lunes, 15 de agosto de 2016

La articulación del territorio hasta 1978: mayo 2007

La articulación del territorio hasta 1978: mayo 2007







domingo, 20 de mayo de 2007






JUAN CARLOS I
Juan
Carlos de Borbón y Borbón nació en Roma, el 5 de enero de 1938, donde
residía la Familia Real española en el exilio, desde que el 14 de abril
de 1931 se proclamara la República en España. Es el segundo hijo de los
Condes de Barcelona, Juan de Borbón y Battenberg (1913-1993) y María de
las Mercedes de Borbón y Orleans (1910-2000). Posteriormente, el joven
príncipe residió en Laussane (Suiza) y Estoril (Portugal) hasta que en
1948, cuando tenía 10 años, su padre y el general Franco acordaron,
según las
Bases institucionales de la Monarquía Española de 1946,
que realizara una educación conveniente en España, una etapa de
formación universitaria y militar, a la sombra de las autoridades
españolas del momento, a la que siguió una serie de prácticas en las
principales instituciones del Estado y viajes por España y el exterior
para conocer la realidad del momento.
El 14 de mayo de 1962 Juan
Carlos de Borbón se casó en Atenas con la primogénita de los reyes de
Grecia, la princesa Sofía, de cuyo matrimonio han nacido sus tres hijos,
las infantas Elena (1963) y Cristina (1965), y el príncipe heredero,
Felipe de Borbón y Grecia (1968). Tras la boda, el nuevo matrimonio se
instaló en el Palacio de la Zarzuela, decisión que conllevó algunos
roces con su propio padre y Franco. Hasta el momento, D. Juan había
intentado mantener a Franco al margen del matrimonio de su hijo al mismo
tiempo que deseaba algún tipo de reconocimiento antes de su definitiva
instalación en España.
La Ley de Sucesión de 1947
declaraba que España era un Estado constituido en reino, aunque
formalmente sin una monarquía y un rey. Esta forma de Estado fue
ratificada posteriormente por la
Ley de Principios Fundamentales de 1958 y la Ley Orgánica de 1967.
El proceso institucional del franquismo establecía una monarquía
singular, en la medida que era definida como la monarquía del Movimiento
Nacional, con un carácter continuista de sus principios e
instituciones. La denominada cuestión sucesoria fue un proceso lentísimo
e incierto hasta el último momento, fundamentalmente por dos razones:
la existencia de diferencias y divisiones entre los distintos grupos del
régimen franquista sobre su forma institucional -monarquía,
regencialismo, presidencialismo- y, sobre todo, alrededor de la persona
que debía ser el sucesor: Juan Carlos de Borbón, Javier de Borbón Parma,
Carlos Hugo de Borbón, Juan de Borbón o incluso el futuro yerno de
Franco, Alfonso de Borbón Dampierre que, a su vez era hijo de Jaime, el
segundo hijo de Alfonso XIII. El gran temor de Franco era que España
tuviera una monarquía liberal, de ahí el control político de la sucesión
y de la supervivencia del régimen después de Franco.
El 22 de
julio de 1969, las Cortes Españolas designaron a Juan Carlos -nieto de
Alfonso XIII e hijo de Juan, su quinto hijo- como sucesor de Francisco
Franco, como resultado de una decisión suya y súbita, en la Jefatura del
Estado, con el título de rey.
Los últimos años del régimen
franquista fueron muy complejos para el futuro monarca ya que tuvo que
mantener un equilibrio entre las activas fuerzas opositoras y las
estructuras de la dictadura, en un convulso contexto sociopolítico y la
creciente presión internacional, cada vez más crítica con el régimen
político. El futuro Jefe del Estado mostraba una imagen contradictoria e
incluso una incógnita: para unos era un elemento continuista del
franquismo y para otros una esperanza de cambio, hacia una democracia.
Durante este período, las relaciones entre padre e hijo fueron muy
difíciles, especialmente tras el resultado de la escabrosa cuestión
sucesoria que había adoptado personalmente Franco, al margen de la
legitimidad dinástica de la Corona, depositada en la persona de Juan de
Borbón. El padre de Juan Carlos fue el titular de los derechos
dinásticos y la Jefatura de la Casa Real Española, por transmisión
directa de su padre, el rey Alfonso XIII, hasta que en mayo de 1977 los
cedió a su hijo, el rey Juan Carlos, legitimando la sucesión en la
Corona española.
Entre el 19 de julio y el 2 de septiembre de
1974, Juan Carlos desempeñó, por primera vez y de forma interina, la
Jefatura del Estado por la enfermedad de Franco, que ejercería
nuevamente desde el 30 de octubre al 21 de noviembre de 1975. El 22 de
noviembre, dos días después del fallecimiento de Franco, las Cortes
proclamaron a Juan Carlos como rey y con ello quedaba restaurada la
Monarquía tras un paréntesis de 44 años, desde el 14 de abril de 1931.

La transición de la dictadura a la democracia fue un proceso
extraordinariamente complejo en el que el rey Juan Carlos tuvo un
protagonismo especial, conjuntamente con las fuerzas políticas y la
sociedad española que fueron capaces de llegar a un consenso no
rupturista, sobre todo durante el período preconstitucional del reinado
(1975-1978): se logró transformar el sistema político desde dentro,
utilizando su propia legislación y con la ayuda de una parte de su clase
política, en la que tuvieron un papel esencial las figuras de Adolfo
Suárez y Torcuato Fernández-Miranda, presidentes del Gobierno y de las
Cortes, respectivamente. El pacto entre todos fue esencial para suavizar
la delicada coyuntura socioeconómica y fruto de este espíritu de
acuerdo fueron, por ejemplo, los decisivos
Pactos de la Moncloa (1977). La Ley para la Reforma Política,
aprobada por referéndum el 15 de diciembre de 1976, abrió el paso a un
período constituyente que elaboró la actual Carta Magna.
La Constitución española de 1978
establece una monarquía parlamentaria y democrática en cuyo título II,
dedicado a la Corona, se recogen las prerrogativas apolíticas,
representativas y protocolarias del monarca, como Jefe del Estado,
árbitro y moderador del funcionamiento de las instituciones, además de
la jefatura suprema de las Fuerzas Armadas. El fracaso del intento de
Golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 representó un punto de
inflexión en el proceso de transición que consolidó definitivamente la
democracia española y la imagen del monarca dentro y fuera de España,
con numerosos premios y distinciones. Las relaciones internacionales,
especialmente con Latinoamérica, además del mundo árabe y los países
occidentales, la incorporación a la Unión Europea y la modernización del
Estado son los principales aspectos que marcan el reinado de Juan
Carlos I.
Desde el inicio del reinado de Juan Carlos I (22 de
noviembre de 1975) y hasta el momento, distintas fuerzas políticas
-conservadoras, centristas y socialistas- de todo el espectro
ideológico, han desempeñado el Gobierno español, con seis presidentes
distintos: Carlos Arias Navarro (Movimiento Nacional, 1975-1976), Adolfo
Suárez (UCD, 1976-1981), Leopoldo Calvo-Sotelo (UCD, 1981-1982), Felipe
González (PSOE, 1982-1996), José María Aznar (PP, 1996-2004) y José
Luis Rodríguez Zapatero (PSOE, desde marzo de 2004).






ALFONSO XIII

Alfonso
XIII nació el 17 de mayo de 1886 en el Palacio Real de Madrid. Como
hijo póstumo de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo-Lorena, su
reinado empezó desde su nacimiento; por ello, su madre ejerció como
regente hasta 1902. En 1906 se casó con Victoria Eugenia Julia Ena de
Battenberg, con la que tuvo seis hijos: Alfonso, Jaime, Beatriz,
Cristina, Juan, al que nombró sucesor de los derechos dinásticos, y
Gonzalo.
Desde joven, Alfonso fue educado en la doctrina católica y
liberal para ser rey y soldado. En el contexto del alejamiento entre la
España oficial y la España real, los intentos de regenerar España tras
el desastre de 1898 y la constitución de 1876, el Rey intervenía en
asuntos políticos. Además, tuvo que afrontar diversos problemas como las
guerras de Marruecos, el movimiento obrero y el nacionalismo vasco y
catalán.
El inicio del reinado coincidió con un cambio generacional
en los los partidos dinásticos: el conservador Cánovas fue sustituido
por Antonio Maura y el liberal Sagasta por José Canalejas.
La
neutralidad de España durante la I Guerra Mundial abrió mercados y
favoreció el crecimiento económico y la agitación social. La crisis de
1917 junto al nacionalismo catalán, el sindicalismo militar y las
huelgas revolucionarias aumentó la descomposición del régimen político
que influyó en el fracaso en 1918 de un gobierno nacional formado por
miembros de los dos principales partidos. El reajuste económico
posterior a la Guerra Mundial, los fracasos militares en Marruecos, las
revueltas sociales y los problemas regionales aumentaron las
dificultades internas y la debilidad de los gobiernos, que fueron
incapaces de afrontar la situación.
El golpe militar de Miguel Primo
de Rivera de 1923 fue la solución de fuerza que intentaba solucionar la
crisis, con la aprobación del Rey. En un principio, la dictadura fue
bien recibida: en 1925 el desembarco de Alhucemas terminó con la guerra
de Marruecos; se restableció el orden social y se produjo un desarrollo
de las obras públicas. En cambio tras el fracaso de la experiencia
primorriverista, el Rey intentó en 1930 restaurar el orden
constitucional, pero los partidos republicanos, socialistas y el
nacionalismo se unieron contra la monarquía. La victoria electoral de
los socialistas y republicanos en las elecciones municipales del 12 de
abril de 1931 hizo que el monarca abandonara el país, en un intento de
evitar una lucha civil, momentáneamente evitada con la proclamación de
la II República, el 14 de abril de 1931.
Alfonso XIII vivió en el
exilio diez años, hasta su muerte en 1941, en Roma, donde vivió sus
últimos años de vida. En 1980 sus restos mortales se trasladaron al
Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial (Madrid).






ALFONSO XII
Alfonso
XII, nació en el Palacio Real de Madrid el 28 de noviembre de 1857,
fruto del matrimonio de la reina Isabel II y Francisco de Asís. El
triunfo de la Revolución de 1868 le obligó a exiliarse en París, junto
al resto de la Familia Real. Durante los años de exilio completó su
formación académica y militar en París, Viena y Sandhurst (Inglaterra).
En 1870, su madre abdicó en favor de su hijo Alfonso. Las dificultades internas de la
I República,
la prolongación de la guerra con Cuba y el inicio de la tercera guerra
carlista hicieron que aumentara el número de partidarios de la causa
alfonsina. Tras el golpe de Estado del general Pavía, que acabó con la I
República, Cánovas del Castillo restauró la monarquía borbónica, con el
apoyo del Ejército, en favor de Alfonso. Con la firma del Manifiesto de
Sandhurst (diciembre 1874), el futuro monarca se declaraba partidario
de la monarquía parlamentaria. El 29 de ese mismo mes, en Sagunto, el
general Martínez Campos proclamó como nuevo Rey de España a Alfonso XII
mientras que Cánovas del Castillo se hizo cargo del Gobierno en espera
de la llegada del nuevo rey, desde el exilio.
Alfonso XII llegó a
Barcelona en enero de 1875 y tres días después a Madrid. Con la
restauración monárquica se consolidó un sistema político dominado por el
caciquismo de la aristocracia rural y una oligarquía bipartidista: el
Partido Conservador, liderado por Cánovas del Castillo, y apoyado por la
aristocracia y las clases medias moderadas, se repartía el poder
político con el Partido Liberal, liderado por Sagasta, y apoyado por
industriales y comerciantes.
Durante el reinado de Alfonso XII,
España se mantuvo neutral en el contexto de la política internacional
europea; Cánovas argumentaba que los recursos de España se tenían que
dedicar a consolidar el nuevo régimen político de la Restauración. Se
consiguió terminar con la tercera guerra carlista y el conflicto con
Cuba. En el marco de una nueva Constitución,
la de 1876, se tomaron una serie de medidas conducentes a una centralización jurídico-administrativa del Estado.
Alfonso
XII se casó en enero de 1878 con su prima María de las Mercedes de
Orleans, sobrina de Isabel II y nieta del rey Luis Felipe de Francia. La
reina murió seis meses después y al año siguiente Alfonso se volvió a
casar con María Cristina de Habsburgo-Lorena, archiduquesa de Austria.
De este matrimonio nacieron tres hijos: María de las Mercedes, María
Teresa y el futuro Alfonso XIII, seis meses después de la muerte de su
padre. Alfonso XII murió en El Pardo, víctima de la tuberculosis, el 25
de noviembre de 1885.






ISABEL I



Isabel II, a la que Pérez Galdós denominó «la de los tristes
destinos», fue reina de España entre 1833 y 1868, fecha en la que fue
destronada por la llamada «Revolución Gloriosa». Su reinado ocupa uno de
los períodos más complejos y convulsos del siglo XIX, caracterizado por
los profundos procesos de cambio político que trae consigo la
Revolución liberal: el liberalismo político y la consolidación del nuevo
Estado de impronta liberal y parlamentaria, junto a las
transformaciones socio-económicas que alumbran en España la sociedad y
la economía contemporánea.
No cabe duda de que la historia
personal de Isabel II, que ocupa 74 años de existencia, está marcada
desde su nacimiento por el hecho de ser mujer y por una asombrosa
precocidad impuesta por los avatares y las circunstancias que la
obligaron a asumir muy tempranamente las responsabilidades que su
condición conllevaba: Reina a los tres años, una mayoría de edad forzada
por la situación política que dio paso a su reinado personal con tan
sólo trece años, un matrimonio obligado e inadecuado a los dieciséis que
desembocó en separación apenas transcurridos unos meses y, por último,
su destronamiento a los treinta y ocho años, la trágica divisoria en su
vida que da paso a los largos años del exilio y el alejamiento de
España. Es una historia azarosa, como la época a la que ella dio nombre,
que la haría pasar de una imagen positiva al comienzo de su reinado a
otra terriblemente negativa a su término. Pasó de gozar de una gran
popularidad y cariño entre su pueblo, de ser la enseña de los liberales
frente al absolutismo y una especie de símbolo de la libertad y el
progreso, a ser condenada y repudiada como la representación misma de la
frivolidad, la lujuria y la crueldad, la «deshonra de España», que
intentará barrer la revolución de 1868.
El nacimiento de Isabel II: Un trono cuestionado
Isabel
II nació el 10 de octubre de 1830, recibiendo en el bautismo los
nombres de María Isabel Luisa. El historiador José Luis Comellas la
describe como «Desenvuelta, castiza, plena de espontaneidad y majeza, en
el que el humor y el rasgo amable se mezclan con la chabacanería o con
la ordinariez, apasionada por la España cuya secular corona ceñía y
también por sus amantes». Hija primogénita del último matrimonio del rey
Fernando VII con María Cristina de Borbón, con la que había contraído
matrimonio en 1829 tras enviudar de su tercera esposa, María Josefa de
Sajonia, su nacimiento plantea el problema sucesorio pues sus derechos
dinásticos son cuestionados por su condición de mujer. El heredero al
trono había sido hasta ese momento su tío Carlos María Isidro y, tras
tres matrimonios de Fernando VII sin descendencia, parecía que era él el
llamado a sucederle. Sin embargo, el nuevo matrimonio del rey y el
embarazo de la reina abren una nueva posibilidad de sucesión. En marzo
de 1830, seis meses antes de su nacimiento, el rey publica la Pragmática
Sanción de Carlos IV aprobada por las Cortes de 1789, que dejaba sin
efecto el Auto Acordado de 1713 que, a imitación de la Ley Sálica
francesa, excluía la sucesión femenina al trono. Se restablecía así el
derecho sucesorio tradicional castellano, recogido en Las Partidas,
según el cual podían acceder al trono las mujeres en caso de morir el
monarca sin descendientes varones.
En virtud de esta
disposición, el 14 de octubre de 1830 un Real Decreto hacía pública la
voluntad de Fernando al nombrar a su hija princesa de Asturias «por ser
mi heredera y legítima sucesora a mi corona mientras Dios no me conceda
un hijo varón». Una situación que no se modificará al dar a luz la reina
María Cristina a otra niña, la infanta Luisa Fernanda. El evidente
deterioro físico del rey hacía improbable que pudiese tener nueva
descendencia por lo que quedaba abierto el pleito sucesorio con el
rechazo del hermano de Fernando a aceptar la sucesión de su sobrina y el
comienzo de toda una intriga palaciega que culminará en el verano de
1832 en los sucesos de La Granja. Aprovechando el deterioro de la salud
del monarca, una camarilla de cortesanos y políticos, próximos a Carlos
María Isidro, logró con presiones y bajo la amenaza de una guerra civil
que Fernando derogase la Pragmática, anulando de nuevo la sucesión
femenina.
Sin embargo, el rey se recuperó, restableció otra vez
la Pragmática e Isabel fue ratificada por unas Cortes como Princesa de
Asturias el 20 de junio de 1833. Pocos meses después moría su padre,
dejando a su hija el trono español bajo la regencia de María Cristina.
La negativa de Carlos a aceptar, como reina, a su sobrina, desató la
primera guerra carlista.

La época de las regencias (1833-1843)
La minoría de edad de Isabel II estuvo ocupada por una doble
regencia: la que ostentó su madre María Cristina, reina gobernadora
hasta 1840, y la del general Baldomero Espartero hasta 1843. La regencia
de María Cristina estuvo marcada por la guerra carlista que la obligó a
buscar el apoyo de los liberales moderados frente al pretendiente
Carlos. La primera consecuencia de esa transacción fue la concesión del
Estatuto Real (1834), una carta otorgada en la que la Corona se
reservaba amplios poderes en la vida política. En el contexto de la
guerra civil, el triunfo del liberalismo se produjo en 1836 tras el
golpe de Estado de los sargentos de La Granja y la llegada al poder de
Mendizábal con la desamortización de 1836 y la promulgación de la
Constitución de 1837, de carácter progresista. El proceso desamortizador
comportó la supresión de órdenes religiosas, la nacionalización de sus
bienes y su venta en pública subasta. La Constitución afirmaba el
principio de soberanía nacional y la práctica parlamentaria basada en el
sufragio censitario y un sistema bicameral: Congreso de los Diputados y
Senado. Con ambas reformas, se dio un decisivo impulso hacia el
desarrollo capitalista y el liberalismo político, ampliándose la base
burguesa del régimen. Sin embargo, la hostilidad de la regente hacia los
liberales progresistas y su preferencia por los moderados dieron lugar a
un creciente malestar social que alimentó el pronunciamiento de 1840.
Con el fin de la guerra y la firma del Convenio de Vergara en agosto de
1839, María Cristina se vio forzada a renunciar a la regencia y se
exilió en Francia, dejando abandonadas a sus hijas bajo la tutela de
Argüelles y de la condesa de Espoz y Mina. Espartero, héroe de la guerra
carlista y jefe del Partido Progresista, asumió entonces la regencia.
Durante su mandato, se consolidan las dos corrientes en las que se
dividió la «familia» liberal: el Partido Moderado (conservador) y el
Partido Progresista (liberal avanzado). Se sofocó un golpe palaciego
orquestado por la propia María Cristina y que, al fracasar, significó la
ejecución de algunos cabecillas, entre ellos los míticos Montes de Oca y
Diego de León. Pero los desaciertos del regente, y de forma especial su
poca acertada actuación en la insurrección de Barcelona, originaron su
caída en 1843 y la proclamación anticipada de la mayoría de edad de
Isabel cuando acababa de cumplir trece años.
En estos primeros
años -coinciden todos los biógrafos- dos aspectos fundamentales marcaron
la vida de la reina, condicionando su personalidad y trayectoria
posterior: la falta de un ambiente familiar y de afectividad materna y
la ausencia de una instrucción adecuada y de preparación política para
una persona destinada a tan alto fin. Abandonada tempranamente por su
madre, que prefería dedicarse a la nueva familia que formó con el duque
de Riansares, su relación con ella estuvo marcada, más que por el cariño
materno, por la manipulación y el control que María Cristina ejerció
siempre sobre Isabel. En el terreno de la instrucción que recibió, se
comprueba una educación escasa, descuidada y sujeta a los vaivenes
políticos que, como ocurrió en 1841, produjeron el relevo radical del
personal de palacio, entre ellos la aya y el preceptor de Isabel. Su
nuevo preceptor será Argüelles que, si bien denominó a Isabel la
«alumna
de la Libertad», no demostró un excesivo celo en la preparación real,
deficiente en lo intelectual y en lo político. Si a esa precariedad en
su formación unimos lo prematuro de su mayoría de edad, podremos
explicarnos fácilmente la manipulación interesada y partidista a la que
fue sometida por su familia, las camarillas cortesanas y determinados
políticos, así como sus dificultades para cumplir de forma eficaz las
funciones políticas que el sistema constitucional le confería. Como la
misma Isabel reconocía en una de las conversaciones que mantuvo en 1902
con Pérez Galdós, el poder le llegó muy pronto y con él la adulación,
las manipulaciones y conspiraciones propias de la Corte:
«¿Qué
había de hacer yo, jovencilla, reina a los catorce años, sin ningún
freno a mi voluntad, con todo el dinero a mano para mis antojos y para
darme el gusto de favorecer a los necesitados, no viendo al lado mío más
que personas que se doblaban como cañas, ni oyendo más que voces de
adulación que me aturdían ¿Qué había de hacer yo?... Póngase en mi
caso...» («La reina Isabel», en Memoranda, p. 22)

El reinado personal de Isabel II: el triunfo del liberalismo moderadoEl
mismo día del comienzo del reinado efectivo de Isabel II, el Gobierno
de Joaquín María López dimitió. Como sustituto fue nombrado Salustiano
Olózaga, jefe del Partido Progresista que, acusado de haber forzado a la
reina niña para que firmase la disolución de las Cortes contra su
voluntad, era destituido a los nueve días. El suceso, como ha señalado
Burdiel, debe inscribirse en la lucha de los moderados y María Cristina
para hacerse con el poder. Una vez conseguido éste, el Partido Moderado,
bajo el liderazgo del general Narváez, dominó la escena política
durante los diez años siguientes, dando nombre a la «Década Moderada».
En este período se elaboraron la Constitución de 1845, que proclamaba la
soberanía compartida y anulaba algunas conquistas del liberalismo
progresista, y unas leyes orgánicas de carácter muy restrictivo que
sentaron las bases del poder moderado y de la organización política y
administrativa del Estado liberal. Se realizó la reforma de la Hacienda
y, por el Concordato de 1851, se logró el reconocimiento de la Iglesia a
la monarquía isabelina, que aceptó la desamortización efectuada hasta
entonces, exigiendo como contrapartida compensaciones económicas y que
se paralizase el proceso de venta de bienes nacionales pendientes.

En los inicios de la década una de las cuestiones más controvertidas
fue la del matrimonio real que, convertido en razón de Estado con
claras implicaciones en las cortes europeas, dio origen a largas y
complejas negociaciones diplomáticas para elegir al futuro rey consorte.
El 10 de octubre de 1846, el mismo día de su decimosexto cumpleaños, se
celebra el enlace de la reina con su primo Francisco de Asís de Borbón,
una elección completamente desacertada pero que, como ha puesto de
relieve la historiadora Isabel Burdiel, acabó siendo la única
candidatura viable dada la presión internacional, sobre todo francesa.
El matrimonio fracasó en los primeros meses, abocando a Isabel a la
infelicidad que intentó compensar con una intensa y criticada vida
amorosa en brazos de varios amantes y favoritos. La reina tuvo once
hijos, de los que sólo cuatro llegaron a la edad adulta: Isabel,
Alfonso, Pilar y Eulalia. Como ha señalado la profesora Burdiel, desde
el comienzo del matrimonio y auspiciada por el rey consorte, se percibió
en el ambiente palaciego la influencia de los sectores más
conservadores y clericales dando origen a una oscurantista camarilla
que, encabezada por los confesores reales, los padres Claret y
Fulgencio, y personajes tan estrambóticos como sor Patrocinio, la «monja
de las llagas», mediatizaron la actuación real.
El Gobierno
moderado se ejerció de forma restrictiva y exclusivista, obligando a los
progresistas, marginados del poder a recurrir a la vía insurreccional y
a los pronunciamientos, mecanismo de insurrección militar
frecuentemente combinado con algaradas callejeras, para forzar un cambio
político y acceder al Gobierno. Esta fase se cerró con el Gobierno
«tecnócrata» de Juan Bravo Murillo, quien llevó a cabo una amplia labor
administrativa y hacendística y el del conde de San Luis. En estos años,
la actuación ministerial había sido cada vez más autoritaria y la
corrupción se había generalizado con los negocios fáciles y el
enriquecimiento rápido de las camarillas próximas al poder y a la
soberana.

La revolución de 1854 y el Bienio Progresista
Los problemas derivados de la corrupción y del gobierno de la
camarilla, a los que se unía el descontento de los progresistas
excluidos del poder, alentaron las críticas de la clase política y
favorecieron la actuación revolucionaria. A finales del mes de junio
tiene lugar el pronunciamiento de los generales O´Donnell y Dulce. La
llamada «Vicalvarada» tenía en principio unos objetivos muy limitados
que básicamente se orientaban a corregir las desviaciones políticas y
corrupciones de los últimos tiempos y a un mero cambio de Gobierno sin
abandonar los presupuestos políticos moderados. Pero la intervención de
los progresistas abrió una fase de levantamiento popular que llevó a los
sublevados a ampliar su programa. El Manifiesto del Manzanares del 7 de
julio de 1854, redactado por Cánovas del Castillo, exigía reformas
políticas y unas Cortes Constituyentes para hacer posible una auténtica
«regeneración liberal». Se inauguraba una nueva etapa progresista, parca
en lo político por su corta duración, un bienio escaso, pero densa en
realizaciones de carácter económico. La reina entregó el poder a
Espartero y O'Donnell, representantes de la coalición que alentó la
revolución, pero la continuidad y estabilidad de este Gobierno mixto era
difícil. Se expulsó de España a la reina madre, objeto de las iras
populares porque, además de su influencia sobre Isabel, María Cristina y
su esposo, el duque de Riansares, habían estado implicados en muchos de
los negocios fraudulentos y corruptelas económicas de esos años. Se
elaboró una nueva Constitución de inspiración progresista que afirmaba
explícitamente la soberanía nacional -la Non nata de 1856- y se
aprobaron importantes leyes económicas, fundamentales para el desarrollo
del capitalismo español como las leyes de ferrocarriles (1855),
bancarias y de sociedades (1856). Se retomó también la desamortización
con la promulgación de la Ley de Madoz (1855), que afectaba a los bienes
civiles y eclesiásticos, lo que provocó la ruptura de relaciones
diplomáticas con el Vaticano.
Transcurridos dos años desde la
revolución, la reina, en palabras de Germán Rueda, se decide a reinar.
Recurre a O'Donnell para desplazar a los progresistas del poder y
restablecer la Constitución de 1845 suavizada con un Acta adicional.
Pero, a continuación, será Narváez quien gobierne durante el bienio
1856-1858. Bajo su mandato se restablecen los parámetros políticos de la
etapa moderada anterior con la anulación del Acta adicional y se
aprueba la Ley Moyano (1857) que ordena y centraliza la instrucción
pública de toda la nación. Se abre entonces un período de alternancia
entre los moderados de Narváez y un tercer partido de corte centrista,
liderado por el general O'Donnell. Entre 1858 y 1863, será de nuevo este
general el protagonista de la vida política con su Unión Liberal, dando
paso a un período con cierta calma política caracterizado por una gran
prosperidad económica y una intensa actividad en política exterior con
la guerra de África (1859-60), la anexión de Santo Domingo (1860-1865) y
la intervención en México (1861-1862).

La revolución de 1868 y el destronamiento de Isabel II
Con
la caída de O'Donnell en 1863 entramos en la última etapa del reinado
de Isabel II marcada claramente por la descomposición del sistema
político y la deslegitimación de la Corona. Se sucedieron gobiernos
siempre de corte moderado mientras el exclusivismo y el carácter
represivo del régimen se acentuaban a medida que la oposición aumentaba y
partía cada vez de mayores frentes. Por otra parte, la vida amorosa de
la reina y los escándalos de palacio, aireados o utilizados por su
propio esposo, Francisco de Asís, y miembros de la camarilla y del
Gobierno, contribuyeron notablemente a desprestigiar la imagen de la
monarquía. El ambiente político se enrareció todavía mucho más a partir
de 1865, con la destitución de Castelar como catedrático de la
Universidad y la represión contra los estudiantes en la llamada «Noche
de San Daniel», ordenada por Luis González Bravo. El sistema moderado se
hundía y arrastraba consigo a la monarquía. Ante el deterioro de la
situación política, los progresistas y los demócratas se retraen de la
vida política inclinándose una vez más por la vía insurreccional. Un
nuevo Gobierno de la Unión Liberal intentó, en último término, atraer de
nuevo a los progresistas con una tímida reforma política que ampliaba
el censo electoral pero no lo consiguió, como demostraron los intentos
de pronunciamiento de Prim en enero de 1866 y del Cuartel de San Gil en
el mes de junio de ese mismo año. El retorno de Narváez aceleró los
preparativos de la conspiración que se consolidó con la firma del Pacto
de Ostende de agosto de 1866, que agrupó también a los demócratas y más
tarde, al morir O'Donnell en 1867, a la Unión Liberal. Ya no se trataba
de luchar sólo por un relevo gubernamental sino que se exigía el
destronamiento de la reina. La conspiración pronto rebasó los círculos
militares y contó con una extensa trama civil a través de los clubes y
asociaciones progresistas y demócratas. La coincidencia con una
coyuntura de crisis económica y de subsistencias y el endurecimiento del
régimen dirigido de nuevo por González Bravo, contribuyeron a crear un
contexto favorable a la revolución. El 18 de septiembre de 1868, la
Armada, surta en la bahía de Cádiz, se pronuncia al grito de «¡Abajo los
Borbones! ¡Viva España con honra!». Tras el triunfo de la revolución,
Isabel II, que se encontraba de vacaciones en Guipúzcoa, era destronada y
marchaba al exilio en Francia, iniciándose en España un período de seis
años, conocido como el Sexenio Democrático, en el que se ensayarán
diversas alternativas políticas: una nueva monarquía con Amadeo de
Saboya y la Primera República.

Los largos años del exilio
Al
conocerse la derrota de las tropas leales en Alcolea, la reina,
acompañada por su esposo e hijos, pasaba la frontera francesa siendo
acogida por el emperador Napoleón III. Se alojó primero en el castillo
de Enrique IV, en Pau, para trasladarse después al palacio de
Basilewsky, que más tarde recibirá el nombre de palacio de Castilla, en
París. Comenzaban los largos años del exilio, situación en la que
permanecerá hasta el final de su vida. Durante treinta años más, Isabel
vivirá en París separada de su esposo y retirada de la política activa
sin gozar ya de ningún tipo de protagonismo público, tras abdicar en
1870 de sus derechos al trono en favor de su hijo Alfonso, el futuro
Alfonso XII. No volvió a España salvo breves y esporádicas estancias
pues, tras la restauración de 1874, Cánovas, art ífice del proceso, y su
propio hijo, Alfonso XII, consideraron que era preferible para la
estabilidad de la monarquía que ella permaneciese fuera del país.

En la mañana del 9 de abril de 1904, en su residencia parisina,
fallecía Isabel II por unas complicaciones bronco-pulmonares producidas
por una gripe. Sus restos fueron trasladados al Escorial para darles más
tarde sepultura en el Panteón de los Reyes. Moría una reina y, como
epitafio, podemos citar las hermosas palabras que Pérez Galdós, que la
entrevistó poco antes de su muerte, dejó escritas sobre ella:
«El
reinado de Isabel se irá borrando de la memoria, y los males que trajo,
así como los bienes que produjo, pasarán sin dejar rastro. La pobre
Reina, tan fervorosamente amada en su niñez, esperanza y alegría del
pueblo, emblema de la libertad, después hollada, escarnecida y arrojada
del reino, baja al sepulcro sin que su muerte avive los entusiasmos ni
los odios de otros días. Se juzgará su reinado con crítica severa: en él
se verá el origen y el embrión de no pocos vicios de nuestra política;
pero nadie niega ni desconoce la inmensa ternura de aquella alma
ingenua, indolente, fácil a la piedad, al perdón, a la caridad, como
incapaz de toda resolución tenaz y vigorosa. Doña Isabel vivió en
perpetua infancia, y el mayor de sus infortunios fue haber nacido Reina y
llevar en su mano la dirección moral de un pueblo, pesada obligación
para tan tierna mano».

Pérez Galdós, B. (1906): «La Reina Isabel», en Memoranda, p. 33.
Cronología
1830
Se promulga la Pragmática Sanción que deroga la Ley Sálica.Nacimiento de Isabel II.
1832
Sucesos de La Granja.
1833
Isabel
es nombrada princesa de Asturias. Muere Fernando VII. Se inicia la
regencia de María Cristina como Reina Gobernadora.El infante Carlos
María Isidro es proclamado rey por sus partidarios. Comienza la Primera
Guerra Carlista (1833-1840).
1834
Publicación del Estatuto Real (abril).
1835
Nombramiento de Mendizábal como ministro de Hacienda.Decreto suspendiendo órdenes religiosas masculinas.
1836
Decreto
de desamortización de bienes de las órdenes religiosas (febrero).Motín
de La Granja y restablecimiento de la Constitución de 1812 (12 de
agosto).
1837
Abolición del régimen señorial y el diezmo. Nuevos decretos desamortizadores.Constitución de 1837.
1839
Convenio de Vergara (31 de agosto).
1840
Fin de la Guerra Carlista.Ley de Ayuntamientos.Fin de la regencia de María Cristina (octubre).
1841
Regencia de Espartero.
1842
Protesta en Barcelona contra la reforma arancelaria y bombardeo de la ciudad.
1843
Levantamiento
contra Espartero y fin de su Regencia.Isabel II es proclamada mayor de
edad con trece años (noviembre).Dimisión de Olózaga acusado de haber
presionado a la reina para disolver las Cortes.
1844
Se inicia la Década Moderada de Narváez.
1845
Constitución Moderada.
1846
Boda de Isabel II con Francisco de Asís.
1851
Concordato con la Santa Sede.
1852
Intento de reforma constitucional de Bravo Murillo.Atentado contra Isabel II del cura Martín Merino.
1854
Vicalvarada y Manifiesto del Manzanares (junio y julio): Bienio Progresista.Se funda la Unión Liberal de O'Donnell.
1855
Ley de Desamortización general de Pascual Madoz.Ley general de Ferrocarriles.
1856
Constitución Non nata.Ley de Sociedades Bancarias y Crediticias.Narváez sustituye a O'Donnell.
1858
O´Donnell forma gobierno con la Unión Liberal.
1859
Guerra de Marruecos.Nace el príncipe Alfonso.
1860
Victoria del general Prim sobre los marroquíes en Castillejos.
1863
Gobierno de Narváez.
1865
Matanza de la Noche de San Daniel (abril).Nuevo gobierno O'Donnell.
1866
Pronunciamientos de Prim y del cuartel de San Gil (enero y junio).Pacto de Ostende (agosto).
1867
Muerte en Biarritz de O'Donnell.
1868
Muerte de Narváez.Revolución de septiembre («La Gloriosa»): Destronamiento y exilio de Isabel II.Gobierno Provisional.
1870
Abdicación de Isabel II en su hijo, el príncipe Alfonso (junio).
1904
Muerte de Isabel II (abril).






FERNANDO VII: 1º Y 2º REINADO.
Fernando
VII, el Deseado, nació en El Escorial el 14 de octubre de 1784. Era el
tercer hijo de Carlos IV y de María Luisa de Parma.
Con la subida al Trono de su padre, en 1788, Fernando era reconocido como príncipe de Asturias por las Cortes.

El canónigo Escoiquiz, principal artífice de la Conspiración de El
Escorial, fue durante varios años su preceptor quien le inculcó la
desconfianza y un feroz odio a sus padres y a Godoy por manipularlos a
su antojo. Su carácter se hizo frío, reservado e impasible a cualquier
sentimiento.
En 1802 se casó con María Antonia de Nápoles. Con
el tiempo, su esposa le tomó afecto y le hizo afirmar su personalidad.
Tras el fallecimiento de la princesa, en 1806, Escoiquiz recuperó toda
su influencia sobre Fernando, alentándole en sus conspiraciones, hasta
que fue descubierto dando lugar al conocido proceso de El Escorial. Un
par de meses más tarde, el Motín de Aranjuez provocó que Godoy fuese
destituido y Carlos IV abdicara en su hijo. Así, Fernando VII comenzó a
reinar el 19 de marzo de 1808 con la aclamación popular, que no veía en
él a un mal hijo sino a una víctima más de Godoy.
En 1808,
Napoleón Bonaparte convocó a Fernando VII en Bayona, donde estaba Carlos
IV exiliado, para que renunciase a la Corona española. Napoleón nombró
rey de España a su hermano José, que reinaría en España como José I
hasta 1813, mientras tenía lugar la Guerra de la Independencia.

Durante la Guerra de la Independencia, el Consejo de Regencia reunió, en
1810, las Cortes en Cádiz y se declaró «único y legítimo rey de la
nación española a don Fernando VII de Borbón», así como nula y sin
efecto la cesión de la Corona a favor de Napoleón. Las derrotas de las
tropas francesas, a manos de los españoles, llevaron a la firma del
Tratado de Valençay el 11 de diciembre de 1813 por el que la Corona
española era restaurada en la persona de Fernando.
Fernando VII
regresó a España en 1814. Un grupo de diputados absolutistas le presentó
el denominado Manifiesto de los Persas, en el que le aconsejaban la
restauración del sistema absolutista y la derogación de la Constitución
elaborada en las Cortes de Cádiz de 1812.
En los primeros años
de su gobierno tuvo lugar una depuración de afrancesados y liberales.
Los pronunciamientos liberales del Ejército obligaron al Rey a jurar la
Constitución, poniendo en marcha el llamado Trienio Liberal o
Constitucional (1820-1823) donde se continuó la obra reformista iniciada
en 1810: abolición de los privilegios de clase, señoríos, mayorazgos y
la Inquisición, se preparó el Código Penal y volvió a estar vigente la
Constitución de 1812.
Desde 1822, toda esta política reformista
tuvo su respuesta en una contrarrevolución surgida en la Corte, la
denominada Regencia de Urgell, apoyada por elementos campesinos y, en el
exterior, con la Santa Alianza que, desde el centro de Europa, defendía
los derechos de los monarcas absolutos. Al año siguiente se iniciaría
la llamada Década Ominosa que consolida el absolutismo como forma de
gobierno, coincidiendo con la independencia de la mayoría de las
colonias americanas.
El 7 de abril de 1823 entraron en España
las tropas francesas mandadas por el Duque de Angulema, los Cien Mil
Hijos de San Luis, a los que se sumaron tropas realistas españolas. Sin
apenas oposición, el absolutismo fue restaurado.
La última etapa
del reinado de Fernando VII fue de nuevo absolutista. Se suprimió
nuevamente la Constitución y se restablecieron las instituciones
existentes en enero de 1820, salvo la Inquisición. Los años finales del
reinado se centraron en la cuestión sucesoria: a pesar de haber
contraído matrimonio en cuatro ocasiones, sólo su última mujer le dio
descendientes, dos niñas.
Desde 1713 estaba vigente la Ley
Sálica, que impedía reinar a las mujeres. En 1789, las Cortes aprobaron
una Pragmática Sanción que la derogaba, pero ésta no fue publicada hasta
1830, cuando el Rey, en su cuarto matrimonio, con María Cristina de
Borbón, esperaba un sucesor. Poco después, nació la princesa Isabel. En
la Corte se formó entonces un grupo que defendía la candidatura al Trono
del hermano del rey, Carlos María Isidro de Borbón, y negaba la
legalidad de la Pragmática, publicada en 1830.
En 1832, durante
una grave enfermedad del Rey, cortesanos carlistas convencieron al
ministro Francisco Tadeo Calomarde para que Fernando VII firmara un
Decreto derogatorio de la Pragmática, que dejaba otra vez en vigor la
Ley Sálica. Con la mejoría de salud del Rey, el Gobierno, dirigido por
Francisco Cea Bermúdez, puso de nuevo en vigor la Pragmática, con lo que
a la muerte del Rey, el 29 de septiembre de 1833, quedaba, como
heredera, su primogénita Isabel, que reinaría con el nombre de Isabel
II.






CARLOS IV
Nació el 11 de noviembre de 1748 en Nápoles. Hijo de Carlos III y María Amalia de Sajonia.
Heredó la corona de España a la muerte de su padre, siendo rey desde 1788 a 1808.

El 4 de septiembre de 1765, se celebró en Parma, la boda por
poderes entre Carlos Antonio, Carlos IV y María Luisa de Parma.

Los primeros años de su reinado estuvieron marcados por la política que
ejercieron los ministros Floridablanca y el Conde de Aranda, pero a
partir de 1793 la dirección del país la tomó el valido del rey, Godoy.

Con Floridablanca como primer ministro afrontó los difíciles días
de la Revolución Francesa que atacaba al poder monárquico e intentó
mantener los derechos de Luis XVI, pero el temor a una guerra y las
presiones de sus enemigos personales, hicieron que el rey decidiera su
sustitución por Aranda, defensor de una nueva visión de los
acontecimientos y tendente a una convivencia indecisa con la nueva
Francia a la que intentó acercarse aprovechando su imagen exterior,
pero, contra la que defendía a España de un contagio revolucionario.
Toda Europa se alió contra Francia, mientras Aranda pretendía una
solución pacifica. Francia se defendió de los ataques comenzando así, en
1793, la Guerra contra la Convención, en la que España participó aliada
con Inglaterra.
La guerra supuso la caída de Aranda y la
sustitución por Godoy, quien ante los avances territoriales de la
República francesa en la Península, y las capitulaciones de ciertos
estados europeos ante lo inevitable, optó por abandonar la alianza con
Inglaterra y por una paz que cuesta a España media isla de Santo Domingo
y la promesa de no tomar represalias contra los afrancesados del País
Vasco.
Desde este momento España se vio cada vez más atada a la
política francesa lo que fue más evidente con la llegada al poder en
Francia de Napoleón y sus ideas expansionistas el enfrentamiento
franco-inglés y las consecuentes represalias contra Portugal a las que
Godoy contribuyó y que desembocaron en la Guerra de las Naranjas, en
1801, contra Portugal y en el Tratado de Fontainebleau de 1807 mediante
el cual España y Francia ocuparían Portugal, que quedaría dividida en
tres partes.
Los ejércitos franceses de Junot entraron en Lisboa
y la familia real portuguesa huyó a Brasil mientras en España quedaron
tropas francesas, en tránsito teórico hacia Portugal, para evitar un
desembarco inglés. El desprestigio de Godoy se acrecentó, el príncipe
Fernando se alzó contra el gobierno de su padre, al que solicitó que
abdicase, produciéndose así el Motín de Aranjuez de marzo de 1808 en el
que Carlos IV abdicó y Godoy fue encarcelado.
Carlos pidió a
Napoleón que mediara para recuperar el trono que su propio hijo le había
usurpado. En Bayona, donde estaba exiliado Carlos IV, y ante el
gobernante francés, se reunieron padre e hijo. Napoleón intercedió para
que Fernando abdicase de nuevo en su padre, con el que tenía pactada
otra abdicación a favor del hermano de Napoleón, José Bonaparte, con la
que ambos abdicaron de sus derechos al Trono español, que pasó a manos
de José I Bonaparte. Era el 2 de mayo de 1808; la guerra contra la
presencia francesa en España había empezado, era la Guerra de
Independencia.
Carlos IV estuvo exiliado durante once años y
después se fue a Italia en donde, el 19 de enero de 1819, a los setenta
años de edad, murió en Nápoles.






CARLOS III
El
20 de enero de 1716, entre las tres y las cuatro de la madrugada, en el
viejo, inmenso y destartalado Alcázar, nacía el niño que con el paso de
los años iba a ser investido como rey de España con el nombre de Carlos
III. Fruto del matrimonio de Felipe V con su segunda esposa, la
parmesana Isabel de Farnesio, mujer de fuerte personalidad y opinión
política propia, el nuevo infante venía al mundo con pocas posibilidades
de ser proclamado rey de la vasta Monarquía hispana. Su infancia
transcurrió dentro de los cánones establecidos por la familia real
española para la educación de los infantes. Hasta la edad de los siete
años fue confiado al cuidado de las mujeres, siendo su aya la
experimentada María Antonia de Salcedo, persona a la que siempre guardó
gratamente en su recuerdo. Después tomaron el relevo los hombres,
comandados por el duque de San Pedro y un total de catorce personas que
iban a conformar el cuarto del infante. El niño "muy rubio, hermoso y
blanco" del que nos habla su primer biógrafo coetáneo, el conde de
Fernán Núñez, gozó durante su primera infancia de buena salud, amplios
cuidados y una enseñanza rutinaria dentro de lo que se estilaba en la
corte española. Además de las primeras letras, Carlos recibiría una
educación variada propia de quien el día de mañana podía ser un futuro
gobernante. Así, la formación religiosa, humanística, idiomática,
militar y técnica se combinaría durante años con la cortesana del baile,
la música o la equitación para ir forjando la personalidad de un joven
de buen y mesurado carácter, solícito a las sugerencias paternas y
educado en la convicción de la evidente supremacía de la religión
católica. También fue en su más tierna infancia cuando Carlos se
aficionó a la caza y a la pesca, pasiones, especialmente la primera, que
nunca abandonaría a lo largo de su vida.
Pronto el infante
Carlos empezó a entrar en los planes de la diplomacia española y en las
cábalas de Isabel de Farnesio, estas últimas destinadas a dar a su
primogénito una posición acorde con su rango real. En la política
internacional de los gobiernos felipinos, alentada por el irredentismo
italiano que anidaba en la Corte madrileña desde que las cláusulas más
lesivas del Tratado de Utrecht (1714) habían dejado a España fuera de la
península transalpina, Carlos iba a revelarse como una pieza
importante. Tras numerosas vicisitudes bélicas y diplomáticas en el
complicado cuadro europeo, se presentó la ocasión propicia para que
Carlos pudiera alcanzar un sillón de mando en Italia. La misma tuvo
lugar con la muerte sin descendencia, en 1731, del duque Antonio de
Farnesio, precisamente el día en que Carlos cumplía quince años, lo que
propició que el joven infante fuera encauzado hacia los caminos de
Italia. Primero se asentaría en los pequeños pero históricos ducados de
Toscana, Parma, Plasencia, donde permanecería muy poco tiempo, pues los
acontecimientos bélicos derivados de la cuestión sucesoria de Polonia lo
condujeron finalmente a ser proclamado rey de las Dos Sicilias el 3 de
julio de 1735 en Palermo, contando tan solo con diecinueve años de edad.

Nápoles no fue para Carlos un destino intermedio en espera del gran
reino de España. Allí vivió un cuarto de siglo, allí emprendió una
política reformista en un complicado país dominado por las clases
privilegiadas y allí constituyó, con su amada esposa María Amalia, una
familia numerosa de trece hijos, siete mujeres y seis varones. Durante
su reinado napolitano, Carlos configuró definitivamente su carácter y su
modelo de reinar, siempre ayudado por su consejero personal Bernardo
Tanucci y siempre tutelado por sus padres desde Madrid. En términos
generales aprendió a ser un rey moderado en la acción de gobierno, un
soberano que supo animar una política reformista que sin acabar con
todos los problemas que sufría el abigarrado pueblo napolitano y sin
menoscabar los poderes esenciales de la nobleza, al menos sí consiguió
que el reino se consolidara como tal, que fuera cada vez más italiano y
que tuviera una cierta consideración en el concierto internacional.

Cuando ya pensaba que su destino último era Nápoles, la muerte sin
descendencia de su hermanastro Fernando VI lo condujo de vuelta a su
patria de nacimiento. Carlos cumplió así con unos designios
testamentarios que en buena parte él consideraba dictados por la Divina
Providencia. Dejando como rey de las Dos Sicilias a su hijo Fernando IV y
siendo despedido con afecto por el pueblo, embarcó rumbo a Barcelona,
donde el calor popular vino a demostrar que las heridas de la Guerra de
Sucesión cada vez estaban más cicatrizadas.
El rey que Madrid
recibió el 9 de diciembre de 1759, en medio de una incesante lluvia, era
un monarca experimentado y maduro, como gobernante y como persona, lo
cual representaba una cierta novedad en la historia de España. En estos
primeros tiempos madrileños, Carlos vivió una experiencia familiar
agradable y otra amarga. La primera se produjo por la designación de su
primogénito, el futuro Carlos IV, como heredero de la corona española,
sobre lo cual existían algunas dudas dado que había nacido fuera de
España. El segundo, fue la desaparición de su esposa, que con la salud
quebradiza y con cierta nostalgia napolitana no pudo superar el año de
estancia en España. Esta muerte afectó seriamente a Carlos, que ya no
volvería a desposarse nunca más pese a algunas insistencias cortesanas.

El monarca que España iba a tener en los próximos treinta años
mantendría una misma tónica de comportamiento en su vida personal. Según
todos los datos recogidos por sus biógrafos, era una persona tranquila y
reflexiva, que sabía combinar la calma y la frialdad con la firmeza y
la seguridad en sí mismo. Cumplidor con el deber, fiel a sus amigos
íntimos, conservador de cosas y personas, era poco dado a la aventura y
no estaba exento de un cierto humor irónico. Dotado de un alto sentido
cívico en su acción de gobierno, tenía en la religión la base de su
comportamiento moral, lo que le llevaba a sustentar un acusado sentido
hacia los otros y una cierta exigencia sobre su propio comportarse, que
concebía siempre como un modelo para los demás, fueran sus hijos, sus
servidores o sus vasallos.
En cuanto a su apariencia personal,
bien puede decirse que no era nada agraciado. Bajo de estatura, delgado y
enjuto, de cara alargada, labio inferior prominente, ojos pequeños
ligeramente achinados, su enorme nariz resultaba el rasgo más distintivo
de toda su figura. A todo ello había que añadir un progresivo
ennegrecimiento de su piel a causa de la actividad física de la caza,
práctica cinegética que continuadamente realizaba no solo por motivos
placenteros, sino como una especie de terapia que él consideraba un
preventivo para no caer en el desvarío mental de su padre y de su
hermanastro. El retrato con armadura pintado por Rafael Meng confirma
los rasgos físicos del Carlos maduro y la pintura de Goya, presentándolo
en traje de caza, con una leve sonrisa en los labios entre burlona y
bondadosa, lo ha inmortalizado como un rey campechano y poco preocupado
por la elegancia en el vestir.
A pesar de residir en la Corte
(no realizó ningún viaje fuera de los Sitios Reales), era un mal
cortesano, al menos en los usos y costumbres de la época. No le
divertían los grandes espectáculos, ni la ópera ni la música. Su vida
era metódica y rutinaria, algo sosa para lo que su posición privilegiada
le hubiera permitido. Se despertaba a las seis de la mañana, rezaba un
cuarto de hora, se lavaba, vestía y tomaba el chocolate siempre en la
misma jícara mientras conversaba con los médicos. Después oía misa,
pasaba a ver a sus hijos y a las ocho de la mañana despachaba asuntos
políticos en privado hasta las once, hora en la que se dedicaba a
recibir las visitas de sus ministros o del cuerpo diplomático. Tras
comer en público con rutina y frugalidad - en verano dormía la siesta
pero no en invierno - invariablemente salía por las tardes a cazar hasta
que anochecía. Vuelto a palacio departía con la familia, volvía a
ocuparse de los asuntos políticos y a veces jugaba un rato a las cartas
antes de cenar, casi siempre el mismo tipo de alimentos. Después venía
el rezo y el descanso. A diferencia de otras cortes europeas del
momento, la carolina se comportó siempre con una evidente austeridad.
Quizá esta vida rutinaria fue en parte la que le permitió ser un rey con
excelente salud, pues salvo el sarampión de pequeño no tuvo importantes
achaques hasta semanas antes de su muerte.
Carlos fue un rey
muy devoto, con un sentido providencialista de la vida ciertamente
acusado. Su pensamiento, su lenguaje y sus actos estuvieron siempre
impregnados por la religión católica. Aunque no puede decirse que fuera
un beato, resultó desde luego un creyente fervoroso, con gran devoción
por la Inmaculada Concepción y por San Jenaro (patrón de Nápoles). De
misa y rezo diarios, era un hombre preocupado por actuar según los
dictados de la Iglesia para conseguir así la eterna salvación de su
alma, asunto que consideraba de prioritario interés en su vida. Esta
profunda religiosidad, sin embargo, no fue obstáculo para dejar bien
sentado que, en el concierto temporal, el soberano era el único al que
todos los súbditos debían obedecer, incluidos los eclesiásticos.

Estaba profundamente convencido de la necesidad de practicar su oficio
de rey absoluto al modo y manera que reclamaban los tiempos. Cualquier
opinión acerca de que era un mero testaferro de sus ministros deber ser
condenada al saco de los asertos sin fundamentos. Él era quien elegía a
sus ministros y quien supervisaba sus principales acciones de gobierno, y
si bien tenía querencia por mantenerlos durante largo tiempo en sus
responsabilidades, no dudaba tampoco en cambiarlos cuando la coyuntura
política así se lo daba a entender. Lo que sí hacía era trasladarles la
tarea concreta de gobierno. Una labor para la que requería ministros
fieles y eficaces, técnicamente dotados y con claridad política
suficiente como para comprender que todo el poder que detentaban
procedía directa y exclusivamente de su real persona. Escuchaba mucho y a
muchos, era difícil de engañar y los asuntos realmente importantes los
decidía personalmente. Su correspondencia con Tanucci y los testimonios
de grandes personajes del siglo atestiguan que podía pasarse una parte
del día cazando, pero que los principales asuntos de Estado solía
llevarlos en primera persona y con conocimiento de causa. Carlos siempre
mantuvo el timón de la nave española y siempre fue él quien fijó su
rumbo. Así lo pudieron constatar personajes políticos de la talla de
Wall, Grimaldi, Esquilache, Campomanes, Floridablanca o Aranda, entre
otros.
Comandando estos hombres, y con la experiencia siempre
presente de lo que había acometido ya en Italia, trazó un plan
reformista heredado en gran parte de sus antecesores, un plan que
buscaba favorecer el cambio gradual y pacífico de aquellos aspectos de
la vida nacional que impedían que España funcionara adecuadamente en un
contexto internacional en el que la lucha por el dominio y conservación
de las colonias resultaba un objetivo prioritario de buena parte de las
grandes potencias europeas, en especial de Inglaterra, que fue la mayor
enemiga de Carlos debido a sus aspiraciones sobre los territorios
españoles en América. Una política de cambios moderados y graduales en
la economía, en la sociedad o en la cultura, que no tenía como meta
última la de finiquitar el sistema imperante, que Carlos consideraba
básicamente adecuado, sino dar a la Monarquía un mejor tono que le
permitiera ser más competitiva en el marco internacional y mejorar su
vida interna, fines ambos que eran vasos comunicantes en el pensamiento
carolino. Así pues, Carlos fue un actor principalísimo, el "nervio de la
reforma", en la continuidad del regeneracionismo inaugurado por su
dinastía desde las primeras décadas del siglo: no se inventó la reforma
de España, pero estuvo sinceramente al frente de la misma durante la
mayor parte de su reinado. Sin ser un intelectual, su educación le llevó
a la profunda creencia de que el más alto sentido del deber de un
monarca era engrandecer la Monarquía y mejorar la vida de su pueblo. Y
ese profundo convencimiento lo animaría a liderar una renovación del
país a través de una práctica a medio camino entre el idealismo moderado
y el pragmatismo político.
Como es natural, la edad fue
mermando en Carlos sus ímpetus de gobierno. En los últimos años de su
vida, su progresiva pérdida de facultades lo condujeron a delegar cada
vez más la tarea de gobernar en manos del conde de Floridablanca, que
llegó a convertirse en su verdadero primer ministro. Tras cincuenta años
de reinado, entre Nápoles y España, aunque no perdía el hilo de las
cuestiones fundamentales, el rey fue comprendiendo que ya no era el de
antes. De hecho, en el crepúsculo de su vida, se encontró bastante solo.
Ya no tenía esposa, la mayoría de sus hermanos habían muerto, las
relaciones con su otrora fraternal hermano Luis eran precarias, las que
mantenía con su hijo Carlos, el futuro heredero, no eran demasiado
fluidas, y sin duda resultaban tensas las existentes con su hijo
Fernando, rey de Nápoles. Además, en 1783, había muerto su viejo amigo
Tanucci y cinco años más tarde el mazazo de la muerte de su querido hijo
Gabriel y de su esposa fue el principio del fin para Carlos: "Murió
Gabriel, poco puedo yo vivir", anunció con cierta premonición. Y, en
efecto, Carlos no se equivocaba. Aquel iba a ser su último invierno.
Tras una breve enfermedad, el 14 de diciembre de 1788, fallecía sin
aspavienteos, sin espectáculo, con sobriedad, y sin locura alguna, lo
que debió ser para él un íntimo alivio.
Desde luego, el
reformismo moderado que siempre practicó en política no sirvió para
arreglar definitivamente los profundos problemas que albergaban los dos
reinos que tuvo que gobernar. No fueron pocas, incluso, las
contradicciones existentes en la política carolina en parte propiciadas
por el carácter y el ideario real y en parte por un mundo cambiante que
se debatía entre lo nuevo y lo viejo, entre la fuerza de las
innovaciones y el peso de la tradición. En el caso de España, no todas
las enfermedades estaban sanadas cuando desapareció, pero, como ocurrió
en Nápoles treinta años antes, bien puede decirse que su salud era mejor
que al principio de su reinado. Al menos, en España pudo cumplir con lo
que fue una de sus promesas más queridas: que nadie extirpara del
cuerpo de la Monarquía ninguna de sus partes. En el complicado intento
de mantener y renovar una Monarquía instalada en el Viejo y el Nuevo
Mundo, bien puede afirmarse que Carlos III se apuntó más logros en su
haber que deficiencias en su debe.






FERNANDO VI
Fernando
VI, el Prudente, nació el 23 de septiembre de 1713 en Madrid, tercer
hijo de Felipe V y de su primera esposa María Luisa Gabriela de Saboya.

Fue jurado príncipe de Asturias en 1724. Cinco años más tarde se
casó con Bárbara de Braganza, hija de Juan V de Portugal y de la
archiduquesa Mariana de Austria.
En 1746 heredó el trono español
a la muerte de su padre. Fernando no era un hombre de gran talento,
pero tenia las cualidades necesarias para ser un buen monarca: rectitud
de carácter, sentido de dignidad y saber escoger a sus colaboradores. Su
política fue la de sus ministros, muy eficaces y con programas
reformistas de gobierno como el marqués de la Ensenada, -partidario de
la alianza francesa-, que ejerció varias secretarías; José de Carvajal,
-partidario de la unión con Inglaterra-, como secretario de Estado; o el
jesuita Francisco Rávago como confesor real.
Su reinado se
caracterizó por el mantenimiento de la paz y la neutralidad frente a
Francia e Inglaterra, mientras ambas intentaban la alianza con España.
Esta situación fue aprovechada por el marqués de la Ensenada para
proseguir los esfuerzos de reconstrucción interna iniciados en el
reinado de Felipe V. En 1754 este equipo de gobierno desapareció con la
muerte de Carvajal y con el alejamiento motivado del marqués de la
Ensenada, y la desposesión del confesionario regio del padre Rávago.
El gobierno posterior, encabezado por Ricardo Wall, más anglófilo, se encaminó hacia la ruptura de la neutralidad anterior.
En el interior del país se fomentó la construcción naval para la Armada, la construcción de caminos, canales y puertos.

Fernando VI siguió en la línea de fomento de la cultura iniciada
por sus antecesores, con medidas que posibilitaron la penetración de la
Ilustración y la ruptura definitiva del aislamiento en que estuvo sumida
España desde 1559. Prueba de ello, fue, entre otras, la fundación de la
Academia de San Fernando de Bellas Artes en 1752.
La política
americana era muy productiva en sus aportaciones al tesoro del reino.
Pero este equilibrio se vio amenazado debido a una expedición de
portugueses que se asentaron en la colonia de Sacramento, al norte del
río de la Plata, poniendo en peligro el comercio y la seguridad de la
zona. Para solucionar este problema con Portugal, Carvajal negoció un
cambio de posesiones para llegar a un acuerdo pacífico, reflejado en el
Tratado de Madrid de 1750, según el cual los portugueses cedían la
colonia del Sacramento, pero a cambio se cedían territorios cercanos
donde estaban asentadas varias reducciones jesuíticas de los indios
guaraníes que tenían que ser deportados a otros lugares y eran hostiles a
ser dominados por Portugal, estableciendo los límites geográficos de
ambos países en aquellas colonias.. Las resistencias de los indios y
ciertos informes de algunos jesuitas con este motivo de las reducciones
prestarían argumentos contrarios a la Compañía de Jesús a la hora de su
expulsión. Ensenada acudió a Carlos, futuro Carlos III, para que
protestase ante su hermanastro cancelándose el tratado de límites, pero
esta maniobra supuso la caída de Ensenada.
Por otra parte, el
regalismo alcanzó pleno éxito en el Concordato de 1753 con los Estados
Pontificios, beneficioso para el control de la Iglesia puesto que
atribuía al rey el patronato universal.
El último año de su
vida, y a consecuencia de la muerte de Carvajal, de la reina y el
destierro de Ensenada sumieron al rey en la locura, siendo recluido en
Villaviciosa de Odón, Madrid. Con una España sin rey y una
administración paralizada, la monarquía siguió funcionando hasta que
llegó de Nápoles su hermanastro Carlos para hacerse cargo del trono una
vez que falleció FernandoVI, sin descendientes, el 10 de agosto de 1759,
con cuarenta y cinco años de edad y trece de reinado.






LUIS I

Luis I, el Bien Amado, primer Borbón nacido en España, vio la luz el 25
de agosto de 1707 en el palacio del Buen Retiro. Hijo de Felipe V y de
María Luisa Gabriela de Saboya. A los siete años de edad quedó huérfano
de madre y una rígida tutela a cargo de la princesa de Ursinos y del
desamor de su madrasta, Isabel de Farnesio, hicieron que su infancia
fuera triste y desgraciada.
En 1709 fue proclamado príncipe de
Asturias y en 1722 se casó con Luisa Isabel de Orleans, hija de Felipe
de Orleans, regente de Francia.
Felipe V abdicó inesperadamente,
en enero de 1724, en su hijo Luis, cuando éste contaba con diecisiete
años, inexperto y no preparado para reinar.
A pesar de que su
padre seguía sus movimientos desde el Palacio de la Granja de San
Ildefonso, Luis se rodeó durante su escaso reinado de una serie de
tutores que intentaban separarlo de la influencia paterna dando un giro a
su política, despreocupándose de la recuperación de las posesiones
italianas perdidas en la guerra de sucesión y centrándose más en América
y el Atlántico.
Pero la política de Luis I quedó inédita, ya
que el 31 de agosto murió de viruelas, a los siete meses de subir al
trono. Felipe V asumió entonces por segunda vez el gobierno de la corona
española.
Su cuerpo recibió sepultura en el Panteón de los Reyes del monasterio de El Escorial.






FELIPE V: 1º Y 2º REINADO.
Felipe
V, duque de Anjou, también conocido como el Animoso, nació el 19 de
diciembre de 1683 en Versalles. Su abuelo fue el rey francés Luis XIV y
sus padres el Gran Delfín de Francia, Luis y María Ana Victoria de
Baviera.
Heredó el trono español al morir Carlos II (último
monarca de la casa de Austria o Habsburgo en España) sin descendencia y
nombrarlo éste como heredero a su muerte en 1700, convirtiéndose así en
el primer Borbón de la línea dinástica española con la condición de que
la nueva dinastía no podría jamás unirse con la francesa. En 1701 juró
como rey de España ante las Cortes castellanas.
Este
nombramiento no agradó a los Austrias que veían con derechos más
legítimos para el trono al archiduque Carlos, lo que provocó un
enfrentamiento entre el rey de Francia, Luis XIV, el emperador de
Austria y los países aliados de ambos bandos. Esta llamada guerra de
Sucesión de España terminó con los Tratados de Utrech en 1713 y con el
de Rastadt al año siguiente, en los que se reconocía a Felipe como rey
de España pero a cambio se perdieron los territorios europeos en Italia
que pasaron y en los Países Bajos que pasaron al Imperio y a Saboya
respectivamente, se cedía Menorca y Gibraltar a Gran Bretaña y se
entregó a Portugal la colonia del Sacramento.
Hasta mediados de
la segunda década del XVIII, la política de Felipe V estuvo muy marcada
por la influencia francesa a través de Orry y de la princesa de los
Ursinos. Bajo su reinado se inició la renovación de la cultura en
España, en ciencias, literatura, filosofía, arte, política, religión y
economía. En 1712 aún no acabada la guerra de Sucesión, se fundó la
Biblioteca Nacional; un año después, se creaba la Academia de la Lengua
y, más tarde, las de Medicina, Historia... todas ellas a imitación de
las Academias francesas
En política interior se ocupó de la
creación de secretarías y de intendencias así como de llevar a cabo una
centralización y unificación administrativa con los Decretos de Nueva
Planta, aboliendo los fueros aragoneses y valencianos
Tras la
muerte de su primera esposa, María Luisa de Saboya, Felipe contrajo de
nuevo matrimonio en 1714 con Isabel de Farnesio, que le dio siete hijos:
entre ellos el que sería Carlos III, y Felipe, duque de Parma. El nuevo
matrimonio supuso un cambio del influjo francés por el italiano,
realizando a partir de entonces una política que solicitaba una revisión
de lo pactado en Utrech y la recuperación de los territorios italianos.
El Cardenal Alberoni dirigió en un primer momento esta política
reivindicatoria, pero la Cuádruple Alianza integrada por Gran Bretaña,
Francia, Países Bajos y el Imperio, puso fin a estos intentos. Se
fracasó asimismo en los intentos por recuperar Menorca y Gibraltar.

En enero de 1724, Felipe V abdicó de forma inesperada en su hijo
Luis, primogénito de su primer matrimonio con María Luisa de Saboya,
pero tras la temprana muerte de Luis I, en agosto del mismo año, Felipe
volvió a reinar España.
Este segundo reinado de Felipe V supuso
un cambio en la política anterior a su abdicación, con miras más
españolas que italianizantes y rodeándose de ministros españoles. Entre
ellos, José Patiño, político, diplomático y economista; José del
Campillo, hacendista; y, luego, el marqués de la Ensenada, gran político
y magnífico planificador de la economía.
La alianza familiar
con Francia a través de los Pactos de Familia hizo que el ejército
español ayudara al francés en las guerras de Sucesión polaca y
austriaca, y posibilitó que el hijo mayor de Isabel de Farnesio, Carlos,
se convirtiera en rey de Nápoles y Sicilia, llegando a ser también más
tarde rey de España como Carlos III; y el otro, Felipe, en duque de
Parma, Plasencia y Guastalla.
El 9 de julio de 1746, Felipe V
murió en Madrid, sucediéndole en el trono su hijo Fernando VI. Por
expreso deseo del monarca, su cuerpo fue enterrado en el palacio de la
Granja de San Ildefonso.






LOS BORBONES:
-Felipe V: *1ºReinado.
*2ºReinado.
-Luis I.
-Fernando VI.
-Carlos III.
-Carlos IV.
-Fernando VI: *1º Reinado.
*2ºReinado.
-Isabel I.
-Alfonso XII.
-Alfonso XIII.
-Juan Carlos I.


























CARLOS II
Carlos
II, llamado también el Hechizado, nació el 6 de noviembre de 1661. Era
hijo de Felipe IV y de Mariana de Austria. A la muerte de su padre
heredó todas las posesiones de los Austrias españoles, entre ellas
Sicilia. Fue rey de España de 1665 a 1700. De constitución enfermiza,
débil y de poca capacidad mental, hasta 1675 ejerció la regencia su
madre, quien confió el gobierno a validos, al jesuita alemán Nithard
hasta 1669 y a Fernando de Valenzuela. De 1677 a 1679 gobernó Juan José
de Austria, enemigo de la reina madre, y posteriormente, hasta 1685, el
duque de Medinaceli y el conde de Oropesa.
A la edad de 18 años
Carlos II se casó en primeras nupcias con María Luisa de Orleans, hija
del Duque Felipe de Orleans, hermano de Luis XIV y de Enriqueta Ana de
Inglaterra. Diez años más tarde murió la reina y en 1690 tuvo lugar el
segundo matrimonio del monarca con Mariana de Neoburgo, hija del elector
Felipe Guillermo del Palatinado, Duque de Neoburgo. Carlos II no tuvo
descendencia con ninguna de sus dos mujeres, dando lugar al problema
sucesorio que trajo como consecuencia el final de la dinastía de los
Austrias españoles.
La desastrosa situación económica y la
crisis política y social heredadas del reinado de su padre Felipe IV
unida a la ineficacia e incapacidad de los gobernantes acrecentaron la
crítica situación de España y en especial de Castilla dando lugar a una
serie de devaluaciones monetarias que alcanzaron el culmen con la
deflación de la moneda de vellón en 1680 y la posterior caída de la
actividad económica. En nada contribuyeron a mejorar esta situación los
validos encargados del gobierno, sólo el Conde de Oropesa realizó una
política firme de reducción de impuestos y contención del gasto público.
La vida del país se caracterizó por una crisis económica endémica,
aunque en Aragón y la zona del mediterráneo se produjo un movimiento de
recuperación. La crisis interna del reinado de Carlos II había ido
propiciando la descentralización de los territorios de la Corona de
Aragón mediante un programa neoforalista y el desarrollo de las
estructuras económicas, aprovechando para ello su posición geográfica y
sus recursos naturales.
Durante su reinado tuvieron lugar dos
guerras contra Francia, En 1684 en Ratisbona se firmó una tregua de
veinte años con Francia, tregua que fue rota en 1690 al concluirse una
alianza entre España, Inglaterra, los Países Bajos y el Imperio dando
lugar a un tercer enfrentamiento bélico que duraría hasta 1697. Los
ejércitos franceses ocuparon una serie de plazas catalanas e incluso se
apoderaron de Barcelona en 1697 En esta tercera guerra contra el vecino
país, España intervino en las filas de la Liga de Ausburgo, junto al
Imperio, Austria, Suecia y el Papado. La guerra finalizó con la paz de
Rvswick. La primera derrota seria de la política exterior de Luis XIV,
que se vio obligado a ceder a España plazas en Cataluña. Flandes y
Luxemburgo, mostrando así su interés por conseguir para los Borbones la
sucesión al trono español.
Los años últimos del reinado de
Carlos II estuvieron marcados por la locura del monarca, producto de las
presiones políticas y las intrigas palaciegas, y por el problema
sucesorio, como consecuencia de la inexistencia de hijos. Ante esta
última cuestión se avivó una pugna por hacerse con el trono y con su
herencia. En un principio, el candidato designado era José Fernando
Maximiliano, hijo del elector de Baviera, pero éste falleció en 1699, y
volvió a presentarse el problema de elegir entre el archiduque Carlos,
hijo del emperador Leopoldo y biznieto de Felipe III, y Felipe de Anjou,
nieto de Luis XIV y biznieto de Felipe IV. Esto provocó una contienda
por la sucesión al trono español en la que intervinieron las principales
potencias europeas. La Corte se dividió en dos bandos, por un lado la
reina apoyaba al candidato austríaco, y por otro Carlos quien pensaba
que sólo el apoyo de Francia podía asegurar la conservación de la
monarquía en toda su integridad territorial. Todo esto le hizo decidirse
por Felipe, y sin ceder a presiones mantuvo su elección hasta el final
dejándolo por escrito el 2 de octubre de 1700 en el testamento que hizo
un mes antes de su muerte.
Por tanto, Carlos II expiraba en
Madrid, a la edad de cuarenta años, dejando un testamento sucesorio que
provocaría una guerra, la guerra de sucesión que daría paso a una nueva
dinastía en la monarquía de España, la de los Borbones.






FELIPE IV

Felipe
IV (Valladolid, 1605 - Madrid, 1665), hijo de Felipe III y Margarita de
Austria, reinó entre 1621 y 1665, tras el inesperado fallecimiento de
su padre el 31 de marzo, recién cumplidos los 16 años. En 1608 juró como
príncipe y futuro rey de España (concepto que incluía Portugal, con su
extenso imperio). Desde los reyes visigodos solamente Felipe III y él
mismo tenían tal título. Como heredero recibió una educación propia de
su rango, mostrándose despierto en el aprendizaje del oficio real. Por
los intereses de la monarquía se concertó su primer matrimonio con
Isabel de Borbón (1615), a una edad muy temprana, con 10 y 12 años,
respectivamente. En 1648 se casó con Mariana de Austria y de ambos
matrimonios nacieron doce hijos, de los que solamente tres
sobrevivieron: María Teresa (futura esposa del rey de Francia, Luis XIV,
cuyo matrimonio permitió el acceso de los Borbones al Trono de España),
Margarita Teresa y el futuro Carlos II. Además tuvo varios hijos
naturales, siendo el más célebre Juan José de Austria (1629-1679), fruto
de una relación con una conocida actriz, la comedianta Josefa Calderón.

El monarca fue un mecenas de las artes y las fiestas en la Corte,
promoviendo la creación literaria, artística y teatral. Al igual que
Felipe III, el monarca cedió los asuntos de Estado a la figura de los
validos como favoritos reales, entre los que cabe destacar el
Conde-Duque de Olivares (1621-1643), que intentaron acaparar las
principales funciones del gobierno de la Monarquía. Los influyentes
personajes de la Corte confiaban que el nuevo soberano llevaría a la
monarquía hispánica a recuperar el prestigio y poder de tiempos pasados.
Pronto se desvanecieron las expectativas ya que el monarca no se adaptó
al modelo burócrata de Felipe II.
El reinado de Felipe IV, que
intentó tener un carácter reformista, afrontó una recesión económica,
con cuatro bancarrotas de la Real Hacienda (1627, 1647, 1656 y 1662). La
crisis económica, que también se dejó sentir en Europa, tuvo una mayor
repercusión en España por los elevados costes financieros de la política
exterior que provocó una subida de impuestos, la retención de las
remesas de metales preciosos de las Indias, la venta de juros y cargos
públicos, revueltas contra el centralismo castellano,...
La
agresiva política exterior de Olivares en Europa pretendía mantener la
hegemonía española en el continente, y para ello no se escatimaron
recursos contra los dos conflictos principales (las Provincias Unidas y
Francia): Tregua de los Doce Años con las Provincias Unidas (1621),
rendición de Breda (1624-1625), Guerra de los Treinta Años (en apoyo de
los Habsburgo austríacos), Guerra de Sucesión de Mantua (1629-1631),
conflictos bélicos con Inglaterra y Francia,...
La política
exterior del Conde-Duque tuvo repercusiones negativas en el ámbito
nacional. Los reinos de la Corona de Aragón se rebelaron cuando se les
reclamó una aportación para financiar las campañas europeas; en 1640, el
Principado de Cataluña (los segadores congregados en Barcelona con
motivo de la procesión del Corpus Christi se sublevaron y, tras asesinar
al virrey, proclamaron la secesión de Cataluña) y Portugal se
sublevaron contra Felipe IV, motines que produjeron la caída del
Conde-Duque, sustituido por Luis de Haro. El Tratado de Westfalia (1648)
reconoció la independencia de las Provincias Unidas mientras que por la
Paz de los Pirineos (1659) España cedía a Francia el Rosellón, parte de
Cerdaña y los Países Bajos.
En los últimos años del reinado, la
Monarquía está sumida en una profunda recesión y crisis, en la que la
autoridad real estaba cuestionada por amplios sectores sociales, además
de las campañas militares contra Francia e Inglaterra. En el mismo año
que muere Felipe IV (1665) se produce la derrota de España ante
Portugal. Los 44 años de reinado de Felipe el Grande sellan la pérdida
de la hegemonía española en Europa ante la indiferencia de una
empobrecida población.
En el marco de los actos conmemorativos
del IV centenario del nacimiento del monarca, la Real Academia de la
Historia celebra en abril de 2005 un ciclo de conferencias, que han sido
recopiladas en Felipe IV. El hombre y el reinado. Según su coordinador,
José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, se ha pretendido revisar la
personalidad y obra de Felipe IV frente a las ideas defendidas por los
historiadores que califican este reinado bajo la denominación de
«Austrias menores». Según Alcalá-Zamora, «pese a los errores y fracasos
de la política de su reinado, éste fue uno de los más decisivos y, tal
vez, el momento mayor de nuestra historia cultural. Si no aplausos
entusiastas, la figura de Felipe IV sí merece interés y respeto, un rey
contradictorio, al igual que la España que le tocó vivir, aquella España
tan piadosa como pecadora, tan triunfante como anunciadora de su
próximo declive, tuvo su reflejo en un monarca atractivo e inteligente,
pero débil de carácter». No se debe olvidar que Felipe IV recibió una
esmerada educación y su gran curiosidad le acercó a muchas ciencias y
saberes, de ahí que formara una magnífica biblioteca, con varios
millares de títulos. Además, también fue un gran coleccionista de
pinturas, que con el paso del tiempo serían el núcleo del Museo del
Prado. Todo ello hizo que Felipe IV fuera un generoso mecenas; así, las
artes, las ciencias, las letras y la política fueron sus preocupaciones
básicas durante el reinado.






FELIPE III
Nació
el 14 de abril de 1578 en el Alcázar de Madrid siendo el último hijo
sobreviviente de Felipe II y Ana de Austria, ya que fue el cuarto de los
cinco hijos del cuarto matrimonio de Felipe II con la archiduquesa Ana
de Austria.
A la muerte de su padre, en septiembre de 1598
ocuparía el trono de España y Portugal, ya que Felipe II consiguió la
unidad ibérica en 1581 con la anexión de los territorios de Portugal a
la corona española.
En abril de 1599 contrajo matrimonio con su prima Margarita de Austria, con la que tuvo ocho hijos.

Durante su reinado, el sistema de gobierno fue el mismo que el de
los primeros Austrias, aunque pronto se sustituyó por el poder delegado
en un valido, debido a la insuficiente capacidad del monarca. Así, desde
el comienzo de su reinado, el monarca puso los asuntos de Estado en
manos de su valido Francisco de Sandoval y Rojas, marqués de Denia y,
más tarde, duque de Lerma. Fue el primero de la serie de validos que
rigieron los destinos de España a lo largo del s. XVIII.
Entre 1601 y 1606 la Corte se estableció en Valladolid.

Aunque continuó la política de hostilidad con los turcos otomanos, y
se enfrentó a la enemistad habida con la República de Venecia y el
ducado de Saboya, la política exterior de Felipe III se orientó hacia la
pacificación.
En 1609 se firmó la Tregua de los Doce Años con
los Países Bajos, que representaba el reconocimiento oficial de la
existencia de Holanda. Esta paz permitió al gobierno enfrentarse con el
problema de los moriscos, cuya integración en la sociedad española se
había hecho muy difícil tras las sublevaciones de las Alpujarras, siendo
ese mismo año, 1609, cuando decidió su expulsión por motivos religiosos
y de seguridad interior.
Pero este periodo de paz finalizó en
1618 al comenzar la guerra de los Treinta Años en la que España apoyó al
emperador Fernando II de Austria contra el elector del Palatinado,
Federico V.
También en 1618 y debido al deterioro de la
situación política y la crisis económica Felipe III se vio obligado a
sustituir a Lerma por su hijo, el duque de Uceda, pero limitándole en
sus funciones y por tanto, restándole poder.
El reinado de
Felipe III supuso el mantenimiento de la hegemonía española en el mundo,
pero sus dificultades económicas y la cesión del gobierno a privados o
validos predecía ya el declive del Imperio.
El 21 de marzo de
1621, atacado de fiebres y de erisipela, expiró Felipe III, a la edad de
cuarenta y tres años y tras veintidós de reinado.






FELIPE II
Felipe
II, el Prudente, nació en Valladolid el 21 de mayo de 1527, hijo del
emperador Carlos V y de Isabel de Portugal. Ya desde muy joven fue
preparado para ser rey; de ello se encargaron Juan Martínez Silíceo y
Juan de Zúñiga. Su padre también le educó y preparó en política y
diplomática, dejándole como regente durante sus ausencias en 1543 y
1551.
Asumió el trono español tras la abdicación de Carlos I en
1556 y hasta 1598 gobernó el vastísimo imperio integrado por Castilla,
Aragón, Cataluña, Navarra, Valencia, el Rosellón, el Franco-Condado, los
Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, Orán, Túnez, Portugal y
su imperio afroasiático, toda la América descubierta y Filipinas.

Después de viajar por Italia, los Países Bajos y ser reconocido como
sucesor regio en los Estados flamencos y por las Cortes castellanas,
aragonesas y navarras, se dedicó plenamente a gobernar desde la Corte
madrileña con gran empeño.
La monarquía de Felipe II se apoyaba
en un gobierno de consejos, secretarios reales y una poderosa
administración centralizada aunque las bancarrotas, las dificultades
económicas y los problemas fiscales fueron las principales
características del reinado.
Los problemas internos del reinado
de Felipe II están marcados principalmente por dos hechos: la muerte en
1568 del príncipe heredero Carlos, que había sido arrestado debido a
sus contactos con los miembros de una presunta conjura sucesoria
promovida por parte de la nobleza contra Felipe. La figura del
secretario Antonio Pérez fue muy notoria en el Gobierno hasta que fue
destituido y acusado de corrupción.
En política exterior, el
monarca se preocupó en mantener y proteger su Imperio; prueba de ello
fueron los matrimonios que contrajo: se casó por primera vez con María
de Portugal en 1543 y tras su muerte, con María I Tudor, reina de
Inglaterra, en 1554. Su tercer matrimonio fue con la francesa Isabel de
Valois en 1559 y al quedarse nuevamente viudo y sin herederos varones,
se casó por cuarta vez, en 1570, con su sobrina Ana de Austria, madre
del sucesor al trono español, Felipe III.
La unidad religiosa
estuvo muy presente en todos los aspectos de la vida de Felipe II,
unidad de una fe que se veía amenazada por las incursiones berberiscas y
turcas en las costas mediterráneas. Para hacer frente al Imperio
Otomano se constituyó la llamada Liga Santa integrada por una serie de
Estados como Venecia, Génova y el Papado.
En 1565, a pesar de la
victoria frente a los berberiscos en Malta, continuó la hostilidad con
los otomanos. Don Juan de Austria, al mando de la flota naval, obtuvo
una gran victoria, aunque no la definitiva, en la batalla de Lepanto en
1571. En el interior peninsular también se produjeron sublevaciones
moriscas como, por ejemplo, en las Alpujarras granadinas.

Durante su reinado, Felipe II tuvo que afrontar numerosos conflictos
externos: España luchó con Francia por el control de Nápoles y el
Milanesado; y debido al elevado gasto económico de estas pugnas,
pactaron la paz en Cateau-Cambrésis en 1559.
Las relaciones con
Inglaterra y la lucha de ambos países por el control marítimo chocaron a
partir de la muerte de la esposa de Felipe II, María Tudor. La
hostilidad concluyó en 1588 con la derrota de la Armada Invencible,
capitaneada por el duque de Medina-Sidonia, hecho que marcó el inicio
del declive del poder naval español en el Atlántico.
Tampoco
pudo solucionar el conflicto político-religioso generado en los Países
Bajos. Ninguno de sus gobernadores consiguió mitigar la sublevación de
los Estados Generales y la definitiva emancipación de Holanda, Zelanda y
el resto de las Provincias Unidas.
A pesar de todos estos
problemas, Felipe II logró un gran triunfo político al conseguir la
unidad ibérica con la anexión de Portugal y sus dominios, al hacer valer
sus derechos sucesorios en 1581 en las Cortes de Tomar. Completó la
obra unificadora iniciada por los Reyes Católicos. Se apartó la nobleza
de los asuntos de Estado, siendo sustituida por secretarios reales
procedentes de clases medias al mismo tiempo que se dio forma definitiva
al sistema de Consejos. Se impuso prerrogativas a la Iglesia, se
codificaron leyes y se realizaron censos de población y riqueza
económica.






CARLOS I
Carlos
I de España y V de Alemania nació el 24 de febrero de 1500 en Gante.
Era español por su madre Juana de Castilla y por sus abuelos Fernando e
Isabel, los Reyes Católicos; alemán, por su abuelo paterno el emperador
Maximiliano; borgoñón por su padre Felipe I el Hermoso y por su abuela
María de Borgoña, esposa de Maximiliano I e hija de Carlos el Temerario.

De su educación se encargaron Margarita de Austria, su tía, y el
cardenal Adriano de Utrech, quien en un futuro sería el Papa Adriano VI.

Cuando murió su padre, en 1506, recibió Holanda, Luxemburgo, Artois
y el Franco Condado a lo que se añadiría Aragón, Navarra, Castilla,
Nápoles, Sicilia, Cerdeña, y los territorios ya conquistados en América
que heredó a la muerte de su abuelo materno Fernando el Católico, en
1516. Además, en 1519, por parte de su abuelo paterno Maximiliano I
obtuvo los territorios austríacos de los Habsburgo y fue elegido
emperador de Alemania.
Así, Carlos fue rey de España de 1516 a 1556 y emperador de Alemania de 1519 a 1556.

Influido por el erasmismo en la primera etapa de su reinado, trató
de hacer realidad el inicio de un imperio universal cristiano, pero para
ello necesitaba el Milanesado como medio de unión de sus reinos. Lo
consiguió en 1526, a través del Tratado de Madrid, y también el ducado
de Borgoña al vencer en 1522 a Francisco I en Bicoca y en 1525 en Pavía.
Pero el rey francés se alió con Clemente VII y los príncipes italianos
independientes en la Liga de Cognac, declarando la guerra al emperador.
La paz de Cambrai en 1529 resolvió la recuperación del ducado de Borgoña
por Francisco I. Ante el problema religioso alemán mostró una actitud
conciliadora, manifestada en la Dieta de Habsburgo, que fracasó por el
radicalismo de los príncipes protestantes alemanes. Esta política
imperial no fue bien entendida por los españoles y motivó el
levantamiento de las Comunidades en Castilla, protagonizado por la
pequeña aristocracia y burguesía de las ciudades.
La derrota de
los comuneros tuvo lugar en 1521 en Villalar originando la alianza del
emperador con la aristocracia latifundista y la progresiva pérdida de
efectividad de las Cortes de Castilla. En Valencia y Mallorca la
represión contra los elementos de las germanías que se dieron entre 1519
y 1523, en donde artesanos y burgueses en su mayoría, trajo consigo
idénticos resultados. Las disidencias religiosas produjeron la crisis
del erasmismo en la concepción política de Carlos I, quien se propuso
dar una solución personal al problema religioso. Los príncipes alemanes
que habían rechazado la Dieta de Augsburgo se unieron en la Liga de
Esmalcalda, que se alió con Francisco I en 1832, y éste con el sultán
turco Solimán el Magnífico. Carlos obligó a Solimán a levantar el cerco
de Viena y tomó Túnez en 1535, pero no pudo evitar que Francia ocupase
Saboya. Esta situación fue confirmada por la tregua de Niza en 1538,
pero en 1541 los turcos se apoderaron de Budapest y Francisco I se
enfrentó con el emperador; la paz de Crépy en 1544 puso fin a este
conflicto, comprometiéndose Francia a romper la alianza con Turquía y a
luchar por la unidad de los cristianos. El final del reinado del
emperador estuvo impregnado por los problemas germánicos. Se enfrentó,
venciéndolos, a los príncipes alemanes en Mühlberg en 1547, pero el
nuevo rey francés, Enrique II se alió con la Liga de Esmalcalda. El
desastre de Innsbruck en 1552, donde estuvo a punto de ser prendido, le
obligó a negociar la Paz de Augsburgo en 1555, que reconocía la libertad
religiosa en Alemania y significaba la renuncia del emperador a su
ideal de la unidad religiosa del imperio. Por otro lado firmó con
Enrique II, que se había apoderado de Metz. Toul y Verdun, la tregua de
Vancelles.
Con Carlos, España conoció durante su reinado una
etapa de máxima prosperidad económica; la colonización y conquista de
América abrieron muchos mercados y la llegada de metales preciosos
sirvió de impulso a todas las actividades económicas facilitando también
las campañas bélicas del emperador, pero el alza constante de precios y
la política imperialista, antieconómica, terminaron por arruinar las
actividades económicas de Castilla y germinar una decadencia que se
dejaría sentir a fines del siglo XVI.
Las continuas amenazas y
la mala situación financiera hicieron que el emperador abdicara en
Bruselas el 25 de octubre de 1555, dejando el imperio alemán y las
propiedades de los Austrias en Alemania a su hermano Fernando. Al año
siguiente cedería a su y hijo Felipe II, España y sus colonias, Italia y
los Países Bajos. Después se retiró al monasterio de Yuste en
Extremadura, donde murió el 21 de septiembre de 1558.






FELIPE I
El
22 de junio de 1478 nacía en Brujas, el archiduque Felipe, hijo del
emperador alemán Maximiliano de Habsburgo y de María de Borgoña.

Felipe, conocido como el Hermoso se casó en 1496 con Juana La Loca,
hija de Isabel I de Castilla y de Fernando II de Aragón, los Reyes
Católicos. A pesar de ser una boda política, Felipe y Juana se atrajeron
desde el principio. Pero el matrimonio no impidió que Felipe frenase su
afición a los devaneos amorosos, provocando los celos de Juana y los
enfrentamientos por ello de la joven pareja.
Al morir la reina
Isabel La Católica en 1504, su esposa Juana fue nombrada reina y
propietaria de Castilla y León. A Felipe el matrimonio le había
reportado la concesión de títulos nobiliarios, aun así deseaba tener más
poder y pretendía hacerse con el gobierno que le pertenecía a su
esposa. Para ello alegó su enajenación mental, pero en el testamento se
decía que en el supuesto de la incapacidad de Juana para asumir sus
funciones sería su padre Fernando quien lo hiciese. Desde este momento
se produjeron enfrentamientos entre Felipe y su suegro Fernando por
hacerse con la regencia.
Fernando tenía esperanzas de conservar
el gobierno en nombre de su hija, pero la actitud de una parte de la
nobleza castellana, que se acercó a Felipe -quien alegaba una supuesta
locura de Juana para invalidarla de sus funciones y quedarse él como
regente-, le obligó a retirarse a Aragón. Solamente regentaría la Corona
desde abril hasta septiembre de 1506 ya que a principios de septiembre,
Felipe, muy aficionado al deporte, bebió agua helada mientras jugaba un
partido de pelota provocándole una fiebre de la que nunca se recuperó
hasta que el día 25 de septiembre de 1506 fallecía, sospechándose que
pudo haber sido envenenado, cosa que no se pudo probar. Un cortejo
encabezado por la reina se trasladó hacia Granada, viajando siempre de
noche y alejándose en lugares donde las mujeres no pudiesen tener
contacto con el cortejo, lo que aumentó las noticias de la locura de
doña Juana.






JUANA I
Juana I, la Loca, segunda hija de los Reyes Católicos, nació en Toledo el 6 de noviembre de 1479.

Sus padres, con una política matrimonial diseñada, planificaron su
boda con el archiduque Felipe, el Hermoso, primogénito de Maximiliano de
Austria y María de Borgoña, con quien se casó el 20 de octubre de 1496
en la colegiata de San Gumaro de la ciudad de Lierre. Aunque desde el
principio existió una atracción entre ambos, Felipe no cambió su actitud
conquistadora y sus devaneos con damas de la corte eran conocidos
públicamente, de ahí los enfrentamientos con su mujer que no aceptaba la
infidelidad. Del matrimonio entre Felipe y Juana nacieron seis hijos:
Leonor, Carlos, Isabel, Fernando, María y Catalina.
Tras la
muerte de sus hermanos Juan e Isabel, y su sobrino Miguel de Portugal en
1500, Juana se convirtió en la heredera de Castilla y Aragón. A pesar
de que sus problemas de enajenación mental y las tendencias francesas de
su marido, su madre Isabel la nombró heredera en su testamento, aunque
especificó que, en caso de ausencia o incapacidad, administrase el reino
Fernando el Católico hasta la mayoría de edad de su nieto, el futuro
Carlos I.
La reina Isabel moría en 1504 y en su testamento
nombraba a su hija Juana como reina propietaria de Castilla y León.
Fernando tenía esperanzas de conservar el Gobierno en nombre de su hija,
pero la actitud de una parte de la nobleza castellana, que se acercó a
Felipe -quien alegaba una supuesta locura de Juana para incapacitarla de
sus funciones y quedarse él como regente-, le obligó a retirarse a
Aragón. Durante algún tiempo Felipe el Hermoso gobernó en Castilla pero
la noticia de su muerte agravó el desequilibrio mental de Juana por lo
que que Fernando asumió nuevamente el Gobierno de Castilla en 1506.
Juana no deseaba el Gobierno del reino y mandó llamar a su padre para
que se hiciera cargo de los asuntos de Estado como regente de Castilla.

Tras la muerte de Felipe el Hermoso y ante las evidentes muestras
de enajenación mental de Juana -no se cambiaba la ropa ni se aseaba e
iba acompañada del féretro de su esposo- se decidió recluirla en
Tordesillas en 1509, donde llevó una vida de retiro que acrecentó aún
más su problema mental hasta que falleció, 46 años después, el 12 de
abril de 1555.
Durante todo este tiempo, su padre, Fernando el
Católico, asumió la regencia y tras su muerte, en 1516, su nieto Carlos
se convirtió en rey aunque Juana siguió siendo la reina, y como tal
aparecía en todos los documentos.


 

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