Blog Beit Emunáh
Comunidad Judía del Principado de Asturias
Los judíos en la España romana
Los orígenes del establecimiento de los judíos en España, como ha
ocurrido con todos los países de la Diáspora, fueron pronto motivo de
leyendas. A partir del siglo X circularon numerosas historias relativas a
familias y comunidades judías de cuyos antecesores se aseguraba que
Tito, o incluso Nabucodonosor, los había desterrado de Judea y traído a
España. Estas leyendas se entrelazaron con otras de la España
prehistórica según las cuales ciertos reyes mitológicos de España, como
Hércules, Hispán y Pirro, habrían participado en la conquista de
Jerusalém por Nabucodonosor. Tanto los judíos como los cristianos se
empeñaron en asociar sus orígenes con las tradiciones más antiguas y
consagradas del género humano.
Hacia el final de la Edad Media, los conversos de ascendencia judía
buscaron apoyo en estas leyendas con el fin de probar que sus
antecesores no habían tomado parte en la crucifixión de Jesús. Pero el
motivo predominante en la formación de tales leyendas fue la convicción
de los judíos españoles de que su alto nivel cultural se debía a su
descendencia de la tribu de Judá, que habría sido desterrada a España
tras la destrucción del Primer Templo. Esta tradición se escucha por
primera vez en el siglo X, en los días del distinguido hombre de Estado
Hasday Ibn Shaprut.
Más antigua es todavía la identificación de España con la bíblica
Sefarad. Tal identificación se debe a determinada exégesis del versículo
del profeta Abdías, que habla de «los desterrados de Jerusalém que están en Sefarad»
(Abdías 20). Para el exegeta, Abdías había profetizado la destrucción
de Edom, es decir, Roma, y la congregación de los judíos dispersos,
incluyendo la tribu cuyo exilio se hallaba en los confines del Imperio
romano, es decir, Hispania.
Una interpretación así sólo pudo darse en un exegeta que viviera en un
momento en que el Imperio romano consistiera fundamentalmente en las
tierras que rodean el Mediterráneo, e Hispania fuera tenida por su
provincia más remota. Por tanto, las alusiones políticas y geográficas
citadas deben datarse en los últimos días del Imperio romano o lo más
tarde en la época visigoda. En este punto la leyenda se funde con la
realidad histórica.
Los primeros judíos que se establecieron en España formaban parte de la
primitiva Diáspora que se desparramó por todos los rincones del Imperio
romano. Ya el apóstol Pablo proyectó visitar España, indudablemente para
tomar contacto con una comunidad judeocristiana allí existente.
Son más concretas las noticias que tenemos del periodo que sigue a la
alianza de la Iglesia con el Imperio romano, cuando los cristianos más
fanáticos emprendieron la destrucción de los últimos restos de Israel y
de su cultura.
Severo, obispo de Mallorca, en carta escrita el año 418, ofrece un
relato de la conversión forzada de los judíos de Menorca. Por
instigación del obispo de Magona (Mahón) estallaron violentas luchas
callejeras entre judíos y cristianos. La sinagoga fue presa de las
llamas. Los judíos se animaban unos a otros a imitar a los mártires
macabeos muriendo por su fe. Las mujeres sobresalieron especialmente en
el heroísmo y el sacrificio. Unos cuantos hombres lograron ocultarse
durante algunos días en los bosques y en los desfiladeros, pero todo su
empeño por alcanzar el mar y escapar del lugar de persecución resultó
baldío. Los miembros más distinguidos de la comunidad se rindieron.
Severo asegura haber ganado quinientas cuarenta almas judías en aquella
isla.
Como en los demás lugares de la Diáspora occidental, los judíos de
Magona habían constituido hasta entonces una comunidad
nacional-religiosa separada. Al mismo tiempo habían participado en la
vida política de la ciudad con los mismos derechos que los demás
habitantes, hasta que la nueva legislación cristiana vino a romper la
armonía. El jefe de la comunidad judía estaba exento de las abrumadoras
tareas que llevaba consigo un asiento en la curia o concejo municipal y
desempeñaba el cargo de Defensor, de alto honor muy codiciado. Muchos
ciudadanos gozaban de su patrimonio (patrocinium). Otro judío ostentaba el título de Comes provinciae.
La mayoría de los judíos eran ricos terratenientes. Abundaban entre
ellos los nombres latinos y griegos y sólo unos pocos llevaban nombres
hebreos. Algunos apellidos que fueron famosos después (gracias a las
distinguidas personalidades que los llevaron), se originaron sin duda en
este periodo, por ejemplo, Cresques=Crescens o Perfet = Perfectus.
La situación de los judíos en la Península debe de haber sido similar.
Sabemos que poco antes de la persecución arriba mencionada, algunos
judíos de la Península habían llegado a Menorca huyendo de los
visigodos, que por entonces devastaban España. Por tanto la población
judía de la Península Ibérica era ya de cierta importancia antes de que
las tribus germánicas conquistaran el país.
Ha de tenerse en cuenta este hecho para comprender la posterior historia de los judíos en España. .
ocurrido con todos los países de la Diáspora, fueron pronto motivo de
leyendas. A partir del siglo X circularon numerosas historias relativas a
familias y comunidades judías de cuyos antecesores se aseguraba que
Tito, o incluso Nabucodonosor, los había desterrado de Judea y traído a
España. Estas leyendas se entrelazaron con otras de la España
prehistórica según las cuales ciertos reyes mitológicos de España, como
Hércules, Hispán y Pirro, habrían participado en la conquista de
Jerusalém por Nabucodonosor. Tanto los judíos como los cristianos se
empeñaron en asociar sus orígenes con las tradiciones más antiguas y
consagradas del género humano.
Hacia el final de la Edad Media, los conversos de ascendencia judía
buscaron apoyo en estas leyendas con el fin de probar que sus
antecesores no habían tomado parte en la crucifixión de Jesús. Pero el
motivo predominante en la formación de tales leyendas fue la convicción
de los judíos españoles de que su alto nivel cultural se debía a su
descendencia de la tribu de Judá, que habría sido desterrada a España
tras la destrucción del Primer Templo. Esta tradición se escucha por
primera vez en el siglo X, en los días del distinguido hombre de Estado
Hasday Ibn Shaprut.
Más antigua es todavía la identificación de España con la bíblica
Sefarad. Tal identificación se debe a determinada exégesis del versículo
del profeta Abdías, que habla de «los desterrados de Jerusalém que están en Sefarad»
(Abdías 20). Para el exegeta, Abdías había profetizado la destrucción
de Edom, es decir, Roma, y la congregación de los judíos dispersos,
incluyendo la tribu cuyo exilio se hallaba en los confines del Imperio
romano, es decir, Hispania.
Una interpretación así sólo pudo darse en un exegeta que viviera en un
momento en que el Imperio romano consistiera fundamentalmente en las
tierras que rodean el Mediterráneo, e Hispania fuera tenida por su
provincia más remota. Por tanto, las alusiones políticas y geográficas
citadas deben datarse en los últimos días del Imperio romano o lo más
tarde en la época visigoda. En este punto la leyenda se funde con la
realidad histórica.
Los primeros judíos que se establecieron en España formaban parte de la
primitiva Diáspora que se desparramó por todos los rincones del Imperio
romano. Ya el apóstol Pablo proyectó visitar España, indudablemente para
tomar contacto con una comunidad judeocristiana allí existente.
Son más concretas las noticias que tenemos del periodo que sigue a la
alianza de la Iglesia con el Imperio romano, cuando los cristianos más
fanáticos emprendieron la destrucción de los últimos restos de Israel y
de su cultura.
Severo, obispo de Mallorca, en carta escrita el año 418, ofrece un
relato de la conversión forzada de los judíos de Menorca. Por
instigación del obispo de Magona (Mahón) estallaron violentas luchas
callejeras entre judíos y cristianos. La sinagoga fue presa de las
llamas. Los judíos se animaban unos a otros a imitar a los mártires
macabeos muriendo por su fe. Las mujeres sobresalieron especialmente en
el heroísmo y el sacrificio. Unos cuantos hombres lograron ocultarse
durante algunos días en los bosques y en los desfiladeros, pero todo su
empeño por alcanzar el mar y escapar del lugar de persecución resultó
baldío. Los miembros más distinguidos de la comunidad se rindieron.
Severo asegura haber ganado quinientas cuarenta almas judías en aquella
isla.
Como en los demás lugares de la Diáspora occidental, los judíos de
Magona habían constituido hasta entonces una comunidad
nacional-religiosa separada. Al mismo tiempo habían participado en la
vida política de la ciudad con los mismos derechos que los demás
habitantes, hasta que la nueva legislación cristiana vino a romper la
armonía. El jefe de la comunidad judía estaba exento de las abrumadoras
tareas que llevaba consigo un asiento en la curia o concejo municipal y
desempeñaba el cargo de Defensor, de alto honor muy codiciado. Muchos
ciudadanos gozaban de su patrimonio (patrocinium). Otro judío ostentaba el título de Comes provinciae.
La mayoría de los judíos eran ricos terratenientes. Abundaban entre
ellos los nombres latinos y griegos y sólo unos pocos llevaban nombres
hebreos. Algunos apellidos que fueron famosos después (gracias a las
distinguidas personalidades que los llevaron), se originaron sin duda en
este periodo, por ejemplo, Cresques=Crescens o Perfet = Perfectus.
La situación de los judíos en la Península debe de haber sido similar.
Sabemos que poco antes de la persecución arriba mencionada, algunos
judíos de la Península habían llegado a Menorca huyendo de los
visigodos, que por entonces devastaban España. Por tanto la población
judía de la Península Ibérica era ya de cierta importancia antes de que
las tribus germánicas conquistaran el país.
Ha de tenerse en cuenta este hecho para comprender la posterior historia de los judíos en España. .
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