domingo, 24 de julio de 2016

Catecismo de la Iglesia Católica, Primera parte, Segunda Sección, capítulo primero, artículo primero, párrafo segundo, 232-267

Catecismo de la Iglesia Católica, Primera parte, Segunda Sección, capítulo primero, artículo primero, párrafo segundo, 232-267





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PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA PROFESIÓN DE LA FE
CRISTIANA
CAPÍTULO PRIMERO
CREO EN DIOS PADRE
ARTÍCULO 1
«CREO EN DIOS, PADRE
TODOPODEROSO,
CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA»
232 Los cristianos son bautizados "en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).
Antes responden "Creo" a la triple pregunta que les pide confesar su fe en el
Padre, en el Hijo y en el Espíritu: Fides omnium christianorum in Trinitate consistit ("La fe de
todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad") (San Cesáreo de Arlés,
Expositio symboli
[sermo 9]: CCL 103, 48).

233 Los cristianos son bautizados en
"el nombre" del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y no en "los nombres" de
éstos (cf. Virgilio, Professio fidei (552): DS 415), pues no hay más que
un solo Dios, el Padre todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la
Santísima Trinidad.

234 El misterio de la Santísima
Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio
de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe;
es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la
"jerarquía de las verdades de fe" (DCG
43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del
camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia
y une consigo" (DCG
47).

235 En este párrafo, se expondrá
brevemente de qué manera es revelado el misterio de la Bienaventurada Trinidad
(I), cómo la Iglesia ha formulado la doctrina de la fe sobre este misterio (II),
y finalmente cómo, por las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios
Padre realiza su "designio amoroso" de creación, de redención, y de
santificación (III).

236 Los Padres de la Iglesia
distinguen entre la Theologia y la Oikonomia, designando con el
primer término el misterio de la vida íntima del Dios-Trinidad, con el segundo
todas las obras de Dios por las que se revela y comunica su vida. Por la Oikonomia
nos es revelada la Theologia; pero inversamente, es la Theologia,
la que esclarece toda la Oikonomia. Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e
inversamente, el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus
obras. Así sucede, analógicamente, entre las personas humanas. La persona se
muestra en su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor
comprendemos su obrar.

237 La Trinidad es un misterio de fe
en sentido estricto, uno de los misterios escondidos en Dios, "que no pueden ser
conocidos si no son revelados desde lo alto" (Concilio Vaticano I: DS 3015). Dios,
ciertamente, ha dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en
su Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser
como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e incluso
a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el envío del
Espíritu Santo.

El Padre revelado por el Hijo

238 La invocación de Dios como
"Padre" es conocida en muchas religiones. La divinidad es con frecuencia
considerada como "padre de los dioses y de los hombres". En Israel, Dios es
llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf. Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más,
es Padre en razón de la Alianza y del don de la Ley a Israel, su "primogénito"
(Ex 4,22). Es llamado también Padre del rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy
especialmente "el Padre de los pobres", del huérfano y de la viuda, que están
bajo su protección amorosa (cf. Sal 68,6).

239 Al designar a Dios con el nombre
de "Padre", el lenguaje de la fe indica principalmente dos aspectos: que Dios es
origen primero de todo y autoridad transcendente y que es al mismo tiempo bondad
y solicitud amorosa para todos sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede
ser expresada también mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13;
Sal
131,2) que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre
Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana
de los padres que son en cierta manera los primeros representantes de Dios para
el hombre. Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son
falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad.
Conviene recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los
sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la
maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef 3,14;
Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.

240 Jesús ha revelado que Dios es
"Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente
Padre en relación a su Hijo único, que recíprocamente sólo es Hijo en relación
a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie
sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).

241 Por eso los Apóstoles confiesan a
Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn
1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su
gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).

242 Después de ellos, siguiendo la
tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio
Ecuménico de Nicea que el Hijo es "consubstancial" al Padre (Símbolo
Niceno
: DS 125), es decir, un solo
Dios con él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año
381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al
Hijo Único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre"
(Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150).

El Padre y el Hijo revelados por el
Espíritu


243 Antes de su Pascua, Jesús anuncia
el envío de "otro Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya
en la Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Símbolo
Niceno-Constantinopolitano:
DS 150), estará ahora junto a los discípulos y en ellos (cf. Jn
14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa"
(Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como otra persona divina con
relación a Jesús y al Padre.

244 El origen eterno del Espíritu se
revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a
la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona,
una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la
persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en
plenitud el misterio de la Santa Trinidad.

245 La fe apostólica relativa al
Espíritu fue proclamada por el segundo Concilio Ecuménico en el año 381 en
Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que
procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y
el origen de toda la divinidad" (Concilio de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin
embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo:
"El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e
igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma
naturaleza [...] por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez
el espíritu del Padre y del Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo
del Concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria" (DS 150).

246 La tradición latina del Credo
confiesa que el Espíritu "procede del Padre y del Hijo (Filioque)". El
Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: "El Espíritu Santo [...] tiene su
esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del
Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración [...]. Y porque
todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único al engendrarlo
a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir
del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS
1300-1301).

247 La afirmación del Filioque
no figuraba en el símbolo confesado el año 381 en Constantinopla. Pero sobre la
base de una antigua tradición latina y alejandrina, el Papa san León la había ya
confesado dogmáticamente el año 447 (cf. Quam laudabilitier: DS 284) antes incluso que Roma
conociese y recibiese el año 451, en el concilio de Calcedonia, el símbolo del
381. El uso de esta fórmula en el Credo fue poco a poco admitido en la liturgia
latina (entre los siglos VIII y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo
Niceno-Constantinopolitano por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un
motivo de no convergencia con las Iglesias ortodoxas.

248 La tradición oriental expresa en
primer lugar el carácter de origen primero del Padre por relación al Espíritu
Santo. Al confesar al Espíritu como "salido del Padre" (Jn 15,26), esa tradición
afirma que éste procede del Padre por el Hijo (cf.

AG
2). La tradición occidental expresa en primer lugar la comunión
consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el Espíritu procede del
Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera legítima y razonable" (Concilio de
Florencia, 1439: DS 1302), porque el orden eterno de las personas divinas en su
comunión consubstancial implica que el Padre sea el origen primero del Espíritu
en tanto que "principio sin principio" (Concilio de Florencia 1442: DS 1331), pero también que, en cuanto
Padre del Hijo Único, sea con él "el único principio de que procede el Espíritu
Santo" (Concilio de Lyon II, año 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no se
desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio
confesado.

La formación del dogma trinitario

249 La verdad revelada de la Santísima
Trinidad ha estado desde los orígenes en la raíz de la fe viva de la Iglesia,
principalmente en el acto del Bautismo. Encuentra su expresión en la regla de la
fe bautismal, formulada en la predicación, la catequesis y la oración de la
Iglesia. Estas formulaciones se encuentran ya en los escritos apostólicos, como
este saludo recogido en la liturgia eucarística: "La gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con
todos vosotros" (2 Co 13,13; cf. 1 Co 12,4-6; Ef 4,4-6).

250 Durante los primeros siglos, la
Iglesia formula más explícitamente su fe trinitaria tanto para profundizar su
propia inteligencia de la fe como para defenderla contra los errores que la
deformaban. Esta fue la obra de los Concilios antiguos, ayudados por el trabajo
teológico de los Padres de la Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del
pueblo cristiano.

251 Para la formulación del dogma de
la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de
nociones de origen filosófico: "substancia", "persona" o "hipóstasis",
"relación", etc. Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino
que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a
significar en adelante un Misterio inefable, "infinitamente más allá de todo lo
que podemos concebir según la medida humana" (Pablo VI,

Credo del Pueblo de Dios
, 2).

252 La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido a veces también
por "esencia" o por "naturaleza") para designar el ser divino en su unidad; el
término "persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo en su distinción real entre sí; el término "relación" para designar el
hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo
Dios en tres personas: "la Trinidad consubstancial" (Concilio de Constantinopla II, año
553: DS 421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que
cada una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el
Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu
Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS
530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la substancia,
la esencia o la naturaleza divina" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804).
254 Las Personas divinas son realmente distintas entre sí. "Dios
es único pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo",
Espíritu Santo" no son simplemente nombres que designan modalidades del ser
divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el
Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el
Padre o el Hijo" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por
sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es
engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS
804). La Unidad divina es Trina.
255 Las Personas divinas son relativas unas a otras. La distinción
real de las Personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside
únicamente en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres
relativos de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre,
el Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres
Personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o
substancia" (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "en
Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas" (Concilio de Florencia, año 1442: DS
1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el
Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el
Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Concilio de Florencia,
año 1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, san Gregorio Nacianceno, llamado
también "el Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:
«Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato,
con el cual
quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos
los
placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el
Espíritu
Santo. Os la confío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en el
agua y os
sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda vuestra vida.
Os doy
una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres, y contiene los
Tres de
una manera distinta. Divinidad sin distinción de substancia o de
naturaleza, sin
grado superior que eleve o grado inferior que abaje [...] Es la infinita
connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es
Dios
todo entero[...] Dios los Tres considerados en conjunto [...] No he
comenzado a pensar
en la Unidad cuando ya la Trinidad me baña con su esplendor. No he
comenzado a
pensar en la Trinidad cuando ya la unidad me posee de nuevo...(Orationes
40,41: PG 36,417).
257 O lux beata Trinitas et principalis Unitas! ("¡Oh Trinidad, luz
bienaventurada y unidad esencial!") (LH, himno de vísperas "O lux beata
Trinitas"). Dios es eterna
beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada. Tal
es el "designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación del
mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en Él" (Ef
1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rm 8,29) gracias al
"Espíritu de adopción filial" (Rm 8,15). Este designio es una "gracia dada antes
de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del amor trinitario.
Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia de la salvación
después de la caída, en las misiones del Hijo y del Espíritu, cuya prolongación
es la misión de la Iglesia (cf.


AG

2-9).
258 Toda la economía divina es la obra común de las tres Personas
divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma
naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Concilio de
Constantinopla II, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son
tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (Concilio de Florencia, año
1442: DS 1331). Sin embargo, cada Persona divina realiza la obra común según su
propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf.
1 Co 8,6): "Uno es Dios [...] y Padre de quien proceden todas las cosas,
Uno el
Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y Uno el Espíritu Santo en
quien son todas las cosas (Concilio de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo,
las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las
que manifiestan las propiedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer
la propiedad de las Personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida
cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas de
ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu Santo;
el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44) y el
Espíritu lo mueve (cf. Rm 8,14).
260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las
criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23).
Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si
alguno me ama —dice el Señor— guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
«Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo para
establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la
eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable,
sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio.
Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo.
Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente,
totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción
creadora» (Beata Isabel de la Trinidad, Oración)
261 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la
fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
262 La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre
eterno, y que el Hijo es "de la misma naturaleza que el Padre", es decir, que es en
Él y con
Él el mismo y único Dios.
263 La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del
Hijo (cf.
Jn 14,26) y por el Hijo "de junto al Padre" (Jn 15,26), revela que él
es con ellos el mismo Dios único. "Con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración y gloria".
264 "El Espíritu Santo procede principalmente del Padre, y por
concesión del Padre, sin intervalo de tiempo procede de los dos como de un
principio común" (S.
Agustín,
De Trinitate, 15,26,47).
265 Por la gracia del bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo" (
Mt 28, 19) somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada
Trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz
eterna (cf. Pablo VI,



Credo del Pueblo de Dios
9).
266 "La fe católica es ésta: que veneremos un Dios en la Trinidad y la
Trinidad en la unidad, no confundiendo las Personas, ni separando las
substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu
Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual
la gloria, coeterna la majestad" (
Símbolo "Quicumque": DS, 75).
267 Las Personas divinas, inseparables en su ser, son también
inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina cada una manifiesta
lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la
Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo.
 
 
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