jueves, 9 de febrero de 2017

Tito Brandsma: No responder con odio sino com amor

Tito Brandsma: No responder con odio sino com amor

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Beato Tito Brandsma 26El
16 de mayo de 1942 Tito fue transportado a Dachau, cerca de Munich. En
este campo de concentración vivían unos 110 mil prisio­neros, de los
cuales 80 mil encontraron la muerte. Tito llegó a conocer toda la
brutalidad de régimen nazi: puñetazos, azotes con tablas
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Era
frecuente verle en su escritorio, muy concentrado, tecleando fuerte y
ágilmente su vieja máquina de escribir. Tenía los ojos clavados en el
papel, a través de unas gafas redondas que le sentaban muy bien, rodeado
de la nube de humo azul de su pipa. Al interrumpirle, antes de decir él
nada, levantaba la cabeza y lo primero que distinguías en su rostro era
una son­risa inigualable. Regalaba a todos su buen humor y una íntima
ale­gría, que conquistaba la simpatía de cualquiera.
Así
pasaba largos ratos Tito Brandsma quien, a pesar de su débil
constitución física, que estuvo a punto de llevarle varias veces a la
muer­te, llegó a ser en su tiempo uno de los hombres más cultos e
importantes de Holanda.
Había
obtenido en Roma el doctorado en Filosofía, donde también se
espe­cializó en Sociología, Espiritualidad y Periodismo, una vez
ordenado sa­cerdote en 1905. A su regreso a Holanda fundó bibliotecas,
escuelas y la Unión de Escuelas Católicas. Aunque en esa época su patria
tenía mayoría absoluta protestante, Tito consiguió que el Parlamento
aprobara una iniciativa suya para que el Estado otorgara ayuda económica
a los colegios católicos.
Rector de Universidad, profesor y periodista
La
Universidad Católica de Nijmegen, la primera de su especie dentro de la
joven historia de Holanda, fue fundada en 1923. Era el símbolo de la
anterior vitalidad de los holandeses católicos, que durante algunos
siglos soportaron terribles persecuciones. Tito fue allí catedrático de
Filosofía y de Mística. En 1932 le eligieron Rector por un año. No
obstante —pen­saba Tito— , la universidad era sólo una pequeña porción
de la muy amplia realidad nacional y había que influir también en todos
los que vivían fuera de las instituciones académicas.
Para
servir mejor a su patria, se hizo periodista activo. Fundó varias
re­vistas y fue redactor-jefe de varios periódicos, volcando en
centenares de escritos las riquezas de su mente y su sensibilidad. Pero
su impacto en el medio periodístico rebasó el ámbito profesional. Muchos
colegas encontraron en él a un confi­dente discreto, consejero
iluminado y amigo sincero, siempre dis­puesto a compartir penas e
infundir esperanza.
Defensor de judíos perseguidos
En
el año 1933 Adolfo Hitler obtuvo el poder en Alemania. En mayo de 1940
los nazis invadieron Holanda y comenzaron a apoderarse de la enseñanza y
la prensa católicas para someter al pueblo. Tito Brandsma, nombrado
entonces Asistente de la Unión de Periodistas Católicos, alzó
valientemente la voz para denunciar la persecución contra los hebreos de
las escuelas católicas y el atropello total de la libertad religiosa
por parte del nazismo. Los periodistas, animados por él, formaron un
frente común contra el enemigo.
Pronto
empezaron los arrestos de sacerdotes. El 26 de enero de 1941, los
obispos holandeses declararon que el nacional-socialismo era lo más
opuesto a la enseñan­za de la Iglesia Católica, y ello provocó una nueva
ola feroz de persecu­ción hacia católicos y judíos. Tito fue hecho
prisionero por la temible Gestapo el 19 de enero de 1942 y encerrado en
la celda 577 de la tristemente célebre prisión de Oranjehotel, donde se
encarcelaba a los combatientes de la resistencia. Allí pasó siete
semanas de terrible soledad. Sin embargo, para conservar su libertad, a
pesar del aislamiento, se trazó un plan diario de trabajo. Escribió
versos, comenzó una biografía de Santa Teresa de Ávila, redactó un Vía
Crucis y escribió dos pequeñas obras Mi celda y Cartas desde la cárcel.
El
12 de marzo le condujeron al campo de concentración de Amersfoort,
destinado a trabajar en los aserraderos. Un trabajo agotador para los
pri­sioneros, mal alimentados e insuficientemente equipados. Una
horrible tortura. A todos los sacerdotes presos les estaba
terminante­mente prohibido, bajo pena de duros castigos, realizar
cualquier acción de tipo espiritual, pero para Tito —hombre valiente y
enamorado de Dios— eso no era un obstáculo. Durante la Semana Santa se
reúne con varios presos a meditar sobre la Pasión de Cristo. Los demás
prisioneros le buscaban día y noche para encontrar a su lado consuelo y
recibir su bendición. Sigilo­samente les dibujaba la cruz en las manos,
oía sus confe­siones y asistía a los enfermos y moribundos.
Además
de católicos, entre sus compañeros de prisión, había personas de otras
confesiones religiosas, incluso agnósticos y ateos. Pasados los años,
varios de ellos dejaron testimonios de enorme admiración por él.
Hacer más fácil el perdón
Ante las quejas de los malos tratos, Tito apremiaba a los demás prisioneros a sobreponerse al odio y a rezar por sus verdugos:
— Reza por ellos — les decía una y otra vez.
— Sí, padre, le contestaban, pero eso es ….¡¡tan difícil..!!
Con
mucha comprensión y un poco de humor respondía Tito: —No te preocupes,
no tienes que hacerlo durante todo el día… También ellos son hijos del
buen Dios y quién sabe si algo queda en ellos…
Víctima
de la furia del odio, supo amar a todos. El Domingo de Pascua
comenzaron las ejecuciones de setenta y seis miembros del movi­miento
clandestino de Holanda. Durante más de una hora Tito y sus compañeros
tuvie­ron que contemplar el fusilamiento masivo de sus compa­ñeros. Tito
rezaba por ellos y se los hacía com­prender por señas, cruzando las
manos y mirando al cielo.
El 16 de
mayo de 1942 Tito fue transportado a Dachau, cerca de Munich. En este
campo de concentración vivían unos 110 mil prisio­neros, de los cuales
80 mil encontraron la muerte. Tito llegó a conocer toda la brutalidad de
régimen nazi: puñetazos, azotes con tablas y palos, pata­das y otras
torturas. Allí los sacerdotes católicos eran tratados como hombres de
segunda cla­se; en las tres barracas que formaban este bloque habría
aproximadamente 1600 eclesiásticos. En total se cal­cula que Hitler
llevó a la muerte aproximadamente a unos 4 mil sacerdotes católicos.
Los resentimientos son fruto amargo del orgullo
Tito
Brandsma fue terriblemente azotado una y otra vez. No se le permi­tían
descansos para reponerse de su debilidad. Aparte de su ure­mia
incurable, se le infectó un pie por el uso continuo de sandalias de
madera. En ocasiones, al terminar el día, sus compañeros tenían que
llevarle has­ta la barraca. Un sacerdote que le ayuda­ba con frecuencia,
recuerda: A pesar de todo conservaba ánimo y en medio de todas aquellas
miserias que nos ro­deaban por todas partes, nos llenaba el cora­zón de
alegría. Otro preso comentaba: Irradiaba un ánimo apacible y sereno.
Animaba
incansablemente a los compañe­ros de prisión: No hay que caer en el
odio. Tengamos paciencia. Estamos en un túnel oscuro, pero hay que
continuar cami­nando, al final la luz eterna nos rodeará. En este tiempo
recibe un trabajo más moderado, pero estaba tan débil que fue llevado a
una barraca para en­fermos. Se cuenta que su cuerpo ya moribundo,
acosta­do sobre un saco de paja, fue utilizado para infames
ex­perimentos bio­químicos que practicaban médicos nazis. Se le oía
decir: Señor, que no se ha­ga mi voluntad, sino la tuya. Después, era
tal su estado, que perdió el conocimiento. Eran las dos de la tarde del
26 de julio de 1942. Una enfermera le aplicó entonces una inyección de
ácido fénico que acabó con su vida. Más tarde, ella declaró que siempre
recordaría la mirada de este sacerdote y lo que esto significaba: —Tenía
compasión de mí. Después se convirtió al catolicismo. El cuerpo de Tito
fue incinerado y las cenizas arrojadas a la fosa común.
No
responder al odio con el odio, sino con el amor. Quizás sea ésta una de
las mayores pruebas de las fuerzas morales del hombre. Tito Brandsma
salió vencedor de esta prueba[1]. En tantos ambientes donde lo
tristemente habitual es tratar a las personas con la única y pobre
medida del gusto, de las simpatías, o de los rencores y antipatías, la
lección de Tito Brandsma es atractiva, actual y fuerte.
Cuántos
viven amargados o hasta rabiosos —a veces durante semanas, años o toda
una vida— por pequeños resquemores y tontas enemistades que tienen, a
veces, una base real, pero casi siempre ridícula. Algo que han hecho,
dicho, o “dicen que dijeron”. Una broma inoportuna. Una frase indirecta.
Una ceja levantada a destiempo, un gesto poco feliz, una llamada de
atención que parecía exagerada o el tonito de la voz, un poco golpeada.
Sentirse y quedarse herido porque no se les saluda como esperaban, o
—como se dice en México— los vieron feo. Detrás de esos resentimientos
sólo se oculta un orgullo de muchos kilates que no se quiere reconocer.
Y, como hay que justificarlo elegantemente, se dice: …. —Es que no me
han tratado con la dignidad y respeto que merezco… cuando la única
explicación es que se tiene un corazón muy pequeño, mezquino,
intolerante, lleno de sí. Cuando hay un desplante fuera de tono, o
dejamos de hablar a alguien, o hay gritos de por medio, es muestra de
que así ocultamos nuestras propias debilidades y falta de carácter; y
pretendemos impresionar con una fuerza que no tenemos: la del propio
dominio. Aunque la comparación sea poco afortunada, tiene buena
sustancia lo que decía un admirador y buen conocedor de los perros: la
mayoría de ellos ladran no por bravos y mordelones, sino porque tienen
miedo al entorno y a los transeúntes. Por débiles.
Tito
Brandsma nos recuerda que para ser profundamente humanos no se han de
guardar en la memoria una lista de daños y “agravios” que los demás nos
hacen o pensamos que nos hacen…. Tito, que sí ha sufrido vejaciones e
injusticias terribles, no quiere recordarlas, ni se siente enemigo de
nadie. Sabe olvidar, tolerar, perdonar heroicamente.
Retener
o alimentar rencores, aunque sean pequeños, hace más daño que un virus
mortal. Cuando el orgullo se mete, es capaz incluso de quebrar para
siempre el gran afecto que han tenido hermanos entre sí, o hacia sus
padres: o entre amigos, novios, matrimonios, familias enteras y barrios.
Crecen como fuego devorador las rencillas, que luego alimenta la
gasolina de las envidias y los más graves odios. Y se dan lo mismo entre
personas como entre pueblos, ciudades, países o continentes. No es otra
la razón última que explique el porqué de muchas guerras: nuestro
antiguo, mezquino y barato orgullo. Y es que la raíz de todo se remonta a
los orígenes del planeta donde estamos. No olvidemos que la primera
persona que odió a otra en toda la historia del mundo se llamaba Caín,
quien discriminó y mató a su buen hermano Abel por puritito
resentimiento.
Es mejor perdonar,
darse la mano y olvidar. Lo otro no arregla nada. Se ve que la humanidad
no ha cambiado mucho: hace trescientos años un famoso escritor decía
que el ser humano, para ser perfecto, necesitaría tener en la cabeza una
chimenea por donde pudieran salir todos los humos que se nos suben al
cerebro, sobre todo cuando nos vamos haciendo mayores [2].
El amor volverá a ganar al mundo entero
Un
pastor protestante decía de Tito: Nuestro querido hermano en Cristo es
realmente ¡¡un misterio de la gracia!!. Esto es lo que explica qué había
en el alma de aquél hombre que le impulsó a vivir y amar a todos con
tanto ánimo y perdonar con tanta sinceridad: era el despliegue cada vez
más manifiesto de la gracia de Cristo. Este era el secreto de su entrega
total hacia los demás, la fuente de su honda y fresca caridad. Tito
sabía que todo se lo debía a la gracia, a la vida divina que actuaba en
él. Las palabras de Cristo: Sin Mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5), eran
el principio orientador de su vida cotidiana.
En
sus propias palabras, Tito dejó por escrito su ilimitado amor y
capacidad de querer. En ellas descubrimos la profundidad de su alma ante
el ambiente de odio —difícil de igualar— que sufrió durante los últimos
años de su vida: Aunque el neopaganismo no quiera más el amor, el amor
volverá a ganar el amor de los paganos. La práctica de la vida lo hace
ser siempre de nuevo una fuerza victoriosa, que conquistará y mantendrá
li­gados los corazones de los hombres.
[1] Juan Pablo II, Homilía en la Beatifcación de Tito Brandsma, 3 de noviembre de 1985
[2] Baltasar Gracían, El Criticón, Madrid, 1984.
AUTOR: P. Rafael Arce Gargollo
TOMADO DE: www.encuentra.com

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