucionales en los que la edad de quienes ocupan puestos de
responsabilidad es elevada y los ritmos de cambio generacional se hacen
más lentos.



II FE, DISCERNIMIENTO, VOCACIÓN


A través del camino de este Sínodo, la Iglesia quiere reiterar su
deseo de encontrar, acompañar y cuidar de todos los jóvenes, sin
excepción. No podemos ni queremos abandonarlos a las soledades y a las
exclusiones a las que el mundo los expone.


Que su vida sea experiencia buena, que no se pierdan en los caminos
de la violencia o de la muerte, que la desilusión no los aprisione en la
alienación: todo esto no puede dejar de ser motivo de gran preocupación
para quien ha sido generado a la vida y a la fe y sabe que ha recibido
un gran don.


Es en virtud de este don que sabemos que venir al mundo significa
encontrar la promesa de una vida buena y que ser acogido y custodiado es
la experiencia original que inscribe en cada uno la confianza de no ser
abandonado a la falta de sentido y a la oscuridad de la muerte y la
esperanza de poder expresar la propia originalidad en un camino hacia la
plenitud de vida.


La sabiduría de la Iglesia oriental nos ayuda a descubrir cómo esta
confianza está arraigada en la experiencia de “tres nacimientos”: el
nacimiento natural como mujer o como hombre en un mundo capaz de acoger y
sostener la vida; el nacimiento del bautismo «cuando alguien se
convierte en hijo de Dios por la gracia»; y luego, un tercer nacimiento,
cuando tiene lugar el paso «del modo de vida corporal al espiritual»,
que abre al ejercicio maduro de la libertad (cfr. Discursos de Filoxeno de Mabbug, obispo sirio del siglo V, n. 9).


Ofrecer a los demás el don que nosotros mismos hemos recibido
significa acompañarlos a lo largo de este camino, ayudándoles a afrontar
sus debilidades y las dificultades de la vida, pero sobre todo
sosteniendo las libertades que aún se están constituyendo.


Por todo ello la Iglesia, comenzando por sus Pastores, está llamada a
interrogarse y a redescubrir su vocación a la custodia con el estilo
que el Papa Francisco recordó al inicio de su pontificado: «el
preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura.


En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente,
trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la
virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza
de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura
al otro, de amor» (Homilía en el inicio del ministerio petrino, 19 de
marzo de 2013).


En esta perspectiva se presentarán ahora algunas ideas con vistas a
un acompañamiento de los jóvenes a partir de la fe, escuchando a la
tradición de la Iglesia y con el claro objetivo de sostenerlos en su
discernimiento vocacional y en la toma de decisiones fundamentales de la
vida, desde la conciencia del carácter irreversible de algunas de
ellas.


1. Fe y vocación


La fe, en cuanto participación en el modo de ver de Jesús (cfr. Lumen fidei,
18), es la fuente de discernimiento vocacional, porque ofrece sus
contenidos fundamentales, sus articulaciones específicas, el estilo
singular y la pedagogía propia. Acoger con alegría y disponibilidad este
don de la gracia exige hacerlo fecundo a través de elecciones de vida
concretas y coherentes.


«No me habéis elegido vosotros a mí; sino que yo os he elegido a
vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro
fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre
os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros» (Jn 15,16-17).


Si la vocación a la alegría del amor es el llamado fundamental que
Dios pone en el corazón de cada joven para que su existencia pueda dar
fruto, la fe es al mismo tiempo don que viene de lo alto y respuesta al
sentirse elegidos y amados.


La fe «no es un refugio para gente pusilánime, sino que ensancha la
vida. Hace descubrir una gran llamada, la vocación al amor, y asegura
que este amor es digno de fe, que vale la pena ponerse en sus manos,
porque está fundado en la fidelidad de Dios, más fuerte que todas
nuestras debilidades» (Lumen fidei, 53).


Esta fe «ilumina todas las relaciones sociales», contribuyendo a
«construir la fraternidad universal» entre los hombres y mujeres de
todos los tiempos (ibíd., 54).


La Biblia
presenta numerosos relatos de vocación y de respuesta de jóvenes. A la
luz de la fe, estos gradualmente toman conciencia del proyecto de amor
apasionado que Dios tiene para cada uno. Esta es la intención de toda
acción de Dios, desde la creación del mundo como lugar «bueno», capaz de
acoger la vida, y ofrecido como un don como la urdimbre de relaciones
en las que confiar.


Creer significa ponerse a la escucha del Espíritu y en diálogo con la Palabra que es camino, verdad y vida (cfr. Jn 14,6)
con toda la propia inteligencia y afectividad, aprender a confiar en
ella “encarnándola” en lo concreto de la vida cotidiana, en los momentos
en los que la cruz está cerca y en aquellos en los que se experimenta
la alegría ante los signos de resurrección, tal y como hizo el
“discípulo amado”. Este es el desafío que interpela a la comunidad
cristiana y a cada creyente individual.


El espacio de este diálogo es la conciencia. Como enseña el Concilio
Vaticano II, esta es «el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en
el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto
más íntimo de aquélla» (Gaudium et spes, 16).


Por lo tanto, la conciencia es un espacio inviolable en el que se
manifiesta la invitación a acoger una promesa. Discernir la voz del
Espíritu de otras llamadas y decidir qué respuesta dar es una tarea que
corresponde a cada uno: los demás lo pueden acompañar y confirmar, pero
nunca sustituir.


La vida y la historia nos enseñan que para el ser humano no siempre
es fácil reconocer la forma concreta de la alegría a la que Dios lo
llama y a la cual tiende su deseo, y mucho menos ahora en un contexto de
cambio e incertidumbre generalizada.


Otras veces, la persona tiene que enfrentarse al desánimo o a la
fuerza de otros apegos que la detienen en su camino hacia la plenitud:
es la experiencia de muchos, por ejemplo la del joven que tenía
demasiadas riquezas para ser libre de acoger la llamada de Jesús y por
esto se fue triste en lugar de lleno de alegría (cfr. Mc 10,17-22).


La libertad humana, aun necesitando ser siempre purificada y
liberada, sin embargo, no pierde nunca del todo la capacidad radical de
reconocer el bien y de hacerlo: «Los seres humanos, capaces de
degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar
por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos
mentales y sociales que les impongan» (Laudato si’, 205).


2. El don del discernimiento


Tomar decisiones y orientar las propias acciones en situaciones de
incertidumbre y frente a impulsos internos contradictorios es el ámbito
del ejercicio del discernimiento. Se trata de un término clásico de la
tradición de la Iglesia, que se aplica a una pluralidad de situaciones.


En efecto, existe un discernimiento de los signos de los tiempos, que
apunta a reconocer la presencia y la acción del Espíritu en la
historia; un discernimiento moral,
que distingue lo que es bueno de lo que es malo; un discernimiento
espiritual, que tiene como objetivo reconocer la tentación para
rechazarla y, en su lugar, seguir el camino de la plenitud de vida. Las
conexiones entre estas diferentes acepciones son evidentes y no se
pueden nunca separar completamente.


Teniendo presente esto, nos centramos aquí en el discernimiento
vocacional, es decir, en el proceso por el cual la persona llega a
realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu,
las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida. Si el
interrogante de cómo no desperdiciar las oportunidades de realización
de sí mismo afecta a todos los hombres y mujeres, para el creyente la
pregunta se hace aún más intensa y profunda.


¿Cómo vivir la buena noticia del Evangelio y responder a la llamada
que el Señor dirige a todos aquellos a quienes les sale al encuentro: a
través del matrimonio, del ministerio ordenado, de la vida consagrada? Y
cuál es el campo en el que se pueden utilizar los propios talentos: ¿la
vida profesional, el voluntariado, el servicio a los últimos, la
participación en la política?


El Espíritu habla y actúa a través de los acontecimientos de la vida
de cada uno, pero los eventos en sí mismos son mudos o ambiguos, ya que
se pueden dar diferentes interpretaciones. Iluminar el significado en lo
concerniente a una decisión requiere un camino de discernimiento. Los
tres verbos con los que esto se describe en la Evangelii gaudium,
51 – reconocer, interpretar y elegir – pueden ayudarnos a delinear un
itinerario adecuado tanto para los individuos como para los grupos y las
comunidades, sabiendo que en la práctica los límites entre las
diferentes fases no son nunca tan claros.


Reconocer


El reconocimiento se refiere, en primer lugar, a los efectos que los
acontecimientos de mi vida, las personas que encuentro, las palabras que
escucho o que leo producen en mi interioridad: una variedad de «deseos,
sentimientos, emociones» (Amoris laetitia, 143) de muy
distinto signo: tristeza, oscuridad, plenitud, miedo, alegría, paz,
sensación de vacío, ternura, rabia, esperanza, tibieza, etc.


Me siento atraído o empujado hacia una pluralidad de direcciones, sin
que ninguna me parezca la que claramente se debe seguir; es el momento
de los altos y bajos y en algunos casos de una auténtica lucha interior.
Reconocer exige hacer aflorar esta riqueza emotiva y nombrar estas
pasiones sin juzgarlas. Exige igualmente percibir el “sabor” que dejan,
es decir, la consonancia o disonancia entre lo que experimento y lo más
profundo que hay en mí.


En esta fase, la Palabra de Dios reviste una gran importancia:
meditarla, de hecho, pone en movimiento las pasiones como todas las
experiencias de contacto con la propia interioridad, pero al mismo
tiempo ofrece una posibilidad de hacerlas emerger identificándose con
los acontecimientos que ella narra. La fase del reconocimiento sitúa en
el centro la capacidad de escuchar y la afectividad de la persona, sin
eludir por temor la fatiga de silencio.


Se trata de un paso fundamental en el camino de maduración personal,
en particular para los jóvenes que experimentan con mayor intensidad la
fuerza de los deseos y pueden también permanecer asustados, renunciando
incluso a los grandes pasos a los que sin embargo se sienten impulsados.


Interpretar


No basta reconocer lo que se ha experimentado: hay que
“interpretarlo”, o, en otras palabras, comprender a qué el Espíritu está
llamando a través de lo que suscita en cada uno. Muchas veces nos
detenemos a contar una experiencia, subrayando que “me ha impresionado
mucho”. Más difícil es entender el origen y el sentido de los deseos y
de las emociones experimentadas y evaluar si nos están orientando en una
dirección constructiva o si por el contrario nos están llevando a
replegarnos sobre nosotros mismos.


Esta fase de interpretación es muy delicada: se requiere paciencia,
vigilancia y también un cierto aprendizaje. Hemos de ser capaces de
darnos cuenta de los efectos de los condicionamientos sociales y
psicológicos. También exige poner en práctica las propias facultades
intelectuales, sin caer sin embargo en el peligro de construir teorías
abstractas sobre lo que sería bueno o bonito hacer: también en el
discernimiento«la realidad es superior a la idea» (Evangelii gaudium,
231). En la interpretación tampoco se puede dejar de enfrentarse con la
realidad y de tomar en consideración las posibilidades que realmente se
tienen a disposición.


Para interpretar los deseos y los movimientos interiores es necesario
confrontarse honestamente, a la luz de la Palabra de Dios, también con
las exigencias morales de la vida cristiana, siempre tratando de
ponerlas en la situación concreta que se está viviendo. Este esfuerzo
obliga a quien lo realiza a no contentarse con la lógica legalista del
mínimo indispensable, y en su lugar buscar el modo de sacar el mayor
provecho a los propios dones y las propias posibilidades: por esto
resulta una propuesta atractiva y estimulante para los jóvenes.


Este trabajo de interpretación se desarrolla en un diálogo interior
con el Señor, con la activación de todas las capacidades de la persona;
la ayuda de una persona experta en la escucha del Espíritu es, sin
embargo, un valioso apoyo que la Iglesia ofrece, y del que sería poco
sensato no hacer uso.


Elegir


Una vez reconocido e interpretado el mundo de los deseos y de las
pasiones, el acto de decidir se convierte en ejercicio de auténtica
libertad humana y de responsabilidad personal, siempre claramente
situadas y por lo tanto limitadas. Entonces, la elección escapa a la
fuerza ciega de las pulsiones, a las que un cierto relativismo
contemporáneo termina por asignar el rol de criterio último,
aprisionando a la persona en la volubilidad. Al mismo tiempo se libera
de la sujeción a instancias externas a la persona y, por tanto,
heterónomas, exigiendo asimismo una coherencia de vida.


Durante mucho tiempo en la historia, las decisiones fundamentales de
la vida no fueron tomadas por los interesados directos; en algunas
partes del mundo todavía es así, tal como se ha apuntado también en el
capítulo I. Promover elecciones verdaderamente libres y responsables,
despojándose de toda connivencia con legados de otros tiempos, sigue
siendo el objetivo de toda pastoral vocacional seria. El discernimiento
es en la pastoral vocacional el instrumento fundamental, que permite
salvaguardar el espacio inviolable de la conciencia, sin pretender
sustituirla (cfr. Amoris laetitia, 37).


La decisión debe ser sometida a la prueba de los hechos en vista de
su confirmación. La elección no puede quedar aprisionada en una
interioridad que corre el riesgo de mantenerse virtual o poco realista –
se trata de un peligro acentuado en la cultura contemporánea –, sino
que está llamada a traducirse en acción, a tomar cuerpo, a iniciar un
camino, aceptando el riesgo de confrontarse con la realidad que había
puesto en movimiento deseos y emociones. Otros movimientos interiores
nacerán en esta fase: reconocerlos e interpretarlos permitirá confirmar
la bondad de la decisión tomada o aconsejará revisarla. Por esto es
importante “salir”, incluso del miedo de equivocarse que, como hemos
visto, puede llegar a ser paralizante.


3. Caminos de vocación y misión


El discernimiento vocacional no se realiza en un acto puntual, aun
cuando en la historia de cada vocación es posible identificar momentos o
encuentros decisivos. Como todas las cosas importantes de la vida,
también el discernimiento vocacional es un proceso largo, que se
desarrolla en el tiempo, durante el cual es necesario mantener la
atención a las indicaciones con las que el Señor precisa y específica
una vocación que es exclusivamente personal e irrepetible.


El Señor les pidió a Abraham y a Sara que partieran, pero sólo en un
camino progresivo y no sin pasos en falso se aclaró cuál era la
inicialmente misteriosa «tierra que yo te mostraré» (Gén 12,1).
María misma progresa en la conciencia de su vocación a través de la
meditación de las palabras que escucha y los eventos que le suceden,
también los que no comprende (cfr. Lc 2,50-51).


El tiempo es fundamental para verificar la orientación efectiva de la
decisión tomada. Como enseña cada página del texto bíblico, no hay
vocación que no se ordene a una misión acogida con temor o con
entusiasmo.


Acoger la misión implica la disponibilidad de arriesgar la propia
vida y recorrer la vía de la cruz, siguiendo las huellas de Jesús, que
con decisión se puso en camino hacia Jerusalén (cfr. Lc 9,51)
para ofrecer su vida por la humanidad. Sólo si la persona renuncia a
ocupar el centro de la escena con sus necesidades se abre el espacio
para acoger el proyecto de Dios a la vida familiar, al ministerio
ordenado o a la vida consagrada, así como para llevar a cabo con rigor
su profesión y buscar sinceramente el bien común.


En particular en los lugares donde la cultura está más profundamente
marcada por el individualismo, es necesario verificar hasta qué punto
las elecciones son dictadas por la búsqueda de la propia
autorrealización narcisista y en qué grado, por el contrario, incluyen
la disponibilidad a vivir la propia existencia en la lógica de la
generosa entrega. Por esto, el contacto con la pobreza, la
vulnerabilidad y la necesidad revisten gran importancia en los caminos
de discernimiento vocacional. En lo que respecta a los futuros pastores,
es oportuno examinar y promover el crecimiento de la disponibilidad a
dejarse impregnar del “olor de las ovejas”.


4. El acompañamiento


En la base de discernimiento podemos identificar tres convicciones,
muy arraigadas en la experiencia de cada ser humano releída a la luz de
la fe y de la tradición cristiana. La primera es que el Espíritu de Dios
actúa en el corazón de cada hombre y de cada mujer a través de
sentimientos y deseos que se conectan a ideas, imágenes y proyectos.
Escuchando con atención, el ser humano tiene la posibilidad de
interpretar estas señales. La segunda convicción es que el corazón
humano debido a su debilidad y al pecado, se presenta normalmente divido
a causa de la atracción de reclamos diferentes, o incluso opuestos. La
tercera convicción es que, en cualquier caso, el camino de la vida
impone decidir, porque no se puede permanecer indefinidamente en la
indeterminación. Pero es necesario dotarse de los instrumentos para
reconocer la llamada del Señor a la alegría del amor y elegir responder a
ella.


Entre estos instrumentos, la tradición espiritual destaca la
importancia del acompañamiento personal. Para acompañar a otra persona
no basta estudiar la teoría del discernimiento; es necesario tener la
experiencia personal en interpretar los movimientos del corazón para
reconocer la acción del Espíritu, cuya voz sabe hablar a la singularidad
de cada uno. El acompañamiento personal exige refinar continuamente la
propia sensibilidad a la voz del Espíritu y conduce a descubrir en las
peculiaridades personales un recurso y una riqueza.


Se trata de favorecer la relación entre la persona y el Señor,
colaborando a eliminar lo que la obstaculiza. He aquí la diferencia
entre el acompañamiento al discernimiento y el apoyo psicológico, que
también, si está abierto a la trascendencia, se revela a menudo de
fundamental importancia. El psicólogo sostiene a una persona en las
dificultades y la ayuda a tomar conciencia de sus fragilidades y su
potencial; el guía espiritual remite la persona al Señor y prepara el
terreno para el encuentro con Él (cfr. Jn 3,29-30).


Los pasajes evangélicos que narran el encuentro de Jesús con las
personas de su tiempo resaltan algunos elementos que nos ayudan a trazar
el perfil ideal de quien acompaña a un joven en el discernimiento
vocacional: la mirada amorosa (la vocación de los primeros discípulos,
cfr. Jn 1,35-51); la palabra con autoridad (la enseñanza en la sinagoga de Cafarnaúm, cfr. Lc 4,32); la capacidad de “hacerse prójimo” (la parábola del buen samaritano, cfr. Lc 10,25-37); la opción de “caminar al lado” (los discípulos de Emaús, cfr. Lc 24,13-35);
el testimonio de autenticidad, sin miedo a ir en contra de los
prejuicios más generalizados (el lavatorio de los pies en la última
cena, cfr. Jn 13,1-20).


En el compromiso de acompañar a las nuevas generaciones la Iglesia
acoge su llamada a colaborar en la alegría de los jóvenes, más que
intentar apoderarse de su fe (cfr. 2Cor 1,24). Dicho servicio
se arraiga en última instancia en la oración y en la petición del don
del Espíritu que guía e ilumina a todos y a cada uno.


III LA ACCIÓN PASTORAL


¿Qué significa para la Iglesia acompañar a los jóvenes a acoger la
llamada a la alegría del Evangelio, sobre todo en un tiempo marcado por
la incertidumbre, por la precariedad y por la inseguridad?


El propósito de este capítulo es concentrar la atención en lo que
implica tomar en serio el desafío del cuidado pastoral y del
discernimiento vocacional, teniendo en consideración cuáles son los
sujetos, los lugares y los instrumentos a disposición. En este sentido,
reconocemos una inclusión recíproca entre pastoral juvenil y pastoral
vocacional, aun siendo conscientes de las diferencias. No se tratará de
una panorámica exhaustiva, sino de indicaciones que se deben completar
sobre la base de las experiencias de cada Iglesia local.


1. Caminar con los jóvenes


Acompañar a los jóvenes exige salir de los propios esquemas
preconfeccionados, encontrándolos allí donde están, adecuándose a sus
tiempos y a sus ritmos; significa también tomarlos en serio en su
dificultad para descifrar la realidad en la que viven y para transformar
un anuncio recibido en gestos y palabras, en el esfuerzo cotidiano por
construir la propia historia y en la búsqueda más o menos consciente de
un sentido para sus vidas.


Cada domingo los cristianos mantienen viva la memoria de Jesús muerto
y resucitado, encontrándolo en la celebración de la Eucaristía. Muchos
niños son bautizados en la fe de la Iglesia y continúan el camino de la
iniciación cristiana. Esto, sin embargo, no equivale aún a una elección
madura de una vida de fe. Para ello es necesario un camino, que a veces
también pasa a través de vías imprevisibles y alejadas de los lugares
habituales de las comunidades eclesiales.


Por esto, como ha recordado el Papa Francisco, «la pastoral
vocacional es aprender el estilo de Jesús, que pasa por los lugares de
la vida cotidiana, se detiene sin prisa y, mirando a los hermanos con
misericordia, les lleva a encontrarse con Dios Padre» (Discurso a los participantes en el Congreso de pastoral vocacional, 21 de octubre de 2016). Caminando con los jóvenes se edifica la entera comunidad cristiana.


Precisamente porque se trata de interpelar la libertad de los
jóvenes, hay que valorizar la creatividad de cada comunidad para
construir propuestas capaces de captar la originalidad de cada uno y
secundar su desarrollo. En muchos casos se tratará también de aprender a
dar espacio real a la novedad, sin sofocarla en el intento de
encasillarla en esquemas predefinidos: no puede haber una siembra
fructífera de vocaciones si nos quedamos simplemente cerrados en el
«cómodo criterio pastoral del “siempre se ha hecho así”», sin «ser
audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las
estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias
comunidades» (Evangelii gaudium, 33).


Tres verbos, que en los Evangelios connotan el modo en el que Jesús
encuentra a las personas de su tiempo, nos ayudan a estructurar este
estilo pastoral: salir, ver y llamar.


Salir


Pastoral vocacional en este sentido significa acoger la invitación
del Papa Francisco a salir, en primer lugar, de esas rigideces que hacen
que sea menos creíble el anuncio de la alegría del Evangelio, de los
esquemas en los que las personas se sienten encasilladas y de un modo de
ser Iglesia que a veces resulta anacrónico. Salir es también signo de
libertad interior respecto a las actividades y a las preocupaciones
habituales, a fin de permitir a los jóvenes ser protagonistas.
Encontrarán atractiva a la comunidad cristiana cuanto más la
experimenten acogedora hacia la contribución concreta y original que
pueden aportar.


Ver


Salir hacia el mundo de los jóvenes requiere la disponibilidad para
pasar tiempo con ellos, para escuchar sus historias, sus alegrías y
esperanzas, sus tristezas y angustias, compartiéndolas: esta es la vía
para inculturar el Evangelio y evangelizar toda cultura, también la
juvenil. Cuando los Evangelios narran los encuentros de Jesús con los
hombres y las mujeres de su tiempo, destacan precisamente su capacidad
de detenerse con ellos y el atractivo que percibe quien cruza su mirada.
Esta es la mirada de todo auténtico pastor, capaz de ver en la
profundidad del corazón sin resultar intruso o amenazador; es la
verdadera mirada del discernimiento, que no quiere apoderarse de la
conciencia ajena ni predeterminar el camino de la gracia de Dios a
partir de los propios esquemas.


Llamar


En los relatos evangélicos la mirada de amor de Jesús se transforma
en una palabra, que es una llamada a una novedad que se debe acoger,
explorar y construir. Llamar quiere decir, en primer lugar, despertar el
deseo, mover a las personas de lo que las tiene bloqueadas o de las
comodidades en las que descansan. Llamar quiere decir hacer preguntas a
las que no hay respuestas preconfeccionadas. Es esto, y no la
prescripción de normas que se deben respetar, lo que estimula a las
personas a ponerse en camino y encontrar la alegría del Evangelio.


2. Sujetos


Todos los jóvenes, sin excepción


Para la pastoral los jóvenes son sujetos y no objetos. A menudo, de
hecho, son tratados por la sociedad como una presencia inútil o
incómoda: la Iglesia no puede reproducir esta actitud, porque todos los
jóvenes, sin excepción, tienen el derecho a ser acompañados en su
camino.


Además, cada comunidad está llamada a prestar atención especial sobre
todo a los jóvenes pobres, marginados y excluidos, y a convertirlos en
protagonistas. Ser cercanos a los jóvenes que viven en condiciones de
mayor pobreza y dificultad, violencia y guerra, enfermedad, discapacidad
y sufrimiento es un don especial del Espíritu, capaz de hacer
resplandecer el estilo de una Iglesia en salida. La misma Iglesia está
llamada a aprender de los jóvenes: de ello dan un testimonio luminoso
muchos jóvenes santos que continúan siendo fuente de inspiración para
todos.


Una comunidad responsable


Toda la comunidad cristiana debe sentirse responsable de la tarea de
educar a las nuevas generaciones y debemos reconocer que son muchas las
figuras de cristianos que la asumen, empezando por quienes se
comprometen dentro de la vida eclesial. También deben apreciarse los
esfuerzos de quien testimonia la vida buena del Evangelio y la alegría
que de ella brota en los lugares de la vida cotidiana. Por último, deben
valorizarse las oportunidades de implicación de los jóvenes en los
organismos de participación de las comunidades diocesanas y
parroquiales, empezando por los consejos pastorales, invitándoles a
contribuir con su creatividad y acogiendo sus ideas aunque parezcan
provocadoras.


En todas las partes del mundo existen parroquias, congregaciones
religiosas, asociaciones, movimientos y realidades eclesiales capaces de
proyectar y ofrecer a los jóvenes experiencias de crecimiento y de
discernimiento realmente significativas. A veces esta dimensión
proyectiva deja espacio a la improvisación y a la incompetencia: es un
riesgo del cual defenderse tomando cada vez más en serio la tarea de
pensar, concretizar, coordinar y realizar la pastoral juvenil de modo
correcto, coherente y eficaz. Aquí también se impone la necesidad de una
preparación específica y continua de los formadores.


Las figuras de referencia


El rol de adultos dignos de confianza, con quienes entrar en alianza
positiva, es fundamental en todo camino de maduración humana y de
discernimiento vocacional. Se necesitan creyentes con autoridad, con una
clara identidad humana, una sólida pertenencia eclesial, una visible
cualidad espiritual, una vigorosa pasión educativa y una profunda
capacidad de discernimiento. A veces, por el contrario, adultos sin
preparación e inmaduros tienden a actuar de manera posesiva y
manipuladora, creando dependencias negativas, fuertes malestares y
graves contratestimonios, que pueden llegar hasta el abuso.


Para que haya figuras creíbles, debemos formarlas y sostenerlas,
proporcionándoles también mayores competencias pedagógicas. Esto vale en
particular para quienes tienen confiada la tarea de acompañantes del
discernimiento vocacional en vista del ministerio ordenado y de la vida
consagrada.


Padres y familia: dentro de cada comunidad cristiana se debe
reconocer el insustituible rol educativo desempeñado por los padres y
por otros familiares. Son en primer lugar los padres, dentro de la
familia, quienes expresan cada día en el amor que los une entre sí y con
sus hijos el cuidado de Dios por cada ser humano. En este sentido son
valiosas las indicaciones ofrecidas por el Papa Francisco en un
específico capítulo de Amoris laetitia (cfr. 259-290).


Pastores: el encuentro con figuras ministeriales, capaces de
implicarse realmente en el mundo juvenil dedicándole tiempo y recursos,
gracias también al generoso testimonio de mujeres y hombres
consagrados, es decisivo para el crecimiento de las nuevas generaciones.
Lo recordó también el Papa Francisco: «Se lo pido especialmente a los
pastores de la Iglesia, a los obispos y a los sacerdotes: sois los
responsables principales de la vocación sacerdotal y cristiana, y esta
tarea no puede ser relegada a una oficina burocrática. Vosotros también
habéis experimentado un encuentro que cambió vuestra vida, cuando otro
sacerdote… hizo sentir la belleza del amor de Dios.Haced lo mismo vosotros, saliendo,escuchando a los jóvenes – hace falta paciencia –podéis orientar sus pasos» (Discurso a los participantes en el Congreso de pastoral vocacional, 21 de octubre de 2016).


Docentes y otras figuras educativas: muchos docentes
católicos están comprometidos como testigos en las universidades y en
las escuelas de todo orden y grado; en el mundo del trabajo muchos están
presentes con competencia y pasión; en la política muchos creyentes
tratan de ser fermento de una sociedad más justa; en el voluntariado
civil muchos se dedican a trabajar por el bien común y por el cuidado de
la creación; en la animación del tiempo libre y del deporte muchos
están comprometidos con entusiasmo y generosidad. Todos ellos dan
testimonio de vocaciones humanas y cristianas acogidas y vividas con
fidelidad y compromiso, suscitando en quien los ve el deseo de hacer lo
mismo: responder con generosidad a la propia vocación es el primer modo
de hacer pastoral vocacional.


3. Lugares


La vida cotidiana y el compromiso social


Convertirse en adultos significa aprender a gestionar con autonomía
dimensiones de la vida que son al mismo tiempo fundamentales y
cotidianas: la utilización del tiempo y del dinero, el estilo de vida y
de consumo, el estudio y el tiempo libre, el vestido y la comida, y la
vida afectiva y la sexualidad. Este aprendizaje, al que los jóvenes se
enfrentan inevitablemente, es la ocasión para poner orden en la propia
vida y en las propias prioridades, experimentando caminos de elección
que pueden convertirse en una escuela de discernimiento y consolidar la
propia orientación con vistas a las decisiones más importantes: la fe,
cuanto más auténtica es, tanto más interpela a la vida cotidiana y se
deja interpelar por ella. Merecen una mención particular las
experiencias, a menudo difíciles o problemáticas, de la vida laboral o a
las de falta de trabajo: estas también son ocasión para acoger o
profundizar la propia vocación.


Los pobres gritan y junto con ellos la tierra: el compromiso de
escuchar puede ser una ocasión concreta de encuentro con el Señor y con
la Iglesia y de descubrimiento de la propia vocación. Como enseña el
Papa Francisco, las acciones comunitarias con las que se cuida de la
casa común y de la calidad de vida de los pobres «cuando expresan un
amor que se entrega, pueden convertirse en intensas experiencias
espirituales» (Laudato si’, 232) y, por lo tanto, también en ocasión de caminos y de discernimiento vocacional.


Los ámbitos específicos de la pastoral


La Iglesia ofrece a los jóvenes lugares específicos de encuentro y de
formación cultural, de educación y de evangelización, de celebración y
de servicio, colocándose en primera línea para dar una acogida abierta a
todos y a cada uno. El desafío para estos lugares y para quienes los
animan es proceder cada vez más en la lógica de la construcción de una
red integrada de propuestas, y asumir en el proprio modo de obrar el
estilo de salir, ver y llamar.


– A nivel mundial destacan las Jornadas Mundiales de la Juventud.
También Conferencias Episcopales y Diócesis sienten cada vez más su
deber de ofrecer eventos y experiencias específicas para los jóvenes.


– Las Parroquias ofrecen espacios, actividades, tiempo e itinerarios
para las jóvenes generaciones. La vida sacramental ofrece ocasiones
fundamentales para crecer en la capacidad de acoger el don de Dios en la
propia existencia e invita a la participación activa en la misión
eclesial. Un signo de la atención al mundo de los jóvenes son los
centros juveniles y los oratorios.


– Las universidades y las escuelas católicas, con su valioso servicio
cultural y formativo, son otro instrumento de presencia de la Iglesia
entre los jóvenes.


– Las actividades sociales y de voluntariado ofrecen la oportunidad
de implicarse en el servicio generoso; el encuentro con personas que
experimentan pobreza y exclusión puede ser una ocasión favorable de
crecimiento espiritual y de discernimiento vocacional: también desde
este punto de vista los pobres son maestros, mejor dicho, portadores de
la buena noticia de que la fragilidad es el lugar donde se vive la
experiencia de la salvación.


– Las asociaciones y los movimientos eclesiales, pero también muchos
lugares de espiritualidad, ofrecen a los jóvenes serios itinerarios de
discernimiento; las experiencias misioneras se convierten en momentos de
servicio generoso y de intercambio fecundo; el redescubrimiento de la
peregrinación como forma y estilo de camino resulta válido y prometedor;
en muchos contextos la experiencia de la piedad popular sostiene y
nutre la fe de los jóvenes.


– Ocupan un lugar de importancia estratégica los seminarios y las
casas de formación, que también a través de una intensa vida
comunitaria, deben permitir a los jóvenes que acogen vivir la
experiencia que les hará a su vez ser capaces de acompañar a otros.


El mundo digital


Por las razones ya recordadas, merece una mención particular el mundo de los new media,
que sobre todo para las jóvenes generaciones se ha convertido realmente
en un lugar de vida; ofrece muchas oportunidades inéditas,
especialmente en lo que se refiere al acceso a la información y a la
construcción de relaciones a distancia, pero también presenta riesgos
(por ejemplo el ciberacoso, los juegos de azar, la pornografía, las
insidias de los chat room, la manipulación ideológica, etc.).
Pese a las muchas diferencias entre las distintas regiones, la comunidad
cristiana continúa construyendo su presencia en este nuevo areópago,
donde los jóvenes tienen sin duda algo que enseñarle.


4. Instrumentos


Los lenguajes de la pastoral


A veces nos damos cuenta que entre el lenguaje eclesial y el de los
jóvenes se abre un espacio difícil de colmar, aunque hay muchas
experiencias de encuentro fecundo entre las sensibilidades de los
jóvenes y las propuestas de la Iglesia en ámbito bíblico, litúrgico,
artístico, catequético y mediático. Soñamos con una Iglesia que sepa
dejar espacios al mundo juvenil y a sus lenguajes, apreciando y
valorando la creatividad y los talentos.


En particular, reconocemos en el deporte un recurso educativo con
grandes oportunidades, y en la música y en las otras expresiones
artísticas un lenguaje expresivo privilegiado que acompaña el camino de
crecimiento de los jóvenes.


El cuidado educativo y los itinerarios de evangelización


En la acción pastoral con los jóvenes, donde es necesario poner en
marcha procesos más que ocupar espacios, descubrimos, en primer lugar,
la importancia del servicio al crecimiento humano de cada uno y de los
instrumentos pedagógicos y formativos que pueden sostenerlo. Entre
evangelización y educación se constata una fecunda relación genética
que, en la realidad contemporánea, debe tener en cuenta la gradualidad
de los caminos de maduración de la libertad.


Respecto al pasado, debemos acostumbrarnos a itinerarios de
acercamiento a la fe cada vez menos estandarizados y más atentos a las
características personales de cada uno: junto a los que continúan
siguiendo las etapas tradicionales de la iniciación cristiana, muchos
llegan al encuentro con el Señor y con la comunidad de los creyentes por
otra vía y en edad más avanzada, por ejemplo a partir de la práctica de
un compromiso con la justicia, o del encuentro en ámbitos
extraeclesiales con alguien capaz de ser testigo creíble. El desafío
para las comunidades es resultar acogedoras para todos, siguiendo a
Jesús que sabía hablar con judíos y samaritanos, con paganos de cultura
griega y ocupantes romanos, comprendiendo el deseo profundo de cada uno
de ellos.


Silencio, contemplación y oración


Por último, y sobre todo, no hay discernimiento sin cultivar la
familiaridad con el Señor y el diálogo con su Palabra. En particular,
la Lectio Divina es un método valioso que la tradición de la Iglesia nos ofrece.


En una sociedad cada vez más ruidosa, que propone una superabundancia
de estímulos, un objetivo fundamental de la pastoral juvenil vocacional
es ofrecer ocasiones para saborear el valor del silencio y de la
contemplación y formar en la relectura de las propias experiencias y en
la escucha de la conciencia.


5. María de Nazaret


Encomendemos a María este camino en el que la Iglesia se interroga
sobre cómo acompañar a los jóvenes a acoger la llamada a la alegría del
amor y a la vida en plenitud. Ella, joven mujer de Nazaret, que en cada
etapa de su existencia acoge la Palabra y la conserva, meditándola en su
corazón (cfr. Lc 2,19), fue la primera en recorrer este camino.


Cada joven puede descubrir en la vida de María el estilo de la
escucha, la valentía de la fe, la profundidad del discernimiento y la
dedicación al servicio (cfr. Lc 1,39-45). En su “pequeñez”, la
Virgen esposa prometida a José, experimenta la debilidad y la dificultad
para comprender la misteriosa voluntad de Dios (cfr. Lc 1,34). Ella también está llamada a vivir el éxodo de sí misma y de sus proyectos, aprendiendo a entregarse y a confiar.


Haciendo memoria de las «cosas grandes» que el Todopoderoso ha realizado en Ella (cfr. Lc 1,49), la Virgen no se siente sola, sino plenamente amada y sostenida por el “No temas” del ángel (cfr. Lc 1,30). Consciente de que Dios está con ella, María abre su corazón al “Heme aquí” y así inaugura el camino del Evangelio (cfr. Lc 1,38). Mujer de la intercesión (cfr. Jn 2,3),
frente a la cruz del Hijo, unida al “discípulo amado”, acoge nuevamente
la llamada a ser fecunda y a generar vida en la historia de los
hombres. En sus ojos cada joven puede redescubrir la belleza del
discernimiento, en su corazón puede experimentar la ternura de la
intimidad y la valentía del testimonio y de la misión.


CUESTIONARIO


El objetivo del cuestionario es ayudar a los Organismos a quienes
corresponde responder a expresar su comprensión del mundo juvenil y a
leer su experiencia de acompañamiento vocacional, a efectos de la
recopilación de elementos para la redacción del Documento de trabajo o Instrumentum laboris.


Con el fin de tener en cuenta las diferentes situaciones
continentales, se han inserido, después de la pregunta n. 15, tres
preguntas específicas para cada área geográfica, a las que están
invitados a responder los Organismos interesados.


Para hacer este trabajo más fácil y sostenible, se ruega a los
respectivos Organismos que respondan, indicativamente, con una página
para los datos, siete u ocho páginas para la lectura de la situación y
una página para cada una de las tres experiencias que se quiere
compartir. Si es necesario y se desea, se podrán adjuntar otros textos
para apoyar o completar este dossier sintético.


1. Recoger los datos


Por favor, indíquense si es posible las fuentes y los años de
referencia. Pueden anexarse otros datos sintéticos a disposición que
parezcan relevantes para comprender mejor la situación de los diferentes
países.



– Número de habitantes en el país/en los países y la tasa de natalidad.


– Número y porcentaje de jóvenes (16-29 años) en el país/en los países.


– Número y porcentaje de católicos en el país/en los países.


– Edad media (en los últimos cinco años) para contraer matrimonio
(distinguiendo entre hombres y mujeres), para ingresar en el seminario y
para entrar en la vida consagrada (distinguiendo entre hombres y
mujeres).


– En el grupo de edad de 16-29 años, el porcentaje de: estudiantes,
trabajadores (si es posible especificar los ámbitos), desempleados y NEET (not in education, employment or training).


2. Leer la situación


a) Jóvenes, Iglesia y sociedad


Estas preguntas se refieren tanto a los jóvenes que frecuentan
los ambientes eclesiales, como a los que están más alejados o ajenos.



46. ¿De qué modo escucháis la realidad de los jóvenes?


47. ¿Cuáles son hoy los principales desafíos y cuáles son las
oportunidades más significativas para los jóvenes de vuestro país/de
vuestros países?


48. ¿Qué tipos y lugares de agregación juvenil, institucionales y no
institucionales, tienen más éxito en ámbito eclesial, y por qué?


49. ¿Qué tipos y lugares de agregación juvenil, institucionales y no
institucionales, tienen más éxito fuera del ámbito eclesial, y por qué?


50. ¿Qué piden concretamente hoy los jóvenes de vuestro país/es a la Iglesia?


51. En vuestro país/es, ¿qué espacios de participación tienen los jóvenes en la vida de la comunidad eclesial?


52. ¿Cómo y dónde podéis encontrar jóvenes que no frecuentan vuestros ambientes eclesiales?


b) La pastoral juvenil vocacional


53. ¿Cuál es la implicación de las familias y las comunidades en el discernimiento vocacional de los jóvenes?


54. ¿Cuáles son las contribuciones a la formación en el
discernimiento vocacional por parte de escuelas y universidades o de
otras instituciones formativas (civiles o eclesiales)?


55. ¿De qué modo tenéis en cuenta el cambio cultural causado por el desarrollo del mundo digital?


56. ¿De qué modo las Jornadas Mundiales de la Juventud u otros
eventos nacionales o internacionales pueden entrar en la práctica
pastoral ordinaria?


57. ¿De qué modo en vuestras Diócesis se proyectan experiencias y caminos de pastoral juvenil vocacional?


c) Los acompañantes


58. ¿Cuánto tiempo y espacio dedican los pastores y los otros educadores al acompañamiento espiritual personal?


59. ¿Qué iniciativas y caminos de formación son puestos en marcha por los acompañantes vocacionales?


60. ¿Qué acompañamiento personal se propone en los seminarios?


d) Preguntas específicas por áreas geográficas


ÁFRICA


j. ¿Qué visiones y estructuras de pastoral juvenil vocacional responden mejor a las necesidades de vuestro continente?


k. ¿Cómo interpretáis la “paternidad espiritual” en contextos donde se crece sin la figura paterna? ¿Qué formación ofrecéis?


l. ¿Cómo conseguís comunicar a los jóvenes que son necesarios para construir el futuro de la Iglesia?


AMÉRICA


j. ¿De qué modo vuestras comunidades se hacen cargo de los jóvenes
que experimentan situaciones de violencia extrema (guerrillas, bandas,
cárcel, drogodependencia, matrimonios forzados) y los acompañan a lo
largo de trayectorias de vida?


k. ¿Qué formación ofrecéis para sostener el compromiso de los jóvenes en el ámbito sociopolítico con vistas al bien común?


l. En contextos de fuerte secularización, ¿qué acciones pastorales
resultan más eficaces para proseguir un camino de fe tras el camino de
la iniciación cristiana?


ASIA Y OCEANÍA


j. ¿Por qué y cómo ejercen atractivo sobre los jóvenes las propuestas
religiosas de agregación ofrecidas por realidades externas a la
Iglesia?


k. ¿Cómo conjugar los valores de la cultura local con la propuesta cristiana, valorando también la piedad popular?


l. ¿Cómo utilizáis en la pastoral los lenguajes juveniles, sobre todo los medios de comunicación, el deporte y la música?


EUROPA


– ¿Cómo ayudáis a los jóvenes a mirar hacia el futuro con confianza y
esperanza a partir de la riqueza de la memoria cristiana de Europa?


– Los jóvenes a menudo se sienten descartados y rechazados por el
sistema político, económico y social en el que viven. ¿Cómo escucháis
este potencial de protesta para que se transforme en propuesta y
colaboración?


– ¿En qué niveles la relación intergeneracional todavía funciona? ¿cómo reactivarlo donde no funciona?


3. Compartir las prácticas


1. Enumerad los principales tipos de prácticas pastorales de
acompañamiento y discernimiento vocacional presentes en vuestras
realidades.


2. Elegid tres prácticas que consideráis más interesantes y
pertinente para compartir con la Iglesia universal, y presentadlas según
el siguiente esquema (máximo una página por experiencia).


j) Descripción: Describid en pocas líneas la experiencia. ¿Quiénes son los protagonistas? ¿Cómo se desarrolla la actividad? ¿Dónde? Etc.


k) Análisis: Evaluad, también en forma narrativa, la
experiencia, para comprender mejor los elementos significativos: ¿cuáles
son los objetivos? ¿Cuáles son las premisas teóricas? ¿Cuáles son las
intuiciones más interesantes? ¿Cómo han evolucionado? Etc.


l) Evaluación: ¿Cuáles son los objetivos alcanzados y los no
alcanzados? ¿Los puntos fuertes y los débiles? ¿Cuáles son las
consecuencias a nivel social, cultural y eclesial? ¿Por qué y en qué la
experiencia es significativa / formativa? Etc.









Una respuesta a Documento preparatorio para el Sínodo de los Obispos 2018 sobre los jóvenes


  1. […] a través de Documento preparatorio para el Sínodo de los Obispos 2018 sobre los jóvenes — Blog Padre Ismael … […]




Responder





:)

No hay comentarios:

Publicar un comentario