jueves, 2 de febrero de 2017

INTERPRETACIÓN DEL ANTIGUO TESTAMENTO

INTERPRETACIÓN DEL ANTIGUO TESTAMENTO






























INTRODUCCIÓN

Repetidamente
a lo largo de esta obra nos hemos referido a la diversidad del material
bíblico, que ha de ser tomado en consideración sin menoscabo de la unidad
esencial de la Escritura. Esa diversidad se pone inmediatamente de manifiesto
al comparar el Antiguo Testamento con el Nuevo. Su contenido, su perspectiva, los
géneros literarios de muchos de sus libros, son fundamentalmente diferentes,
y sus
peculiaridades, tanto lingüísticas como teológicas, han de ser tenidas en
cuenta si queremos llevar a cabo un trabajo serio de exégesis.
Para
salvar la unidad de la revelación no debemos aminorar la gran distinción entre
el antes y el después de Cristo. En la línea constante de la historia de la
salvación, que une
y da coherencia a ambos
testamentos, hemos de discernir con objetividad los contrastes, las antítesis,
incluso los pasajes que prima fácil hieren
la sensibilidad cristiana, todo lo cual plantea problemas que sólo pueden
resolverse mediante una adecuada comprensión hermenéutica del Antiguo
Testamento.
De
lo contrario, cualquier solución será un atentado contra la autoridad de éste o
una distorsión de su significado, como nos lo demuestran algunas de las
posturas que frente a él se han adoptado.
Desde
el primer siglo de la era cristiana, las dificultades creadas por la
comparación del Antiguo Testamento con el Nuevo han tenido tres modos de ser
superadas, inadmisibles para quien acepta la inspiración
y autoridad
de todas las Escrituras:

1. NEGACIÓN DE TODA VALIDEZ AL ANTIGUO
TESTAMENTO.

Esta
fue ya la actitud herética de Marción. (siglo 11 d .de C.), quien, más o menos influenciado
por el pensamiento gnóstico, cayó en
la concepción
dualista de la divinidad.
Según
él, uno era el Dios Justiciero
del Antiguo Testamento (Demiurgo o creador) y otro el Dios bondadoso revelado
en Jesucristo.
La
salvación cristiana no podía relacionarse en modo alguno con el judaísmo o con
el Antiguo Testamento, en
el cual
hallaba mucho de escandaloso y por cuyo motivo lo rechazó en su totalidad. En
su afán de depurar el cristianismo de todo vestigio judaico, no sólo descartó
el
Antiguo Testamento
sino que redujo el canon de las Escrituras cristianas a las cartas de Pablo (excluidas
las pastorales) y el evangelio de Lucas, previa su depuración con objeto de
eliminar supuestas añadiduras judías.
La
Iglesia cristiana repulsó enérgicamente la herejía marcionita; pero su dualismo
y sus antítesis entre el Dios judío y el Dios cristiano, entre la ley y el
Evangelio, entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, han perdurado bajo formas
variadas a lo largo de los siglos.

2. ALEGORIZACIÓN DE SU CONTENIDO.

Era
un modo de salvar el Antiguo Testamento de los ataques de Marción y de las
objeciones formuladas por adversarios no cristianos, como Celso y Porfirio, quienes
lo ridiculizaban despiadadamente, tal como vimos en el capítulo 111 al exponer
el método alegórico. Remitimos al lector a lo allí expuesto para que pueda
evaluar lo erróneo y peligroso de la alegorización Como solución a los
problemas que surgen al tratar de interpretar determinados textos del Antiguo
Testamento.

3. ESTABLECIMIENTO DE UNA DICOTOMÍA
ENTRE LO PERMANENTEMENTE VÁLIDO Y LO CADUCADO O INADMISIBLE.

Como
ya hicimos notar en el capítulo
11, hay en la Escritura elementos permanentes y elementos temporales que el intérprete ha de
saber discernir; y sobre esta
cuestión volveremos en breve. Pero la distinción debe ser hecha a la luz del Nuevo Testamento y no
bajo la presión de presupuestos filosóficos.
El
uso
que de este principio dicotómico ha hecho, por ejemplo, el
protestantismo libera no es precisamente una pauta recomendable. Reducir
lo válido
del Antiguo Testamento al
decálogo, algunos de los Salmos y los mensajes más brillantes de los
profetas, prescindiendo
completamente del resto no sólo
es una mutilación abusiva; denota una falta de comprensión del contenido
veterotestamentario,
de su estructura
y de su mensaje.
Admitir
el carácter circunstancial o provisional de determinados componentes del
Antiguo Testamento no quiere decir que carezcan de valor y de funcionalidad.
Tanto en su aspecto
puntual,
es decir, en Su significado en un momento dado de la historia de la salvación,
como en su conexión con el conjunto de la revelación progresiva, han de ser
debidamente apreciados. El sacerdocio y los sacrificios prescritos por la ley
mosaica por citar un solo ejemplo llevaban la marca de la caducidad; pero los
principios espirituales que subyacen bajo aquella institución y a que Ha
práctica cultual forman parte no sólo de la teología del Antiguo Testamento
sino del conjunto de la enseñanza bíblica.
La
problemática del Antiguo Testamento no se resuelve ni rechazándolo de plano, ni
sometiéndolo a las arbitrariedades de la alegorización, ni haciéndolo objeto de
divisiones subjetivas en las que una gran parte es eliminada. La verdadera
solución sólo puede hallarse cuando se respeta la entidad del Antiguo
Testamento, cuando se toma en serio su propio testimonio, cuando se escucha la
voz conjunta de su historia y de su teología.

ESTRUCTURA HISTÓRICO TEOLÓGICA DEL
ANTIGUO TESTAMENTO

El
Antiguo Testamento no es Una mera colección de documentos en los que se ha
registrado la evolución político-religiosa de Israel.
Tampoco
es simplemente el fruto de fa reflexión teológica de sus más preclaras figuras.
En el Antiguo Testamento se entrelazan inseparablemente historia y teología en
un todo cuyas partes mantienen una conexión orgánica a lo largo de un
desarrollo progresivo.
En
él encontramos, como se ve obligado a reconocer Gerhard von Rad, «una
exposición coherente» de la historia primitiva de Israel, «una imagen que, no
obstante sus grandes lagunas, nos impresiona por lo acabado del conjunto»"
Pero
en el Antiguo Testamento no hallamos solamente una exposición de la historia de
Israel, sino una exposición de su fe
y
ambas como partes de la revelación. No podemos devaluar el elemento histórico
como ha hecho Bultmann.
y tampoco
podemos prescindir de su carácter kerigmáico, de su función de testimonio respecto
al credo de Israel informado por la palabra de Dios. Hasta cierto punto,
podemos hacer nuestra la afirmación de von Rad:
«Aquí
todo está configurado por la fe»,' siempre que entendamos la fe como respuesta
a la palabra divina y no como algo que surge del espíritu humano, al modo de
una creación artística, independientemente de Dios,
y siempre
que se respete el cuadro narrativo en vez de sacrificarlo en aras de una
«historia de las tradiciones» al estilo de la propugnada por van Rad, quien
duda que los relatos bíblicos puedan guiamos a la verdad de los hechos históricos.
En
el análisis del complejo histórico-teológico del Antiguo Testamento se ha
buscado con afán un núcleo, una clave, un centro en tomo al cual pudieran
situarse coherentemente todos los hechos y enseñanzas que contiene. Pero hasta
el presente no ha habido unanimidad en cuanto a lo que debe ser considerado
como concepto central (Zentralbegriff,
según Günther Klein). Lo cierto es que resulta difícil determinarlo
inductivamente, es decir a partir del material mismo del Antiguo Testamento.
Walter
Eichrodt no titubeó en dar al «pacto» o alianza ese lugar clave y sobre él ha elaborado
su teología del Antiguo Testamento. No pocos teólogos han compartido su
opinión. Otros han preferido conceptos distintos el de «promesa» o el de
«bendición», por ejemplo. y no faltan quienes niegan la existencia de un centro
unificador. En medio de apreciaciones tan contradictorias, ¿es posible
determinar satisfactoriamente ese centro al que nos venimos refiriendo?
Reiteramos
aquí lo dicho en el capítulo anterior sobre la interpretación teológica. Es
aventurado expresar el concepto clave de la teología bíblica mediante un tema
concreto; pero podemos sugerir como elemento básico el que ya apuntamos: la
historia de la salvación con sus constantes de pecado, juicio y redención.
A
lo largo del proceso histórico, se mantienen esas constantes que conviene
subrayar, pues, además de dar cohesión y continuidad a los elementos del
Antiguo Testamento, hacen resaltar la singularidad de la teología
veterotestamentaria en contraste con las ideas religiosas de otros pueblos
contemporáneos.

HE AQUÍ ALGUNAS DE LAS MÁS
IMPORTANTES:

1. MONOTEÍSMO RADICAL.

Desde
el primer capítulo del Génesis, aparece Dios como único. Apropiándonos frase de
J. Bright, «ningún panteón le rodeaba».' En el Antiguo Testamento no se
encuentran ni vestigios de concesión al dualismo o al politeísmo.
Todo
coincide en la exaltación de un solo Dios, creador del universo, invisible,
trascendente e infinitamente superior a todos los seres creados. Por eso no
puede ser identificado con -ni siquiera representado por- astros, animales o
seres humanos. Ninguna imagen de Dios elaborada por mano o mente de hombres es
legítima.
A
diferencia de la religión cananea -entre otras-, en la que lo esencial de la
divinidad era su relación con la naturaleza, especialmente con la fertilidad,
Dios ejerce su señorío sobre todos los ámbitos. Su acción no está limitada al
ritmo cíclico de la naturaleza; se ajusta al consejo amplísimo de su voluntad
que rige todos los acontecimientos con libertad absoluta y dirige el curso de
la: historia conforme a sus planes con un alcance no tribal o nacional, sino
universal.

2. RELIGIOSIDAD ÉTICA.

En
el Antiguo Testamento, credo, culto y conducta aparecen como un todo
indivisible. En ningún sistema religioso de la antigüedad o de tiempos
posteriores se da ese trinomio, por lo menos no con tan notable relieve.
A
lo largo de todo el Antiguo Testamento, Dios es presentado como justo y como el
que gobierna con justicia. Hombres rectos tales como Abel, Enoc y Noé son
aprobados por Dios, en tanto que los juicios divinos recaen sobre una sociedad
corrompida en días de Noé o sobre Sodoma y Gomorra. Abraham, el hombre exaltado
por Dios para grandes destinos, había de vivir conforme al precepto divino:
«Anda delante de mí y sé perfecto» (Gn. 17: 1).
Las
prácticas religiosas, divorciadas del temor de Yahvéh y de una vida íntegra
constituyen una abominación
(l S.
15:22; Sal. 15; 24:3-6; Is. 1:10-20; 58:1-12). La verdadera religión halla su
epítome más conciso e impresionante en las palabras de Miqueas: «Oh hombre, te
ha sido declarado lo que es bueno y qué pide Yahvéh de ti: solamente hacer
justicia, amar misericordia y caminar humildemente ante tu Dios» (Miq. 6:8).
La
luminosidad de la moral del Antiguo Testamento no es empañada ni por las
conductas inmorales en él registradas como exponentes de la pecaminosidad
humana ni por las aparentes concesiones a prácticas injustas -la esclavitud,
por ejemplo. La normativa veterotestamentaria ha de interpretarse a la luz del
contexto social de la época. Así se ve que las enseñanzas o las disposiciones legales
del Antiguo Testamento, sin perderse en idealismos románticos que las habría
aislado por completo de la realidad existencial de aquel tiempo, siempre ocupan
un lugar de vanguardia en la lucha contra cualquier tipo de crueldad, opresión,
abuso de poder, etc. Aun hoy algunas páginas del Antiguo Testamento son textos
áureos sobre los grandes temas de la justicia social.

3. CONCEPCIÓN TELEOLÓGICA DE LA HISTORIA.

La
sucesión de acontecimientos no es contemplada en el Antiguo Testamento como un desarrollo
fortuito del devenir histórico, ni tampoco según el pensamiento griego- como
una repetición inexorable de ciclos de los que el mundo no puede escapar. La
concepción de la historia que hallamos en el Antiguo Testamento está determinada
por la libre soberanía de Dios. Todos los eventos están concatenados y sujetos
a la voluntad de Yahvéh, orientados a la realización de sus designios.
Todo
avanza hacia una meta. La finalidad divina rige la historia, la cual fluye por
los cauces que la providencia ha previsto o provisto. No es exageración la
afirmación de Dorner de que «Israel tiene la idea de la teleología como una
especie de alma».
ESTA CARACTERÍSTICA ES EN ISRAEL UNA FUENTE PERENNE DE
ESPERANZA.
En
muchos momentos históricos puede reconocerse el cumplimiento de una promesa de
Dios. Pero generalmente ese cumplimiento es incompleto; y esto, que podría ser
causa de decepción, en el fondo es más bien un estímulo para seguir mirando con
confianza hacia adelante, hacia el cumplimiento pleno. También Israel vivió
muchas veces la tensión entre el «ya»
y el
«todavía no».
Visto
el Antiguo Testamento en su conjunto, observamos que el lugar más prominente no
lo ocupa la historia, sino el sentido de la historia. Los diferentes periodos
históricos -patriarcal, éxodo, conquista, monarquía, reino dividido,
cautiverio, retorno del exilio- son como peldaños en una escalinata ascendente
que conduce a la conclusión del plan de Dios. Lo que al término de cada periodo
podía parecer el final no era sino el principio de otro periodo.
Y
si el paso de uno a otro a menudo se produjo en medio de una gran crisis, una
vez efectuado el paso, se hacía palmario el sentido progresivo de la historia.
El exponente más claro de esta gradación sería el advenimiento de Cristo «en la
plenitud (pleroma) de los
tiempos» (Gá. 4:4).
La
fe expectante que el Antiguo Testamento infunde en su enfoque teleológico de la
historia descansa sobre dos pilares: la elección
y la
alianza. Pese a sus deslealtades, Israel no deja de ser el pueblo escogido. El
pacto de Yahvéh no será anulado. La infidelidad será castigada. El pueblo
espiritualmente adúltero sufrirá las consecuencias de su desvarío. Pero no se
alterará la fidelidad de Dios ni se frustrarán sus designios (Is. 54:4-10).
El
libro de Oseas es el mejor comentario sobre este tema. Ni siquiera
la quiebra
total de la monarquía davídica significaría una ruina irreparable, pues Dios
traspasaría la función regia a un «hijo de David» cuyo reinado sería eterno
(l Cr.
17:11-14). Esta perspectiva se hace cada vez más concreta con los mensajes de
los profetas. Sus vaticinios a corto plazo eran de juicio, pero apuntan a un
día más allá en el que Yahvéh manifestará el triunfo de su gracia y cumplirá sus
promesas de salvación.
Como
sabemos, estas esperanzas no llegaron a verse plenamente realizadas antes de
Cristo. Por ello algunos teólogos Bultmann entre ellos han infravalorado el
Antiguo Testamento por considerar que es una historia de fracaso. Pero el
Antiguo Testamento no puede ser interpretado aisladamente, como si fuese una obra
acabada.
Es
tan sólo la primera parte de un todo que culmina en Jesucristo. Es la parte
correspondiente a la promesa en el conjunto promesa-cumplimiento. Así lo
entendieron los piadosos israelitas de antaño que se gozaron saludando de lejos
lo prometido, sin alcanzarlo, pero creyendo que Dios en su día lo haría
realidad (He. 11: 13). Su vida estaba integrada en el avance de la historia hacia
su meta escatológica.
Aparte
de los puntos mencionados, esenciales en la estructura del Antiguo Testamento y
especiales por su originalidad, podemos mencionar otros que tenían cierto
paralelismo con los de otras religiones, pero que adquieren un significado
mucho más profundo.
El
santuario, el sacerdocio, los sacrificios, las abluciones, todo apuntaba a
realidades de la máxima importancia: el deseo por parte de Dios de tener
comunión con los hombres, la barrera del pecado que imposibilita tal comunión,
la expiación del pecado y la purificación del pecador para hacer posible la
eliminación de la barrera.
Aunque
para muchos israelitas el culto se convirtió en una serie de prácticas rituales
mecánicas, los que vivían en el santo temor de Yahvéh hallaron en él una fuente
de inspiración, conscientes como eran de que acercarse a Dios y vivir a la luz
de su rostro era el supremo bien (Sal. 27:8, 9; 73:28). A pesar de que estaban
lejos de captar la sustancia la persona y la obra de Cristo de la que los
elementos culticos eran sombra, podían gozarse en el conocimiento de la gracia redentora
de Dios que tenían por la parte de la revelación que les había sido concedida.
Lo
que acabamos de exponer es básico para una comprensión global del Antiguo
Testamento
y debe tenerse presente al proceder a interpretar un texto
determinado. De algunos de los puntos expuestos volveremos a ocuparnos con más
detalle en los capítulos que siguen.
Pero
la visión de conjunto presentada es indispensable para cualquier tarea
exegética. A partir de tal visión ha de proseguirse la interpretación con los
restantes factores hermenéuticos.

PAUTAS PARA LA INTERPRETACIÓN DEL
ANTIGUO TESTAMENTO

Además
de aplicar los principios generales de la interpretación gramático-histórica y
teológica, es necesario prestar atención a algunas cuestiones de primordial
interés. La luz que de ellas se desprende será siempre útil en la exégesis.

1. RELACIÓN ENTRE EL ANTIGUO Y EL
NUEVO TESTAMENTO

De
la estructura histórico-teológica del Antiguo Testamento se desprende que éste
tiene como contexto y clave de interpretación el Nuevo Testamento.
Quizá
debemos previamente hacer hincapié en lo que ya señalamos en el capítulo
anterior: lo incorrecto de acercarnos a un texto del Antiguo Testamento
dominados por los conceptos
novotestamentarios
Y viendo en él lo que
seguramente
no Vieron ni. El autor ni sus primeros lectores. Sólo
es casos
mas bien
excepcionales,
como pusimos en relieve al referirnos al sensus
plenior, podemos
admitir un significado más hondo y una proyección remota- que el
atribuid~ por
el hagiógrafo a
sus
palabras.
Pero,
en términos generales, la
Interpretación
del Antiguo
testamento.'
al igual que la del Nuevo, ha de Iniciarse con el análisis
gramático-histórico.
Sin
embargo, dejando a salvo este principio, no
pocos veces
nos veremos obligados a recurrir al Nuevo
Testamento SI
los pasajes del Antiguo han de mantener su.
coherencia respecto
.~l conjunto
de la revelación. No puede ser valida
una Interpretación que
destruya la unidad de este conjunto y la continuidad
de sus
enseñanzas
básicas las cuales tienen como centro la acción salvífica de Dios a lo
largo de
la historia, según se observa al analizar el contenido de la teología bíblica.
Podemos
afirmar con K. Frór que «lo que da cohesión a ambos testamentos es, más que
nada, el testimonio de la actuación de Dios en relación con los hombres en la historia
del mundo. Es una realidad de la confesión de fe que el Dios que obra en la
historia del Antiguo Testamento no es otro que el Dios trino que el Nuevo
Testamento presenta
como el
Padre
de Jesucristo. El elemento de continuidad que une la historia del Antiguo
Testamento y la del Nuevo es la
intervención,
a la vez oculta y manifiesta, de este Dios trino en el llamamiento y la
elección, en la salvación y en el juicio».'
Evidentemente,
el grado de conocimiento, los énfasis, los matices, los modos de expresar la fe
en respuesta a la revelación progresiva de Dios, varía grandemente si
comparamos los dos
testamentos.
Se
observan variaciones incluso al comparar periodos diversos del Antiguo
Testamento entre sí. Pero ninguna alteración esencial se advierte en lo que
concierne a Dios y sus atributos, a la naturaleza y condición del hombre, a la
gracia de Dios hacia una humanidad caída, a la necesidad de que el pecado sea
expiado, a la naturaleza y función de la fe, a la gloria del Mesías, a las perspectivas
del Reino de Dios, a los principios morales que deben regir la conducta humana.
Por eso, cuando un pasaje
veterotestamentario
nos habla de alguno de esos temas, reconociendo los límites de la revelación en
su momento histórico, la luz del Nuevo Testamento será de valor inestimable
para su recta comprensión.
Sólo
esta concatenación entre ambos testamentos nos librará de errores semejantes a
los de los antiguos expositores de la sinagoga judía, para los cuales
prácticamente la totalidad del Antiguo Testamento quedó reducida a ley. La
casuística moral y ceremonial determinaba toda conclusión exegética. Así el
volumen enorme que para ellos llegó a adquirir la ley eclipsó la gloria de la promesa,
y la opresión del yugo de la ley acabó con el gozo de la esperanza. No podía
darse mayor tergiversación del mensaje central del Antiguo Testamento.
Una
clara comprensión de la relación existente entre los dos testamentos evitará
que incurramos en los yerros de quienes han recurrido a las religiones
contemporáneas del Antiguo Testamento como contexto de éste. El estudio de
tales religiones puede sernos útil en la investigación del fondo histórico,
pero nunca nos proporcionará una orientación decisiva para la interpretación.
Dados los muchos elementos esenciales únicos del Antiguo Testamento, diferentes
y a menudo radicalmente contrarios a las ideas religiosas de su tiempo. Como
reconoce H. Wildberger, «la posición de la investigación actual nos impulsa a
reconocer que e Antiguo Testamento, en su estructura fundamental, no puede ser comprendido
a partir del enraizamiento en su entorno»."
Tampoco
puede ser entendido bajo la perspectiva radical de quienes han visto en el
Antiguo Testamento tan sólo un fenómeno de la historia de las religiones, completamente
independiente del Nuevo Testamento y de la fe cristiana. Tal es, por ejemplo,
la concepción hermenéutica de F. Baumgartel, para quien el Antiguo Testamento
es testimonio de «una religión ajena al Evangelio», una religión que «en su
propia comprensión nada tiene que ver con el Evangelio»," relevante para
el cristiano tan sólo en la medida en que le afecta existencialmente.
El
verdadero sentido del Antiguo Testamento únicamente aparece con claridad cuando
se reconoce su verdadera naturaleza como parte de una revelación divina que
culmina en el testimonio del Nuevo Testamento. Este reconocimiento no resuelve
todos los problemas que surgen al comparar ambas partes, pero nos proporciona una
clave indispensable, la cual será tanto más útil cuanto más se concrete con las
restantes pautas que exponemos seguidamente.

2. DISCERNIMIENTO DE ELEMENTOS
CONTINUOS
Y DISCONTINUOS

Desde
el primer momento se hace patente en el Nuevo Testamento esa dualidad. Es
evidente la unidad de acción de Dios, la línea ininterrumpida sobre la que se
desarrollan la revelación y la redención.

CRISTO ES AQUEL DE QUIEN HABÍAN ESCRITO MOISÉS Y LOS PROFETAS.

La
postura de J
esús
respecto
a la ley y a la totalidad del Antiguo Testamento atestigua
así mismo la continuidad. El no vino a abrogar la ley, sino a cumplirla (Mt. 5:
17). En las discusiones con sus opositores, recurre una y otra vez a lo escrito
en t;1.AntIguo testamento atribuyendo a sus palabras autoridad
decisiva (Mr. 2.25,
12:26; Comp.:
Mr. 10:5-9;
17-19). Se confirma así la relación promesa cumplimiento.
Pero
no es menos evidente que con Cristo aparece un elemento de ruptura, o por lo
menos de transformación profunda, respecto a algunos puntos del Antiguo
Testamento. Son tajantes las declaraciones críticas de Jesús, no sólo en lo que
se ,refiere a
las
tradiciones rabínicas prevalecientes en su tiempo, sino también en lo
concerniente a la ley misma de Moisés. Es Obvio el gran cambio que sus
enseñanzas introducían en cuestiones como el divorcio (Mt. 19:3 y ss.), la
purificación ceremonial (Mr. 7:14 y ss.), el ayuno (Mt. 6:16-18; 9:14, 15), la
observancia del
sábado
(Mt. 12:1 y ss.) o las planteadas en las antítesis del sermón del monte (Mt.
5:21 y ss.).
De
modo semejante, la comunidad apostólica mantiene la dialéctica en el uso del
Antiguo Testamento. La continuidad se pone de manifiesto en las reiteradas
referencias a las antiguas Escrituras, a las que seguía reconociéndose plena
autoridad. La apologética cristiana frente a los judíos se basa en pasajes del
Antiguo Testamento.
y se observa la preservación del
concepto del pueblo de Dios, aunque ahora trasfondo primordialmente a la nueva
comunidad de los seguidores de Jesus, el Israel espiritual (Rom. 2:29) en
contraste con el «Israel según la carne» (Comp. Fil. 3:3 y 1 P. 2:9).
En
su sentido más hondo, las promesas del antiguo pacto se cumplen en Cristo y su
Iglesia, sin perjuicio de que algunas puedan mantener su sentido o validez en
cuanto al futuro de Israel.

PERO SE HACE IGUALMENTE VISIBLE LA DISCONTINUIDAD EN DIVERSOS ELEMENTOS.

Queda
abolido el sacerdocio aarónico con la llegada del gran Sumo Sacerdote, Cristo,
y con el sacerdocio universal de los creyentes
(l P.
2:9) y desaparecen los sacrificios levíticos, una vez se ha consumado el de
Cristo, del que aquéllos eran símbolo.
También
hay rompimiento en lo concerniente a. la función de la ley. Cristo es el fin de
la ley (Rom. 10:4), primariamente no en el sentido de extinción, sino en el de
finalidad (telas). Aplicada al hombre
pecador, la ley nunca puede tener una finalidad justificadora, sino todo lo
contrario: condena al hombre y lo pone bajo la maldición divina. Pues bien, ese
fin condenatorio se cumplió en Cristo, quien en la cruz cargó con la maldición
a la que se había hecho acreedor el hombre (Gá. 3: 13).
Pero,
como consecuencia, la ley es abolida totalmente como vía de justificación. La
salvación no se logrará mediante el imposible cumplimiento cabal de sus preceptos,
sino por medio de la fe en Jesucristo (Ro. 3: 19-28). En este punto, sin
embargo, la ruptura sólo tiene efecto en relación con el régimen legalista que
llegó a prevalecer entre los judíos, sometidos a las prescripciones Mosaicas,
pues no falta la referencia a la justificación por la fe en tiempos
patriarcales (Ro. 4; Gá. 3:6 y). Este es un caso típico en que continuidad y
ruptura se combinan.
Después
de los días apostólicos, la Iglesia cristiana siguió enfrentándose con la
dificultad de diferenciar lo permanente de lo temporal en el Antiguo
Testamento. Imposibilitada de aceptar el radicalismo de Marción, se esforzó por
dejar bien sentados algunos principios orientativos. Quizá los más claros, de
los que aún podemos beneficiamos nosotros hoy, son los expuestos por Justino en
su Diálogo con Trijon.
El
distingue:
1.
La ley moral, de validez eterna, recopilada y confirmada por Cristo.
2.
Las profecías relativas a Cristo, cumplidas en Él.
3.
La ley cultico-ceremonial, carente de validez para el cristiano.
El
acierto en la diferenciación entre los elementos legales del
Antiguo
Testamento que tienen valor perenne y los que sólo tenía una función pasajera
es importante en la interpretación, especialmente cuando hay que precisar el
carácter normativo de determinados textos. Tal acierto sólo ruede lograrse a la
luz del Nuevo Testamento, mediante el cual vemos como, a la par que perduran
los elementos doctrinales básicos del Antiguo Testamento, pierden validez sus
elementos accesorios.
Subsiste
el núcleo teológico. Cae como inútil la cáscara de las formas institucionales.
Muchos aspectos del pacto Sinaítico carecen de aplicación para nosotros; pero
su sustancia tiene continuidad en el nuevo pacto. La relación del cristiano
ante la ley divina no es la misma que la del judío que veía en su cumplimiento
el único camino de justificación delante de Dios; pero en el fondo no ha
variado la naturaleza de la ley. La normativa mosaica, resumida en el decálogo,
fue dada para ordenar moralmente la conducta de un pueblo liberado por el poder
de Dios. Y ese carácter de la ley sigue vigente hoy.
También
la función pedagógica de la ley, reveladora de la incapacidad del hombre para
vivir conforme a las normas divinas, presenta una dualidad de efectos. Por un
lado, después de habernos empujado a la desesperación, nos arroja en brazos de
la gracia de Dios; pero por otro lado nos mantiene conscientes de lo que aún
seguimos siendo por nosotros mismos; de que, a pesar de ser nuevas criaturas en
Cristo, todavía pervive en nosotros la tendencia a la rebeldía contra Dios.
La
salvación en Cristo pone de relieve el triunfo de la gracia divina, pero en la
vida del creyente no quedan excluidas por completo las experiencias de fracaso
espiritual que tanto abundan en el Antiguo Testamento. En este sentido sí
podemos estar de acuerdo con Baumgartel y decir que «el Antiguo Testamento no
está abolido para nosotros, porque siempre hay aún mucho de veterotestamentario
en nosotros mismos».
Esa
es la razón por la que tantas veces textos del Antiguo Testamento nos hablan
muy directamente, casi como si no hubiera diferencia entre el antiguo Israel y
la Iglesia. Los puntos de semejanza entre las experiencias de los santos del
Antiguo Testamento y las de los creyentes del Nuevo hacen que, como indica J.
Bright, «la palabra bíblica dirigida al allí
y entonces de una época antigua nos hable a nosotros aquí y ahora»."
En
otro lugar de su obra, Bright, coincidiendo en parte con Baumgartel, alude al
hecho de que aunque históricamente vivimos en el siglo xx después de Cristo,
nuestro modo de vivir aún es el propio de la época anterior a Cristo. Pese a
que pertenecemos al segundo Adán (Cristo), a menudo aparece en nosotros el
primer Adán. Existe, pues, una continuidad del hombre precristiano. En ese
contexto, Bright, refiriéndose a los santos de Antiguo Testamento escribe: «Si
hay un elemento "típico" que le capacita para dirigirse al hombre
moderno con inmediación, radica aquí precisamente.
Es
típico porque la naturaleza humana continúa esencialmente inalterada. Por mi
parte -y lo confieso abiertamente- siento una afinidad con esos
"santos" del Antiguo Testamento que no es fácil sentir con los del
Nuevo, los cuales a menudo parecen estar muy por encima de mí. En sus
esperanzas y aspiraciones, en su piedad y en sus interrogantes, en sus fracasos
y decepciones, me reconozco a mí mismo en mi propia precristiandad.»
Frór
hace extensivo este testimonio a toda la Iglesia cristiana cuando afirma que
ésta, al oír la palabra del Antiguo Testamento se dice una y otra vez: «esto es
carne de mi carne y hueso de mis huesos ».
Pero
esa realidad justamente es la que da realce al cambio radical introducido en la
situación por la buena nueva del Nuevo Testamento. Si, en síntesis, el Antiguo
Testamento constituye un mensaje que pone de relieve la pecaminosidad del
hombre, su juicio y su condenación, el Nuevo resalta la misericordia de Dios,
su obra redentora por medio de Cristo y la salvación gloriosa que de esa obra
se deriva.
Somos
conscientes de que esta simplificación de una cuestión amplia y compleja puede
dar lugar a algún malentendido. Con lo que hemos dicho, no queremos significar
que en el mensaje del Antiguo Testamento no hallamos nada relativo al amor
perdonador de Dios y al poder de su gracia y que todo en él es denuncia condenatoria,
malogro y frustración, o que el Nuevo Testamento carece de notas solemnes de
admonición y juicio.
Hemos
tratado simplemente de destacar de modo global los componentes más
sobresalientes de los dos testamentos. Y precisamente al compararlos volvemos a
encontrarnos con la existencia en ambos de los conceptos fundamentales de la
teología bíblica, es decir, con las constantes de la revelación.

3. DIVERSIDAD Y LIMITACIONES DE LAS
NORMAS
DEL ANTIGUO
TESTAMENTO

Llama
la atención la variedad con que aparecen en
el Antiguo Testamento ciertos principios
morales y su regulación casuística.
A
veces la diversidad parece entrañar contradicción. Por ejemplo, de la creación
del hombre a imagen de Dios se desprende la dignidad y la igualdad de derechos
de todos los seres humanos; pero en Ex. 21 y Dt. 15 hallamos un ordenamiento
legal de la esclavitud, mientras que Amós condena esta práctica (Am. 2:6; 8:6).
En
determinados textos se enfatiza el deber de tratar misericordiosamente a los
pobres, a los menos privilegiados y a los extranjeros. (Ex. 22:21; 23:6-9; Dt.
24: 10-15); pero por otro lado se imponen leyes marginativas a algunos
disminuidos físicamente, a los mestizos y a los oriundos de otros pueblos (Dt.
23:1, 2, 20). En el orden de la creación relativo a la relación hombre-mujer
(Gn. 1 y 2) se establece el matrimonio monógamo e indisoluble; pero el
testimonio de las narraciones veterotestamentarias parece sancionar la
poligamia y la normativa mosaica regula el divorcio (Dt. 24).

EL PROBLEMA NO DEBE SOSLAYARSE; PERO TAMPOCO HA DE SER ABULTADO.

Nos
hallaremos en el camino de la solución si tenemos presente que en la preceptiva
del Antiguo Testamento se entrelazan los principios morales correspondientes a
un ideal perfecto y las normas prácticas, condescendientes (excesivamente
condescendientes a la luz del Nuevo Testamento), condicionadas por factores culturales
y sociales de la época, así como por la tendencia innata en el ser humano a
comportamientos contrarios a los fundamentos éticos establecidos por Dios.
Las
palabras de Jesús sobre la cuestión del divorcio son realmente iluminadoras. A
la pregunta de los fariseos «¿Por qué mandó Moisés dar carta de divorcio?»,
responde: «Por la dureza de vuestro corazón, Moisés os permitió repudiar a
vuestras mujeres; pero no fue así desde el principio» (Mt. 19:7,8).
En
el Nuevo Testamento, pese a que subsistirá la debilidad humana y que algunos
males sociales, como la esclavitud, no son tajantemente condenados, las
exigencias morales del Reino de Dios se presentarán con claridad meridiana y
sin concesiones de ninguna clase. Pero en el Antiguo Testamento las leyes son
dadas a un pueblo terreno, inmerso en las complejidades de la vida civil, del estado
político, de un mundo rebelde a Dios.
Sobre
este hecho John Goldingay hace unas atinadas observaciones: «En el Antiguo Testamento,
las normas son aplicadas al hombre caído en un mundo caído. La legislación, por
su naturaleza misma, es un compromiso entre lo que puede ser éticamente
deseable y lo que es realmente factible dadas las relatividades de la vida
política y social.»
El
mismo autor, sin embargo, previene contra dos peligros: el de utilizar el
principio de la condescendencia como llave hermenéutica del Antiguo Testamento
y el de pensar que si Dios mismo rebaja las normas de comportamiento no tenemos
por qué preocuparnos para alcanzar el plano ideal. Y concluye: «Cuando buscamos
la identificación de la normativa última de Dios, debemos examinar cualquier
pasaje del Antiguo Testamento en el contexto del conjunto del canon.»  
El
intérprete habrá de tener en cuenta estas consideraciones en el momento de
analizar tanto el contenido como el alcance de la legislación mosaica. Sólo así
podrá deslindar adecuadamente lo que corresponde a la ética inalterable
derivada del propio carácter de DIOS y lo que respondía a una situación imperfecta
y transitoria. También en la vertiente moral de la revelación se pone de
manifiesto el carácter progresivo de ésta.

4. FONDO CRISTOCENTRICO DEL ANTIGUO
TESTAMENTO

Es
fundamental no perder de vista que es precisamente Cristo quien da cohesión a
la totalidad de la revelación bíblica. Resulta asombrosa la abundante riqueza
cristológica que en el Antiguo Testamento descubren los escritores del Nuevo,
orientados por las exposiciones que el Maestro mismo les había hecho
(Lc, 24:27,
44-45). Como asevera von Rad, «ningún método especial es nece
sario para ver
el conjunto de los hechos salvíficos del movimiento
diversificado del
Antiguo Testamento, compuesto de las promesas de Dios y
sus
cumplimientos temporales, como apuntando a su cumplimiento futuro en Jesucristo.
Esto puede decirse categóricamente.
La
venida de Jesucristo como una realidad histórica no deja al exegeta ninguna
otra opción. Ha de interpretar el Antiguo Testamento como señalando a
Cristo»."
Esta
pauta, por supuesto, no debe llevarnos a pensar que en todo texto, explícita o
implícitamente, hemos de encontrar alguna referencia a Cristo. Esto equivaldría
a la distorsión del significado de muchos pasajes. Probablemente Lutero fue
demasiado lejos en su radical interpretación cristológica del Antiguo
Testamento, a lo largo del cual ve al Cristo preexistente obrando y hablando como
en el Nuevo Testamento.
Según
K. Frór, hasta en los salmos imprecatorios
ve Lutero a Cristo; lo ve en
el ejercicio de su función judicial al final de los tiempos." En su enfoque
hermenéutico, no recurre Lutero formalmente a la alegorización. Tiene
suficiente respeto al sentido literal de la Escritura; pero a éste une el sentido
profético, lo que le permite ver al mismo Cristo por igual en ambos
testamentos.
Hoy
no parece del todo apropiado ese enfoque, pese a que teólogos como K. Barth y
W. Vischer han reavivado el énfasis luterano en la cristología como clave para
la interpretación del Antiguo Testamento. Sin embargo, sigue siendo verdad que
éste da testimonio de Cristo (Jn. 5:39); y tomar en consideración este hecho será
siempre de gran ayuda en la exégesis de muchos textos veterotestamentarios que
no sólo resultarán más comprensibles, sino que aparecerán ante nosotros con un
significado más pleno.
Nos
bastará pensar, por ejemplo, en el cúmulo de promesas mesiánicas, en la riqueza
simbólica del culto israelita, en muchas frases de los salmos que hallan su más
plena expresión en la propia experiencia de Jesús, en las amplias perspectivas
del Reino de Dios abiertas por los profetas. Sin forzar el significado original
de los textos, no nos costará descubrir en su base el testimonio que el Antiguo
Testamento da del Mesías.

5. LEGITIMIDAD Y LÍMITES
DE LA TIPOLOGÍA

Este
punto guarda estrecha relación con el anterior. Gran parte del testimonio del
Antiguo Testamento respecto a Cristo lo hallamos expresado mediante tipos tan
numerosos como diversos.
En
el capítulo XI nos ocupamos con relativa extensión de la tipología bíblica, por
lo que ahora procuraremos evitar reiteraciones innecesarias. Pero debemos
recordar el uso tipológico que los escritores del Nuevo Testamento hicieron de
personajes, instituciones y acontecimientos históricos con una doble finalidad:
didáctica y parenética. Lo escrito en el Antiguo Testamento era un venero de
enseñanza acerca de Cristo y su obra y al mismo tiempo un mensaje de admonición
(l Co. 10:11).
El
beneficio que de este modo de interpretación ha recibido la Iglesia cristiana
es grande, por lo que el exegeta ha de estar atento a las posibilidades que la
tipología le ofrece Pero por otro lado, como ya
hicimos notar,
ha
de extremar
su prudencia para no convertir
la tipología en alegorización. Pueden servirnos de Ilustración los extremos a
que ha llegado W. Vischer. El tesón con que defiende la interpretación
cristológica del Antiguo Testamento le lleva a afirmar que éste señala a Cristo
no sólo en su conjunto, sino en cada uno de sus detalles.
La
orden divina al principio de la creación, «Sea la luz» (Gn. 1:3), nos habla de
«la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Ca. 4:6). Todo el capítulo
1 del
Génesis nos habla de Cristo, pues Él es la Palabra que en el principio estaba con
Dios (Jn. 1:1-5); la señal de Caín (Gn. 4:15) apunta a la cruz; Enoc es signo y
testimonio de la resurrección; el lenguaje antropomórfico de Os. 11 y Jer.
31:18-20 prefigura la pasión del Hijo del hombre; la profecía de que Jafet
moraría «en las tiendas de Sem» describe la experiencia de la Iglesia, que
incluye a gentiles y judíos; en la espada de Ehud, clavada en el vientre del
rey de Moab (Jue. 3: 12-30), Vischer ve «la palabra de Dios más cortante que
toda espada de dos filos» (Heb, 4: 12), desenvainada contra los enemigos de
Dios, y en el incidente encuentra una justificación del derecho de asesinar a
los tiranos."
Este
tipo de interpretación ha provocado reacciones justificadas, pues impone a los
textos significados que no tienen. Por grande que sea e interés del intérprete
en comunicar de modo inmediato la significación práctica de un texto para sus
lectores, hemos de recalcar una vez más lo ilegítimo de saltar por encima del sentido
original para dar significados ocultos sin otra base que el subjetivismo del
exegeta.
Una
corrección saludable a los abusos de la tipología, que al mismo tiempo preserva
el valor, de ésta, nos la ofrece la concepción hermenéutica de van Rad. El
insiste en la necesidad de mantener el sentido llano, histórico, de los textos
del Antiguo Testamento; pero al mismo tiempo ve en ellos un sentido «típico» o analógico
que anticipa eventos fundamentales del Nuevo Testamento dentro de la Heilsgeschichte o historia de la
salvación.
Sin
embargo, aun este enfoque tiene sus riesgos por la facilidad con que pueden
imponerse apreciaciones subjetivas. El propio van Rad piensa que el manejo de
textos individuales no está sujeto a reglas hermenéuticas, sino que tiene lugar
en la libertad del espíritu."
Pero
nada hay más variable ni más arriesgado en la práctica que el uso de esa
libertad.
La
única salvaguardia en la aplicación de la tipología es la primacía del método
gramático-histórico y la subordinación a la teología' bíblica.
Si
de las pautas expuestas tuviéramos que deducir normas concretas para la
interpretación del Antiguo Testamento, éstas las reduciríamos a dos:
1.
Mediante la aplicación del método gramático-histórico, debe determinarse el
mensaje que el autor quiso comunicar a sus contemporáneos.
2.
Debe precisarse la relación del texto del Antiguo Testamento con el contexto
del Nuevo para comprobar si tiene o no una proyección que rebase tipológica o
proféticamente su significado original.
Asimismo,
del examen del pasaje a la luz del Nuevo Testamento se desprenderá la
conclusión relativa a su carácter normativo si es de vigencia permanente o
temporal, si sólo obligaba al antiguo pueblo de Israel o SI conserva su fuerza
compulsiva también para nosotros hoy.
No
menos importante
es el hecho de que aun en textos que solo
admiten un sentido el original éste
suele adquirir mayor profundidad y eficacia kerigmática cuando se analiza bajo
la perspectiva del conjunto
de
la revelación. La exposición del salmo 32 o del 51, por ejemplo
sin forzar la exégesis, sin hacerles decir lo que;
enseñaría Pablo
Siglos mas tarde, ¿no será más precisa y más rica Si tenemos presentes los
grandes textos del Nuevo Testamento relativos a la justificación del pecador?

USO DEL ANTIGUO TESTAMENTO EN EL NUEVO

Algunos
han creído hallar en este punto otra pauta hermenéutica de valor perenne para
la interpretación del Antiguo Testamento. Y no han faltado quienes han visto en
el modo en que los autores del Nuevo Testamento interpretaron las Escrituras
una base para desentenderse del significado original de los textos y atribuirles
un sentido que responda a las necesidades de cada momento histórico. La
cuestión es compleja, por lo cual estimamos que debe tratarse separadamente,
·sin incluirla -al menos inicialmente entre los principios orientativos de una
sana exégesis.
Llama
la atención del lector del Nuevo Testamento la profusión de Citas, Simples o
mixtas del Antiguo Testamento." Aproximadamente una décima parte de aquél
está compuesta por mate  rial de éste.
Casi trescientas referencias a tex.tos del Antiguo
Testamento
aparecen en los escritos del Nuevo, sin contar los. Pasajes que en estos
escritos reproducen el pensamiento
1e
pasajes veterotestamentarios.
No
podemos olvidar que los apóstoles y sus colaboradores estaban inmersos en el
pensamiento del Antiguo Testamento y habituados a su terminología.
Resulta,
sin embargo, aún más notable observar .las diferencias, a veces importantes,
que se advierten entre .la cita tal como aparece en el Nuevo Testamento y el
correspondiente texto en el Antiguo, o el modo de interpretar y aph.car los
textos citados por parte de los escritores novotestamentarios. A veces más bien
parece que nos hallamos ante una violación de los mismos.
La
explicación exige que nos situemos en el SIg.10
1 y
que tomemos en consideración los diferentes factores, circunstancias y prácticas
exegéticas de aquella época.
NOTA: Citas Mixtas. Sucede A Veces Que Lo Que En El Nuevo Testamento Aparece Como Una
Sola Cita En Realidad Corresponde A Dos O Más Textos Del Antiguo Testamento. 1
Co. 2:9 Recoge Parte De Is. 6:4 Y -Tomado De La Septuaginta De Is. 65:16. En Mr
1:2, 3, Como Cita De Isaías, Se Dan Textos De Dos Libros Diferentes De
Malaquías (3:1) Y De Isaías (40:3). Esta Práctica De Agrupar Varias Citas
Como Si Correspondiesen Al Profeta O Escritor Principal Era
Común Entre Los Judíos En Días Apostólicos.
También Parece Que Había Colecciones De Textos Proféticos De
Diferentes Escritores Encabezados Por El Nombre Del Más Destacado De Ellos.
Esto Explicarla Mt. 27:9, Lo, Donde Encontramos Una Cita De Zacarías (11:13),
No De Jeremías, Aunque No Debe Pasarse Por Alto Su Posible Conexión Con Éste
(Véase Jer. 18:1).

CAUSAS DE LAS VARIANTES VERBALES.

1. DIVERSIDAD DE TEXTOS DEL ANTIGUO
TESTAMENTO.

Los
escritores del Nuevo Testamento tuvieron a su disposición tres textos
diferentes del Antiguo: el masorético o protomasorético, la versión griega de
los setenta o Septuaginta y l<;>s tárgumes
arameos (orales
o escritos) que recogían las traducciones parafrásicas corrientes en el primer
siglo. Probablemente hicieron
uso
de las tres, aunque predomina el empleo de la Septuaginta,
dado que el griego era la lengua
franca, la más Idónea para una comunicación amplia y, por tanto, la más
usada en el mundo greco-romano.
Es
comprensible
que los apóstoles, al citar textos del Antiguo Testamento se
valieran de la versión griega ya existente. Pero tal versión discrepa no
pocas
veces del texto hebreo masorético. Ejemplos de tal disparidad los
hallamos en
diversos pasajes del Nuevo Testamento. Veamos algunos de ellos: Mt.
1:23, donde
se cita Is. 7: 14. Aquí la Septuaginta usa la palabra parthenos (virgen)
para traducir el término hebreo 'almah (doncella). Parthenos
correspondía al hebreo bethulah (virgen), pero probablemente
en tiempo de los traductores tenía un significado más amplio que
permitía
legítimamente su uso para traducir almah
sin violentar el sentido del texto.
Las
diferencias no han de ser atribuidas necesariamente a capricho de los
traductores, sino a la evolución del lenguaje y a que probablemente tuvieron
ante sí textos anteriores al masorético, como parece desprenderse de algunos manuscritos
hallados en las cuevas de Qumrán. En 10 concerniente a la problemática textual remitimos
al lector a las páginas 129.

2. LIBERTAD EN EL MODO DE CITAR.

Tanto
en el mundo grecorromano  como en el
judaico había una gran libertad en el uso de referencias literarias. Pese al
literalismo de algunos rabinos, no se daba tanta importancia a la letra de un
texto como a su significado.
Incluso
en los evangelios, cuando se reproduce lo dicho por Jesús, no siempre es fácil
llegar a determinar cuáles fueron las palabras exactas (ipsissima verba) pronunciadas por Jesús. Un ejemplo de ello nos
lo ofrece Juan en su evangelio. En el aposento alto, dice el Señor a sus
discípulos: «Vosotros estáis limpios, aunque no todos» (Jn. 13:10). Pero en la
observación que a renglón seguido hace el evangelista, la frase de Jesús
reaparece modificada: «No todos estáis limpios.»
Las
variaciones verbales podían obedecer en algunos casos a motivos estilísticos.
Pero las más de las veces se debían, sin duda, a que el sentido de fidelidad a
lo escrito concernía más al contenido que
á la
forma. Tal vez nos ayudará a comprender este hecho la situación creada en
nuestros días por la proliferación de versiones de la Biblia en las principales
lenguas. Especialmente cuando se han llevado a cabo según los principios de la
«traducción dinámica», los cambios en el modo de expresar el pensamiento
original del autor son a veces considerables, sin que ello signifique ningún
problema para la mayoría de lectores. Algo análogo acontecía en tiempos
apostólicos cuando se trataba de reproducir tanto las palabras de Jesús como
los textos del Antiguo Testamento.
El
sentido de libertad aumentaba en el caso de los escritores novotestamentarios,
quienes no sólo se permitían a veces paráfrasis más que traducciones-, sino que
atribuían a los textos que citaban un significado derivado del cumplimiento en
Cristo de las promesas del Antiguo Testamento. De ahí la frecuencia con que aparece
la frase que acompaña a muchas citas: «Para que se cumpliese» (Mt. 2:15; 4:14;
21:4; Jn. 12:38; 13:18; 15:25; 17:12, etc.).
Sin
embargo, no puede decirse que aquella libertad equivalía a arbitrariedad.
Cuando usan textos del Antiguo Testamento; tanto para probar el cumplimiento en
Cristo de lo predicho por los profetas como para refutar objeciones judías o
establecer una doctrina, los escritores del Nuevo Testamento muestran una gran coherencia
con el conjunto de la revelación. En su modo de utilizar el Antiguo Testamen.to
no hay
lugar para
f
antasías
capricho
sas ni para fáciles alegorizaciones o tergiversaciones
gratuitas. Siguiendo la línea de Jesús mismo, tenían demasiado respeto a la autoridad
de la Escritura para permitirse veleidades personales.
Pero
el gran
acontecimiento
de Cristo invadía su pensamiento Su
interpretación del Antiguo Testamento esta iluminada y regida por el hecho
glorioso de que el tiempo escatológico de la salvación ya ha llegado. Para
ellos, como sugiere K. Fror, «no es el texto del Antiguo Testamento lo que ha
de ser expuesto, sino Cristo y su obra»." Esto no anula el significado
original de los textos, sino que lo complementa.
Veamos
como ilustración Mt. 2:15, donde hallamos la cita de Os. 11:
1 «De
Egipto llamé a mi hijo.» El evangelista aplica a Cristo un texto que
originalmente se refería clarísimamente a Israel y a su liberación de Egipto.
¿Efectúa Mateo una adaptación abusiva de las palabras de Oseas? Aunque pueda
parecerlo a primera vista, no es así.
Sin
duda, Mateo ve en el éxodo un acontecimiento de primera magnitud en la historia
de la redención que culmina en Cristo, y descubre paralelos -incluso de tipo
geográfico entre la liberación de Israel y la obra de Jesucristo, «por quien se
llevarían a efecto la redención y el éxodo espiritual del pueblo de Dios».
Por
otro lado, en su labor didáctica, tanto de palabra como por escrito, los
apóstoles se vieron asistidos por la acción guiadora del Espíritu Santo, de
acuerdo con lo que Jesús les había prometido (Jn. 14:26; 16:12-15). Cabe, pues,
admitir que esa guía se extendió al modo de usar las Escrituras del Antiguo
Testamento, de las que el mismo Espíritu había sido inspirador.
Esta
asistencia extraordinaria del Espíritu Santo, privativa de los apóstoles y sus
colaboradores, dio un carácter único a la libertad con que ellos manejaron las
Escrituras. En modo alguno podemos nosotros hoy pretender una prerrogativa
semejante. La utilización apostólica del Antiguo Testamento no significó en
absoluto el establecimiento de un método hermenéutico que pudiera seguirse
posteriormente. Las únicas vías válidas que en la actualidad se nos abren a
nosotros para la interpretación son las que ya hemos estudiado al ocupamos del
método gramático-histórico.
Pero
estas vías serán más seguras y fructíferas si las usamos contemplando los
horizontes abiertos por el Nuevo Testamento. Si es cierto que los apóstoles no
establecieron un método de interpretación, no lo es menos que nos dejaron una
perspectiva indispensable para la adecuada comprensión del Antiguo Testamento.

FORMAS LITERARIAS

La
gran variedad en el contenido del Antiguo Testamento (historia, biografía,
materias jurídicas, prescripciones culticas, preceptos morales, cánticos
y plegarias,
profecía, etc.) hacía inevitable la diversidad en el ropaje literario que había
de usarse para cada uno de sus elementos.
La
complejidad se acentúa debido a que los autores siguieron en líneas generales
los patrones de su tiempo, con sus múltiples posibilidades de expresión, por lo
que las formas a menudo cambian no sólo de un libro a otro, sino incluso dentro
de una misma obra. No encontramos libros exclusivamente históricos, o
doctrinales o legales.
En
la mayoría de ellos se entrelazan temas diversos. Y aun en el desarrollo de una
parte determinada, como puede ser la narración, se mezclan las más variadas maneras
de hablar con gran abundancia de formas o tipos literarios: patrones narrativos
típicamente estructurados, tablas genealógicas, poemas, formulaciones legales,
etc.
No
vamos a entrar ahora en el campo, un tanto laberíntico, de las formas y géneros
literarios tal como se entienden a partir de Hermann Gunkel, padre de la Formgeschichte (historia de las
formas).
Según
él, es necesario descubrir y clasificar las «formas» que subyacen a los
documentos escritos de cualquier literatura secular o religiosa-, así como
reconstruir el proceso por el que éstos llegaron a alcanzar su configuración
presente.
Sin
negar lo que de positivo puede haber en el análisis de los estratos de cada
libro del Antiguo Testamento, incluidos los más simples, es decir, las llamadas
«unidades menores», lo cierto es que la corriente predominante en este tipo de
estudios deja muy mal parada la historicidad de importantes porciones del
Antiguo Testamento. Como en la aplicación del método histórico-crítico, suele
prevalecer el subjetivismo del especialista, influenciado por prejuicios más
bien liberales.
Por
nuestra parte, y por más que ello parezca una limitación simplista ajena al
plano de los modernos estudios bíblicos, nos ceñiremos a una somera enumeración
de los materiales literarios del Antiguo Testamento.

MATERIAL NARRATIVO HISTÓRICO.

Incluye
en primer lugar la narración, en
la que se comunican circunstancias, acciones, discursos y homilías así como conversaciones o
locuciones varias. Puede referirse a
individuos o a colectividades humanas (familias, tribus, pueblos, reinos, etc.) y se halla contenido principalmente en
los llamados libros históricos
(Génesis - Ester), si bien es considerable el material de este tipo que se
encuentra en los libros de los profetas
y en algunos de los salmos.
Componente
histórico es también la relación. Comprende
listas de personas (tablas de pueblos Gn. 10-, genealogías -Gn. 36-, listas de
oficiales o de guerreros -2 S. 8:16-18; 20:23-26; 23:8-39, etc.-, relación de
los judíos que regresaron del cautiverio babilónico Esd. 2:8; Neh. 11:12),
listas de lugares (Jos. 15-19; Nm. 33) y listas de objetos (Éx. 35; Nm. 31).

MATERIAL JURÍDICO.

Aunque
la parte más importante se halla en el Pentateuco, aparecen textos de carácter
legal en los libros históricos y en los profetas. La normativa es extensa.
Basada en el decálogo, desarrolla un derecho civil, con una prolongación de tipo
casuístico en el que se preveían gran número de situaciones que deberían
resolverse con justicia.
Las
disposiciones cultuales regulaban la institución y funcionamiento del
sacerdocio, la práctica de ofrendas y sacrificios, el mantenimiento de la
pureza ceremonial y la celebración de las grandes festividades.

MATERIAL PROFÉTICO.

Comprende
todo el relativo a los mensajes y acciones de los profetas, quienes comunicaban
la palabra que habían recibido de Dios con destino a individuos o pueblos
determinados, mayormente Israel y Judá.

MATERIAL DE CÁNTICOS Y ORACIONES.

Sobresale
el libro de los Salmos; pero no falta ni en los libros históricos ni en los
proféticos.
Constituye
un testimonio riquísimo de la piedad israelita, alimentada por la Palabra de
Dios, pero al mismo tiempo impresiona por su carácter hondamente existencial.
Lugar
destacado ocupan los cánticos de victoria (como Éx. 15 o Jue. 5), los cantos de
amor y de bodas (Cantar de los Cantares), las canciones satíricas (Nm.
21:27-30; 2 R. 19:21-28), las elegías (2 S. 1:19-27; 3:33,34), los himnos
cantados en el templo (muchos de los salmos), que podían ser de acción de
gracias, de adoración, de lamentación, de confesión o de testimonio, a menudo
henchidos de esperanza.

LAS ORACIONES PARTICIPAN MÁS O MENOS
DE LAS MISMAS CARACTERÍSTICAS.

Aunque
aparecen a veces en forma poética, como los cantos, también las encontramos en
prosa. Algunas participan del doble carácter de plegaria y cántico.
Composiciones sapienciales. Recogen
la esencia de una sabiduría práctica inspirada en el temor de Dios y aplicada a
todos los órdenes de la vida. Componen libros enteros (Job, Proverbios y
Eclesiastés), además de algunos salmos (37; 73; etc.).
Cuanto
más familiarizado esté el intérprete con las peculiaridades literarias y
teológicas de todos estos materiales, tanto más aumentará su capacidad de
comprensión de los textos. Los capítulos que siguen tienen por objeto ayudar al
estudiante en su avance hacia tal familiarización.

CUESTIONARIO

1.
¿En qué puntos básicos coinciden el AT
y el NT?
2. ¿En qué sent.do y hasta qué punto tiene el AT autoridad para la Iglesia
cristiana?
3. ¿En qué se diferencia la teología del AT de las
enseñanzas de otras religiones antiguas?
4. ¿Cómo puede explicarse que el AT contenga leyes o
normas que a la luz del NT
-e incluso de la ética no cristiana de nuestros días- parecen impropias de
la voluntad de Dios?
5. El uso que del AT hicieron los escritores del
Nuevo ¿equivale a un método hermenéutico legítimo para nosotros hoy? 






















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CONSIDERACIONES FUNDAMENTALES

La
importancia de la Biblia está fuera de toda discusión. Sus libros no
son sólo un tesoro de información sobre el judaísmo y el cristianismo;
su contenido constituye la sustancia misma de la fe cristiana y la
fuente de conocimiento que ha guiado a la Iglesia en cuanto concierne a
su teología, su culto, su testimonio y sus responsabilidades de
servicio.

La solidez del pensamiento cristiano y la vida misma de
la Iglesia dependen del lugar otorgado en ellos a la Biblia y del modo
de examinar sus textos.






















INTRODUCCIÓN

Todo
hermeneuta, antes de iniciar su labor, ha de tener una idea clara de
las características del texto que ha de interpretar, pues si bien es
cierto que hay unos principios básicos aplicables a la exégesis de toda
clase de escritos, no es menos cierto que la naturaleza y contenido de
cada uno de éstos impone un tratamiento especial.






















INTRODUCCIÓN

En toda labor de investigación, los resultados dependen en gran parte de los sistemas o métodos de trabajo que se emplean.

La
tarea hermenéutica no es una excepción, pues el modo de inquirir el
significado de los textos determina considerablemente las conclusiones
del trabajo exegético. Ello explica la disparidad de interpretaciones
dadas a unos mismos pasajes de la Escritura, con las consiguientes
implicaciones teológicas y prácticas.






















INTRODUCCIÓN

Surge
este método dentro del liberalismo teológico que tuvo sus inicios a
mediados del siglo XVIII, se desarrolló en diversas fases y mantuvo su
primacía en amplios sectores protestantes hasta bien entrado el siglo
xx.

No se distingue el liberalismo por la homogeneidad de
conceptos de sus defensores -a menudo muy dispares entre sí, sino por la
coincidencia en unos principios que se consideraban fundamentales en el
desarrollo de la teología.






















INTRODUCCIÓN

A
pesar de las discrepancias entre sus principales representantes y de la
disparidad en los énfasis de cada uno de ellos, incluimos en esta
sección, como un todo, aunque debidamente diferenciados, los sistemas de
pensamiento teológico que coincidían en un punto común: la necesidad de
situar nuevamente la Escritura fuera y por encima del predominio del
método histórico-crítico, devolviendo a la teología el lugar que le
corresponde.
























INTRODUCCIÓN

Más
que un método, es una nueva concepción de la interpretación bíblica.
Aparece como continuación de la obra de Bultmann y está basada no tanto
en la exégesis, practicada por cualquiera de los métodos anteriormente
expuestos, como en los principios filosóficos de la lingüística moderna
aplicados a la interpretación en general. En el movimiento actual es
considerada como uno de los elementos más decisivos en la teología
posbultmanniana.
























INTRODUCCIÓN

Hemos
reservado para este método el último lugar no por ser en la historia de
la hermenéutica el más próximo a nosotros, sino porque la primacía que
sobre todos los demás le corresponde le hace acreedor a una atención y
un espacio superiores. Es el primero de los métodos para la práctica de
una exégesis objetiva.
























INTRODUCCIÓN

Una
vez tenemos ante nosotros el texto bíblico en la forma más depurada
posible, hemos de penetrar en él con objeto de descubrir su significado.
¿Cómo? En primer lugar, mediante el estudio de sus elementos
lingüísticos.

La ciencia del lenguaje ha avanzado notablemente en
los últimos tiempos y sus teorías son presentadas como esenciales no
sólo en toda labor de interpretación literaria, sino incluso en el
desarrollo de la filosofía moderna.
























INTRODUCCIÓN

Hemos
de reiterar aquí lo dicho al tratar del estudio de las palabras y de
sus relaciones gramaticales. El examen del contexto no sigue a tal
estudio; más bien lo precede y lo acompaña en una relación de mutua
influencia. El contexto ilumina e significado de los términos y éste
hace más concreto el contenido de aquél.

Así, en una constante comparación, ambos son enriquecidos y precisados.
























INTRODUCCIÓN

Aunque
algunos autores incluyen el estudio de las figuras de lenguaje en la
hermenéutica especial, creemos que tal estudio no debe separarse
demasiado del lugar que le corresponde como parte del análisis
lingüístico. De otro modo, podría darse la impresión de que el método
gramático-histórico sólo es aplicable a textos que admiten una
interpretación rigurosamente literal.








































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