Entre Las Letras
Con el paso de los años he recopilado
muchas letras. Llega el momento de ordenar y compartir. Es tiempo de
cambios y con ello nuevas secciones que se iran uniendo a "A pie entre
la memoria y las letras" y "Yo y mis letras"
Historia …
31 de Mayo de 1906 …
1906 En Madrid, España, en la Basílica de San
Jerónimo el Real tiene lugar la boda real entre el rey Alfonso XIII y la
princesa británica Victoria Eugenia de Battenberg, sobrina del rey
Eduardo VII de Inglaterra. A la salida de la ceremonia, en la calle
Mayor, a la altura del número 88, mientras se dirigen al Palacio Real
para el banquete, sufren un atentado cuando el anarquista Mateo Morral
arroja una bomba camuflada en un ramo de flores contra la comitiva, que
no alcanza a los reyes pero que mata a unas veinte personas además de
herir a muchas más que contemplan el paso del cortejo. El 2 de junio,
Mateo Morral será detenido en Torrejón de Ardóz, pueblo cercano a
Madrid, por un guardia jurado al que matará de un tiro para suicidarse a
continuación.
Jerónimo el Real tiene lugar la boda real entre el rey Alfonso XIII y la
princesa británica Victoria Eugenia de Battenberg, sobrina del rey
Eduardo VII de Inglaterra. A la salida de la ceremonia, en la calle
Mayor, a la altura del número 88, mientras se dirigen al Palacio Real
para el banquete, sufren un atentado cuando el anarquista Mateo Morral
arroja una bomba camuflada en un ramo de flores contra la comitiva, que
no alcanza a los reyes pero que mata a unas veinte personas además de
herir a muchas más que contemplan el paso del cortejo. El 2 de junio,
Mateo Morral será detenido en Torrejón de Ardóz, pueblo cercano a
Madrid, por un guardia jurado al que matará de un tiro para suicidarse a
continuación.
En la iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid, conocida por la
mayoría de los madrileños como Los Jerónimos, a las 11.30 de la mañana
del jueves 31 de mayo de 1906 se celebró el enlace del rey Alfonso XIII
con la princesa Victoria Eugenia Eva Julia de Battenberg. Los
contrayentes se habían conocido casi por casualidad, durante un viaje
del joven Rey a Inglaterra, organizado por la Corte para que conociera a
la princesa que habían elegido para él. La candidata de la Corte era la
princesa Patricia, a la que familiarmente llamaban Patsy. Era hija del
conde Connaught (séptimo hijo de la reina Victoria, Arthur) y de la
princesa Luisa de Prusia.
Los cronistas de la época coinciden en señalar que no hubo
entendimiento entre los jóvenes, quizás porque ‘Patsy’ ya estaba
enamorada de un conde inglés. Ante el cariz que tomaba el viaje, Alfonso
XIII olvidó el motivo inicial de su viaje y durante una comida en
Buckingham Palace celebrada en su honor, se interesó por otra joven de
cabellos dorados.
La princesa que había conquistado al monarca español era la nieta
pequeña de la Reina de Inglaterra, su preferida según decían en la
época, hija de la Infanta Beatriz y de su esposo, Enrique de Battenberg.
Se llamaba Victoria, por su abuela; Eugenia, por su madrina, la
emperatriz Eugenia de Montijo; Julia, por su abuela paterna, Julia
Hauke; y Eva, por la primera mujer del mundo, aunque siempre fue
conocida por el apelativo familiar de ‘Ena’.
El amor nació por tanto a espaldas de los diplomáticos y de todos los
proyectos políticos, burlando cualquier cálculo o acuerdo, lo que
convirtió el Rey en un joven enamorado. La noticia de su historia de
amor corrió como la pólvora por España y la nueva princesa causó muy
buena impresión tanto en el pueblo como en la Corte. España rebosaba
felicidad porque el Rey se casaba por amor, como lo había hecho su
padre, el rey Alfonso XII…….
mayoría de los madrileños como Los Jerónimos, a las 11.30 de la mañana
del jueves 31 de mayo de 1906 se celebró el enlace del rey Alfonso XIII
con la princesa Victoria Eugenia Eva Julia de Battenberg. Los
contrayentes se habían conocido casi por casualidad, durante un viaje
del joven Rey a Inglaterra, organizado por la Corte para que conociera a
la princesa que habían elegido para él. La candidata de la Corte era la
princesa Patricia, a la que familiarmente llamaban Patsy. Era hija del
conde Connaught (séptimo hijo de la reina Victoria, Arthur) y de la
princesa Luisa de Prusia.
Los cronistas de la época coinciden en señalar que no hubo
entendimiento entre los jóvenes, quizás porque ‘Patsy’ ya estaba
enamorada de un conde inglés. Ante el cariz que tomaba el viaje, Alfonso
XIII olvidó el motivo inicial de su viaje y durante una comida en
Buckingham Palace celebrada en su honor, se interesó por otra joven de
cabellos dorados.
La princesa que había conquistado al monarca español era la nieta
pequeña de la Reina de Inglaterra, su preferida según decían en la
época, hija de la Infanta Beatriz y de su esposo, Enrique de Battenberg.
Se llamaba Victoria, por su abuela; Eugenia, por su madrina, la
emperatriz Eugenia de Montijo; Julia, por su abuela paterna, Julia
Hauke; y Eva, por la primera mujer del mundo, aunque siempre fue
conocida por el apelativo familiar de ‘Ena’.
El amor nació por tanto a espaldas de los diplomáticos y de todos los
proyectos políticos, burlando cualquier cálculo o acuerdo, lo que
convirtió el Rey en un joven enamorado. La noticia de su historia de
amor corrió como la pólvora por España y la nueva princesa causó muy
buena impresión tanto en el pueblo como en la Corte. España rebosaba
felicidad porque el Rey se casaba por amor, como lo había hecho su
padre, el rey Alfonso XII…….
Breve Historia … Castillo de Javier …
Una gran fortaleza …
En la Navarra Media, a 8 km. de Sangüesa,se alza esta fortaleza medieval erigida sobre roca viva, que congrega
cada año a principios de marzo a miles de navarros en la popular
peregrinación conocida como “Javierada”.
Al límite de la provincia de Zaragoza, en la parte más
elevada del pequeño pueblo de Javier, se alza la silueta rotunda del
Castillo de Javier, casa natal del patrón de Navarra. San Francisco
Javier.
Los orígenes del castillo se remontan a finales del siglo X, en el que se levantó una torre de señales, la torre del Homenaje.
Su estratégica ubicación de frontera entre los reinos de Navarra y
Aragón, acrecentó su sentido de fortaleza y en torno a la torre se
fueron edificando los distintos cuerpos del castillo.
Es propiedad de la Compañía de Jesús, y se destina a uso turístico.
Puede visitarse todos los días
Fue declarado Bien de Interés Cultural por el Decreto Foral del 2 de febrero de 1994.
El primer documento en el que se menciona el castillo es de 1217,
aunque su construcción tal vez se remonte a fines del s. X o principios
del s. XI.
En su origen, el castillo fue probablemente una simple torre de
vigilancia y solo más tarde se convirtió en una fortaleza propiamente
dicha, dotada de un complejo sistema defensivo.
En torno a esa torre primitiva, llamada de San Miguel, los señores de
Javier levantaron a lo largo de la Edad Media diferentes edificaciones y
recintos:
El Palacio Viejo, que se destinó a vivienda de los señores.
La torre de Undués, situada en la parte oriental y dotada de saeteras y matacanes para su defensa.
En el lado opuesto se levantó la torre del Cristo, que alberga en su interior la antigua capilla del castillo.
Cerrando el castillo por el Norte, un edificio destinado a bodegas, graneros y cuadras para el ganado.
A finales del siglo XV, cuando Juan de Jaso era su propietario, se construyó el Palacio Nuevo, junto a la torre del Cristo. En una de las habitaciones de esta zona, nació el Santo.
Tras la anexión de Navarra a la corona de Castilla en 1512, los
hermanos de Francisco, Juan y Miguel, participaron en 1516 en el intento
de restaurar la monarquía navarra. Fracasada la sublevación, el
Cardenal Cisneros, regente de Castilla, mandó derribar todas las
fortalezas de los rebeldes, entre ellas el castillo de Javier.
Fueron arrasadas las murallas exteriores que protegían la fortaleza, se
desmocharon las torres, se rellenaron los fosos, y los matacanes y las
saeteras fueron inutilizadas.
Privado de sus elementos defensivos, el edificio se convirtió en una casa grande.
Las defensas del castillo
A finales de la Edad Media, el castillo contaba con un complicado sistema de defensas. Sus principales elementos eran:Torres, almenas, matacanes y saeteras.
Una muralla interior que rodeaba las edificaciones.
Un segundo muro exterior protegido por un foso, entre el Palacio Viejo y la torre de Undués.
Cuatro puertas:
La primera, levadiza, en la muralla
exterior; la segunda se encontraba en el muro interior y contaba también
con un puente levadizo; la tercera daba acceso al patio del castillo y
la cuarta comunicaba con el Palacio Viejo.
exterior; la segunda se encontraba en el muro interior y contaba también
con un puente levadizo; la tercera daba acceso al patio del castillo y
la cuarta comunicaba con el Palacio Viejo.
El Señorío
El señorío de Javier pertenecía a la familia materna del santo. En élnació, hacia 1464, su madre, María de Azpilicueta, heredera de su
linaje. Al casarse con Juan de Jaso, éste pasó a titularse Señor de
Javier, Azpilicueta e Idocin.
Las posesiones que componían el señorío de Javier eran:
El castillo.
El pueblo de Javier.
Un territorio de más de 10 Km2.
Nuevas herencias y adquisiciones de los propietarios fueron añadiendo
posesiones al patrimonio original, por lo que la familia llegó a ocupar
un puesto destacado en la nobleza navarra.
Como nobles dueños de un señorío, gozaban de ciertos privilegios y derechos, como por ejemplo:
Cobraban pechas e impuestos a los campesinos que cultivaban las tierras pertenecientes al señor.
Eran dueños y patronos de la iglesia parroquial.
Cobraban una tasa sobre los rebaños roncaleses que pasaban hacia las Bardenas o volvían de ellas.
Cobraban también una tasa por las almadías que bajaban la madera por el río Aragón.
Administraban justicia.
Poseían un molino y una salina.
Tras la muerte de Juan de Jaso y debido a que los hermanos del santo
participaron en la rebelión contra los castellanos, el patrimonio
familiar estuvo en serio peligro. Pero, fracasadas las sublevaciones,
los dos hermanos se acogieron al perdón ofrecido por Carlos I de España
y, tras reconocerle como rey de Navarra, recuperaron sus bienes y
haciendas.
Un Templo de Faraones en Madrid …
En el Parque del Cuartel de la Montaña el 20 de Julio de 1972 se inaugura el Templo de Debod, este procede de una zona desértica de la Baja Nubia, al sur de Egipto,
cerca de la Primera Catarata del Nilo, a unos 15 kilómetros de la
región de la Baja Nubia, hoy en día en gran parte sumergida bajo las
aguas de la Presa de Asuán. Las excavaciones arqueológicas nos han
mostrado que en la zona de Debod había un pequeño poblamiento antiguo
que creció en época greco-romana gracias a la construcción del templo.
Como la zona de Debod estaba en el camino entre el
norte de Egipto y el interior de África, y estaba cerca de algunos
importantes santuarios religiosos, se convirtió en un habitual lugar de
paso.
Nubia
es el nombre con el que, desde la Edad Media, se conoce a la región
central de Nilo entre Asuán y Jartum. A diferencia del amplio y fértil
valle egipcio, el nubio es estrecho y de escarpadas orillas, lo que no
facilita su explotación agraria y ganadera, salvo en unas pocas zonas.
Fueron otros, por tanto, los valiosos recursos que pronto despertaron el
interés de los monarcas egipcios: el cobre, las piedras duras, las
piedras semipreciosas y, sobre todo, el oro.
Nubia se divide en dos grandes zonas geográficas y culturales. Al
norte, entre las dos primeras cataratas se extiende la Baja Nubia,
controlada por Egipto desde las primeras dinastías y colonizada en el
Imperio Nuevo. La Alta Nubia, desde la segunda hasta la sexta catarata,
fue cuna de dos grandes estados: el reino de Kerma, conquistado por
Egipto en el 1500 antes de Cristo, y el Reino de Kush, conquistador a su
vez de Egipto entre el 728 y el 662 antes de Cristo, durante lo que fue
la XXV dinastía.
En siglo VI a. C., los ejércitos egipcios penetraron en la Alta
Nubia, destruyendo la ciudad de Napata, capital de Kush. La monarquía
kushita se trasladó entonces al sur, a Meroe, en la 5º catarata. A pesar
de estas derrotas, los reyes meroitas siguieron considerándose los
verdaderos herederos de la monarquía egipcia.
La ciudad de Debod se encontraba en la frontera
norte de la Baja Nubia, a muy pocos kilómetros de Filé y Elefantina. En
el Imperio Nuevo debió de existir allí un pequeño santuario dedicado a
Amón, del que sólo han quedado dos fragmentos de un sillar con el nombre
del faraón Seti II. Quizá el nombre egipcio de este monumeno: “ta hut”,
la residencia, sea el origen del nombre de la villa: “la ciudad del
templo”.
A principios del siglo II antes de Cristo, el rey Adijalamani de
Meroe construyó sobre los restos de ese antiguo templo una pequeña
capilla dedicada a los dioses Amón de Debod e Isis de Filé.
Adijalamani, como años antes había hecho su predecesor Arqamani,
aprovechó la rebelión del sur de Egipto contra Ptolomeo IV y V, para
extender su control político hasta la Baja Nubia y ayudar a los rebeldes
tebanos. Arqamani y Adijalamani construyeron varios templos y dedicaron
monumentos en varias localidades de la Baja Nubia, incluida la isla de
Filé.
La
capilla construida por Adijalamani forma el núcleo original del templo
de Debod. Sus paredes, decoradas con relieves, muestran a este rey
meroita caracterizado como un faraón egipcio mientras realiza ofrendas a
los dioses egipcios.
Antiguamente, la capilla presentaba un aspecto muy distinto al
actual, ya que sus paredes y techo estaban decorados con brillantes
colores. Los restos de pintura se perdieron definitivamente a
principios del siglo XX, tras su larga inmersión bajo las aguas del lago
de Asuán.
Posteriormente, distintos reyes de la dinastía
ptolemaica construyeron nuevas estancias alrededor de aquella, y fueron
añadidos el santuario con sus altares (naos), las grandes puertas monumentales (pilonos), y las estancias para el culto y el mantenimiento del, que Egipto cede a España por la salvación de los templos de Nubia.
Sofocada la revuelta en el sur de Egipto, Ptolomeo VI y su
sucesor Ptolomeo VIII retomaron el control de la Baja Nubia. En Debod,
estos monarcas ampliaron el primitivo santuario construido por
Adijalamani, dotándolo de nuevas capillas, una terraza y un pilono. La
simple capilla original había dado paso a un pequeño, pero completo
templo egipcio. Ptolomeo VIII consagró allí un sagrario monolítico para
guardar una estatua de la diosa Isis, completado después por otro
dedicado a Amón de Debod, ofrendado por Ptolomeo XII. De los dos, sólo
el segundo se conserva hoy en su capilla, pues el primero desapareció
durante el siglo XIX.
Roma conquistó Egipto en el año 30 antes de Cristo, tras la
victoria del fututo emperador Augusto sobre Marco Antonio y la reina
Cleopatra. En el sur, las legiones romanas continuaron guerreando diez
años contra el reino de Meroe, hasta que la firma de un tratado de paz
estableció unas fronteras estables entre ambos reinos. Muy pocos años
después, el vestíbulo y la fachada principal del Templo de Debod fueron
decorados con escenas en las que aparece representado Augusto. También
en época romana se construyeron un tercer pilono, una vía procesional y
un embarcadero, así como una capilla, que se ha interpretado como un
mammisi, lugar donde se realizaban los ritos del nacimiento del dios
niño.
En
el año 635, los templos de Filé fueron clausurados al culto pagano y
los pequeños templos de la Baja Nubia vinculados a la diosa Isis, entre
ellos Debod, cerrados y abandonados. Egipto y Nubia desaparecieron para
el mundo occidental durante más de mil años, hasta que en el siglo XIX
viajeros y aventureros redescubrieron para Europa sus antiguos
monumentos.
Desde que nos llegó su primera descripción en detalle, en 1737, las
referencias a él de los viajeros que cruzaban el Nilo fueron constantes.
En 1907, la construcción de la presa de Asuán hizo que el templo fuera
engullido por el río nueve meses al año y las obras de otra presa en los
años 60 supuso un peligro definitivo de inmersión. Este hecho motivó su
traslado y el de otros importantes restos unos metros hacia el
interior. Así, en 1959 un equipo español al mando del profesor Martin Almagro, colaboró en el despiece del templo de Abu Simbel. El Gobierno egipcio decidió entonces donar a los países que habían participado en aquella monumental campaña cinco templos, entre ellos el de Debod. Para su adjudicación, la UNESCO había
establecido que el templo debía exhibirse en museos o en centros
científicos públicos, que se asegurara su conservación y que se creara
un adecuado ambiente arqueológico. A pesar de
que la aportación económica de otros países, como Holanda, Francia o
Estados Unidos, había sido mucho mayor y que las condiciones de la UNESCO nunca fueron respetadas, la petición española fue elegida en 1968 y
el templo llevado por partes desde su ubicación hasta Madrid unos años
después culminando su reconstrucción el 20 de Julio de 1972.
El Templo de Debod fue uno de los primeros en ser rescatado. Trasladado primero a Elefantina, hasta se cesión a España.
El templo fue desmontado, numerándose sus sillares, trasladado en barco hasta el puerto de Valencia, y después en cajas en camiones a Madrid, donde fue reconstruido en su emplazamiento actual, solar del antiguo Cuartel de la Montaña de Príncipe Pío, dentro de un proyecto paisajístico con un estanque con agua que representa simbólicamente el río Nilo bañado por la luz de unas espectaculares puestas de sol. El Templo de Debod fue abierto al público como museo en 1972.
El alcalde Arias Navarro invita a los embajadores de Egipto, Argelia y Arabia Saudi, a visitar la inauguración. El Museo Arqueológico Nacional ( MAN ) se
ha visto enriquecido con 3000 piezas, procedentes de las excavaciones
para su cesión, que permiten un mejor conocimiento del arte y costumbre
de las costumbre del Nilo.
Padeció graves deterioros en los últimos siglos y sin embargo son muy importantes las partes conservadas y traídas a Madrid.
En su nueva ubicación en el parque, se tuvo en cuenta la orientación
original y ante una lamina de agua, ha sido colocado el monumento
formado por dos pilonos y el templo en cuyo interior hay un vestíbulo y
dos capillas; la central fue construida en el mismo Azakhera-mon. Los
bajorrelieves y jeroglíficos en los que se describen las ofrendas a los
dioses se conservan tal como se encontraron en Egipto
gracias a la magnífica labor de arqueólogos y los métodos de
conservación que estos aunaron junto con el personal de MAN.
22 de Julio de 1894 …
Concluye en Ruan – Franci, la primera
carrera automovilística del mundo, que se inició el día 18 en París. El
primero en cruzar la meta es el conde Jules de Dion.
carrera automovilística del mundo, que se inició el día 18 en París. El
primero en cruzar la meta es el conde Jules de Dion.
El 22 de julio de 1894, entre las localidades francesas de París y
Rouen, se llevó a cabo la primera carrera automovilística de la
historia. Un total de 21 hombres se colocaron en la parrilla de salida
en una competición convocada por el diario Le Petit Journal.
Rouen, se llevó a cabo la primera carrera automovilística de la
historia. Un total de 21 hombres se colocaron en la parrilla de salida
en una competición convocada por el diario Le Petit Journal.
El 22 de julio de 1894, entre las localidades francesas de París y
Rouen, se llevó a cabo la primera carrera automovilística de la
historia. Un total de 21 hombres se colocaron en la parrilla de salida
en una competición convocada por el diario Le Petit Journal.
El ganador de aquella prueba de 126 kilómetros fue el marqués de Dion
y su mecánico, George Bouton, que ganaron la prueba con un motor de
vapor, a pesar de que la mayoría de los autos que tomaron la salida
funcionaban a base de gasolina. La velocidad promedio de los coches era
de 20 kilómetros por hora.
Francia se convirtió en el principal promotor de este tipo de
carreras al organizar también el primer campeonato internacional, la
Copa Gordon Bennett, y el primer Gran Premio en 1906 entre Le Mans, La
Ferté-Bernard y Saint Calais, cuando empezaban a aparecer reconocidas
marcas como Renault, Fiat o Mercedes-Benz.
El 12 de febrero de 1908 se realizó la primera carrera
automovilística internacional (Nueva York-París), donde el
norteamericano Thomas ‘Flyer’ fue el flamante ganador tras llegar a la
meta el 30 de julio, tras recorrer 21.470 kilómetros.
Poco tiempo después Norteamérica se convertiría en potencia
automovilística cuando en 1909 se construyó el mítico circuito de
Indianápolis de 4.023 metros de largo. Con el tiempo, además, las
competiciones se profesionalizaron gracias al desarrollo técnico de los
autos y la mayor capacitación de los pilotos.
De esta evolución surgió en 1923 la carrera de las 24 horas de Le
Mans y en 1950 la competición mundial de pilotos de Fórmula 1.
Legendarias marcas como Ferrari, Renault y Mercedes y corredores
legendarios como el argentino Juan Manuel Fangio, el brasileño Ayrton
Senna y el alemán Michael Schumacher han contribuido al auge del
automovilismo deportivo actual.
Rouen, se llevó a cabo la primera carrera automovilística de la
historia. Un total de 21 hombres se colocaron en la parrilla de salida
en una competición convocada por el diario Le Petit Journal.
El ganador de aquella prueba de 126 kilómetros fue el marqués de Dion
y su mecánico, George Bouton, que ganaron la prueba con un motor de
vapor, a pesar de que la mayoría de los autos que tomaron la salida
funcionaban a base de gasolina. La velocidad promedio de los coches era
de 20 kilómetros por hora.
Francia se convirtió en el principal promotor de este tipo de
carreras al organizar también el primer campeonato internacional, la
Copa Gordon Bennett, y el primer Gran Premio en 1906 entre Le Mans, La
Ferté-Bernard y Saint Calais, cuando empezaban a aparecer reconocidas
marcas como Renault, Fiat o Mercedes-Benz.
El 12 de febrero de 1908 se realizó la primera carrera
automovilística internacional (Nueva York-París), donde el
norteamericano Thomas ‘Flyer’ fue el flamante ganador tras llegar a la
meta el 30 de julio, tras recorrer 21.470 kilómetros.
Poco tiempo después Norteamérica se convertiría en potencia
automovilística cuando en 1909 se construyó el mítico circuito de
Indianápolis de 4.023 metros de largo. Con el tiempo, además, las
competiciones se profesionalizaron gracias al desarrollo técnico de los
autos y la mayor capacitación de los pilotos.
De esta evolución surgió en 1923 la carrera de las 24 horas de Le
Mans y en 1950 la competición mundial de pilotos de Fórmula 1.
Legendarias marcas como Ferrari, Renault y Mercedes y corredores
legendarios como el argentino Juan Manuel Fangio, el brasileño Ayrton
Senna y el alemán Michael Schumacher han contribuido al auge del
automovilismo deportivo actual.
21 de Julio de 1588 …
La Armada Invencible, flota española,
se ve sorprendida por tormentas al rodear las islas Británicas por el
norte, donde pierde la mitad de sus efectivos. El resto quedará
dispersado y regresará a España en continuo goteo entre septiembre y
octubre.
se ve sorprendida por tormentas al rodear las islas Británicas por el
norte, donde pierde la mitad de sus efectivos. El resto quedará
dispersado y regresará a España en continuo goteo entre septiembre y
octubre.
La armada en el Canal
La flota enviada por Felipe II contra Inglaterra no fue derrotada por
el enemigo en combate, pero su viaje de vuelta por el mar del Norte
hizo que la empresa terminara en desastre.
el enemigo en combate, pero su viaje de vuelta por el mar del Norte
hizo que la empresa terminara en desastre.
En enero de 1588, Felipe II dirigió un grave mensaje a las Cortes de
Castilla, la asamblea en la que se reunían los representantes de las
ciudades: «Ya conocéis todos la empresa en que me he puesto por el
servicio de Dios y aumento de nuestra santa fe católica y beneficio de
estos reinos […] Esto obliga a muy grandes y excesivos gastos, pues no
va en ello menos que la seguridad del mar y de las Indias y aun de las
propias casas». La «empresa» a la que se refería el rey era nada menos
que una invasión de Inglaterra, con el objetivo de derrocar a la reina
Isabel y terminar con el apoyo que ésta prestaba a los rebeldes
protestantes de Flandes, en guerra contra España desde hacía veinte
años. Para ello Felipe II había reunido en Lisboa una armada gigantesca:
130 buques de guerra y de transporte, con una tripulación de 12.000
marineros y 19.000 soldados. Al mando se encontraba un prestigioso
aristócrata andaluz, el duque de Medinasidonia. Su misión era llegar a
Dunkerque, en las costas del Flandes español, embarcar 27.000 soldados
de los tercios españoles allí destinados y lanzarse a la invasión.
A finales de julio de 1588, la Armada entraba en el canal de la
Mancha. Los ingleses estaban sobre aviso y enviaron sus navíos de guerra
a hostigarla desde los flancos. Durante varios días la flota española
navegó mientras se sucedían cañoneos de poca trascendencia. El 6 de
agosto ancló frente a Calais, a unos 40 kilómetros de su objetivo,
habiendo perdido sólo dos galeones.
madrugada del 8 de agosto ocho brulotes (barcos incendiados) contra la
Armada, obligándola a levar anclas a toda velocidad, lo que provocó la
confusión y la dispersión de la flota. Aunque ninguna nave se incendió,
muchas perdieron sus anclas y aparejos o sufrieron desperfectos en los
timones, los palos o el velamen. Sus maniobras eran muy lentas, dada la
gran sobrecarga que llevaban. Al día siguiente las unidades dispersas
fueron rodeadas por las naves inglesas y sufrieron un importante
cañoneo, que hundió cinco barcos españoles y causó unos 1.500 muertos.
Los galeones españoles apenas pudieron responder al fuego y si lo
hicieron causaron pocos daños. Por si eso fuera poco, la mañana del 9 de
agosto los vientos y las corrientes habían lanzado a la flota hispana
frente a las costas holandesas, mientras los ingleses contemplaban el
espectáculo desde lejos. La situación era desesperada. La mejor
infantería del mundo estaba encerrada en aquellos buques sin poder
combatir y condenada a morir. Por suerte para los españoles, el viento
cambió de golpe y la Armada pudo adentrarse mar abierto, aunque seguida
del enemigo.
La flota se había salvado, pero la proyectada invasión era
irrealizable. Ciertamente, la «armada invencible» –como la denominó con
ironía la propaganda inglesa– no había sido vencida. No había habido
desembarco, ni abordajes, ni lucha cuerpo a cuerpo… De hecho no había
habido batalla alguna, sólo cañoneo y vientos violentos, y el fruto de
todo ello se reducía a siete u ocho barcos hundidos y los 1.500 muertos
mencionados. Por parte inglesa, se calcula que las bajas fueron de unos
pocos cientos.
Sin embargo, por la tarde del 9 de agosto el viento siguió alejando
de la costa flamenca a los navíos, e hizo imposible el contacto con los
tercios que debían ejecutar la invasión. Además, muchos navíos
presentaban averías y, en general, carecían de munición para enfrentarse
con garantías a una escuadra como la inglesa, que podía reabastecerse
en sus puertos. En esta situación, el duque de Medinasidonia convocó a
los capitanes de la flota a un consejo de guerra para decidir qué se
debía hacer. Tal era el desánimo que algunos sugirieron incluso
entregarse al enemigo; otros capitanes, en cambio, proponían combatir
hasta las últimas consecuencias: «que volviésemos al Canal y allí
acabásemos o ejecutásemos lo que nuestro rey nos mandaba». Finalmente se
acordó que si el viento seguía soplando en contra, la flota emprendería
el regreso a España. Y en efecto, al día siguiente, 10 de agosto, «se
publicó la vuelta a España por toda la Armada».
Todos sabían que ese retorno no iba a ser fácil. Para evitar más
choques con los ingleses, se seguiría la ruta del norte, bordeando las
costas de Escocia e Irlanda para descender luego hasta La Coruña. No era
una ruta desconocida para los marineros de la época; de hecho, los
vientos dominantes del sudoeste hacían relativamente fácil la marcha
hacia el norte. Además, el 12 de agosto la flota inglesa, sin
provisiones ni munición suficientes, abandonó toda persecución, y las
aproximadamente 114 naves de la Armada que quedaban –es decir, casi
todas– pudieron avanzar sin miedo a ser sorprendidas.
Desde el mismo momento de la partida se dieron órdenes de racionamiento,
en especial de bebida, ya que se perdió mucha agua que iba en toneles
de mala calidad; a los pocos días se mandó echar por la borda las mulas y
caballos, también para economizar agua. Muchos marinos habían caído
enfermos. Aun así, el mayor problema era el clima. Con el progreso hacia
el norte las temperaturas cayeron en picado y la flota quedó envuelta
en espesas brumas y amenazantes temporales, además de sufrir vientos
contrarios que frenaron su avance.
Los navíos pudieron bordear las islas Shetland, pero a partir del 18
de septiembre, cuando se hallaban frente a las costas de Irlanda, se
desencadenó un terrible temporal. Un oficial inglés destacado en Irlanda
lo describió como «un ventarrón tremendo, una fuerte tormenta como no
se había visto ni oído desde hacía mucho tiempo». La flota española
quedó totalmente dispersada, y cada barco hubo de componérselas como
pudo. Algunos buscaron refugio en la costa para emprender reparaciones.
La situación de los marineros era desesperada. Según el testimonio de un
marinero portugués capturado por los ingleses, «cada día mueren en el
barco cuatro o cinco hombres, de hambre o de sed. Ochenta de los
soldados y veinte marineros están enfermos, y el resto están muy débiles
[…] Dice que el propósito del almirante es intentar llegar a España
aprovechando el primer viento que se presente. Entre los soldados se
comenta que, si logran volver a España, nunca más se enzarzarán con
ingleses».
Un buen número de barcos, cerca de treinta, naufragaron frente a las
costas de Irlanda entre mediados de septiembre y a lo largo de octubre.
Obviamente los naufragios afectaron a los barcos más frágiles, como los
cargueros, mientras que los galeones de guerra, a pesar de haber sufrido
en mayor medida durante los combates, soportaron mucho mejor la dura
travesía. Los naufragios arrojaron cientos de cadáveres a las playas
irlandesas, e incluso dejaron huella en la toponimia: un pueblo del
condado de Clare se llama Spanish Point, el «cabo de los españoles», en referencia a los naufragios de la Armada.
recalar en algún punto de la costa no corrieron mejor suerte. Las
autoridades inglesas en Irlanda tenían órdenes de no dejar a ningún
español con vida, por temor a que pudiesen alentar a los irlandeses a
rebelarse contra el dominio inglés. Y, en efecto, fuerzas inglesas y
mercenarios irlandeses pasaron a cuchillo a muchos españoles, tratando
de que no pudiesen recibir ningún apoyo de la población católica local.
Se calcula que unos dos mil marinos murieron de esa forma. Sólo los
náufragos más afortunados lograron alcanzar Escocia, donde encontraron
refugio hasta que pudieron ser rescatados al año siguiente por Alejandro
Farnesio, que fletó cuatro buques desde Flandes.
El suplicio no acabó hasta que los navíos volvieron a los puertos
cantábricos, en un lento goteo, entre finales de septiembre y el mes de
octubre. Algunos barcos, a causa del deplorable estado en que se
encontraban, naufragaron ante las costas españolas. Al final sólo
regresaron alrededor de 70 u 80 naves de las 130 que zarparon de Lisboa.
Muchas estaban en unas condiciones tan lamentables que fue imposible
repararlas y tuvieron que ser desguazadas. De los 31.000 hombres que
habían embarcado se calcula que murieron unos 20.000: 1.500 en los
combates, 8.500 en los naufragios y unos 2.000 asesinados en Irlanda,
además de otros 8.000 que fallecieron a lo largo de la travesía o al
llegar a puerto, víctimas de las enfermedades y de las penalidades de la
vida a bordo. Entre los muertos figuraron muchos de los mejores
capitanes de la época, como Alonso de Leyva, Miguel de Oquendo o Juan
Martínez de Recalde, que falleció al poco de volver. El duque de
Medinasidonia, enfermo y deprimido, partió casi clandestinamente hacia
su residencia en Sanlúcar sin pasar por la corte, tras remitir a Felipe
II un detallado informe sobre la fracasada expedición.
Parece que la famosa frase del rey en la que se lamentaba de que él
había enviado una flota a luchar contra los hombres, no contra los
elementos, no es cierta. Se sintió, eso sí, profundamente decepcionado y
hasta abatido: «pido a Dios que me lleve para sí por no ver tanta mala
ventura y desdicha», llegó a escribir a su capitán y secretario, Mateo
Vázquez, cuando tuvo noticias ciertas del desastroso viaje de retorno.
Felipe II tenía unas hondas convicciones religiosas y se sentía
legitimado por Dios en su empresa; el desastre, por tanto, lo encajó con
un profundo dolor pero también con callada resignación cristiana, como
un castigo divino «por nuestros pecados».
Castilla, la asamblea en la que se reunían los representantes de las
ciudades: «Ya conocéis todos la empresa en que me he puesto por el
servicio de Dios y aumento de nuestra santa fe católica y beneficio de
estos reinos […] Esto obliga a muy grandes y excesivos gastos, pues no
va en ello menos que la seguridad del mar y de las Indias y aun de las
propias casas». La «empresa» a la que se refería el rey era nada menos
que una invasión de Inglaterra, con el objetivo de derrocar a la reina
Isabel y terminar con el apoyo que ésta prestaba a los rebeldes
protestantes de Flandes, en guerra contra España desde hacía veinte
años. Para ello Felipe II había reunido en Lisboa una armada gigantesca:
130 buques de guerra y de transporte, con una tripulación de 12.000
marineros y 19.000 soldados. Al mando se encontraba un prestigioso
aristócrata andaluz, el duque de Medinasidonia. Su misión era llegar a
Dunkerque, en las costas del Flandes español, embarcar 27.000 soldados
de los tercios españoles allí destinados y lanzarse a la invasión.
A finales de julio de 1588, la Armada entraba en el canal de la
Mancha. Los ingleses estaban sobre aviso y enviaron sus navíos de guerra
a hostigarla desde los flancos. Durante varios días la flota española
navegó mientras se sucedían cañoneos de poca trascendencia. El 6 de
agosto ancló frente a Calais, a unos 40 kilómetros de su objetivo,
habiendo perdido sólo dos galeones.
La batalla en el Canal
Los ingleses, resueltos a impedir el desembarco, lanzaron en lamadrugada del 8 de agosto ocho brulotes (barcos incendiados) contra la
Armada, obligándola a levar anclas a toda velocidad, lo que provocó la
confusión y la dispersión de la flota. Aunque ninguna nave se incendió,
muchas perdieron sus anclas y aparejos o sufrieron desperfectos en los
timones, los palos o el velamen. Sus maniobras eran muy lentas, dada la
gran sobrecarga que llevaban. Al día siguiente las unidades dispersas
fueron rodeadas por las naves inglesas y sufrieron un importante
cañoneo, que hundió cinco barcos españoles y causó unos 1.500 muertos.
Los galeones españoles apenas pudieron responder al fuego y si lo
hicieron causaron pocos daños. Por si eso fuera poco, la mañana del 9 de
agosto los vientos y las corrientes habían lanzado a la flota hispana
frente a las costas holandesas, mientras los ingleses contemplaban el
espectáculo desde lejos. La situación era desesperada. La mejor
infantería del mundo estaba encerrada en aquellos buques sin poder
combatir y condenada a morir. Por suerte para los españoles, el viento
cambió de golpe y la Armada pudo adentrarse mar abierto, aunque seguida
del enemigo.
La flota se había salvado, pero la proyectada invasión era
irrealizable. Ciertamente, la «armada invencible» –como la denominó con
ironía la propaganda inglesa– no había sido vencida. No había habido
desembarco, ni abordajes, ni lucha cuerpo a cuerpo… De hecho no había
habido batalla alguna, sólo cañoneo y vientos violentos, y el fruto de
todo ello se reducía a siete u ocho barcos hundidos y los 1.500 muertos
mencionados. Por parte inglesa, se calcula que las bajas fueron de unos
pocos cientos.
Sin embargo, por la tarde del 9 de agosto el viento siguió alejando
de la costa flamenca a los navíos, e hizo imposible el contacto con los
tercios que debían ejecutar la invasión. Además, muchos navíos
presentaban averías y, en general, carecían de munición para enfrentarse
con garantías a una escuadra como la inglesa, que podía reabastecerse
en sus puertos. En esta situación, el duque de Medinasidonia convocó a
los capitanes de la flota a un consejo de guerra para decidir qué se
debía hacer. Tal era el desánimo que algunos sugirieron incluso
entregarse al enemigo; otros capitanes, en cambio, proponían combatir
hasta las últimas consecuencias: «que volviésemos al Canal y allí
acabásemos o ejecutásemos lo que nuestro rey nos mandaba». Finalmente se
acordó que si el viento seguía soplando en contra, la flota emprendería
el regreso a España. Y en efecto, al día siguiente, 10 de agosto, «se
publicó la vuelta a España por toda la Armada».
Todos sabían que ese retorno no iba a ser fácil. Para evitar más
choques con los ingleses, se seguiría la ruta del norte, bordeando las
costas de Escocia e Irlanda para descender luego hasta La Coruña. No era
una ruta desconocida para los marineros de la época; de hecho, los
vientos dominantes del sudoeste hacían relativamente fácil la marcha
hacia el norte. Además, el 12 de agosto la flota inglesa, sin
provisiones ni munición suficientes, abandonó toda persecución, y las
aproximadamente 114 naves de la Armada que quedaban –es decir, casi
todas– pudieron avanzar sin miedo a ser sorprendidas.
La lucha contra los elementos
La flota española estaba muy maltrecha y carecía de suministros.Desde el mismo momento de la partida se dieron órdenes de racionamiento,
en especial de bebida, ya que se perdió mucha agua que iba en toneles
de mala calidad; a los pocos días se mandó echar por la borda las mulas y
caballos, también para economizar agua. Muchos marinos habían caído
enfermos. Aun así, el mayor problema era el clima. Con el progreso hacia
el norte las temperaturas cayeron en picado y la flota quedó envuelta
en espesas brumas y amenazantes temporales, además de sufrir vientos
contrarios que frenaron su avance.
Los navíos pudieron bordear las islas Shetland, pero a partir del 18
de septiembre, cuando se hallaban frente a las costas de Irlanda, se
desencadenó un terrible temporal. Un oficial inglés destacado en Irlanda
lo describió como «un ventarrón tremendo, una fuerte tormenta como no
se había visto ni oído desde hacía mucho tiempo». La flota española
quedó totalmente dispersada, y cada barco hubo de componérselas como
pudo. Algunos buscaron refugio en la costa para emprender reparaciones.
La situación de los marineros era desesperada. Según el testimonio de un
marinero portugués capturado por los ingleses, «cada día mueren en el
barco cuatro o cinco hombres, de hambre o de sed. Ochenta de los
soldados y veinte marineros están enfermos, y el resto están muy débiles
[…] Dice que el propósito del almirante es intentar llegar a España
aprovechando el primer viento que se presente. Entre los soldados se
comenta que, si logran volver a España, nunca más se enzarzarán con
ingleses».
Un buen número de barcos, cerca de treinta, naufragaron frente a las
costas de Irlanda entre mediados de septiembre y a lo largo de octubre.
Obviamente los naufragios afectaron a los barcos más frágiles, como los
cargueros, mientras que los galeones de guerra, a pesar de haber sufrido
en mayor medida durante los combates, soportaron mucho mejor la dura
travesía. Los naufragios arrojaron cientos de cadáveres a las playas
irlandesas, e incluso dejaron huella en la toponimia: un pueblo del
condado de Clare se llama Spanish Point, el «cabo de los españoles», en referencia a los naufragios de la Armada.
Un retorno sin gloria
Aquellos que, agobiados por el hambre y la sed, se aventuraron arecalar en algún punto de la costa no corrieron mejor suerte. Las
autoridades inglesas en Irlanda tenían órdenes de no dejar a ningún
español con vida, por temor a que pudiesen alentar a los irlandeses a
rebelarse contra el dominio inglés. Y, en efecto, fuerzas inglesas y
mercenarios irlandeses pasaron a cuchillo a muchos españoles, tratando
de que no pudiesen recibir ningún apoyo de la población católica local.
Se calcula que unos dos mil marinos murieron de esa forma. Sólo los
náufragos más afortunados lograron alcanzar Escocia, donde encontraron
refugio hasta que pudieron ser rescatados al año siguiente por Alejandro
Farnesio, que fletó cuatro buques desde Flandes.
El suplicio no acabó hasta que los navíos volvieron a los puertos
cantábricos, en un lento goteo, entre finales de septiembre y el mes de
octubre. Algunos barcos, a causa del deplorable estado en que se
encontraban, naufragaron ante las costas españolas. Al final sólo
regresaron alrededor de 70 u 80 naves de las 130 que zarparon de Lisboa.
Muchas estaban en unas condiciones tan lamentables que fue imposible
repararlas y tuvieron que ser desguazadas. De los 31.000 hombres que
habían embarcado se calcula que murieron unos 20.000: 1.500 en los
combates, 8.500 en los naufragios y unos 2.000 asesinados en Irlanda,
además de otros 8.000 que fallecieron a lo largo de la travesía o al
llegar a puerto, víctimas de las enfermedades y de las penalidades de la
vida a bordo. Entre los muertos figuraron muchos de los mejores
capitanes de la época, como Alonso de Leyva, Miguel de Oquendo o Juan
Martínez de Recalde, que falleció al poco de volver. El duque de
Medinasidonia, enfermo y deprimido, partió casi clandestinamente hacia
su residencia en Sanlúcar sin pasar por la corte, tras remitir a Felipe
II un detallado informe sobre la fracasada expedición.
Parece que la famosa frase del rey en la que se lamentaba de que él
había enviado una flota a luchar contra los hombres, no contra los
elementos, no es cierta. Se sintió, eso sí, profundamente decepcionado y
hasta abatido: «pido a Dios que me lleve para sí por no ver tanta mala
ventura y desdicha», llegó a escribir a su capitán y secretario, Mateo
Vázquez, cuando tuvo noticias ciertas del desastroso viaje de retorno.
Felipe II tenía unas hondas convicciones religiosas y se sentía
legitimado por Dios en su empresa; el desastre, por tanto, lo encajó con
un profundo dolor pero también con callada resignación cristiana, como
un castigo divino «por nuestros pecados».
16 de Julio de 1212 …
En Jaén, España, tiene lugar la
Batalla de las Navas de Tolosa, entre tropas cristianas y almohades que
se saldará con la victoria cristiana a pesar de estar en inferioridad
numérica (70.000 soldados frente a 135.000) y en desventaja
geoestratégica. Tras esta importante victoria, el poder musulmán en la
Península Ibérica comenzará su declive definitivo y la Reconquista
tomará un nuevo impulso que producirá, en los siguientes cuarenta años,
un avance significativo de los reinos cristianos, que conquistarán casi
todos los territorios del sur bajo poder musulmán. Tras la batalla, el
número de bajas almohades se cifrará en unos 115.000 por tan sólo 11.000
cristianos.
Batalla de las Navas de Tolosa, entre tropas cristianas y almohades que
se saldará con la victoria cristiana a pesar de estar en inferioridad
numérica (70.000 soldados frente a 135.000) y en desventaja
geoestratégica. Tras esta importante victoria, el poder musulmán en la
Península Ibérica comenzará su declive definitivo y la Reconquista
tomará un nuevo impulso que producirá, en los siguientes cuarenta años,
un avance significativo de los reinos cristianos, que conquistarán casi
todos los territorios del sur bajo poder musulmán. Tras la batalla, el
número de bajas almohades se cifrará en unos 115.000 por tan sólo 11.000
cristianos.
La batalla de las Navas de Tolosa marcó un antes y
un después en la historia de España. En el norte de Jaén se vivió un
encarnizado combate entre las tropas cristianas y los musulmanes. Todo
iba bien para los moros, pero algo decantó la balanza definitivamente
hacia el lado cristiano… ¿El qué?
Navas de Tolosa es un municipio jienense
situado a unas pocas decenas de kilómetros de Bailén que esconde un
tesoro histórico esencial. Hace cientos de años, justo antes de 1212, no
pasaba de ser un pueblo musulmán más dentro de la actual Andalucía, sin
embargo, el 16 de julio de ese año, se escribió una página importantísima en la historia de España.
Más de 100.000 moros esperaban a lomos de sus caballos la llegada de
las tropas cristianas que no superaban los 70.000 hombres, y eso que a
última hora se les sumaron 8.000 navarros llegados desde el norte. Y el
16 de julio comenzó la batalla. Los musulmanes arrancaron impetuosos y
la balanza se inclinó hacia el lado moruno, sin embargo, un hecho cambió
la historia. Los soldados andaluces que formaban parte del contingente
musulmán abandonaron la batalla como muestra de desagrado por el trato
que los almohades daban a los suyos. Con la desbandada andaluza llegó el
pánico del resto de luchadores que pasaron de ser los vencedores a caer
finalmente vencidos.
A partir de esta importante batalla librada en el norte de Jaén, el
retroceso de los musulmanes fue lento pero inexorable hasta que, en 1492
se completara finalmente la Reconquista. Cientos de personas murieron
en la batalla de las Navas de Tolosa y ahora, 800 años
más tarde, sabemos con certeza que ese lunes 16 de julio tuvo lugar una
de las páginas decisivas de la historia de nuestro país. De hecho en Despeñaperros existe un museo dedicado a esta batalla que evoca esta contienda decisiva
y, como explican desde el propio centro, “el museo invita al visitante a
profundizar en el debate de la multiculturalidad y el diálogo entre
civilizaciones, desde una reflexión crítica sobre los conflictos que
vivimos en la actualidad y como una pequeña aportación a la cultura de
la paz”. Jaén ofrece al visitante una oportunidad de descubrir una
sangrienta y esencial página de la historia de España a través de
distintos elementos de la misma: textos, cascos y armaduras,
representaciones, …
un después en la historia de España. En el norte de Jaén se vivió un
encarnizado combate entre las tropas cristianas y los musulmanes. Todo
iba bien para los moros, pero algo decantó la balanza definitivamente
hacia el lado cristiano… ¿El qué?
Navas de Tolosa es un municipio jienense
situado a unas pocas decenas de kilómetros de Bailén que esconde un
tesoro histórico esencial. Hace cientos de años, justo antes de 1212, no
pasaba de ser un pueblo musulmán más dentro de la actual Andalucía, sin
embargo, el 16 de julio de ese año, se escribió una página importantísima en la historia de España.
Más de 100.000 moros esperaban a lomos de sus caballos la llegada de
las tropas cristianas que no superaban los 70.000 hombres, y eso que a
última hora se les sumaron 8.000 navarros llegados desde el norte. Y el
16 de julio comenzó la batalla. Los musulmanes arrancaron impetuosos y
la balanza se inclinó hacia el lado moruno, sin embargo, un hecho cambió
la historia. Los soldados andaluces que formaban parte del contingente
musulmán abandonaron la batalla como muestra de desagrado por el trato
que los almohades daban a los suyos. Con la desbandada andaluza llegó el
pánico del resto de luchadores que pasaron de ser los vencedores a caer
finalmente vencidos.
A partir de esta importante batalla librada en el norte de Jaén, el
retroceso de los musulmanes fue lento pero inexorable hasta que, en 1492
se completara finalmente la Reconquista. Cientos de personas murieron
en la batalla de las Navas de Tolosa y ahora, 800 años
más tarde, sabemos con certeza que ese lunes 16 de julio tuvo lugar una
de las páginas decisivas de la historia de nuestro país. De hecho en Despeñaperros existe un museo dedicado a esta batalla que evoca esta contienda decisiva
y, como explican desde el propio centro, “el museo invita al visitante a
profundizar en el debate de la multiculturalidad y el diálogo entre
civilizaciones, desde una reflexión crítica sobre los conflictos que
vivimos en la actualidad y como una pequeña aportación a la cultura de
la paz”. Jaén ofrece al visitante una oportunidad de descubrir una
sangrienta y esencial página de la historia de España a través de
distintos elementos de la misma: textos, cascos y armaduras,
representaciones, …
En 1212 las tropas cristianas, lideradas por Alfonso VIII, se alzaban
con la victoria frente a las huestes almohades en la batalla de las
Navas de Tolosa (Santa Elena, Jaén). Ocho siglos después de la
contienda, muy próximo al lugar donde se desarrollaron los
acontecimientos, se alza el Museo dedicado a esta batalla, la más
importante de la conquista cristiana de Al-Andalus, que supuso el inicio
del declive del poder del imperio almohade.
con la victoria frente a las huestes almohades en la batalla de las
Navas de Tolosa (Santa Elena, Jaén). Ocho siglos después de la
contienda, muy próximo al lugar donde se desarrollaron los
acontecimientos, se alza el Museo dedicado a esta batalla, la más
importante de la conquista cristiana de Al-Andalus, que supuso el inicio
del declive del poder del imperio almohade.
Desde la torre-mirador del Museo se divisa el campo de batalla. Lo
que hoy es un bello paisaje de encinas y pinares, hace poco más de 800
años fue escenario de una de las batallas más cruentas de la historia.
En liza, la lucha por hacer prevalecer una cultura y, especialmente, una
religión: la espada frente al alfanje, la cruz frente a la media luna.
La de las Navas de Tolosa es considerada como una de las batallas
determinantes de la historia española. En este centro de interpretación,
el visitante podrá, precisamente, conocer las claves de un
enfrentamiento que marca el principio del fin del dominio musulmán en la
península. A partir de las Navas, Al-Andalus se resquebraja, comienzan a
proliferar los reinos de taifas y, con ello, el avance cristiano cobra
nuevo impulso.
Abierto en 2009, el Museo de la Batalla de las Navas de Tolosa se
sitúa a las afueras del municipio jiennense de Santa Elena. Basta con
tomar la salida 257 de la Autovía de Andalucía y nos encontraremos con
estas modernas instalaciones, de cuidado diseño y dotadas con las
últimas técnicas museísticas. Todo en ellas está orientado a explicar de
manera didáctica, original e interactiva lo ocurrido en el año 1212 por
lo que, mediante modernas escenografías, audiovisuales, paneles y
expositores… el visitante podrá conocer todos los aspectos que rodearon
la batalla: la indumentaria, las armas, los campamentos y las caravanas
y, por supuesto, el desarrollo en sí de la contienda. Todo, eso sí,
argumentado con un enfoque en el que prima la intención de provocar una
reflexión sobre la paz y la necesidad de fomentar una cultura del
diálogo y del respeto a la multiculturalidad.
El Museo ofrece recorridos guiados por la exposición, comentada e
interpretada por guías expertos en la batalla, así como visitas
especiales para grupos de escolares. Además, su oferta complementaria
incluye también otras actividades al aire libre que acrecientan el
atractivo de la visita. Es el caso de las rutas de senderismo, bien por
el propio campo de batalla (9 kilómetros de recorrido, tres horas de
duración, baja dificultad) o bien por el Parque Natural de
Despeñaperros, siguiendo diferentes senderos que recorren la sierra y en
las que podremos apreciar la rica flora y fauna de la zona. En algunos
casos, estos caminos nos llevarán hasta otros lugares de especial
interés como el castillo de Castro Ferral, el Puerto del Muladar (4
horas de recorrido, dificultad media-baja), a ver restos originales de
una calzada romana conocida como “el empedraillo” o un santuario ibérico
como la Cueva de los Muñecos.
Al-Andalus, la de las Navas de Tolosa era, en principio, otra más de las
batallas impulsadas por el reino de Castilla con el fin de seguir
arañando territorios al antaño próspero imperio musulmán. Sin embargo,
dos hechos dieron bríos añadidos a los planes cristianos. El rey Alfonso
VIII logra que el Papa Inocencio III declare Cruzada esta campaña
contra los almohades. De este modo, consigue que a sus tropas se sumen
cruzados de toda Europa y caballeros de las diferentes órdenes
militares. Pero es que, además, la necesidad de hacer un frente común
ante los árabes hace que los diferentes reinos cristianos olviden sus
conflictos territoriales y aragoneses y navarros se unen para respaldar
al rey castellano.
Frente
a ellos, las tropas almohades, capitaneadas por el califa Al-Nasir,
cuyos planes no sólo incluían afianzar y ampliar el dominio árabe a toda
España, sino llegar, incluso, hasta la misma Roma. Las diferencias
entre ambos ejércitos eran evidentes, tanto en el equipamiento como en
el armamento o en las propias tácticas militares. En las Navas, los
cristianos emplearon un plan de combate muy similar al desarrollado por
los cruzados de Tierra Santa, con especial protagonismo del cuerpo de
reserva liderado por los reyes cristianos que atacarían a los árabes
cuando éstos intentaran cercar al cuerpo principal (la conocida como
“carga de los tres reyes”). La estrategia almohade, por su parte, era
muy simple y efectiva: cansar y desorganizar al enemigo, para después
caer sobre ellos y asestarles el golpe de gracia.
El resultado del choque fue la victoria cristiana, miles de cadáveres
en el campo de batalla, y un golpe mortal a los ya desgastados pilares
del imperio musulmán. Según las crónicas, Al-Nasir nunca se repuso del
desastre de las Navas de Tolosa, abdicó en su hijo y murió dos años
después, quizá envenenado. Para los cristianos, sin embargo, la batalla
no hizo sino insuflar ánimo a sus planes. A partir de aquí, continúan
con sus incursiones, arrasando y tomando poblados y castillos. La llave
de entrada a Andalucía estaba ya en sus manos, lo que haría más fácil la
conquista del valle del Guadalquivir por Fernando III años después.
que hoy es un bello paisaje de encinas y pinares, hace poco más de 800
años fue escenario de una de las batallas más cruentas de la historia.
En liza, la lucha por hacer prevalecer una cultura y, especialmente, una
religión: la espada frente al alfanje, la cruz frente a la media luna.
La de las Navas de Tolosa es considerada como una de las batallas
determinantes de la historia española. En este centro de interpretación,
el visitante podrá, precisamente, conocer las claves de un
enfrentamiento que marca el principio del fin del dominio musulmán en la
península. A partir de las Navas, Al-Andalus se resquebraja, comienzan a
proliferar los reinos de taifas y, con ello, el avance cristiano cobra
nuevo impulso.
Abierto en 2009, el Museo de la Batalla de las Navas de Tolosa se
sitúa a las afueras del municipio jiennense de Santa Elena. Basta con
tomar la salida 257 de la Autovía de Andalucía y nos encontraremos con
estas modernas instalaciones, de cuidado diseño y dotadas con las
últimas técnicas museísticas. Todo en ellas está orientado a explicar de
manera didáctica, original e interactiva lo ocurrido en el año 1212 por
lo que, mediante modernas escenografías, audiovisuales, paneles y
expositores… el visitante podrá conocer todos los aspectos que rodearon
la batalla: la indumentaria, las armas, los campamentos y las caravanas
y, por supuesto, el desarrollo en sí de la contienda. Todo, eso sí,
argumentado con un enfoque en el que prima la intención de provocar una
reflexión sobre la paz y la necesidad de fomentar una cultura del
diálogo y del respeto a la multiculturalidad.
El Museo ofrece recorridos guiados por la exposición, comentada e
interpretada por guías expertos en la batalla, así como visitas
especiales para grupos de escolares. Además, su oferta complementaria
incluye también otras actividades al aire libre que acrecientan el
atractivo de la visita. Es el caso de las rutas de senderismo, bien por
el propio campo de batalla (9 kilómetros de recorrido, tres horas de
duración, baja dificultad) o bien por el Parque Natural de
Despeñaperros, siguiendo diferentes senderos que recorren la sierra y en
las que podremos apreciar la rica flora y fauna de la zona. En algunos
casos, estos caminos nos llevarán hasta otros lugares de especial
interés como el castillo de Castro Ferral, el Puerto del Muladar (4
horas de recorrido, dificultad media-baja), a ver restos originales de
una calzada romana conocida como “el empedraillo” o un santuario ibérico
como la Cueva de los Muñecos.
La batalla
Considerada una de las contiendas más importantes de la conquista deAl-Andalus, la de las Navas de Tolosa era, en principio, otra más de las
batallas impulsadas por el reino de Castilla con el fin de seguir
arañando territorios al antaño próspero imperio musulmán. Sin embargo,
dos hechos dieron bríos añadidos a los planes cristianos. El rey Alfonso
VIII logra que el Papa Inocencio III declare Cruzada esta campaña
contra los almohades. De este modo, consigue que a sus tropas se sumen
cruzados de toda Europa y caballeros de las diferentes órdenes
militares. Pero es que, además, la necesidad de hacer un frente común
ante los árabes hace que los diferentes reinos cristianos olviden sus
conflictos territoriales y aragoneses y navarros se unen para respaldar
al rey castellano.
Frente
a ellos, las tropas almohades, capitaneadas por el califa Al-Nasir,
cuyos planes no sólo incluían afianzar y ampliar el dominio árabe a toda
España, sino llegar, incluso, hasta la misma Roma. Las diferencias
entre ambos ejércitos eran evidentes, tanto en el equipamiento como en
el armamento o en las propias tácticas militares. En las Navas, los
cristianos emplearon un plan de combate muy similar al desarrollado por
los cruzados de Tierra Santa, con especial protagonismo del cuerpo de
reserva liderado por los reyes cristianos que atacarían a los árabes
cuando éstos intentaran cercar al cuerpo principal (la conocida como
“carga de los tres reyes”). La estrategia almohade, por su parte, era
muy simple y efectiva: cansar y desorganizar al enemigo, para después
caer sobre ellos y asestarles el golpe de gracia.
El resultado del choque fue la victoria cristiana, miles de cadáveres
en el campo de batalla, y un golpe mortal a los ya desgastados pilares
del imperio musulmán. Según las crónicas, Al-Nasir nunca se repuso del
desastre de las Navas de Tolosa, abdicó en su hijo y murió dos años
después, quizá envenenado. Para los cristianos, sin embargo, la batalla
no hizo sino insuflar ánimo a sus planes. A partir de aquí, continúan
con sus incursiones, arrasando y tomando poblados y castillos. La llave
de entrada a Andalucía estaba ya en sus manos, lo que haría más fácil la
conquista del valle del Guadalquivir por Fernando III años después.
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