domingo, 8 de enero de 2017

Esparta - Wikipedia, la enciclopedia libre

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Esparta



Coordenadas: 37°4′55″N 22°25′25″E (mapa)


Σπάρτα (Λακεδαιμωνία)
Esparta (Lacedemonia),


Bandera


Siglo X a. C.-146 a. C.
Spqrstone.jpg

Bandera



Escudo de Esparta


Escudo



Ubicación de Esparta
Territorio espartano
Capital Esparta
Idioma principal Dórico
Otros idiomas Griego helenístico
Religión Religión griega
Gobierno Diarquía, oligarquía.
Reyes Reyes de Esparta
 • Legislativo Gran Retra

Gerusía
 • Administración Éforo
 • Ciudadanos Apella
 • Ejército espartiata
Período histórico Antigua Grecia
 • Establecido Siglo X a. C.
 • Disolución 146 a. C.
Esparta (Dórico Σπάρτα; Ático Σπάρτη Spártē), o Lacedemonia (en griego Λακεδαιμονία), era una polis (ciudad estado) de la Antigua Grecia situada en la península del Peloponeso a orillas del río Eurotas.1 Fue la capital de Laconia y una de las polis griegas más importantes junto con Atenas y Tebas. Esparta surgió como una entidad política en siglo X a. C., cuando los invasores dorios subyugaron a la población local. Hacia el 650 a. C. la ciudad ya era una potencia militar en el conjunto de la Antigua Grecia.


Gracias a su poderío militar, Esparta fue una de las ciudades que lideraron a los aliados griegos durante las Guerras Médicas en la primera mitad del siglo V a. C.2 Entre el 431 y el 404 a. C. Esparta fue la rival de Atenas en la Guerra del Peloponeso,3 de la que salió victoriosa pagando un alto coste. La derrota de los espartanos ante la ciudad de Tebas en la batalla de Leuctra librada en el 371 a. C. marcó el final de su hegemonía, aunque mantuvo su independencia política hasta la conquista romana de Grecia en el 146 a. C. Entonces comenzó para la ciudad un largo período de declive que tocó fondo en la Edad Media, cuando los espartanos se trasladaron a Mistrá. La moderna Esparta es la capital de la unidad periférica griega de Laconia y el centro de una zona que vive de la agricultura.


Esparta fue una ciudad única en la Antigua Grecia por su sistema
social y su constitución, que estaban completamente centrados en la
formación y la excelencia militar. Sus habitantes estaban clasificados
en varios estatus: homoioi —gozaban de todos los derechos—, motaz —nacidos fuera de la ciudad pero criados como espartanos—, periecos —libertos— e ilotas —siervos—. Los hómoioi recibían una rigurosa educación espartanaagogé— centrada en la guerra, gracias a la cual las falanges
espartanas eran consideradas las mejores en batalla. Las mujeres
espartanas gozaron de más derechos e igualdad con los hombres que en
ningún otro lugar del mundo de la antigüedad clásica.


Aunque Esparta nunca llegó a tener tantos habitantes como Atenas4
y en la actualidad sólo quedan ruinas de la antigua polis, su
idiosincrasia fascinaba incluso a sus coetáneos y la admiración por la
cultura lacónica ha pervivido hasta la actualidad.



Índice

Historia

Origen


Ruinas del teatro de Esparta.
La polis se fundó tras la conquista de Laconia por los dorios. Al principio estuvo minada por disensiones internas. Las reformas en el siglo VII a. C.
fueron un verdadero punto de inflexión en la historia de la ciudad, a
partir de entonces todo se encaminaría a reforzar su poderío militar y
Esparta se convertiría en la ciudad hoplita por excelencia.


Esparta sometió a la totalidad de Laconia: comenzó por conquistar toda la vega del Eurotas para rechazar a los de Argos y asegurarse la hegemonía de toda la región. La segunda etapa consistió en la anexión de Mesenia. Esparta era ya la ciudad más poderosa del área, con Arcadia y Argos
como únicos rivales. A mediados del siglo VI a. C. Esparta sometió
también las ciudades de Arcadia y derrotó a Argos dejándola totalmente
debilitada. Todas ellas se verían forzadas a firmar pactos por los que
reconocían la hegemonía de Esparta. Fue en el marco de estas luchas con
los argivos que Esparta adoptó el estilo hoplita de combate, aproximadamente entre los años 680 y 660 a. C.5


Durante el Siglo VI a. C. los espartanos mantuvieron una activa política exterior que incluía la alianza con Creso de Lidia frente a la amenaza persa. También combatieron a los tiranos de Grecia y depusieron a muchos de ellos fracasando frente a otros (Polícrates de Samos resistió a la invasión espartana). Sin embargo también apoyaron a tiranos que les pudieran ser favorables y en Atenas intentaron restaurar a los pisistrátidas pero la oposición de la influyente Corinto lo impidió.


Guerras Médicas

En el siglo VI a. C., Esparta se había interesado por el Asia Menor, entre otras cosas suscribiendo una alianza con Creso, rey de Lidia. Al comienzo del reinado de Cleómenes I, sin embargo, se mostraría más aislacionista, rechazando apoyar, en el 499 a. C., la revuelta de las ciudades de Jonia contra los medos (persas), para centrarse en consolidar su propio imperio del Peloponeso. En 491 a. C., cuando Cleómenes logró desembarazarse de Demarato, las cosas cambiarían. Los espartanos arrojaron a un pozo a los emisarios de Darío I, llegados para reclamar la tierra y el agua, acto simbólico de aceptación de la hegemonía universal de los aqueménidas, y despacharon refuerzos a los atenienses (refuerzos que llegaron a Maratón demasiado tarde para participar en la gran victoria griega).



Leónidas en las Termópilas, de Jacques-Louis David, 1814, Museo del Louvre.
En el año 481 a. C., cuando Jerjes
reclamó de nuevo la tierra y el agua a todas las ciudades griegas,
exceptuando a Atenas y Esparta, fue naturalmente a esta última a la que
se le confió encabezar la Liga Panhelénica, incluyendo la flota, pese a la superioridad marítima de Atenas. Tras haber renunciado a defender Tesalia, los espartanos, comandados por su rey Leónidas, defendieron valerosamente el desfiladero de las Termópilas, retrasando en forma notable el avance de los persas, y permitiendo a la flota replegarse hacia Salamina. En contrapartida, la total victoria de Salamina fue obra de los atenienses, quienes tuvieron que recurrir al chantaje para forzar la batalla en el estrecho, siendo así que el navarca —almirante— espartano de la flota, Euribíades, deseaba replegarse al istmo de Corinto.


En el 479 a. C., la victoria de Platea se logró bajo el mando del general Pausanias, regente debido a la minoría de edad de su primo el rey Plistarco hijo de Leónidas I. En el 479 a. C., la victoria de Mícala se logró bajo el mando del rey Leotíquidas II. El general Pausanias recibió la misión de destruir el puente de barcas construido por los persas sobre el Bósforo,
con el fin de dificultar su retirada, pero una tempestad se encargó por
él del trabajo. Con el restablecimiento de la paz, Esparta propuso
abandonar a su suerte las ciudades jonias, demasiado lejanas, pero tropezó con la oposición de Atenas, lo mismo que en su sugerencia de expulsar de la anfictionía de Delfos a las ciudades culpables de medismo o alianza con los persas: es decir, las de Tesalia.


Guerra del Peloponeso

Apenas terminadas las guerras médicas, Esparta se inquietó por el
creciente poderío de una Atenas enardecida por sus victorias contra los persas. Presionada por Egina y Corinto, Esparta prohibió a Atenas reconstruir sus murallas, destruidas por los persas. Esto no impidió que Atenas abandonara la Liga Panhelénica para fundar la Liga de Delos. Esparta no llegó a desencadenar una guerra y las relaciones se mantuvieron estables hasta el 462 a. C., año en el que desdeñó y envió de vuelta un contingente ateniense dirigido por Cimón, que había acudido a socorrerla en plena revuelta de los ilotas. Esto supuso la ruptura, sellada con la condena al ostracismo del espartófilo Cimón por sus compatriotas de Atenas.


Las hostilidades propiamente dichas comenzaron en el 457 a. C.,
a requerimientos de Corinto. Tras una serie de victorias y derrotas
para ambos bandos, se alcanzó una paz inestable que duraría cinco años.
En el 446 a. C., las revueltas de Megara y Eubea reavivaron el conflicto. Esparta, a la cabeza de las ciudades coaligadas, arrasó el Ática. El propio rey espartano Plistoanacte fue acusado de corrupción, por no haber proseguido la ofensiva, y condenado al exilio. En el 433 a. C., por último, el asunto de Córcira dio lugar al inicio de la Guerra del Peloponeso.



Hoplita.
La guerra se prolongaba demasiado. Pericles decidió abandonar el Ática al pillaje sistemático de los espartanos, acogiendo a la población dentro de los Muros Largos, que unían Atenas con su puerto, El Pireo. En el 425 a. C. se produjo la humillante derrota de Esfacteria,
donde 120 Iguales (ver más abajo), pertenecientes en su mayor parte a
las grandes familias de Esparta, fueron capturados en un islote. La
ciudad tendría que rendir la flota para recuperar a sus hoplitas.
El golpe fue traumático: era la primera vez que se veía a los Iguales
rendirse en vez de combatir hasta la muerte. En el 421 se firmó con el
estratego ateniense Nicias una paz largo tiempo anhelada.


Pese a todo, las tensiones permanecieron. Esparta y Atenas chocaron nuevamente en el 418 a. C. por una disputa territorial en Mantinea. Atenas decidió que Esparta había roto los tratados, y la guerra recomenzó en el 415 a. C. Los atenienses organizaron una expedición contra Sicilia
que terminó en desastre, ya que la mayoría de los barcos terminaron
destruidos. La revuelta de las ciudades jonias de la Liga de Delos
permitió a Esparta imponerse en el campo de batalla. En el 404 a. C., una Atenas sitiada terminó por capitular.


Esparta obligó a Atenas a acortar los Largos Muros en diez estadios (algo menos de dos kilómetros) por cada extremo, y a unirse a la Liga del Peloponeso.
Los espartanos, sin embargo, titubeaban respecto al sistema de gobierno
que impondrían a la ciudad. Todo el mundo estaba de acuerdo en la
necesidad de poner fin a la democracia, pero se dudaba entre una oligarquía radical bajo tutela espartana y otra más moderada, sin guarnición espartana para sostenerla. El general Lisandro, gran artífice de la victoria sobre Atenas, impuso el gobierno de los Treinta Tiranos, pero el otro rey, Pausanias,
permitió enseguida el derrocamiento y huida de los Treinta y de sus
partidarios, y apoyó en cambio a los oligarcas moderados que se habían
quedado en Atenas. Con todo, a su regreso a Esparta Pausanias sería
juzgado, y ocho años después de su absolución, se vería condenado cuando
Atenas volviera a tomar las armas contra Esparta.


El imperialismo espartano del siglo IV a. C.

Esparta se había lanzado a la Guerra del Peloponeso bajo la bandera
de la libertad y de la autonomía de las ciudades, amenazadas por el imperialismo ateniense. Pero, tras haber vencido, haría otro tanto: impuso tributos, gobernantes títeres e incluso guarniciones. A partir del 413 a. C., Tucídides la describía como la potencia que “ejerce sola desde ahora la hegemonía sobre toda Grecia” (VIII, 2, 4).


Esparta cambió en consecuencia de política ante Persia, haciéndose la portavoz del panhelenismo. En primer lugar, se produjo la expedición de los Diez Mil narrada por Jenofonte en la Anábasis, derrotada en el 401 a. C. En el 396 a. C., el diarca Agesilao II fue enviado a derrocar a Tisafernes, sátrapa de Caria,
y proteger a las ciudades griegas. Los sueños imperiales de Agesilao
terminaron rápidamente, porque se le convocó de vuelta a causa de los
acontecimientos en Grecia: Atenas, Tebas, Argos y otras ciudades se
habían rebelado contra Esparta. Era el inicio de la Guerra de Corinto. La coalición fue derrotada en Coronea y Nemea (394 a. C.),
pero Esparta perdió la hegemonía marítima que tenía por entonces. Entre
tanto, los persas se lanzaron a una contraofensiva, y Atenas
reconstruyó sus Largos Muros. Bajo la amenaza, Esparta terminó por
firmar la paz de Antálcidas, tanto con los griegos como con los persas (386 a. C.).


Esta paz, protegida por el Gran Rey
persa, permitía en realidad a Esparta continuar su política
imperialista con la excusa de proteger la autonomía de las ciudades más
pequeñas. Esparta obligó a Argos a conceder a Corinto su independencia, e
incluso a Olinto a respetar la autonomía de sus ciudades de la Calcídica.En el 378 a. C., sin embargo, el conflicto volvió a aparecer tras una razia espartana contra El Pireo. Concluyó con la paz entre Atenas y Esparta (371 a. C.), preocupadas ambas por los avances de Tebas. Esparta lanzó de inmediato un ataque contra la ciudad beocia que terminó en el desastre de Leuctra. El general tebano Epaminondas destrozó el ejército espartano comandado por Cleómbroto I y organizó una poderosa ofensiva contra Esparta. Ésta se vería obligada a reclutar a numerosos ilotas a fin de proteger la ciudad. Fue el final de la hegemonía espartana.


Declive del poder espartano


Ruinas de Esparta.
En el siglo V a. C., los espartanos propiamente dichos, los “Iguales”, representan una pequeña parte de la población global de la ciudad. En el 480 a. C., el rey Demarato estima el número de hoplitas movilizables en algo menos de 8.000 (Heródoto, VII, 234). Este número caerá a lo largo del siglo V a. C., principalmente a causa del terremoto del 464 a. C. que, según Plutarco (Cimón, 16, 4-5), destruyó el gimnasio, matando a toda la efebía de Esparta, así como a la revuelta de los ilotas, que supuso diez años de guerrilla. Así, cuando la batalla de Leuctra (371 a. C.), no había más que 1.200 hoplitas movilizables, de los cuales 400 murieron durante el combate.


El número de los periecos era superior al de los Iguales. Se puede
estimar que había unas cien aglomeraciones de periecos, pues dice
Estrabón que Esparta era conocida como “la ciudad de las cien villas”.
Los ilotas (o siervos) pueden calcularse entre 150.000 y 200.000. De
acuerdo con Tucídides, se trataba del grupo servil más numeroso de
Grecia.


La hegemonía espartana fue clara entre el 403 a. C. y el 371 a. C. Tras la batalla de Leuctra no solamente perdió Esparta dicha hegemonía, sino también la mayor parte de Mesenia y la Liga del Peloponeso, que quedó disuelta. La irrupción de Macedonia en la arena política griega tampoco mejoraría las cosas. En el 330 a. C. el rey Agis III atacó a Antípatro, lugarteniente de Alejandro Magno, a la cabeza de una coalición peloponesa, pero fue vencido y muerto en la batalla de Megalópolis. Durante la Guerra Lamiaca (a la muerte de Alejandro, en el 323 a. C.), Esparta se hallaba demasiado débil para participar.


La debilidad de Esparta permitiría medrar a la Liga Aquea, mientras que las revoluciones de Agis IV y Cleómenes III
minaban las instituciones de la ciudad. Este último se enfrentó con
algún éxito a los aqueos, pero la intervención macedonia de Antígono III supondría la terrible derrota de Selasia, que condujo a la toma de Esparta. En el 207 a. C. llegó al trono Nabis, que poco después se convertiría en tirano de Esparta y reiniciaría la guerra contra los aqueos. En el 205 a. C. Esparta se alió con Roma,
modificando de raíz el equilibrio de fuerzas en la región. Los aqueos
se apresuraron a firmar también tratados con Roma, enemistada por
entonces con Macedonia. En el 197 a. C. Roma, en alianza con las demás ciudades griegas, se volvió contra Esparta, que se vio obligada a firmar la paz en el 195 a. C. Perdió con ello una parte importante de su territorio, el derecho a reclutar periecos, su puerto (en Gitión) y casi toda su flota.


En el 192 a. C. la Liga Aquea
obligó a Esparta a ingresar en sus filas. Los espartanos se vieron
forzados a derruir sus muros (los primeros de su historia, que Nabis había mandado edificar), libertar a los ilotas, abolir la “agogé” o educación específicamente espartana, etc. Se creó una situación de gran inestabilidad social que no se calmaría hasta el 180 a. C., cuando quedaron sin efecto las prohibiciones y regresaron los exiliados.


Las tensiones con la Liga Aquea, sin embargo, no habían terminado. En el 148 a. C. los aqueos atacaron y derrotaron a Esparta. Roma intervino, exigiendo que Esparta y Corinto quedaran separadas de la Acaya. Los aqueos, furiosos, retomaron las armas, pero fueron aplastados por Roma en el 146 a. C.
Esparta se hallaba en teoría en el bando vencedor, pero en la práctica
perdió sus ciudades periecas, que formaron por su cuenta la koinonía
(alianza) de los Lacedemonios. Esparta no era ya más que una ciudad de
segundo orden, autónoma pero aislada, muy lejos de su esplendor de
antaño.


La dominación romana

Durante la dominación romana, ya sin ambiciones militares ni
políticas, Esparta se concentró en lo que tenía de más específico: la educación espartana.
Ésta se endureció, atrayendo a los “turistas”, ávidos de ritos
violentos y extraños. De este modo, los combates rituales que
tradicionalmente se habían disputado en el santuario de Artemisa Ortia,
bajo la dominación romana pasaron a convertirse en la “dimastígosis”: los niños eran flagelados, en ocasiones hasta la muerte. Cicerón lo relata en las Tusculanas
(II, 34): la multitud que acude al espectáculo es tan numerosa que se
hace necesario construir un anfiteatro delante del templo para acogerla.
Este espectáculo atraerá turistas hasta el siglo IV de nuestra era, como lo testimonia Libanio (Discursos, I, 23).


Esparta fue saqueada por los hérulos en el 267, y definitivamente arrasada por Alarico I, rey de los visigodos, en el 395. Los bizantinos edificarían luego la ciudad de Mistra cerca de las ruinas de la antigua Esparta.


Sociedad espartana

Los ciudadanos o espartanos comunes


Busto de un hoplita, quizás Leónidas (Museo arqueológico de Esparta).
Los únicos que poseían derechos políticos eran los denominados
espartiatas que, a diferencia de los espartanos, tenían ascendencia con
el pueblo indoeuropeo de los dorios, llamados “astoi” o “ciudadanos”
(término más aristocrático que el de “polités”, habitual en otras
ciudades griegas); también se les conocía como “Homoioi
(“Pares” o “Iguales”). Conformaban una minoría privilegiada pues al
momento de nacer recibían una parcela de tierra junto con unos ilotas,
que conservaban toda su vida. No todos los homoioi espartiatas, sin embargo, eran considerados iguales y compartían los mismos derechos. Los historiadores llaman “tresantes” (“los temblorosos”) a aquellos culpados de atimia,
por motivos diversos como la incapacidad de pagar multas, prostitución
o, en general, la pérdida de honor en diferentes circunstancias. Según Herodoto, Jenofonte, Plutarco y Tucídides,
a los “tresantes” se les sometía a toda clase de desprecios y
vejaciones: obligación de pagar el impuesto de soltería, expulsión de
los equipos de pelota, de los coros, de las comidas en común, etc. Su
estado de marginación era casi tan absoluto como el de los ilotas, con
la excepción de que ellos sí podían acceder a los lugares públicos
(siempre en los últimos puestos) y que les estaba permitido redimir su
deshonra mediante actos de valor en la guerra.


Un auténtico espartiata debía ser hijo de padres espartiatas, haber recibido la educación espartana, hacer sus comidas junto a los demás ciudadanos
en los comedores públicos y poseer una propiedad suficiente como para
permitirle sufragar los gastos de su ciudadanía. Conformaban una minoría
privilegiada que poseía las tierras, ocupaba los cargos públicos en
forma exclusiva y concentraba el poder militar. Los trabajos manuales y
de la tierra eran considerados tareas denigrantes para ellos, los
trabajos de agricultura eran propios de los espartanos (hombres que
vivían en Esparta pero que no eran ciudadanos).


El nombre de “Homoioi” (“Iguales”) es testimonio, según Tucídides,
del hecho de que en Esparta “se ha instaurado la máxima igualdad entre
el estilo de vida de los acomodados y el de la masa” (I, 6, 4): todos
llevan una vida en común y austera.


Los no ciudadanos: periecos e ilotas

Los periecos (habitantes de la periferia), eran descendientes de los
miembros de las comunidades campesinas sometidas sin utilizar la fuerza.
Son mantenidos al margen del cuerpo cívico por la reforma de Licurgo,
que les niega cualquier derecho político. Aunque libres, jamás
participan en las decisiones. Poseen el monopolio del comercio y
comparten el de la industria y la artesanía con los ilotas. Entre los
periecos hay también campesinos, reducidos a cultivar los terrenos menos
productivos. Gozaban de ciertos derechos, como poseer bienes o casarse,
pero no podían participar en el gobierno de la ciudad.


Los ilotas son los campesinos de Esparta. Eran descendientes de las
comunidades campesinas sometidas a la fuerza por los dirigentes. Su
estatus se crea con la reforma de Licurgo.
No son estrictamente esclavos, sino siervos: pertenecen al Estado,
están adscritos a la propiedad que cultivan, no son objeto de comercio,
pueden casarse y tener hijos y se quedan con los frutos de su trabajo
una vez deducida la renta que corresponde al titular de la hacienda,
normalmente un cuarto de la producción total.


De modo excepcional, los ilotas podían ser reclutados para el
ejército y liberados luego. Mucho más numerosos que los ciudadanos, la
reforma de Licurgo les dejó por completo al margen de la vida social.
Los “Iguales”, que temían su rebelión, les declaraban solemnemente la
guerra cada año, les humillaban y atemorizaban (ver "Krypteia").


La educación espartana


Jóvenes espartanos ejercitándose, cuadro de Edgar Degas.
La educación espartana, agogé,
sistema educativo introducido a partir de Licurgo, se caracteriza por
ser obligatoria, colectiva, pública y destinada en principio a los hijos
de los ciudadanos, aunque parece que en ocasiones se debió admitir a
ilotas o periecos, y los hijos de un ateniense como Jenofonte se
educaron en Esparta. La educación espartana estaba enfocada
principalmente a la guerra y el honor, hasta tal punto que las madres
espartanas decían a sus hijos al partir hacia la guerra: "Vuelve con el
escudo o sobre él", en referencia a que mantuviesen el honor y no se
rindiesen nunca aunque con ello perdieran la vida.


Esparta practicaba una rígida eugenesia.
Nada más nacer, el niño espartano era examinado por una comisión de
ancianos en el Pórtico, para determinar si era sano y bien formado. En
caso contrario se le consideraba una boca inútil y una carga para la
ciudad. En consecuencia, se le conducía al Apótetas, lugar de abandono,
al pie del monte Taigeto, donde se le arrojaba a un barranco. Si, en
cambio, era aprobado, le asignaban uno de los 9.000 lotes de tierra
disponibles para los ciudadanos y lo confiaban a su familia para que lo
criara, siempre con miras a endurecerlo y prepararlo para su futura vida
de soldado. Así es que la educación tenía reglas rigurosas de
disciplina, obediencia y sometimiento a la autoridad. Los padres no
educaban a sus hijos ya que, a partir de los siete años, los niños
pasaban a depender del Estado y recibían una instrucción muy severa. Los
niños aprendían técnicas de caza y lucha y se les daba gran importancia
a los ejercicios físicos. El objetivo de la educación era formar
ciudadanos obedientes y valientes guerreros.


A los siete años o los cinco, según Plutarco, se arrancaba a los
niños de su entorno familiar y pasaban a vivir en grupo, bajo el control
de un magistrado especial, en condiciones paramilitares. A partir de
entonces, y hasta los diecisiete o dieciocho años, la educación se
caracterizaba por su extrema dureza, encaminada a crear soldados
obedientes, eficaces y apegados al bien de la ciudad, más que a su
propio bienestar o a su gloria personal. Los muchachos debían ir
descalzos, sólo se les proporcionaba una túnica al año y ningún manto y,
sometidos a una subalimentación crónica, se les forzaba a buscarse su
propio sustento mediante el robo. Las disciplinas académicas se
centraban en los ejercicios físicos y el atletismo, la música, la danza y
los rudimentos de la lectura y escritura. Los que no conseguían
terminar la agogé no eran considerados espartanos con derechos.


Por lo que a la educación de las niñas se refiere, se encaminaba a
crear madres fuertes y sanas, aptas para engendrar hijos vigorosos. Por
ello, insistía igualmente en la educación física, así como en la
represión sistemática de los sentimientos personales en aras del bien de
la ciudad. Terminaba a la edad de catorce o quince años, edad en la que
contraían matrimonio con un soldado y pasaban de la vida pública a la
privada.


Frases célebres


Escultura de Leónidas I en Esparta inscrita con el célebre laconismo ΜΟΛΩΝ ΛΑΒΕ (Molon labe, en español «Ven y tómalas»), que fue su respuesta a los persas cuando estos le pidieron que depusiera sus armas antes de la batalla de las Termópilas.
  • «Vencer o morir».
  • «Mi escudo, mi espada y mi lanza son mis únicos tesoros»
  • «Vuelve con el escudo o sobre él» (Ἢ τὰν ἢ ἐπὶ τᾶς Ē tan ē epí tās; literalmente «con esto o sobre esto» dicho al presentar el escudo al guerrero)
  • «Los espartanos no preguntan cuántos son los enemigos, sino dónde están».[cita requerida]

Sistema político

El sistema político espartano, así como el educativo, se atribuyen al mítico Licurgo en el siglo VII a. C. (aunque Plutarco lo sitúa entre el IX y el VIII a. C.). Era este, tío y regente del rey Leónidas I de Esparta. Habiendo consultado en Delfos a la Pitia, fue llamado por ella "dios más que hombre" y recibió un oráculo aprobatorio para la futura constitución de la ciudad, la "Gran Retra", al parecer muy inspirada en la legislación cretense. La Gran Retra fue probablemente no escrita y debió elaborarse durante las guerras mesenias, que provocaron la crisis de la aristocracia y de la ciudad entera. A fin de garantizar su subsistencia se instituyó la “eunomia
o igualdad de todos ante la ley, con el propósito de eliminar
privilegios y descontentos. Pero, a diferencia de Atenas, la eunomia
espartana era sinónimo de una enorme disciplina. Todos los miembros de
la ciudad hubieron de hacer sacrificios: la corona, la aristocracia y el
pueblo. El sistema de Licurgo busca una simbiosis en la que coexisten
los diversos sistemas políticos conocidos en el ámbito griego: la diarquía (donde hay dos reyes), la oligarquía (se establece una “gerusía” o consejo de ancianos), la tiranía (con el consejo de gobierno de los “éforos”) y la democracia (hay una asamblea popular).


La economía

Resulta evidente que la crisis del siglo VII a. C. no podía ser resuelta más que mediante la creación de un ejército de hoplitas
que sucediera a los guerreros a caballo o en carros. Y es la aparición
de la clase de ciudadanos que lo forman, mediante la absorción de la
aristocracia terrateniente por la masa popular, lo que da lugar a la
“eunomia” (“buena ley”). Dicha absorción se llevará hasta el extremo,
para crear la igualdad total. Los aristócratas renuncian totalmente a
sus privilegios: en el siglo VI a. C.,
la ciudadanía de Esparta cuenta con entre 7.000 y 8.000 Homoioi
(“Iguales”). La aristocracia terrateniente renuncia a sus propiedades
para ponerlas en común. Cada cual recibe un lote (“klerós”,
“lote-heredad”) equivalente e inalienable: no se puede vender ni
hipotecar. Su cultivo se encomienda a los siervos del Estado (los
ilotas), que entregan las rentas en especie al propietario para que
sostenga a su familia, pero sin que se pueda enriquecer. Los ciudadanos
tienen prohibido el comercio; de este modo, todo el mundo está
plenamente disponible para la guerra, única actividad verdaderamente
cívica y en la que se centra el proceso educativo, igual para todos. La
igualdad, por último, se extiende al ámbito político, puesto que todos
participan en la asamblea.


La asamblea (Apella)

Es ésta la reunión de todos los iguales, convocados en fechas fijas. Corresponde a la apella
(asamblea) aprobar o no las propuestas de los éforos (aunque sin
debatirlas, pues parece que ningún ciudadano toma la palabra), ya sea
por aclamación o, más raramente, por desplazamiento de los votantes.
También la gerusía le somete sus proyectos, aunque el voto de la
asamblea no es vinculante y los ancianos pueden considerar que el pueblo
se ha equivocado. Por último, correspondía a la asamblea elegir a los
éforos y a los gerontes por un sistema que Aristóteles
consideraba pueril: unos cuantos magistrados, desde un lugar cerrado,
medían la intensidad de las aclamaciones que recibía cada candidato.


En realidad, el funcionamiento de la asamblea en Esparta nos es poco
conocido: se ignora, por ejemplo, si estaba permitido que cualquier
ciudadano tomara la palabra para proponer una ley o enmienda, o si en
definitiva la única misión de la asamblea era elegir a éforos y
gerontes. En opinión de Aristóteles, la asamblea tenía un poder tan
limitado que ni siquiera la menciona como elemento democrático dentro
del régimen político espartano.


Los reyes

Al menos desde la reforma de Licurgo, en el siglo VIII a. C., Esparta cuenta con dos reyes, uno perteneciente a la dinastía de los Agíadas y el otro a la de los Euripóntidas, enraizadas ambas –según la leyenda- en dos gemelos descendientes de Heracles.
Los miembros de ambas familias no podían contraer matrimonio entre sí y
sus tumbas se hallaban en lugares distintos. Ambos reyes tenían igual
rango.


El poder real se transmitía al más próximo descendiente del más próximo ostentador del poder más cercano a la realeza,6
es decir, que el hijo pasa por delante del hermano, y que aun
existiendo el derecho de primogenitura, el hijo nacido cuando el padre
es ya rey tiene prioridad sobre aquellos nacidos antes de su
advenimiento al trono. En cualquier caso, parece que los espartanos
interpretaban con flexibilidad estas normas sucesorias.


Los poderes de los reyes eran esencialmente militares y religiosos.
Al principio, los monarcas podían hacer la guerra al país que desearan, y
sus decisiones eran colegiadas. A partir del 506 a. C., fecha del famoso “divorcio de Eleusis”, los reyes harán sus campañas por separado. En el siglo V a. C.
parece que es ya la asamblea la que vota la guerra y los éforos quienes
deciden sobre la movilización. El rey, quienquiera que fuese, es
siempre el “hegemón” o comandante en jefe durante las campañas
militares; tiene autoridad sobre los demás generales, puede acordar
treguas y combate en primera línea en el ala derecha, protegido por su
guardia de honor de cien hombres, los “Hippeis”.


La gerusía

La gerusía
o consejo de ancianos estaba constituida por los dos reyes y por otros
veintiocho hombres mayores de sesenta años, elegidos por aclamación de
la asamblea tras presentar su candidatura. Elegidos por su sensatez y
capacidad militar, la mayoría de los gerontes pertenecían a las grandes
familias de Esparta, pese a que, en teoría, cualquier ciudadano, aun sin
fortuna o rango elevado, podía presentarse al cargo.


El papel político de la gerusía era de gran importancia y no rendía
cuentas a nadie. Parece que a ella le correspondía el monopolio de la
propuesta y elaboración de nuevas leyes, estaba encargada de gestionar
todos los asuntos de política interna y tenía competencia para juzgar a
los reyes. También poseía, en la práctica, el derecho de veto sobre las
decisiones de la asamblea, aunque hasta el siglo III a. C.
no se conoce ningún caso en el que lo hiciera efectivo. Los ancianos
constituían también una especie de tribunal supremo que juzgaba los
delitos y podía imponer la pena de muerte o la pérdida de los derechos
cívicos.


Los éforos

Los éforos
(“supervisores”), preexistentes a la reforma de Licurgo, formaban un
colegio de cinco magistrados elegidos por la asamblea para un mandato
anual. Su rango era similar al de los reyes, de los que constituían un
auténtico contrapoder. No eran reelegibles y, al término de su mandato,
debían someterse a una rendición de cuentas si así lo exigían sus
sucesores. En este caso podían ser condenados incluso a la pena de
muerte.


El colegio de los éforos fue lo más parecido a un poder ejecutivo
moderno que llegó a conocer la antigua Grecia. Como su nombre indica,
estaban encargados de supervisar a los reyes y al resto de los
habitantes de la ciudad, y su autoridad llegaba incluso al mismo aspecto
físico de las personas. Ellos eran quienes vigilaban el respeto a las
tradiciones, imponían sanciones y penas de prisión (incluso a los mismos
reyes) y podían ordenar ejecuciones (a veces extrajudiciales, como las
de los ilotas durante la krypteia).
También se hacían cargo de los asuntos exteriores, ejecutando las
decisiones de la asamblea (presidida por ellos), ordenando
movilizaciones y tomando cualquier decisión urgente que fuera necesaria.
Uno de los éforos era el “epónimo”, es decir, daba su nombre al año,
aunque se desconoce la forma en que se le escogía. Los nombres de los
otros aparecían detrás en los documentos oficiales, por orden
alfabético.


El poder de los éforos fue tan amplio que Aristóteles lo equipara al de los tiranos. En realidad, su función teórica era la de representar al pueblo y, de hecho, Cicerón les compara en La República a los tribunos de la plebe.
Todos los meses los reyes juraban respetar las leyes, mientras que los
éforos juraban defender el poder real pero a su vez lideraban a las
polis.


La religión en Esparta

La religión ocupa en Esparta un lugar más importante que en otros
lugares de Grecia. Así lo atestigua el gran número de templos y
santuarios: 43 templos de divinidades, 22 templos de héroes, no menos de
quince estatuas de dioses y cuatro altares, a lo que hay que añadir
numerosos monumentos funerarios urbanos.


Llama la atención la importancia que adquieren entre los espartanos las divinidades femeninas, particularmente Atenea bajo gran número de epíclesis o advocaciones, y Artemisa Ortia.7 Entre los dioses masculinos, son Ares y Apolo
a los que se les rinde un culto particular y están presentes en todas
las grandes fiestas y monumentos de la ciudad. Es notable también el
culto tributado a los héroes de la Guerra de Troya, Aquiles, por encima de todos, pero también Agamenón, Casandra (bajo el nombre de Alejandra), Clitemnestra, Menelao e incluso Helena. Los Dióscuros Cástor y Pólux, hijos gemelos de Zeus, de los que la tradición afirma que nacieron en Esparta, tienen también un vínculo particular con los reyes. Heracles, por su parte, es una especie de héroe nacional espartano, venerado de modo especial por los jóvenes.


Ergatia

Se llamaba Ergatia a una fiesta religiosa celebrada en Lacedemonia, en honor de Heracles y de los trabajos de este héroe.8


Véase también

Notas


  • Cartledge, 2002, p. 91.

  • Fuentes textuales

    Bibliografía

    • Cartledge, Paul (2002). Sparta and Lakonia: A Regional History 1300 to 362 BC (2 edición). Oxford: Routledge. ISBN 0-415-26276-3.
    • Early Sparta ca. 950-650 B.C.: "An Archaeological and Historical Study", Londres, 1975
    • Early Lakedaimon: "the Making of a Conquest-State", ΦΙΛΟΛΑΚΩΝ (1992), p. 49-55.
    • City and Chora in Sparta: archaic to hellenistic, in W.G.
      Cavanagh & S.E.C. Walker (eds), "Sparta in Laconia". Proceedings of
      the 19th British Museum Classical Colloquium. BSA Studies, 1998, p.
      39-47.
    • Cartledge, Paul & Spawforth, Antony, Hellenistic and Roman Sparta. "A Tale of Two Cities", Londres, New York, 1992.
    • Casillas Borrallo, Juan Miguel. La Antigua Esparta. Madrid: Arco Libros, 1997. ISBN 84-7635-271-9.
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    • Fornis Vaquero, César. Esparta: historia, sociedad y cultura de un mito historiográfico. Barcelona: Crítica, 2003. ISBN 84-8432-413-3.
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    • Levi, Mario A. Quattro studi spartani e altri scritti... Milán, 1967.
    • Lévy, Edmond. Sparte: histoire politique et sociale jusqu’à la conquête romaine, Seuil, col. « Points Histoire». París, 2003.
    • Massot, Vicente Gonzalo. Esparta. Un ensayo sobre el totalitarismo antiguo, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1990. ISBN 950-694-118-1
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    • Pressfield, Steven. Puertas de fuego (novela)
    • Rawson, Elizabeth. The Spartan Tradition in European Thought. Oxford, 1969.
    • Ruiz-Doménec, J.E., Dirección. 2013. La Grecia Clásica. En Historia por National Geographic (7, 160) España: EDITEC.
    • Ruiz-Doménec, J.E., Dirección. 2013. El declive de Atenas. En Historia por National Geographic (8, 160) España: EDITEC.
    • Ruiz-Doménec, J.E., Dirección. 2013. El Imperio de Alejando Magno. En Historia por National Geographic (9, 160) España: EDITEC.
    Para un repertorio bibliográfico más amplio puede consultarse esta Bibliografía general sobre Esparta en varios idiomas.


    Enlaces externos

    Menú de navegación


  • Cartledge, 2002, p. 174.


  • Cartledge, 2002, p. 192.


  • Morris, Ian (Diciembre de 2005). The growth of Greek cities in the first millennium BC. v.1. Princeton/Stanford Working Papers in Classics.


  • Lane Fox, Robin (2005): El mundo clásico. La epopeya de Grecia y Roma. – Crítica, Barcelona, 2007, p. 113. ISBN 978-84-8432-898-8


  • Cf. Pierre Carlier, La royauté en Grèce avant Alexandre, AECR, 1984.


  • Pausanias III,16,7-11.


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