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La Batalla por Madrid 1936 -1937: Jarama, la Coruña, Guadalajara
13/03/2012
España, Guerra Civil Española, Siglo XX
La
batalla por Madrid ha quedado en la memoria colectiva e historiográfica
de la guerra civil española como uno de sus momentos más dramáticos. En
las batallas del ciclo de Madrid (la de la carretera de La Coruña, la
del Jarama, la de Guadalajara) se jugó tanto la suerte de la capital
como la del bando republicano. Al grito de “¡No pasarán!” se movilizaron
las fuerzas populares nacionales e internacionales para combatir contra
el levantamiento fascista durante el largo invierno de 1936-1937.
batalla por Madrid ha quedado en la memoria colectiva e historiográfica
de la guerra civil española como uno de sus momentos más dramáticos. En
las batallas del ciclo de Madrid (la de la carretera de La Coruña, la
del Jarama, la de Guadalajara) se jugó tanto la suerte de la capital
como la del bando republicano. Al grito de “¡No pasarán!” se movilizaron
las fuerzas populares nacionales e internacionales para combatir contra
el levantamiento fascista durante el largo invierno de 1936-1937.
El inicio de la ofensiva sobre Madrid
A comienzos de noviembre de 1936 se hizo evidente que el alto mando
republicano había fracasado en su intento de contener el avance de las
fuerzas rebeldes que avanzaban hacia Madrid desde Sevilla. Su estrategia
defensiva en puntos clave había resultado infructuosa al carecer el
bando republicano de un verdadero ejército. Los milicianos que formaban
la mayor parte de las tropas republicanas eran incapaces de mantener el
orden de batalla en campo abierto. Sin embargo, tampoco en el bando
franquista reinaba la eficacia. Las columnas africanas tenían graves
deficiencias, pero constituían un ejército encuadrado. Organizadas a la
manera de una antigua tropa colonial, tenían una gran movilidad táctica y
guardaban el orden de combate tanto en la ofensiva como en la
defensiva. Disciplinados, resistentes y feroces, los legionarios y moros
cumplían las órdenes más despiadadas con una eficacia que les hacía muy
superiores en el combate ofensivo a las improvisadas fuerzas
republicanas.
El sistema de combate empleado en la guerra civil fue muy arcaico,
debido a que los militares españoles no habían tenido oportunidad de
renovar sus conocimientos de táctica con las innovaciones introducidas
durante la I Guerra Mundial. Los generales franquistas ordenaban el
ataque utilizando la formación en columnas mixtas, independientes entre
sí pero a las órdenes de un mismo jefe. Era ésta una táctica que se
había empleado con éxito contra los rebeldes marroquíes y que resultaba
eficaz en una guerra de guerrillas, pero arcaica en el contexto de una
contienda total. Las columnas mixtas atacaban por varios puntos
distintos y, si el frente formaba una sola línea, conseguían romperlo
con facilidad. También los militares fieles a la República se habían
formado en la guerra colonial, por lo que tanto su ataque como su
defensa se basaba en este esquema elemental.
Madrid se había convertido en el objetivo ineludible del avance
franquista hacia el norte. Los republicanos habían conseguido apenas
ralentizar el progreso de los rebeldes, pero no habían logrado vertebrar
una línea de defensa organizada. Los milicianos combatían con
entusiasmo revolucionario, pero sin encuadramiento ni disciplina, y los
contraataques republicanos eran desastrosos. A principios de noviembre
de 1936 se había formado un nuevo gabinete de gobierno, presidido por el
socialista Largo Caballero y en el que se dio cabida a los anarquistas
de la CNT-FAI, en un intento de aunar esfuerzos contra el avance
fascista. Ni Largo Caballero ni el presidente de la República, Manuel
Azaña, creían en la posibilidad de salvar Madrid por las armas. El
gobierno consideró que la capital no era fundamental desde el punto de
vista estratégico y que su defensa agotaría buena parte de los recursos
republicanos. La voluntad del gobierno era continuar la lucha desde
posiciones más ventajosas por lo que se trasladó a Valencia. Sólo los
anarquistas creían que el gobierno debía permanecer en la posición
central, en Madrid, a pesar del esfuerzo que supondría su defensa.
Finalmente, el 6 de noviembre Largo Caballero nombró al general Miaja
máxima autoridad militar y política de la defensa de la capital y el
gabinete abandonó Madrid con destino a Valencia.
El
subsecretario de Guerra, Asensio Torrado, reunió a los generales Pozas y
Miaja para darles las órdenes de defensa de acuerdo a las instrucciones
dejadas por Largo Caballero. La precipitación con que se hicieron las
cosas en aquellos días hizo que los sobres dirigidos a ambos generales
estuvieran equivocados y sólo una coincidencia permitió que llegaran a
sus correctos destinatarios. El plan previsto por Largo Caballero dejaba
a Pozas como jefe del Ejército del Centro, con cuartel general en
Tarancón, a 80 kilómetros de Madrid y en la línea de comunicaciones con
Valencia. Madrid quedaba como una posición dependiente de este frente y
se encomendaba su custodia al general Miaja, con órdenes de organizar
una Junta de Defensa para coordinar a las distintas instituciones leales
de la capital. Con ello el gobierno abandonaba Madrid a su propia
suerte.
subsecretario de Guerra, Asensio Torrado, reunió a los generales Pozas y
Miaja para darles las órdenes de defensa de acuerdo a las instrucciones
dejadas por Largo Caballero. La precipitación con que se hicieron las
cosas en aquellos días hizo que los sobres dirigidos a ambos generales
estuvieran equivocados y sólo una coincidencia permitió que llegaran a
sus correctos destinatarios. El plan previsto por Largo Caballero dejaba
a Pozas como jefe del Ejército del Centro, con cuartel general en
Tarancón, a 80 kilómetros de Madrid y en la línea de comunicaciones con
Valencia. Madrid quedaba como una posición dependiente de este frente y
se encomendaba su custodia al general Miaja, con órdenes de organizar
una Junta de Defensa para coordinar a las distintas instituciones leales
de la capital. Con ello el gobierno abandonaba Madrid a su propia
suerte.
Se hicieron los preparativos para
la defensa de la ciudad. Miaja instaló su puesto de mando en los sótanos
del Ministerio de Hacienda y nombró jefe del Estado Mayor al comandante
Vicente Rojo, hombre sin apenas experiencia bélica pero con amplios y
modernos conocimientos teóricos.
Las tropas de defensa de la ciudad no podían ser más heterogéneas.
Sólo la llegada de las primeras ayudas militares soviéticas daba a la
masa armada fiel a la República un cierto aire de ejército. Los
franquistas contaron con ayudas extranjeras mucho antes que los
republicanos y ya en agosto del 36 llegaron los primeros tanques
italianos, que ahora se hallaban en el frente madrileño junto a los
alemanes Krupp Panzerkampfwagen. Los tanques soviéticos tenían mayor
potencia de fuego y mayor resistencia, pero fueron deficientemente
utilizados por el mando republicano y tendrían poco peso en la decisión
de los combates. En el aire sí hubo cambios significativos. A principios
de noviembre los cazas alemanes Heinkel 51 y los italianos Fiat CR 32
se habían enseñoreado del cielo de la ciudad, mientras que los
anticuados Nieuport 52 republicanos se batían en retirada. El día 3
llegaron los primeros Polikarpov 1-15 soviéticos, a los que se dio
popularmente el nombre de chatos. Así se inició una igualada batalla por
el espacio aéreo sobre la capital.
Todavía el día 6 Miaja desconocía el total de sus efectivos. Nadie
sabía cuántos hombres y mujeres armados participaban en la defensa de
Madrid. La ciudad estaba llena de refugiados de otras provincias, muchos
de los cuales se unieron a las milicias. Quedaban en Madrid algunas
tropas de unidades regulares (Guardia de Asalto, Guardia Nacional
Republicana y Carabineros) junto a los milicianos que representaban el
grueso de las tropas. El comandante Rojo calculó que en total dispondría
de unos quince o veinte mil hombres, la mayoría sin ningún
entrenamiento militar.
Tampoco se conocía con certeza dónde operaban las distintas fuerzas
republicanas. Las columnas, la artillería y los servicios estaban
distribuidos por la ciudad sin orden ni concierto. Se conocía de forma
aproximada dónde estaban las columnas mandadas por Escobar, Mena, Galán,
Bueno y Líster, pero no había coordinación entre ellas ni tropas de
reserva. Mientras tanto, en los suburbios millares de personas se
afanaban en construir toscas e insuficientes fortificaciones.
El ejército franquista que avanzaba sobre Madrid no era muy numeroso:
quizás unos quince mil hombres, pero encuadrados y disciplinados. El
núcleo esencial de las tropas lo constituían los legionarios y regulares
moros, las mejores tropas de choque del ejército español. Contaban con
escasa artillería y de poco calibre.
La defensa de Madrid
El ataque sobre Madrid se planeó también siguiendo directrices
militares anticuadas. Para penetrar en el interior de la ciudad los
franquistas tendrían que salvar el foso del Manzanares que, aunque casi
seco, militarmente era un serio obstáculo por estar canalizado entre los
puentes de la Princesa y de los Franceses. Como las tropas marroquíes
carecían de un servicio de pontoneros eficaz, se pensaba entrar en
Madrid por las carreteras y puentes ferroviarios, siguiendo la táctica
de las columna mixtas. El general José Varela mandaba las columnas, que
dispuso de forma que entraran en la ciudad por cada uno de sus puentes.
Las fuerzas quedaron así divididas para atacar de forma más o menos
simultánea, cada columna empleando su propia artillería, y con escasa
reservas, por lo que el mando franquista no podía esperar que
fructificase un ataque en profundidad.
Esta táctica ilustra con qué insensata audacia encaraba Franco la
ofensiva sobre Madrid. Después de los continuos reveses sufridos por el
ejército republicano, el mando rebelde pensaba que Madrid caería con
facilidad. Franco permitió que cada jefe de columna penetrara en la
ciudad casi por su propia cuenta, siguiendo un plan establecido pero con
posibilidades de coordinación muy limitadas y una artillería que se
reducía a nueve baterías de 105 y 115 mm. El juego de columnas no era
efectivo en una ciudad de tan amplio perímetro como Madrid.
En cambio, Rojo, debido quizás a la desconfianza en su propia
experiencia, buscó soluciones de manual a la desesperada defensa de
Madrid. Intentó centralizar la dirección de las operaciones, mantener el
control sobre todas las unidades y el material para sacar el mayor
provecho a sus pocos recursos. Le ayudó la imprudencia de los
franquistas: el 7 de noviembre un oficial de carros italiano moría en
primera línea del frente, llevando encima el plan de operaciones
completo. Aunque no se especificaba la fecha, por las indicaciones se
colegía que se trataba del plan dispuesto para el día siguiente, de modo
que Rojo contó con cierta ventaja.
La maniobra de Varela respondía a una idea muy estereotipada: el
principal cuerpo de ataque entraría en Madrid por la Casa de Campo y el
Parque del Oeste, mientras otro secundario atacaría desde el sur en una
maniobra de diversión. La organización de las tropas respondía al
tradicional esquema de las columnas autónomas. Las situadas en el sur
avanzarían sobre los puentes de Segovia, Toledo y la Princesa para
distraer a los republicanos, mientras que, por el frente oeste, la
ofensiva principal penetraría por la carretera de La Coruña y Ciudad
Universitaria, el puente de los Franceses y el ferroviario. La acción
principal era, pues, frontal, siguiendo un esquema muy simple, apenas
arropada por la artillería y careciendo de verdaderas reservas en la
retaguardia.
Rojo tomó medidas de urgencia para salvar la situación del día 8,
conociendo ya los planes del enemigo. Ordenó mantener una resistencia a
ultranza en la Casa de Campo, mientras se atacaban los flancos de las
columnas franquistas, con particular violencia en la carretera de La
Coruña, que era el punto más débil por ser el más abierto. Rojo alineó
reservas, aunque sin apenas armas, en las cercanías del puente de Toledo
y en Ciudad Universitaria, con el fin de enviar refuerzos allí donde el
desarrollo del combate lo hiciera necesario (contaba con que estos
refuerzos sólo podrían armarse utilizando los fusiles de los muertos y
heridos). Faltaban mecanismos para organizar el reclutamiento forzoso,
de modo que se realizó una movilización espontánea, alentada por el
entusiasmo de la lucha contra el fascismo y el fervor revolucionario de
los primeros días de la guerra. La propaganda de las fuerzas políticas y
sindicales antifranquistas había sido muy intensa. Desde el mes de
octubre circulaban consignas como No pasarán o Hagamos de Madrid una
fortaleza inexpugnable y la respuesta de la población fue sin duda la
clave de la resistencia de Madrid.
El día 7 llegaron a Madrid los primeros contingentes de las Brigadas
Internacionales, cuya incorporación al frente se había acelerado por la
desesperada situación militar. Los tres primeros batallones de
brigadistas se agruparon en la 11ª Brigada, mandada por Lazar Stern,
“general Kleber”, un antiguo capitán del ejército austrohúngaro y
militante comunista. Rojo destinó a la 11ª Brigada a la defensa de la
Casa de Campo, ya que el ejército republicano carecía de otras fuerzas
de choque.
Los franquistas iniciaron su ofensiva por los puentes de Toledo y
Segovia, que fueron atacados por las columnas mandadas por Barrón y
Tella. El foso del Manzanares y la resistencia desesperada de los
combatientes republicanos impidió que los franquistas llegaran a la
orilla opuesta. El ataque principal en la Casa de Campo fue también
neutralizado. Intervinieron en este frente tres columnas franquistas
mandadas por Asensio, Castejón y Delgado Serrano, a las que se opusieron
otras tres columnas republicanas que consiguieron mantener sus
posiciones defensivas. El ataque, apoyado por una artillería muy escasa,
resultó una sangría inútil. El Estado Mayor franquista no había
valorado los problemas que presentaría la conquista de una ciudad tan
extensa como Madrid. Los defensores se parapetaron en los edificios de
los barrios periféricos, desde los que dominaban las afueras. Por otra
parte, la red de transporte urbano, que siguió funcionando, permitía el
traslado eficaz de un extremo a otro de la ciudad a las tropas de
reserva republicanas y una cierta coordinación de las operaciones.
La Junta de Defensa republicana coordinaba la retaguardia con
eficacia. Por vez primera desde el inicio de la guerra, se movilizaron
todos los recursos republicanos. La 11ª Brigada Internacional, que
apenas contaba con dos mil hombres, era demasiado pequeña como para
mantener el peso de la defensa, pero estaba bien equipada, sabía
mantener la disciplina y su presencia infundía ánimos a los milicianos
españoles. Llegaron otros refuerzos desde la sierra y se esperaba la
llegada de apoyos desde Cataluña. Se coordinaron los transportes, la
sanidad, el municionamiento y la propaganda. Ello hizo posible la
resistencia de Madrid.
Los primeros cinco días de la batalla fueron de combates
encarnizados. Los asaltantes avanzaban con gran lentitud. El día 13
tomaron el cerro de Garabitas, que fortificaron y utilizaron como
observatorio y base de artillería. Mientras tanto, en el aire se
desarrollaba una batalla paralela igualmente dura. La llegada de los
aviones soviéticos había establecido el equilibrio en el aire y el día
11 la aviación republicana destruyó buena parte de los aparatos alemanes
que tenían su base en Ávila. Dos días después se inició la primera
batalla aérea sobre Madrid, en la que se enfrentaron los Fiat y Henkel
franquistas con los 1-15 republicanos. Los combates se prolongaron
durante tres días y se saldaron con la victoria republicana gracias a la
llegada de los Polikarpov 1-16 soviéticos (llamados moscas por los
republicanos y ratas por los franquistas). Pronto sin embargo la
Alemania nazi envió nuevos y potentes refuerzos a los franquistas:
tropas, aviones y pertrechos que serían la base de la Legión Cóndor.
El general Varela, jefe de las operaciones franquistas, mantuvo su
plan de acción, a pesar de haber quedado éste frustrado por la
resistencia republicana. Mantuvo la ofensiva apoyándose en los
bombardeos que vertían fuego sobre Madrid. Por su parte, los
republicanos trataban de resistir a la desesperada: el día 13 entró en
combate la 12ª Brigada internacional, de forma tan improvisada que
fracasó por completo. Escaseaban la munición y las armas, los hospitales
estaban desbordados y se empleaba toda clase de artilugios para
sustituir a la artillería.
El alto mando republicano proyectaba que el Ejército del Centro
mandado por Pozas realizara una gran contraofensiva para romper la
retaguardia franquista, con la intervención de varias unidades que se
encontraban en el fragor de la defensa de Madrid, a lo que se oponían
decididamente Miaja y Rojo. Los efectivos republicanos antifranquistas
se habían reforzado con la llegada desde Cataluña de dos nuevas
columnas, una de ellas al mando del líder anarquista Buenaventura
Durruti. La llegada de Durruti fue una inyección de moral para los
resistentes, debido al prestigio y carisma de este célebre
anarcosindicalista. Sin embargo, pronto comenzaron sus desavenencias con
el mando republicano, que le instaba a entrar de inmediato en combate,
mientras Durruti esperaba poder reorganizar sus efectivos y evaluar la
situación antes de salir a la línea de fuego.
La Ciudad Universitaria fue escenario de sangrientos combates durante
los días 15, 16 y 17 de noviembre. Un contraataque planeado por Rojo
para conquistar el cerro de Garabitas fracasó y la subsiguiente
contraofensiva franquista consiguió cruzar el Manzanares y penetrar en
la Ciudad Universitaria a través del sector que controlaba Durruti,
cuyas fuerzas se replegaron (este hecho ha sido a menudo utilizado con
fines propagandísticos para desprestigiar la memoria del líder
anarcosindicalista y desvalorizar el papel de las milicias anarquistas
en la defensa de Madrid). El ataque franquista conquistó una estrecha
franja de terreno que en los días siguientes se intentó ampliar sin
éxito, mientras sobre Madrid arreciaban las bombas de la aviación
italoalemana y la población civil se refugiaba masivamente en los
túneles del Metro. En el Hospital Clínico se combatió piso por piso y
habitación por habitación. El día 19 regresó al frente Durruti, que
había sido apartado temporalmente por Miaja. El anarquista murió al día
siguiente en extrañas circunstancias mientras dirigía el ataque al
Clínico.
El día 22 los republicanos consiguieron frenar un nuevo ataque
franquista mandado por Barrón. La batalla comenzaba a languidecer,
irresoluta. Era evidente que el ataque frontal a Madrid planeado por
Franco había fracasado, y así lo reconoció el generalísimo cuando se
reunió con los mandos superiores de su ejército el 23 de noviembre en la
localidad madrileña de Leganés.
Al día siguiente, los republicanos emprendieron un contraataque en
Pinto sin que los franquistas respondieran. La situación se había
estancado en todos los frentes. Madrid era asediada por el oeste y el
sudoeste. Al noroeste los rebeldes habían penetrado en la Ciudad
Universitaria, pero estaban a punto de ser desalojados de sus
posiciones, cortadas las comunicaciones con sus bases. En las afueras
los republicanos realizaban esforzadas tareas de fortificación, a pesar
de la falta de cemento. Los barrios periféricos, abandonados por sus
habitantes, eran escenario de sangrientos combates mientras en el centro
los cafés y teatros estaban repletos de gente. Las autoridades
madrileñas habían conseguido mantener el orden público y la muy numerosa
quinta columna había sido en gran medida desbaratada por la Junta de
Defensa.
Los bombardeos continuaban. Esta táctica de fuego masivo respondía al
interés de los militares alemanes en conocer su efectividad en el
ataque a grandes urbes, con vistas a la contienda que se preparaba en
Europa. Madrid fue la primera ciudad de la historia bombardeada de forma
sistemática y sostenida, aunque los medios empleados eran escasos en
comparación con la extensión de la urbe. El fuego alemán no disuadió a
los madrileños en su empeño de resistir y se trabajó incesantemente para
la recuperación de materiales, transporte y fabricación de armamento
gracias a las fuerzas voluntarias de la llamada brigada stajanovista. La
principal carencia era de munición de fusil, por lo que se procuraba
recoger todos los casquillos vacíos para volver a cargarlos. Faltaba
también la comida, ya que no era posible articular el abastecimiento de
la ciudad y el hambre se enseñoreaba del frente y de la población civil.
Se avanzó también en la organización del recién creado ejército
republicano: se crearon cuatro batallones de infantería, con su propia
artillería y servicios. Los milicianos fueron poco a poco encuadrándose
en la disciplina militar. Aplazada la revolución que había enfervorizado
a buena parte del pueblo español, se presentaba ahora la dura realidad
de la pura supervivencia, prioritaria a cualquier otro fin, al tiempo
que se hacía evidente que la guerra sería larga.
La batalla de Madrid significó la internacionalización de la guerra
civil española. El resto de frentes se nutría de los recursos españoles,
por lo que permanecía estancado, pero en el de Madrid se concentraron
las ayudas extranjeras. A comienzos de noviembre los alemanes comenzaron
a organizar la Legión Cóndor, una unidad muy tecnificada formada por
aviación, artillería antiaérea y carros de combate y cuyo mando en el
aire no dependía de los generales españoles. Las tropas que la
componían, más de 5.000 hombres, llegaban encuadradas en unidades
tácticas listas para entrar en combate. Fue ésta una ayuda esencial para
el ejército franquista, un elemento definitivo en aquel conflicto
primitivo. Los alemanes enviaron también oficiales de instrucción
militar que convirtieran en oficiales a los soldados franquistas con
estudios. En el aire las fuerzas italoalemanas eran fundamentales y sus
oficiales actuaban con independencia de los mandos españoles, pero en
tierra éstos no permitían injerencias de sus aliados y llevaban a la
práctica una guerra anticuada y conservadora, con procedimientos de
combate toscos.
Ante el fracaso de la ofensiva frontal contra Madrid, Franco decidió
cambiar de táctica. A fines de noviembre el mando republicano se
empeñaba en resistir a ultranza, en construir fortificaciones y en
contraatacar cada avance franquista. Los milicianos tejieron en la
capital una red de reductos y trincheras que les permitía llevar a cabo
una guerra de emboscadura efectiva para la defensa de la ciudad. Rojo
intentaba además mantener un cuerpo de reserva para intervenciones
urgentes, una medida básica pero ceñida a los planteamientos modernos de
la guerra.
La lucha cesó durante tres semanas, después de que Franco diera orden
de poner fin al asalto frontal. A fines de noviembre, cuando se hizo
evidente que Madrid había resistido, el gobierno de Largo Caballero
quiso recuperar su control sobre la capital, eliminando la autonomía del
general Miaja y de la Junta de Defensa. El día 30 la Junta fue disuelta
y reorganizada con el nombre de Junta Delegada de Defensa de Madrid.
Esta nueva Junta continuó en lineas generales la actuación de la
anterior y no tuvo un peso decisivo en las operaciones militares.
Madrid seguía siendo el objetivo predilecto del general Franco, por
lo que éste decidió emprender su asedio. Ordenó crear una división con
tropas traídas de zonas de conflicto más tranquilas y con las tropas
africanas que habían participado en los combates por Madrid. Franco
quería cortar las comunicaciones vitales para la ciudad. Entre Madrid y
la sierra el principal camino era la carretera de La Coruña. Pero era la
carretera de Valencia el verdadero cordón umbilical de Madrid: por allí
llegaban los suministros y se efectuaban las evacuaciones. La maniobra
más sencilla era el corte de la carretera de La Coruña y fue el plan
elegido por Franco, poco dado a florituras tácticas.
La batalla de la carretera de La Coruña.
Madrid
estaba rodeado por el norte, con las tropas franquistas del general
Mola ocupando los puertos de la sierra, aunque sin capacidad para
avanzar. En el sudoeste las tropas africanas ocupaban la Casa de Campo.
Las columnas de Asensio, Barrón y Delgado Serrano resistían parapetadas
en los edificios de la Ciudad Universitaria. La decisión de atacar por
la carretera de La Coruña no sólo respondía a la necesidad de cortar las
comunicaciones de la capital con la sierra, sino también a la urgencia
de aliviar la situación de las tropas africanas encerradas allí.
La batalla se inició al oeste de la Casa de Campo. A medio camino se
encontraba Pozuelo, defendido por la 3ª Brigada republicana de José
María Galán, compuesta por tropas en período de entrenamiento y con un
armamento irrisorio. El general Varela, que tenía el mando sobre las
tropas africanas, decidió hacerlas avanzar hacia el norte para que
llegaran a la altura del frente de la Casa de Campo, con el fin de
proteger el flanco de sus tropas instaladas allí. Una columna de
infantería africana, mandada por Siro Alonso, con algunos carros y
cañones, atacaría Pozuelo y avanzaría después hacia el norte. Para
arroparla, marcharía por su flanco izquierdo una fuerza de caballería
mandada por Gavilán y por el derecho iniciarían su ataque las tropas de
la Casa de Campo dirigidas por Bertomeu. Los atacantes no contarían con
reservas ni fuego de artillería importante.
El ataque se inició en la madrugada del día 29, inesperadamente. Los
franquistas consiguieron desalojar de algunos edificios a los
republicanos. Éstos tenían orden de resistir y así lo hicieron, mientras
llegaba la 11ª Brigada internacional con orden de contraatacar. La
ofensiva de Varela fracasó en Pozuelo, porque el general franquista
había previsto que los milicianos se replegarían ante el avance de la
caballería. No fue así: los milicianos resistieron y la columna de
caballería tuvo que detenerse. El ataque de los africanos también
fracasó, después de terribles combates cuerpo a cuerpo. Sin artillería
de gran calibre y sin reservas, Varela no pudo perseverar en el ataque
cuando sus vanguardias quedaron paralizadas. Sólo pudo empeñarse en una
cruenta lucha que duró varios días y que no tuvo otro resultado que
innumerables bajas en ambos bandos. Con ello fracasaba el primer intento
de arrollar a las fuerzas republicanas en campo abierto. Miaja y Rojo
tomaron medidas para reforzar el frente en la carretera de La Coruña,
donde esperaban nuevos ataques.
Franco procedió entonces a reorganizar sus tropas en Madrid. La 7ª
División mandada por el general Saliquet se convirtió en el I Cuerpo de
Ejército, cuya misión única sería mantener el asedio sobre Madrid. El
Cuerpo de Ejército contaba con tres divisiones: Soria, Ávila y Reforzada
de Madrid. La ciudad estaba rodeada por el norte por las divisiones de
Soria y Ávila, mientras la Reforzada llevaba a cabo el ataque a la
carretera de La Coruña. Miaja, a su vez, había distribuido el territorio
de la capital en cuatro sectores mandados respectivamente por Kleber,
Álvarez Coque, Mena y Líster. Los internacionales y las brigadas mejor
organizadas formaban la reserva al mando del propio Miaja, al igual que
la artillería.
Un nuevo ataque franquista se organizó en función de la rapidez de
los movimientos de sus tropas, según el concepto anticuado de la táctica
de los generales rebeldes. De nuevo se atacó la carretera de La Coruña,
en una zona más alejada de la ciudad. Las tropas empleadas por Varela
no pasaban de diez mil hombres con dos compañías de carros alemanes,
aunque el ritmo del ataque debía sostenerlo la caballería. Actuaron tres
columnas: una de Caballería (Monasterio) y dos de infantería (Sáenz de
Buruaga y Barrón), sin reservas y con escasa artillería. El campo
republicano estaba defendido por un grupo de batallones poco organizados
al mando del comandante Barceló. La ofensiva franquista se dirigió esta
vez hacia las localidades de Boadilla y Villanueva de la Cañada. La
columna de caballería mandada por Monasterio debía partir desde Brunete
hacia Villanueva, a unos cuatro kilómetros hacia el norte, mientras
desde Villaviciosa de Odón la infantería atacaba Boadilla, a una
distancia similar. La columna Barrón trataría de rodear el pueblo por su
flanco oeste y simultáneamente Sáenz de Buruaga trataría de ocuparlo.
El
14 de diciembre las tropas de Varela atacaron con éxito y consiguieron
llegar a las inmediaciones de Boadilla. La espesa niebla impidió la
continuación del ataque al día siguiente, coyuntura que los republicanos
aprovecharon para contraatacar. El día 16 amaneció despejado y se
inició la ofensiva de los cañones, aviones y tanques franquistas, que
desmoralizó a los resistentes. La columna Sáenz de Buruaga entró en
Boadilla, abandonada por los milicianos. El general Miaja envió a sus
mejores unidades como refuerzo. La 11ª Brigada internacional avanzó
sobre Boadilla con un destacamento de tanques soviéticos; la 12ª se
situó más atrás y a su derecha se alineó un batallón de la brigada de El
Campesino. Al mismo tiempo otras fuerzas republicanas atacaban el sur
de Madrid en una maniobra de diversión.
Monasterio debía atacar velozmente Villanueva de la Cañada con nueve
escuadrones de caballería. En un primer momento consiguió ocupar el
pueblo, pero el mal tiempo obligó nuevamente a detener el ataque. Los
republicanos aprovecharon la pausa para reorganizarse. En todo el frente
su resistencia obligó a los franquistas a detenerse o a replegarse. Los
escuadrones no pudieron pasar de Villanueva de la Cañada y parte de la
columna Barrón emprendió la retirada acosada por los internacionales y
los carros rusos. Se combatió con gran dureza hasta que los republicanos
desalojaron a los franquistas de ambos pueblos. Nuevamente había
fracasado el ataque de los rebeldes.
Hasta el 3 de enero de 1937 no se reanudó la ofensiva franquista.
Durante ese tiempo Franco había acumulado nuevas fuerzas con intención
de llegar, de una vez por todas, a la carretera de La Coruña. Fue la
mayor masa de tropas empleada en la batalla de Madrid: veinticuatro
batallones, siete escuadrones de caballería, veinticuatro baterías, tres
unidades contracarro, casi un batallón de carros de combate y la
aviación italoalemana al completo. Ésta se había reforzado a mediados de
noviembre con la llegada de las fuerzas de la Luftwaffe, la aviación
alemana, que sería el núcleo de la Legión Cóndor. Eran 4.500 hombres, 20
bombarderos Junker 52, 14 cazas Heinkel.51, 6 Heinkel-45 de
reconocimiento, algunos hidroaviones, un destacamento de artillería
antiaérea y dos compañías de carros. Este núcleo fue rápidamente
ampliado hasta constituir una magnífica unidad de combate moderna al
mando del comandante general Sperrle y de un Estado Mayor que gozaba de
independencia operativa, aunque sus unidades de tierra quedaban bajo las
órdenes de los mandos españoles. También en diciembre se había
reestructurado la aviación italiana, que pasó a llamarse Aviación
Legionaria.
La operación terrestre se organizó como las anteriores pero con mayor
potencia. Las tropas se distribuyeron en cuatro columnas paralelas,
cada una con seis batallones de infantería, cuatro baterías y algunos
carros o escuadrones. En la retaguardia quedaba una reserva mínima de un
batallón y ocho baterías. Los jefes columnistas eran Sáenz de Buruaga,
Asensio, Barrón e Iruretagoyena y el mando superior estaba en manos de
Orgaz, pues Varela había resultado herido.
A su vez, el ejército republicano se había reorganizado en cinco
divisiones. Dos de ellas eran mandadas por comunistas: Modesto, un
antiguo suboficial de la Legión, y Nino Nanetti, oficial de los
internacionales. Las otras tres divisiones estaban al mando de militares
profesionales: Perea, Prada y José María Galán. Había, en total, unos
40.000 hombres. Los franquistas contaban con unos 9.000 hombres al norte
al mando de Moscardó y unos 28.000 en la división de Saliquet, mientras
Orgaz disponía de unos 25.000 para el ataque principal.
La maniobra ofensiva consistía en un primer avance paralelo hacia el
norte, seguido de un viraje hacia el este para avanzar luego sobre el
perímetro de Madrid. Finalmente se cortaría la carretera y el
ferrocarril de La Coruña y se avanzaría directamente sobre la ciudad. La
división de Modesto recibió la primera embestida. Los republicanos
consiguieron resistir durante los dos primeros días, aunque cediendo
algunas posiciones. Las brigadas de Cipriano Mera, El Campesino y la 11ª
internacional cerraron los huecos abiertos mientras la de Durán se
quedaba en retaguardia como reserva. A pesar del esfuerzo de resistencia
las tropas franquistas consiguieron avanzar con cierta facilidad hacia
el norte.
Sin embargo, las dificultades se presentaron cuando las tropas
franquistas tuvieron que girar en un ángulo de noventa grados hacia la
ciudad. Los milicianos se habían hecho fuerte en los hotelitos y
colonias de las afueras, con órdenes de resistir a toda costa. El
ejército franquista era más potente pero avanzaba dejando muchas bajas a
sus espaldas. Los combates fueron muy duros y el día 6 de enero
alcanzaron por fin los franquistas la carretera de La Coruña por su
kilómetro 13, y quedó cortada la vía. Al día siguiente la aviación atacó
las posiciones republicanas.
Pozuelo y Húmera cayeron en poder de los franquistas. Los
internacionales y las mejores brigadas se situaron en vanguardia de la
resistencia y sufrieron numerosas bajas. La batalla fue un sanguinario
choque frontal, sin complicaciones tácticas. La mayor potencia de fuego
de los franquistas causó muchas pérdidas en las filas republicanas. El
día 8 los franquistas tomaron Aravaca. La división Líster, que defendía
la zona de Villaverde, fue trasladada a la zona de combate como
refuerzo.
La lucha era cuerpo a cuerpo. Los objetivos de la ofensiva eran la
Cuesta de las Perdices y el cerro del Aguilar, tomados por Asensio y
Sáenz de Buruaga, el 9 de enero tras sangrientos combates. La mayor
amenaza para los republicanos consistía en que los franquistas tomaran
el puente de San Fernando, que les dejaría abierto el camino hacia
Madrid. De forma incomprensible, el puente no fue volado y los rebeldes
consiguieron ocuparlo, aunque lo perdieron luego de una desesperada
acción republicana.
La batalla desgastó mucho a ambos bandos. La 11ª Brigada
internacional había tenido que retirarse con numerosas bajas, pero la
sustituyó la 14ª Brigada llegada desde Córdoba. Toda la brigada Líster y
otras de varias divisiones se concentraron en el frente de la carretera
de La Coruña. Rojo había colocado sabiamente la línea de artillería y
alineado reservas; los tanques soviéticos eran superiores a los alemanes
por su mayor potencia de fuego, pero la penuria de munición resultaba
preocupante. En los días siguientes, la 12ª y 14ª Brigadas
internacionales contraatacaron en Majadahonda y Las Rozas con los
tanques soviéticos dirigidos por el general Pavlov. El día 15 se
desistió de esta ofensiva y se pasó a la consolidación de posiciones por
parte de ambos bandos.
La batalla se saldó con unos quince mil muertos. Los franquistas
habían conseguido cortar la carretera, pero no así las comunicaciones
secundarias con la sierra, de modo que Madrid no quedó aislada por el
noroeste. Habían conseguido, en cambio, mejorar la situación de las
tropas africanas fortificadas en la Ciudad Universitaria. En este sector
se estabilizaron los frentes, entre continuos combates callejeros y
guerra de minas. Pero la batalla de la carretera de La Coruña demostró
la inoperancia de las tropas africanas en este tipo de contienda y acabó
con el imparable avance del ejército franquista en campo abierto.
Las últimas tentativas franquistas
A mediados de diciembre la moral del ejército republicano era buena.
Madrid había conseguido resistir. Los bombardeos no cesaban y el hambre
atacaba a la población, pero se habían frenado los reiterados ataques
enemigos. La Junta de Defensa había conseguido vertebrar la retaguardia,
lo que daba mayor estabilidad a la situación. En este clima de
confianza se pensó en lanzar una ofensiva que desbaratara las posiciones
franquistas al oeste de la ciudad. Se trataba de atacar en el lado
opuesto del frente, donde el general Pozas haría entrar en combate a
fuerzas que apenas habían visto el frente, lo que aliviaría la situación
de los defensores de Madrid.
Se preparó una operación contra el frente enemigo entre los pueblos
de Almadrones y Navalpotro, cerca de Sigüenza. El 1 de enero los
republicanos arrollaron la línea enemiga y consiguieron tomar un par de
pueblos. Los republicanos mantuvieron su superioridad durante seis días,
pero a partir de entonces un contraataque franquista mandado por el
teniente coronel Villalba igualó la situación, hasta que la 12ª Brigada
internacional, principal fuerza del ataque republicano, fue trasladada
al frente al oeste de Madrid, donde la situación se agravaba nuevamente.
A partir del día 11 cesaron los combates en la línea de Sigüenza.
El general Pozas preparó entonces un nuevo ataque por el sur para
cortar la retaguardia de las tropas de Orgaz. El escenario de la batalla
serían las colinas de las riberas del Jarama. La acción principal
recaería en el Ejército del Centro, que avanzaría en dirección a
Ciempozuelos y Torrejón. Un ataque secundario se dirigiría hacia
Navalcarnero por la carretera de Extremadura. El Estado Mayor
republicano envió desde Valencia hombres y pertrechos, pero Miaja no
estaba dispuesto a colaborar en esta ofensiva a costa de desguarnecer la
defensa de Madrid. La ofensiva se retrasó por la dificultad de
encontrar tropas.
La ribera del Jarama era también un objetivo franquista. Al terminar
la batalla en la carretera de La Coruña los mandos rebeldes pensaron en
iniciar una ofensiva contra la carretera Madrid-Valencia. Desde mediados
de enero se trasladaron tropas al sur de la capital con el fin de
atravesar el Jarama y cortar la carretera. Las tropas que participarían
en la ofensiva del Jarama formaban cinco brigadas a las órdenes de Rada,
Sáenz de Buruaga, Barrón, Asensio y García Escámez.
El día 24 la operación estaba a punto de ponerse en marcha cuando
estalló un temporal. A principios de febrero el tiempo mejoró y el día
seis se iniciaron los combates. Los republicanos perdieron Ciempozuelos y
los franquistas ocupó el cerro y la meseta de La Marañosa con su
fábrica de municiones. Al día siguiente prosiguió el avance franquista,
mientras parte de las tropas republicanas se retiraban en desorden.
Entretanto, el mando republicano trataba de reclutar reservas para
defender el Jarama. Los rebeldes consiguieron cruzar el río, crecido por
las lluvias, por el puente de Pondoque, después de aniquilar casi en su
totalidad a la 12ª Brigada Internacional. Consiguieron también pasar
por el puente de San Martín de la Vega y afianzar sus posiciones en la
ribera del río. Así se inició la llamada batalla del Jarama, que se
convirtió pronto en una sangrienta lucha de desgaste. El combate fue
centrándose poco a poco alrededor del cerro del Pingarrón. La batalla
por la posesión de este cerro fue la más sangrienta y épica de las
habidas desde el principio del conflicto. En ella se hizo evidente la
internacionalización de la guerra por la intervención de armamento y
tropas extranjeras en ambos bandos. Fue también el primer empate técnico
de ambos contendientes en campo abierto.
[La letra de esta canción norteamericana hace referencia a la lucha
de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española, en concreto
en la batalla del Jarama, uno de los frentes claves en la batalla por
Madrid].
Tras la batalla del Jarama, que había resultado infructuosa, Franco
carecía de recursos para tomar Madrid, por lo que, siguiendo las
indicaciones de los italianos, dirigió sus esfuerzos hacia la ciudad de
Guadalajara, que se saldó con una victoria estratégica republicana.
Con
la batalla de Guadalajara terminaba el ciclo de la batalla de Madrid. La
ciudad había resistido de forma heroica, a pesar de la desorganización
de sus tropas. El general Franco se vio obligado a desistir de su
intento de tomar la capital del Estado y volvió sus miras hacia el Norte
peninsular, donde su ejército hacía rápidos progresos. El largo
invierno madrileño de 1936 había servido para demostrar la existencia de
un ejército republicano y la voluntad de resistencia antifascista del
pueblo de Madrid.
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