lunes, 15 de agosto de 2016

Historia - La Monarquía Hispánica - Els regnes cristians - Corona d'Aragó




















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La Monarquia Hispanica Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes






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Los reinos cristianos

Jaime I el Conquistador
(1208-1276)


por José Hinojosa Montalvo


Universidad de Alicante

Académico d. de la Real Academia de la Historia


Jaime I el Conquistador     Jaime
I (Montpellier, 1208- Valencia, 1276/1213-1276). Llamado el Conquistador.
Rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, conde de Barcelona y de Urgel
y señor de Montpellier. Hijo de Pedro II de Aragón y de María
de Montpellier, fue engendrado de forma casual, según la leyenda, debido
a las malas relaciones de sus progenitores. Como Pedro II no quería ver
a la reina, un caballero, con engaños, haciéndole creer que en
el lecho estaba otra dama a la que cortejaba el monarca, logró llevarlo
al palacio de Mirabais, introducirlo en la cama y conseguir que la reina quedara
encinta. En este palacio de Montpellier nació el 2 de febrero de 1208
el primogénito. La reina ordenó encender doce cirios con los nombres
de los apóstoles, manifestando que el que durara más daría
el nombre de su hijo, lo que sucedió con Santiago Apóstol, san
Jaime.
     Casó Jaime I el 6 de enero de 1221 en Ágreda con doña Leonor, hija de Alfonso VIII de
Castilla y de Leonor de Inglaterra a los catorce años. El matrimonio fue anulado por la Iglesia
por razones de parentesco cuando el rey cumplió 22 años y tenía ya un hijo (don Alfonso, muerto
en 1260), a petición de don Jaime.
     El segundo matrimonio de don Jaime se celebró en Barcelona el 8 de septiembre de 1235,
contando veintiséis años, y siendo la elegida doña Violante, hija de Andrés II de Hungría, y
mujer de carácter fuerte, cuyo objetivo fue hacer reyes a sus hijos Pedro y Jaime, mediante la
persecución a Alfonso y la intervención en la política real. Tuvieron cuatro hijos y cinco hijas:
Pedro III, el sucesor al trono; Jaime, que reinaría en Mallorca; Fernando, murió en vida del
padre; y Sancho, arcediano de Belchite, abad de Valladolid y arzobispo de Toledo, falleciendo
en 1275 prisionero de los moros granadinos. Las hijas fueron: Violante, que casó con Alfonso
X de Castilla; Constanza, casada con el infante castellano don Manuel, hijo de Fernando III;
María, que entró en religión; Sancha, que murió como peregrina en Tierra Santa; María, que fue
religiosa, e Isabel, casada en 1262 con Felipe III de Francia. La reina Violante de Hungría murió
en Huesca, el 12 de octubre de 1251.
     Tradicionalmente se ha considerado que fue el deseo de Violante de conseguir buenas
herencias para sus hijos el motivo que llevó a convencer a Jaime I de la partición de sus reinos,
pero a esta explicación simplista se añade también su concepción patrimonial, que convirtió la
Corona de Aragón en una serie de piezas que manejó a su antojo, y así, hizo un primer reparto
(1241), según el cual el primogénito Alfonso heredaría Aragón y Cataluña, la herencia peninsular
de su padre, y Pedro, habido con Violante, Valencia, las islas Baleares, el Rosellón y la Cerdaña.
Ero en 1243 en un nuevo testamento legó a Alfonso Aragón; a Pedro, Cataluña y Valencia, y las
Baleares, a Jaime. De nuevo testó en 1248, incluyendo en el reparto al nuevo hijo, Fernando.
Muerto Alfonso (1260), otorgó nuevo testamento y legó (1262) a Pedro Aragón, Cataluña y
Valencia; a Jaime, las Baleares, Rosellón, Cerdaña y Conflent.
     Tras la muerte de Violante el rey se lanzó a una carrera de amoríos, ya que, como anotaron
sus cronistas, era «hom de fembres», debiendo citarse a Aurembiaix de Urgel; o Teresa Gil de
Vidaure, a la que se prometió en matrimonio, pero el rey la abandonó cuando enfermó de lepra,
con la intención de casarse de nuevo. Doña Teresa recurrió a Roma y el papa no anuló dicho
matrimonio, lo que movió la ira de Jaime I contra su confesor el obispo de Gerona, acusándolo
de revelar el secreto de confesión de su matrimonio, y le mandó cortar la lengua, según los
cronistas. De este matrimonio nació Jaime, señor de Jérica, y Pedro, señor de Eyerbe. De sus
relaciones amorosas con Guillema de Cabrera nació Fernán Sánchez, al que entregó la baronía
de Castro. Con Berenguela Fernández tuvo a Pedro Fernández, señor de la baronía de Híjar,
mientras que con Berenguela Alfonso, hija del infante Alfonso de Molina, no tuvo descendencia.
Estos bastardos reales, pues, fueron el origen de algunas de las más importantes casas nobiliarias
de Aragón y Valencia.
     Jaime I fue un rey de gran carácter y una fuerte personalidad, como se ve en su propia Crónica
y en
las descripciones que nos han dejado otros autores, en particular
Desclot. El rey aparece como un personaje de considerable estatura, de
cabello rubio y,
como cuenta Desclot, de presencia caballeresca, blanco de cutis y de
pelo rubio, hermosos dientes y finas y largas manos. Entre sus
cualidades morales sobresalen
dos: su generosidad y su fidelidad a la palabra empeñada. Religiosidad
y belicosidad se entremezclan en su personalidad, fruto de su crianza y
educación
entre los templarios, de forma que considera su espíritu cristiano al
servicio armado de la cristiandad, plasmado en la lucha contra el Islam.
En
su vida y sus empresas vemos también la fe, el providencialismo y la
devoción mariana, como testimonian las numerosas mezquitas transformadas

en templos cristianos y consagradas a María. Su valentía y orgullo
también forman parte de su personalidad, visible en el episodio de
sacarse
él personalmente la saeta que le atravesó el hueso del cráneo; el
orgullo de su familia, conservado hasta su vejez; su sensibilidad,
visible
en el episodio de la golondrina que anidó en su tienda, las lágrimas
derramadas al conquistar Valencia y tantos episodios, que no son
incompatibles
con la crueldad, como cortarle la lengua al obispo de Gerona. Fue un
gran creyente y un gran pecador, además de mujeriego, ya que sus últimos
añores
corresponden a las vísperas de su muerte. Monarca longevo, falleció a
los 71 años, tras sesenta y tres de reinado, que coincide con la época
del apogeo medieval.
     La infancia de Jaime I fue muy difícil porque su padre abandonó a la reina María y también
al propio Jaime, envuelto en la vorágine de las guerras en el Midi francés, donde Pedro II halló
la muerte en la batalla de Muret (1213), quedando el infante en manos de su enemigo Simón de
Montfort, a cuya hija había sido prometido. Ese año falleció la reina María en Roma. Fueron
años difíciles, pues ya de niño Jaime sufrió un atentado en la cuna. Su reinado se inició con una
minoría bajo la protección especial del Papa Inocencio III, que hizo que en 1214 Simón de
Montfort devolviera al rey-niño y la permanencia desde 1215 en Monzón, confiado a la orden
del Temple, según las disposiciones de la reina María: un consejo de regencia integrado por
aragoneses y catalanes, presidido por el conde Sancho Raimúndez, hijo de Ramón Berenguer IV
y tío abuelo de Jaime, gestionaba los asuntos públicos en estos primeros años.
     Una de las primeras dificultades que tuvo que
afrontar el rey-niño, fue la amenaza del nuevo Papa Honorio
III, sucesor de Inocencio, defensor de Simón de Monfort, de replicar a
los intentos de los aragoneses de vengar la muerte del rey Pedro;
situación
aprovechada por el abad de Montearagón Fernando, tío del rey, para
oponerse al regente don Sancho y obligar a la reunión de la curia
real en Monzón en 1218, concluyendo la regencia del conde por la
presión del bando contrario en el que figuraban los nobles aragoneses
Jimeno Cornel,
Pedro de Ahones y Blasco de Maza, que luego participaron activamente
en los enfrentamientos de la nobleza y la monarquía. En 1219 inició su
andadura un nuevo consejo encabezado por el arzobispo de Tarragona,
periodo que se puede considerar finalizado con la boda de Jaime con
Leonor de Castilla,
hija de Alfonso VIII, cuando apenas tenía 13 años, en 1221. Ese año se
celebraron Cortes en Daroca, a las que asistieron para prestar
homenaje al rey el conde de Urgell y el vizconde de Cabrera. La pugna
nobleza-monarquía se recrudeció durante los primeros años del monarca,
alternando
las estériles luchas nobiliarias, la bancarrota financiera heredada de
su padre, los problemas derivados de la sucesión en el condado de
Urgell
y el enfrentamiento con los Montcada y los Cabrera, y la rebelión de
los ricos-hombres aragoneses tras la muerte de Pedro de Ahones en 1226.
     La habilidad de Jaime I le permitió crear márgenes de actuación relativamente holgados,
utilizando para ello la empresa reconquistadora contra el Islam. Se trataba de un proceso mucho
más amplio, inscrito en el marco global de la política de los reinos cristianos peninsulares. En
efecto, a partir de 1212 y a raíz de la batalla de las Navas de Tolosa se produjo el hundimiento
y la fragmentación del poder almohade en al-Andalus, que propició en las décadas siguientes el
avance de las fronteras de los reinos cristianos hacia el sur, y así, mientras Portugal llegaba al
Algarbe en 1249, Fernando III de Castilla conquistaba Sevilla (1248) y Jaime I el castillo y villa
de Biar (1245), dando por finalizada la conquista de las tierras valencianas. Al por qué de estas
campañas, la historiografía ha dado muy variadas explicaciones, y si el hispanista francés Pierre
Guichard la ve como el resultado de la superioridad militar de los cristianos, en el marco del
choque entre una sociedad cristiana feudalizada y una sociedad islámica tributaria, incapaz de
generar un poder político y militar fuerte, capaz de resistir una ofensiva exterior, otros autores
insisten en la importancia que la guerra, la conquista de nuevas tierras, tiene para la clase feudal
dominante, los nobles, como medio de incrementar su patrimonio y rentas, lo que en este caso
se haría a costa de los andalusíes, fragmentados políticamente y débiles militarmente, en tanto
que para R. I. Burns lo fundamental sería el espíritu de cruzada que impregnaría a los cristianos,
tesis hoy poco compartida. No olvidemos que desde 1228 el rey propiciaba un programa para
reafirmar su poder, para recuperar el prestigio y la autoridad de la Corona, que su padre había
arruinado, y para ello propuso una empresa militar colectiva que beneficiara a todos, con el rey
como motor y como cabeza suprema de este proyecto.
     En las Cortes de Tortosa de 1225 se proclamó la necesidad de emprender la reconquista
contra el Islam, que se inició con el fracaso del sitio sobre Peñíscola, al no contar con la
colaboración de los caballeros aragoneses. Pero no por ello cejó en su empeño de ir contra
Valencia y en 1226 planeó una nueva expedición, partiendo de Teruel, que no llegó a realizarse
por el fracaso de la convocatoria, aunque el rey de Aragón obtuvo de Zayd Abu Zayd el pago
de un quinto de sus rentas de Valencia y Murcia a cambio de la paz. El viejo sistema de las parias
seguía teniendo plena vigencia. La violación de la paz por su vasallo Pedro de Ahones se saldó
con su muerte y una guerra civil en Aragón. La fidelidad y ayuda del noble Blasco de Alagón
fue compensada por Jaime I en 1226 con la concesión de todos los lugares y castillos que pudiera
conquistar en territorio musulmán valenciano, hecho que años después tendría importantes
consecuencias. En 1227, la intervención papal a través del arzobispo de Tortosa permitió firmar
la concordia de Alcalá, que procuraba una paz entre el rey y sus aliados, por un lado, y las
facciones de los barones por otro, lo que dejó la puerta abierta a las grandes empresas
conquistadores de Jaime I. En el condado de Urgel el rey de Aragón restableció en su condado
a Aurembiaix de Urgel, bastando una campaña para apoderarse de sus territorios, que ella
traspasó a Jaime I. Este, a su vez, se los devolvió en feudo.
     Por entonces se produjo la descomposición política del Sharq al-Andalus y en 1228 Ibn Hud
se proclamó emir de los musulmanes en Murcia, siendo reconocido por los arraeces de Alzira,
Xàtiva y Denia, territorios que perdió Zayd Abu Zayd, cuyo dominio llegaba hasta el Júcar. La
sublevación de Zayyan de Onda llevó a la guerra civil entre ambos, ocupando Zayyan Valencia
y refugiándose Zayd en Segorbe y pidiendo la ayuda de Pedro Fernández de Azagra, a cambio
de la cual entregó Bejís (1229) y quizá la cuenca del alto Turia. Zayt busca la ayuda de Jaime
I y el 20 de abril de 1229 firmó en Calatayud un acuerdo por el que se declaró vasallo del rey de
Aragón, le ofreció la cuarta parte de las rentas del territorio perdido y la donación de Peñíscola,
Morella, Alpuente, Culla y Segorbe, a cambio de ayuda militar y la entrega de los castillos de
Ademuz y Castielfabib.
     Jaime I fue el primer gran protagonista de la expansión mediterránea de la Corona de Aragón,
comenzando por la conquista de Mallorca, que Jaime promocionaría como una obra colectiva,
que a todos beneficiaría. Ante las agresiones de los piratas mallorquines musulmanes a los
mercaderes de Barcelona, Tarragona y Tortosa éstos pidieron ayuda al monarca, al que en la
reunión de Barcelona (diciembre de 1128) ofrecieron sus naves, mientras que los barones
catalanes acordaron participar en la empresa a cambio del botín y tierras. En otra reunión en
Lérida los barones aragoneses aceptaron las mismas condiciones, pero sugirieron al rey que la
empresa se dirigiera contra los musulmanes de Valencia. La conquista de Mallorca, aunque
participó un grupo de caballeros aragoneses en virtud de sus obligaciones con el soberano, fue
una empresa catalana, y catalanes serían la mayoría de sus repobladores.
     Las Cortes catalanas de 1228 reunidas en Barcelona concedieron al rey el subsidio
correspondiente a la recaudación del impuesto del bovaje. La expedición estaba integrada por
150 naves y salió desde Salou, Cambrils y Tarragona el 5 de septiembre de 1229. Tras un largo
asedio de tres meses, la ciudad de Palma se rindió el último día del año, y con ella el resto de la
isla, que apenas ofreció resistencia. El rey volvió en 1231 a la isla, cuando moros no sometidos
se ofrecieron al rey, sometiendo Menoría a la condición de tributaria. La isla de Ibiza fue
conquistada en 1235 por el arzobispo de Tarragona, Guillem de Montgrí, y su hermano Bernat
de Santa Eugènia.
     Mallorca se constituyó como un territorio más de la Corona bajo el nombre de «regnum
Maioricarum et insulae adyacentes», obtuvo una carta de franquicia en 1230 y la institución en
1249 del municipio de Mallorca contribuyó a la institucionalización del reino. La conquista
supuso acabar con la piratería islámica en las Baleares, que se constituían en puente para el
comercio entre Cataluña y el norte de África. Los participantes recibieron donaciones en la isla,
en particular la nobleza, lo que fortaleció su poder político y social.
     La conquista de Valencia, auténtica obsesión para Jaime I, cuyas energías absorbió durante
quince años, se preparó minuciosamente dada su trascendencia, una vez ocupada Mallorca y
alejado el peligro musulmán del Mediterráneo. A pesar de los iniciales fracasos y del interés de
los caballeros de frontera por beneficiarse para sí de estas conquistas, Jaime I no se inhibió de
la empresa cuando Blasco de Alagón se apoderó de Morella en 1232 y fue un peligro para el
fortalecimiento de la nobleza. En 1233 en Alcañiz se planificó la campaña, desarrollada en tres
etapas: la primera dirigida a las tierras de Castellón, con la toma de Burriana en 1233 y otros
enclaves, como Peñíscola; la segunda abarca la zona central con la conquista de Valencia (1238)
y las tierras llanas hasta el Júcar, para lo cual las Cortes generales de Monzón de 1236
concedieron la ayuda necesaria y el Papa Gregorio IX dio a la empresa el carácter de cruzada.
El Puig se tomó en agosto de 1237, fracasando una escuadra enviada por el rey de Túnez en
auxilio de Valencia, firmándose unas capitulaciones el 28 de septiembre y entrando el rey en la
ciudad el 9 de octubre; la tercera fase abarca desde 1243 a 1245 llegándose a los límites
estipulados para la conquista entre Aragón y Castilla en el tratado de Almizrra en 1244, firmado
entre Jaime I y el infante Alfonso para delimitar las áreas de reconquista de las Coronas de
Castilla y Aragón. Las tierras al sur de la línea Biar-Vila Joiosa quedaron reservadas para
Castilla, incorporándose al reino de Valencia por Jaime II tras la sentencia arbitral de Torrellas
(1304) y Elche (1305).
     Jaime I obtuvo un gran triunfo sobre la nobleza, que consideraba las tierras conquistadas en
Valencia como una prolongación de sus señoríos, al convertirlo en un reino propio (1239),
formando una entidad político-jurídica propia unida dinásticamente a la Corona de Aragón,
hecho que provocó la airada reacción de la nobleza aragonesa, que veía cercenadas sus
posibilidades de hacer de las tierras valencianas una prolongación de sus señoríos aragoneses.
El reino fue repoblado por catalanes y aragoneses, aunque durante mucho tiempo la población
musulmana siguió siendo mayoritaria. La falta de respeto por los cristianos de los pactos y
capitulaciones firmados con los mudéjares llevó a la sublevación de al-Azraq en 1247.
     En su pugna con la nobleza Jaime
I encontró el soporte de la doctrina jurídica romana revitalizada
por la escuela de Bolonia, que afirmaba la supremacía del príncipe,
y por tal de contrarrestar a la insumisa nobleza, el rey favoreció decididamente
a los municipios y a la burguesía. La renuncia a la política tradicional
sobre el Midi hizo que la atención se desviara hacia el Mediterráneo.
Y también se modificaron las relaciones con los reinos hispánicos.
     La falta de descendencia del monarca navarro Sancho VII a punto estuvo de llevar a la unión
con Aragón. Ante las dificultades del rey de Navarra, al que hacía la guerra Castilla, deseosa de
anexionarse parte del reino navarro, la solución que encontró Sancho VII fue establecer en 1231
un pacto de prohijamiento mutuo con Jaime I, en virtud del cual Sancho se convertía en padre
de Jaime, y al morir uno de ellos, el otro le sucedería en sus territorios. El pacto era favorable
a Jaime I, muy joven, dada la delicada salud y avanzada edad de Sancho VII, y contenía diversas
cláusulas por la que el rey de Aragón debía defender Navarra frente a agresiones exteriores. Pero
las campañas de conquista en Mallorca y Valencia hicieron que Jaime I se desentendiera de
Navarra, donde al morir Sancho VII en 1234 subió al trono como su sucesor Teobaldo de
Champaña.
     Con el reino de Castilla, además
del tratado de Almizrra (1244) que delimitó las zonas de expansión
hacia el sur de ambas Coronas, Jaime ayudó a su yerno Alfonso X a pacificar
la rebelión de los mudéjares murcianos. Pero el interés
de Jaime I por ayudarle desató la oposición de la nobleza aragonesa
en las Cortes de Zaragoza (1264), que se negó a a cooperar, alegando
que no obtenía beneficios en tal empresa. A pesar de tales reticencias,
Jaime I acudió en ayuda del rey de Castilla, sometió Murcia en
1266 e inició un proceso de repoblación con catalanes y aragoneses,
devolviendo luego Murcia a Alfonso el Sabio. También el Conquistador
autorizó a sus súbditos a luchar con el rey de Castilla frente
a la ofensiva de Marruecos y Granada.
     Para resolver sus diferencias con Francia, el 11 de mayo de 1258 Jaime I firmó con Luis IX
(San Luis), el tratado de Corbeil, en virtud del cual Luis IX renunció a los derechos «teóricos»,
que desde tiempos de Carlomagno pretendía tener sobre el Rosellón, Conflent y Cerdaña, y a los
condados catalanes (Barcelona, Urgel, Besalú, Ampurias, Gerona y Vic), y Jaime I a los
derechos -más evidentes- que le asistían sobre diversos lugares del mediodía francés. Prenda de
la nueva amistad sería la infanta Isabel, hija menor de Jaime I, que casaría con Felipe, hijo y
heredero de San Luis. Ahora cedió también Jaime I a la reina de Francia, doña Margarita, sus
derechos a los condados de Provenza y Folcalquier, lo que tenía en el marquesado de Provenza
y el señorío de las ciudades de Arles, Marsella y Aviñón, que fueron del conde Ramón
Berenguer. El tratado ha sido juzgado con dureza por los historiadores, en particular los
catalanes, ya que ponía fin a la expansión y política ultrapirenaica de la Corona de Aragón.
     Respecto a la política
norteafricana de Jaime I el monarca se aprovechó del interés comercial
que desde el siglo XII habían demostrado los catalanes. La política
real se aprovechó de su presencia en los reinos o sultanatos de Marruecos,
Tremecén y Túnez, dedicando sus esfuerzos a someterlos por diversos
medios, utilizando el procedimiento de unir el comercio catalán al pago
de un tributo por el sultán. Se establecieron alfòndecs (alhóndigas)
en Túnez y Bugía, en tanto que las milicias cristianas actuaban
al servicio de los hafsidas.
Jaime I el Conquistador
     Puede decirse que comienza ahora, en los últimos años de la vida del Conquistador,
una etapa
de fracasos, de decadencia: Corbeil, Tierra Santa, repartos de sus
reinos y luchas internas, etc. En 1260 murió el infante Alfonso y en
1262 el rey
se vio obligado a hacer un nuevo reparto, dando a Pedro, Aragón,
Cataluña y Valencia, y a Jaime las Baleares.
     El espíritu de cruzada de Jaime I le llevó a emprender una expedición a Tierra Santa, como
resultado de la embajada tártara que recibió mientras estaba en Toledo en la Navidad de 1268
para asistir a la primera misa de su hijo el infante Sancho, arzobispo de la ciudad. Los tártaros,
enemigos de los turcos, ofrecían unir su ayuda a la del emperador bizantino Miquel Paleólogo
en la expedición a Tierra Santa que desde hacía tiempo Jaime I proyectaba. El 4 de septiembre
de 1269 zarpó de Barcelona una flota de 30 naves gruesas y algunas galeras, con ochocientos
hombres escogidos, almogávares, los maestres del Temple y del Hospital, y los infantes Fernán
Sánchez y Pedro Hernández. La empresa -que Soldevila sugiera que pudiera ir dirigida contra
la isla de Sicilia- fue un fracaso total, pues una tempestad obligó a la flota a refugiarse en
Aigües-Mortes, cerca de Montpellier, donde desembarcó el rey, que regresó por tierra a
Cataluña, olvidándose de la empresa, lo que hizo de manera definitiva en el concilio de Lyón de
1274. Las razones del abandono nunca estuvieron claras y la mayoría de los historiadores apelan
a la edad del monarca, con sesenta años, y, sobre todo, al deseo de estar junto a Berenguela
Alfonso, con quien tenía amores.
     En 1274 asistió al concilio de Lyon reunido por Gregorio X en su deseo de ser coronado por
el Papa, pero este le exigió a cambio la ratificación del feudo y tributo que Pedro II había
ofrecido dar a la Iglesia, por lo que no hubo acuerdo.
     Los últimos años del reinado agudizaron los conflictos político-sociales, asistiendo a la
revuelta de la nobleza catalana en 1259, encabezada por el vizconde Ramón de Cardona y
Fernando Sánchez de Castro (bastardo de Jaime I), motivada por las diferencias con el conde de
Urgel, en tanto que en los años setenta asistimos a una auténtica guerra civil, cuando el rey se
vea presionado por los partidarios del primogénito, el infante Pedro, y por los rebeldes
encabezados por el bastardo Fernández de Castro, aglutinador del frente nobiliario que
calificaríamos de nacionalista, aunque todos lo que pretendían era imponer su autoridad a la
Corona y alterar el autoritarismo regio a su favor, celosa también del ascenso social de los
grupos urbanos y su apoyo a la monarquía. La lucha se saldó con la muerte del hermanastro
Fernández de Castro por el infante Pedro (1275), mientras que sus partidarios aguardarían la hora
de la venganza.
     En 1275 se sublevaron los mudéjares
valencianos y Jaime I vino en persona a sofocar la revuelta. El Conquistador
fue derrotado por los moros en Llutxent (junio de 1276), falleciendo el mes
de julio de ese mismo año. Su herencia se repartió entre Pedro
III de Aragón, Valencia y conde de Barcelona, y Jaime, que recibió
Mallorca, y los condados de Rosellón, Cerdaña y el señorío
de Montpellier.
     Fue en el reinado de Jaime I cuando se produjo el nacimiento de la conciencia territorial en
la Corona de Aragón, sobre todo en los Estados fundacionales de Aragón y el principado de
Cataluña, con la actuación de dos fuerzas: la normalización del Derecho, que creará una
conciencia territorial, y la conversión de las Cortes, reflejo de una realidad estamentalizada, en
una institución reivindicativa y cohesionadora de la conciencia de la comunidad. En el ámbito
jurídico, los Fueros de Aragón superaban el derecho consuetudinario por un marco más amplio
de reminiscencias romanistas. La obra la encargó Jaime I al obispo de Huesca, el jurista Vidal
de Cañellas, promulgándose en las Cortes de Huesca de 1247, sustituyendo a tradiciones
jurídicas locales como el fuero de Jaca. En Cataluña, la protección de la monarquía permitió el
triunfo de los Usatges de Barcelona y su difusión territorial por Cataluña a mediados del siglo
XIII. También Jaime I otorgó a Valencia una ordenación político-administrativa, la Costum
(1240), de carácter municipal, que fueron revisadas en 1251. Los Foris et consuetudines
Valentiae fueron confirmados por el rey en 1271 y se fueron extendiendo por todo el reino, a
pesar de la oposición de la nobleza aragonesa, deseosa de mantener su legislación, lo que generó
una pugna foral no resuelta hasta 1329 con el triunfo de los fueros valencianos.
     Fue durante su reinado cuando tuvo lugar la consolidación de las Cortes privativas de cada
reino, que actuaron como elemento esencial en la creación de una conciencia diferenciadora de
cada territorio. Desde que en 1244 se decidió que el Cinca fuera el límite entre Aragón y
Cataluña, las Cortes se reunieron por separado, en tanto que en Valencia la incipiente institución
comenzaba su andadura a partir de 1261, aunque su consolidación no tendrá lugar hasta el siglo
XIV. Durante el reinado de Jaime I las ciudades interiores de la Corona perdieron impulso a
favor de las ribereñas, estableciéndose la Corte y la cancillería -base del actual Archivo de la
Corona de Aragón- en Barcelona.
     Aunque su reinado estuvo lleno de conflictos, no conviene olvidar la parte positiva de su obra,
como señaló Ferran Soldevila: las conquistas de Mallorca y Valencia, el matrimonio de su hijo
Pedro con Constanza de Sicilia, que daría un impulso decisivo a la expansión mediterránea; el
impulso dado al comercio y a la política africana, la redacción del Llibre del Consolat de mar,
primer código de costumbres marítimas; su protección a los judíos; las reformas monetarias, con
la introducción del grueso de Montpellier y la creación de monedas propias en Valencia y
Mallorca; su intervención en el movimiento jurídico, muy intenso, con figuras como Raimundo
de Penyafort o Vidal de Cañellas, con el impulso dado al Derecho romano; el impulso dado a las
instituciones generales, como las cortes, y municipales; el progreso de las letras catalanas, con
el rey como protagonista en esa gran obra que es el Llibre dels Feits, primera gran crónica
catalana medieval, escrita o dictada por el rey, en estilo autobiográfico.
     Para los historiadores aragoneses
el juicio histórico sobre Jaime I suele ser negativo, acusándole
de tener una concepción mezquina de la monarquía, ya que sin pensar
en la unidad de la Corona, ya cimentada, separó Aragón y Cataluña,
entregando la primera a Alfonso y la segunda a Pedro, quedando Valencia para
el tercer hijo, Jaime. Complicó el problema con el trazado de la frontera
entre Aragón y Cataluña, tras la adjudicación final de
Lérida a Cataluña, y puso la frontera en el cauce del Cinca, y
el resultado fue el enfrentamiento entre ambos países, que llevaban cien
años unidos. Y la misma opinión les merece sus acciones de conquista
y la creación de los reinos de valencia y de Mallorca «que no correspondían
a las necesidades ni al espíritu del momento» y que fragmentaron la unidad
de la Corona, que de ser un espacio unificado pasó, por obra de Jaime
I, a cuatro estado bajo la soberanía de un mismo rey y sin ningún
ideal común. A. Sesma no dudó en calificarlo como «el rey más
anti-aragonés de la Historia». Obviamente, para mallorquines y valencianos,
la visión del monarca es radicalmente opuesta y es el gran rey, el tótem
histórico, el mito, el punto de partida de los futuros reinos de Mallorca
y de Valencia, el creador de sus señas de identidad hasta nuestros días:
territorio, fueros, moneda, instituciones, etc.


Bibliografía
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    1958, reed. 1969.
  • —. Jaume I. Pere el Gran, Barcelona, 1980 (3ª edición).
  • VV.AA. «Jaime I y su época», X Congreso de Historia de la
    corona de Aragón, 3 vols. Zaragoza, 1979-1982.


Otras obras de interés
  • Huici Miranda, Ambrosio. Colección diplomática
    de Jaime I
    , Valencia, 1916-1922.
  • Miret i Sans J. Viatges del infant en Pere, fill de Jaume I en
    1268 y 1269
    , Barcelona, 1908.
  • Tourtoulon, Charles de. Don Jaime I el Conquistador, rey de
    Aragón
    , Valencia, 1874.














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