domingo, 8 de enero de 2017

Carlos V. Biografía.

Carlos V. Biografía.




Carlos V

En 1520, una serie de alianzas dinásticas y fallecimientos prematuros
convirtió a un joven de veinte años en el monarca más
poderoso de Europa. Nieto de los Reyes Católicos, Carlos había heredado
de ellos las coronas de Castilla y Aragón, con sus respectivas
posesiones en América y en el Mediterráneo, y reinaba como Carlos I de
España desde los dieciséis años. A los veinte,
tras la muerte de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano I de
Habsburgo, fue coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico,
razón
por la que la historiografía lo designa como Carlos I de España y V de
Alemania. Pese a ser la más habitual, esta denominación
omite otros importantes territorios incluidos en su fabulosa herencia.




Carlos V (detalle de un retrato de Tiziano)
Bajo su reinado y el de su hijo y sucesor, Felipe II, España se
convirtió en la primera potencia mundial, las artes y la cultura
iniciaron
su Siglo de Oro y se formó el más vasto imperio colonial visto hasta
entonces. El rey y emperador Carlos asumió la antigua idea de
instaurar un Imperio universal, entendido como entidad política que,
fundada sobre los valores de una misma religión, el cristianismo, habría
de asegurar tanto la paz y la prosperidad de las naciones cristianas
como su defensa frente a agresiones exteriores, como las del pujante
Imperio otomano.


No sin dificultades, y mientras conquistadores y misioneros españoles
extendían por América y el mundo los confines de aquel Imperio
en que nunca se ponía el sol, Carlos logró hacer frente a la amenaza de
los turcos, que bajo el liderazgo de Solimán el Magnífico
habían llegado a sitiar Viena en 1529. Pero la expansión de la Reforma
protestante iniciada por Lutero, que acabaría provocando un
nuevo cisma en la cristiandad, y la animadversión de Francia y de otros
países, temerosos de su abrumadora hegemonía, frustraron la
realización de un ideal que, visto en perspectiva, difícilmente podía
sobreponerse al curso de la historia.


El hijo de Juana la Loca
Cuenta el místico español San Juan de la Cruz, en una
carta conservada en el Archivo de Simancas, que Juana la Loca, hija de
Isabel la Católica y madre del futuro Carlos V, decía cosas tales como
que "un gato de algalia había comido a su madre e iba a comerla a ella",
extrañas fantasías de una mujer misteriosa. Sobre la regia locura de
Juana se han esgrimido las más caprichosas hipótesis, desde la que
afirma que no padecía enajenación ninguna, sino un intolerable
protestantismo cruelmente castigado con el apartamiento, hasta la
versión más común que pretende, según la tesis de Marcelino Menéndez y
Pelayo, que "la locura de Doña Juana fue locura de amor, fueron celos de
su marido, bien fundados y anteriores al luteranismo".


Carlos V (retrato de Jan Cornelisz Vermeyen, c. 1530)
Tampoco los historiadores han dejado de tachar a su hijo
Carlos I de España y V de Alemania, a quien las circunstancias
convirtieron en
el más acendrado valedor del catolicismo de su época, de haber incurrido
en la heterodoxia, y ello amparándose en el proceso que el papa mandó
formar
al emperador como cismático y factor de herejes. Pero aquello fue un
episodio motivado por aviesos intereses políticos, cuyas razones se
compadecen mal
con la rectitud de los sentimientos religiosos del emperador, quien en
su retiro en Yuste confesaba a los frailes: "Mucho erré en no matar a
Lutero, y
si bien lo dejé por no quebrantar el salvoconducto y palabra que le
tenía dada, pensando de remediar por otra vía aquella herejía, erré,
porque yo no era
obligado a guardarle la palabra, por ser la culpa de hereje contra otro
mayor Señor, que era Dios, y así yo no le había ni debía guardar
palabra, sino
vengar la injuria hecha a Dios." Marcelino Menéndez y Pelayo apostilla
que "al hombre que así pensaba podrán calificarle de fanático, pero
nunca de hereje".
El 24 de febrero de 1500, fecha en que los estados
flamencos celebraban su día en Prinsenhof, cerca de Gante, el archiduque
Felipe el Hermoso
y la archiduquesa Juana, más tarde llamada la Loca, rendían pleitesía al
nuevo rey de Francia, Luis XII, a pesar del enfado del emperador
Maximiliano y
de los Reyes Católicos. En medio de la ceremonia, Juana corrió al
evacuador (un excusado especial) y se encerró en él sin que Felipe se
inmutara. Al cabo
de una espera excesiva las damas de honor, alarmadas, hicieron derribar
la puerta, y Juana mostró la razón de su encierro. Sola y sin ayuda
había dado
a luz a su primer varón. Lo bautizaron con el nombre de Carlos en honor a
Carlos el Temerario, bisabuelo del niño.

La familia del emperador Maximiliano; en el centro,
su nieto Carlos V (retrato de Bernhard Strigel)
Como hijo de Felipe
el Hermoso
y Juana la Loca,
llegó a manos de Carlos V una vasta y heterogénea herencia, en la que
mucho tuvieron
que ver la combinación de matrimonios dinásticos y una serie de muertes
prematuras de los herederos directos de distintos tronos. Por parte de
su abuelo
paterno, el emperador Maximiliano I de Habsburgo,
recibió los estados hereditarios de la casa de Austria,
en el sudeste de Alemania; por parte de su abuela paterna, María de
Borgoña, obtuvo el ducado borgoñón, que sin embargo estaba en poder de
Francia, y además los
Países Bajos, el Franco-Condado, Artois y los condados
de Nevers y Rethel. De su abuelo materno, Fernando el Católico, recibió el reino de Aragón, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y sus posesiones de ultramar; y de
su abuela materna, Isabel la Católica, Castilla y las conquistas castellanas en el norte de África y en Indias.
Una herencia fabulosa y conflictiva
El
verdadero problema residiría en la falta de cohesión de todos estos
dominios, por lo que Carlos se propuso durante todo su reinado superar
el concepto feudal del imperio y darle una nueva dinámica a través de un
ideal común que justificase la reunión de territorios tan dispares bajo
una sola corona. La figura del imperio surgió ante él como la entidad
política idónea para aglutinar los distintos dominios y fundarlos sobre
una universalidad religiosa. El ideal común era el cristianismo y,
conforme al mismo, Carlos se erigió en el «guardián de la cristiandad»,
en momentos en que la unidad de convicciones que habían mantenido
cerrado el mundo medieval estaban a punto de romperse.
Según Menéndez Pidal, Carlos V asumió el papel de
coordinador y guía de los príncipes cristianos contra los infieles «para
lograr la universalidad
de la cultura europea», de modo que la idea de cristianismo pasase a ser
una realidad política. Sin embargo, ésta no era tarea fácil en un siglo
como el
XVI, en el que los sentimientos nacionales se oponían al universalismo y
los príncipes cristianos buscaban consolidar, cuando no ensanchar, su
espacio
vital en el viejo continente.



Carlos se formó intelectualmente con Adriano de Utrecht, que sería promovido al pontificado con el nombre de Adriano
VI
, y con Guillaume de Croy, señor de Chièvres, personaje sobre el
que recaen las acusaciones de avaricia y fanfarronería. Pasó su infancia
en los
Países Bajos, y en sus estudios siempre mostró gran afición por las
lenguas, las matemáticas, la geografía y, sobre todo, la historia.
Paralelamente, sus
educadores no olvidaron que un hombre llamado a tan altos designios
debía poseer un organismo robusto, de modo que estimularon los
ejercicios físicos del
joven Carlos, quien sobresalía en la equitación y en la caza, al tiempo
que se mostraba singularmente diestro en el manejo de la ballesta. La
firmeza de
su carácter, rasgo del que dio sobradas muestras en el curso de su vida,
parece ponerse en entredicho en sus primeros años, pues, llamado a
gobernar Flandes
en 1513, fue en realidad su ayo, el señor de Chièvres, quien llevó las
riendas del Estado. Pero este hecho se comprende fácilmente cuando se
cae en la
cuenta de que Carlos tenía
sólo trece años por aquel entonces.
En 1516, con la muerte de su abuelo Fernando el
Católico, se convirtió en Carlos I de España, pese a la oposición de los
partidarios de
su hermano, el príncipe Fernando, educado en España. Si bien Castilla
dio su consentimiento al nombramiento de Carlos como rey de España,
Aragón puso como
condición que el nuevo rey jurara su Constitución en Zaragoza, lo que
significaba que el monarca debía trasladarse de Flandes a España. Su
viaje se retrasó de
forma injustificada durante varios meses, y en este interregno había
ejercido la más alta magistratura en España el cardenal Francisco
Jiménez de Cisneros.
El cardenal Cisneros
emprendió viaje, para recibirle, a las playas de Asturias, pero cayó
enfermo
y hubo de refugiarse en el monasterio de San Francisco de Aguilera,
donde recibió la noticia de la llegada del rey con un séquito
extranjero. El 18 de
septiembre de 1517, después de una dificultosa travesía, Carlos V
desembarcaba en el puerto asturiano de Tazones, perteneciente al concejo
de Villaviciosa.
Lo acompañaban su hermana Leonor, el señor de Chièvres, el canciller de
Borgoña y numerosos nobles flamencos. Unos días antes, el 31 de octubre,
un monje alemán llamado Lutero había
hecho públicas sus noventa y cinco tesis contra el comercio de las
indulgencias, que darían pie al movimiento de Reforma contra la Iglesia
católica
romana.


Juana la Loca con sus hijos Fernando y Carlos
Cisneros mandó con urgencia una recomendación al monarca
rogándole que despidiese a su séquito, temeroso, y con razón, de que
ello no haría
sino irritar a los cortesanos españoles. Desatendiendo tan prudentes
consejos, Carlos mantuvo a su lado a sus amigos y se dirigió a
Tordesillas, donde
estaba recluida su madre. Obtuvo de Juana que abdicara en su favor,
formalidad sin la cual le hubiese sido imposible gobernar. Antes de
llegar a Valladolid,
Carlos recibió la noticia de la muerte de Cisneros. El cardenal había
fallecido sin lograr entrevistarse con el mozo flamenco y atribulado por
un inminente
porvenir que él, mejor que nadie, preveía conflictivo.
Rey de España
De todos los
países que heredó, España fue el más difícil de consolidar bajo su
dominio. Carlos se propuso reinar con el exclusivo apoyo de sus
compatriotas, repartiendo entre ellos prebendas y altos cargos, lo cual
indignó sobremanera a la nobleza local. El partido formado alrededor de
su hermano Fernando, su condición de extranjero y el desconocimiento de
la lengua castellana pesaron en su contra.
Los tropiezos comenzaron inmediatamente después de que
la ciudad de Valladolid recibiese con grandes agasajos, fiestas, justas y
torneos al monarca extranjero. En febrero de 1518, durante la primera
reunión de las cortes castellanas, se exigió al rey el respeto de las
leyes de Castilla y que aprendiera el castellano. Carlos no dudó en
aceptar estas exigencias, pero a cambio pidió y obtuvo un sustancioso
crédito de 600.000 ducados. Las cortes de Aragón se demoraron hasta
enero del año siguiente para reconocerlo como rey, y lo hicieron junto a
su madre. También le concedieron un crédito de 200.000 ducados.
En las cortes de Cataluña las negociaciones fueron más
arduas. El rey se encontraba aún en Barcelona cuando recibió la noticia
de que el 28 de junio había sido elegido emperador con el nombre de
Carlos V. El título imperial le era imprescindible para llevar a cabo el
gobierno de las numerosas posesiones bajo el signo de la unidad. La
corona de su abuelo paterno, el emperador Maximiliano
I de Habsburgo, no era hereditaria sino electiva, y la Dieta reunida en
Francfort, tras la renuncia de Federico el Prudente, hizo recaer la
designación en su persona. Para conseguirla, Carlos había invertido un
millón de florines, la mitad del cual fue financiado por los banqueros
Fugger,
quienes vieron en él la clave del desarrollo económico de Europa.

Un joven Carlos V (retrato de Bernard van Orley)
Carlos
regresó a Castilla a fin de preparar la coronación imperial y solicitar
un nuevo crédito. La existencia de una fuerte oposición a concedérselo,
que encabezaba Toledo, lo llevó a convocar las cortes en Santiago y a
continuarlas en La Coruña. La multiplicación de oportunidades facilitada
por los consiguientes aplazamientos de las sesiones y el curso
itinerante de las mismas allanó las reticencias al crear el clima
adecuado que permitió que los representantes de las ciudades fueran
presionados y sobornados para la causa del rey. Después de violentas
discusiones, los procuradores traicionaron el mandato de sus ciudades y
otorgaron el nuevo empréstito. Tras esta votación, la mayoría no regresó
a sus ciudades, y quienes lo hicieron fueron ejecutados. Carlos salió
de España dejando tras de sí al reino castellano sumido en la «guerra de
las Comunidades». Nunca recogió el dinero del préstamo.
El desprecio que los asesores flamencos del rey
mostraban por los españoles, el favoritismo en el nombramiento de
extranjeros para desempeñar
cargos públicos de importancia, las grandes cantidades de dinero sacadas
del reino y la designación de Adriano de Utrecht como regente durante
la ausencia
del rey fueron algunas de las causas de la revuelta de los comuneros.
Ésta fue en un principio una verdadera rebelión contra la aristocracia
terrateniente
y el despotismo real, y, ante todo, una defensa de la dignidad y los
intereses castellanos nacida en los municipios como un movimiento
burgués.
Sin embargo, antes de la derrota de los últimos rebeldes
en Villalar, el 23 de abril de 1521, el levantamiento había degenerado
en una revuelta incoherente, identificada más con las tradiciones
feudales que con las reivindicaciones económicas y políticas de la
burguesía. También el reino de Valencia se sublevó por entonces. El
movimiento fue animado por las germanías (asociaciones de artesanos) de
Valencia y Mallorca, que lanzaron contra la aristocracia a las milicias
reclutadas para hacer frente a los piratas del Mediterráneo. Carlos no
pudo menos que respaldar a la aristocracia en su acción represiva. Las
germanías fueron derrotadas en 1523 y sus seguidores duramente
castigados.
Emperador del Sacro Imperio
Mientras tanto, antes de dirigirse a Alemania con objeto de ser coronado, Carlos visitó a sus tíos Enrique
VIII
y Catalina de Aragón
para
conseguir el apoyo de Inglaterra frente a Francisco I de Francia. En
esos momentos, la flota española comandada por Hugo de Moncada aplastaba
a los turcos,
que eran así expulsados del Mediterráneo. Esta acción fue de vital
importancia para los planes del monarca, ya que aseguraba las vías
comerciales de los
Fugger y saldaba la deuda contraída con los banqueros para sobornar a
los electores que lo nombraron emperador. El 23 de octubre de 1520,
Carlos V fue
coronado emperador en la ciudad de Aquisgrán. En una ceremonia de gran
pompa, le fue colocada la casulla de Carlomagno y recibió su legendaria
espada Joyeuse,
la corona, el cetro y el globo. A sus veinte años era el jefe de la
cristiandad.

El emperador Carlos V (detalle de un
retrato de Jakob Seisenegger)
Entretanto,
el reciente invento de la imprenta servía tanto para difundir las
antiguas como las nuevas ideas, y la doctrina protestante había
alcanzado una gran popularidad en Alemania. Las tesis luteranas se
habían transformado no sólo en una crítica religiosa, sino en el germen
de un movimiento político con fines de emancipación territorial y de
secularización de los bienes eclesiásticos. Carlos, educado entre
humanistas, coincidía con los luteranos en criticar las estructuras de
la Iglesia. Consideraba que era ésta, y no la fe, la que debía ser
objeto de una profunda reforma; había que acabar con la corrupción de
los obispos, las ansias de riqueza, la intromisión en los asuntos
públicos y el escandaloso comercio de las indulgencias. El mismo papa
había llegado a autorizar a las mujeres la firma de contratos de
indulgencias que luego debían pagar sus maridos.
Carlos V consideró oportuno situarse por encima de estas
querellas, y durante años trató de conciliar las posiciones más
radicales. Seguía
en ello las enseñanzas de Erasmo de Rotterdam,
que postulaba la sencillez del cristianismo primitivo, el rechazo de
los formalismos y boato rituales y de las supersticiones, y una
piedad religiosa «en espíritu». Pero en 1521, tras la dieta de Worms, el
emperador comprobó que el acercamiento de las posiciones de Martín Lutero
y la
Iglesia de Roma era imposible, y las diferencias, irreductibles. Sus
acciones se encaminaron entonces a dirimir cuanto antes estas disputas, a
resolver
los asuntos internos de sus reinos, a acabar con el bandolerismo y a
fortalecer su gobierno para unir a la cristiandad y dirigirla contra el
Islam.
Éste fue el momento que Francisco I de Francia,
decidido a terminar con el predominio de los Habsburgo, aprovechó para
iniciar una guerra que consideraba inevitable. La acción de Francisco I,
aliado con el papa Clemente VII, obligó a Carlos V a responder
enérgicamente.
Su ejército derrotó a las tropas francesas e hizo
prisionero al rey francés en Pavía, el 10 de marzo de 1525. Dos años más
tarde, Carlos atacó al papa y su ejército entró en Roma. Las tropas
españolas
y alemanas saquearon la ciudad durante una semana. La deserción de Andrea Doria,
que en 1528 abandonó al monarca francés para sumarse a la causa
imperial, dotó a Carlos de una potente flota y forzó al papa a recibirlo
en Roma. La Paz de Cambrai, firmada el 3 de agosto de 1529, obligó a
Francisco I a reconocer la soberanía del emperador sobre Milán, Génova
y Nápoles.

Carlos V (detalle de un retrato de Rubens)
Resueltos momentáneamente los enfrentamientos militares,
Carlos V creyó que era la ocasión de solucionar pacíficamente las
diferencias
doctrinales. A tal fin convocó la dieta de Augsburgo, aun con la
oposición papal, en 1530. El intento fue vano, ya que ni luteranos ni
católicos romanos
quisieron ceder en sus posiciones. La influencia conciliadora de Erasmo
había perdido fuerza. Se inició entonces una larga guerra civil que
enfrentaría al ejército imperial con los príncipes luteranos, aliados de
Francisco
I, quien a su vez había pactado con los turcos; la paz no se firmaría
hasta 1555 en Augsburgo, y, para las aspiraciones de Carlos V, tendría
más de claudicación que de armisticio: se reconoció a los protestantes
la libertad de culto y la propiedad de los bienes expropiados
a la Iglesia antes de 1552.
La organización del imperio
Carlos V había regresado a España en 1522, una vez
sofocada la rebelión comunera, y permaneció en el país durante los siete
años
siguientes. Durante esa etapa realizó un gran esfuerzo para comprender
el carácter español y acercarse a las preocupaciones de sus súbditos.
Aprendió a
hablar el castellano e hizo de él el idioma de la corte. Los pasos
políticos que dio en este periodo tendían a congraciarse con los
españoles, a pesar
de que ya no existía un peligro real para la corona. Su boda en 1526 con
su prima Isabel, hija del rey de Portugal Manuel I, fue bien recibida.
Igualmente lo fue, al año siguiente,
el nacimiento del primogénito, el futuro Felipe II. Los españoles
empezaron a reconocer en Carlos a un rey con autoridad moral, que
aceptaba paulatinamente y de buen grado la españolización de su
administración
imperial.

Isabel de Portugal
Carlos
gobernó sus dominios como el más alto exponente de una organización
dinástica, y en cada estado designó un regente o un virrey, a veces
miembro de la familia de los Habsburgo o elegido de la nobleza española.
En cada país de la monarquía, como llamaban sus contemporáneos al
imperio de Carlos V, había un virrey, como en Aragón, Cataluña,
Valencia, Sicilia, Cerdeña, Nápoles y Navarra. En los Países Bajos tenia
un gobernador general, que fue su tía Margarita de Austria (hasta su
muerte en 1530) y posteriormente, hasta 1558, su hermana María de
Hungría. Los dominios alemanes habían quedado en manos de su hermano
Fernando. Su pensamiento se asentaba en la idea de que la unión familiar
constituía el mejor soporte para su vasto imperio. También las Indias,
Perú y Nueva España estaban gobernados por virreyes.
Tanto en España como en sus otros reinos, el gobierno de
Carlos V constituyó una monarquía personal ejercida a través de
instituciones
centralizadas, pero no unificadas. De este modo el monarca, antes que
rey de España, lo era de Castilla, Aragón, etc., y su poder estaba
condicionado por
las leyes locales. Carlos se valió del Consejo Real, heredado de sus
abuelos, los
Reyes Católicos
, y lo reorganizó en consejos especiales según las
distintas tareas administrativas. Había dos tipos de consejos, el de
Estado y los
que integraban el cuerpo administrativo propiamente dicho.
La modernización de los órganos de gobierno requirió,
conforme a los criterios del emperador,
la progresiva exclusión de los consejos de los miembros de la nobleza y
del clero, incluyendo en su lugar a consejeros procedentes de la clase
media y
juristas. Como dato revelador, en las cortes de Toledo de 1538 fueron
expulsados nobles y eclesiásticos con el pretexto de su oposición a la
sisa, impuesto
directo sobre el consumo de carne, harina y otros alimentos.
En la práctica, Carlos V tenía contacto con los consejos
a través de sus secretarios, motivo por el cual la figura de éstos
cobró gran importancia durante su reinado. Como los otros órganos de
gobierno, las secretarías se asentaban sobre criterios nacionales y no
imperiales. Entre la masa de secretarios de Carlos, destacaron Francisco
de los Cobos y Nicholas de Perrenot, señor de Granvelle. Carlos tuvo
siempre plena conciencia del poder y las banderías de los secretarios.
Así, cuando en 1543 dejó a su hijo Felipe como
regente de España, le remitió las famosas Instrucciones Secretas de Carlos V a Felipe II,
verdadero compendio de consejos para gobernar un imperio, en las que le
indicaba cómo valerse de las rivalidades de los consejeros y de sus
ambiciones personales. Asimismo, en ellas recomendaba a su hijo que no
otorgara cargo importante alguno a ningún grande de España; sólo debía
utilizarlos para asuntos militares.



Gran parte del esfuerzo desarrollado por el complejo
cuerpo burocrático de Carlos V estaba destinado a resolver los problemas
financieros derivados de las guerras en los distintos frentes. Castilla
llevó el mayor peso de los gastos del imperio, aunque los dominios que
más le importaban no eran los europeos sino los de América. De allí
procedían los cargamentos de oro y plata, al tiempo que se ensanchaba
una vía de comercio de importancia vital para el desarrollo del reino.
Las finanzas marcaron desde el principio el imperio de Carlos V. Fueron
los Fugger,
los banqueros alemanes, quienes propiciaron la elección de Carlos y
quienes en varias ocasiones procuraron empréstitos para financiar las
continuas guerras imperiales.
Pero no fue hasta 1540 cuando empezaron las verdaderas
dificultades financieras de la corona. La situación llegó a extremos tan
graves que los ingresos ordinarios por impuestos estaban gastados de
antemano cuando se cobraban, y hasta los ingresos de Indias estaban
comprometidos. Las campañas de Argel y las guerras contra Francia y
contra los príncipes luteranos esquilmaron las arcas reales. En 1541,
fracasada por segunda vez la cruzada africana contra el turco, la crisis
económica se agudizó.
Un sueño derrotado
El principal objetivo de la política francesa fue
resistir al poder de los Habsburgo, aliándose tanto con los alemanes
como con los turcos.
Carlos V tuvo en el Imperio otomano un enemigo poderoso por tierra y
mar. Si bien en 1529 Carlos había contribuido a detener en las mismas
puertas de Viena
a las huestes del emperador turco Solimán el Magnífico,
el ejército cristiano debió ceder en Argel. El poderío marítimo de los
turcos se hizo sentir en el Mediterráneo: la toma de Bizerta
y Túnez en 1534 requirió del emperador un esfuerzo personal para su
conquista, que se produjo al año siguiente.

Carlos V anuncia al papa la conquista de Túnez
La
expedición contra Túnez, que reunió cuatrocientas veinte embarcaciones y
cerca de treinta mil soldados, salió del puerto de Barcelona el 30 de
mayo de 1535, y el terrible choque con las también abultadas fuerzas de
su adversario se produjo el mes de junio. En los combates dio prueba
Carlos de gran ardor y temeridad, acudiendo siempre a los enclaves de
mayor peligro y lidiando, lanza en ristre, contra los jinetes enemigos.
Por fin, tras el asalto general a la fortaleza de la
Goleta (14 de junio de 1535), se internó hasta la ciudad de Túnez, donde
puso en fuga
al pirata Barbarroja, brazo de Solimán. Antes de entrar en la ciudadela
algunos comisionados se llegaron hasta el emperador para entregarle las
llaves
y pedir su protección, pero Carlos no pudo sujetar la violencia de sus
encrespadas tropas, los cuales se entregaron a toda suerte de atropellos
y desafueros.
Sin embargo, Barbarroja
continuaría asolando desde Argel las costas baleares y levantinas. En
1538 Andrea Doria, al mando de la flota cristiana (mucho
más potente que la turca), resultó derrotado en la costa de Epiro. Fue
el principio del descalabro cristiano que culminó en 1554 con la pérdida
de Bugía, en
la costa argelina.
Derrotado en este frente, Carlos V también se vio
forzado, al año siguiente, a firmar la Paz de Augsburgo con los
príncipes luteranos y a ceder en gran parte de sus pretensiones. Ante el
cariz que tomaban los acontecimientos, el emperador había dirigido su
testamento político a su hijo Felipe ya en enero de 1548, y dos años más
tarde comenzó a escribir sus memorias. A lo largo de su vida, el
emperador había dado sobradas muestras de heroísmo en múltiples
batallas, como por ejemplo cuando sus tropas desembarcaron en Argel el
13 de octubre de 1541 y al día siguiente una espantosa tempestad
dispersó los barcos de su escuadra, destruyó las tiendas de campaña y
causó la muerte de numerosos soldados. En aquella ocasión, Carlos vendió
sus magníficos caballos para socorrer en algo a sus hombres, y en la
retirada combatió a pie. Como sus soldados temían que los abandonase, el
emperador embarcó en la última galera de forma que todos pudieran
verlo. Pero en 1555 su ánimo estaba definitivamente abatido y padecía
terribles dolores a causa de la gota. Sostener su colosal imperio había
agotado sus fuerzas.

La abdicación de Carlos V
El 25 de octubre de 1555, en un emotivo discurso ante la
asamblea de los Estados Generales reunida en Bruselas, Carlos abdicó en
favor
de Felipe (que reinaría como Felipe
II
) la soberanía de los Países Bajos. Tres meses más tarde le cedió
también las coronas de Castilla y León, Aragón y Cataluña, Navarra y las
Indias. Lo mismo hizo con el reino de Nápoles, el de Cerdeña, la corona
de Sicilia y el ducado de Milán. En el mes de septiembre de 1556 cedió
el imperio
a su hermano Fernando
I
y, dejando a Felipe en Bruselas, se embarcó hacia España. Había
comprendido que el título imperial carecía de valor sin el sustento de
las armas,
y por ello no había dudado en repartir sus dominios entre las que
consideró las cabezas más importantes de su dinastía: su hermano
Fernando y su hijo Felipe.
Obsesionado por la muerte, el temor a Dios y la angustia
religiosa, vivió los dos últimos años de su vida en el retiro
monástico. El lugar de reposo elegido fue el austero monasterio de
Yuste, en la provincia española de Cáceres, situado en un abierto valle y
rodeado de hermosos robledales y grandes castaños. Ingresó allí el 3 de
febrero de 1557, pero siguió manteniendo una intensa comunicación con
Felipe II, que a menudo requería sus consejos, y no dejó nunca de
interesarse por los asuntos públicos.

Carlos V en Yuste (1837), de E. Delacroix
Llevó a aquel apartado lugar sus preciosos muebles, su
vajilla de plata, su magnífico vestuario y cincuenta servidores; una vez
instalado,
ocupaba sus horas en largas charlas sobre religión con el jesuita
Francisco de Borja, que antes había sido el gran duque de Gandía, y pudo
de nuevo consagrarse
a sus aficiones (las matemáticas y la mecánica), e incluso llegó a
construir algunos relojes. De hecho, sus embajadores en el extranjero,
conocedores de
su debilidad por ellos, le enviaban los más preciosos y artísticos
relojes procedentes de diversos países europeos, piezas únicas en su
género con las
que entretenía su tiempo. Coleccionó además pinturas de los grandes
artistas de la época, como Tiziano, y de los primitivos italianos y
flamencos. Leía
libros piadosos y de historia (sobre todo a Julio César, Tácito, Boecio y
San Agustín), cantaba con los monjes en el coro y organizaba solemnes
funerales
por su alma que presenciaba tétricamente en la iglesia del monasterio.
Tras recibir la extremaunción, falleció en la madrugada
del 21 de septiembre de 1558, dejando tres hijos legítimos de su
matrimonio con doña Isabel de Portugal (Felipe II, María, reina de
Bohemia, y Juana, princesa de Portugal), además de varios bastardos,
entre los cuales el más célebre sería don Juan de Austria, concebido por
la rolliza campesina Barbara Blomberg en 1545. Joven de simpatía
arrolladora, Juan
de Austria
habría de comandar, años más tarde, las fuerzas españolas
frente a las turcas en la batalla de Lepanto, y llegaría a ser
gobernador de los Países Bajos.
La ambición de Carlos V de resucitar un Sacro Imperio
Romano fundado en la unidad religiosa había fracasado. Había creado, en
cambio,
el primer imperio colonial moderno, el imperio en que nunca se ponía el
sol. Los más bellos retratos del emperador, a quien no desagradaba posar
para los
pintores, se conservan en el Museo del Prado de Madrid y son obra del
gran pintor veneciano Tiziano Vecellio.
En el que tuvo ocasión de realizar en 1533
en Bolonia, el modelo viste el suntuoso traje con el que fue coronado
por el pontífice Clemente VII y sujeta con la mano izquierda el collar
de un lebrel.
El más majestuoso
lo muestra a caballo según apareció en la batalla de Mühlberg,
pomposamente cubierto de armadura, portando una larga lanza y tocado con
yelmo empenachado.
Aunque éste es quince años posterior, en ambos el genio de Tiziano supo
revelar en la mirada de Carlos V el más acusado de los rasgos de su
carácter: su
inextinguible tristeza, su pertinaz melancolía.

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