Las enseñanzas de la Tora, (basado en el Talmud y el midrash)
El Rab Daniel Oppenheimer, con un estilo unico analiza las
historias del TaNa”J entrelazando el relato de la Tora, los Nevihim y
los Ketubim, con las moralejas del Talmud, el midrash, los comentaristas
del TaNa”J y enseñanzas de nuestra vida cotideana.
historias del TaNa”J entrelazando el relato de la Tora, los Nevihim y
los Ketubim, con las moralejas del Talmud, el midrash, los comentaristas
del TaNa”J y enseñanzas de nuestra vida cotideana.
INTRODUCCIÓN
Agradecimientos
Adam y Java
Cain Y Hebel
Noaj
Abraham
Lot
Los descendientes de Abraham-Ytzjak e Ishmael
Abraham y Hebron
La vida de Itzjak
La vida de Ia'acov
Los hijos de Ia'acov
Iosef
La despedida de Ia'acov
La vida en Egipto
Se busca un lider. Los comienzos de Moshe
Las plagas de Egipto
El cruce del mar rojo
El pacto que cambio el mundo-Los diez mandamientos
La vida y los desafios en el desierto rumbo a la Tierra de Israel
CUANDO DOMINA EL TEMOR
La vida en el desierto
¿Vivió Ud. alguna vez en el desierto?
No es que tenga algo de malo vivir en el desierto. Lo poco que conocemos
sobre el desierto, lo sabemos de las enciclopedias o de los textos de
geografía.
Sin embargo, muchos de los habitantes con quienes compartimos el
planeta, viven en condiciones de escasez y en el desierto mismo.
No es fácil. Hay que estar acostumbrado a vivir, o, mejor dicho, a
sobrevivir, allí. Para aquel que no está habituado, le costará un poco
adaptarse a las condiciones climáticas.
Si, de repente, estuviese allí desguarnecido de toda protección, o,
peor, si tuviese consigo a su familia, a quienes no les pueda brindar
una mínima ayuda para calmarles la sed, aliviarles del calor del sol,
del frío de la noche, del hambre, etc…, bueno, nunca quisiéramos estar
en tal situación que no es menos que desesperante.
Para nosotros, que vivimos miles de años después de estos
acontecimientos, nos es imposible imaginar el modo de vida que llevaban
los judíos recién salidos de Egipto en el desierto.
Acababan de alejarse de un modelo de sometimiento, corrupción moral e
idolatría, para pasar a asumir una ley que reglamentaría toda su vida
en una comunión nacional con D”s y que regiría hasta los temas más
íntimos de su existencia.
Complementario a esta situación – su vida no se parecía en absoluto a lo
que estaban acostumbrados desde antes – o como sería en el futuro.
Deambulando por un desierto totalmente inhóspito, de animales dañinos, y
bajo el sol, vivían “como dentro de una burbuja”.
La Torá nos relata sobre un evento que modificó para siempre el curso
de la historia del pueblo de Israel. Aun si nos esmerásemos por
comprender los sucesos, nos va a ser muy difícil identificarnos con los
protagonistas, pues estamos tan lejos de su realidad, que toda
comparación sería meramente superficial. Se trata del episodio de la
construcción del becerro de oro, sobre el cual se explaya la Torá en el
libro Shmot.
No obstante, la Torá nos cuenta cómo se dieron las cosas, pues, sin
duda, habrá mucho para aprender de las analogías que podamos establecer
entre lo que sucedió entonces y nuestra propia vida.
Moshé subió a la montaña
Moshé realmente se había ocupado de todas las necesidades de los judíos y éstos se sentían seguros y resguardados junto a él.
Después de la Revelación, como sabemos, Moshé les avisó que se iba a
ausentar durante cuarenta días para estudiar la Ley de la Torá sobre la
montaña con D”s mismo.
Según los cálculos de la gente (equivocados, por cierto), los días
que había prometido Moshé ya habían transcurrido… y Moshé no había
vuelto.
Moshé, quien les había gestado la salida de Egipto ante el Faraón, y
había producido las plagas que sufrieron los egipcios hasta que
provocaron la liberación y el éxodo, se había despedido del pueblo –
permaneciendo solo en la cima de la montaña – durante 40 días. No había
llevado consigo ni siquiera una pizca de alimento para mantenerse en
ese extenso período de tiempo.
“¿Qué le habrá pasado a Moshé?”, “¡¡Qué le habrá pasado!!” “¡¡¡Qué
será de nosotros!!!” – comenzaron a preocuparse con creciente
impaciencia y ansiedad.
Moshé era de cumplir siempre con todo lo que prometía. “¿No le habrá ocurrido algo en la cima de la montaña?”
Moshé mismo les había advertido de no acercarse a la montaña más allá
del límite, por el riesgo de morir. Él mismo se había quedado con ellos
durante la Revelación Di-vina. En “una de esas”, D”s se podía haber
enojado con él por algo y lo castigó… (no sería la primera vez, pues
antes de llegar a Egipto, Moshé casi muere por demorar el Brit Milá de
su hijo…)
¿Sabe Ud. cómo funciona la histeria de las masas cuando cunde el miedo y la incertidumbre?
La gente está propensa a creer cualquier cosa y nadie los puede parar. Como dicen: “el miedo no es zonzo”.
Si Ud. aplica esta situación a un pueblo que está varado en medio del
desierto con sus familias, pues, no es muy difícil imaginar cómo
reaccionarían. ¿Quién, acaso, les garantizaba que al día siguiente
tendrían Maná, agua y protección contra el sol?
Lo que hubo en aquel momento, entonces, fue pánico colectivo. El pánico
no tiene lógica. Hasta ese instante, en realidad, no les faltaba nada.
Pero… ¿quién sabía lo que vendría?
El Midrash aporta que en esa situación tuvieron “visiones” de Moshé que
habría muerto y estaba siendo sepultado por los ángeles. Dado que Moshé
era humano – ¿cómo podría haber sobrevivido, acaso, sobre la montaña
durante cuarenta días sin comida?
Cunde la sicosis
Así, el rumor sobre la muerte de Moshé se convirtió en una “certeza”.
“¿Qué hacer ahora?” – se preguntaron uno al otro. “¡Vayamos a Aharón y
exijámosle que nos dé un sustituto de Moshé, una imagen para que nos
saque de este lugar!” – propusieron algunos.
Fue en aquella coyuntura que sucedió uno de los episodios más
dolorosos y de mayor trascendencia de toda la historia del judaísmo.
Apenas pasaron unas horas desde que – acorde a sus cuentas – Moshé
debiera haber vuelto, cuando decidieron que sin duda Moshé no habría
subsistido – y que ya no volvería jamás.
De inmediato se generó el gran temor: ¿cómo harían ellos para salir de ese trance?
Si ya no habrían de suceder más los milagros que había realizado Moshé –
¡se quedarían sin alimento y sin agua – y se morirían de la manera más
cruel imaginable en medio del desierto!
Rápidamente buscaron un reemplazo espiritual a Moshé. Esa substitución tomaría forma de becerro.
Aharón se hace cargo, pero…
Dicho y hecho. Aharón mismo estaba en un serio dilema.
No es nada fácil frenar a la masa que no quiere entrar en razón. Hacía
apenas cuarenta días habían escuchado claramente la prohibición de crear
imágenes por el segundo de los diez mandamientos, aunque no fuesen
objeto de adoración. (La mayoría de los comentaristas – Ibn Ezra,
Ramba”n – explican que el pueblo no pidió adorar al becerro de oro que
luego se creó.) Según el Midrash, su sobrino Jur intentó detener al
gentío y lo “lincharon”. Dado que no había forma de disuadir a la gente,
Aharón se decidió por otra táctica. Intentó ganar tiempo.
Primero pidió que traigan las joyas de sus familiares para donarlas.
De este modo, pensó, habría oposición en las casas y se ganaría tiempo.
No funcionó. Al rato estaban allí todos de vuelta con las joyas. Después
fundió todo el oro que se había juntado. Algunos hechiceros (en Egipto,
la magia siempre estuvo de moda) se ocuparon de darle forma de ternero
(ciertos comentarios explican el porqué de la elección de aquella
imagen). Entre los egipcios que acompañaron a los hebreos en su partida
de Egipto (el “erev rav” de Shmot 12:38), algunos sugirieron a los
judíos que esta nueva imagen era la que había sacado a Israel de Egipto:
“estos son vuestros dioses…” – dijeron (32:4).
Aharón esperaba que al amanecer del día siguiente Moshé con seguridad
estaría de vuelta, y, con eso, ya estaría resuelto el problema. Dado
que Moshé traería consigo las Tablas de la Ley, anunció que al día
siguiente habría una gran fiesta (32:5). Alguna gente, sin embargo, se
adelantó y comenzó a adorar al becerro, y, como sucede habitualmente en
los cultos, se prestaron a toda clase de desenfreno, cometiendo las
peores ofensas (32:6).
Antes que Moshé bajara de la montaña, D”s le avisó que el pueblo
había pecado seriamente (en distintos grados) y que estaba dispuesto a
destruirlos a todos – si Moshé se lo permitiera – para comenzar a partir
de él, de Moshé, una nueva nación. Moshé dedujo de las palabras de D”s,
que de él dependía – es decir, de sus rezos – que D”s no aniquilara al
pueblo. Inmediatamente se puso a la altura de las circunstancias y rezó
por ellos. De ninguna manera iba a acceder a que D”s los reemplazara por
él.
El jolgorio
Moshé bajaba, y al pie de la montaña su discípulo Iehoshúa, que lo había
estado esperando todo aquel lapso, desconocía lo que estaba
aconteciendo con el resto del pueblo. Apenas vio a Moshé, lo acompañó en
lo que restaba de la marcha para presentarse con las tablas ante el
pueblo. A la distancia ya se escuchaba una gran bulla. El ruido del
jaleo era tan intenso que Iehoshúa creyó que el pueblo estaba en guerra
(Shmot 32:17).
Moshé lo corrigió: “Las voces que escuchamos no son exclamaciones de
victoria, ni alaridos de derrota: son voces de opresión – ‘Kol annot
anojí shomea’ – las que yo escucho”.
Rash”í explica que las “voces de opresión” se refieren a “expresiones de
insulto que vejan al alma”. (Volveremos sobre el significado de estas
palabras)
La escena con la que se encontró, era exactamente opuesta a la que vivió
algunas semanas antes – con ese mismo pueblo que exclamó, aceptando
obedecer toda la Torá, sin condiciones y al unísono: “Naasé VeNishmá”.
El jolgorio que tenía a la vista, provocó que Moshé decidiera romper
las tablas: “y fue cuando vio el becerro y las rondas de baile, y se
enojó y rompió las Tablas de la Ley” (32:19). (A fin de salvar al
pueblo de un castigo mayor, Moshé destruyó las Tablas de la Ley, para
que de ese modo no existiera la evidencia concreta de lo que D”s había
ordenado recientemente a los judíos y estos traicionaron).
Fue al becerro, lo destruyó y juzgó a los culpables. Cuarenta días y
noches seguidos volvió a estar con D”s para suplicarle que perdonara el
pecado de su nación y otros cuarenta días y noches para que D”s le
escribiera sobre nuevas tablas, los diez mandamientos que había escrito
sobre las primeras. D”s perdonó y no destruyó, pero la marca quedó.
En todos los futuros castigos, se les agregaría una pequeña cuota de la sanción del becerro de oro (32:34).
Hay un punto en esta historia que llama la atención: el primer día en
que habían creado el becerro, D”s calló este hecho, y recién se lo hizo
saber a Moshé al día siguiente, cuando se había desatado la fiesta.
¿Por qué?
Asimismo, en el momento en que Moshé destruyó las tablas, el pasaje de
la Torá nos menciona que vio “el becerro y los bailes” (Shmot 32:19).
¿No constituía el becerro razón suficiente para generar esa reacción en
Moshé?
Rav Ovadia Sforno (famoso comentarista italiano de la Torá del siglo
XVI), nos hace ver la valiosa deducción del orden en que se nos narra
estos incidentes.
¿Qué era peor? ¿el becerro de oro mismo – o las rondas y los bailes a su alrededor?
Si D”s demoró en avisar a Moshé acerca de lo que sucedía, esto
seguramente era porque había aun esperanza en que se retractaran de lo
que hacían. Sin embargo, finalmente el jolgorio terminó por enfurecer a
D”s (y a Moshé) – no menos que la ira que había causado el becerro.
¿Por qué?
Pues, mientras solamente habían errado con el armado del becerro, aun
podían reflexionar acerca de su error si comenzaban a ponderar la
situación. Sin embargo, una vez que comenzaron a festejar, ya era
difícil volverse atrás porque el objetivo del propio jolgorio era para
no escuchar la propia conciencia y las posibles palabras de corrección
de quienes los podían llegar a criticar. Una vez que se desata el
desenfreno, este cobra vida propia y tiene propias consecuencias,
independientes de la causa que lo provocó en primer lugar.
El alma de cada individuo tiene sus medios para expresarse – siempre que esté quien la quiere sintonizar.
Ahora bien: no siempre uno está abierto y dispuesto a escuchar. Por eso
se eleva el volumen de la música – para ahogar el pudor e intentar
callar la voz sensible interna que está llamando la atención.
Por el lado de Moshé, aprendemos que el líder debe estar siempre al
lado del pueblo, aun cuando hacen las cosas mal y no esperar que lo
llamen para que los ayude a salir de los problemas en los que se
metieron.
Moshé no se detuvo cuando tuvo que enfrentar la situación para sancionar
a quienes debía, no dejó de defender su causa ante D”s – en lugar de
llevar “agua para su propio molino” y rezó por ellos para restablecer el
anterior vínculo con D”s. (Rebbe de Slonim. Ibid).
El yerro del becerro de oro, no fue el único ni el último de su índole.
Hacemos referencia en nuestras Tefilot (oraciones) a él y repetimos las
palabras del rezo de Moshé una y otra vez en Iom Kipur. Una de las
lecciones para todos los tiempos es que, más allá de la importancia de
no caer, debemos saber que, aun caídos – incluso muy profundo – siempre
es posible levantarse. Eso es, si existe la voluntad de hacerlo.
“Mientras el Rey estaba aún en el agasajo (Sinaí), mis malas acciones
provocaron que disminuya el bálsamo agradable (al erigir el becerro);
pero, mi Amado (D”s) respondió con un atado de mirra, la fragancia que
irradiaría del Santuario (el Mishkán) en el que Él residiría
prontamente; cual racimo de alheña, mi Amado multiplicó Su
condescendencia para conmigo…” (Shir HaShirim 1:12, 13,14).
“En Jorev (Monte Sinaí) fueron engalanados con coronas (espirituales
que denotaban su nobleza espiritual), y en (el mismo) Jorev las
perdieron”, pero “volverán a merecerlas en el futuro” (Shabat 88.).
La Torá y el vínculo con D”s al que se habían obligado permanecerían con Israel para siempre.
DÍA DE ALEGRÍA, DÍA DE TRAGEDIA
Comenzó siendo la mejor de las circunstancias y se convirtió en la peor.
El Mishkán (Tabernáculo) había sido finalmente completado, y la celebración por su inauguración, se había iniciado.
La fecha era Rosh Jodesh Nisán, y había transcurrido ya casi un año
desde la gloriosa salida de Egipto. En ese año habían sucedido muchas
cosas. El evento más relevante fue la Revelación Di-vina frente al
Monte Sinaí, que lamentablemente se vio eclipsado por los amargos
acontecimientos que se precipitaron alrededor del alzamiento del becerro
de oro. Cuando Moshé bajó con el segundo par de Lujot, indicó a su vez,
cómo debía construirse el Mishkán.
El pueblo respondió rápida y generosamente y los artesanos comenzaron la obra de inmediato.
Con mucha dedicación y concentración, Betzalel y sus compañeros
terminaron la obra, que ya estaba lista para ser ensamblada. Durante
ocho días se entrenaron aquellos que comenzarían a ser Cohanim a partir
de aquel momento – Aharón y sus cuatro hijos.
A medida que se acercaba el gran día de la inauguración, la ilusión del
pueblo de haber sido perdonado por el pecado del becerro, crecía.
Finalmente llegó el gran día.
Aharón vacilaba aun entonces si acercarse al Mizbeaj (altar). ¿Era él el
indicado? ¿no había, acaso, colaborado en la aberración nacional del
becerro de oro?
Moshé respondió: “¿Por qué dudas? ¡Precisamente, ese es el motivo por el
que fuiste elegido!” (Rash”í Vaikrá 9:7 de Torat Cohanim 8).
No faltaban justificaciones para Aharón respecto a su proceder, cuando fue presionado a construir el becerro.
En su momento, como dijimos, su intención había sido la de dilatar el
requerimiento errado del pueblo a fin de evitar que suceda una
aberración más grave hasta que llegara Moshé y se aclarara todo el
panorama. Aparte de eso, vimos que en el tumulto ya habían matado a Jur,
que lo acompañaba en secundar a Moshé, por oponerse a la solicitud de
la gente.
Sin embargo, Aharón no eludió su responsabilidad, colocando la culpa
solamente en la gente que adoró al becerro de oro, sino que aceptó el
yerro sobre sus propios hombros, porque la responsabilidad viene con
grandeza (Rav Ierujam Levovitz sz”l).
Aharón (el Sumo Sacerdote) y sus hijos, trajeron las ofrendas
especiales, y se percibía mucha expectativa en el campamento de la
nación judía que estaba a la espera de alguna señal de D”s que
demostrara la disposición de volver a morar con ellos tal como cuando
recibieron la Ley frente al Monte Sinaí.
Sin embargo, no se veía nada fuera de lo normal. Aharón sentía una
enorme vergüenza. Tenía la certeza que D”s lo consideraba a él culpable
del gran pecado.
Luego de bendecir al pueblo, y junto a Moshé, ingresó a la parte
cubierta del Mishkán para pedir al Todopoderoso que haga notar Su
Presencia en el lugar.
Repentinamente, salió un fuego de D”s y consumió las ofrendas que
estaban sobre el altar. Al ver esto el pueblo, estallaron en júbilo,
corearon loas y alabanzas a D”s y cayeron en carácter reverencial sobre
sus rostros, con una emoción inigualable.
En medio de aquella exaltación, los dos hijos mayores de Aharón –
Nadav y Avihu – tomaron cada cual su utensilio y trajeron una ofrenda de
Ketoret (incienso) que no acordaba con lo que exige la Torá – “un fuego
extraño que no había mandado D”s”.
Al percibir el inmenso cariño que D”s exhibió hacia los judíos al
perdonarles y enviarles Su fuego, quisieron reciprocar con su propio
fuego terrenal (Sifri).
Hay quienes opinan que Nadav y Avihu trajeron el Ketoret improcedente
antes que bajara el Fuego Celestial, sorteando con su acción la
autoridad de Moshé, que no había indicado hacerlo.
De inmediato: “Y salió, pues, un fuego de delante de D”s y los consumió, y murieron ante D”s” (Vaikrá 10:1-2).
¿Qué hicieron Nadav y Avihu?
Distintas opiniones del Talmud explican qué es lo que realmente sucedió (en qué habían errado).
Algunos comentarios interpretan literalmente el versículo, tal como
acabamos de exponer, afirmando que los hijos de Aharón dictaminaron una
decisión halájica (ley bíblica) en presencia de su maestro – Moshé – al
entender que debían sumar un fuego terrenal al Fuego Celestial recién
evidenciado (Eruvin 63., Iomá 53.).
Ciertas autoridades opinan que tomaron fuego del Mizbeaj (altar),
mientras que otras dicen que llevaron un fuego “privado”. Otras
mencionan que ingresaron al Kodesh haKodashim, sitio al que solamente
entra el Cohen Gadol en Iom Kipur.
Hay quienes juzgan que no llevaban puesto el uniforme de los Cohanim,
o que no se habían lavado previamente las manos y los pies como deben
hacerlo los Cohanim antes de proceder al Servicio del Mishkán.
Otros dicen que llevaron a cabo su servicio en el Mishkán después de beber vino (Midrash Rabá, Vaikrá 12:1).
Algunos sostienen que su verdadero castigo había sido merecido en el
Sinaí, cuando se entregó la Torá. En aquel momento, Nadav y Avihu y los
ancianos del pueblo, experimentaron la intensidad de la Presencia
Di-vina, sin por eso mantenerse a la altura de lo que esa observación
implicó (Shmot 24:11, Midrash Tanjuma Behaalotjá 15), o acercándose más
de lo debido al Monte Sinaí mientras ardía (Zvajim 115:). El castigo por
aquel descuido había quedado suspendido hasta el momento de la
inauguración del Mishkán.
Aparte hay quienes dicen que el castigo se produjo porque se negaron a
contraer matrimonio, alegando que su linaje era tan digno que no habría
mujer soltera que esté a la altura de casarse con ellos.
Otra interpretación es que comenzaron a discutir su futuro liderazgo,
tomándolo como seguro después que ocurriera el fallecimiento de los dos
“ancianos” (Moshé y Aharón), y dudando si, llegado el momento, serían
espiritualmente dignos de aquellos encumbrados cargos.
En todas estas opiniones divergentes, se debe abordar una importante
cuestión: si todos o algunos de estos descuidos que se describen fueron
sus pecados reales – ¿por qué utilizó entonces la Torá la terminología
“un fuego extraño que D”s no había mandado” para describir su
transgresión – que es la única razón explícita?
La respuesta es que lo que los Sabios nos describen no es el pecado
mismo, sino las condiciones que condujeron a tal situación, pues
personas de la talla de ellos, no caerían tan fácilmente en un error tan
grave.
Según todas las opiniones, ellos tuvieron las mejores intenciones, pero
sus actos carecían de control y supervisión. La falta de vigilancia en
las acciones puede conducir a resultados desastrosos.
En realidad, Nadav y Avihu eran considerados muy santos y piadosos.
Pero aquel pequeño grado de exceso de confianza, los llevó a actuar a
cada uno en forma independiente – sin siquiera consultarse mutuamente.
Esto terminó con su desaparición. Tal vez creyeron que estaban en
condiciones de emitir una sentencia sin Moshé, o que un poco de vino
podía mejorar su servicio.
Esta fue la terrible violación: el pronunciamiento de una sentencia
frente a un maestro. Cuando la gente emite opiniones y comentarios sobre
todos los aspectos de la vida o Halajá sin consultar a sus mayores (en
edad o conocimientos), están cometiendo una terrible injusticia para
todos: nosotros y ellos mismos.
En teoría, pueden haber sido ideas idóneas, pero tomaron las decisiones sin consulta, asesoramiento o consentimiento.
El castigo de quienes están más próximos
Efectivamente, se esperaba para ellos acceder al liderazgo – un
liderazgo que nunca se materializó. Tenían el deseo de contribuir con su
propio fuego, de acuerdo con sus propias visiones, pero fue considerado
“ajeno” por la Torá.
Esto también pone de relieve que el Servicio al Creador se define según
Su mandato, y no se determina por la espontaneidad humana.
Aun cuando se ofrenda los Korbanot voluntarios, estos deben cumplir los requisitos establecidos por la Torá.
Opuestamente a lo que son los sacrificios paganos, en los que la persona
quiere dictaminar a su deidad lo que debe hacer por él, en el Korbán el
judío se pone a disposición de lo que D”s exige de él según Sus leyes
(Rav Sh. R. Hirsch sz”l).
Aharón estaba muy dolido por la pérdida de sus hijos, por lo que
Moshé lo debió consolar: Moshé sabía que D”s demostraría mediante la
sanción del error aun microscópico de alguna persona sumamente santa, la
gravedad de la falta. Esto serviría de advertencia para todas las
personas: las leyes relacionadas con el Mishkán son muy serias.
Por lo tanto, aclaró a Aharón, que esto respondía a las palabras de D”s –
“mediante Mis más cercanos Seré santificado (respetado)” (Vaikrá 10:3,
Zvajim 115:).
Precisamente, la punición de una persona santa es la que demuestra que
nadie – aun el mayor intelectual – está por encima de la Ley. Cuando el
rigor de la Autoridad de D”s se manifiesta inclusive en circunstancias
tristes como la de los hijos de Aharón, las vidas de quienes provocaron
esta revelación generaron un Kidush haShem: ¡vivir es una gran
responsabilidad!
Aharón calló y aceptó las palabras de Moshé (y la decisión Di-vina).
Aharón logró esto debido a su inquebrantable fe en D”s. Una persona que
puede ver la muerte de dos de sus hijos y reaccionar con el silencio y
aceptación, demuestra la más poderosa y elocuente exposición de fe
imaginable.
Más allá del dolor por la pérdida de los hijos de Aharón, estos
perduraron en el tiempo como medio para dar Gloria a D”s por la
perfección de lo que acontece en este mundo, o sea, que cada acción
pequeña o grande – de cada ser humano tiene suma trascendencia.
La verdad de la transmisión
El pueblo lloró la gran pérdida en el día de gloria.
Sin embargo, y más allá del dolor que sufrían, Aharón y sus otros dos
hijos, no debían interrumpir la ceremonia de inauguración por el duelo
personal, e incluso debían consumir las ofrendas traídas como
consecuencia del estreno. Esta era una situación excepcional para los
hijos de Aharón, pues los Cohanim comunes (a excepción del Cohen Gadol),
habitualmente observan el duelo por familiares directos y dejan las
ofrendas durante el período de luto.
Fue así que surgió una diferencia de opiniones entre Moshé y los
sobrinos sobrevivientes – El’azar e Itamar – acerca de qué se debía
hacer con la ofrenda de Rosh Jodesh. Ellos quemaron esta ofrenda – a
raíz de su duelo, mientras que Moshé demandó que debían haberse
consumido por ellos como las restantes.
Ante el enojo de Moshé, Aharón defendió la postura de sus hijos.
¿Cómo llegó a errar Moshé?
El enojo, aun cuando justificado como en el caso de Moshé (quien se
enfadó por la conducta de Nadav y Avihu), engendra errores – aun en
personas de su estatura.
Moshé reconoció la razón en los argumentos de Aharón: “reconoció, y no se avergonzó en admitirlo” (Vaikrá 10:20, Rash”í).
Al leer estas palabras, nuestra convicción en la veracidad de cada palabra de la Torá se fortalece.
¿Por qué?
Pues el propio Moshé, quien había escuchado todos los mandamientos
directamente de D”s, no estaba dispuesto a encubrir su error, y dejarlo
solapado en la Torá.
A nosotros, no nos es ajeno el disimulo para “salvar la cara”, pues por
lo general, la gente está más preocupada por cuidar su imagen que con
ser fieles a la verdad.
Moshé podía haber temido en aquel momento que de difundirse un error de
parte de él, la gente podría llegar a dudar de toda la transmisión de la
Torá (quizás habrían más errores… – Rav Jaim Shmuelevitz sz”l 5732:27).
No obstante, como se evidencia en el desenlace de esta historia, la Torá
– por constituir la palabra de D”s – jamás permitirá ocultación alguna.
Moshé fue explícito y nos enseñó una lección para todas las
generaciones.
Y así como Aharón supo callar, y fue premiado por ello, Moshé supo ser franco.
“Hay un momento para guardar silencio, y hay un momento para enunciar” (Kohelet 3:7).
EL QUE SE RÍE, SE RÍE DE SÍ MISMO
Acerca de qué hizo el pueblo cada día durante sus cuarenta años de travesía por el desierto, no conocemos muchos detalles.
Sí sabemos que en ese lapso los judíos aprendieron las Mitzvot y se
prepararon, bajo la tutela de Moshé, para su ingreso a la Tierra de
Israel.
La Torá nos oculta, sin embargo, los incidentes que pudieron haber
ocurrido en esos años, pues no proporcionarían alguna enseñanza
trascendente para nosotros. Sin embargo, existen algunas excepciones.
Una está relacionada con un individuo que violó el Shabat juntando ramas
(Bamidbar 15:32). La otra, que sucedió en la misma época, con un
hombre que maldijo el Nombre de D”s (Vaikrá 24:10). Puesto que la Torá
no precisa el momento exacto en que estos episodios sucedieron, hay
distintas opiniones al respecto.
Moshé había indicado que cada uno de los hebreos debía acampar según
su procedencia de linaje. Las doce tribus fijaban su sitio para morar en
cada parada, a un costado del Mishkán. Cada miembro de aquella tribu
tenía un espacio asignado dentro de aquella área.
De este modo todos estaban ubicados y había orden en el campamento.
Un hombre, sin embargo, no encontró su lugar en ningún rincón del
campamento. Si bien era judío, su padre había sido egipcio. La
asignación de plazas, no obstante, era según la ascendencia paterna, y,
por lo tanto, no fue aceptado en la zona de la tribu de Dan de donde
provenía su madre – Shlomit bat Divrí – aun después de litigar ante la
corte de Moshé, de donde salió con un dictamen desfavorable.
Según el Midrash, el padre egipcio de este hombre era aquel que Moshé
había matado oportunamente para salvar al hebreo, a quien este había
estado torturando casi hasta la muerte.
El nombre de la madre refleja su actitud de entrar en conversación con
todo aquel que se le presentara – una actitud lejana al recato que se
espera de la mujer judía. La consecuencia de su conducta, fue este hijo
que tuvo con el egipcio.
De un litigio a la pelea
Esta situación atípica condujo a que el “intruso” entre a pelear con un
hombre de la tribu de Dan cuyo sitio quería usurpar, quien, sin embargo,
se resistió a resignar su espacio.
La Torá no relata los nombres de los contendientes (ambos permanecen
anónimos en la historia), pues ambos no eran merecedores de mención. No
solamente aquel que terminó maldiciendo, sino incluso el que participó
de la pelea física, en lugar de llegar a buenos términos de una manera
más dócil… (Kli Iakar).
La pelea arrastró al hijo del egipcio a cometer una de las faltas más graves imaginables: blasfemó el sagrado Nombre de D”s.
Recordemos que blasfemar es un pecado – no solo para los judíos – sino
aun para las personas de todas las demás naciones. A pesar de eso, la
Torá recalca que los vestigios de la ascendencia egipcia llevaron a que
este hombre incida en lo que jamás hubiera hecho un judío educado por
padre y madre (los conversos egipcios deben casarse entre ellos y no se
pueden unir en matrimonio con judíos raigales hasta la tercera
generación desde su conversión).
Si el enojo del pecador era contra el individuo que le impidió
establecerse en donde quería, o en contra de Moshé que falló en contra
de su aspiración: ¿por qué insultó el Nombre de D”s?
Posiblemente renegó contra el veredicto de Moshé que invocaba la
Autoridad Di-vina en sus sentencias, o, según el Midrash mencionado
anteriormente, porque su padre había muerto como resultado del Nombre de
D”s invocado oportunamente por Moshé.
El origen de la blasfemia
Cuando la Torá introduce esta historia, comienza diciendo que este
individuo “salió” – sin explicar de dónde “salió”. Acerca de esto
existen varias opiniones entre los comentaristas.
A simple vista, “salió” del área que tenían adjudicados quienes no
pertenecían a las tribus, o que “salió” de la carpa para pelear.
Hay quienes explican – además – que “salió” del párrafo anterior del que
habla la Torá: allí se enseña que en el Mishkán se deben colocar
semanalmente doce panes preparados de una manera muy especial. Cada
Shabat, se cambian por panes nuevos, se quema el incienso, y los de la
semana pasada son comidos por los Cohanim.
La persona en cuestión se burló: ¡¿acaso delante de un rey se deja servido pan viejo (de una semana)?!
En realidad, más allá del comentario sarcástico de este hombre,
sucedían muchos milagros dentro del Bet haMikdash (a partir de cuando
fue construido en reemplazo del Mishkán), tal como se enumera en el
Talmud (Pirkei Avot 5:5, y en Iomá 21.).
Una de aquellas maravillas que sucedían semana tras semana, era que el
pan que se colocaba en el Mishkán permanecía fresco – como recién sacado
del horno – hasta que lo consumían los Cohanim al Shabat siguiente.
Cuando los peregrinos visitaban el Bet haMikdash en las Tres
Festividades, los Cohanim levantaban la cortina para que estos judíos
puedan apreciar el amor que se manifestaba a diario en el santuario
mediante estos fenómenos (Jaguigá 26:).
Al margen de la inexactitud de las palabras en tono de sorna acerca
del pan, esta ironía le abrió el camino para que termine expresando la
blasfemia.
Aquellos que lo escucharon presentaron su testimonio ante los
tribunales, y la Torá indica la sanción que recibe quien comete el
terrible pecado, por lo que este individuo también fue condenado.
El poder de la burla
¿Cómo puede ser que una persona caiga tan bajo – y tan rápido?; ¿acaso
no había participado en las maravillas de la reciente salida de Egipto?
Habitualmente, en condiciones normales, los cambios son paulatinos:
el deterioro ético es acompasado, y la inclinación destructiva del
hombre (Ietzer haRá) erosiona su voluntad, lenta pero progresivamente
(Shabat 105:). De otro modo, el hombre no estaría dispuesto a modificar
lo que está arraigado en él.
La manifestación de quebranto moral vertiginoso, que lo encontramos
en diferentes circunstancias en el TaNa”J, responde a la fragilidad de
las persuasiones frente a la desestabilización del contexto en el que
uno vive. Frecuentemente, las convicciones no son tan sólidas, y frente a
las sacudidas emocionales, se derrumban lo que parecían ser
certidumbres inconmovibles (Rav Jaim Shmuelevitz 5731:13).
Sin embargo, para llegar a este perjuicio, hubo una trama previa: la
burla. La expresión de ridiculez expresada por este hombre – aun cuando
otros estarían maravillados al presenciar el milagro del pan –
“desbloqueó” sus escrúpulos comunes con los que vivía. “Salió de su
mundo” (como dice allí el Midrash). Sin los reparos que habrían
protegido a otra persona, pudo llegar a blasfemar (Rav Jaim Shmuelevitz
5731:21).
Esta narración de la Torá, nos permite analizar uno de los hábitos
más comunes en nuestra sociedad, y que llevó al hombre en cuestión a su
última ruina: la descalificación y la mofa.
Puesto que es tan usual en el hablar de la gente, ya ni siquiera lo
vemos como una rareza ni se condena como algo “tan” negativo…
En Mesilat Iesharim (5º cap.) se compara al que habla con sarcasmo,
como “quien se hunde en el océano, pues ya no funciona con la lógica y
la inteligencia equilibrada, y es cual un borracho o un insano, a quien
ya no se pueden atribuir responsabilidades”.
Una vez destruidas las vallas levantadas por las consideraciones morales, no hay límite al derrumbe.
La sátira y el desprecio son el atajo para la descalificación del
adversario, cuando los propios argumentos esgrimidos son débiles o
inexistentes. Es ese el motivo de la universalidad de este fenómeno:
elude el razonamiento, y neutraliza toda capacidad de asombro y respeto.
Koraj
Otro que utilizó esta estrategia fue Koraj en su levantamiento contra
Moshé (ver más adelante “La Insurrección”). Según el Midrash (Ialkut
Shimoní, Koraj), Koraj mantuvo una reunión “partidaria” toda la noche de
su rebelión, a fin de conseguir adeptos a su causa, precisamente
mediante el uso de ficciones burlescas que pintaban la Torá como un
invento absurdo de Moshé. En sus palabras, Koraj presentaba la
normativa de lo que la Torá dispone para Cohanim, Leviím y necesitados,
como un aprovechamiento de la clase dirigente.
Los conceptos que Koraj vertió ante el público eran técnicamente
ciertos – pero sacados de contexto – y, por lo tanto, tergiversados. El
Midrash rotula este discurso como “Leitzanut” (ironía). Las “medias
verdades” a las que hacía referencia son aun más peligrosas que si
hubieran sido inventos concebidos por él.
Los Sabios se expresaron respecto al hombre irónico con suma
rigurosidad, pues aquel que opta por esa actitud, no tiene reparación. A
diferencia del pecador común, que infringe porque siente cierta
atracción momentánea por algo que está proscrito, pero que después de
haber faltado a su deber se puede sentir avergonzado del acto – más aun
si alguna persona le hace ver su error, el satírico elude toda palabra
de censura o corrección (e incluso se burla de ella).
Sigue Mesilat Iesharim: “tal como un escudo untado con aceite, de
modo que las flechas que le llegan se resbalen y caigan, así también la
ironía – con tan solo un poco de risa y burla – hace desviar su
despertar y capacidad de asombro, de modo tal que no tengan efecto
alguno sobre él, no por falta de capacidad intelectual, sino porque el
poder de la burla destruye la moral y el respeto”.
El cínico, junto al que habla maledicencia, el adulador y el
mentiroso, pertenecen a las cuatro categorías rechazadas por la
Presencia Di-vina (Avodá Zará 18:).
“Grave es ‘Leitzanut’, pues los habitantes de Sdom no fueron castigados hasta que burlaron a Lot”.
“Penoso es ‘Leitzanut’, pues los filisteos no fueron condenados hasta que hostigaron a Shimshón”.
“Peligroso es ‘Leitzanut’, pues nuestros antepasados no fueron sentenciados hasta que deshonraron (las Mitzvot)”.
“Engorroso es ‘Leitzanut’, pues los egipcios no fueron diezmados hasta que ridiculizaron a Israel” (Midrash haGadol).
¿Cuál es el origen psicológico y moral del sarcasmo?
Shaarei Tshuvá (de Rabenu Ioná de Gerona), se explaya en el tema: “el
creerse inteligente a ojos propios (o sea: su altanería). Y tanto lo
domina esa cualidad, que a raíz de su engreimiento se desconecta del
mundo, y es invalidado en su mente con su sonrisa cáustica y
despreciativa”.
Sin embargo, la burla tiene su seducción, y la gente la disfruta. De
ahí, la gravedad del pecado (Mahara”l Netiv haLeitzanut 2, Netiv haEmet
1).
Si el mal de la vanidad es tan evidente – ¿cómo es que el público presta atención al que se manifiesta de ese modo?
La gente toma distancia de la seriedad y la mesura. La noción de que
cada acto que uno realiza posee trascendencia y provoca un impacto en
las esferas celestiales – para amparo, o para condena – esa noción
misma, acarrea una sensación de cierto abatimiento sobre la persona. De
ese modo, uno se torna tenso y busca un alivio, a fin de absolverse del
peso de la responsabilidad y sentirse más libre. Esto lo encuentra en
la licencia y frivolidad de la diversión (Rav Avigdor Nebenzahl
shlit”a).
El que se ríe, se ríe de sí mismo.
Más de lo que manifiesta el desvergonzado sobre otros (a los que hace referencia), habla de sí mismo.
Su actitud demuestra el concepto desvalorizado que tiene de su propio
potencial espiritual, que luego proyecta en los demás seres humanos
(pues no toleraría que otros fueran superiores a él), y, obviamente,
esta actitud tiene “patas cortas”.
Los Sabios (Avodá Zará 18:) también nos advirtieron del amargo fin que tienen aquellos que acostumbran llevar una vida de burla:
“No ironicen, para que esto no les cause luego penurias”.
“Aquel que caricaturiza, disminuirá en su sustento”.
“Quien ridiculiza, trae destrucción al mundo”.
Y una pregunta muy actual:
¿No hay espacio en la vida judía para una risa sana?
Sin duda que la hay, es esencial, y los Sabios se expresaron en
términos muy favorables – siempre y cuando se emplee en el modo y
objetivo adecuado.
Rabí Beroka se encontró con Eliahu el profeta en el mercado y le
preguntó quién de entre los transeúntes era merecedor del Mundo
Venidero.
Dos de las personas señaladas por Eliahu caminaban juntas.
Rabí Beroka se les acercó para indagar acerca de su actividad (para
aprender de ellos). Estos le respondieron: “Somos humoristas y alegramos
a los que están tristes. También reconciliamos a las personas que están
peleadas” (Taanit 22.).
Hay humor permitido, y humor prohibido:
Los comentarios que desprecian los actos dignos, los que descalifican,
invalidan, desautorizan los esfuerzos ajenos – pertenecen a esa
categoría gravemente reprobada por los Sabios.
Por otro lado, la gracia que permite ver las falencias de la sociedad
para contrastar y realzar las enseñanzas de la Torá, es loable.
Estos dos individuos, permitían – con su gracia – que las personas
ansiosas y preocupadas por su sustento y demás problemas de la vida,
puedan volver a confiar en que la manutención y el bienestar están sólo
en Manos de D”s.
Asimismo, Rabá no comenzaba su Shiur (curso de estudio) sin haber
previamente deleitado a sus alumnos con palabras de humor, provocando
gracia en sus alumnos. Luego, continuaba el Shiur con la seriedad que
corresponde (Shabat 30:).
Todo tiene su forma, su espacio y su medida. La gracia, como estímulo
para relajar a las personas y tornarlas receptivas a obedecer y a
estudiar con ahínco, para levantar energías decaídas, para suavizar
ánimos ásperos o para permitir reunir a personas distanciadas por
entredichos – y solamente por esta clase de motivos – es admitida,
adecuada y loada.
UN SUEÑO QUE SE DEMORA EN CUMPLIR
Los judíos recién comenzaban su viaje hacia la Tierra de Israel. Después
de haber permanecido en el desierto frente al Monte Sinaí por casi un
año (el pecado del becerro de oro y sus consecuencias, habían demorado
al pueblo en aquel sitio), finalmente había llegado el momento de volver
a emprender viaje rumbo al destino que debían alcanzar desde su salida
de Egipto.
Esta vez se trataba – según se suponía en ese momento – del último tramo
para llegar a la Tierra Prometida. (En realidad, dado que no estuvieron
a la altura de lo que D”s esperaba de ellos, su viaje terminó
demorándose 39 años más).
Moshé, entonces, dispuso el orden en que debían acampar, y el sistema
según el cual debían viajar. Las marchas no serían fáciles. Había
sitios que poseían bondades por las que la gente querría permanecer – y
se enteraba luego de desempacar sus bienes, que no se quedarían sino que
seguirían la marcha inmediatamente. Mientras en otros, menos
agradables, y que no tenían un gran atractivo para el pueblo, habrían de
permanecer mucho tiempo. En ciertos momentos viajaban muchos días
seguidos, y en otros, sus viajes eran espaciados. Jamás sabían con
antelación cuándo y por cuánto tiempo viajarían o permanecerían
acampando.
Aun así, las quejas fueron pocas, y siguieron el ritmo de las nubes de
día y la columna de fuego de noche, que indicaban el momento de partida y
el sitio para detenerse.
Una de las enseñanzas que nos deja esto, dice Rav Eliahu Dessler sz”l
(Mijtav M’Eliahu 4° tomo), es que debemos estudiar la Torá y observar
las Mitzvot más allá de la comodidad y las circunstancias externas
reinantes.
Es común escuchar que “si tuviera un poco más de tiempo…”, o “si no se
tuviera que ocupar tanto de trabajar por el sustento”, “por los niños”,
etc. entonces su Tefilá y su estudio serían distintos…
Asimismo, durante nuestro largo exilio, hemos sido conscientes que
jamás sabríamos cuándo y por cuánto tiempo viajaríamos o nos
estacionaríamos en tal o cuál país. En cualquier momento el gobernante
de turno podría decretar disposiciones que tornarían imposible la
continuidad de una vida judía o directamente la expulsión de los judíos
a… algún nuevo sitio que los recibiera.
Sin embargo, nada de esto impidió que nuestros abuelos siguieran
aferrados a su creencia y al cumplimiento de las Mitzvot de D”s.
Comenzó un primer trayecto del viaje. Duró tres días (Bamidbar 10:33).
Pero, de inmediato surgieron obstáculos: el modo de despedirse del Monte
Sinaí no fue el adecuado. Considerando que en aquel lugar habían
presenciado la Revelación Di-vina y habían aprendido las Mitzvot, el
alejamiento debería haber desencadenado emociones de añoranza por
separarse de un sitio de tanto ascenso espiritual. Pero ello no ocurrió
así: por el contrario, el pueblo estaba feliz por irse de Sinaí, igual a
un niño “que se escapa de la escuela” (cuando el maestro se acuerda a
último minuto que los alumnos lleven tarea para el hogar – Shabat
116.). O sea: no sentían la necesidad de recibir más Mitzvot.
¡Qué contraste con el modo de distanciarse del mar, que había
arrojado el botín que los egipcios llevaron consigo cuando salieron a
capturar a los hebreos!: Moshé debió insistir y obligarlos a comenzar la
marcha. En cambio ahora la partida fue marcada por una sensación de
alivio… (Saba de Slabodka sz”l).
Interrupción entre las desgracias
En la Torá, encontramos que entre este episodio y el próximo, se
intercalan dos versículos separados del resto del texto por las letras
“nun” invertidas: uno de los motivos mencionados en el Talmud (ibid) a
estos extraños símbolos, es la división entre los incidentes de conducta
negativa de los israelitas.
Estos son los versículos con los que acompañamos a la Torá en la
sinagoga al retirarla del Arón haKodesh (Heijal) para leer de ella y al
colocarla de vuelta en su lugar.
Moshé, en estos pasajes y hablándole a D”s cuando comenzaban a
trasladarse de un sitio al próximo, expresó su apego y sumisión íntegros
a la Voluntad del Todopoderoso – en contraste al murmullo y a la
lamentación reiterada del pueblo (Rav Sh.R. Hirsch sz”l).
Taveirá
Parte del pueblo comenzó a murmurar.
Hay distintas opiniones sobre si los que protestaron fueron del nivel
inferior del pueblo (personas ordinarias) o si se trataba de personas
con cargos jerárquicos.
El sentimiento que expresaron fue “mit’onenim”: quienes practican duelo para sí mismos (Rav Sh.R. Hirsch sz”l).
Habitualmente, el duelo es una forma de manifestar la pérdida de un ser
querido (Onen, en hebreo). En este caso, sentían que ellos mismos
estaban “como muertos”, como si no existieran para todo lo que se
considerara “práctico” y “real” en este mundo. Si fuera por lo que
Moshé les estaba enseñando en la Torá, esta situación de “no
integración” en los eventos del resto de la humanidad, tampoco cambiaría
en el futuro.
No participaban de las guerras y conquistas como las demás naciones – ni
tampoco en el futuro sería importante dominar a otros pueblos.
En materia económica, se alimentaban con la asignación diaria proveída
por D”s, y aun cuando conquistarían la Tierra de Israel, no tendrían
aspiraciones, ni debería serles significativo poseer lujos o ser más que
otros en cuestiones materiales.
En fin: todo aquello por lo que compiten las naciones, perdería valor
a ojos de los judíos, que no estarían interesados en participar, ni
superar a sus adversarios. Con el cumplimiento de las Mitzvot, se
habían separado para siempre de la sociedad gentil general.
Si bien, ciertamente, habían manifestado “Na’asé veNishmá” en el Sinaí
un año antes, recién ahora todo esto se tornaba en una realidad
palpable.
Cuando las quejas se expresan en forma de siseo callado, suelen ser
el resultado de sentimientos que las personas tienen vergüenza de
manifestar en voz alta (en el fuero interno, una voz interior le hace
dudar de la sinceridad de su argumento…).
En el descontento personal, frecuentemente se mezclan las disposiciones
que se perciben: lo que uno cree que es el motivo de su queja, puede
parecer como si fuera la causa auténtica de aquel sentimiento, mientras
que en realidad es el pretexto que se busca, para justificar el
descontento…
Entonces fueron castigados con un Fuego Di-vino quienes participaron
de esa protesta, y Moshé intervino para evitar un castigo aun mayor para
el pueblo.
Pero las cosas no terminaron ahí.
El menú con el que se nutrían a diario, era sumamente simple y monótono:
Man a la mañana, al mediodía y a la noche. Esto sucedía todas las
semanas, sin modificaciones en la carta. A nosotros, que estamos muy
consentidos por nuestro estilo de vida, esto nos parecería totalmente
imposible de sobrellevar, siquiera por una semana.
Sin embargo, la Torá nos cuenta que, a esa altura, nuestros abuelos
venían comiendo este alimento durante un año – sin protestar.
Si bien físicamente la ración se digería en su totalidad, los judíos
entendieron que esto era sobre-natural. Ellos conocían y recordaban lo
que había sido la comida “acostumbrada” – en abundancia o en escasez –
en Egipto. Por lo tanto, comenzaron a protestar: “no queremos ser seres
‘extra-terrestres’, queremos ser ‘normales’” – dijeron. Es decir:
“queremos tener deseos por las cuestiones elementales, tal como los
teníamos estando en Egipto”. No querían más la misma “comida con sabor
a…”.
Es así, que una parte de los judíos se rehusaron a seguir con esta
modalidad impuesta por D”s. Querían tener los placeres tangibles a su
alcance y, al mismo tiempo, lidiar con la pugna por auto-limitarse en
los encantos terrenales. En las palabras de la Torá, dice que algunos
judíos: “hit’avú ta’avá”, es decir que “apetecieron el deseo” (Bamidbar
11:4).
Oculto, pero no menos grave en esta nueva queja, estaba el
resentimiento porque se les habían prohibido los matrimonios con
parientes que la Torá determina que se llaman incesto.
El Sanhedrin de Moshé
Moshé hizo llegar el pedido del pueblo ante D”s.
Al analizar la forma de dirigirse a D”s, uno percibe la frustración que
sienten los líderes cuando las personas a quienes están sirviendo y
asistiendo continuamente – día y noche – no aprenden la lección y se
quejan inútilmente.
“¿Por qué has puesto esta carga sobre mis hombros? ¡Hasta cuándo deberé
cargar con este pueblo así como lo hace una nodriza con la criatura!”
(Bamidbar 11:11, 12).
“¡¿Acaso estarán satisfechos si uno les proporciona todos los peces del mar?!”
El Talmud enseña de esta frase que la obligación del líder judío es
soportar y tolerar tantas situaciones inherentes a la tarea de ser
precisamente eso: guías de la nación (Sanhedrin 8:), como fuera
necesario.
Fue entonces que D”s ordenó a Moshé reunir 70 hombres destacados del
pueblo, para formar el primer Sanhedrín que acompañaría precisamente a
Moshé en su gestión.
Moshé debía adelantar a estas personas que su tarea incluía dotarse de
la paciencia necesaria para tratar con individuos indóciles y revoltosos
(Bamidbar 11:17, Rash”í), y sin embargo, deberían saber (al mismo
tiempo) que su cargo era un privilegio: “tómalos con palabras
alentadoras: Bienaventurados de estar (Uds.) a cargo de los hijos del
Todopoderoso” (Bamidbar 11:16, Rash”í).
Una disposición no quita a la otra…
La convocatoria para formar el Sanhedrín de Moshé debía ser
equitativa entre los integrantes de todas las tribus, y las personas
invitadas debían ser aquellas que anteriormente – en Egipto – habían
mostrado valentía y compasión para proteger a sus compañeros hebreos de
los látigos egipcios. Fue así, que se presentaron seis miembros de cada
una de las doce tribus (lo cual haría un total de setenta y dos). Al
necesitarse tan solo setenta constituyentes para el flamante Sanhedrín,
dos de ellos excederían del número requerido por D”s (72 en lugar de los
70).
Fue por eso que Eldad y Meidad, muy modestos ciertamente, no se presentaron – ¡por decisión y voluntad propia!
Pero, a pesar de su ausencia, la profecía posó sobre ellos y comenzaron a decir predicciones (no tenían opción de callarlas).
Algunas autoridades sostienen que vaticinaron sobre las aves de Slav que
estaban por acercarse al campamento, mientras que otros opinan que
hablaron sobre la futura batalla de Gog. Una tercera opinión les
atribuye el presagio de la futura muerte de Moshé en el desierto, y el
posterior liderazgo de Iehoshúa para ingresar con el pueblo a la tierra
prometida de Israel.
Iehoshúa por supuesto se sintió mal por Moshé, y pidió que los detenga.
Según algunos, Iehoshúa celó porque profetas menores no deberían
predecir ante sus colegas mayores, mientras que otros ven en las
palabras de estos dos hombres, una afrenta a Moshé.
¿Cómo quería Iehoshúa que se limite la profecía de Eldad y Meidad, siendo que sus palabras provenían de D”s?
“Pon sobre ellos tareas comunitarias, y su profecía se acabará…” (al
estar agobiados por las asperezas de la labor pública, entrarán en un
estado de fastidio que los descalificará como profetas – Sanhedrín 17.).
La respuesta de Moshé, fue digna de su esplendidez de corazón. No
estuvo molesto por la profecía que a él le atañía: “Quisiera que todo el
pueblo fuesen profetas – si tan solo D”s determinara posar Su Espíritu
sobre ellos” (independientemente de lo que profetizaran, aun si fuera
contra el propio Moshé).
La tumba del deseo
Volvamos al “apetito por el deseo”.
D”s les dio la oportunidad. Hizo sobrevolar a baja altura por el
campamento unas aves denominadas “Slav”, para que los israelitas
pudieran hacerse de ellas y consumirlas. La reacción del pueblo no fue
unánime. Hubo algunos integrantes que de inmediato pusieron manos a la
obra. Cazaron cuantas aves podían y comieron. No un día o dos. Un mes
entero estuvieron disfrutando de esa voracidad.
Una vez que habían ingresado en el laberinto de la gula, ya era imposible salir de él.
La condición humana se caracteriza por su potestad para decir: “NO”, pero eso no es tan simple.
Habían perdido la opción de ser dueños de su propio proceder.
Quedaron presos del hechizo seductor “de lo que todavía me falta”. El
resultado fue la muerte “cuando la carne estaba aún entre sus dientes”.
Esta descripción de la Torá respecto a la manera de morir de estos individuos es terriblemente punzante.
¿Qué les causó la ruina?
Para responder a esta pregunta debemos hacer una reflexión que desafía una de las premisas tácitas de nuestra generación.
Existe en una parte de la sociedad, la noción muy arraigada que hay un valor auténtico en el deseo como fin en si mismo.
Efectivamente, es natural que los seres humanos tengamos antojos. Los
instaló D”s en nosotros, como parte de nuestros instintos de
auto-conservación, para que cuidemos la vida que se nos confió.
La Torá no nos exige abstenernos del placer. Justamente al contrario:
hay ocasiones, como por ejemplo, el Shabat, en los que nos deleitamos
mesuradamente con manjares, para celebrar la categoría espiritual del
momento.
Sin embargo, como principio, todo este placer está encuadrado dentro de
un marco de propósito moral, que a su vez es parte de la tarea moral de
la persona. Para emplear las palabras del Talmud (Brajot 36.): “Está
prohibido gozar de este mundo material (Olam HaZé) sin bendecir
previamente por el deleite, y quien disfruta de este mundo sin invocar
al Todopoderoso, se considera como malversación (de fondos sagrados)”.
Excepcionalmente permite la Torá que una persona acepte sobre sí el
voto de ser Nazir – quien se abstiene de acuerdo a ciertas leyes
prescriptas por la Torá (Bamidbar Cap. 6) – y apartarse temporalmente de
ciertos placeres cotidianos.
El placer nunca es un fin en si mismo. El término que describe esa
filosofía – en la que bien es aquello que le trae placer a la persona –
es el hedonismo, y contradice los principios más básicos del judaísmo.
Lamentablemente, nuestra sociedad no está lejana de esta concepción de
vida, y este es el elemento que más coadyuva e impulsa a las distintas
adicciones.
Por otro lado, la noción por la cual la persona cree que tiene
control sobre sus apetitos y que “se prueba solo un poco”, y se estará
satisfecho y no se va a querer más, no es real.
Más bien se trata de un espejismo: una ilusión falsa que difícilmente se
cumpla. Al final, cuando se sucumbe al propio deseo, nada es
suficiente.
D”s castigó a los judíos insaciables. A ese sitio, lo llamaron: “Kivrot
HaTa’avá” – la tumba del deseo (Bamidbar 11:34). No solamente la gente
pereció. Así quedó muy vívido y claro para los sobrevivientes, adónde
conduce el desenfreno.
Este episodio provocó le demora adicional de otro mes en el viaje.
Miriam
Finalmente, aprendemos acerca del incidente que ocurrió cuando Miriam,
hermana de Moshé, dedujo de un comentario que hizo su cuñada Tziporá,
que Moshé y ella vivían separados. Fue así que conversó con su otro
hermano Aharón al respecto, con el fin de remediar la situación.
Siendo ellos mismos profetas, Aharón y Miriam, y al no haber recibido
una orden de tal índole por parte de D”s, Miriam quería corregir lo que
entendía era injusto para Tziporá.
En realidad este hecho había sido una expresa orden de D”s a Moshé.
Mientras todo el pueblo volvió a vivir su vida “normal”- incluyendo las
relaciones conyugales suspendidas 3 días antes de la Revelación Di-vina
en el Monte Sinaí- (Dvarim 5:27-28) Moshé debía mantener su nueva
condición por el resto de la vida.
Sin embargo, dada la modestia inigualable de Moshé (Bamidbar 12:3), esta
condición de abstención conyugal no la dio a conocer a nadie.
Cuando Miriam habló con Aharón acerca de la “ishá kushit” (mujer
“cushita” – Bamidbar 12:1), se refería (mediante un eufemismo de la
Torá) a esta castidad oculta (mientras que ellos aun siendo profetas no
mantenían este rigor). En las palabras de censura de D”s que siguen,
D”s les aclaró a Miriam y a Aharón, que aun siendo ellos mismos también
profetas, todos los profetas – menos Moshé – tendrían apariciones opacas
(en comparación a la de Moshé – Bamidbar 12:6-7) que era prácticamente
diáfana.
Solamente Moshé era confiable “en toda Mi casa”, y sus visiones
serían cualitativamente señaladas como “aspaklaria hameirá” (visión
radiante). La humildad perfecta y sublime de Moshé, permitió que se
anulara totalmente ante D”s, como jamás volvería a ocurrir con nadie, y,
por ende, la Voz de D”s se transmitiría diáfana a través de él, de
manera como no volvería nunca más a suceder. Con esto, queda claro
porqué ningún profeta posterior podría negar aquello que Moshé enseñó.
Fue ese el motivo por el que Miriam desaprobó y comentó los hechos
con su hermano Aharón. Sus buenos designios y su profundo amor y
admiración por Moshé, no evitaron que Miriam fuera castigada por hablar
lo que no correspondía (Bamidbar 12:10).
D”s no aprobó esa actitud y, en consecuencia, Miriam sufrió de
Tzara’at (una “lepra” ritual), durante siete días. (Miriam no sabía que,
dado el calibre superior de la profecía de Moshé comparada a los demás
profetas, su situación personal y familiar era distinta por orden
Di-vina).
Si uno considera que Miriam tuvo motivos fundados, que era la hermana
mayor de Moshé y que en su niñez lo había protegido durante el decreto
infanticida del Faraón, seguramente ella podía sentirse con pleno
derecho a opinar acerca de la manera de conducirse de Moshé.
Lo que la Torá nos enseña en este episodio, es que todos los pretextos y
descargos que imaginamos, en el momento de la verdad son tan sólo eso:
excusas infructuosas.
Miriam fue sancionada: permanecería afuera del campamento durante esos siete días.
“El pueblo no continuó su travesía hasta que se reintegró Miriam” – dice
el pasaje (Bamidbar 12:15). (El porqué de esto lo vimos cuando
estudiamos el episodio en que Miriam esperó y cuidó a su hermano bebé en
la canasta).
Siete días más tarde estaban listos para partir hacia la Tierra de Israel, pero… sucedió otro traspié.
CONTRA-ESPIONAJE
Uno de los episodios más tristes de nuestra historia y uno de los que
más trascendencia tuvo en el futuro de nuestro largo devenir, se
encuentra en la lectura de Bamidbar 13:1.
Antes de entrar en tema, quiero compartir una sensación que supongo
tengo en común con muchos estudiantes de Torá. Cada vez que leemos
algún párrafo de la Torá o del TaNa”J, o digamos de cualquier narración
verídica o inventada de nuestro acervo, participamos de los eventos
poniéndonos automáticamente del lado de los “buenos”, de los que “ganan”
(una vez que llega el “Happy end” de la historia).
En ese sentido estamos equivocados en varios puntos: ni todas las
historias, especialmente las relacionadas con la vida real, tienen un
“happy end” inmediato, ni siempre en el momento ganan los buenos, y, lo
que es más doloroso, es que ni podemos estar tan seguros que – de haber
estado allí – hubiésemos estado del lado y apoyado a los buenos. Es muy
posible pensar que hubiésemos apoyado a Koraj, a los revoltosos que
pidieron agua de mala manera y comieron del Slav hasta hartarse, de los
que exigieron que hubiesen preferido volver a Egipto antes de morir en
el desierto comiendo este Man diario y aburrido, de no querer entrar a
la Tierra de Israel y conquistarla…
¿A qué vienen estas preguntas hipotéticas, si de todos modos no estuvimos presentes en aquellos episodios?
La respuesta es que, si bien nuestros maestros hicieron bien en
identificarnos a priori con la posición de Moshé y de D”s en cada
coyuntura conflictiva del desierto, solo podremos aprender de las
moralejas que dejan cada uno de los episodios, si suponemos que no
podemos asegurar nuestra inclinación espontánea hacia lo que realmente
se debe hacer correctamente.
Las historias están para que podamos trazar paralelos entre los errores
(en este caso colectivos) del pueblo de Israel y las manifestaciones de
las mismas debilidades y dificultades actuales. Solo entonces el
estudio de los acontecimientos y nuestra reflexión objetiva nos
permitirán crecer espiritualmente y, esperemos, obrar mejor cuando nos
encontremos nosotros con desafíos análogos.
La misión
La Torá nos cuenta, entonces, sobre un grupo de espías que mandó Moshé a
la tierra de Cna’an, que había sido prometida al pueblo de Israel, y
que estaban a punto de conquistar.
Los espías fueron a lo que sería la Tierra de Israel y la visitaron y reconocieron minuciosamente durante cuarenta días.
En el informe posterior, todos los espías coincidieron en que se trataba
de una tierra que – efectivamente – poseía todas las virtudes que D”s
había prometido: habían visto un país que rendía frutos extraordinarios.
Sin embargo, a ese punto, diez de los enviados comenzaron a difundir
entre la población su parecer que los habitantes de la tierra estaban
muy bien pertrechados y atrincherados, y que – por lo tanto – no podrían
conquistarla.
Estos rumores atravesaron el campamento de los israelitas rápidamente, y
los judíos muy pronto estaban llorando en sus carpas aceptando el
“hecho” de que no iban a poder tomar posesión de la tierra y que iban a
morir en el intento o en el desierto.
Llorar sin sentido
Este llanto innecesario – ellos ya habían presenciado y visto
personalmente cómo D”s los había salvado del ejército de los egipcios y
de los amalequitas hacía no tanto tiempo – provocó que D”s los castigue:
ellos mismos no entrarían a la Tierra de Israel, sino recién sus hijos –
38 años más tarde.
Solamente dos de los espías: Iehoshúa bin Nun, alumno de Moshé,
representante de la tribu de Efraim, y Calev ben Iefuné, representante
de Iehudá, alentaron – infructuosamente – a la gente para que confiaran
en la segura conquista de la Tierra de Israel. El pueblo los desoyó y
amenazaron con apedrearlos.
(Es importante marcar aquí dos puntos esenciales: los espías debían
entregar su informe a Moshé, en carácter de líder del pueblo y no debían
difundir opiniones entre la gente. A su vez, el pedido de informe era
de cómo conquistar la tierra y no se le había preguntado sobre si era
posible tomarla o no…)
El orgullo y la modestia en el lugar adecuado
¿Cuál fue en realidad la dificultad moral del momento? ¿Fue “únicamente” el temor a la derrota frente a los pueblos de Cna’an?
Cuando escuchamos a los espías hablar, oiremos las siguientes palabras:
“y fuimos en nuestros ojos como langostas, y tal fuimos considerados por
ellos”. Es decir que ellos se veían pequeños, “pobrecitos” e
indefensos ante sus propios ojos.
O sea: carentes del sano orgullo por el hecho de ser – nada menos – enviados de Moshé a la tierra que D”s prometió a los judíos.
Visto “desde afuera”, no sabemos qué es lo que realmente creían los
Cna’anitas en aquel momento. Sin embargo, pocos años más tarde, Rajav,
la mujer que albergó en su hogar a los dos espías que envió
posteriormente Iehoshúa, les confesó a ellos que estaban temerosos de
los judíos, pues habían escuchado que D”s había partido el Mar Rojo
delante de ellos (a pesar que ya habían transcurrido desde entonces 40
años).
Nuevamente debemos señalar que hay quien ve esta misma idea en las
palabras de Moshé, que les dijo a ellos en el momento de su partida:
“sean fuertes y traigan de la fruta de la tierra (como muestra)”.
¿Por qué hacía falta “ser fuerte” para ir a traer unas muestras de fruta?; ¿se las iban a quitar en la aduana?
La respuesta es que a ojos de aquel que no cree que la tierra realmente
le corresponde, porque D”s se la prometió, hasta el mero hecho de quitar
una fruta requiere de un “esfuerzo”.
Moshé bendijo a Iehoshúa antes de salir y le agregó una letra (la
Iud) al nombre (pues antes se llamaba Hoshea) para que pudiera salvarse
de la idea (el riesgo espiritual) que representaba la misión de
espionaje.
¿Por qué justamente a Iehoshúa? Pues una cualidad valiosa que distinguía a Iehoshúa era su modestia.
La modestia puede fácilmente confundirse con la falta de auto-estima
(una característica humana negativa) y con la haraganería (“de todas
maneras, ¿quién soy yo para…?”)
Calev, por otro lado, se separó del grupo y se dirigió a Jevrón para rezar junto a las tumbas de los antepasados.
Permanecer sin ser influenciado negativamente por los pares, es una de
las dificultades mayores que debe afrontar la persona (especialmente en
nuestros tiempos de generalizada falta de auto-estima).
El sabio Steipler Rav sz”l, comenta sobre aquel Midrash que relata
que los espías encontraron durante su misión numerosos cortejos
fúnebres, lo cual condujo a que ellos dictaminaran equivocadamente que
la Tierra de Israel “consume y devora a sus habitantes”.
La razón por la cual D”s había causado todos estos decesos, era para que
los Cna’anitas estuviesen ocupados con sus propios asuntos y no
prestaran atención a estos espías extraños, de modo que no fueran
descubiertos fácilmente. Los espías podían deducir fácilmente que las
numerosas muertes debían responder a una coyuntura especial (la
protección de D”s), pues si esta fuese la naturaleza del lugar, ya no
quedaría nadie fuera a los cortejos hacía tiempo…
Sin embargo, dice el Rav, la gente ve lo que quiere ver y deduce lo que le interesa.
Justamente aquello que D”s había hecho para favorecerlos (los
funerales Cna’anitas), lo utilizaron de modo opuesto (para despreciar la
Tierra de Israel y asustar a los judíos). Una de las enseñanzas de este
episodio es que está prohibido hablar peyorativamente de la Tierra de
Israel.
Cada vez que Israel atraviesa un momento difícil, debemos volver sobre
el fundamento que nos enseñó Kalev: “si D”s nos va a querer (por nuestra
conducta adecuada) entonces será nuestra” – sin que nadie pueda
cuestionarnos nuestro derecho sobre ella.
El triste epílogo de esta misión
Finalmente, lograron lo que quisieron: aquella generación no ingresó a
la Tierra de Israel. Pero no solamente tuvo consecuencias coyunturales,
sino que provocó enormes pérdidas espirituales a largo plazo.
El origen de Tish’á Be’Av es muy anterior a la destrucción del Bet
HaMikdash: el llanto no solo no fue considerado ni admitido por D”s,
sino que fue duramente censurado por Él: “¿Uds. han llorado un llanto
innecesario? ¡Yo os daré motivo válido (las penurias del exilio) para
llorar!”
¿Qué diferencia existe entre ambas lágrimas?
¿Por qué vale la lamentación de Tish’á Be’Av, mientras que fue castigada la generación del desierto por llorar?
La respuesta pasa por la característica del llanto.
El duelo de llorar por una pérdida es humano y aceptable.
Sin embargo, el berrinche de los judíos en el desierto no se debió a una
carencia o privación ocurrida, sino por la desconfianza en el futuro.
Descreían del hecho que realmente podrían conquistar la tierra de
Israel, con sus habitantes y guerreros fuertemente pertrechados.
Habiendo visto los macabros milagros que ocurrieron frente a sus ojos en
Egipto y durante el cruce del Mar Rojo, comiendo diariamente un pan
celestial, bebiendo un agua maravillosa y estando protegidos por nubes
Di-vinas, se esperaba de ellos más confianza en D”s. Este llanto de
temor y prejuicio, fue el testimonio que efectivamente no estaban a la
altura de ingresar a la tierra y la causa de los males posteriores.
Al día siguiente, un grupo arrepentido decidió por su cuenta – contra
la orden y advertencia de Moshé – avanzar e ingresar a la Tierra de
Israel.
Pero ya era tarde: habían desperdiciado la preciosa oportunidad.
La Mitzvá – y la Asistencia Di-vina necesaria – dependen de la
determinación de D”s. Israel es “nuestra”, cuando el Todopoderoso da Su
beneplácito, pero jamás la adquiriremos “por la fuerza” y contra Su
decisión.
Los enemigos con los que se encontró este grupo de guerreros judíos
los vencieron frustrando su intento de ingreso a la Tierra Prometida.
La vida en el desierto
¿Vivió Ud. alguna vez en el desierto?
No es que tenga algo de malo vivir en el desierto. Lo poco que conocemos
sobre el desierto, lo sabemos de las enciclopedias o de los textos de
geografía.
Sin embargo, muchos de los habitantes con quienes compartimos el
planeta, viven en condiciones de escasez y en el desierto mismo.
No es fácil. Hay que estar acostumbrado a vivir, o, mejor dicho, a
sobrevivir, allí. Para aquel que no está habituado, le costará un poco
adaptarse a las condiciones climáticas.
Si, de repente, estuviese allí desguarnecido de toda protección, o,
peor, si tuviese consigo a su familia, a quienes no les pueda brindar
una mínima ayuda para calmarles la sed, aliviarles del calor del sol,
del frío de la noche, del hambre, etc…, bueno, nunca quisiéramos estar
en tal situación que no es menos que desesperante.
Para nosotros, que vivimos miles de años después de estos
acontecimientos, nos es imposible imaginar el modo de vida que llevaban
los judíos recién salidos de Egipto en el desierto.
Acababan de alejarse de un modelo de sometimiento, corrupción moral e
idolatría, para pasar a asumir una ley que reglamentaría toda su vida
en una comunión nacional con D”s y que regiría hasta los temas más
íntimos de su existencia.
Complementario a esta situación – su vida no se parecía en absoluto a lo
que estaban acostumbrados desde antes – o como sería en el futuro.
Deambulando por un desierto totalmente inhóspito, de animales dañinos, y
bajo el sol, vivían “como dentro de una burbuja”.
La Torá nos relata sobre un evento que modificó para siempre el curso
de la historia del pueblo de Israel. Aun si nos esmerásemos por
comprender los sucesos, nos va a ser muy difícil identificarnos con los
protagonistas, pues estamos tan lejos de su realidad, que toda
comparación sería meramente superficial. Se trata del episodio de la
construcción del becerro de oro, sobre el cual se explaya la Torá en el
libro Shmot.
No obstante, la Torá nos cuenta cómo se dieron las cosas, pues, sin
duda, habrá mucho para aprender de las analogías que podamos establecer
entre lo que sucedió entonces y nuestra propia vida.
Moshé subió a la montaña
Moshé realmente se había ocupado de todas las necesidades de los judíos y éstos se sentían seguros y resguardados junto a él.
Después de la Revelación, como sabemos, Moshé les avisó que se iba a
ausentar durante cuarenta días para estudiar la Ley de la Torá sobre la
montaña con D”s mismo.
Según los cálculos de la gente (equivocados, por cierto), los días
que había prometido Moshé ya habían transcurrido… y Moshé no había
vuelto.
Moshé, quien les había gestado la salida de Egipto ante el Faraón, y
había producido las plagas que sufrieron los egipcios hasta que
provocaron la liberación y el éxodo, se había despedido del pueblo –
permaneciendo solo en la cima de la montaña – durante 40 días. No había
llevado consigo ni siquiera una pizca de alimento para mantenerse en
ese extenso período de tiempo.
“¿Qué le habrá pasado a Moshé?”, “¡¡Qué le habrá pasado!!” “¡¡¡Qué
será de nosotros!!!” – comenzaron a preocuparse con creciente
impaciencia y ansiedad.
Moshé era de cumplir siempre con todo lo que prometía. “¿No le habrá ocurrido algo en la cima de la montaña?”
Moshé mismo les había advertido de no acercarse a la montaña más allá
del límite, por el riesgo de morir. Él mismo se había quedado con ellos
durante la Revelación Di-vina. En “una de esas”, D”s se podía haber
enojado con él por algo y lo castigó… (no sería la primera vez, pues
antes de llegar a Egipto, Moshé casi muere por demorar el Brit Milá de
su hijo…)
¿Sabe Ud. cómo funciona la histeria de las masas cuando cunde el miedo y la incertidumbre?
La gente está propensa a creer cualquier cosa y nadie los puede parar. Como dicen: “el miedo no es zonzo”.
Si Ud. aplica esta situación a un pueblo que está varado en medio del
desierto con sus familias, pues, no es muy difícil imaginar cómo
reaccionarían. ¿Quién, acaso, les garantizaba que al día siguiente
tendrían Maná, agua y protección contra el sol?
Lo que hubo en aquel momento, entonces, fue pánico colectivo. El pánico
no tiene lógica. Hasta ese instante, en realidad, no les faltaba nada.
Pero… ¿quién sabía lo que vendría?
El Midrash aporta que en esa situación tuvieron “visiones” de Moshé que
habría muerto y estaba siendo sepultado por los ángeles. Dado que Moshé
era humano – ¿cómo podría haber sobrevivido, acaso, sobre la montaña
durante cuarenta días sin comida?
Cunde la sicosis
Así, el rumor sobre la muerte de Moshé se convirtió en una “certeza”.
“¿Qué hacer ahora?” – se preguntaron uno al otro. “¡Vayamos a Aharón y
exijámosle que nos dé un sustituto de Moshé, una imagen para que nos
saque de este lugar!” – propusieron algunos.
Fue en aquella coyuntura que sucedió uno de los episodios más
dolorosos y de mayor trascendencia de toda la historia del judaísmo.
Apenas pasaron unas horas desde que – acorde a sus cuentas – Moshé
debiera haber vuelto, cuando decidieron que sin duda Moshé no habría
subsistido – y que ya no volvería jamás.
De inmediato se generó el gran temor: ¿cómo harían ellos para salir de ese trance?
Si ya no habrían de suceder más los milagros que había realizado Moshé –
¡se quedarían sin alimento y sin agua – y se morirían de la manera más
cruel imaginable en medio del desierto!
Rápidamente buscaron un reemplazo espiritual a Moshé. Esa substitución tomaría forma de becerro.
Aharón se hace cargo, pero…
Dicho y hecho. Aharón mismo estaba en un serio dilema.
No es nada fácil frenar a la masa que no quiere entrar en razón. Hacía
apenas cuarenta días habían escuchado claramente la prohibición de crear
imágenes por el segundo de los diez mandamientos, aunque no fuesen
objeto de adoración. (La mayoría de los comentaristas – Ibn Ezra,
Ramba”n – explican que el pueblo no pidió adorar al becerro de oro que
luego se creó.) Según el Midrash, su sobrino Jur intentó detener al
gentío y lo “lincharon”. Dado que no había forma de disuadir a la gente,
Aharón se decidió por otra táctica. Intentó ganar tiempo.
Primero pidió que traigan las joyas de sus familiares para donarlas.
De este modo, pensó, habría oposición en las casas y se ganaría tiempo.
No funcionó. Al rato estaban allí todos de vuelta con las joyas. Después
fundió todo el oro que se había juntado. Algunos hechiceros (en Egipto,
la magia siempre estuvo de moda) se ocuparon de darle forma de ternero
(ciertos comentarios explican el porqué de la elección de aquella
imagen). Entre los egipcios que acompañaron a los hebreos en su partida
de Egipto (el “erev rav” de Shmot 12:38), algunos sugirieron a los
judíos que esta nueva imagen era la que había sacado a Israel de Egipto:
“estos son vuestros dioses…” – dijeron (32:4).
Aharón esperaba que al amanecer del día siguiente Moshé con seguridad
estaría de vuelta, y, con eso, ya estaría resuelto el problema. Dado
que Moshé traería consigo las Tablas de la Ley, anunció que al día
siguiente habría una gran fiesta (32:5). Alguna gente, sin embargo, se
adelantó y comenzó a adorar al becerro, y, como sucede habitualmente en
los cultos, se prestaron a toda clase de desenfreno, cometiendo las
peores ofensas (32:6).
Antes que Moshé bajara de la montaña, D”s le avisó que el pueblo
había pecado seriamente (en distintos grados) y que estaba dispuesto a
destruirlos a todos – si Moshé se lo permitiera – para comenzar a partir
de él, de Moshé, una nueva nación. Moshé dedujo de las palabras de D”s,
que de él dependía – es decir, de sus rezos – que D”s no aniquilara al
pueblo. Inmediatamente se puso a la altura de las circunstancias y rezó
por ellos. De ninguna manera iba a acceder a que D”s los reemplazara por
él.
El jolgorio
Moshé bajaba, y al pie de la montaña su discípulo Iehoshúa, que lo había
estado esperando todo aquel lapso, desconocía lo que estaba
aconteciendo con el resto del pueblo. Apenas vio a Moshé, lo acompañó en
lo que restaba de la marcha para presentarse con las tablas ante el
pueblo. A la distancia ya se escuchaba una gran bulla. El ruido del
jaleo era tan intenso que Iehoshúa creyó que el pueblo estaba en guerra
(Shmot 32:17).
Moshé lo corrigió: “Las voces que escuchamos no son exclamaciones de
victoria, ni alaridos de derrota: son voces de opresión – ‘Kol annot
anojí shomea’ – las que yo escucho”.
Rash”í explica que las “voces de opresión” se refieren a “expresiones de
insulto que vejan al alma”. (Volveremos sobre el significado de estas
palabras)
La escena con la que se encontró, era exactamente opuesta a la que vivió
algunas semanas antes – con ese mismo pueblo que exclamó, aceptando
obedecer toda la Torá, sin condiciones y al unísono: “Naasé VeNishmá”.
El jolgorio que tenía a la vista, provocó que Moshé decidiera romper
las tablas: “y fue cuando vio el becerro y las rondas de baile, y se
enojó y rompió las Tablas de la Ley” (32:19). (A fin de salvar al
pueblo de un castigo mayor, Moshé destruyó las Tablas de la Ley, para
que de ese modo no existiera la evidencia concreta de lo que D”s había
ordenado recientemente a los judíos y estos traicionaron).
Fue al becerro, lo destruyó y juzgó a los culpables. Cuarenta días y
noches seguidos volvió a estar con D”s para suplicarle que perdonara el
pecado de su nación y otros cuarenta días y noches para que D”s le
escribiera sobre nuevas tablas, los diez mandamientos que había escrito
sobre las primeras. D”s perdonó y no destruyó, pero la marca quedó.
En todos los futuros castigos, se les agregaría una pequeña cuota de la sanción del becerro de oro (32:34).
Hay un punto en esta historia que llama la atención: el primer día en
que habían creado el becerro, D”s calló este hecho, y recién se lo hizo
saber a Moshé al día siguiente, cuando se había desatado la fiesta.
¿Por qué?
Asimismo, en el momento en que Moshé destruyó las tablas, el pasaje de
la Torá nos menciona que vio “el becerro y los bailes” (Shmot 32:19).
¿No constituía el becerro razón suficiente para generar esa reacción en
Moshé?
Rav Ovadia Sforno (famoso comentarista italiano de la Torá del siglo
XVI), nos hace ver la valiosa deducción del orden en que se nos narra
estos incidentes.
¿Qué era peor? ¿el becerro de oro mismo – o las rondas y los bailes a su alrededor?
Si D”s demoró en avisar a Moshé acerca de lo que sucedía, esto
seguramente era porque había aun esperanza en que se retractaran de lo
que hacían. Sin embargo, finalmente el jolgorio terminó por enfurecer a
D”s (y a Moshé) – no menos que la ira que había causado el becerro.
¿Por qué?
Pues, mientras solamente habían errado con el armado del becerro, aun
podían reflexionar acerca de su error si comenzaban a ponderar la
situación. Sin embargo, una vez que comenzaron a festejar, ya era
difícil volverse atrás porque el objetivo del propio jolgorio era para
no escuchar la propia conciencia y las posibles palabras de corrección
de quienes los podían llegar a criticar. Una vez que se desata el
desenfreno, este cobra vida propia y tiene propias consecuencias,
independientes de la causa que lo provocó en primer lugar.
El alma de cada individuo tiene sus medios para expresarse – siempre que esté quien la quiere sintonizar.
Ahora bien: no siempre uno está abierto y dispuesto a escuchar. Por eso
se eleva el volumen de la música – para ahogar el pudor e intentar
callar la voz sensible interna que está llamando la atención.
Por el lado de Moshé, aprendemos que el líder debe estar siempre al
lado del pueblo, aun cuando hacen las cosas mal y no esperar que lo
llamen para que los ayude a salir de los problemas en los que se
metieron.
Moshé no se detuvo cuando tuvo que enfrentar la situación para sancionar
a quienes debía, no dejó de defender su causa ante D”s – en lugar de
llevar “agua para su propio molino” y rezó por ellos para restablecer el
anterior vínculo con D”s. (Rebbe de Slonim. Ibid).
El yerro del becerro de oro, no fue el único ni el último de su índole.
Hacemos referencia en nuestras Tefilot (oraciones) a él y repetimos las
palabras del rezo de Moshé una y otra vez en Iom Kipur. Una de las
lecciones para todos los tiempos es que, más allá de la importancia de
no caer, debemos saber que, aun caídos – incluso muy profundo – siempre
es posible levantarse. Eso es, si existe la voluntad de hacerlo.
“Mientras el Rey estaba aún en el agasajo (Sinaí), mis malas acciones
provocaron que disminuya el bálsamo agradable (al erigir el becerro);
pero, mi Amado (D”s) respondió con un atado de mirra, la fragancia que
irradiaría del Santuario (el Mishkán) en el que Él residiría
prontamente; cual racimo de alheña, mi Amado multiplicó Su
condescendencia para conmigo…” (Shir HaShirim 1:12, 13,14).
“En Jorev (Monte Sinaí) fueron engalanados con coronas (espirituales
que denotaban su nobleza espiritual), y en (el mismo) Jorev las
perdieron”, pero “volverán a merecerlas en el futuro” (Shabat 88.).
La Torá y el vínculo con D”s al que se habían obligado permanecerían con Israel para siempre.
DÍA DE ALEGRÍA, DÍA DE TRAGEDIA
Comenzó siendo la mejor de las circunstancias y se convirtió en la peor.
El Mishkán (Tabernáculo) había sido finalmente completado, y la celebración por su inauguración, se había iniciado.
La fecha era Rosh Jodesh Nisán, y había transcurrido ya casi un año
desde la gloriosa salida de Egipto. En ese año habían sucedido muchas
cosas. El evento más relevante fue la Revelación Di-vina frente al
Monte Sinaí, que lamentablemente se vio eclipsado por los amargos
acontecimientos que se precipitaron alrededor del alzamiento del becerro
de oro. Cuando Moshé bajó con el segundo par de Lujot, indicó a su vez,
cómo debía construirse el Mishkán.
El pueblo respondió rápida y generosamente y los artesanos comenzaron la obra de inmediato.
Con mucha dedicación y concentración, Betzalel y sus compañeros
terminaron la obra, que ya estaba lista para ser ensamblada. Durante
ocho días se entrenaron aquellos que comenzarían a ser Cohanim a partir
de aquel momento – Aharón y sus cuatro hijos.
A medida que se acercaba el gran día de la inauguración, la ilusión del
pueblo de haber sido perdonado por el pecado del becerro, crecía.
Finalmente llegó el gran día.
Aharón vacilaba aun entonces si acercarse al Mizbeaj (altar). ¿Era él el
indicado? ¿no había, acaso, colaborado en la aberración nacional del
becerro de oro?
Moshé respondió: “¿Por qué dudas? ¡Precisamente, ese es el motivo por el
que fuiste elegido!” (Rash”í Vaikrá 9:7 de Torat Cohanim 8).
No faltaban justificaciones para Aharón respecto a su proceder, cuando fue presionado a construir el becerro.
En su momento, como dijimos, su intención había sido la de dilatar el
requerimiento errado del pueblo a fin de evitar que suceda una
aberración más grave hasta que llegara Moshé y se aclarara todo el
panorama. Aparte de eso, vimos que en el tumulto ya habían matado a Jur,
que lo acompañaba en secundar a Moshé, por oponerse a la solicitud de
la gente.
Sin embargo, Aharón no eludió su responsabilidad, colocando la culpa
solamente en la gente que adoró al becerro de oro, sino que aceptó el
yerro sobre sus propios hombros, porque la responsabilidad viene con
grandeza (Rav Ierujam Levovitz sz”l).
Aharón (el Sumo Sacerdote) y sus hijos, trajeron las ofrendas
especiales, y se percibía mucha expectativa en el campamento de la
nación judía que estaba a la espera de alguna señal de D”s que
demostrara la disposición de volver a morar con ellos tal como cuando
recibieron la Ley frente al Monte Sinaí.
Sin embargo, no se veía nada fuera de lo normal. Aharón sentía una
enorme vergüenza. Tenía la certeza que D”s lo consideraba a él culpable
del gran pecado.
Luego de bendecir al pueblo, y junto a Moshé, ingresó a la parte
cubierta del Mishkán para pedir al Todopoderoso que haga notar Su
Presencia en el lugar.
Repentinamente, salió un fuego de D”s y consumió las ofrendas que
estaban sobre el altar. Al ver esto el pueblo, estallaron en júbilo,
corearon loas y alabanzas a D”s y cayeron en carácter reverencial sobre
sus rostros, con una emoción inigualable.
En medio de aquella exaltación, los dos hijos mayores de Aharón –
Nadav y Avihu – tomaron cada cual su utensilio y trajeron una ofrenda de
Ketoret (incienso) que no acordaba con lo que exige la Torá – “un fuego
extraño que no había mandado D”s”.
Al percibir el inmenso cariño que D”s exhibió hacia los judíos al
perdonarles y enviarles Su fuego, quisieron reciprocar con su propio
fuego terrenal (Sifri).
Hay quienes opinan que Nadav y Avihu trajeron el Ketoret improcedente
antes que bajara el Fuego Celestial, sorteando con su acción la
autoridad de Moshé, que no había indicado hacerlo.
De inmediato: “Y salió, pues, un fuego de delante de D”s y los consumió, y murieron ante D”s” (Vaikrá 10:1-2).
¿Qué hicieron Nadav y Avihu?
Distintas opiniones del Talmud explican qué es lo que realmente sucedió (en qué habían errado).
Algunos comentarios interpretan literalmente el versículo, tal como
acabamos de exponer, afirmando que los hijos de Aharón dictaminaron una
decisión halájica (ley bíblica) en presencia de su maestro – Moshé – al
entender que debían sumar un fuego terrenal al Fuego Celestial recién
evidenciado (Eruvin 63., Iomá 53.).
Ciertas autoridades opinan que tomaron fuego del Mizbeaj (altar),
mientras que otras dicen que llevaron un fuego “privado”. Otras
mencionan que ingresaron al Kodesh haKodashim, sitio al que solamente
entra el Cohen Gadol en Iom Kipur.
Hay quienes juzgan que no llevaban puesto el uniforme de los Cohanim,
o que no se habían lavado previamente las manos y los pies como deben
hacerlo los Cohanim antes de proceder al Servicio del Mishkán.
Otros dicen que llevaron a cabo su servicio en el Mishkán después de beber vino (Midrash Rabá, Vaikrá 12:1).
Algunos sostienen que su verdadero castigo había sido merecido en el
Sinaí, cuando se entregó la Torá. En aquel momento, Nadav y Avihu y los
ancianos del pueblo, experimentaron la intensidad de la Presencia
Di-vina, sin por eso mantenerse a la altura de lo que esa observación
implicó (Shmot 24:11, Midrash Tanjuma Behaalotjá 15), o acercándose más
de lo debido al Monte Sinaí mientras ardía (Zvajim 115:). El castigo por
aquel descuido había quedado suspendido hasta el momento de la
inauguración del Mishkán.
Aparte hay quienes dicen que el castigo se produjo porque se negaron a
contraer matrimonio, alegando que su linaje era tan digno que no habría
mujer soltera que esté a la altura de casarse con ellos.
Otra interpretación es que comenzaron a discutir su futuro liderazgo,
tomándolo como seguro después que ocurriera el fallecimiento de los dos
“ancianos” (Moshé y Aharón), y dudando si, llegado el momento, serían
espiritualmente dignos de aquellos encumbrados cargos.
En todas estas opiniones divergentes, se debe abordar una importante
cuestión: si todos o algunos de estos descuidos que se describen fueron
sus pecados reales – ¿por qué utilizó entonces la Torá la terminología
“un fuego extraño que D”s no había mandado” para describir su
transgresión – que es la única razón explícita?
La respuesta es que lo que los Sabios nos describen no es el pecado
mismo, sino las condiciones que condujeron a tal situación, pues
personas de la talla de ellos, no caerían tan fácilmente en un error tan
grave.
Según todas las opiniones, ellos tuvieron las mejores intenciones, pero
sus actos carecían de control y supervisión. La falta de vigilancia en
las acciones puede conducir a resultados desastrosos.
En realidad, Nadav y Avihu eran considerados muy santos y piadosos.
Pero aquel pequeño grado de exceso de confianza, los llevó a actuar a
cada uno en forma independiente – sin siquiera consultarse mutuamente.
Esto terminó con su desaparición. Tal vez creyeron que estaban en
condiciones de emitir una sentencia sin Moshé, o que un poco de vino
podía mejorar su servicio.
Esta fue la terrible violación: el pronunciamiento de una sentencia
frente a un maestro. Cuando la gente emite opiniones y comentarios sobre
todos los aspectos de la vida o Halajá sin consultar a sus mayores (en
edad o conocimientos), están cometiendo una terrible injusticia para
todos: nosotros y ellos mismos.
En teoría, pueden haber sido ideas idóneas, pero tomaron las decisiones sin consulta, asesoramiento o consentimiento.
El castigo de quienes están más próximos
Efectivamente, se esperaba para ellos acceder al liderazgo – un
liderazgo que nunca se materializó. Tenían el deseo de contribuir con su
propio fuego, de acuerdo con sus propias visiones, pero fue considerado
“ajeno” por la Torá.
Esto también pone de relieve que el Servicio al Creador se define según
Su mandato, y no se determina por la espontaneidad humana.
Aun cuando se ofrenda los Korbanot voluntarios, estos deben cumplir los requisitos establecidos por la Torá.
Opuestamente a lo que son los sacrificios paganos, en los que la persona
quiere dictaminar a su deidad lo que debe hacer por él, en el Korbán el
judío se pone a disposición de lo que D”s exige de él según Sus leyes
(Rav Sh. R. Hirsch sz”l).
Aharón estaba muy dolido por la pérdida de sus hijos, por lo que
Moshé lo debió consolar: Moshé sabía que D”s demostraría mediante la
sanción del error aun microscópico de alguna persona sumamente santa, la
gravedad de la falta. Esto serviría de advertencia para todas las
personas: las leyes relacionadas con el Mishkán son muy serias.
Por lo tanto, aclaró a Aharón, que esto respondía a las palabras de D”s –
“mediante Mis más cercanos Seré santificado (respetado)” (Vaikrá 10:3,
Zvajim 115:).
Precisamente, la punición de una persona santa es la que demuestra que
nadie – aun el mayor intelectual – está por encima de la Ley. Cuando el
rigor de la Autoridad de D”s se manifiesta inclusive en circunstancias
tristes como la de los hijos de Aharón, las vidas de quienes provocaron
esta revelación generaron un Kidush haShem: ¡vivir es una gran
responsabilidad!
Aharón calló y aceptó las palabras de Moshé (y la decisión Di-vina).
Aharón logró esto debido a su inquebrantable fe en D”s. Una persona que
puede ver la muerte de dos de sus hijos y reaccionar con el silencio y
aceptación, demuestra la más poderosa y elocuente exposición de fe
imaginable.
Más allá del dolor por la pérdida de los hijos de Aharón, estos
perduraron en el tiempo como medio para dar Gloria a D”s por la
perfección de lo que acontece en este mundo, o sea, que cada acción
pequeña o grande – de cada ser humano tiene suma trascendencia.
La verdad de la transmisión
El pueblo lloró la gran pérdida en el día de gloria.
Sin embargo, y más allá del dolor que sufrían, Aharón y sus otros dos
hijos, no debían interrumpir la ceremonia de inauguración por el duelo
personal, e incluso debían consumir las ofrendas traídas como
consecuencia del estreno. Esta era una situación excepcional para los
hijos de Aharón, pues los Cohanim comunes (a excepción del Cohen Gadol),
habitualmente observan el duelo por familiares directos y dejan las
ofrendas durante el período de luto.
Fue así que surgió una diferencia de opiniones entre Moshé y los
sobrinos sobrevivientes – El’azar e Itamar – acerca de qué se debía
hacer con la ofrenda de Rosh Jodesh. Ellos quemaron esta ofrenda – a
raíz de su duelo, mientras que Moshé demandó que debían haberse
consumido por ellos como las restantes.
Ante el enojo de Moshé, Aharón defendió la postura de sus hijos.
¿Cómo llegó a errar Moshé?
El enojo, aun cuando justificado como en el caso de Moshé (quien se
enfadó por la conducta de Nadav y Avihu), engendra errores – aun en
personas de su estatura.
Moshé reconoció la razón en los argumentos de Aharón: “reconoció, y no se avergonzó en admitirlo” (Vaikrá 10:20, Rash”í).
Al leer estas palabras, nuestra convicción en la veracidad de cada palabra de la Torá se fortalece.
¿Por qué?
Pues el propio Moshé, quien había escuchado todos los mandamientos
directamente de D”s, no estaba dispuesto a encubrir su error, y dejarlo
solapado en la Torá.
A nosotros, no nos es ajeno el disimulo para “salvar la cara”, pues por
lo general, la gente está más preocupada por cuidar su imagen que con
ser fieles a la verdad.
Moshé podía haber temido en aquel momento que de difundirse un error de
parte de él, la gente podría llegar a dudar de toda la transmisión de la
Torá (quizás habrían más errores… – Rav Jaim Shmuelevitz sz”l 5732:27).
No obstante, como se evidencia en el desenlace de esta historia, la Torá
– por constituir la palabra de D”s – jamás permitirá ocultación alguna.
Moshé fue explícito y nos enseñó una lección para todas las
generaciones.
Y así como Aharón supo callar, y fue premiado por ello, Moshé supo ser franco.
“Hay un momento para guardar silencio, y hay un momento para enunciar” (Kohelet 3:7).
EL QUE SE RÍE, SE RÍE DE SÍ MISMO
Acerca de qué hizo el pueblo cada día durante sus cuarenta años de travesía por el desierto, no conocemos muchos detalles.
Sí sabemos que en ese lapso los judíos aprendieron las Mitzvot y se
prepararon, bajo la tutela de Moshé, para su ingreso a la Tierra de
Israel.
La Torá nos oculta, sin embargo, los incidentes que pudieron haber
ocurrido en esos años, pues no proporcionarían alguna enseñanza
trascendente para nosotros. Sin embargo, existen algunas excepciones.
Una está relacionada con un individuo que violó el Shabat juntando ramas
(Bamidbar 15:32). La otra, que sucedió en la misma época, con un
hombre que maldijo el Nombre de D”s (Vaikrá 24:10). Puesto que la Torá
no precisa el momento exacto en que estos episodios sucedieron, hay
distintas opiniones al respecto.
Moshé había indicado que cada uno de los hebreos debía acampar según
su procedencia de linaje. Las doce tribus fijaban su sitio para morar en
cada parada, a un costado del Mishkán. Cada miembro de aquella tribu
tenía un espacio asignado dentro de aquella área.
De este modo todos estaban ubicados y había orden en el campamento.
Un hombre, sin embargo, no encontró su lugar en ningún rincón del
campamento. Si bien era judío, su padre había sido egipcio. La
asignación de plazas, no obstante, era según la ascendencia paterna, y,
por lo tanto, no fue aceptado en la zona de la tribu de Dan de donde
provenía su madre – Shlomit bat Divrí – aun después de litigar ante la
corte de Moshé, de donde salió con un dictamen desfavorable.
Según el Midrash, el padre egipcio de este hombre era aquel que Moshé
había matado oportunamente para salvar al hebreo, a quien este había
estado torturando casi hasta la muerte.
El nombre de la madre refleja su actitud de entrar en conversación con
todo aquel que se le presentara – una actitud lejana al recato que se
espera de la mujer judía. La consecuencia de su conducta, fue este hijo
que tuvo con el egipcio.
De un litigio a la pelea
Esta situación atípica condujo a que el “intruso” entre a pelear con un
hombre de la tribu de Dan cuyo sitio quería usurpar, quien, sin embargo,
se resistió a resignar su espacio.
La Torá no relata los nombres de los contendientes (ambos permanecen
anónimos en la historia), pues ambos no eran merecedores de mención. No
solamente aquel que terminó maldiciendo, sino incluso el que participó
de la pelea física, en lugar de llegar a buenos términos de una manera
más dócil… (Kli Iakar).
La pelea arrastró al hijo del egipcio a cometer una de las faltas más graves imaginables: blasfemó el sagrado Nombre de D”s.
Recordemos que blasfemar es un pecado – no solo para los judíos – sino
aun para las personas de todas las demás naciones. A pesar de eso, la
Torá recalca que los vestigios de la ascendencia egipcia llevaron a que
este hombre incida en lo que jamás hubiera hecho un judío educado por
padre y madre (los conversos egipcios deben casarse entre ellos y no se
pueden unir en matrimonio con judíos raigales hasta la tercera
generación desde su conversión).
Si el enojo del pecador era contra el individuo que le impidió
establecerse en donde quería, o en contra de Moshé que falló en contra
de su aspiración: ¿por qué insultó el Nombre de D”s?
Posiblemente renegó contra el veredicto de Moshé que invocaba la
Autoridad Di-vina en sus sentencias, o, según el Midrash mencionado
anteriormente, porque su padre había muerto como resultado del Nombre de
D”s invocado oportunamente por Moshé.
El origen de la blasfemia
Cuando la Torá introduce esta historia, comienza diciendo que este
individuo “salió” – sin explicar de dónde “salió”. Acerca de esto
existen varias opiniones entre los comentaristas.
A simple vista, “salió” del área que tenían adjudicados quienes no
pertenecían a las tribus, o que “salió” de la carpa para pelear.
Hay quienes explican – además – que “salió” del párrafo anterior del que
habla la Torá: allí se enseña que en el Mishkán se deben colocar
semanalmente doce panes preparados de una manera muy especial. Cada
Shabat, se cambian por panes nuevos, se quema el incienso, y los de la
semana pasada son comidos por los Cohanim.
La persona en cuestión se burló: ¡¿acaso delante de un rey se deja servido pan viejo (de una semana)?!
En realidad, más allá del comentario sarcástico de este hombre,
sucedían muchos milagros dentro del Bet haMikdash (a partir de cuando
fue construido en reemplazo del Mishkán), tal como se enumera en el
Talmud (Pirkei Avot 5:5, y en Iomá 21.).
Una de aquellas maravillas que sucedían semana tras semana, era que el
pan que se colocaba en el Mishkán permanecía fresco – como recién sacado
del horno – hasta que lo consumían los Cohanim al Shabat siguiente.
Cuando los peregrinos visitaban el Bet haMikdash en las Tres
Festividades, los Cohanim levantaban la cortina para que estos judíos
puedan apreciar el amor que se manifestaba a diario en el santuario
mediante estos fenómenos (Jaguigá 26:).
Al margen de la inexactitud de las palabras en tono de sorna acerca
del pan, esta ironía le abrió el camino para que termine expresando la
blasfemia.
Aquellos que lo escucharon presentaron su testimonio ante los
tribunales, y la Torá indica la sanción que recibe quien comete el
terrible pecado, por lo que este individuo también fue condenado.
El poder de la burla
¿Cómo puede ser que una persona caiga tan bajo – y tan rápido?; ¿acaso
no había participado en las maravillas de la reciente salida de Egipto?
Habitualmente, en condiciones normales, los cambios son paulatinos:
el deterioro ético es acompasado, y la inclinación destructiva del
hombre (Ietzer haRá) erosiona su voluntad, lenta pero progresivamente
(Shabat 105:). De otro modo, el hombre no estaría dispuesto a modificar
lo que está arraigado en él.
La manifestación de quebranto moral vertiginoso, que lo encontramos
en diferentes circunstancias en el TaNa”J, responde a la fragilidad de
las persuasiones frente a la desestabilización del contexto en el que
uno vive. Frecuentemente, las convicciones no son tan sólidas, y frente a
las sacudidas emocionales, se derrumban lo que parecían ser
certidumbres inconmovibles (Rav Jaim Shmuelevitz 5731:13).
Sin embargo, para llegar a este perjuicio, hubo una trama previa: la
burla. La expresión de ridiculez expresada por este hombre – aun cuando
otros estarían maravillados al presenciar el milagro del pan –
“desbloqueó” sus escrúpulos comunes con los que vivía. “Salió de su
mundo” (como dice allí el Midrash). Sin los reparos que habrían
protegido a otra persona, pudo llegar a blasfemar (Rav Jaim Shmuelevitz
5731:21).
Esta narración de la Torá, nos permite analizar uno de los hábitos
más comunes en nuestra sociedad, y que llevó al hombre en cuestión a su
última ruina: la descalificación y la mofa.
Puesto que es tan usual en el hablar de la gente, ya ni siquiera lo
vemos como una rareza ni se condena como algo “tan” negativo…
En Mesilat Iesharim (5º cap.) se compara al que habla con sarcasmo,
como “quien se hunde en el océano, pues ya no funciona con la lógica y
la inteligencia equilibrada, y es cual un borracho o un insano, a quien
ya no se pueden atribuir responsabilidades”.
Una vez destruidas las vallas levantadas por las consideraciones morales, no hay límite al derrumbe.
La sátira y el desprecio son el atajo para la descalificación del
adversario, cuando los propios argumentos esgrimidos son débiles o
inexistentes. Es ese el motivo de la universalidad de este fenómeno:
elude el razonamiento, y neutraliza toda capacidad de asombro y respeto.
Koraj
Otro que utilizó esta estrategia fue Koraj en su levantamiento contra
Moshé (ver más adelante “La Insurrección”). Según el Midrash (Ialkut
Shimoní, Koraj), Koraj mantuvo una reunión “partidaria” toda la noche de
su rebelión, a fin de conseguir adeptos a su causa, precisamente
mediante el uso de ficciones burlescas que pintaban la Torá como un
invento absurdo de Moshé. En sus palabras, Koraj presentaba la
normativa de lo que la Torá dispone para Cohanim, Leviím y necesitados,
como un aprovechamiento de la clase dirigente.
Los conceptos que Koraj vertió ante el público eran técnicamente
ciertos – pero sacados de contexto – y, por lo tanto, tergiversados. El
Midrash rotula este discurso como “Leitzanut” (ironía). Las “medias
verdades” a las que hacía referencia son aun más peligrosas que si
hubieran sido inventos concebidos por él.
Los Sabios se expresaron respecto al hombre irónico con suma
rigurosidad, pues aquel que opta por esa actitud, no tiene reparación. A
diferencia del pecador común, que infringe porque siente cierta
atracción momentánea por algo que está proscrito, pero que después de
haber faltado a su deber se puede sentir avergonzado del acto – más aun
si alguna persona le hace ver su error, el satírico elude toda palabra
de censura o corrección (e incluso se burla de ella).
Sigue Mesilat Iesharim: “tal como un escudo untado con aceite, de
modo que las flechas que le llegan se resbalen y caigan, así también la
ironía – con tan solo un poco de risa y burla – hace desviar su
despertar y capacidad de asombro, de modo tal que no tengan efecto
alguno sobre él, no por falta de capacidad intelectual, sino porque el
poder de la burla destruye la moral y el respeto”.
El cínico, junto al que habla maledicencia, el adulador y el
mentiroso, pertenecen a las cuatro categorías rechazadas por la
Presencia Di-vina (Avodá Zará 18:).
“Grave es ‘Leitzanut’, pues los habitantes de Sdom no fueron castigados hasta que burlaron a Lot”.
“Penoso es ‘Leitzanut’, pues los filisteos no fueron condenados hasta que hostigaron a Shimshón”.
“Peligroso es ‘Leitzanut’, pues nuestros antepasados no fueron sentenciados hasta que deshonraron (las Mitzvot)”.
“Engorroso es ‘Leitzanut’, pues los egipcios no fueron diezmados hasta que ridiculizaron a Israel” (Midrash haGadol).
¿Cuál es el origen psicológico y moral del sarcasmo?
Shaarei Tshuvá (de Rabenu Ioná de Gerona), se explaya en el tema: “el
creerse inteligente a ojos propios (o sea: su altanería). Y tanto lo
domina esa cualidad, que a raíz de su engreimiento se desconecta del
mundo, y es invalidado en su mente con su sonrisa cáustica y
despreciativa”.
Sin embargo, la burla tiene su seducción, y la gente la disfruta. De
ahí, la gravedad del pecado (Mahara”l Netiv haLeitzanut 2, Netiv haEmet
1).
Si el mal de la vanidad es tan evidente – ¿cómo es que el público presta atención al que se manifiesta de ese modo?
La gente toma distancia de la seriedad y la mesura. La noción de que
cada acto que uno realiza posee trascendencia y provoca un impacto en
las esferas celestiales – para amparo, o para condena – esa noción
misma, acarrea una sensación de cierto abatimiento sobre la persona. De
ese modo, uno se torna tenso y busca un alivio, a fin de absolverse del
peso de la responsabilidad y sentirse más libre. Esto lo encuentra en
la licencia y frivolidad de la diversión (Rav Avigdor Nebenzahl
shlit”a).
El que se ríe, se ríe de sí mismo.
Más de lo que manifiesta el desvergonzado sobre otros (a los que hace referencia), habla de sí mismo.
Su actitud demuestra el concepto desvalorizado que tiene de su propio
potencial espiritual, que luego proyecta en los demás seres humanos
(pues no toleraría que otros fueran superiores a él), y, obviamente,
esta actitud tiene “patas cortas”.
Los Sabios (Avodá Zará 18:) también nos advirtieron del amargo fin que tienen aquellos que acostumbran llevar una vida de burla:
“No ironicen, para que esto no les cause luego penurias”.
“Aquel que caricaturiza, disminuirá en su sustento”.
“Quien ridiculiza, trae destrucción al mundo”.
Y una pregunta muy actual:
¿No hay espacio en la vida judía para una risa sana?
Sin duda que la hay, es esencial, y los Sabios se expresaron en
términos muy favorables – siempre y cuando se emplee en el modo y
objetivo adecuado.
Rabí Beroka se encontró con Eliahu el profeta en el mercado y le
preguntó quién de entre los transeúntes era merecedor del Mundo
Venidero.
Dos de las personas señaladas por Eliahu caminaban juntas.
Rabí Beroka se les acercó para indagar acerca de su actividad (para
aprender de ellos). Estos le respondieron: “Somos humoristas y alegramos
a los que están tristes. También reconciliamos a las personas que están
peleadas” (Taanit 22.).
Hay humor permitido, y humor prohibido:
Los comentarios que desprecian los actos dignos, los que descalifican,
invalidan, desautorizan los esfuerzos ajenos – pertenecen a esa
categoría gravemente reprobada por los Sabios.
Por otro lado, la gracia que permite ver las falencias de la sociedad
para contrastar y realzar las enseñanzas de la Torá, es loable.
Estos dos individuos, permitían – con su gracia – que las personas
ansiosas y preocupadas por su sustento y demás problemas de la vida,
puedan volver a confiar en que la manutención y el bienestar están sólo
en Manos de D”s.
Asimismo, Rabá no comenzaba su Shiur (curso de estudio) sin haber
previamente deleitado a sus alumnos con palabras de humor, provocando
gracia en sus alumnos. Luego, continuaba el Shiur con la seriedad que
corresponde (Shabat 30:).
Todo tiene su forma, su espacio y su medida. La gracia, como estímulo
para relajar a las personas y tornarlas receptivas a obedecer y a
estudiar con ahínco, para levantar energías decaídas, para suavizar
ánimos ásperos o para permitir reunir a personas distanciadas por
entredichos – y solamente por esta clase de motivos – es admitida,
adecuada y loada.
UN SUEÑO QUE SE DEMORA EN CUMPLIR
Los judíos recién comenzaban su viaje hacia la Tierra de Israel. Después
de haber permanecido en el desierto frente al Monte Sinaí por casi un
año (el pecado del becerro de oro y sus consecuencias, habían demorado
al pueblo en aquel sitio), finalmente había llegado el momento de volver
a emprender viaje rumbo al destino que debían alcanzar desde su salida
de Egipto.
Esta vez se trataba – según se suponía en ese momento – del último tramo
para llegar a la Tierra Prometida. (En realidad, dado que no estuvieron
a la altura de lo que D”s esperaba de ellos, su viaje terminó
demorándose 39 años más).
Moshé, entonces, dispuso el orden en que debían acampar, y el sistema
según el cual debían viajar. Las marchas no serían fáciles. Había
sitios que poseían bondades por las que la gente querría permanecer – y
se enteraba luego de desempacar sus bienes, que no se quedarían sino que
seguirían la marcha inmediatamente. Mientras en otros, menos
agradables, y que no tenían un gran atractivo para el pueblo, habrían de
permanecer mucho tiempo. En ciertos momentos viajaban muchos días
seguidos, y en otros, sus viajes eran espaciados. Jamás sabían con
antelación cuándo y por cuánto tiempo viajarían o permanecerían
acampando.
Aun así, las quejas fueron pocas, y siguieron el ritmo de las nubes de
día y la columna de fuego de noche, que indicaban el momento de partida y
el sitio para detenerse.
Una de las enseñanzas que nos deja esto, dice Rav Eliahu Dessler sz”l
(Mijtav M’Eliahu 4° tomo), es que debemos estudiar la Torá y observar
las Mitzvot más allá de la comodidad y las circunstancias externas
reinantes.
Es común escuchar que “si tuviera un poco más de tiempo…”, o “si no se
tuviera que ocupar tanto de trabajar por el sustento”, “por los niños”,
etc. entonces su Tefilá y su estudio serían distintos…
Asimismo, durante nuestro largo exilio, hemos sido conscientes que
jamás sabríamos cuándo y por cuánto tiempo viajaríamos o nos
estacionaríamos en tal o cuál país. En cualquier momento el gobernante
de turno podría decretar disposiciones que tornarían imposible la
continuidad de una vida judía o directamente la expulsión de los judíos
a… algún nuevo sitio que los recibiera.
Sin embargo, nada de esto impidió que nuestros abuelos siguieran
aferrados a su creencia y al cumplimiento de las Mitzvot de D”s.
Comenzó un primer trayecto del viaje. Duró tres días (Bamidbar 10:33).
Pero, de inmediato surgieron obstáculos: el modo de despedirse del Monte
Sinaí no fue el adecuado. Considerando que en aquel lugar habían
presenciado la Revelación Di-vina y habían aprendido las Mitzvot, el
alejamiento debería haber desencadenado emociones de añoranza por
separarse de un sitio de tanto ascenso espiritual. Pero ello no ocurrió
así: por el contrario, el pueblo estaba feliz por irse de Sinaí, igual a
un niño “que se escapa de la escuela” (cuando el maestro se acuerda a
último minuto que los alumnos lleven tarea para el hogar – Shabat
116.). O sea: no sentían la necesidad de recibir más Mitzvot.
¡Qué contraste con el modo de distanciarse del mar, que había
arrojado el botín que los egipcios llevaron consigo cuando salieron a
capturar a los hebreos!: Moshé debió insistir y obligarlos a comenzar la
marcha. En cambio ahora la partida fue marcada por una sensación de
alivio… (Saba de Slabodka sz”l).
Interrupción entre las desgracias
En la Torá, encontramos que entre este episodio y el próximo, se
intercalan dos versículos separados del resto del texto por las letras
“nun” invertidas: uno de los motivos mencionados en el Talmud (ibid) a
estos extraños símbolos, es la división entre los incidentes de conducta
negativa de los israelitas.
Estos son los versículos con los que acompañamos a la Torá en la
sinagoga al retirarla del Arón haKodesh (Heijal) para leer de ella y al
colocarla de vuelta en su lugar.
Moshé, en estos pasajes y hablándole a D”s cuando comenzaban a
trasladarse de un sitio al próximo, expresó su apego y sumisión íntegros
a la Voluntad del Todopoderoso – en contraste al murmullo y a la
lamentación reiterada del pueblo (Rav Sh.R. Hirsch sz”l).
Taveirá
Parte del pueblo comenzó a murmurar.
Hay distintas opiniones sobre si los que protestaron fueron del nivel
inferior del pueblo (personas ordinarias) o si se trataba de personas
con cargos jerárquicos.
El sentimiento que expresaron fue “mit’onenim”: quienes practican duelo para sí mismos (Rav Sh.R. Hirsch sz”l).
Habitualmente, el duelo es una forma de manifestar la pérdida de un ser
querido (Onen, en hebreo). En este caso, sentían que ellos mismos
estaban “como muertos”, como si no existieran para todo lo que se
considerara “práctico” y “real” en este mundo. Si fuera por lo que
Moshé les estaba enseñando en la Torá, esta situación de “no
integración” en los eventos del resto de la humanidad, tampoco cambiaría
en el futuro.
No participaban de las guerras y conquistas como las demás naciones – ni
tampoco en el futuro sería importante dominar a otros pueblos.
En materia económica, se alimentaban con la asignación diaria proveída
por D”s, y aun cuando conquistarían la Tierra de Israel, no tendrían
aspiraciones, ni debería serles significativo poseer lujos o ser más que
otros en cuestiones materiales.
En fin: todo aquello por lo que compiten las naciones, perdería valor
a ojos de los judíos, que no estarían interesados en participar, ni
superar a sus adversarios. Con el cumplimiento de las Mitzvot, se
habían separado para siempre de la sociedad gentil general.
Si bien, ciertamente, habían manifestado “Na’asé veNishmá” en el Sinaí
un año antes, recién ahora todo esto se tornaba en una realidad
palpable.
Cuando las quejas se expresan en forma de siseo callado, suelen ser
el resultado de sentimientos que las personas tienen vergüenza de
manifestar en voz alta (en el fuero interno, una voz interior le hace
dudar de la sinceridad de su argumento…).
En el descontento personal, frecuentemente se mezclan las disposiciones
que se perciben: lo que uno cree que es el motivo de su queja, puede
parecer como si fuera la causa auténtica de aquel sentimiento, mientras
que en realidad es el pretexto que se busca, para justificar el
descontento…
Entonces fueron castigados con un Fuego Di-vino quienes participaron
de esa protesta, y Moshé intervino para evitar un castigo aun mayor para
el pueblo.
Pero las cosas no terminaron ahí.
El menú con el que se nutrían a diario, era sumamente simple y monótono:
Man a la mañana, al mediodía y a la noche. Esto sucedía todas las
semanas, sin modificaciones en la carta. A nosotros, que estamos muy
consentidos por nuestro estilo de vida, esto nos parecería totalmente
imposible de sobrellevar, siquiera por una semana.
Sin embargo, la Torá nos cuenta que, a esa altura, nuestros abuelos
venían comiendo este alimento durante un año – sin protestar.
Si bien físicamente la ración se digería en su totalidad, los judíos
entendieron que esto era sobre-natural. Ellos conocían y recordaban lo
que había sido la comida “acostumbrada” – en abundancia o en escasez –
en Egipto. Por lo tanto, comenzaron a protestar: “no queremos ser seres
‘extra-terrestres’, queremos ser ‘normales’” – dijeron. Es decir:
“queremos tener deseos por las cuestiones elementales, tal como los
teníamos estando en Egipto”. No querían más la misma “comida con sabor
a…”.
Es así, que una parte de los judíos se rehusaron a seguir con esta
modalidad impuesta por D”s. Querían tener los placeres tangibles a su
alcance y, al mismo tiempo, lidiar con la pugna por auto-limitarse en
los encantos terrenales. En las palabras de la Torá, dice que algunos
judíos: “hit’avú ta’avá”, es decir que “apetecieron el deseo” (Bamidbar
11:4).
Oculto, pero no menos grave en esta nueva queja, estaba el
resentimiento porque se les habían prohibido los matrimonios con
parientes que la Torá determina que se llaman incesto.
El Sanhedrin de Moshé
Moshé hizo llegar el pedido del pueblo ante D”s.
Al analizar la forma de dirigirse a D”s, uno percibe la frustración que
sienten los líderes cuando las personas a quienes están sirviendo y
asistiendo continuamente – día y noche – no aprenden la lección y se
quejan inútilmente.
“¿Por qué has puesto esta carga sobre mis hombros? ¡Hasta cuándo deberé
cargar con este pueblo así como lo hace una nodriza con la criatura!”
(Bamidbar 11:11, 12).
“¡¿Acaso estarán satisfechos si uno les proporciona todos los peces del mar?!”
El Talmud enseña de esta frase que la obligación del líder judío es
soportar y tolerar tantas situaciones inherentes a la tarea de ser
precisamente eso: guías de la nación (Sanhedrin 8:), como fuera
necesario.
Fue entonces que D”s ordenó a Moshé reunir 70 hombres destacados del
pueblo, para formar el primer Sanhedrín que acompañaría precisamente a
Moshé en su gestión.
Moshé debía adelantar a estas personas que su tarea incluía dotarse de
la paciencia necesaria para tratar con individuos indóciles y revoltosos
(Bamidbar 11:17, Rash”í), y sin embargo, deberían saber (al mismo
tiempo) que su cargo era un privilegio: “tómalos con palabras
alentadoras: Bienaventurados de estar (Uds.) a cargo de los hijos del
Todopoderoso” (Bamidbar 11:16, Rash”í).
Una disposición no quita a la otra…
La convocatoria para formar el Sanhedrín de Moshé debía ser
equitativa entre los integrantes de todas las tribus, y las personas
invitadas debían ser aquellas que anteriormente – en Egipto – habían
mostrado valentía y compasión para proteger a sus compañeros hebreos de
los látigos egipcios. Fue así, que se presentaron seis miembros de cada
una de las doce tribus (lo cual haría un total de setenta y dos). Al
necesitarse tan solo setenta constituyentes para el flamante Sanhedrín,
dos de ellos excederían del número requerido por D”s (72 en lugar de los
70).
Fue por eso que Eldad y Meidad, muy modestos ciertamente, no se presentaron – ¡por decisión y voluntad propia!
Pero, a pesar de su ausencia, la profecía posó sobre ellos y comenzaron a decir predicciones (no tenían opción de callarlas).
Algunas autoridades sostienen que vaticinaron sobre las aves de Slav que
estaban por acercarse al campamento, mientras que otros opinan que
hablaron sobre la futura batalla de Gog. Una tercera opinión les
atribuye el presagio de la futura muerte de Moshé en el desierto, y el
posterior liderazgo de Iehoshúa para ingresar con el pueblo a la tierra
prometida de Israel.
Iehoshúa por supuesto se sintió mal por Moshé, y pidió que los detenga.
Según algunos, Iehoshúa celó porque profetas menores no deberían
predecir ante sus colegas mayores, mientras que otros ven en las
palabras de estos dos hombres, una afrenta a Moshé.
¿Cómo quería Iehoshúa que se limite la profecía de Eldad y Meidad, siendo que sus palabras provenían de D”s?
“Pon sobre ellos tareas comunitarias, y su profecía se acabará…” (al
estar agobiados por las asperezas de la labor pública, entrarán en un
estado de fastidio que los descalificará como profetas – Sanhedrín 17.).
La respuesta de Moshé, fue digna de su esplendidez de corazón. No
estuvo molesto por la profecía que a él le atañía: “Quisiera que todo el
pueblo fuesen profetas – si tan solo D”s determinara posar Su Espíritu
sobre ellos” (independientemente de lo que profetizaran, aun si fuera
contra el propio Moshé).
La tumba del deseo
Volvamos al “apetito por el deseo”.
D”s les dio la oportunidad. Hizo sobrevolar a baja altura por el
campamento unas aves denominadas “Slav”, para que los israelitas
pudieran hacerse de ellas y consumirlas. La reacción del pueblo no fue
unánime. Hubo algunos integrantes que de inmediato pusieron manos a la
obra. Cazaron cuantas aves podían y comieron. No un día o dos. Un mes
entero estuvieron disfrutando de esa voracidad.
Una vez que habían ingresado en el laberinto de la gula, ya era imposible salir de él.
La condición humana se caracteriza por su potestad para decir: “NO”, pero eso no es tan simple.
Habían perdido la opción de ser dueños de su propio proceder.
Quedaron presos del hechizo seductor “de lo que todavía me falta”. El
resultado fue la muerte “cuando la carne estaba aún entre sus dientes”.
Esta descripción de la Torá respecto a la manera de morir de estos individuos es terriblemente punzante.
¿Qué les causó la ruina?
Para responder a esta pregunta debemos hacer una reflexión que desafía una de las premisas tácitas de nuestra generación.
Existe en una parte de la sociedad, la noción muy arraigada que hay un valor auténtico en el deseo como fin en si mismo.
Efectivamente, es natural que los seres humanos tengamos antojos. Los
instaló D”s en nosotros, como parte de nuestros instintos de
auto-conservación, para que cuidemos la vida que se nos confió.
La Torá no nos exige abstenernos del placer. Justamente al contrario:
hay ocasiones, como por ejemplo, el Shabat, en los que nos deleitamos
mesuradamente con manjares, para celebrar la categoría espiritual del
momento.
Sin embargo, como principio, todo este placer está encuadrado dentro de
un marco de propósito moral, que a su vez es parte de la tarea moral de
la persona. Para emplear las palabras del Talmud (Brajot 36.): “Está
prohibido gozar de este mundo material (Olam HaZé) sin bendecir
previamente por el deleite, y quien disfruta de este mundo sin invocar
al Todopoderoso, se considera como malversación (de fondos sagrados)”.
Excepcionalmente permite la Torá que una persona acepte sobre sí el
voto de ser Nazir – quien se abstiene de acuerdo a ciertas leyes
prescriptas por la Torá (Bamidbar Cap. 6) – y apartarse temporalmente de
ciertos placeres cotidianos.
El placer nunca es un fin en si mismo. El término que describe esa
filosofía – en la que bien es aquello que le trae placer a la persona –
es el hedonismo, y contradice los principios más básicos del judaísmo.
Lamentablemente, nuestra sociedad no está lejana de esta concepción de
vida, y este es el elemento que más coadyuva e impulsa a las distintas
adicciones.
Por otro lado, la noción por la cual la persona cree que tiene
control sobre sus apetitos y que “se prueba solo un poco”, y se estará
satisfecho y no se va a querer más, no es real.
Más bien se trata de un espejismo: una ilusión falsa que difícilmente se
cumpla. Al final, cuando se sucumbe al propio deseo, nada es
suficiente.
D”s castigó a los judíos insaciables. A ese sitio, lo llamaron: “Kivrot
HaTa’avá” – la tumba del deseo (Bamidbar 11:34). No solamente la gente
pereció. Así quedó muy vívido y claro para los sobrevivientes, adónde
conduce el desenfreno.
Este episodio provocó le demora adicional de otro mes en el viaje.
Miriam
Finalmente, aprendemos acerca del incidente que ocurrió cuando Miriam,
hermana de Moshé, dedujo de un comentario que hizo su cuñada Tziporá,
que Moshé y ella vivían separados. Fue así que conversó con su otro
hermano Aharón al respecto, con el fin de remediar la situación.
Siendo ellos mismos profetas, Aharón y Miriam, y al no haber recibido
una orden de tal índole por parte de D”s, Miriam quería corregir lo que
entendía era injusto para Tziporá.
En realidad este hecho había sido una expresa orden de D”s a Moshé.
Mientras todo el pueblo volvió a vivir su vida “normal”- incluyendo las
relaciones conyugales suspendidas 3 días antes de la Revelación Di-vina
en el Monte Sinaí- (Dvarim 5:27-28) Moshé debía mantener su nueva
condición por el resto de la vida.
Sin embargo, dada la modestia inigualable de Moshé (Bamidbar 12:3), esta
condición de abstención conyugal no la dio a conocer a nadie.
Cuando Miriam habló con Aharón acerca de la “ishá kushit” (mujer
“cushita” – Bamidbar 12:1), se refería (mediante un eufemismo de la
Torá) a esta castidad oculta (mientras que ellos aun siendo profetas no
mantenían este rigor). En las palabras de censura de D”s que siguen,
D”s les aclaró a Miriam y a Aharón, que aun siendo ellos mismos también
profetas, todos los profetas – menos Moshé – tendrían apariciones opacas
(en comparación a la de Moshé – Bamidbar 12:6-7) que era prácticamente
diáfana.
Solamente Moshé era confiable “en toda Mi casa”, y sus visiones
serían cualitativamente señaladas como “aspaklaria hameirá” (visión
radiante). La humildad perfecta y sublime de Moshé, permitió que se
anulara totalmente ante D”s, como jamás volvería a ocurrir con nadie, y,
por ende, la Voz de D”s se transmitiría diáfana a través de él, de
manera como no volvería nunca más a suceder. Con esto, queda claro
porqué ningún profeta posterior podría negar aquello que Moshé enseñó.
Fue ese el motivo por el que Miriam desaprobó y comentó los hechos
con su hermano Aharón. Sus buenos designios y su profundo amor y
admiración por Moshé, no evitaron que Miriam fuera castigada por hablar
lo que no correspondía (Bamidbar 12:10).
D”s no aprobó esa actitud y, en consecuencia, Miriam sufrió de
Tzara’at (una “lepra” ritual), durante siete días. (Miriam no sabía que,
dado el calibre superior de la profecía de Moshé comparada a los demás
profetas, su situación personal y familiar era distinta por orden
Di-vina).
Si uno considera que Miriam tuvo motivos fundados, que era la hermana
mayor de Moshé y que en su niñez lo había protegido durante el decreto
infanticida del Faraón, seguramente ella podía sentirse con pleno
derecho a opinar acerca de la manera de conducirse de Moshé.
Lo que la Torá nos enseña en este episodio, es que todos los pretextos y
descargos que imaginamos, en el momento de la verdad son tan sólo eso:
excusas infructuosas.
Miriam fue sancionada: permanecería afuera del campamento durante esos siete días.
“El pueblo no continuó su travesía hasta que se reintegró Miriam” – dice
el pasaje (Bamidbar 12:15). (El porqué de esto lo vimos cuando
estudiamos el episodio en que Miriam esperó y cuidó a su hermano bebé en
la canasta).
Siete días más tarde estaban listos para partir hacia la Tierra de Israel, pero… sucedió otro traspié.
CONTRA-ESPIONAJE
Uno de los episodios más tristes de nuestra historia y uno de los que
más trascendencia tuvo en el futuro de nuestro largo devenir, se
encuentra en la lectura de Bamidbar 13:1.
Antes de entrar en tema, quiero compartir una sensación que supongo
tengo en común con muchos estudiantes de Torá. Cada vez que leemos
algún párrafo de la Torá o del TaNa”J, o digamos de cualquier narración
verídica o inventada de nuestro acervo, participamos de los eventos
poniéndonos automáticamente del lado de los “buenos”, de los que “ganan”
(una vez que llega el “Happy end” de la historia).
En ese sentido estamos equivocados en varios puntos: ni todas las
historias, especialmente las relacionadas con la vida real, tienen un
“happy end” inmediato, ni siempre en el momento ganan los buenos, y, lo
que es más doloroso, es que ni podemos estar tan seguros que – de haber
estado allí – hubiésemos estado del lado y apoyado a los buenos. Es muy
posible pensar que hubiésemos apoyado a Koraj, a los revoltosos que
pidieron agua de mala manera y comieron del Slav hasta hartarse, de los
que exigieron que hubiesen preferido volver a Egipto antes de morir en
el desierto comiendo este Man diario y aburrido, de no querer entrar a
la Tierra de Israel y conquistarla…
¿A qué vienen estas preguntas hipotéticas, si de todos modos no estuvimos presentes en aquellos episodios?
La respuesta es que, si bien nuestros maestros hicieron bien en
identificarnos a priori con la posición de Moshé y de D”s en cada
coyuntura conflictiva del desierto, solo podremos aprender de las
moralejas que dejan cada uno de los episodios, si suponemos que no
podemos asegurar nuestra inclinación espontánea hacia lo que realmente
se debe hacer correctamente.
Las historias están para que podamos trazar paralelos entre los errores
(en este caso colectivos) del pueblo de Israel y las manifestaciones de
las mismas debilidades y dificultades actuales. Solo entonces el
estudio de los acontecimientos y nuestra reflexión objetiva nos
permitirán crecer espiritualmente y, esperemos, obrar mejor cuando nos
encontremos nosotros con desafíos análogos.
La misión
La Torá nos cuenta, entonces, sobre un grupo de espías que mandó Moshé a
la tierra de Cna’an, que había sido prometida al pueblo de Israel, y
que estaban a punto de conquistar.
Los espías fueron a lo que sería la Tierra de Israel y la visitaron y reconocieron minuciosamente durante cuarenta días.
En el informe posterior, todos los espías coincidieron en que se trataba
de una tierra que – efectivamente – poseía todas las virtudes que D”s
había prometido: habían visto un país que rendía frutos extraordinarios.
Sin embargo, a ese punto, diez de los enviados comenzaron a difundir
entre la población su parecer que los habitantes de la tierra estaban
muy bien pertrechados y atrincherados, y que – por lo tanto – no podrían
conquistarla.
Estos rumores atravesaron el campamento de los israelitas rápidamente, y
los judíos muy pronto estaban llorando en sus carpas aceptando el
“hecho” de que no iban a poder tomar posesión de la tierra y que iban a
morir en el intento o en el desierto.
Llorar sin sentido
Este llanto innecesario – ellos ya habían presenciado y visto
personalmente cómo D”s los había salvado del ejército de los egipcios y
de los amalequitas hacía no tanto tiempo – provocó que D”s los castigue:
ellos mismos no entrarían a la Tierra de Israel, sino recién sus hijos –
38 años más tarde.
Solamente dos de los espías: Iehoshúa bin Nun, alumno de Moshé,
representante de la tribu de Efraim, y Calev ben Iefuné, representante
de Iehudá, alentaron – infructuosamente – a la gente para que confiaran
en la segura conquista de la Tierra de Israel. El pueblo los desoyó y
amenazaron con apedrearlos.
(Es importante marcar aquí dos puntos esenciales: los espías debían
entregar su informe a Moshé, en carácter de líder del pueblo y no debían
difundir opiniones entre la gente. A su vez, el pedido de informe era
de cómo conquistar la tierra y no se le había preguntado sobre si era
posible tomarla o no…)
El orgullo y la modestia en el lugar adecuado
¿Cuál fue en realidad la dificultad moral del momento? ¿Fue “únicamente” el temor a la derrota frente a los pueblos de Cna’an?
Cuando escuchamos a los espías hablar, oiremos las siguientes palabras:
“y fuimos en nuestros ojos como langostas, y tal fuimos considerados por
ellos”. Es decir que ellos se veían pequeños, “pobrecitos” e
indefensos ante sus propios ojos.
O sea: carentes del sano orgullo por el hecho de ser – nada menos – enviados de Moshé a la tierra que D”s prometió a los judíos.
Visto “desde afuera”, no sabemos qué es lo que realmente creían los
Cna’anitas en aquel momento. Sin embargo, pocos años más tarde, Rajav,
la mujer que albergó en su hogar a los dos espías que envió
posteriormente Iehoshúa, les confesó a ellos que estaban temerosos de
los judíos, pues habían escuchado que D”s había partido el Mar Rojo
delante de ellos (a pesar que ya habían transcurrido desde entonces 40
años).
Nuevamente debemos señalar que hay quien ve esta misma idea en las
palabras de Moshé, que les dijo a ellos en el momento de su partida:
“sean fuertes y traigan de la fruta de la tierra (como muestra)”.
¿Por qué hacía falta “ser fuerte” para ir a traer unas muestras de fruta?; ¿se las iban a quitar en la aduana?
La respuesta es que a ojos de aquel que no cree que la tierra realmente
le corresponde, porque D”s se la prometió, hasta el mero hecho de quitar
una fruta requiere de un “esfuerzo”.
Moshé bendijo a Iehoshúa antes de salir y le agregó una letra (la
Iud) al nombre (pues antes se llamaba Hoshea) para que pudiera salvarse
de la idea (el riesgo espiritual) que representaba la misión de
espionaje.
¿Por qué justamente a Iehoshúa? Pues una cualidad valiosa que distinguía a Iehoshúa era su modestia.
La modestia puede fácilmente confundirse con la falta de auto-estima
(una característica humana negativa) y con la haraganería (“de todas
maneras, ¿quién soy yo para…?”)
Calev, por otro lado, se separó del grupo y se dirigió a Jevrón para rezar junto a las tumbas de los antepasados.
Permanecer sin ser influenciado negativamente por los pares, es una de
las dificultades mayores que debe afrontar la persona (especialmente en
nuestros tiempos de generalizada falta de auto-estima).
El sabio Steipler Rav sz”l, comenta sobre aquel Midrash que relata
que los espías encontraron durante su misión numerosos cortejos
fúnebres, lo cual condujo a que ellos dictaminaran equivocadamente que
la Tierra de Israel “consume y devora a sus habitantes”.
La razón por la cual D”s había causado todos estos decesos, era para que
los Cna’anitas estuviesen ocupados con sus propios asuntos y no
prestaran atención a estos espías extraños, de modo que no fueran
descubiertos fácilmente. Los espías podían deducir fácilmente que las
numerosas muertes debían responder a una coyuntura especial (la
protección de D”s), pues si esta fuese la naturaleza del lugar, ya no
quedaría nadie fuera a los cortejos hacía tiempo…
Sin embargo, dice el Rav, la gente ve lo que quiere ver y deduce lo que le interesa.
Justamente aquello que D”s había hecho para favorecerlos (los
funerales Cna’anitas), lo utilizaron de modo opuesto (para despreciar la
Tierra de Israel y asustar a los judíos). Una de las enseñanzas de este
episodio es que está prohibido hablar peyorativamente de la Tierra de
Israel.
Cada vez que Israel atraviesa un momento difícil, debemos volver sobre
el fundamento que nos enseñó Kalev: “si D”s nos va a querer (por nuestra
conducta adecuada) entonces será nuestra” – sin que nadie pueda
cuestionarnos nuestro derecho sobre ella.
El triste epílogo de esta misión
Finalmente, lograron lo que quisieron: aquella generación no ingresó a
la Tierra de Israel. Pero no solamente tuvo consecuencias coyunturales,
sino que provocó enormes pérdidas espirituales a largo plazo.
El origen de Tish’á Be’Av es muy anterior a la destrucción del Bet
HaMikdash: el llanto no solo no fue considerado ni admitido por D”s,
sino que fue duramente censurado por Él: “¿Uds. han llorado un llanto
innecesario? ¡Yo os daré motivo válido (las penurias del exilio) para
llorar!”
¿Qué diferencia existe entre ambas lágrimas?
¿Por qué vale la lamentación de Tish’á Be’Av, mientras que fue castigada la generación del desierto por llorar?
La respuesta pasa por la característica del llanto.
El duelo de llorar por una pérdida es humano y aceptable.
Sin embargo, el berrinche de los judíos en el desierto no se debió a una
carencia o privación ocurrida, sino por la desconfianza en el futuro.
Descreían del hecho que realmente podrían conquistar la tierra de
Israel, con sus habitantes y guerreros fuertemente pertrechados.
Habiendo visto los macabros milagros que ocurrieron frente a sus ojos en
Egipto y durante el cruce del Mar Rojo, comiendo diariamente un pan
celestial, bebiendo un agua maravillosa y estando protegidos por nubes
Di-vinas, se esperaba de ellos más confianza en D”s. Este llanto de
temor y prejuicio, fue el testimonio que efectivamente no estaban a la
altura de ingresar a la tierra y la causa de los males posteriores.
Al día siguiente, un grupo arrepentido decidió por su cuenta – contra
la orden y advertencia de Moshé – avanzar e ingresar a la Tierra de
Israel.
Pero ya era tarde: habían desperdiciado la preciosa oportunidad.
La Mitzvá – y la Asistencia Di-vina necesaria – dependen de la
determinación de D”s. Israel es “nuestra”, cuando el Todopoderoso da Su
beneplácito, pero jamás la adquiriremos “por la fuerza” y contra Su
decisión.
Los enemigos con los que se encontró este grupo de guerreros judíos
los vencieron frustrando su intento de ingreso a la Tierra Prometida.
La insurrección de Koraj
El castigo de Moshe
¿CUÁL FUE EL ERROR?
Como ya notamos oportunamente, el objetivo de la narración de estas
historias no es para que nosotros evaluemos los modelos de la Torá. Las
circunstancias varían tanto a lo largo de los años, que el mero intento
de elogiar o descalificar a las personas de la era bíblica comparándolos
con nuestras vidas, resulta totalmente fuera de lugar. Además, el
juicio de las acciones humanas pertenece únicamente al Todopoderoso.
Lo que estamos diciendo se refiere a cualquier personaje de la Torá.
¡Cuánto más a Moshé, que fue único por su humildad en toda la historia
de la humanidad, quien fuera designado por el Todopoderoso para ser el
transmisor de la Torá al pueblo de Israel (cosa que no podemos decir de
Ud. y de mí)!
Cuando leemos que Moshé fue castigado en un episodio que protagonizó
frente al pueblo después de conducirlos en la salida de Egipto y durante
cuarenta años de su travesía por el desierto con la inhibición de su
ingreso a la anhelada Tierra Prometida: Eretz Israel, quedamos muy
confundidos.
¿Qué puede haber hecho Moshé para recibir un castigo tan importante?
Ud. y yo podemos viajar y vivir en la Tierra de Israel. Solo hace falta
tener voluntad (y los medios necesarios). ¿Nosotros nos merecemos
ingresar a Israel – y Moshé no? Cuando analicemos el texto escrito de
la Torá, veremos que la Torá ni siquiera es demasiado clara respecto a
cual fue exactamente el pecado de Moshé. Esto confunde aun más.
Entonces: ¿por qué están relatados estos acontecimientos en la Torá?
Responde el Rav Itzjak Meir Alter (“Jidushei haRim”, el Rebbe de
Gur): “si la Torá incluyó estas historias, seguro que es para que las
estudiemos. Cada generación y cada comunidad están guiadas por D”s para
encontrar en esta historia una lección y una enseñanza ética útil y
apropiada para su época específica. Todas las distintas
interpretaciones que ofrecen los comentaristas, pueden ser legítimamente
encontradas en la historia de Moshé, pues cada una de ellas nos
alecciona en un significado moral”.
Volvamos, pues, al texto de la Torá e intentemos aprender lo que nos transmiten los Sabios:
Nuevamente falta agua
Los judíos habían llegado al desierto de Tzin hacia los comienzos del
último de los cuarenta años de su itinerario por el desierto. En aquel
momento falleció Miriam.
Seguidamente, no hubo agua para beber.
Recordemos que hasta ese entonces los judíos habían bebido agua de un
pozo extraordinario que los acompañaba permanentemente por mérito de
Miriam. Este pozo había comenzado a dar sus aguas a partir de una
escasez que habían sufrido luego que se lanzaron al desierto después del
cruce del Mar Rojo. En aquella primera oportunidad, en las cercanías
del Monte Jorev (Sinaí), D”s había indicado a Moshé que golpeara la roca
con su bastón.
Nuevamente el pueblo se levantó contra Moshé, exigiendo agua para sí
mismos y para el ganado. El pueblo se quejó otra vez por haber salido
de Egipto (a pesar que esta nación había nacido en el desierto) y dijo
que hubiese sido preferible morir de otro modo menos sufrido que por la
falta de agua.
D”s ordenó a Moshé que se dirija nuevamente a cierta roca y que le
hablara para que diera sus aguas. Moshé fue con Aharón y con el resto
del pueblo. Una vez que llegó al lugar, golpeó la roca dos veces con el
bastón, lo que provocó que saliera mucha agua para el pueblo y su
ganado.
“Y dijo D”s a Moshé y a Aharón: dado que no han confiado en Mí para
santificarMe a ojos de los hijos de Israel, por lo tanto no conducirán a
este pueblo a la tierra que les di. Estas son las aguas de Merivá en
que pelearon los hijos de Israel a D”s y fue Santificado a través de
ellas” (Bamidbar 20:12-13).
Las palabras que implican “falta de confianza en D”s” son muy fuertes.
¿Moshé no confió en D”s? ¿Y qué se podría decir, entonces, de nuestra confianza en D”s?
Rash”í explica que la falta de Moshé consistió en pegar a la piedra.
Si bien en la oportunidad anterior D”s expresamente había ordenado a
Moshé que la golpeara, en esta coyuntura le ordenó que le hablara. Si
Moshé hubiese hablado a la piedra y esta hubiese dado sus aguas, los
judíos podían haber deducido que “si una piedra que no escucha ni habla
ni requiere sustento, presta atención y obedece el mandato de D”s,
¡cuánto más nosotros!”.
Esta explicación nos da para pensar.
Habitualmente evaluamos los errores por las cosas que evidentemente se
hicieron mal. RashӒ nos permite ver que no solamente es una ofensa el
hecho de haber obrado con lo que llamaríamos una “mala acción”, sino que
es tan perjudicial la pérdida de una oportunidad, en este caso la
eventualidad que el pueblo de Israel hubiese podido derivar de la
obediencia de la roca la enseñanza que ellos no debían ser menos.
Nuestra visión del mal es muy limitada.
¡Cuántas circunstancias pasamos por alto, en las que hubiésemos podido generar tanto bien!
Rav Sh.R. Hirsch sz”l dice que el error de Moshé al enojarse con el
pueblo (“¡¿acaso de esta roca podremos obtener agua?!”) consistió en
perder la esperanza y la confianza en que los judíos llegarían a
consumar su destino como pueblo. Se preguntó si toda su labor había
sido en vano. Por eso, murió.
Sigue comentando el Rav Hirsch: “Lo más extraordinario que nos queda,
es el hecho de que a causa de un pequeño, fugaz y entendible desliz en
la Emuná (fe), los líderes de la generación debieron sufrir el mismo
desenlace que el resto de aquella generación del desierto que demostró
tanta falta de fe.
La tumba de nuestro gran líder próximo al límite de la Tierra
Prometida a la cual había finalmente traído al pueblo, en cercanía a las
tumbas de aquellos que murieron en el desierto, aporta el testimonio
eterno a la imparcialidad del Juicio Di-vino, en la balanza en la cual
los errores más triviales de los santos, pesan igual que los pecados más
graves de otros mortales”.
Son muchos más, los comentarios de los Sabios acerca de este hecho.
Con esta reflexión, llevamos una lección atemporal de lo que significa
la Justicia de D”s, y la responsabilidad que nos cabe a cada uno de
nosotros.
LAS SERPIENTES MAESTRAS
La larga trayectoria estaba llegando a su fin.
Los cuarenta años transcurridos desde que el éxodo de Egipto se habían
cumplido y se acercaba la hora para que la joven generación ingresara a
la Tierra de Israel.
Moshé, a pesar que él mismo tenía vedada la entrada a la Tierra
Prometida, solicitó permiso a los pueblos vecinos – Edom, Moav y Amón –
para que les concedan el paso a los israelitas a través de su
territorio. Estos pueblos no eran ajenos a la historia de los hebreos,
pues tenían ancestros en común.
A pesar de ello, estas naciones negaron a los hebreos atravesar sus
comarcas, aun si éstos pagaran peaje y prometían consumir sus productos
para beneficiarlos con sus gastos.
Puesto que D”s había indicado que no se debía molestar a estas naciones,
los hebreos debieron circunvalar sus fronteras, y esto agregó cansancio
al pueblo que ya estaba fatigado y ávido por llegar a destino.
Adicionalmente, y a pesar que el contacto con los habitantes de Edom
había sido mínimo, la influencia de su deplorable moral se hizo sentir
en los israelitas (nosotros no entendemos estas sutilezas, pues hoy ni
siquiera nos percatamos de la magnitud del influjo de la conducta de los
pueblos entre los que habitamos, sobre nosotros…).
La muerte de Aharón
El resultado de aquella caída ética de los hebreos provocó la pérdida de
una de sus máximas autoridades: Aharón, a quien ya no merecieron tener
entre ellos.
Aharón era una persona muy querida por el pueblo, pues amaba la
concordia y buscaba activamente la conciliación entre los judíos
enemistados. Asimismo, su amor por la gente inducía a que se acercaran a
la Torá (Pirkei Avot 1:12).
Todo el pueblo sin excepción, pues, lloró el fallecimiento de Aharón.
La muerte de los Tzadikim expía los pecados del pueblo (Moed Katán
28.) a través del duelo que practican y las demostraciones de honor que
le hacen. Asimismo, el fallecimiento de los justos, provoca que la
gente analice su propia conducta y realice las enmiendas necesarias.
La muerte de Aharón derivó en el alejamiento temporáneo de las Nubes
de Honor protectoras, lo cual dio una sensación de vulnerabilidad que no
habían padecido durante muchos años. Esta situación fue aprovechada
por los guerreros de Amalek, quienes atacaron nuevamente desde Arad,
pero esta vez dando apariencia de ser cna’anitas, imitando su idioma
para confundir a los hebreos cuando rezaran pidiendo Asistencia Di-vina
(ante la duda, los hebreos rezaron a D”s para que “entregue a ‘este
pueblo’ en sus manos”).
Si bien los amalekitas fueron derrotados, el retroceso que tuvieron
que hacer (marcha hacia atrás) a raíz de la batalla y del temor a los
enemigos, dio pie a una nueva protesta contra Moshé (dudando nuevamente
de la veracidad de su mensaje). Viejos lamentos se renovaron, tales
como el de la comida extraña, el Man, que venían consumiendo.
Como antes mencionamos, el fallecimiento de Miriam había interrumpido el
flujo de agua milagrosa, mientras que el deceso de Aharón trajo
aparejada la discontinuidad de la protección de las Nubes.
La próxima muerte de Moshé ya estaba anunciada: ¡¿qué sucedería, pues, cuando él no estuviera más?!
D”s quitó Su habitual protección permitiendo que las serpientes – muy comunes en el desierto – atacaran a los judíos.
¿Serpientes?
¿Por qué precisamente las serpientes?
La serpiente es símbolo de maledicencia desde que hizo su “debut” en ese
sentido, en épocas de Adam y Javá. Asimismo, la serpiente solo siente
el sabor a polvo en toda comida que ingiera, y se convirtió en el
elemento que debió castigar a Israel, que se quejó – falto de gratitud –
del Man, con el que podían milagrosamente disfrutar el sabor que
quisieran (Midrash Rabá, Bamidbar 19:22)
De inmediato acudieron a Moshé reconociendo su falta y rogándole que implorara a D”s para que quite los reptiles mortales.
D”s aceptó las prontas plegarias de Moshé y le indicó fabricar una
serpiente “artificial” (que Moshé hizo de cobre) y colocarla sobre un
sitio alto y visible, para ser vista por todos los judíos que sufrieron
una picadura de serpiente. Al contemplar la serpiente y concentrarse en
su significado, la gente se curaría del mal.
La lección inmortal
El Talmud (Rosh HaShaná 29.) pregunta: “¡¿Acaso una serpiente mata – o
revive?!” (= ¿acaso no es un reptil al que todos temen por su poder
destructivo?) – “esto no es sino para enseñar que mientras los
israelitas elevaban sus ojos para adherir a D”s, se curaban – y, caso
contrario – se derretían”.
En otras palabras: el dispositivo que Moshé armó, no debía sanar de modo
misterioso e incomprensible, sino que constituía un artilugio para que
los hebreos dirigieran su mirada e invocaran a Quien realmente
restablece y guarece de todos los males.
¿Por qué la curación debía suceder precisamente a través de una serpiente?
El significado de observación y reflexión en la serpiente, debía llevar a
recordar que en realidad las serpientes – y los demás peligros – están
siempre presentes. El hecho de que podemos vivir tranquilamente, se debe
al Amparo Di-vino continuo del que somos objeto.
Lamentablemente, muchas veces relegamos la consciencia de aquel
resguardo al fondo de nuestra memoria – como si no existiera. Esto
conduce a una perenne situación de descontento y queja.
De pronto, se nos da la oportunidad de divisar aquel recordatorio y
vislumbrar que – estemos atentos, o no – gozamos de la Vigilancia
incesante de D”s, cada día de vida es un obsequio que Él nos da (Rav
Sh.R. Hirsch sz”l).
“Y fue que todo aquel que fue mordido, miraba la serpiente de cobre – y vivía” (Bamidbar 21:9).
Habitualmente, cuando una persona se enoja con otra, le gritará o le
pegará. Si, en cambio, está feliz con su conducta, lo abrazará o besará.
Sien embargo, todas las reacciones – recompensas y castigos – que
emanan de D”s responden a Su amor por nosotros, pues espera lo mejor de
sus amados hijos. Es así que la serpiente que causa dolor, es la que
sana, pues ambas situaciones provienen de una misma fuente (Rav Jaim
Shmuelevitz sz”l).
La presencia de la serpiente de cobre también debería recordar a los
hebreos su error para no reincidir, tal como dijo David en Tehilim
(51:5): “y mi pecado está frente a mi siempre”.
El Talmud (Brajot 33.) narra que en cierta oportunidad un “arod”
(cruza de dos reptiles) mordía y hería a las personas. Rabí Janiná ben
Dosa pidió que le muestren la madriguera del animal para colocar su pie
sobre la entrada (los comentaristas explican por qué Rabí Janiná podía
exponerse al peligro).
Pero cuando picó también al tzadik, ¡quien murió fue el Arod! Enseñó,
entonces, Rabí Janiná: “no es el Arod el que mata (pues es solamente un
medio que cumple el dictamen de D”s), sino el pecado (que provoca la
vulnerabilidad ante el peligro)…”.
Cuando las cosas buenas dejan de ser buenas
¿Qué terminó pasando con aquella misteriosa serpiente de cobre?
Cuenta el TaNa”J (Melajim II 18:4) que, puesto que el pueblo lo había
convertido en un objeto de adoración, el virtuoso rey Jizkiahu la rompió
(con aprobación de los Sabios) modificándole el nombre a “Nejushtán”
para descalificarlo, ¿Por qué?
La gente tiene la tendencia a olvidar cómo distinguir entre lo
esencial y lo accesorio. Como en otras oportunidades, comenzaron a
creer que la serpiente de cobre tenía “poderes” curativos. Era el
momento de destruirla.
La lucha contra las enfermedades fue y es una pugna constante del ser humano.
Desde que tenemos memoria, sabemos de nuevas vacunas que se descubrieron
para prevenir determinados males. Grandes laboratorios – en todos los
centros famosos del mundo – invierten sumas astronómicas para lograr
medicamentos que sanen los padecimientos humanos.
Efectivamente, somos testigos de que se han conseguido importantes
progresos. El promedio de vida de los seres humanos ha aumentado en
muchos sitios de la tierra, y la mortandad infantil se ha reducido
sustancialmente en la mayor parte del orbe.
Sin embargo, hay una realidad que siempre nos deja intranquilos: a
medida que se combaten y se reducen ciertas afecciones, aparecen otras,
desconocidas hasta el momento…
¡Sin duda uno se pregunta por qué ha de ser así!
¿Será porque los seres humanos no queremos reconocer nuestra fragilidad?
¿queremos creer que somos imbatibles y que lo podemos todo?
Curiosamente, el símbolo de la farmacopea está representado por una serpiente enroscada en un palo.
Al avistar ese emblema, quizás recordemos que – a pesar de todo – somos
humanos, y vulnerables. Quizás también hagamos memoria y recordemos que
no hay curación “milagrosa” a través de serpientes de cobre, sino que
nos debe impulsar a tener en cuenta que debemos buscar las respuestas
allí “arriba”, y que todos los males con los que vivimos son llamados de
atención de Quien nos ama y desea lo mejor para nosotros.
Como ya notamos oportunamente, el objetivo de la narración de estas
historias no es para que nosotros evaluemos los modelos de la Torá. Las
circunstancias varían tanto a lo largo de los años, que el mero intento
de elogiar o descalificar a las personas de la era bíblica comparándolos
con nuestras vidas, resulta totalmente fuera de lugar. Además, el
juicio de las acciones humanas pertenece únicamente al Todopoderoso.
Lo que estamos diciendo se refiere a cualquier personaje de la Torá.
¡Cuánto más a Moshé, que fue único por su humildad en toda la historia
de la humanidad, quien fuera designado por el Todopoderoso para ser el
transmisor de la Torá al pueblo de Israel (cosa que no podemos decir de
Ud. y de mí)!
Cuando leemos que Moshé fue castigado en un episodio que protagonizó
frente al pueblo después de conducirlos en la salida de Egipto y durante
cuarenta años de su travesía por el desierto con la inhibición de su
ingreso a la anhelada Tierra Prometida: Eretz Israel, quedamos muy
confundidos.
¿Qué puede haber hecho Moshé para recibir un castigo tan importante?
Ud. y yo podemos viajar y vivir en la Tierra de Israel. Solo hace falta
tener voluntad (y los medios necesarios). ¿Nosotros nos merecemos
ingresar a Israel – y Moshé no? Cuando analicemos el texto escrito de
la Torá, veremos que la Torá ni siquiera es demasiado clara respecto a
cual fue exactamente el pecado de Moshé. Esto confunde aun más.
Entonces: ¿por qué están relatados estos acontecimientos en la Torá?
Responde el Rav Itzjak Meir Alter (“Jidushei haRim”, el Rebbe de
Gur): “si la Torá incluyó estas historias, seguro que es para que las
estudiemos. Cada generación y cada comunidad están guiadas por D”s para
encontrar en esta historia una lección y una enseñanza ética útil y
apropiada para su época específica. Todas las distintas
interpretaciones que ofrecen los comentaristas, pueden ser legítimamente
encontradas en la historia de Moshé, pues cada una de ellas nos
alecciona en un significado moral”.
Volvamos, pues, al texto de la Torá e intentemos aprender lo que nos transmiten los Sabios:
Nuevamente falta agua
Los judíos habían llegado al desierto de Tzin hacia los comienzos del
último de los cuarenta años de su itinerario por el desierto. En aquel
momento falleció Miriam.
Seguidamente, no hubo agua para beber.
Recordemos que hasta ese entonces los judíos habían bebido agua de un
pozo extraordinario que los acompañaba permanentemente por mérito de
Miriam. Este pozo había comenzado a dar sus aguas a partir de una
escasez que habían sufrido luego que se lanzaron al desierto después del
cruce del Mar Rojo. En aquella primera oportunidad, en las cercanías
del Monte Jorev (Sinaí), D”s había indicado a Moshé que golpeara la roca
con su bastón.
Nuevamente el pueblo se levantó contra Moshé, exigiendo agua para sí
mismos y para el ganado. El pueblo se quejó otra vez por haber salido
de Egipto (a pesar que esta nación había nacido en el desierto) y dijo
que hubiese sido preferible morir de otro modo menos sufrido que por la
falta de agua.
D”s ordenó a Moshé que se dirija nuevamente a cierta roca y que le
hablara para que diera sus aguas. Moshé fue con Aharón y con el resto
del pueblo. Una vez que llegó al lugar, golpeó la roca dos veces con el
bastón, lo que provocó que saliera mucha agua para el pueblo y su
ganado.
“Y dijo D”s a Moshé y a Aharón: dado que no han confiado en Mí para
santificarMe a ojos de los hijos de Israel, por lo tanto no conducirán a
este pueblo a la tierra que les di. Estas son las aguas de Merivá en
que pelearon los hijos de Israel a D”s y fue Santificado a través de
ellas” (Bamidbar 20:12-13).
Las palabras que implican “falta de confianza en D”s” son muy fuertes.
¿Moshé no confió en D”s? ¿Y qué se podría decir, entonces, de nuestra confianza en D”s?
Rash”í explica que la falta de Moshé consistió en pegar a la piedra.
Si bien en la oportunidad anterior D”s expresamente había ordenado a
Moshé que la golpeara, en esta coyuntura le ordenó que le hablara. Si
Moshé hubiese hablado a la piedra y esta hubiese dado sus aguas, los
judíos podían haber deducido que “si una piedra que no escucha ni habla
ni requiere sustento, presta atención y obedece el mandato de D”s,
¡cuánto más nosotros!”.
Esta explicación nos da para pensar.
Habitualmente evaluamos los errores por las cosas que evidentemente se
hicieron mal. RashӒ nos permite ver que no solamente es una ofensa el
hecho de haber obrado con lo que llamaríamos una “mala acción”, sino que
es tan perjudicial la pérdida de una oportunidad, en este caso la
eventualidad que el pueblo de Israel hubiese podido derivar de la
obediencia de la roca la enseñanza que ellos no debían ser menos.
Nuestra visión del mal es muy limitada.
¡Cuántas circunstancias pasamos por alto, en las que hubiésemos podido generar tanto bien!
Rav Sh.R. Hirsch sz”l dice que el error de Moshé al enojarse con el
pueblo (“¡¿acaso de esta roca podremos obtener agua?!”) consistió en
perder la esperanza y la confianza en que los judíos llegarían a
consumar su destino como pueblo. Se preguntó si toda su labor había
sido en vano. Por eso, murió.
Sigue comentando el Rav Hirsch: “Lo más extraordinario que nos queda,
es el hecho de que a causa de un pequeño, fugaz y entendible desliz en
la Emuná (fe), los líderes de la generación debieron sufrir el mismo
desenlace que el resto de aquella generación del desierto que demostró
tanta falta de fe.
La tumba de nuestro gran líder próximo al límite de la Tierra
Prometida a la cual había finalmente traído al pueblo, en cercanía a las
tumbas de aquellos que murieron en el desierto, aporta el testimonio
eterno a la imparcialidad del Juicio Di-vino, en la balanza en la cual
los errores más triviales de los santos, pesan igual que los pecados más
graves de otros mortales”.
Son muchos más, los comentarios de los Sabios acerca de este hecho.
Con esta reflexión, llevamos una lección atemporal de lo que significa
la Justicia de D”s, y la responsabilidad que nos cabe a cada uno de
nosotros.
LAS SERPIENTES MAESTRAS
La larga trayectoria estaba llegando a su fin.
Los cuarenta años transcurridos desde que el éxodo de Egipto se habían
cumplido y se acercaba la hora para que la joven generación ingresara a
la Tierra de Israel.
Moshé, a pesar que él mismo tenía vedada la entrada a la Tierra
Prometida, solicitó permiso a los pueblos vecinos – Edom, Moav y Amón –
para que les concedan el paso a los israelitas a través de su
territorio. Estos pueblos no eran ajenos a la historia de los hebreos,
pues tenían ancestros en común.
A pesar de ello, estas naciones negaron a los hebreos atravesar sus
comarcas, aun si éstos pagaran peaje y prometían consumir sus productos
para beneficiarlos con sus gastos.
Puesto que D”s había indicado que no se debía molestar a estas naciones,
los hebreos debieron circunvalar sus fronteras, y esto agregó cansancio
al pueblo que ya estaba fatigado y ávido por llegar a destino.
Adicionalmente, y a pesar que el contacto con los habitantes de Edom
había sido mínimo, la influencia de su deplorable moral se hizo sentir
en los israelitas (nosotros no entendemos estas sutilezas, pues hoy ni
siquiera nos percatamos de la magnitud del influjo de la conducta de los
pueblos entre los que habitamos, sobre nosotros…).
La muerte de Aharón
El resultado de aquella caída ética de los hebreos provocó la pérdida de
una de sus máximas autoridades: Aharón, a quien ya no merecieron tener
entre ellos.
Aharón era una persona muy querida por el pueblo, pues amaba la
concordia y buscaba activamente la conciliación entre los judíos
enemistados. Asimismo, su amor por la gente inducía a que se acercaran a
la Torá (Pirkei Avot 1:12).
Todo el pueblo sin excepción, pues, lloró el fallecimiento de Aharón.
La muerte de los Tzadikim expía los pecados del pueblo (Moed Katán
28.) a través del duelo que practican y las demostraciones de honor que
le hacen. Asimismo, el fallecimiento de los justos, provoca que la
gente analice su propia conducta y realice las enmiendas necesarias.
La muerte de Aharón derivó en el alejamiento temporáneo de las Nubes
de Honor protectoras, lo cual dio una sensación de vulnerabilidad que no
habían padecido durante muchos años. Esta situación fue aprovechada
por los guerreros de Amalek, quienes atacaron nuevamente desde Arad,
pero esta vez dando apariencia de ser cna’anitas, imitando su idioma
para confundir a los hebreos cuando rezaran pidiendo Asistencia Di-vina
(ante la duda, los hebreos rezaron a D”s para que “entregue a ‘este
pueblo’ en sus manos”).
Si bien los amalekitas fueron derrotados, el retroceso que tuvieron
que hacer (marcha hacia atrás) a raíz de la batalla y del temor a los
enemigos, dio pie a una nueva protesta contra Moshé (dudando nuevamente
de la veracidad de su mensaje). Viejos lamentos se renovaron, tales
como el de la comida extraña, el Man, que venían consumiendo.
Como antes mencionamos, el fallecimiento de Miriam había interrumpido el
flujo de agua milagrosa, mientras que el deceso de Aharón trajo
aparejada la discontinuidad de la protección de las Nubes.
La próxima muerte de Moshé ya estaba anunciada: ¡¿qué sucedería, pues, cuando él no estuviera más?!
D”s quitó Su habitual protección permitiendo que las serpientes – muy comunes en el desierto – atacaran a los judíos.
¿Serpientes?
¿Por qué precisamente las serpientes?
La serpiente es símbolo de maledicencia desde que hizo su “debut” en ese
sentido, en épocas de Adam y Javá. Asimismo, la serpiente solo siente
el sabor a polvo en toda comida que ingiera, y se convirtió en el
elemento que debió castigar a Israel, que se quejó – falto de gratitud –
del Man, con el que podían milagrosamente disfrutar el sabor que
quisieran (Midrash Rabá, Bamidbar 19:22)
De inmediato acudieron a Moshé reconociendo su falta y rogándole que implorara a D”s para que quite los reptiles mortales.
D”s aceptó las prontas plegarias de Moshé y le indicó fabricar una
serpiente “artificial” (que Moshé hizo de cobre) y colocarla sobre un
sitio alto y visible, para ser vista por todos los judíos que sufrieron
una picadura de serpiente. Al contemplar la serpiente y concentrarse en
su significado, la gente se curaría del mal.
La lección inmortal
El Talmud (Rosh HaShaná 29.) pregunta: “¡¿Acaso una serpiente mata – o
revive?!” (= ¿acaso no es un reptil al que todos temen por su poder
destructivo?) – “esto no es sino para enseñar que mientras los
israelitas elevaban sus ojos para adherir a D”s, se curaban – y, caso
contrario – se derretían”.
En otras palabras: el dispositivo que Moshé armó, no debía sanar de modo
misterioso e incomprensible, sino que constituía un artilugio para que
los hebreos dirigieran su mirada e invocaran a Quien realmente
restablece y guarece de todos los males.
¿Por qué la curación debía suceder precisamente a través de una serpiente?
El significado de observación y reflexión en la serpiente, debía llevar a
recordar que en realidad las serpientes – y los demás peligros – están
siempre presentes. El hecho de que podemos vivir tranquilamente, se debe
al Amparo Di-vino continuo del que somos objeto.
Lamentablemente, muchas veces relegamos la consciencia de aquel
resguardo al fondo de nuestra memoria – como si no existiera. Esto
conduce a una perenne situación de descontento y queja.
De pronto, se nos da la oportunidad de divisar aquel recordatorio y
vislumbrar que – estemos atentos, o no – gozamos de la Vigilancia
incesante de D”s, cada día de vida es un obsequio que Él nos da (Rav
Sh.R. Hirsch sz”l).
“Y fue que todo aquel que fue mordido, miraba la serpiente de cobre – y vivía” (Bamidbar 21:9).
Habitualmente, cuando una persona se enoja con otra, le gritará o le
pegará. Si, en cambio, está feliz con su conducta, lo abrazará o besará.
Sien embargo, todas las reacciones – recompensas y castigos – que
emanan de D”s responden a Su amor por nosotros, pues espera lo mejor de
sus amados hijos. Es así que la serpiente que causa dolor, es la que
sana, pues ambas situaciones provienen de una misma fuente (Rav Jaim
Shmuelevitz sz”l).
La presencia de la serpiente de cobre también debería recordar a los
hebreos su error para no reincidir, tal como dijo David en Tehilim
(51:5): “y mi pecado está frente a mi siempre”.
El Talmud (Brajot 33.) narra que en cierta oportunidad un “arod”
(cruza de dos reptiles) mordía y hería a las personas. Rabí Janiná ben
Dosa pidió que le muestren la madriguera del animal para colocar su pie
sobre la entrada (los comentaristas explican por qué Rabí Janiná podía
exponerse al peligro).
Pero cuando picó también al tzadik, ¡quien murió fue el Arod! Enseñó,
entonces, Rabí Janiná: “no es el Arod el que mata (pues es solamente un
medio que cumple el dictamen de D”s), sino el pecado (que provoca la
vulnerabilidad ante el peligro)…”.
Cuando las cosas buenas dejan de ser buenas
¿Qué terminó pasando con aquella misteriosa serpiente de cobre?
Cuenta el TaNa”J (Melajim II 18:4) que, puesto que el pueblo lo había
convertido en un objeto de adoración, el virtuoso rey Jizkiahu la rompió
(con aprobación de los Sabios) modificándole el nombre a “Nejushtán”
para descalificarlo, ¿Por qué?
La gente tiene la tendencia a olvidar cómo distinguir entre lo
esencial y lo accesorio. Como en otras oportunidades, comenzaron a
creer que la serpiente de cobre tenía “poderes” curativos. Era el
momento de destruirla.
La lucha contra las enfermedades fue y es una pugna constante del ser humano.
Desde que tenemos memoria, sabemos de nuevas vacunas que se descubrieron
para prevenir determinados males. Grandes laboratorios – en todos los
centros famosos del mundo – invierten sumas astronómicas para lograr
medicamentos que sanen los padecimientos humanos.
Efectivamente, somos testigos de que se han conseguido importantes
progresos. El promedio de vida de los seres humanos ha aumentado en
muchos sitios de la tierra, y la mortandad infantil se ha reducido
sustancialmente en la mayor parte del orbe.
Sin embargo, hay una realidad que siempre nos deja intranquilos: a
medida que se combaten y se reducen ciertas afecciones, aparecen otras,
desconocidas hasta el momento…
¡Sin duda uno se pregunta por qué ha de ser así!
¿Será porque los seres humanos no queremos reconocer nuestra fragilidad?
¿queremos creer que somos imbatibles y que lo podemos todo?
Curiosamente, el símbolo de la farmacopea está representado por una serpiente enroscada en un palo.
Al avistar ese emblema, quizás recordemos que – a pesar de todo – somos
humanos, y vulnerables. Quizás también hagamos memoria y recordemos que
no hay curación “milagrosa” a través de serpientes de cobre, sino que
nos debe impulsar a tener en cuenta que debemos buscar las respuestas
allí “arriba”, y que todos los males con los que vivimos son llamados de
atención de Quien nos ama y desea lo mejor para nosotros.
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