domingo, 8 de enero de 2017

Marco Polo. Sus viajes

Marco Polo. Sus viajes




Marco Polo

Marco Polo tenía diecisiete años cuando, en 1271, salió
de Venecia y, en compañía de su padre, Nicolás, y de su tío Mateo,
emprendió el viaje a Extremo Oriente. Allí vivió en la corte del
emperador Kublai Khan, presenció batallas de elefantes, habló con
astrólogos chinos y magos y lamas tibetanos, habitó en palacios de reyes
y tiendas de nómadas, participó en cacerías con tigres amaestrados, fue
embajador, gobernador y espía del emperador. Sus ojos vieron razas y
paisajes maravillosos, y su descripción asombraría al mundo occidental.

Marco Polo
En
1295, Marco Polo regresó a Venecia y se vio envuelto en el conflicto
que su ciudad mantenía con Génova por la hegemonía mercantil. Al
parecer, cuando en 1298 tomaba parte, como sopracomite al mando
de una galera, en el combate naval de Curzola, fue apresado por los
genoveses. Así fue a parar a una prisión, donde conoció al escritor
Rustichello de Pisa, a quien narró su asombroso viaje a Extremo Oriente.
Su relato, escrito en las postrimerías del siglo XIII, es el viaje más
apasionante jamás narrado.
El Libro de las maravillas
El libro que surgió del relato de Marco Polo a Rustichello da Pisa se tituló exactamente, según la tradición, El libro de Marco Polo ciudadano de Venecia, llamado Millón, donde se cuentan las maravillas del mundo. Con el tiempo fue llamado también La descripción del mundo, El descubrimiento del mundo, Libro de las maravillas o Libro de las maravillas del mundo y Il Milione o Milione (Millón).
Es creencia generalizada que el título de Il Milione
surgió del mote irónico que los contemporáneos dieron a Marco Polo al
entender que exageraba cuando hablaba de las fabulosas riquezas de
Catay. "No he escrito ni la mitad de lo que vi", se defendía
inútilmente. El erudito Giovanbattista Ramusio, en su obra Acerca de navegaciones y viajes
(publicada en 1559), escribió que los jóvenes venecianos visitaban a
Marco Polo para preguntarle cosas de Catay y del Gran Khan. Como Marco
Polo decía que las rentas del Gran Khan "eran de diez a quince millones
de oro, y así otras muchas riquezas de aquellos países las refería todas
en millones, le pusieron de apodo micer Marco, llamado Millones, que
así todavía, en los libros públicos de esta república donde se hace
mención de él, lo he visto anotado: y la corte de su casa, desde
aquellos tiempos acá, es vulgarmente llamada del Millones".
En
efecto, en Venecia hay una pequeña plaza llamada Corte Seconda del
Milion, donde quedan vestigios de lo que probablemente fueron la
vivienda y los almacenes de los Polo. Sin embargo, algunos estudiosos
aseguran que Milion era el apodo familiar de los Polo por aféresis de Emilione, de modo que el título de Il Milione dado al libro equivaldría a "libro de Emilione" o, lo que es lo mismo, "libro de Polo".
Marco Polo y Rustichello
No
se sabe a ciencia cierta si el relato de sus aventuras en tierras de
Catay fue hecho por Marco Polo a Rustichello de Pisa en su totalidad
durante su estancia en la cárcel genovesa o completado más tarde en
Venecia. Rustichello ha sido identificado, por unos, con un hijo de
Guido Rustichelli, juez y notario de Pisa, y, por otros, con un
escribano de la visita del emperador Enrique VII de Inglaterra a Italia
entre diciembre de 1310 y mayo de 1313.
Se desconoce
el protagonismo de Rustichello en la decisión de redactar el libro y el
grado de implicación en la disposición y escritura del texto. Se trata
de una cuestión muy polémica: para algunos, Marco Polo sería el único
autor y Rustichello se encargaría de recoger el dictado del veneciano,
usando la tradición caballeresca para componer un relato que fuese leído
con deleite por sus contemporáneos; para otros, el dictado sería parte
de esa misma tradición, un convencionalismo que esconde el protagonismo
del escriba Rustichello. Éste, además de los testimonios orales de Marco
Polo, habría empleado varios documentos escritos por el veneciano
previamente, lo que explicaría la precisión, abundancia y detalle de
ciertas informaciones del libro, difíciles de almacenar en la mente
después de tantos años. En cuanto a la naturaleza de estos documentos,
pudieron ser pequeñas notas, itinerarios y cartas geográficas.
En
cualquier caso, Rustichello supo identificarse plenamente con la
"descripción del mundo" que le hizo "micer Marco Polo, sabio y noble
ciudadano de Venecia", porque las cosas de las que hablaba, desde las
soberbias riquezas hasta las fantásticas criaturas, las había visto "con
sus propios ojos". Es probable que Rustichello también aportara algo de
su fantasía, pues cuando Marco Polo lo conoció ya era autor de una
novela de caballería artúrica, cuyas dos partes se titulan Meliadus y Guiron le Courtois,
y en la que se funden las tradiciones de los caballeros de las mesas
redondas de Uter Pendragón y de su hijo Arturo. El mismo inicio del
libro evoca la presentación de un juglar ante su público: "Señores,
emperadores y reyes, duques y marqueses, condes, caballeros y
burgueses...".

Ilustración del Libro de las maravillas
Las
especulaciones sobre la escritura del libro parten de la pérdida del
manuscrito original. El más antiguo de los que han sobrevivido está
escrito en francoitaliano, pero con muchas palabras toscanas y
venecianas. La doctora Barbara Wehr ha afirmado que el texto más próximo
al original sería el traducido al latín por fray Francisco Pipino entre
1310 y 1317, a partir de un primer original veneciano. Según esta
historiadora, el misterioso Rustichello habría inventado el dictado de
Marco para dar verosimilitud a su obra, ampliando el original de Marco
con pasajes y aventuras basadas en la literatura caballeresca. En
cambio, John Larner apuesta por la cooperación literaria entre el
viajero Polo, que seguía desconcertado por sus vivencias en Oriente, y
un escriba que vertió esas experiencias en un molde literario hacia
1298, siguiendo las fórmulas y tradiciones retóricas de la literatura
caballeresca.
Varios investigadores apuestan por la
existencia de dos o más versiones originales, como resultado de diversos
borradores y tentativas. De ellas se habrían originado los ciento
cincuenta manuscritos medievales que actualmente se conservan, muchos de
los cuales no tienen un final, algo que se inventó un temprano
traductor toscano que pensó que necesitaba uno. La primera edición
impresa se publicó en Nuremberg en 1477.
Un narrador maravillado
El Libro de las maravillas
fue la primera obra de Occidente que describió de forma sistemática el
mundo oriental y en especial China, donde Marco Polo había residido
durante diecisiete años al servicio del emperador Kublai Khan, de la
dinastía mongola Yuan. Concebido como el libro de memorias de un
mercader, sus páginas informan minuciosamente sobre la organización
administrativa, monetaria, aduanera y postal de los países visitados, a
la vez que recrean la exótica policromía de la sociedad oriental.
En
el relato de Marco Polo se manifiesta un tono maravillado ante los
espectáculos de la naturaleza y los pueblos de las riquísimas y
misteriosas regiones orientales. Son famosísimas sus páginas acerca del
Viejo de la Montaña (de cuya leyenda se hallan rastros en muchas novelas
medievales), sobre la vida de la residencia veraniega del Gran Khan en
Xanadú y los usos del antiguo imperio chino. Es bella por su aliento
épico y fabuloso la descripción de la batalla entre el rey Alan (Halagu,
Khan de Persia) y el rey Barca (Berke, Khan de la Horda de Oro); está
reproducida de manera lograda la lucha entre los dos pueblos
conquistadores, en el sentido sangriento de la lucha por la vida y por
la gloria.

Ilustración de la leyenda del Viejo de la Montaña
Estupendas
por sus descubrimientos de tierras nuevas son las descripciones de sus
largos viajes a caballo por landas infinitas, pasando a vado los ríos,
encontrando gentes desconocidas aun para los mismos orientales, y
conociendo animales hasta entonces considerados como fabulosos. Son
notables por su aspecto estrictamente documental, en lo que se refiere a
su actividad de mercader, las noticias sobre especias raras (como por
ejemplo la pimienta y el jengibre) o sobre el petróleo de Armenia, el
carbón fósil del Catay y las piedras preciosas.
Marco
Polo siente su orgullo de europeo, habituado a una civilización
milenaria; pero del mismo modo que intuye una nueva vida de pueblos
errantes llena de hechizo y de misterio, sabe sostener un tono muy suyo
de moderación y prudencia, debido al conocimiento de los hombres de
tierras tan lejanas de su patria. Un importante documento histórico es
el constituido por la narración de la laboriosidad de Marco en Yangzhou,
donde fue gobernador durante tres años. En sus actos se observa siempre
una gran pericia de hombre que sabe apreciar los hechos y las cosas, y
en toda ocasión aplica un espíritu de moderación justa y precisa que
consigue dominar los acontecimientos. Así brilla su cordura de guiador
de hombres (veneciano de antiguo cuño) aun en medio de difíciles
reveses.
Pero lo que más atrae en la narración de
Marco Polo (y constituye el hechizo que han experimentado siempre sus
lectores europeos aun a través de malas refundiciones de su narración)
es aquel sentido de estupor y maravilla por un mundo aparecido como por
encanto a los ojos de un hombre habituado a la dureza de la vida
cotidiana, entre la industria y el tráfico y los riesgos de marineros y
mercaderes: palacios de oro y de plata, jardines fragantes de mil raras
flores, ceremonias solemnes entre muchedumbres prosternadas ante ídolos y
autoridades reales, tropas de guerreros en lucha tremenda por la
posesión de una tierra, y costumbres, lenguas, sentimientos nunca
conocidos por la antiquísima civilización mediterránea, si no eran
vislumbrados a través de alguna leyenda lejana.
Esta
entrega a un mundo de contrastes y de esplendores anima esta extensa
narración, le confiere los caracteres de un universo poético y la sitúa
entre los más ricos testimonios de la Europa medieval y de la época de
los primeros descubrimientos geográficos. Y con justicia se ha podido
decir que con su libro Marco Polo dio a Italia precisamente la obra
épica y robusta que le faltaba, en comparación con la literatura
caballeresca de los demás pueblos.
El imperio mongol
Las informaciones sobre las costumbres de la corte del Gran Khan son muy valiosas. En el Libro de las maravillas del mundo
se describe su estirpe, expansión, guerras, batallas, ritos funerarios,
banquetes, festejos y ceremonias, destacando el cumpleaños del monarca.
Todos sus reyes y príncipes vasallos le enviaban costosos regalos y los
sacerdotes de las distintas religiones invocaban a los dioses con
solemnes plegarias por la vida, la salud y la prosperidad del emperador
mongol. En correspondencia, cuenta Marca Polo, "a todos éstos los viste
consigo siempre que celebra una fiesta, que son trece al año, y les da
también en todas las fiestas susodichas cinturones de oro de gran valor y
calzados de camocán recamados en plata de manera muy primorosa, de modo
que cada uno de ellos, revestidos de este atuendo regio, semeja un gran
rey".
El veneciano describe a Kublai como muy
apuesto, de mediana estatura, la cara redonda y blanca, los ojos negros,
la nariz hermosa y el cuerpo bien proporcionado. Las noticias de la
vida sexual del Gran Khan despertaron gran interés en Europa. Tenía
cuatro mujeres legítimas y un gran número de concubinas. Las primeras
disponían, cada una, de su propio palacio, con trescientas doncellas
escogidas y numerosos criados eunucos. Seis de ellas ("mujeres
bellísimas de un pueblo tártaro llamado Unctas") tenían el cuidado de la
cámara regia durante tres días y tres noches, asistiendo al monarca y
durmiendo en su aposento. El cuarto día, otras seis mujeres relevaban a
las primeras y se ocupaban de los mismos menesteres por otras tres
jornadas, y así sucesivamente. El soberano tártaro tenía veintidós hijos
de las cuatro esposas legítimas, y de las criadas, otros veinticinco.
El primogénito de la primera mujer, llamado Chinchis, había muerto,
siendo nombrado heredero otro hijo, llamado Themur, al que Marco Polo
califica de valiente y prudente.

Kublai Khan
De
gran riqueza son las descripciones del palacio de invierno en Cambaluc
(Khanbalic), en las proximidades de Pekín, donde residía durante tres
meses. El palacio era un cuadrado de dimensiones monumentales: una milla
por cada lado, con murallas de gran grosor pintadas de rojo y blanco.
En cada esquina de la muralla, y en el centro de las mismas, se
levantaban hermosos palacios; el centro de la ciudad quedaba reservado
para la residencia real. Entre los diferentes palacios y edificios se
extendían estanques e inmensos jardines, en donde vivían varios tipos de
animales, como ciervos blancos, cabras y gamos.
Dondequiera
que el Gran Khan supiese que había un árbol hermoso, "hace que se
traslade allí con sus raíces a lomo de elefantes, incluso desde regiones
remotas, y ordena que se plante en el jardín; por tanto, crecen en él
árboles hermosos sobremanera". No menos impresionantes eran el mercado
de Cambaluc, "que supera en volumen de contratación a cualquier ciudad
del mundo entero", y las magníficas calles, "anchas y tiradas a cordel
con tal precisión que desde una puerta, a causa de la rectitud de la
vía, se ve en derechura la puerta de enfrente". Todo lo que rodea al
Gran Khan es de dimensiones y riquezas impresionantes, lo que avivó la
imaginación de los occidentales.
La grandeza del Gran
Khan se cimentaba en las cualidades de los mongoles o tártaros. Eran,
según Marco Polo, hombres esforzados, duros, sufridos, capaces de
moverse y pelear a grandes distancias, disciplinados y justicieros.
Hábiles jinetes y cazadores, vivían en tiendas magníficas y se dedicaban
al cuidado de grandes rebaños. Comían carne de perro y de caballo, y
una leche "a modo de pasta sólida, que ponen en una vasija, y la agitan
con un palo hasta que se disuelve, y después se la beben".
El
libro describe sus costumbres sociales; eran polígamos y tenían muchos
hijos. Si fallecía el padre, el hijo podía casarse con su madrastra, y
un hermano, con su cuñada. Las mujeres tártaras eran diligentes en las
tareas del hogar y en la adquisición de alimentos, por lo que los
maridos se dedicaban a sus guerras y juegos, "pero como ahora están
mezclados entre diversos pueblos, en muchas comarcas pierden muchas de
sus costumbres y se acoplan a la manera de vivir de otros".

Kublai Khan combatiendo en una batalla
En la descripción de la China meridional, la riqueza de datos del mundo mongol se desvanece y El libro de las maravillas del mundo
se convierte en un listado de ciudades, distancias, productos
comerciales y prácticas religiosas. A pesar de las deficiencias, la
descripción de las provincias chinas meridionales fue la parte del libro
que despertó mayor interés entre los lectores medievales y
renacentistas, como Colón o Magallanes. Las ausencias y silencios del
veneciano son muy significativos: Marco Polo no menciona la Gran
Muralla, la escritura china, las prácticas de acupuntura, la costumbre
de vendar los pies a las niñas, las populares teterías, ni tampoco el
taoísmo o el confucianismo. Podrían ser fallos de la memoria o falta de
interés por el pueblo chino, o incluso desprecio, dado que su admiración
se dirigía a los mongoles y a sus dirigentes.
Al
desconocer el chino, Marco Polo empleó términos geográficos mongoles y
un buen número de topónimos persas, como Pianfu, Taianfu, Ciorcia y
Quengianfu, ya que la lengua persa era muy utilizada en la corte del
Gran Khan. Según algunos historiadores, un mapa persa le sirvió para
nombrar a las poblaciones del centro y sur de China, recogiendo las
informaciones sobre cada población (situación, tamaño y actividades
económicas) de mercaderes persas o mongoles.
El sentido de la obra
La
lectura del libro de Marco Polo es múltiple. Aunque no se trata de un
relato de aventuras, la narración de algunos episodios y el hecho mismo
de contar un viaje a lugares tan remotos despertó la curiosidad y la
imaginación de los lectores, que han convertido a Marco en un nuevo
Ulises. Las alusiones a milagros, a monstruos sacados de las tradiciones
grecorromanas y a hechos inexplicables entroncan el libro con la
literatura de las maravillas (marabilias), sucesos y cosas que no
se desarrollaban de acuerdo con el curso normal de la naturaleza y que
los hombres eran incapaces de comprender.
Las
maravillas poblaron los relatos de los viajeros durante varios siglos.
Un ejemplo es la columna del templo dedicado a san Juan Bautista en
Samarcanda, que se mantenía en el aire tras haberse separado de la base
unos tres palmos, "y así perdura hasta hoy sin apoyo de ningún sostén
humano". Sin embargo, más comunes son las descripciones de las riquezas
asiáticas, la circulación de oro, perlas y piedras preciosas, el
comercio de las especias, los numerosos barcos y rutas, la existencia de
mercados magníficos y de una tupida red de rutas comerciales en Asia,
lo que nos remite a la actividad mercantil de los Polo y de la república
veneciana. Las alusiones a las monedas y los tipos cambiarios, a las
costumbres locales, etcétera, hacen que el libro se aproxime a los
manuales de mercaderes que circulaban por la Italia medieval.
No
hay que desdeñar el carácter misional de la obra. Los Polo llevaron
mensajes del pontífice de Roma y de los monarcas católicos occidentales
al Gran Khan. Hay alusiones concretas a varios apóstoles y santos (Santo
Tomás y San Barsano) y se cita al Preste Juan y a los cristianos coptos
y nestorianos. Las lecturas evangélicas de la obra fueron numerosas y
muchos de los traductores lo hicieron para impulsar la conversión del
Oriente. Sin embargo, es arriesgado atribuir ese mismo espíritu de
cruzada a Marco Polo, quien alude en varias ocasiones a la libertad
religiosa: diversos credos convivían sin problemas bajo la tutela del
soberano tártaro. Más acertada es la descripción del mundo como obra de
la magnificencia divina. Con el viaje de Marco Polo se amplía la
extensión y bellezas de la creación. Ese sería el fin de las
descripciones topográficas y geográficas, aunque en muchas ocasiones se
muestre demasiado esquemático o propenso a las fantasías y sucesos
fabulosos.
En definitiva, aunque se encuentren en la
obra aventuras, gusto por las maravillas, intenciones evangélicas e
informaciones geográficas, el libro es un enorme panorama del continente
asiático, que permite en unos cientos de páginas mostrar la amplitud y
variedad de sus regiones y enumerar las riquezas de productos y pueblos,
capaces de hacer soñar a los mercaderes, reyes y misioneros, y de
transmitir el asombro de un occidental por la otredad en un momento
decisivo de la historia europea.
Su influencia
Reeditado continuamente en decenas de lenguas, el Libro de las maravillas del mundo
describía riquezas, guerras y fenómenos que superaban los límites de la
realidad conocida. Aunque el libro haya sido tachado de repetitivo y
prolijo, con paisajes y situaciones estereotipadas, tuvo un éxito
fulgurante incluso en vida de su autor, hecho novedoso en la Edad Media.
Fue traducido al francés, francoitaliano, toscano, veneciano, latín y
quizás al alemán en un espacio de veinticinco años. Su fama se extendió
por toda Europa, siendo consultado por los geógrafos, viajeros y
políticos.
Pese a no ser el primer occidental en
visitar Asia y escribir sobre ella (Marco Polo siguió la estela de
varios misioneros y comerciantes), la descripción fue un acontecimiento
por las novedades que introdujo. El libro fue considerado fantástico y
puesto en duda por parte de sus contemporáneos. Esa visión negativa ha
sido alimentada por varios historiadores que niegan la visita de Marco
Polo a China. No se han encontrado pruebas documentales directas o
indirectas de su presencia en las fuentes chinas de la época o
posteriores. Casi todo el libro (o al menos las descripciones de la
parte meridional) serían elaboradas con información recopilada por los
funcionarios del Gran Khan. Pero hay quien niega, incluso, que el
veneciano sirviese al emperador tártaro, sosteniendo que el libro sería
una compilación de informaciones recogidas por Marco Polo a diversos
comerciantes y viajeros que llegaban al puerto de Soldaia (mar Negro),
de cuyos límites no se habría movido nuestro autor.
En
cualquier caso, aquel libro que describía un continente entero y sus
fabulosas riquezas obtuvo inmediatamente fortuna, no sólo en su aspecto
de fantástica narración de aventuras, sino porque hacía nacer el ansia
de propaganda religiosa en los misioneros y el deseo de lucro de los
mercaderes: unos y otros comenzaron a seguir las rutas terrestres
indicadas por Marco Polo. Y así se confirmó cuanto él había escrito y se
ratificó el deseo de los pudientes de llegar a aquellas metas y de
conseguir aquellas riquezas.
Una copia del Libro de las maravillas que cayó en manos de Enrique el Navegante sirvió de estímulo a aquellas expediciones que,
circunnavegando África, llevarían a los portugueses, con Vasco de Gama a la cabeza, al establecimiento de una nueva ruta comercial con la India. Otra copia,
atentamente leída y apostillada por Cristóbal Colón, contribuyó igualmente a empujar las carabelas que los Reyes Católicos enviaban a Occidente para llegar
al Catay, es decir, a la China de Marco Polo; no se llegó allí, pero tuvo lugar el descubrimiento de América.
Habría que esperar hasta 1503 para que se
editase el texto en castellano, en Sevilla, por Rodrigo Fernández de
Santaella, clérigo y fundador del Colegio de Santa María de Jesús,
antecedente de
la universidad sevillana. Esta edición fue muy importante para la
historia de las exploraciones, pues incluía añadidos muy valiosos y fue
leída y utilizada
por numerosos navegantes y cosmógrafos como Juan Sebastián Elcano y
Alonso de Chaves.
Pero independientemente de estas grandiosas
consecuencias, que Marco Polo no podía prever, queda, además de la
veneración de chinos y japoneses por haberles revelado el mundo
occidental, el juicio que de él hizo Humboldt al declararlo "el mayor
viajero de todos los tiempos y de todos los países".





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