martes, 30 de agosto de 2016

PODER, DISIDENCIA EDITORIAL Y CAMBIO CULTURAL

PODER, DISIDENCIA EDITORIAL Y CAMBIO CULTURAL



PODER, DISIDENCIA EDITORIAL Y CAMBIO CULTURAL
EN ESPAÑA DURANTE LOS AÑOS 601
Francisco Rojas Claros

Universidad de Alicante
(Publicado en: Pasado y Memoria, Nº5, 2006, pp.: 59-80)
      Íntimamente ligado a las importantes transformaciones
socioeconómicas iniciadas desde finales de la década de los 50, en las
que el régimen franquista buscaba respaldarse como estrategia para
adaptarse a los nuevos tiempos sin cambiar en lo esencial, se estaba
operando en España un importante proceso de cambio cultural. Nuestro
interés radica en identificar con precisión cuáles fueron los motores
que permitirán ese cambio cultural y la transformación de las
mentalidades durante los años sesenta y primeros setenta. Para lo cual,
es indispensable esclarecer qué tipo de ideas comenzaron a difundirse en
España durante aquellos años, de dónde procedían y cuál fue su
verdadero alcance y objetivos. En ese sentido, disponemos de una serie
de indicadores esenciales, los auténticos vehículos de transmisión de
tales ideas, entre los que cabría destacar la producción bibliográfica
de ciertas editoriales, minoritarias, pero de suma importancia, situadas
en la vanguardia cultural del momento.

    Al mismo tiempo, existe otro elemento a tener en cuenta: qué papel
jugó verdaderamente el poder en todo este proceso, cual fue su
percepción de los cambios, y, como no, su reacción ante los mismos.
LA TRANSFORMACIÓN DEL MARCO JURÍDICO

Y SU APLICACIÓN PRÁCTICA EN LA CENSURA Y CONTROL DEL LIBRO 2.
       Esa adaptación del régimen a los
nuevos tiempos sin cambiar en lo esencial, tenía entre sus objetivos
practicar una liberalización económica sin libertades políticas, siendo
los encargados de ponerla en marcha los tecnócratas del Opus Dei. Ahora
bien, el proyecto de liberalización económica y de institucionalización
del Régimen, debía complementarse con una estrategia propagandística, en
cuya punta de lanza encontramos la figura de Manuel Fraga Iribarne, del
sector falangista.

      
Desde su llegada al poder, las medidas de Fraga en el Ministerio de
Información y Turismo (en adelante, MIT) para poner en marcha su
proyecto de “Apertura” serán numerosas, tendentes a otorgar al
Ministerio una doble función: controlar la información que llegase al
ciudadano, y servir al poder como un auténtico y moderno Centro de
Información, capaz de conocer a fondo la realidad del país, a fin de
poder controlarla mejor. Del mismo modo, resultaba imprescindible
contrarrestar las crecientes críticas procedentes tanto del exilio como
de la incipiente oposición interior, proyectando a la vez una imagen de
España como país supuestamente homologable con los modelos democráticos
del bloque occidental, sobre todo ante determinados organismos
internacionales.

     
Frente a todo esto, es más que evidente que el sistema de censura y de
control, tenía que permanecer activo. Por ello, la infraestructura se
mantuvo, pero hubo que actualizarla en cierto grado. Se va a producir
por tanto un intento de racionalización y perfeccionamiento del
dispositivo censorial, con el fin de adaptarlo a los nuevos tiempos.

      El Servicio de Orientación Bibliográfica3, órgano encargado de la censura de publicaciones unitarias4,
recibirá nuevas disposiciones sobre censura de libros, según las
cuales, a grandes rasgos, los censores debían juzgar con mucha mayor
benevolencia los libros “de minorías”, es decir, aquellos cuya complejidad de lectura y elevado precio restringiesen su acceso a una minoría intelectual económicamente solvente5.
En esta misma categoría estarían incluidas obras de marxismo no
proselitista, libros sobre España que no cuestionasen “las esencias” del
Régimen, y algunas obras incluidas hasta entonces en el
Index librorum prohibitorum. La labor de la censura se especificará desde ahora como “eminentemente política”6, en contraposición a la época del integrista Arias Salgado, en la que primaban los valores morales y religiosos sobre todo lo demás.

     Por otra parte, habrá una tendencia a la permisibidad
para la importación de libros hasta entonces prohibidos, especialmente
en tiradas muy reducidas, lo que permitirá que muchos de los autores que
luego se publiquen, ya fueran conocidos con anterioridad, al menos en
círculos restringidos.

      Otro
de los pilares fundamentales del sistema ideado por Fraga lo constituía
la recién reorganizada Sección de Inspección de Librerías, Estafetas y
Aduanas, cuyos integrantes constituían una verdadera policía a las
órdenes del Ministro. Divididos piramidalmente en Centrales, Regionales y
Locales, su misión era vigilar que ningún tipo de impreso no periódico
incumpliese las disposiciones en vigencia, complementando así el trabajo
de los censores. Su labor, no obstante, tenía que ir más allá de lo
meramente represivo, realizando constantes sondeos de mercado, y
buscando en todo momento el colaboracionismo y la implicación de
libreros y editores, a base fundamentalmente de “imbuir [en ellos] un
gran sentido de responsabilidad”, en tono claramente paternalista, tan
propio, como sabemos, de los agentes del Régimen7.

    
Tanto el Servicio de Orientación Bibliográfica como la Sección de
Inspección de Librerías, Estafetas y Aduanas serviría a los fines del
poder en esa doble vertiente citada: controlar el flujo de información
dirigida a los ciudadanos, por medio de la censura y la represión
cultural, y dar a conocer al poder diversos aspectos de la realidad del
país, relacionados sobre todo con la disidencia política y cultural, a
través de numerosos informes, tanto periódicos como por encargo.

    
Pero para que el sistema fuera perfecto, para que fuera realmente útil
al poder, era necesario disponer de un organismo con competencias
interministeriales que garantizase el flujo de la información y la
canalizase por los conductos adecuados. Y para ello, Fraga creó la
Oficina de Enlace, un organismo dependiente directamente del Ministro de
Información y Turismo, “destinada a coordinar aspectos concretos de
la información política, que tanto este Ministerio como otros
Departamentos de la Administración o Entidades extranjeras puedan
recibir
8
Naturalmente, la función última y principal de la Oficina de Enlace
(que sólo a fines de los 70 pasará a denominarse Gabinete de Enlace) era
el control de la oposición al Régimen, viniera de donde viniera.

    
De ese modo, con todas las piezas de la maquinaria bien engarzadas, el
último paso sería impulsar definitivamente una Ley de Prensa e Imprenta
más acorde con los nuevos tiempos, quedando reservado para el régimen un
medio de comunicación de masas tan formidable como la televisión, el
arma de propaganda y desmovilización sociopolítica más moderna de su
tiempo.

    Sin embargo, la Ley de Prensa e Imprenta de 19669 (en adelante, LPI) tuvo un carácter extremadamente restrictivo.
Sobre las editoriales propiamente dichas, sus sistemas de control
fueron dos, en esencia. El primer sistema, consistía en la creación de
un “Registro de Empresas Editoriales” de obligatoria inscripción, cuyos
requisitos previos de admisión otorgaban total discrecionalidad al
Ministerio10.
El segundo sistema, permitía a los editores acogerse a la fórmula de
“consulta voluntaria”, por la cual los censores aplicaban, en
definitiva, la misma dinámica de la Censura Previa y que, como decíamos,
nunca hubo voluntad de suprimir. Si se elegía la opción de presentar
directamente la obra a Depósito, se corría el riesgo de que la obra
fuera denunciada al recién creado Tribunal de Orden Público y, lo que es
peor, víctima de un “Secuestro Previo Administrativo”. Una medida
extrema que suponía un serio quebranto económico a la editorial
afectada.
Existía, no obstante, una fórmula intermedia conocida
como “Silencio Administrativo”, que significaba que el editor corría con
todos los riesgos.

    A ello se añadía la
ambigüedad y la imprecisión de las restricciones impuestas (reflejadas
en el célebre artículo 2º), la gran cantidad de facultades
sancionatorias que concedía a la Administración, y otras disposiciones
dictadas sucesivamente por el Gobierno, como fueron la inmediata reforma
parcial del código penal, que elevaba a la categoría de delito las
limitaciones del artículo 2º a la libertad de expresión, o la Ley de
Secretos Oficiales, de abril de 1968.

    Más interesante para nosotros y mucho menos estudiado resultan los nuevos criterios censoriales11,
que se añadían a los anteriores. Por un lado, la denegación de la obra
cuando el tema abordado no se correspondiese con el plan editorial
presentado y, por otro lado, el criterio de tipo “coyuntural”, es decir,
previsto para toda obra que, sin violar ningún precepto legal, “pueda suponer una perturbación grave por razones de tiempo y lugar”.

   Pero en principio, y para dar credibilidad al proceso de
apertura del Ministerio, la fórmula denegatoria tenía que aplicarse lo
menos posible. Al igual que se consideraba el Secuestro Previo
Administrativo una medida extrema, de excepcional alcance y alto riesgo,
dado el alto precio político que podía suponer, para la Administración,
cada Secuestro sin visos de prosperar en un proceso judicial. De ahí
que los censores debieran atender en todos los casos “más a lo que se dice que a lo que parece que se quiere decir”.
Es importante observar que se trata de un criterio lógico, en tanto en
cuanto van a ser los Tribunales quienes fiscalicen, en última instancia,
qué obras transgredían o no supuestamente las Leyes del Movimiento. Y
fijémonos bien, porque en la fórmula de atender más a las formas que al
contenido de un texto, se encuentra una de las claves, una fisura dentro
del sistema, que va a permitir la definitiva transformación del libro
en una poderosa arma de combate contra la dictadura, en tanto en cuanto
se vaya perfeccionando el método de “escritura entre líneas”,
especialmente cultivado desde el principio por las diversas
publicaciones de carácter progresista que fueron apareciendo a lo largo
de la década, como Triunfo o Cuadernos para el Diálogo, cuyo desarrollo será indisociable del mundo editorial.

    Del mismo modo, la consideración del Secuestro y la
Denegación como medidas de “último recurso”, implicaba necesariamente la
apertura de un muy limitado margen de maniobra negociadora y de una
mínima posibilidad de diálogo, impensables hasta entonces.
MUNDO EDITORIAL DE VANGUARDIA:

GÉNESIS Y CUESTIONES PRELIMINARES.
    Ahora bien, es necesario apuntar que este nuevo
fenómeno editorial que comienza a desplegarse a lo largo de los años
sesenta destaca por su heterogeneidad12. Sin embargo, a
nalizando
el fenómeno en su conjunto existen una serie de factores o motivaciones
de varios tipos, que impulsan la aparición de estas editoriales, bien
desde su génesis, o por evolución. De ese modo, podemos distinguir, a
grandes rasgos, motivaciones políticas, religiosas, académicas o
intelectuales, y también motivaciones de tipo nacionalista, todas ellas
encaminadas a una formación del público al que iban dirigidas,
alternativa a la promovida por el régimen. En otras circunstancias,
estos elementos podrían ser perfectamente independientes; sin embargo,
en este momento, en ausencia de un régimen de libertades, van a adquirir
una relación prácticamente indisociable, donde cada editorial se va a
ver influida en su trayectoria (o desde su origen) por al menos tres de
esos cinco elementos. Las motivaciones políticas (sean o no de carácter
militante) se traducen principalmente en una decidida oposición al
régimen que se acrecienta y radicaliza con el tiempo. Las religiosas,
aparecen de la mano del desarrollo de un cristianismo progresista, al
socaire del Concilio Vaticano II, de trascendencia fundamental. En
cuanto a las motivaciones académicas o intelectuales, responden a la
necesidad de una renovación del pensamiento académico, sobre todo en el
ámbito de las Ciencias Sociales, aunque no de manera exclusiva. Y por lo
que respecta a las motivaciones nacionalistas, se dan fundamentalmente
en el entorno de las “nacionalidades históricas”, frente al anhelo de la
recuperación de la lengua y la cultura autóctona de las mismas. Lo que
parece evidente es que, independientemente de cual sea su origen, el
resultado acaba siendo la pluralidad, la heterogeneidad, el diálogo, y
la editorial acaba por servir de altavoz para que todas las voces, todas
las opciones –constreñidas o directamente silenciadas- puedan alzar su
protesta. Por tal motivo, las trayectorias van a converger en el devenir
de la década, hasta ser prácticamente coincidentes. Las editoriales se
convierten en escuelas de pluralidad y de democracia. Estos medios de
comunicación y de difusión alternativos van a ir influyendo en la
configuración de una cultura de vanguardia de izquierdas, progresista,
de la que van a ser ellas mismas partícipes, ejerciendo así de
verdaderos “free spaces”13
o “espacios de libertad”, en tanto en cuanto se trata de plataformas
desde donde se genera e impulsa parte de ese proceso de cambio cultural,
previo e indispensable al de Transición Política iniciado desde
mediados de la década siguiente.

   
De ahí que estas empresas editoriales, surgidas de forma voluntaria por
iniciativa privada, vayan a formar, tanto en su conjunto como cada una
por separado, un proyecto pedagógico de naturaleza política, lo cual
implicaba contribuir de forma decisiva a la renovación del pensamiento y
de las Ciencias Sociales a todos los niveles, algo que por fuerza
habría de traducirse en la definitiva desmitificación de la imagen de
España (pasada, presente y futura) ofrecida por el Régimen, totalmente
distorsionada y alejada de la realidad. Como afirmaba Jesús Munárriz, en
su prólogo a Cándido, de Voltaire (Ciencia Nueva, 1967), “(…) explicar lo ignorado, marca forzosamente nuevas formas de conducta hacia el futuro (…)”, frase que parece resumir perfectamente el objetivo último y principal de los editores de vanguardia.

   
Si aplicamos y extendemos también a las editoriales –con las debidas
precauciones- el esquema trazado por Habermas sobre la evolución de la
prensa y la contribución de la misma a la formación de una esfera
pública de naturaleza política14,
podemos afirmar que, en los años sesenta, este tipo de editoriales a
las que nos estamos refiriendo, habrían entrado en esa segunda fase en
la que una empresa de esta categoría abandona su interés meramente
crematístico, para primar los intereses culturales y políticos sobre los
económicos, con el fin manifiesto de formar un espíritu crítico
extensible al mayor número posible de ciudadanos. Como afirma Javier
Pradera, estos editores van a considerar al libro mucho más como valor
de uso, como bien cultural, que como valor de cambio y bien mercantil15.
Ello va a conllevar por lo general, siguiendo el esquema de Habermas
(fácilmente constatable en la práctica), que la gran mayoría de estas
empresas fueran ruinosas por definición, o que sus beneficios no fueran
mucho más allá de tratar de repetir el ciclo del dinero para seguir
publicando, algo no excesivamente difícil si tenemos en cuenta que una
editorial puede considerarse genéricamente como una organización que
promueve la publicación de libros, por lo que las infraestructuras
requeridas para su funcionamiento son mínimas: lo único imprescindible
es una financiación adecuada, y ello puede conseguirse por distintos
cauces, no necesariamente ligados a la venta y distribución de libros.

   
Naturalmente, lo primordial es que existiese una demanda previa. Y
tenemos datos objetivos para demostrar que, en cierta medida, esa
demanda existía. Para empezar, resulta evidente que, donde su influencia
va a resultar decididamente más intensa, va a ser en el entorno
universitario, en una década marcada a nivel internacional por una
incontestable hegemonía cultural del marxismo en casi todos los niveles.
Pues bien, en los años sesenta, especialmente
a partir de 1962, encontramos en España una Universidad convulsa,
contestataria, que va escapando del control de las autoridades, con unos
planes de estudio anacrónicos francamente denostados, y en vías de
masificación.
En cuanto al número de matriculados en centros de
enseñanza superior (entre Facultades y Escuelas Técnicas), si en el
curso 1960-61 el número de alumnos ascendía a 77.123 (apenas 16.000 más
que en 1955-1956), en 1965-66 la cifra habrá alcanzado los 125.876
matriculados. Es decir, el número de alumnos se habrá prácticamente
duplicado en tan sólo cuatro años, llegando a triplicarse en 1971-72,
con 228.529 matriculados16.
Evidentemente, se trata de un fenómeno íntimamente ligado al desarrollo
socioeconómico, por cuanto se estaba produciendo un paulatino ascenso
de las incipientes clases medias a los estudios de nivel superior. En
términos relativos, estas cifras pueden parecernos modestas, pero
resultan mucho más importantes considerándolas en términos absolutos,
teniendo en cuenta además que el número de Universidades y Escuelas
Técnicas Superiores durante la década era bastante limitado, lo que
significa que gran número de estudiantes se encontraban concentrados en
unos pocos núcleos. Además, a partir de 1962, estalla definitivamente el
malestar estudiantil gestado durante años. Como decíamos, la
Universidad de los años sesenta es extremadamente convulsa, con un
movimiento estudiantil organizado e ineluctablemente beligerante contra
el Régimen, algo directamente relacionado con el cambio generacional
operado en la década, el distanciamiento del régimen de ciertas figuras
intelectuales de gran renombre y notable influencia, y la integración en
la Universidad de un nuevo profesorado (generalmente no numerario)
decididamente progresista.

    Otro elemento fundamental dado a mediados de la década, según el esquema de Roger Chartier17
y otros historiadores de la cultura, lo constituye la introducción, por
parte de Alianza Editorial, del moderno libro de bolsillo, lo que
significaba, por una parte, ir un paso más allá en la popularización de
la lectura, al permitir reducir costes sin renunciar por entero a la
calidad del libro como objeto, como vehículo y soporte material de
transmisión del conocimiento; y por otra parte, el libro de bolsillo
contribuiría a modificar en cierto grado las prácticas y hábitos de
lectura, al ser fácilmente transportable y permitir su lectura en casi
cualquier ámbito y lugar.

  En tal coyuntura aparentemente favorable, las editoriales
de vanguardia no tardaron en hacer su aparición. Y algunas, lo hicieron
antes incluso de la promulgación de la Ley de Prensa.

    La editorial ZYX,
representa uno de los ejemplos más notables de cómo una editorial se
convierte en plataforma de lucha contra el régimen, desde unos
presupuestos eminentemente religiosos que en ningún momento abandonaría.

    Procedente del cristianismo progresista, y con notable repercusión en los círculos estudiantiles, fue creada con la pretensión de
popularizar la lectura y contribuir esencialmente a la formación de los
trabajadores, en la línea trazada por el Concilio Vaticano II.
No en vano, se trataba a
grandes rasgos de una variante cultural de la HOAC, compuesta
inicialmente por militantes de la misma y de la JOC, y algunos “curas
obreros”. Su nombre en sí resultaba significativo: compuesto por las
tres últimas letras del alfabeto, invertidas (lo contrario al ABC), se
hacía referencia a la cita evangélica de “los últimos serán los
primeros”, y por “últimos” se hacía alusión, evidentemente, a los
obreros, a los inmigrantes rurales, a los más desfavorecidos en suma18.
En definitiva, la editorial nacía para ocupar el vacío, nunca ocupado
por el régimen, de la formación cultural (y por ende, política) de los
trabajadores. En cuanto a los textos publicados por la editorial, los de
tipo estrictamente religioso estuvieron prácticamente a la par respecto
a otros textos de naturaleza mucho más política y cultural,
ideológicamente enfrentados con el franquismo, de tipo marxista, pero
también sindicalista e incluso anarquista, todo lo que permitiera, en
definitiva, dotar a trabajadores y estudiantes de las armas ideológicas
necesarias para la defensa de sus intereses frente a un sistema que los
colaboradores de la editorial consideraban claramente injusto, lo que
sin duda ocasionará a la editorial no pocos conflictos con el poder,
especialmente tras la promulgación de la LPI, momento en que decidieron
presentar todos los originales a Depósito, sin pasar por la consulta
previa, a pesar de que el MIT nunca consintió su inscripción en el
necesario Registro. Esa negativa a pasar por el trámite de la Consulta
voluntaria, supuso, por una parte, el Secuestro de cuatro de sus obras, y
por otra parte, la aplicación sistemática por parte de las autoridades
del Silencio Administrativo a todas sus publicaciones, al menos hasta
noviembre de 1968. A partir de ese momento, y alegando precisamente que
la editorial carecía de Número de Registro, la editorial fue obligada
durante un año a presentar todos los originales a dicha consulta,
ordenándose su cierre definitivo en noviembre de 1969, si bien
reiniciará inmediatamente su andadura editorial bajo el poco disimulado
sello de Zero/ZYX.

    Otro elemento interesante de ZYX
es la constitución de su propia red de distribución y ventas, con una
organización tal, que permitía hacer llegar sus obras hasta los núcleos
de recepción en Europa de emigrantes españoles, para sorpresa de los
agentes de la administración, como prueban, por ejemplo, algunos
informes llegados al Ministerio, en los que se hablaba de dicha
actividad19.

      De similares orígenes y pretensiones fue editorial Nova Terra,
ligada a la JOC, con buena parte de su producción bibliográfica
publicada en lengua catalana, y entre cuyos integrantes es interesante
destacar las figuras de Joseph Verdura y Alfonso C. Comín, que serán
expulsados por presiones del Ministerio tras la crisis de 1968-196920.
Si bien la editorial más trascendente para la difusión y defensa de la
cultura catalana y de la publicación de cultura en catalán, va a ser sin
duda Ediciones 62 S.A., contando a la vez con una importante línea de
publicación en castellano, fundamental, bautizada como “Ediciones
Península”.

     Más interesante para nuestro estudio resulta la editorial Edicusa (anagrama de Cuadernos para el Diálogo S.A.),
fundada en 1965. Nació como extensión de la importante revista del
mismo nombre, creada por el exministro Joaquín Ruiz-Giménez y su equipo
de jóvenes colaboradores surgidos del entorno universitario, al socaire
también del trascendental Concilio. La reaparición de Revista de Occidente y la creación de la opusdeísta Atlántida
fueron elementos que concedieron cierto reconocimiento internacional de
los avances desarrollados por la política aperturística de Manuel
Fraga, como lo fue la aparición de Cuadernos para el Diálogo21
en 1963, de inspiración democristiana  (con claros matices) en origen y
afán reformador. Pero muy pronto esta plataforma de vanguardia
cultural, de periodicidad mensual y limitada extensión resultó
insuficiente para abarcar los amplios fines perseguidos por sus
creadores (ni siquiera con la publicación de los números extraordinarios
de la revista, de carácter monográfico)  lo cual les obligó a crear una
segunda plataforma de divulgación que permitiera ofrecer a sus lectores
un abanico de obras más amplio que el ofrecido por el círculo ocasional
de colaboradores de la revista, permitiendo además tratar temas
candentes de la realidad del país con la profundidad crítica adecuada.
Naturalmente, existía el problema de la financiación, que fue resuelto
mediante la interesante creación de suscripciones, a imagen de la propia
revista, a fin de evitar una posible descapitalización de la empresa en
caso de que más de una obra fuera secuestrada. La dirección de la nueva
empresa recayó sobre Pedro Altares Talavera.

     La creación de la editorial fue seguida con interés (y
sin duda, con preocupación) desde el Ministerio. Tanto, que el Director
General de Información, Carlos Robles Piquer, informó directamente a
Fraga de su constitución, y previno a los censores para que extremasen
las precauciones22, siendo el primer libro presentado a censura previa el famoso Introducción a la moral social española del Siglo XIX, de José Luis Aranguren, autor, como podemos apreciar, de primer orden.

     En cuanto al resto de textos publicados, comenzaron casi
exclusivamente con estudios relacionados con cuestiones de tipo
nacional, y sólo más tarde empezarán a plantearse más seriamente la
publicación (siempre minoritaria) de traducciones. Mención aparte merece
su colección de teatro, trascendente y vanguardista, si bien escapa del
ámbito de nuestro estudio.

    
Su dedicación casi exclusiva fue la ensayística, y su colección primera
y principal fue “Divulgación Universitaria”, de libros de bolsillo, que
se fue parcelando a lo largo del tiempo en diversas colecciones,
siguiendo un criterio temático.

   
Entre los ámbitos de las publicaciones pueden destacarse, a grandes
rasgos, trabajos sobre Historia Social, Filosofía, Religión, Economía,
Sociología, Filosofía del Derecho, Política Internacional, Pedagogía…
destinados, como venimos diciendo, a una renovación del pensamiento y de
las Ciencias Sociales, pero con un trasfondo de crítica hacia la
dictadura muy importante, siempre sin dejar de plantear, al mismo
tiempo, alternativas viables a las establecidas, no sólo en el orden
político, sino también económico, cultural y social, apuntando
tempranamente en una dirección de línea democrática y socializante. Así
por ejemplo, la obra El Federalismo Español, de Gumersindo
Trujillo (1967), no sólo destacaba por ser pionera en un tema
fuertemente prohibido durante dos décadas, ni por la metodología
aplicada, si no por apuntar además, de forma explícita, las bases de un
hipotético proyecto descentralizador para la llegada de la democracia,
cuando afirmaba el autor: “(…) ¿Hay algo en la trayectoria histórica
de nuestro federalismo que permita creer que, en un eventual ciclo
democrático futuro, propenderá nuestro país a la adopción de esquemas
federales?
(…)”23. A pesar de lo cual, los censores lo consideraron como “(…)  Libro de muy limitados lectores, tanto por el tema, como por la calidad del mismo (…)” aunque se acabó optando por el Silencio Administrativo24.

      Otro elemento a destacar de Edicusa
va a ser su maestría en el empleo de la “escritura entre líneas”, de la
que hemos hablado (no en vano parte de su consejo de redacción era
especialista en derecho jurídico), y que les va a permitir un nivel de
crítica encubierta que el poder no tendrá más remedio que tolerar como
un mal menor, pues también es cierto que la estrategia del
criptolenguaje confería una complejidad de lectura que convertía por
fuerza las publicaciones en “libros para minorías”. Lo cual no quiere
decir que no se dieran conflictos con el MIT, que sí los hubo y de forma
numerosa25.
Especialmente cuando, desde las páginas de la revista se anunció, con
motivo de la promulgación de la LPI, que todas las publicaciones
pasarían directamente a Depósito, prescindiendo del trámite de Consulta
Voluntaria, algo que sin duda llenó de preocupación a los funcionarios
del Ministerio26. Así, uno de los principales conflictos lo constituyó la obra Estado de Derecho y Sociedad Democrática, de Elías Díaz (1966), previamente publicada sin problemas en forma de artículos en la Revista Española de Estudios Políticos.
Todo el mundo entendió que el libro contenía una crítica encubierta
hacia el Régimen, empezando por el propio Fraga, quien ordenó
rápidamente su Secuestro y la apertura de un doble expediente,
administrativo (por supuestas irregularidades en el pie de imprenta y en
la difusión de la obra) y judicial. Sin embargo, a nivel formal no se
mencionaba el caso español en ningún momento, y por tanto no se había
violado el artículo 2º de la LPI, motivo por el cual el TOP sobreseyó el
caso27.
La estrategia había salido bien, Fraga había caído en su propia trampa,
se había fijado más en el contenido que en las formas, el MIT había sufrido un duro golpe frente a la opinión pública28, y
el suceso había proporcionado una cobertura mediática y una publicidad a
la obra que la editorial nunca hubiera soñado. De ahí que fueran
capaces de publicar obras como Una democracia para España,
de Modesto Espinar (1967), pues si los informes de los censores
apuntaban a la necesidad de su secuestro, la experiencia reciente del
libro de Elías Díaz aconsejó a Robles Piquer dejar circular los 5000
ejemplares de la edición bajo Silencio Administrativo, tras un minucioso
examen personal del libro realizado por el propio Ministro29.

     Una de las principales pruebas del nivel de crítica
alcanzado por la editorial lo constituye un hecho significativo: cuando
en 1972 se presente a depósito el catálogo completo de Edicusa,
los censores se verán obligados a comprobar en sus ficheros si muchos de
los libros estaban en realidad autorizados a circular legalmente30.

      Pero si se hemos de hablar de una editorial realmente innovadora, es necesario referirnos a Ciencia Nueva, editorial pionera
en cuanto a publicación de libros de corte marcadamente político e
ideología disidente con los postulados tradicionales del Régimen31.
Verdadero símbolo del cambio generacional característico de la época,
ejercerá una notable influencia en la recuperación de las armas
ideológicas y políticas anteriores a la Guerra Civil, y supondrá la
creación de una plataforma para la difusión de las ideas más
vanguardistas procedentes de dentro y fuera de nuestras fronteras. Todo
lo que permitiera, en definitiva, socavar los cimientos del régimen
franquista.

Fue una editorial modesta, artesanal, de, podríamos decir, “humildes
orígenes”, pero muy dinámica, capaz de aprovechar la convulsa coyuntura
del momento. Sería fundada en Madrid por un grupo de doce jóvenes
Universitarios, estudiantes de Filosofía y Letras en su mayoría,
militando algunos de ellos en el PCE. De modo que ahí tenemos una
primera novedad frente a las anteriores: el partir de una situación de
clandestinidad. Como afirma el propio Jesús Munárriz, personaje sobre el
cual recayó la dirección de la empresa, “Ciencia Nueva fue un
intento de abrir brecha, incordiar al régimen, hacer lo que no se podía
hacer, ensanchar las grietas que veíamos que existían y ver si podíamos
reformar y forzar un poco la cosa. Y supongo que algo hicimos
32.

     La principal orientación de Ciencia Nueva,
plasmada en su célebre colección homónima, estuvo en la introducción en
nuestro país de las principales aportaciones del marxismo en el plano
internacional, en especial las de el heterogéneo grupo conocido como
“los marxistas ingleses de los años treinta”, a los que se sumaba el
pensamiento de Ernst Bloch, del italiano Galvano della Volpe, de Paul M.
Sweezy, de Althusser, de Ernst Fischer,… Un total de 23 títulos cuya
repercusión fue muy profunda en determinados círculos intelectuales, si
bien el proyecto quedó muy sesgado e incompleto, a consecuencia de la
actuación ministerial. No se pudo publicar nada de autores como
Cristopher Hill, John Eaton, Marcuse o John Reed, por sólo poner algunos
ejemplos. A decir verdad, a grandes rasgos sólo pudo publicarse lo más
abstruso o genérico de los autores citados, aquello que, a juicio de los
censores, fuera de más difícil comprensión.

   
El segundo de los frentes estuvo centrado en la divulgación de la
ensayística de producción autóctona, recogida en la colección “Los
complementarios”, dirigida por Jaime Ballesteros, figura clave del PCE
en la Universidad, quien organizaría la colección como plasmación
práctica de la doctrina de la reconciliación nacional, propuesta por el
partido. Naturalmente, también aquí encontramos obras de envergadura, de
autores básicos, como Manuel Sacristán, Rafael Pérez de la Dehesa,
Valeriano Bozal, Manuel Ballestero, Roberto Mesa, Joan Fuster, Gustavo
Bueno, César Santos Fontela, José Ramón Recalde y Juan Antonio Lacomba,
entre otros, sin olvidarnos de Max Aub y su obra Pruebas (1967), única conexión de la editorial con el exilio.

    Otro de los mayores logros de Ciencia Nueva
vendría de la mano de la colección “Los Clásicos”, de singular
trascendencia. Se trataba de recuperar textos proscritos desde al menos
1939, cuyo nexo común estaba en la crítica del autor a los problemas de
su tiempo. Aquí se publicó el lado más político de Flórez Estrada, de
Larra, de León de Arroyal, de Diderot o de Voltaire. Incluso textos del
revolucionario Robespierre hallaron su espacio dentro de la colección,
siempre prologados por jóvenes expertos en la materia. Y aquí
figurarían, por supuesto, obras fundamentales de Marx y Engels, como
fueron Formaciones económicas precapitalistas, Las luchas de clases en Francia, el famoso Anti-Düring y Sobre arte y literatura33.  Como también Pensamiento social, de Pi i Margall (1969), uno de los primeros textos recuperados del -aún hoy- polémico pensador, junto a Las Nacionalidades (Edicusa, 1968).

  
Otra de las colecciones fue la efímera “Las luchas de nuestros días”,
dirigida por Roberto Mesa, y orientada a revelar las realidades del
tercer mundo y los problemas derivados por descolonización del mismo,
esencialmente, con especial atención a lo acontecido durante la guerra
del Vietnam. Pero no gozó de demasiado éxito, y sólo fue posible
publicar tres títulos en la misma antes del cierre.

  
Pero sin duda, la colección que más roces generaría con la
Administración fue “Cuadernos Ciencia Nueva”, planteada inicialmente
como “Cuadernos del Club de Amigos de la Unesco”. Constaba de pequeños
libritos de muy bajo precio y temas muy diversos y polémicos, entre los
que destaca el Diario de Bolivia, de Ernesto Guevara, Los bakuninistas en acción, de Engels, y La alienación de la mujer, de Castilla del Pino, entre otros quince títulos.

  Naturalmente, en todas las colecciones en general34
se echan de menos algunos autores. A decir verdad, examinando a fondo
el catálogo de publicaciones, podría argumentarse incluso que no todos
los títulos publicados fueron por fuerza los más representativos de cada
autor. Pero es que sólo consultando de forma sistemática los títulos
denegados, podemos apreciar la magnitud de los logros. Se puede
considerar por tanto el catálogo de la editorial como “los límites de lo
editable”, al menos en cuanto a la estrategia planeada, que no era otra
que presentar a consulta voluntaria el mayor número posible de títulos,
con la esperanza de que algunos lograsen pasar la criba censorial. Una
estrategia que veía dada por la situación de precariedad financiera
endémica en la que se veía sumida la editorial desde su fundación,
paliada en parte con la apertura constante de la sociedad al ingreso de
nuevos socios con sus aportaciones (entre los que se contaría la propia Edicusa). En tal coyuntura, un único Secuestro hubiera resultado fatal.

   
De modo que, de un total aproximado de 200 títulos presentados a
consulta voluntaria (sin contar obras de poesía) desde 1965 hasta su
segundo y definitivo cierre en 1970, encontramos nada menos que 46
denegaciones, como también descubrimos que 34 de las obras publicadas
sufrieron mutilaciones de diversa consideración.

   
De ahí que, para realizar una panorámica completa del mundo editorial
de vanguardia, sea indispensable analizar no sólo la producción
bibliográfica de las editoriales, sino también qué obras no se pudieron
publicar -bien por denegación o por secuestro-, como también es preciso
conocer qué obras sufrieron mutilación, en qué grado, y el porqué de
todo ello. Sólo así podrán comprenderse las dificultades, y valorarse
los logros.

    Por otra parte, es digno de señalar la creación de una editorial como Seminarios y Ediciones S.A. (SESA), fundada en origen como tapadera del “Comité Español del Congreso para la Libertad de la Cultura”35,
una organización clandestina de naturaleza política, cultural y
pedagógica, integrada en su mayor parte por intelectuales de gran parte
del espectro político de la disidencia, siendo algunos de ellos editores
o colaboradores de otras editoriales a las que estamos haciendo
mención.

  
 Vista una panorámica general del mundo editorial de los sesenta en sus
inicios, hemos constatado dos tipos de estrategias a modo de ejemplo
con las que se trataron de superar las restricciones ministeriales.
Estrategias que podríamos denominar como “consulta voluntaria masiva” y
de “depósito directo”. La primera, como hemos visto, consistiría en la
presentación a consulta voluntaria de gran cantidad de obras, con la
esperanza que de algunas sorteasen el dispositivo censorial, pero sin
dejar de utilizar en las negociaciones con los censores las obras
denegadas como moneda de cambio para la publicación de otros textos
considerados menos combativos. Fue la estrategia seguida eminentemente
por Ciencia Nueva, e implicaba necesariamente asumir la
mutilación o modificación de algunos textos que, de otra forma, jamás
hubieran visto la luz cuando lo hicieron. La otra estrategia, fue
presentar directamente a depósito todas las obras sin excepción,
considerando cada denuncia y secuestro como fórmula para llamar la
atención y debilitar la credibilidad de la Administración. Naturalmente,
esta segunda estrategia implicaba que el verdadero contenido de la obra
estuviera suficientemente camuflado, escrito entre líneas, y fue
seguido principalmente por Edicusa, pero también por otras como ZYX, y Nova Terra,
pese a no disponer ninguna de ellas del número de registro, lo que les
acabará acarreando serios problemas con la Administración al término de
la década, como veremos. Pero lo esencial es que esta segunda estrategia
se valía directa o indirectamente de la cobertura mediática de la
prensa escrita, a cuya evolución, repetimos, estuvo fuertemente
vinculada la propia evolución del mundo editorial de vanguardia.

    
Dicha vinculación entre prensa escrita y mundo editorial de vanguardia,
aparece plasmada en varios elementos. En primer lugar, muchos de los
libros que se publiquen estarán integrados por artículos publicados
anteriormente en prensa escrita. En segundo lugar, por la labor tutelar y
publicitaria desempeñada por ciertas revistas y periódicos, con la
publicación de recensiones y reseñas, clarificadoras y bien elaboradas,
de obras recién publicadas. Y en tercer lugar, como decimos, por la
cobertura mediática dada a los conflictos de autores y editoriales con
la administración, en prensa de todo signo político. Y es que, como
afirma José Ángel Ezcurra, el régimen toleraba las noticias relacionadas
con secuestros y denuncias de obras, siempre y cuando se limitasen
estrictamente a la noticia objetiva, y sin que en ningún momento se
incluyese juicio de valor alguno36.
EL BOOM EDITORIAL DE 1968 Y “EL TECHO DE LO EDITABLE”37.
      Año de especial significación, punto de inflexión de la
década a nivel mundial, la cantidad de obras publicadas a lo largo de
1968 fue notable. Como importante fue también la proliferación de
editoriales “conflictivas” desde el punto de vista del poder. Además, el
interés por las obras de naturaleza crítica con la realidad de su
tiempo había aumentado. Las posturas se radicalizan.

      De inspiración democristiana encontramos la editorial Guadiana S.A.,
dirigida por Ignacio Camuñas Solís, y de la cual formó parte
Ruiz-Giménez. Fue una editorial de suma importancia, un poco más tardía
que Edicusa –inicia sus actividades en abril de 1968-, y entre sus numerosos aciertos cabe destacar los anuarios de España en Perspectiva,
sumamente polémicos, como demuestra el hecho de que los de 1970 y 1971
resultaron Secuestrados por el Ministerio. Se trataba de textos
colectivos que podríamos considerar en cierto modo (aunque con cierta
prudencia) como uno de los precedentes del moderno libro político de
opinión, que se generalizará sobre todo a partir del Primer Gobierno de
la Monarquía.

    Siguiendo la trayectoria de Ciencia Nueva hubo al menos dos editoriales más, la también madrileña Ediciones Halcón S.A. y Equipo Editorial S.A.,
de San Sebastián, nacidas en mitad del boom editorial de 1968. Se
trataba de pequeñas empresas de tipo familiar, dedicadas a la
publicación casi exclusiva de textos de naturaleza marxista. Según se
puede comprobar por la dinámica de sus gestiones en el Ministerio, su
objetivo era llegar más allá de Ciencia Nueva, publicando
aquellos títulos que la influyente editorial no había conseguido sacar
adelante, al ser tachados por los censores como extremadamente
conflictivos. La baza con que estas editoriales contaban fue la de
llegar a ser inscritas en el Registro de Empresas Editoriales, algo que
consiguieron presentando un plan editorial lo más ambiguo posible38.
En realidad, apenas lograron sacar al mercado una docena de títulos
cada una. Sin embargo, a ellas se debe principalmente la recuperación
(con grandes dificultades) de ciertos textos de Marx y Engels, de suma
importancia. Nos estamos refiriendo a Temas militares, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Del socialismo utópico al socialismo científico, Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, de Engels, así como a Trabajo asalariado y capital, Salario, precio y ganancia, y El 18 Brumario de Luis Bonaparte, de Marx, si bien una de sus mejores contribuciones fue la edición de Das Kapital, resumida por Gabriel Deville, que tanta repercusión había tenido en España antes de la Dictadura.

     Más curioso incluso resultó el caso de Editorial Ricardo Aguilera,
editorial especializada en libros de ajedrez, que a partir de 1968
decidirá enriquecer su catálogo con obras de Marx y Engels, aportando
esencialmente al catálogo de los vistos hasta ahora la Crítica del Programa de Gotha, de Marx. Por otra parte, resulta interesante resaltar su infructuoso intento de publicar El Manifiesto del Partido Comunista, bajo el título Un fantasma recorre Europa, despertando con ello reacciones negativas y recelos en el Ministerio.

    
No obstante, al margen de estas editoriales que podríamos considerar
“menores”, es preciso destacar la inestimable aportación de la editorial
barcelonesa Ariel S.A. y su colección clave “Ariel Quincenal”,
formada por libros económicos de bolsillo. Esta nueva colección, nacía a
nuestro juicio de dos interesantes precedentes en los que la figura de
Manuel Sacristán resulta esencial. Por un lado, algunas colecciones
anteriores de la propia Ariel, tales como “Zetein”, “Nuestro siglo por
dentro” o “Demos”39, y por otro, del proyecto frustrado de constitución de una filial catalana de Ciencia Nueva, conocido como Ciència Nova.
De tal forma que “Ariel Quincenal”, nacida a mediados de 1968, va a
saber aprovechar muy bien la experiencia acumulada durante décadas en
materia de edición crítica, y va a lograr combinar, con gran maestría,
la línea de traducciones de vanguardia de la citada Ciencia Nueva con los estudios plurales, profundos y críticos a la manera de Edicusa, siguiendo la línea tradicional de orientación hacia el ámbito universitario, que siempre fue propia de Ariel.

    
De forma paralela aunque algo más tarde se planteó la posibilidad de la
fundación en España de otra editorial que vendría a enriquecer el
panorama cultural de finales de la década. Nos estamos refiriendo a la
filial española de la editorial Siglo XXI, bajo el sello de Siglo XXI de España Editores. Es importante remarcar que los libros de Siglo XXI
de México eran conocidos en España, pero su importación encarecía el
producto, y por otra parte, no siempre resultaban homologables las
realidades de España y Latinoamérica. Establecer una filial en España
permitiría por tanto abaratar costes, haciendo los textos asequibles a
mayor número de personas. No obstante, y dada su línea eminentemente
marxista, su fundación en España no iba a estar exenta de problemas.
Tanto Fraga como Robles Piquer conocían la trayectoria de la editorial y
los potenciales peligros que entrañaba permitir que se estableciera en
España, pero también estaban convencidos de las ventajas que reportaría
de cara a reforzar la imagen aperturista de su política, tanto a nivel
interior como, sobre todo, hacia el exterior. De modo que el asunto se
resolvió al márgen de la Ley, mediante una especie de “pacto entre
caballeros”, por el cual Orfila se comprometía bajo juramento a que
todas las publicaciones pasaran necesariamente por consulta voluntaria40.
La repercusión de esta editorial fue enorme, siendo además nexo de
unión entre España y el mundo Latinoamericano. Por otra parte, contaba
con una ventaja adicional frente a otras editoriales de su tiempo: las
obras que no contasen finalmente con la aprobación de la censura,
podrían dedicarse a la exportación como un recurso viable. Según José
Ramón Recalde, uno de los fundadores junto a otros como Javier Pradera,
Javier Abásolo y Faustino Lastra, el proyecto contribuyó a la renovación
del pensamiento político, sociológico e histórico de nuestro país41.

    Pero
conviene que nos detengamos en el famoso “boom” editorial de 1968,
paradójico punto de partida de una importante crisis en el mundo
editorial, de naturaleza eminentemente política. La dinámica de las
publicaciones había funcionado relativamente bien hasta entonces, a
pesar de las restricciones, de las denuncias y las continuas
denegaciones. Sin embargo, a lo largo este año de tal especial
significación a nivel internacional, el régimen impondrá una serie de
prohibiciones de tipo “coyuntural”, sobre diversos temas, como fueron
esencialmente la “literatura marxista de
inspiración castrista”, el Mayo del 68 francés, la matanza de
Tlatelolco, en México 68, la Teología de la Liberación, la
descolonización de Guinea, y la Checoslovaquia de Dubcek. De ese modo,
todas las obras que versaron sobre estos asuntos, fueron
sistemáticamente denegadas, y, llegado el caso, Secuestradas y
Denunciadas al TOP de forma automática.

     De ahí que, mientras las editoriales de vanguardia
crecían en número y se multiplicaban las publicaciones de naturaleza
crítica, tanto en títulos como en ejemplares por tirada, el régimen
intensificaba sus intentos por estrechar su control.

     Desde el Ministerio comenzaron los cierres
administrativos de editoriales. El primer cierre del que tenemos
noticias es el de la barcelonesa Edición de Materiales S.A. (Edima), a la que se le denegó el permiso para seguir publicando por haber vencido el plazo para su inscripción en el Registro42. Idéntica resolución fue dictada contra ZYX y Nova Terra.
Como vemos, el Ministerio comenzaba a recurrir a estrategias
extralegales para tratar de recuperar las riendas de una situación que
los sectores más duros comenzaban a considerar fuera de control. Baste
recordar cómo, desde el e
xtremo más a la derecha del espectro político, la revista Fuerza Nueva, hacía eco de las denuncias de los elementos más reaccionarios del régimen franquista: “En
los escaparates de las librerías (…), y sin necesidad de penetrar en
ellas ni de examinar catálogo alguno, he quedado sorprendido al ver que
se están editando y vendiendo en España libros comunistas y socialistas y
otros que, en plan reportaje, no son otra cosa que una propaganda
“velada” de tales pestilentes doctrinas (…)
43.
No en vano, la identificación del libro progresista como elemento que
socababa los cimientos de la dictadura, va a ser una constante desde
entonces, motivo por el cual comenzarán a darse actos de terrorismo
contra editoriales y librerías de pensamiento disidente, agudizados
sobre todo a partir de los primeros setenta44.
DEL ESTADO DE EXCEPCIÓN DE 1969

A LA ÉPOCA DE SÁNCHEZ BELLA.
    Es evidente que lo que para Fraga constituía un claro
avance, para los sectores más inmovilistas y reaccionarios resultaba una
afrenta intolerable. El año 1969 comenzó con un feroz Estado de
Excepción en todo el territorio nacional, cuyos efectos fueron
devastadores, especialmente en el ámbito intelectual. Lo más llamativo
lo constituyó el cierre de cuatro editoriales citadas: Equipo Editorial de San Sebastián, Ricardo Aguilera, Halcón y Ciencia Nueva. Las tres primeras lo fueron bajo la excusa de incumplir el plan editorial declarado, y Ciencia Nueva, por carecer del número de Registro. La noticia trascendió nuestras fronteras, y nos interesa destacar la versión dada por Le Monde de París, en el que se afirmaba el temor de que el cierre se extendiese a Edicusa, ZYX, y a la también cristiana Nova Terra,
a la vez que se comentaba la hipótesis –aún no confirmada por nosotros-
que dicho cierre fue una imposición del núcleo duro del régimen para
levantar el estado de excepción antes de los tres meses previstos45. La política de Fraga se presentaba así, tanto en el interior como exterior, como brutalmente represiva.

  ZYX fue asfixiada mediante el empleo sistemático
del recurso a la denegación, viéndose obligada a cerrar sus puertas poco
después, mientras que Edicusa era obligada a practicar consulta
voluntaria para todas sus obras, al tiempo que varios de sus
colaboradores eran detenidos y temporalmente deportados.   Por otra
parte, Nova Terra fue obligada por la Administración a expulsar a
dos de sus integrantes más comprometidos, como eran Josep Verdura y
Alfonso C. Comín.

     Al mismo tiempo, se ordenó la retirada de la circulación de 30 libros de corte progresista46, y aunque sólo 7 fueron finalmente denunciados a los tribunales, parecía que el mundo cultural iba a tardar en recuperarse.

    Por si fuera poco, el “affaire” Matesa será la excusa
perfecta para la destitución de Fraga y el nombramiento de Alfredo
Sánchez Bella como nuevo Ministro del MIT, miembro de la ACNP, pero
también verdadero adalid de la política dura de Carrero Blanco. El nuevo
Ministro trabajará codo con codo con el Fiscal del Tribunal Supremo
Fernando Herrera Tejedor, en un intento de llevar a cabo una política de
feroz retroceso, estudiando incluso la posibilidad de prohibir obras
que ya hubieran sido aprobadas con anterioridad. Sin embargo, la LPI
resistió la maniobra reaccionaria e inmobilista. La inquietante
conclusión de ese estudio fue que algo así sólo podría hacerse mediante
un estado de excepción permanente47, cuyo precio político sería evidentemente demasiado alto.

     Edicusa
resistió a duras penas la crisis, pero logró conseguir, por un lado, el
ansiado número de registro en julio de 1970, con el que obtenía
reconocimiento legal, y por otra parte, pasó a formar parte integrante
del “Grupo de Enlace de Distribuciones” ese mismo año, con lo que
lograba extender territorialmente su radio de divulgación; ZYX renació bajo el poco disimulado sello de Zero/ZYX48; Ricardo Aguilera pudo seguir editando, aunque en principio sólo sus habituales libros de ajedrez; Ciencia Nueva logró publicar sus últimos títulos, sin lograr evitar sufrir un segundo y definitivo cierre administrativo en 1970.

    De esa forma, tras un breve paréntesis muy crítico, la
vida cultural del país volvió de nuevo a la relativa normalidad, con
fuerzas renovadas y un radicalismo más acusado, y otras editoriales
vinieron a llenar el hueco dejado por las que perecieron.

    Desde su llegada al poder, Sánchez Bella se dedicó a
sondear el pulso de la sociedad a través de los informes de la Oficina
de Enlace, topándose con una realidad realmente desoladora para el
búnker franquista49:
la batalla por la cultura parecía, más que nunca, definitivamente
perdida para el franquismo, si bien la postura del régimen sería
extremadamente beligerante hasta el último momento.

    De hecho, el informe que Carrero Blanco iba a presentar
ante el Consejo de Ministros el día en que fue asesinado, decía así:
“Máxima propaganda de nuestra ideología y prohibición absoluta de toda
propaganda de las ideologías contrarias”50.
Con su muerte, ya no habrá vuelta atrás. Y aunque la censura y la
represión cultural se mantuvo hasta al menos 1979, es evidente que el
cambio cultural era ya irreversible.
CONCLUSIONES.
   
Las importantes transformaciones socioeconómicas ocurridas en España
crearon un caldo de cultivo esencial para la formación de una serie de
plataformas de difusión cultural y política acorde con la nueva realidad
del país. Bastó el inicio de un tímido proceso de apertura (más
aparente que real) para desencadenar un proceso imparable de cambio
cultural. Resulta más que evidente que las reformas impulsadas por Fraga
durante los años 60 nunca tuvieron por objetivo establecer una apertura
mínimamente real del sistema. Sus medidas, tanto legales como
“extralegales” estuvieron siempre encaminadas a ser forma de control
sobre la oposición interior y exterior, ofreciendo a su vez una
pretendida imagen aperturista del régimen, en la que, precisamente la
publicación de ciertas obras de naturaleza cultural y política, jugaría
un papel esencial.

    Sin embargo, los resultados de ese proceso saltan a la vista: habrá
una importante difusión de una serie de obras de naturaleza cultural,
social y política de importancia fundamental, entre unos sectores mucho
más amplios de la sociedad de los que el régimen tenía previsto, en una
fase claramente ascendente de reivindicaciones estudiantiles y obreras.
Las librerías (las librerías “progresistas”) se llenaron de títulos
hasta entonces impensables: basta con echar un vistazo a los catálogos
de estas editoriales de vanguardia, con importantes obras publicadas en
sucesivas ediciones y de cuantiosa tirada (de entre 3.000 y 15.000
ejemplares como media). Obras de autores de primera fila internacional y
calidad incuestionable, obras, en suma, destinadas a facilitar al
ciudadano la reflexión crítica sobre la realidad, sin caer en simples
proselitismos.


     La LPI de 1966, contribuyó a ello. Es indudable, pero
sólo colateralmente, siendo el Ministerio de Información y Turismo el
primero dispuesto a vulnerar su propia Ley. Ahora bien, si como afirma
el profesor Glicerio Sánchez Recio, la percepción del cambio puede
suponer en sí mismo un factor de impulso al cambio en sí51,
la LPI y sus prolegómenos permitió, a ciertos elementos de la sociedad,
percibir las posibilidades reales de cambio en que se podría
materializar la nueva realidad jurídica. Hablamos, fundamentalmente, de
círculos próximos a la universidad, y también de algunos de los sectores
próximos a la Iglesia, más progresistas.

    La vanguardia del proceso estuvo integrada por
editoriales de nuevo cuño, en las que primaba el objetivo político y
cultural frente al económico, integradas fundamentalmente a partir de
colaboradores voluntarios, siendo ésta una de las razones principales de
su fuerza (aunque también, por otra parte, de su debilidad).

    De esa forma, estas editoriales, lejos de plegarse a la
voluntad del sistema, pero sin salirse nunca de los cauces legales,
plantaron cara al poder y se negaron a colaborar, a pesar de los
anunciados riesgos. Frente a lo cual, el poder, que sólo contaba con el
papel disuasorio de las medidas administrativas y judiciales, no tuvo
más armas en definitiva que el empleo de medidas extralegales, y la
burda represión, con un coste político cada vez más difícil de
soportar.  El proceso, no obstante, sería largo, con evidentes luces y
sombras, y los frutos no serían recogidos hasta fechas relativamente
tardías. Así por ejemplo, los textos de Marx y Engels no verían la luz
de forma sistemática hasta mediados de 1967 en adelante.

    No se puede entender por tanto el cambio cultural
experimentado durante los años 60, sin tener en cuenta el enorme
esfuerzo de estas editoriales y, lógicamente, de los personajes que las
impulsaron, cuya procedencia política e ideológica podía ser dispar,
pero no así sus objetivos: socavar los cimientos del régimen.

    Es cierto que algunas de estas editoriales fueron
cerradas por la administración al término de la década, pero no antes de
que abriesen una trayectoria que se mostrará imparable a lo largo de la
década siguiente.

   Como afirma Pedro Altares, “la cultura fue el Caballo de Troya de la lucha contra el Régimen52.





1
Sin ánimo obviamente de agotar el tema, en este trabajo se adelantan
algunos avances de la tesis doctoral dentro del proyecto que lleva por
título El Cambio Cultural y las Actitudes Políticas en España durante los Años Sesenta,
que actualmente está desarrollando el autor, gracias a una beca de
formación de Personal Docente e Investigador de la Universidad de
Alicante. Dicha tesis está dirigida por el profesor Glicerio Sánchez
Recio y adscrita al proyecto de investigación mucho más amplio que él
dirige, referencia BHA2002-01787, subvencionado por el Ministerio de
Ciencia y Tecnología.

2
Sobre la dinámica de la censura del libro durante el franquismo, el
estado de la cuestión más completo que podemos encontrar hasta la fecha
es sin duda ANDRÉS de Blas, J., “El libro y la censura durante el
franquismo: un estado de la cuestión y otras consideraciones”, en Espacio, Tiempo y Forma, Historia Contemporánea t.12, UNED, Madrid, 1999, pp. 281-301, con reflexiones sugerentes muy en la línea de la psicoanalítica obra Neuschäfer, Hans-Jörg, Adiós a la España Eterna La dialéctica de la censura. Novela, teatro y cine bajo el franquismo,
Anthropos, Barcelona, 1994, siendo el último estudio publicado sobre el
tema (aunque referido únicamente a los primeros 6 años), Ruiz Bautista, Eduardo, Los señores del libro: propagandistas, censores y bibliotecarios en el primer franquismo,
Trea, Asturias, 2005; por otra parte, resultan de obligada lectura los
trabajos de Manuel Luis Abellán, en especial su obra ya clásica , Censura y creación literaria en España (1939-1976), Barcelona, Península, 1980, así como Censura y literaturas peninsulares, Rodopi, Amsterdam, 1987; si bien es digna de destacar, aunque sólo sea por su valor testimonial, la obra Cisquella, G., Erviti, J.L., Y Sorolla, J.A., La represión cultural en el franquismo. Diez años de censura de libros durante la Ley de Prensa (1966-1976), Anagrama, Madrid, 2002; sin olvidarnos de Moret, Xabier, Tiempo de editores, Destino, Barcelona, 2003, interesante como punto de partida aunque plagada de errores y excesivamente superficial.

3 Llamado hasta octubre de 1962 “Sección de Inspección de Libros”, y “Sección de Ordenación Editorial” a partir de enero de 1968.

4
Entendiendo por tales “los libros, folletos, hojas sueltas, carteles y
otros impresos análogos”, en contraposición a las publicaciones
periódicas, según Cedán Pazos, Edición y comercio del libro español (1900-1972), Editora Nacional, Madrid, 1973, p. 20.

5 Razón por la cual no habrá problema en admitir a depósito, por ejemplo, una edición de lujo de los tomos I y II de El Capital de Marx publicado por Edaf en 1967, mientras que, por otra parte, las ediciones abreviadas y baratas de la misma obra publicadas por Equipo Editorial y por Halcón, fueron retiradas del mercado por las autoridades y puestas a disposición del Tribunal de Orden Público en 1968.

6 Todo ello, según las “Instrucciones provisionales sobre Censura” de 13-XII-1962, en AGA, SC, Caja 49092

7
Información contenida en “Estructuración y funcionamiento de la
Inspección de librerías, estafetas y aduanas”, de 29-V-1962, AGA, SC,
Caja 21662.

8 “Orden de 26 de noviembre de 1962 por la que se crea en el Ministerio de Información y Turismo una Oficina de Enlace”, BOE, núm 292, 6-XII-1962.

9 Para profundizar en el conocimiento de la Ley de Prensa en su vertiente dedicada hacia las publicaciones periódicas, véase Chuliá, Elisa, El poder y la palabra. Prensa y Poder Político en las Dictaduras. El Régimen de Franco ante la Prensa y el Periodismo, Biblioteca Nueva/UNED, Madrid, 2001; tampoco conviene olvidar dos estudios clásicos: el de Fernández Areal, Manuel, La libertad de prensa en España, 1938-1971, Edicusa, Madrid, 1971, y el de Dueñas, Gonzalo, La Ley de Prensa de Manuel Fraga,
Éditions Ruedo Ibérico, París, 1969. También resulta significativo,
entre otros, el especial “Reflexiones sobre la Ley de Prensa”, en Cuadernos para el Diálogo, número 90, Madrid, marzo de 1971, pp. 18 – 27.

10 Discrecionalidad constatable en la práctica: editoriales pioneras como Ciencia Nueva, EDIMA y Zyx, nunca llegarán a ser inscritas, mientras que Edicusa no lo será hasta 1970, y Nova Terra habrá de esperar hasta 1974, nada menos.

11
Plasmadas, por ejemplo, en una circular dirigida a las Delegaciones
Provinciales que daba cuenta de las instrucciones iniciales de carácter
general correspondientes a la aplicación de la Ley de Prensa,
extensibles a las publicaciones unitarias. AGA, SC, Caja 65136,
23-III-1966

12
Heterogeneidad como reflejo evidente de los distintos frentes de
“resistencia interior” al franquismo, tanto preexistentes como de nuevo
cuño, que se van a ir abriendo y ampliando a lo largo de toda la década.
En este sentido, resulta interesante el clásico Fernández Vargas, Valentina, La resistencia interior en la España de Franco, Istmo, Madrid, 19

13
El sugerente concepto “free spaces” procede de la Historiografía
norteamericana, siendo la obra donde su desarrollo y aplicación ha sido
más destacable Evans, Sara y C. Boyte, Harry, Free Spaces: The Sources of Democratic Change in America,
Harper and Row, Nueva York, 1986, si bien su introducción en España
corresponde a Sevillano Calero, como demuestran sus artículos Sevillano Calero, Francisco, “Cultura y disidencia en el franquismo, aspectos historiográficos”, Pasado y Memoria, nº 2, Universidad de Alicante, Alicante, 2003, pp. 307-312 y “Acotaciones a un debate”, en Historia del Presente, nº 5, UNED, Madrid, 2005

14 Véase especialmente el capítulo VI de Habermas, J, Historia crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública, Ediciones G. Gili, Barcelona, 2002, pp. 209 – 248.

15 Pradera, Javier, “Apagones en la Galaxia Gutenberg”, en Claves de la razón práctica, nº 8, Madrid, diciembre de 1990, pp. 75 – 78.

16 Datos sobre matriculaciones extraídos de Fundación Foessa, Estudios sociológicos sobre la situación social de España 1975, Editorial Suramérica, Madrid, 1975.

17
Nos referimos sobre todo a la triple vertiente en que, según Chartier
esencialmente, es importante afrontar el estudio de un libro desde la
Historia de la Cultura: crítica textual, análisis del soporte material
que lo contiene, y estudio de las prácticas de lectura condicionadas por
la obra, especialmente en Chartier, Roger, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación, Gedisa Editorial, Barcelona, 1966.

18 Según Adelaida Román, colaboradora durante un tiempo de la editorial ZYX. Entrevista personal, Madrid, 8-XII-2004.

19 Véase si no el Informe “Obras de la editorial ZYX de España en Bruselas”, de 30/01/1970, en AGA, SC, Caja 40985.

20 Sobre Nova Terra véase Marín, Dolors i Ramírez, Agnès, Editorial Nova Terra 1958-1978. Un referent. Editorial Mediterrània, Barcelona, 2004.

21 De la revista Cuadernos para el Diálogo es importante resaltar, entre otros trabajos, la obra Renaudet, Isabelle, Un
Parlement de papier. La presse d'opposition au franquisme durant la
dernière décennie de la dictature et la transition démocratique
,
Casa de Velázquez, Madrid, 2003. Aunque más interesante para nosotros ha
resultado la tesis de Javier Muñoz Soro, a quien agradecemos desde
estas páginas su confianza al habernos facilitado un ejemplar de la
misma poco después de su lectura. Dicha tesis ha dado como fruto la obra
publicada recientemente Muñoz Soro, Javier, Cuadernos para el Diálogo (1963-1976). Una historia cultural del segundo franquismo, Marcial Pons, Madrid, 2005.

22 Como puede apreciarse en la correspondencia incluida en AGA, SC, Expediente 4415-65

23 Afirmaciones como ésta pueden leerse no sólo en el prólogo, si no también en las solapas de la obra.

24 AGA, SC, Expediente 4249-67.

25 Sin ir más lejos, el segundo de los originales presentados a censura previa, una obra colectiva titulada El trabajo,
fue denegada sin contemplaciones, lo cual obligaría a la editorial a
extremar al máximo sus precauciones. AGA, SC, Expediente 4450-65.

26 Véase el Editorial, “Con censura o sin ella”, Cuadernos para el Diálogo nº 30, Madrid, 1966, pp. 1-3.

27 Puede verse un profundo estudio de la obra en Bañuls Soto, Fernando, La reconstrucción de la razón. Elías Díaz, entre la ética y la política,
Universidad de Alicante, Alicante, 2004, pp. 175-207, si bien resulta
fundamental el correspondiente expediente de censura, en AGA, SC,
6996-66.

28
Para conocer el alcance del golpe, basta con examinar la carta remitida
por el Jefe del Servicio de Orientación Bibliográfica al Director
General de Información, donde se decía, entre otras cosas. <<La
lectura de las notas remitidas por la Fiscalía del Tribunal Supremo,
explicativas del sobreseimiento del sumario (…) produce primero
perplejidad y luego indignación. (…) ¿Qué se pretende con esta peregrina
jurisprudencia? ¿Qué una Ley (…) a la que con tanto esfuerzo se ha
llegado, quede desprestigiada o desvirtuada a los pocos meses de su
entrada en vigor? (…) La libertad de expresión sólo podrá seguir
adelante por un cauce ordenado, estimulante y constructivo, si las
infracciones son desde el principio severamente castigadas. (…) Tal vez
esta sorpresa y preocupación debieran ser conocidas por el pleno del
Consejo de Ministros
>> (28-XI-1966). En AGA, SC, Expediente 60-67.

29 AGA, SC, Expediente 7811-67.

30 AGA, SC, Expediente 6743-72.

31 Puede verse una panorámica general de las actividades de esta editorial, realizada por el autor de estas páginas en Rojas Claros, Francisco, “Ciencia Nueva, una editorial para los nuevos tiempos”, publicada en Historia del Presente nº 5, UNED, Madrid, noviembre de 2005.

32 Entrevista personal con Jesús María Munárriz Peralta, Madrid, 16/6/03.

33
Para conocer el alcance y la difusión de las obras marxistas en España,
desde sus inicios hasta el final de la Guerra Civil, resultan de
especial importancia los trabajos de Pedro Ribas, en especial Ribas, Pedro, La introducción del marxismo en España (1869-1939), Ediciones de la Torre, Madrid, 1981, y Aproximación a la Historia del Marxismo Español (1869-1939), Ediciones Edymion, Madrid, 1990.

34
Hubo una sexta colección, anterior, que no viene al caso desarrollar,
cuando la editorial pasó a hacerse cargo de “EL BARDO”. Creada por José
Batlló, esta serie constituyó una de las colecciones de poesía más
prestigiosas de su tiempo, y fue pasando por diversas editoriales a lo
largo de toda la década. Sobre las dificultades que tuvo Ciencia Nueva
para la publicación de sus obras, véase Abellán, Manuel Luis, Censura y creación literaria…, pp. 226 y 227.

35 De ello habla José María Castellet en su obra Los escenarios de la memoria, Anagrama, Barcelona, 1988, p. 174 y 193-194, si bien hay una descripción más completa en Mangini, Shirley, Rojos y rebeldes. La cultura de la disidencia durante el franquismo, Anthropos, Barcelona, 1987, pp. 177-180.

36 Entrevista personal con José Ángel Ezcurra, Madrid,03-XII-2004.

37 Expresión tomada del “Informe sobre la producción editorial española”, AGA, SC, Caja 587, 23-I-1969.

38 [i]
La presentación de un plan editorial ambiguo puede considerarse como
otro ejemplo de estrategia frente a las restricciones ministeriales.

39 Responsable esta última, entre otras cosas, de la publicación en 1960 de un libro como Revolución en España,
recopilatorio de textos de Marx y Engels, y en cuyo prólogo Manuel
Sacristán manifestaba nada menos que dichos artículos hacían referencia a
un periodo histórico “(…) más alejado en los calendarios que en el
tiempo social del país”.

40
Todo ello figura en la correspondencia mantenida entre Carlos Robles
Piquer con Fraga y el propio Orfila, en AGA, SC, Caja 48798,
4-9-XI-1969.

41 Recalde, José Ramón, Fe de Vida, Tusquets Editores, Barcelona, 2004, p. 211.

42 Una orden de 23 de abril de 1968, dirigido a EDIMA de Barcelona, firmada por Robles Piquer decía lo siguiente: “Comunico
a Vd. que no puede accederse a la tramitación del depósito de la obra
(…) ya que esta editorial carece de capacidad legal para ejercer nuevas
actividades hasta tanto quede formalizada su inscripción en el Registro
de Empresas Editoriales, considerándose, a todos los efectos,
clandestina e ilegal la difusión de las citadas obras, todos cuyos
ejemplares deben quedar constituidos en depósito en sus propios locales y
bajo su responsabilidad
”, en AGA, SC, expediente 4895-68.

43
Sobre todo a partir del estado de excepción de 1969, era frecuente que
la sección “Cartas al Director” contuviese denuncias de este tipo, de
supuestos ciudadanos anónimos. Ésta procede de Fuerza Nueva, nº 111, 22-II-1969.

44 Resulta esclarecedor en este sentido el artículo de Martí Gómez, José, “Libreros españoles: 66 atentados a cuestas” en Cuadernos para el Diálogo, 3-9-IV-1976.

45 Según Le Monde, París, 28-III-1969.

46 La lista completa de libros retirados puede verse por ejemplo en Cisquella, Georgina, Obra Citada, pp. 79-81.

47 Todo ello, según “Nota sobre las posibles medidas para impedir la circulación de determinadas publicaciones unitarias, AGA, SC, Caja 49093, s/f.

48 Caso similar al experimentado más tarde por la editorial Estela, cerrada administrativamente en mayo de 1971, y que sin embargo pudo seguir editando bajo el sello de Laia.

49 Véase el apéndice documental de Ysás, Pere, Disidencia y Subversión, Crítica, Barcelona, 2004, sobre todo el informe “Tendencias conflictivas en cultura popular”, de 1972.

50 Según Tusell, Javier, Carrero: la eminencia gris del régimen de Franco, Temas de Hoy, Madrid, 1993, p. 430.

51 Sánchez Recio, Glicerio, “La percepción de los cambios en los años 60”, en Studia Histórica. Historia Contemporánea, nº 21, Universidad de Salamanca, 2003, pp. 213 – 229.

52 Entrevista personal con Pedro Altares Talavera, Madrid, 28-IX-2005; véase también Moret, Xabier, op. cit., p. 295.

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