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125 A otro día por la mañana ya
estábamos dando clases, aquí no se desperdiciaba el tiempo para nada,
nos lo habían dicho y recordado, desde nuestro ingreso los curas de
todos los colegios, “No perdáis el tiempo” y de verdad que no lo
perdíamos, no nos podíamos escapar por ningún sitio, los curas de cuando
en cuando pasaban por las clases para haber lo que hacíamos y mandaban
estar en silencio total, cuando llegaban a sus oídos cierto rumor de
conversaciones, la disciplina había que cumplirla al máximo y el
silencio sobre todo en las horas de estudio era sagrada. Como yo
nunca he fumado, y por supuesto ya no tendré esa costumbre o vicio, no
me acuerdo si a esa edad, la mía, se permitía fumar en el colegio, yo me
supongo que a esas alturas sería que si, porque creo recordar que eran
muchos que cuando terminaban las clases y ya en el exterior del colegio,
sacaban un paquetito de tabaco en cuya portada venía impreso un vikingo
o un soldado medieval de color verde, con una espada en lo alto y en el
cual se podía leer, Celtas, todo el mundo fumaba esa marca, yo creo que
era la única que había a la venta por la sencilla razón que era la que
menos costaba en aquel entonces y todo el mundo se dedicaba a tirar humo
y mas humo. La verdad es que a mi no me dio por ahí, y puede que la
culpa de ello la tuviera el compañero de clase Manuel García Benítez, ya
que en unos Ejercicios Espirituales al terminar, repartieron un cigarro
rubio a todos los presentes y a mi me lo cambió sin enterarme por un
celta suyo que portaba él, lo encendí y cuando me llevé el humo a la
boca, encima de que casi me atraganto, su sabor me supo a cuerno quemado
o que se yo, y lo tiré rápidamente, consecuencias, yo no volví a fumar
nunca mas, lo tenía bien claro, él me engaño, sí, pero al mismo tiempo
me hizo un favor muy grande, te estaré siempre agradecido Manolo, aunque
posiblemente y con toda seguridad, con el sabor del rubio lo hubiera
hecho igualmente. Pronto empezaron los campeonatos de fútbol, otros
deportes y juegos de salón con motivo de las fiestas de San Juan Bosco,
recuerdo esos días con mucha nostalgia, aun ahora que han pasado ya
muchos años, en aquellos campos de fútbol magníficos, y cuando corría
sin cansarme y podía estar horas y horas detrás del balón, que tiempo
aquellos, cuando el sabor de la victoria te sabía a gloria y antes de
jugarse el partido y en el estudio, no hacías mas que mirar el reloj,
que ese día marchaba mas lento que ningún día y luego con el corazón
encogido a la hora que Miguel Pareja Sánchez, salía a la pizarra para
poner con la tiza la alineación que esa tarde se batiría el cobre para
dejar bien alto el honor del aula. Yo seguía apuntándome a muchos
juegos, aunque con resultados no muy satisfactorios, lo mío era el
fútbol, y esa era mi afición principal, y lo vivía de una forma
apasionada, seguidor del Real Madrid de siempre, ahora también, pero los
años me han hecho ser mas crítico con el equipo, cuando tengo que decir
alguna vez que ese día los jugadores han sido unos gandules, lo digo
esté donde esté y caiga quien caiga, y algunas veces se han enfadado
conmigo hasta mis hermanos, que le perdonan todo. En los juegos de
salón y en lo que se refiere al ping-pong, yo me defendía, pero tardaba
mucho, cuando caía eliminado, y eso que ponía toda mi sapiencia y
coraje, había algunos que jugaban como profesionales, vaya tíos, como
dominaban la paleta, que muñeca tenían tan prodigiosa. Recuerdo como si
fuera ahora mismo las finales de cada campeonato, eran siempre los
mismos los que se la jugaban, uno de mi clase, al que quiero y aprecio
como un hermano, Francisco Santos Gómez, “Pikins” y el otro que recuerdo
su cara, pero no el nombre, y las finales eran épicas, era todo un
espectáculo presenciar una partida entre ellos, los mentados si que se
acordarán muy bien de aquellas partidas. Enero estaba acabando, no
sin antes disfrutar el último día del mes, de día de San Juan Bosco,
aunque yo casi de lo que mas me acuerdo era de la comida especial que la
Uni nos obsequiaba ese día y es que yo en esas fechas era un glotón y
un tripero, y no me da vergüenza decirlo, ni para qué a estas alturas.
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