lunes, 27 de febrero de 2017

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Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 3 de septiembre de 2002

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Cultura
REPORTAJE /DELINCUENCIA Y FORMAS DE ENFRENTARLA EN LA HISTORIA

En el siglo XIX hasta los clérigos iban armados en la ciudad de México

En 1872 uno de cada 10 capitalinos era delincuente, según el gobernador

El tema ha sido registrado en innumerables crónicas en las que se relatan las ejecuciones públicas y la necesidad de salir acompañado o armado para defenderse de los criminales. También destacan a uno de los personajes más famosos de la ciudad: el sereno, quien se encargaba de conservar la tranquilidad mientras los ciudadanos dormían

JORGE LEGORRETA ESPECIAL

Si algo ha caracterizado a nuestra ciudad a lo largo de su historia, ha sido la inseguridad. No existe crónica que no haga referencia, por superficial que sea, a la violencia pública que se ha vivido desde hace siglos en esta capital. Los cuerpos de seguridad y las formas de impartir la justicia han cambiado radicalmente con el paso del tiempo. Cada virrey, presidente, gobernador y regente en turno ha plasmado en la memoria urbana sus maneras de enfrentar ese problema, que invariablemente se agrava con las crisis económicas en periodos de inestabilidad política.

La pena de muerte y portación de armas para defenderse, propuestas que hoy encienden la polémica, cuando eran actos cotidianos en siglos pasados. Demos paso a relatar algunos pasajes de nuestra historia sobre la inseguridad.

Ejecuciones públicas

Durante los siglos XVIII y XIX, dar muerte a simples ladrones en actos públicos era cosa común. Don José Iturriaga consigna dos ejecuciones narradas por célebres viajeros de ese entonces. La primera de 1697, del italiano Juan Francisco Gemmelli Carreri, quien relata la muerte de cinco ladrones, algunas mujeres, en la horca: ".... según la costumbre, llevaban vestido cada uno un hábito blanco, de lana, y puesto en la cabeza un birrete marcado con la cruz de la cofradía de la Misericordia. Se usa allí tirar de los pies a los condenados a la horca con una cadena de hierro que llevan consigo cuando van camino al patíbulo. A otro ladrón le dieron, bajo la horca, 200 azotes en la espalda y después fue sellado con un hierro ardiendo. Fueron azotadas tres mujeres por bribonas, y después, conducidas bajo la horca, se les untó bastante miel sobre las espaldas y se les cubrieron éstas con plumas para ignominia".

EjecucionLegorretaLa segunda ejecución narrada data de 1823. La relata William Bullock y ocurre en presencia de sacerdotes y religiosos frente a la iglesia de la Santa Veracruz: "Los criminales fueron atados y montados en sendos asnos y vestidos con túnicas blancas.... Las damas se arrodillaban al paso de los prisioneros.... a la vista, una elevada horca con un patíbulo bajo de ella, sobre la cual estaban dos maderos verticales con asientos. El verdugo puso (en) sus cuellos un cerrojo circular. Los cerrojos fueron apretados mediante tornillos, lo que permitió terminar en pocos segundos el sufrimiento de los reos... retirados del garrote, se les ató una soga alrededor del cuello y fueron izados (y) expuestos por un corto tiempo... uno de los clérigos pronunciaba un impresionante sermón... al terminar, la multitud se dispersó silenciosamente (y) los cuerpos fueron colocados en ataúdes y entregados a sus amigos".

Secuestros

El 27 de junio de 1872 un acaudalado ciudadano de nombre Juan Cervantes fue plagiado a las 11 de la noche frente al hotel Gillow (ubicado en lo que hoy son 5 de Mayo e Isabel la Católica) y posteriormente asesinado. Uno de los secuestradores era español y fue deportado como vago pernicioso. Los otros dos eran mexicanos y fueron condenados a muerte. Se les fusiló frente a la casa donde se cometió el crimen. (Crónicas de Salvador Novo, Un año hace un año, editorial Porrúa, pág. 46.)

Ciudadanos armados

En el pasado llevar armas para defenderse de los delincuentes y criminales era, igualmente, cosa común. Mathieu de Fossey, otro viajero europeo narra por ahí de 1835 que "...no se podía ya salir a caballo.... sin estar expuesto a verse despojado, llegando el caso de tener que conquistar su paseo pistola en mano. Con la impunidad multiplicábanse los asesinatos y los robos a todas horas del día en el interior de la ciudad.... llegaba al colmo el terror de los vecinos; pero apenas hubo la justicia manifestado un poco de rigor... se vieron cesar los crímenes y se pudo, sin temor, transitar hasta muchas leguas a la redonda". (Viaje a México, 1844, Miranda Viajera, CNCA, pág 147.)

Incluso era costumbre salir acompañado obligatoriamente de sirvientes, que hacían el papel de guardespaldas. Franz Mayer en sus famosas cartas dice: ".... os he dado a entender, en repetidas ocasiones, lo extremadamente peligroso que es el salir fuera de las puertas de la ciudad solo o sin armas... rara vez irá un extranjero a caballo hasta Tacubaya sin ponerse las pistolas al cinto y llevar tras sí un sirviente de confianza". (México, lo que fue y lo que es, 1844, pág 206.)
ElSerenoLegortreta
Clérigos, sacerdotes, monjes no escapaban de las miras delictivas y, por tanto, transitaban armados como cualquier otro ciudadano. Claudio Linati, artista italiano plasmó en una histórica acuarela del siglo XIX a un monje, procurador de la orden de la Merced, a caballo y con un sable al cinto, dice: "No debe uno sorprenderse si se le ve un sable debajo del hábito religioso. No emprende uno nunca un viaje más allá de las puertas de la capital sin tomar la precaución de armarse. Los caminos están con frecuencia infestados de bandidos, que a pesar de sus escapularios y rosarios alzan su mano sacrílega sobre los ministros del altar". (Acuarelas y litografías, Inbursa, pág. 88.)

El sereno, guardián municipal

Uno de los personajes más típicos de la ciudad, desaparecido durante los años precedentes a la revolución, fue un policía muy aceptado y querido por la población llamado El sereno. Este guardián del orden civil transitaba las calles exclusivamente por la noches acompañado de un fiel canino, generando mayor confianza en la población. La gente dormía más tranquila pensando que El sereno pasaba por lo menos una vez por su calle.

Cuando empezaba a atardecer, cuando el sol se ocultaba por ahí de las seis de la tarde, desde todos los barrios de la ciudad, cuenta Linati, ".... los serenos confluyen en el palacio municipal y, formados en batería, presentan un frente de cien linternas por lo menos para pasar la inspección de sus jefes y recibir instrucciones. Su misión, como la de los Watchmen de Londres, consiste en dar la alarma en caso de incendio, acompañar a los extranjeros extraviados a sus moradas o bien a quienes la ebriedad ha hecho perder la razón; en fin, arrestar a los que perturban la paz pública y conducirlos al cuerpo de guardia hasta nueva orden... el poco caso que el pueblo bajo hace de (estos) magistrados civiles los obliga a hacerse de un perro, fiel explorador de todo peligro nocturno". (Idem, pág. 98.)

Estadísticas

En 1872 el gobernador del Distrito Federal, don Tiburcio Montiel, argumentaba en sus informes que las estadísticas criminales eran realmente alarmantes durante los dos primeros años de su gobierno "....ingresaron a la cárcel 23 mil 813 reos, de los cuales 13 mil 34 fueron hombres y 7 mil 779 mujeres... (que) representa el 10.5 por ciento de la población, y este censo del crimen no lo dan tan alto ni Londres ni Italia, que son los puntos adonde tanto pululan los delincuentes" (Salvador Novo, Un año hace ciento, ed. Porrúa, 1973, pag. 46.)

La corrupción de personajes legendarios

Durante la sexta y séptima década del siglo XIX apareció en la escena pública de la ciudad de México un peculiar personaje llamado Jesús Arriaga, conocido popularmente como Chucho el Roto; este célebre delincuente, convertido por el pueblo en el Robin Hood mexicano, protagonizó múltiples escapatorias gracias a la corrupción reinante entre las fuerzas de seguridad de aquel entonces.

Según Salvador Novo, fue el principal azote de la ciudad durante los años del gobierno de Juárez, quien había designado gobernador del Distrito Federal a don Tiburcio Montiel, gran político que gustaba de hacer recorridos nocturnos para enfrentar directamente a la delincuencia. Montiel se refiere a Chucho el Roto como una persona "...notable por el lujo que gastaba en su persona, pues siempre iba vestido con trajes decentes y llevaba sortijas y alfileres de brillantes de gran precio... burlaba a la justicia cohechando con dádivas de consideración a los agentes encargados de aprehenderle. Para evitar la acción de la policía y asegurarse la impunidad de sus crímenes numerosos, en marzo último dio 200 pesos a un agente.... y a otro un reloj de cien pesos y un billete de banco de 50. Para todos los trabajos de instrumentos, ganzúas, ruiseñores, palancas, tornillos de fuerza y demás objetos de que se servía, tenía contratado a un hábil herrero, quien por estar pagado pródigamente o tal vez por el temor que le inspiraba, guardaba una profunda reserva respecto de El Roto, y contribuía eficazmente a facilitar la perpetración de los robos más notables". Jesús Arriaga fue aprehendido y encarcelado el 10 de octubre de 1873, cuando gobernaba el Distrito Federal don Joaquín Othón Pérez y era presidente de la República don Sebastián Lerdo de Tejada, sucesor de Benito Juárez.
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