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Índice
Situación política previa
Los tratados de partición de los territorios de la «monarquía católica» de Carlos II
El último rey de España de la casa de Habsburgo, Carlos II el Hechizado,debido a su esterilidad y enfermedad, no pudo dejar descendencia.
Durante los años previos a su muerte –en noviembre de 1700– la cuestión
sucesoria se convirtió en asunto internacional e hizo evidente que
España constituía un botín tentador para las distintas potencias
europeas.
Tanto el rey Luis XIV de Francia, de la Casa de Borbón como el emperador Leopoldo I del Sacro Imperio Romano Germánico, de la Casa de Habsburgo alegaban derechos a la sucesión española, debido a que ambos estaban casados con infantas españolas hijas de Felipe IV y, además, las madres de ambos eran hijas de Felipe III.
El Gran Delfín de Francia, hijo primogénito y único superviviente de Luis XIV, a través de su madre, María Teresa de Austria,
hermana mayor de Carlos II, parecía ser el descendiente del "rey
católico" con más derechos a la corona española ya que tanto la madre
como la esposa de Luis XIV, Ana de Austria y María Teresa de Austria, respectivamente, eran mayores que sus respectivas hermanas, María de Austria y Margarita de Austria,
madre y esposa del emperador Leopoldo. Sin embargo, en contra suya
jugaba el hecho de que tanto Ana de Austria, madre de Luis XIV, como María Teresa de Austria,
esposa de Luis XIV y madre del Gran Delfín, habían renunciado a sus
derechos sucesorios a la Corona de España, por ellas y por sus
descendientes.7
Además, como heredero también al trono francés, la reunión de ambas
coronas hubiese significado, en la práctica, la unión de España –y su
vasto imperio– y Francia bajo una misma dirección, en un momento en el
que Francia era lo suficientemente fuerte como para poder imponerse como
potencia hegemónica.
Por su parte los hijos del emperador Leopoldo I, primo hermano de
Carlos II, tenían un parentesco menor que el Gran Delfín ya que su madre
no era española sino la alemana Leonor de Neoburgo,
así que, como ha señalado Joaquim Albareda, "en términos legales la
cuestión sucesoria era enrevesada, ya que ambas familias [Borbones y
Austrias] podían reclamar derechos a la corona [española]".8
veían con preocupación la posibilidad de la unión de las Coronas
francesa y española a causa del peligro que para sus intereses supondría
la emergencia de una potencia de tal orden. También ofrecían problemas
los hijos de Leopoldo I, puesto que la elección de alguno de los dos
como heredero supondría la resurrección de un imperio semejante al de Carlos I de España del siglo XVI (deshecho por la división de su herencia entre su hijo Felipe II de España y su hermano Fernando I de Habsburgo). Un temor compartido por Luis XIV que no quería que volviese a repetirse la situación de los tiempos de Carlos I de España,
en la que el eje España-Austria aisló fatalmente a Francia. Así que
tanto Inglaterra como los Países Bajos apoyaron una tercera opción, que
también era bien vista por la corte española, la del hijo del Elector de Baviera, José Fernando de Baviera,
bisnieto de Felipe IV y sobrino nieto del rey Carlos II. Aunque tanto
Luis XIV como Leopoldo I estaban dispuestos a transferir sus
pretensiones al trono a miembros más jóvenes de su familia –Luis al hijo
más joven del Delfín, Felipe de Anjou, y Leopoldo a su hijo menor, el Archiduque Carlos–,
la elección del candidato bávaro parecía la opción menos amenazante
para las potencias europeas. Así que el rey Carlos II nombró a José
Fernando de Baviera como su sucesor.
Para evitar la formación de un bloque hispano-alemán que ahogara a Francia, Luis XIV auspició el Primer Tratado de Partición, firmado en La Haya en 1698, a espaldas de España. Según este tratado, a José Fernando de Baviera se le adjudicaban los reinos peninsulares (exceptuando Guipúzcoa), Cerdeña, los Países Bajos españoles y las colonias americanas, quedando el Milanesado para el Archiduque Carlos y Nápoles, Sicilia, los presidios de Toscana y Finale y Guipúzcoa
para el Delfín de Francia, como compensación por su renuncia a la
corona hispánica. El problema surgió cuando José Fernando de Baviera
murió prematuramente en 1699, lo que llevó al Segundo Tratado de Partición,
también a espaldas de España. Bajo tal acuerdo el archiduque Carlos era
reconocido como heredero, pero dejando todos los territorios italianos
de España, además de Guipúzcoa, a Francia. Si bien Francia, los Países
Bajos e Inglaterra estaban satisfechas con el acuerdo, Austria no lo
estaba y reclamaba la totalidad de la herencia española. Tampoco fue
aceptado por la corte española, encabezada por el cardenal Portocarrero, porque además de imponer un heredero suponía la desmembración de los territorios de la Monarquía.9
El testamento de Carlos II
En la última década del siglo XVII se extendió en la corte de Madrid una opinión favorable a que se convocaran las Cortes de Castillapara que resolvieran la cuestión sucesoria si el rey Carlos II como era
previsible moría sin descendencia. Esta opción era apoyada por la reina
Mariana de Neoburgo, el embajador del Imperio Aloisio de Harrac, por algunos miembros del Consejo de Estado y del Consejo de Castilla que ya en 1694 defendieron «la reunión de Cortes como único remedio de salvar la Monarquía». Sin embargo, frente a esta opción "constitucionalista" se impuso la posición absolutista que defendía que era el rey quien en su testamento debía resolver la cuestión.10
sobre todo, cuando en 1698 se conoció en Madrid la firma del Primer Tratado de Partición, que dejaba al archiduque Carlos únicamente con el Milanesado, se formó en la corte un "partido alemán" (o austracista)
para presionar al rey para que cambiara su testamento en favor del
segundo hijo del emperador. Ese "partido alemán" estaba encabezado por Juan Tomás Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla y por el conde de Oropesa, presidente del Consejo de Castilla y primer ministro de facto, y el conde de Aguilar,
y contaba con el apoyo de la reina y del embajador del Imperio. Frente a
él se alzaba el "partido bávaro", encabezado por el cardenal Luis Fernández de Portocarrero, y el embajador de Luis XIV, el marqués de Harcourt, que seguía presionando para defender los derechos de Felipe de Anjou.11
partir de febrero de 1699 cuando se produjo la muerte del candidato
escogido por Carlos II, José Fernando de Baviera –de siete años de edad–, porque el "partido bávaro" del cardenal Portocarrero
al haberse quedado sin candidato se acabó inclinando por Felipe de
Anjou. Nació así el "partido francés" que acabaría ganándole la partida
al "partido alemán", gracias entre otras razones a la eficaz gestión del
embajador Harcourt –que no excluyó el soborno entre la Grandeza de España–12
"frente al ineficaz embajador austríaco Aloisio de Harrach, cuyas
relaciones con la reina, por si fuera poco, nunca fueron buenas".11 nota 3 "Mientras Carlos II era sometido a exorcismos para librarse de supuestos hechizos".14 nota 4 El marqués de Villafranca, uno de los miembros más destacados del grupo de Portocarrero, justificó así la decisión a favor del candidato francés:16
Mirando a la manutención entera de esta Monarquía hay poco que dudar, o nada, en que sólo entrando en ella uno de los hijos del Delfín, segundo o tercero, se puede mantenerAsí pues, Carlos II, persuadido también de que la "opción francesa"
era la mejor para asegurar la integridad de la «monarquía católica» y de
su Imperio –y ello a pesar de las cuatro guerras que había mantenido contra Luis XIV a lo largo de su reinado: Guerra de Devolución entre 1667 y 1668; Guerra de Holanda entre 1673 y 1678; Guerra de 1683-1685; y Guerra de los Nueve Años entre 1688 y 1697– testó el 2 de octubre de 1700, un mes antes de su muerte, a favor de Felipe de Anjou, hijo segundo del Delfín de Francia y nieto de Luis XIV, a quien nombró «sucesor... de todos mis Reinos y dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos» –con lo que invalidaba los dos tratados de partición–.17
En el testamento Carlos II establecía dos normas de gran importancia y
que el futuro Felipe V no cumpliría. La primera era el encargo expreso a
sus sucesores de que mantuvieran «los mismos tribunales y formas de
gobierno» de su Monarquía y de que «muy especialmente guarden las leyes y
fueros de mis reinos, en que todo su gobierno se administre por
naturales de ellos, sin dispensar en esto por ninguna causa; pues además
del derecho que para esto tienen los mismos reinos, se han hallado
sumos inconvenientes en lo contrario». Así decía que la «posesión» de
«mis Reinos y señoríos» por Felipe de Anjou y el reconocimiento por «mis
súbditos y vasallos...»'[como] «su rey y señor natural» debía ir
precedida por «el juramento que debe hacer de observar las leyes, fueros
y costumbres de dichos mis Reinos y señoríos», además de que en el
resto del testamento se incluían nueve referencias directas más al
respeto de las «leyes, fueros, constituciones y costumbres». Según
Joaquim Albareda, todo esto manifiesta la voluntad de Carlos II de
«asegurar la conservación de la vieja planta política de la monarquía
frente a previsibles mutaciones que pudieran acontecer, de la mano de
Felipe V». La segunda norma era que Felipe debía renunciar a la sucesión
de Francia, para que «se mantenga siempre desunida esta monarquía de la
corona de Francia».18
En conclusión, la elección de Felipe de Anjou se debió a que el
gobierno español tenía como prioridad principal la conservación de la
unidad de los territorios del Imperio español,
y Luis XIV de Francia era en ese momento el monarca con mayor poder de
Europa y, por ello, prácticamente el único capaz de poder llevar a cabo
dicha tarea.
La aceptación del testamento por Luis XIV y la ruptura del «tratado de reparto»
días antes había nombrado una Junta de Gobierno al frente de la cual
había situado al cardenal Portocarrero–. El 9 de noviembre se confirmaba en Versalles que Carlos II había nombrado como su sucesor al segundo hijo del Delfín de Francia,
Felipe de Anjou, lo que abrió un debate entre los consejeros de Luis
XIV ya que la aceptación del testamento supondría la ruptura del Segundo Tratado de Partición suscrito en marzo con el reino de Inglaterra y con las Provincias Unidas. El embajador francés en Londres relató la dudas de Luis XIV: «se
sentía contento por la reunión de las dos monarquías, pero preveía que
ello podía conducir a una guerra que se había propuesto evitar».19
Luis XIV finalmente respaldó el testamento. El 12 de noviembre de 1700, hizo pública la aceptación de la herencia en una carta destinada a la reina viuda de España en la que decía:
Nuestro pensamiento se aplicará cada día a restablecer, por una paz
inviolable, la monarquía de España al más alto grado de gloria que haya
alcanzado jamás. Aceptamos en favor de nuestro nieto el duque d'Anjou el
testamento del difunto rey católico.
el rey de Francia, ante una asamblea compuesta por la familia real,
altos funcionarios del reino y los embajadores extranjeros, presentó al
duque de Anjou con estas palabras:
Señores, aquí tenéis al rey de España.Pero a continuación le dirigió a su nieto una frase que inquietó al
resto de potencias europeas, cuya respuesta no se haría esperar:21
Sé buen español, ése es tu primer deber, pero acuérdate de que hasTampoco pasó desapercibida la frase a la Junta de Gobierno del
nacido francés, y mantén la unión entre las dos naciones; tal es el
camino de hacerlas felices y mantener la paz de Europa.
cardenal Portocarrero –ya que vulneraba el testamento del rey Carlos II,
que prohibía expresamente la unión de las dos coronas– sobre todo
cuando el embajador español en la corte de Versalles le comunicó al
cardenal lo que le había dicho Luis XIV durante la entrevista que
mantuvieron el mismo día de la presentación de Felipe V:22
Ya no hay Pirineos; dos naciones, que de tanto tiempo a esta parteEstos temores se confirmaron al mes siguiente cuando Luis XIV hizo
han disputado la preferencia, no harán en adelante más de un solo
pueblo.
una declaración formal de conservar el derecho de sucesión de Felipe V
al trono de Francia –legalizada en virtud de cartas otorgadas por el Parlamento de París del 1 de febrero de 1701–,23
lo que abría "la puerta a una eventual unión de España y Francia, se
violaba el testamento de Carlos II y se amenazaba el equilibrio
europeo".24 Al mismo tiempo Luis XIV ordenó que tropas francesas ocuparan en nombre de Felipe V las plazas fuertes de la «Barrière» de los Países Bajos españoles,
debido "al poco entusiasmo de los Estados Generales de los Países Bajos
españoles por jurar al duque de Anjou como rey de España", lo que por
otro lado provocó "un verdadero pánico en la Bolsa de Londres"25 ya que podía ser el inicio de una guerra ya que la ocupación de esas plazas fuertes violaba el Tratado de Rijswijk
de 1697. Además los enviados de Luis XIV empezaron a hacer cambios
institucionales en los Países Bajos del Sur y a incrementar los
impuestos.24
Felipe V ocupa el trono
El pueblo madrileño, hastiado del largo y agónico reinado de Carlos II,
lo recibió con una alegría delirante y con esperanzas de renovación.
Pronto el nuevo rey Felipe V de España, sería conocido, no sin cierta ironía, con el sobrenombre de el Animoso.nota 5
Fue ungido como rey en Toledo por el cardenal Portocarrero y proclamado como tal por las Cortes de Castilla reunidas el 8 de mayo de 1701 en el Real Monasterio de San Jerónimo.26 El 17 de septiembre Felipe V juró los fueros del reino de Aragón y luego se dirigió a Barcelona donde había convocado las Cortes catalanas. Allí el 4 de octubre de 1701 juró las Constituciones catalanas y mientras las Cortes estuvieron reunidas tuvo que permanecer en la capital del Principado. Finalmente a principios de 1702 pudo clausurar las Cortes después de verse obligado a hacer importantes concesiones –como la creación del Tribunal de Contrafacciones–, reforzándose así la concepción pactista de las relaciones entre el soberano y sus vasallos.
Como recordó un memorial presentado por las instituciones catalanas:
«en Cataluña quien hace las leyes es el rey con la corte» y «en las
Cortes se disponen justísimas leyes con las cuales se asegura la
justicia de los reyes y la obediencia de los vasallos». Las Cortes del
reino de Aragón, presididas por la reina ya que Felipe embarcó el 8 de
abril desde Barcelona hacia el reino de Nápoles,
no llegaron a clausurarse a causa de la marcha de la reina a Madrid,
quedando pendientes de resolverse las peticiones de los cuatro brazos que la componían. Las Cortes del reino de Valencia nunca llegaron a convocarse.27
Por otro lado, tras su llegada a Madrid, Felipe V, siguiendo las
indicaciones del embajador francés Marqués de Harcourt, formó un
"consejo de Despacho", máximo órgano de gobierno de la Monarquía por
encima de los Consejos establecidos por los Austrias, integrado por el propio rey y el cardenal Portocarrero, presidente de la Junta de Gobierno nombrada por Carlos II; Manuel Arias, presidente del Consejo de Castilla; y Antonio de Ubilla, nombrado Secretario del Despacho Universal,
y al que pronto se unió el embajador francés, por imposición de Luis
XIV, ya que en seguida quedó claro, según la historiadora francesa
Janine Fayard, que "Luis XIV iba a actuar como el verdadero dueño de
España". Así en junio de 1701 envió a la corte de Madrid a Jean Orry
para que se ocupara de sanear y aumentar los recursos de la Hacienda de
la Monarquía, y también negoció sin consultarle el casamiento de Felipe
con la princesa saboyana María Luisa Gabriela de Saboya –la boda real se celebró en Barcelona a donde había acudido Felipe V a jurar como conde de Barcelona ante las Cortes Catalanas–, quien dominó por completo al rey a pesar de tener apenas catorce años, contando con el apoyo de la princesa de los Ursinos de sesenta años nombrada camarera mayor de palacio
por indicación de Luis XIV. Que Luis XIV tomó las riendas del gobierno
en la Monarquía de España también lo prueban las 400 cartas que le envió
a su nieto entre 1701 y 1715, "en las que fue pródigo en consejos
políticos, incluso órdenes" y el destacado papel que desempeñó en la
corte de Madrid su embajador.28 "Era, pues, el rey francés... quien controlaba los auténticos resortes del poder. De este modo, los respectivos embajadores –Harcourt, Marcin, los dos Estrées, tío y sobrino, y Gramont– no actuaron como representantes legales de Francia en el sentido estricto sino como auténticos ministros".29
El interés de Luis XIV por la «monarquía católica» radicaba fundamentalmente en su Imperio de las Indias Occidentales, como reconoció más adelante en una carta enviada a su embajador en Madrid una vez iniciada la guerra: «el principal objeto de la guerra presente es el comercio de Indias y de las riquezas que producen».
Esto es lo que explica que en seguida el "Consejo de Despacho" tomara
una serie de medidas para favorecer el comercio francés con el Imperio
americano. Así, en pocos meses más de una treintena de barcos realizaban
continuos viajes entre los puertos franceses y los de Nueva España y Perú
y más adelante "los puertos de la América española fueron
«pacíficamente invadidos» por cientos de navíos franceses haciendo
saltar las férreas disposiciones que habían estado en vigor durante dos
siglos" y que concedían el monopolio del comercio con América a la Casa de Contratación de Sevilla. La medida de mayor trascendencia fue la concesión del asiento de negros –el monopolio de la trata de esclavos
con América– a la "Compagnie de Guinée", el 27 de agosto de 1701
–compañía de la que Luis XIV y Felipe V poseían el 50% del capital–,nota 6
que también recibió el privilegio de extraer oro, plata y otras
mercancías, libres de impuestos, de los puertos donde había vendido
esclavos. Algunos historiadores consideran esta decisión como el
detonante de la Guerra de Sucesión española y así lo vieron algunos
contemporáneos, especialmente ingleses y holandeses.30
El nacimiento de la Gran Alianza antiborbónica
La apertura del Imperio españolal comercio francés confirmó el temor de las dos potencias marítimas de
la época, Inglaterra y las Provincias Unidas, de que Francia pretendía
adueñarse del comercio español con América, por lo que el 20 de enero de
1701 firmaron una alianza para realizar operaciones conjuntas contra
Francia y dieron su apoyo a las aspiraciones del segundo hijo del
Emperador Leopoldo I al trono español. Cuando se conocieron las
concesiones hechas por Felipe V a la "Compagnie de Guinée" en la trata de esclavos –que coincidió con el reconocimiento por Luis XIV de Jacobo III Estuardo
en sus aspiraciones al trono de Londres–, Inglaterra y las Provincias
Unidas, promovieron la formación de una gran coalición antiborbónica.31 Así el 7 de septiembre de 1701 se firmó el Tratado de La Haya que dio nacimiento a la Gran Alianza, formada por el Sacro Imperio, Inglaterra, las Provincias Unidas de los Países Bajos, Prusia y la mayoría de los estados alemanes,32 que declaró la guerra a Luis XIV y a Felipe V en mayo de 1702.33 El reino de Portugal y el Ducado de Saboya se unirían a la Gran Alianza en mayo de 1703.
La guerra se inició al principio en las fronteras de Francia con los
Estados de la Gran Alianza, y posteriormente en la propia España, donde
se convirtió en una guerra europea en el interior del país, desembocando
en una auténtica guerra civil, básicamente entre la Corona de Aragón, partidaria mayoritariamente del Archiduque, el cual había ofrecido garantías de mantener el sistema "federal" de la Monarquía Hispánica, y la Corona de Castilla, que había aceptado a Felipe V, cuya mentalidad era la del estado centralista de monarquía absoluta comparable al modelo de la Francia de la época.34 35 36
Terminada la guerra, los Estados de la Corona de Aragón desaparecieron
al ser suprimidas sus leyes e instituciones propias sustituidas por las "leyes de Castilla, tan loables y plausibles en todo el universo" –como se decía en el Decreto de Nueva Planta de 1707 que puso fin a los reinos independientes de Aragón y de Valencia–,
y sólo las "provincias" vascongadas y el Reino de Navarra mantuvieron
sus leyes e instituciones propias al haberse mantenido fieles a la causa
borbónica.37
El comienzo de la guerra (1701-1705)
Primeras acciones bélicas
Como el rey de España poseía el ducado de Milán y junto con Francia estaba aliado con varios príncipes italianos, como Víctor Amadeo II de Saboya38 y Carlos III, duque de Mantua,39 las tropas francesas ocuparon casi todo el norte de Italia hasta el lago de Garda. El príncipe Eugenio de Saboya,al mando de las tropas del emperador austriaco, dio comienzo a las
hostilidades en 1701, sin declaración de guerra, batiendo al mariscal
francés Nicolas Catinat en la batalla de Carpi, así como a su sucesor el mariscal duque de Villeroy en la batalla de Chiari, pero no consiguió tomar Milán por problemas de suministros. A comienzos de 1702 el primer ataque lo lanzaron las tropas austriacas contra la ciudad de Cremona, en Lombardía, haciendo prisionero a Villeroy (batalla de Cremona). Su puesto lo ocupó el duque de Vendôme,
que rechazó las tropas invasoras del ejército del príncipe Eugenio de
Saboya. Los partidarios del emperador Leopoldo I atacaron primero a los
Electores de Colonia y Brunswick,
que se habían puesto del lado de Luis XIV de Francia, ocupando dichos
principados. También deseaban impedir que se unieran las fuerzas
francesas con las del Elector de Baviera, para lo cual reclutaron un
ejército al mando del margrave Luis Guillermo de Baden, que tomó posiciones en el Rin superior frente a las fuerzas francesas mandadas por el mariscal Villars. El margrave de Baden conquistó el 9 de septiembre de 1702 Landau, en Alsacia, y el 14 de octubre de 1702 se volvieron a enfrentar ambos ejércitos en la batalla de Friedlingen,
de la que ninguno salió vencedor pero tuvo como consecuencia que los
franceses retrocedieran detrás del Rin y no pudieran unirse con los
bávaros. Más al norte, el mariscal Tallard ocupó de nuevo todo el ducado de Lorena y la ciudad de Tréveris.
Estimulado por su abuelo, en 1702 Felipe V desembarcó cerca de Nápoles pacificando el Reino de las Dos Sicilias en un mes, tras lo cual reembarcó hacia Finale.
De ahí fue a Milán, siendo recibido con entusiasmo también allí e
incorporándose a comienzos de julio al ejército del duque de Vendôme
cerca del río Po. La primera batalla tuvo lugar en Santa Vittoria y supuso la destrucción del ejército del general Visconti por las tropas franco-españolas, a la que siguió un sangriento intento de desquite en la batalla de Luzzara.
Su comportamiento en estas batallas fue brillante, rayando lo
temerario. Sumido en un nuevo acceso de su enfermiza melancolía, se
reembarcó y regresó a España, pasando por Cataluña y Aragón y haciendo entrada triunfal en Madrid el 13 de enero de 1703.
A su regreso le esperaban las malas noticias de que la Dieta imperial
le había declarado la guerra a él y a su abuelo como usurpadores del
trono español. El ejército del duque de Borgoña tuvo que retirarse ante la superioridad del duque de Marlborough (protagonista de la canción infantil Mambrú se fue a la guerra), perdiéndose Raisenwertz, Vainloo, Rulemunda, Senenverth, Maseich, Lieja y Landau en Alsacia. Contrarrestaron un poco esto los éxitos del Elector de Baviera (aliado de la causa borbónica) tomando Ulm y Memmingen.
Los aliados llevan la guerra a la península
era conseguir una base naval en el Mediterráneo para las flotas inglesa
y holandesa. Su primera tentativa fue tomar Cádiz en agosto de 1702,
pero fracasó.40 En la batalla de Cádiz
un ejército aliado de 14 000 hombres desembarcó cerca de esa ciudad en
un momento en que no había casi tropas en España. Se reunieron a toda
prisa, recurriéndose incluso a fondos privados de la esposa de Felipe V,
la reina María Luisa Gabriela de Saboya (que en el futuro sería conocida afectuosamente por los castellanos como «la Saboyana»), y del cardenal Luis Manuel Fernández de Portocarrero. Sorprendentemente este ejército aliado fue rechazado, triunfando la defensa española.
Antes de reembarcar el 19 de septiembre, las tropas aliadas se dedicaron al pillaje y al saqueo del Puerto de Santa María y de Rota, lo que sería utilizado por la propaganda borbónica –según el felipista Marqués de San Felipe los soldados «cometieron
los más enormes sacrilegios, juntando la rabia de enemigos a la de
herejes, porque no se libraron de su furor los templos y las sagradas
imágenes»– e hizo imposible que Andalucía se sublevara contra Felipe V tal como tenían planeado los austracistas castellanos encabezados por el almirante de Castilla.41
que transportaba metales preciosos que constituían la fuente
fundamental de ingresos de la Hacienda de la Monarquía española. Así en
octubre de 1702 las flotas inglesa y holandesa avistaron frente a las
costas de Galicia a la flota de Indias que procedía de La Habana, escoltada por veintitrés navíos franceses, que se vio obligada a refugiarse en la ría de Vigo. Allí fue atacada el 23 de octubre por los barcos aliados durante la batalla de Rande infligiéndole importantes pérdidas, aunque la práctica totalidad de la plata fue desembarcada a tiempo.42 Fue conducida primero a Lugo y más tarde al alcázar de Segovia.
Uno de los principales giros de la guerra tuvo lugar en el verano de 1703, cuando el reino de Portugal y el ducado de Saboya
se sumaron a los restantes estados que componían el Tratado de La Haya,
hasta entonces formada únicamente por Inglaterra, Austria y los Países
Bajos. El duque de Saboya, a pesar de ser el padre de la esposa de
Felipe V, firmó el Tratado de Turín y Pedro II de Portugal, que en 1701 había firmado un tratado de alianza con los borbones, negoció con los aliados el cambio de bando a cambio de concesiones a costa del Imperio español en América, como la Colonia de Sacramento, y de obtener ciertas plazas en Extremadura –entre ellas Badajoz– y en Galicia –que incluía Vigo–. Así el 16 de mayo de 1703 se firmó el Tratado de Lisboa que convirtió a Portugal en una excelente base de operaciones terrestres y marítimas para el bando austracista.43
La entrada en la Gran Alianza de Saboya y, sobre todo, de Portugal dio un vuelco a las aspiraciones de la Casa de Austria,
que ahora veía mucho más cercana la posibilidad de instalar en trono
español a uno de sus miembros. Así el 12 de septiembre de 1703 el
emperador Leopoldo I proclamó formalmente a su segundo hijo, el
archiduque Carlos de Austria, como "Rey Carlos III de España",
renunciando al mismo tiempo en nombre suyo y de su primogénito a los
derechos a la corona hispánica, lo que hizo posible que Inglaterra y
Holanda reconocieran a Carlos III como rey de España. A partir de aquel momento había formalmente dos reyes de España.44
El 4 de mayo de 1704 el archiduque Carlos desembarcó en Lisboa contando con el favor del rey Pedro II de Portugal. La causa «carlista» (como fue llamándose, aunque no está relacionada con las Guerras Carlistas) iba ganando adeptos. El rey Pedro II publicó un manifiesto en el que justificaba su decisión de retirar su apoyo a Felipe V.45
Carlos III llegó a Lisboa al frente de una flota angloholandesa que
contaba con 4000 soldados ingleses y 2000 holandeses, a los que sumaron
20 000 portugueses pagados por las dos potencias marítimas. En Santarém Carlos proclamó su propósito de «liberar a nuestros amados y fieles vasallos de la esclavitud en que los ha puesto el tiránico gobierno de la Francia» que pretende «reducir los dominios de España a provincia suya». Permaneció en Lisboa hasta el 23 de julio de 1705.46
El archiduque efectuó un intento de invasión por el valle del Tajo, en Extremadura,
con un ejército anglo-holandés que fue rechazado por el ya considerable
ejército real de 40 000 hombres, a las órdenes de Felipe V desde marzo,
y que posteriormente recibiría refuerzos franceses al mando de James Fitz-James, I duque de Berwick, un general brillante de origen inglés. Un segundo intento anglo-portugués tratando de tomar Ciudad Rodrigo también fue rechazado.
desde hacía mucho tiempo, y en realidad lo que deseaba era el desgaste
de los dos contendientes, así como el reparto de los territorios
españoles para poder obtener puntos estratégicos para su comercio y
obtener los máximos beneficios. En 1704, sir George Rooke y Jorge de Darmstadt llevaron a cabo el desembarco de Barcelona, empresa que se convirtió en fracaso debido a que las instituciones catalanas, a pesar de sus simpatías por la causa austracista, no encabezaron ninguna rebelión. Sin embargo, de regreso, la flota asedió Gibraltar, la cual estaba defendida sólo por 500 hombres, la mayoría milicianos, al mando de don Diego de Salinas. Gibraltar se rindió honrosamente el 4 de agosto de 1704 al Príncipe de Darmstadt
tras dos días de lucha –es decir, se rindió a tropas bajo la bandera de
un autoproclamado rey español, Carlos III de Habsburgo– y el príncipe
asumió el cargo de gobernador de la plaza.
Una flota francesa al mando del conde de Toulouse
intentó recuperar Gibraltar pocas semanas después enfrentándose a la
flota angloholandesa al mando de Rooke el 24 de agosto a la altura de
Málaga. La batalla naval de Málaga
fue una de las mayores de la guerra. Duró trece horas pero al amanecer
del día siguiente la flota francesa se retiró, con lo que Gibraltar
continuó en manos de los aliados. Así que finalmente consiguieron lo que
habían venido intentando desde el fracaso de la toma de Cádiz en agosto de 1702: una base naval para las operaciones en el Mediterráneo de las flotas inglesa y holandesa.46
una de sus mayores y más decisivas victorias de la guerra. En la
batalla que tuvo lugar el 13 de agosto de 1704 se enfrentaron un
ejército francobávaro de 56 000 hombres al mando del conde Marcin y de Maximiliano II Manuel de Baviera y un ejército aliado compuesto por 67 000 soldados imperiales, ingleses y holandeses al mando del duque de Malborough.
El combate duró 15 largas horas al final del cual el ejército borbónico
sufrió una derrota total: tuvo 34 000 bajas y 14 000 soldados fueron
hechos prisioneros. Los aliados por su parte perdieron 14 000 hombres
entre muertos y heridos. El Elector de Baviera se refugió en los Países Bajos españoles
mientras su Estado era ocupado y administrado por los austríacos –y así
permanecería hasta el final de la guerra–, con lo que Luis XIV perdía a
su principal aliado en el centro de Europa. Según la mayoría de los
historiadores la victoria de Blenheim puso fin a "cuarenta años de
supremacía militar francesa en el continente". "A partir de aquel
momento Luis XIV se enfrentaba a un escenario bélico claramente
adverso".47
La sublevación austracista del Principado de Cataluña y del Reino de Valencia
Tras el fracaso del desembarco austracista en Barcelona de finales de mayo de 1704, el virrey de Cataluña Francisco Antonio Fernández de Velasco y Tovar desencadenó una oleada represiva contra el austracismo catalán acusando a la Conferencia de los Tres Comunes de ser «la oficina donde se formó la conspiración antecedente». Muchos de sus miembros fueron encarcelados y finalmente el virrey Velasco ordenó su supresión.48En marzo de 1705, la reina Ana de Inglaterra nombró como comisionado suyo a Mitford Crowe, un comerciante de aguardiente afincado en el Principado de Cataluña, «para contratar una alianza entre nosotros y el mencionado Principado o cualquier otra provincia de España» y le dio instrucciones para que negociara con algún representante de las instituciones catalanas.49
Sin embargo, Crowe no pudo entrevistarse con ningún miembro de las
mismas a causa de la represión del virrey Velasco, así que se puso en
contacto con el grupo de los vigatans, para que firmaran la alianza anglocatalana en nombre del Principado. Así nació el pacto de Génova, así llamado por la ciudad donde fue rubricado el 20 de junio de 1705, que establecía una alianza política y militar entre el Reino de Inglaterra y el grupo de vigatans en representación del Principado de Cataluña.
Según los términos del acuerdo, Inglaterra desembarcaría tropas en
Cataluña, que unidas a las fuerzas catalanas lucharían en favor del
pretendiente al trono español Carlos de Austria contra los ejércitos de Felipe V, comprometiéndose asimismo Inglaterra a mantener las leyes e instituciones propias catalanas.50
extendiendo la rebelión en favor del Archiduque y a principios de
octubre de 1705 se habían adueñado prácticamente de todo el Principado,
excepto de Barcelona donde seguía dominando la situación el virrey
Velasco.51 Por su parte el archiduque Carlos, en cumplimiento de lo acordado en Génova, embarcó en Lisboa rumbo a Cataluña al frente de una gran flota aliada. A mediados de agosto la flota se detenía en Altea y en Denia el archiduque era proclamado rey, extendiéndose a continuación la revuelta austracista valenciana de los maulets liderada por Juan Bautista Basset y Ramos. El 22 de agosto
llegaba la flota aliada a Barcelona, cuando estaba en pleno apogeo la
revuelta austracista catalana, y pocos días después desembarcaban unos
17 000 soldados, dando comienzo al sitio de Barcelona de 1705, al que se sumaron los vigatans.52
El 15 de septiembre de 1705, nada más capturar el castillo de Montjuic, en cuyo asalto perdió la vida el príncipe de Darmstadt
–uno de los principales valedores de la causa de Carlos III el
Archiduque–, los aliados comenzaron a bombardear Barcelona desde allí.
El 9 de octubre Barcelona capitulaba y el 22 Carlos entraba en la
ciudad. El 7 de noviembre juraba las Constituciones catalanas, y a continuación convocaba las Cortes catalanas.53
En Cataluña la actitud favorable de la población a la causa
austracista se debió a varios motivos: en primer lugar, el mal recuerdo
que tenían los catalanes de los franceses desde que la Paz de los Pirineos (1659) certificó la cesión del Rosellón, con la ciudad de Perpiñán incluida, a la corona francesa –los catalanes estaban convencidos de que nunca se reunificaría el Rosellón con Cataluña con un rey Borbón en España–; en segundo lugar, el hecho de que la Casa de Austria siempre había respetado sus Constituciones, actitud diametralmente opuesta al centralismo borbónico.
Valencia se declaró por Carlos III el 16 de diciembre, así que a finales de año, en Cataluña y Valencia, sólo Alicante y Rosas permanecían fieles a Felipe V.
La guerra se alarga (1706-1710)
El Archiduque Carlos proclamado Carlos III de España
Tras la rendición de Barcelona, Felipe V intentó recuperar la capital del Principado de Cataluña y un ejército borbónico integrado por 18 000 hombres a las órdenes del duque de Noailles y del mariscal Tessé inició el sitio de Barcelona de 1706 el 3 de abril, mientras el propio Felipe V se instalaba en Sarriá. A finales de abril los borbónicos ya controlaban el castillo de Montjuicdesde donde prepararon el asalto a la ciudad. Pero el 8 de mayo llegaba
a Barcelona una flota angloholandesa compuesta por 56 barcos y con más
de 10 000 hombres a bordo al mando del almirante John Leake, lo que obligó a retirarse a los borbónicos. Felipe V cruzó la frontera francesa volviendo a entrar de nuevo en España por Pamplona.54
portugués, por lo que casi al mismo tiempo que llegó a Barcelona la
escuadra aliada, un ejército anglo-portugués tomaba Badajoz y Plasencia y avanzaba sobre Madrid por los valles del Duero y del Tajo. Los aliados tomaron en mayo Ciudad Rodrigo y Salamanca, lo que forzó al rey y a la reina a abandonar Madrid y trasladarse a Burgos con la corte. El almirante de la escuadra borbónica, marqués de Santa Cruz, se pasaba al bando austriaco. Zaragoza proclamaba a Carlos III, quedando en Aragón sólo Tarazona y Jaca leales a la causa borbónica. Carlos III dejó Barcelona y el 27 de junio de 1706 tuvo lugar la primera entrada en Madrid del archiduque Carlos,55
siendo recibido con una frialdad que sorprendió al propio Carlos. En
Madrid fue proclamado el 2 de julio como Carlos III rey de España pero a
finales de ese mismo mes abandonaba la capital con destino a Valencia
debido a la falta de apoyos que había encontrado –solo unos pocos nobles
le habían jurado obediencia– y a los problemas de abastecimiento de las
tropas aliadas. Felipe V volvió a entrar en Madrid el 4 de octubre ante
el clamor popular, mientras el duque de Berwick junto con el obispo Luis Antonio de Belluga y Moncada y «cuerpos francos» (precursores de las guerrillas) reconquistaban Elche, Orihuela
y Cartagena, capturando 12 000 prisioneros. Por contra, el mismo día en
que Felipe V volvía a ocupar el trono en Madrid, se proclamaba en el reino de Mallorca al Archiduque como su rey tras la toma austracista de Mallorca. El 10 de octubre Carlos III el Archiduque juraba en Valencia los Furs y quedaba asimismo consagrado como monarca del Reino de Valencia.
En el resto de los frentes europeos los borbónicos eran derrotados en la batalla de Ramillies,
en mayo de 1706, y 15 000 soldados eran hechos prisioneros, con lo cual
el ya duque de Marlborough tomaba casi todos los Países Bajos
españoles, incluyendo Bruselas, Brujas, Lovaina, Ostende, Gante y Malinas; y en Italia se levantaba el asedio de Turín, la capital de Saboya, lo cual permitía al duque de Saboya tomar Milán el 26 de septiembre y Eugenio de Saboya conquistaba para el archiduque Carlos el reino de Nápoles.
La batalla de Almansa y el fin de los reinos de Valencia y de Aragón
fue muy importante, pero no decisiva para el final de la guerra. El
ejército aliado se retiró y las fuerzas borbónicas avanzaron tomando
Valencia, recuperando Alcoy y Denia (8 de mayo) y Zaragoza (26 de mayo),
y posteriormente Lérida, tomada por asalto el 14 de octubre (de recuerdo particularmente ingrato es el episodio de la toma y posterior incendio de Játiva, la cual había resistido hasta el 20 de junio).56 Las consecuencias políticas de la batalla de Almansa fueron importantes. Se abolieron los Furs de València y los Fueros de Aragón mediante el Decreto de Nueva Planta. A pesar del envío de un ejército por el hermano del archiduque Carlos, posteriormente cayeron también Tortosa, en julio de 1708 y Alicante, en abril de 1709.
La ruptura de 1709 entre Felipe V y Luis XIV
Esta euforia duró poco. Los triunfos terrestres de la casa de Borbóneran contrarrestados por los triunfos marítimos debidos a la
superioridad naval anglo-holandesa. En ese mismo año 1708 se perdió la
plaza de Orán y las islas de Cerdeña y Menorca.
Además, la guerra en Europa le iba mal a Luis XIV y sus enemigos le
habían puesto al borde del colapso militar. Había enviado una expedición
desastrosa con la intención de restaurar a los Estuardo en Escocia. En la batalla de Oudenarde (julio de 1708) había sufrido una derrota aplastante y había perdido la ciudad de Lille.
financiera que hizo muy difícil que pudiera continuar combatiendo. Por
eso Luis XIV envió a su ministro de Estado, el marqués de Torcy, a La Haya para que negociara el final de la guerra. Se llegó a un acuerdo llamado Preliminares de La Haya de 42 puntos pero éste fue rechazado por Luis XIV porque le imponía unas condiciones que consideraba humillantes: reconocer al Archiduque Carlos como rey de España con el título de Carlos III y ayudar a los aliados a desalojar del trono a su nieto Felipe de Borbón si éste se resistía a abandonarlo pasado el plazo estipulado de dos meses.57
Como Luis XIV había previsto, Felipe V no estaba dispuesto a
abandonar voluntariamente el trono de España y así se lo comunicó su
embajador Michael-Jean Amelot
que había intentando convencer al rey de que se contentase con algunos
territorios para evitar la pérdida de la monarquía entera. Pero a pesar
de todo Luis XIV ordenó a sus tropas que abandonaran España, menos 25
batallones, porque como él mismo dijo «he rechazado la proposición
odiosa de contribuir a desposeerlo [a Felipe V] de su reino; pero si
continúo dándole los medios para mantenerse en él, hago la paz imposible».
"La conclusión a la que llegó [Luis XIV] era severa para Felipe V: era
imposible que la guerra finalizara mientras él siguiera en el trono de
España", afirma Joaquim Albareda.58
La retirada de las tropas de España le permitió a Luis XIV
concentrarse en la defensa de las fronteras de su reino amenazado por el
norte a causa del avance de los aliados en los Países Bajos Españoles. Y para ello puso toda su confianza en el mariscal Villars que se enfrentó el 11 de septiembre de 1709 a las tropas aliadas al mando del duque de Marlborough en la batalla de Malplaquet.
Aunque los aliados se impusieron tuvieron muchas más bajas que los
franceses por lo que éstos la consideraron una «gloriosa derrota», que
les permitió resistir el avance aliado. Sin embargo, no pudieron impedir
que Marlborough tomara el 23 de octubre Moon y se hiciera con el control completo de los Países Bajos españoles.59
Felipe V, de acuerdo con la reina «saboyana», reaccionó frente a Luis
XIV, haciendo jurar a su heredero y recabando independencia total para
regir España.
Tiempo hace que estoy resuelto y nada hay en el mundo que puedaFelipe V exigió a su abuelo la destitución de su embajador en España y también rompió con el Papado que había reconocido al archiduque Carlos de Austria, clausurando el Tribunal de la Rota y expulsando al nuncio en Madrid.
hacerme variar. Ya que Dios ciñó mis sienes con la Corona de España, la
conservaré y la defenderé mientras me quede en las venas una gota de
sangre; es un deber que me imponen mi conciencia, mi honor y el amor que
a mis súbditos profeso.
A principios de 1710 hubo un nuevo intento de alcanzar un acuerdo entre los aliados y Luis XIV en las conversaciones de Geertruidenberg pero también fracasaron. Lo que conduciría al Tratado de Utrecht
que puso fin a la Guerra de Sucesión Española fueron las negociaciones
secretas que inició poco después Luis XIV con el gobierno británico, a
espaldas de Felipe V, como en las dos ocasiones anteriores.
1710, el año decisivo para Felipe V
en Europa se estaba preparando silenciosamente la gran negociación para
la paz. Las campañas se desarrollan exclusivamente en España.
En la primavera de 1710 el ejército del Archiduque Carlos (Carlos III
para sus partidarios) inició una campaña desde Cataluña para intentar
ocupar Madrid por segunda vez. El 27 de julio el ejército aliado al
mando de Guido von Starhemberg y James Stanhope derrotaba a los borbónicos en la batalla de Almenar y casi un mes después, el 20 de agosto al ejército del marqués de Bay en la batalla de Zaragoza –también llamada batalla de Monte Torrero–
causando una desbandada de las tropas borbónicas y haciendo muchos
prisioneros. Tras esta victoria el reino de Aragón pasó a manos austracistas y Carlos III el Archiduque cumplió su promesa y restableció los fueros de Aragón, abolidos por el Decreto de Nueva Planta de 1707. Finalmente se produjo la segunda entrada en Madrid del Archiduque Carlos
el 28 de septiembre —Felipe V y su corte se habían retirado a
Valladolid— aunque sólo permanecería allí un mes. Casi al mismo tiempo
se organizó una expedición marítima en Barcelona para reconquistar el reino de Valencia, formada por ocho naves inglesas a las órdenes del conde de Savellà, en las que se enrolaron mil catalanes y mil valencianos austracistas
que se habían refugiado allí tras la conquista borbónica de su reino,
pero la empresa fracasó porque cuando los barcos llegaron al Grao de Valencia el esperado alzamiento de los maulets no se produjo.60
Cuando Carlos III el Archiduque hizo una segunda entrada en Madrid se
dice que exclamó «Esta ciudad es un desierto» y decidió alojarse
extramuros. Este estado de cosas fue breve ya que los ejércitos aliados
abandonaron Madrid a finales de octubre. Se producían mesnadas
voluntarias por los campos y ciudades de Castilla, que fueron
organizadas en «cuerpos francos». Luis XIV, desengañado de sus posibles
pactos con los aliados, envió al duque de Vendôme
con quien, en una nueva campaña, Felipe V, que marchaba y acampaba con
su ejército comportándose como un auténtico «rey caudillo» al estilo de
los Reyes Católicos, volvió a entrar por tercera vez en Madrid el 3 de diciembre, en medio de un clamor estruendoso. Vendôme comentaría: «Jamás vi tal lealtad del pueblo con su rey».
Sin mediar batalla alguna el archiduque Carlos se había retirado del
hostil y frío terreno castellano (Vendôme le había obligado a apostarse
en Guadarrama), por la carretera de Aragón a invernar a Barcelona. Sus
tropas saquearon iglesias en la retirada, lo que les granjeó el odio del
pueblo. Felipe V salió con sus tropas sin perder tiempo en pos del
ejército austracista, que había cometido el error de dividir sus fuerzas
en la Alcarria. En medio de la helada ventisca que dominaba la Alcarria en invierno, el ejército de James Stanhope se refugió en la hoya donde está la población de Brihuega,
a 85 km de Madrid, sin asegurar las alturas que la rodeaban. El
ejército borbónico no vaciló en colocar piezas de artillería en las
alturas circundantes y bombardear la ciudad para desencadenar después un
asalto, dando así inicio la batalla de Brihuega. Al cabo de unas horas, Stanhope capituló y la plaza fue tomada junto con 4 000 prisioneros.
Esa misma noche, el príncipe de Starhemberg con el resto del ejército
austríaco y las tropas aragonesas, unos 14.000 hombres, llegaba para
auxiliar a Stanhope y se detenía en las cercanías de Villaviciosa de Tajuña,
a 3 km al nordeste, señalando su campamento con hogueras para animar a
los defensores de Brihuega. En la madrugada del 10 de diciembre fue
avistado por los ojeadores del ejército borbónico, el cual salió
directamente al encuentro del contingente austracista comenzando la batalla de Villaviciosa
a mediodía y terminando al anochecer con la destrucción total del
ejército austracista y la fuga de Starhemberg con 60 hombres. En estas
victorias se hizo evidente una cosa: el pueblo castellano colaboraba con
entrega casi pasional con el rey borbónico. Esto colocó a los
integrantes de la Gran Alianza de La Haya ante una triste evidencia de
que difícilmente podrían ganar la guerra en España, y aunque ganasen las
campañas militares las posibilidades de contar con la aceptación por el
pueblo español, salvo en los reductos aferrados a la causa austracista,
eran muy escasas. Tras las victorias de la Alcarria, Felipe V prosiguió
su avance hacia Zaragoza, la cual se le entregó sin lucha el 4 de enero de 1711. Simultáneamente un ejército francés de 15.000 hombres al mando del duque de Noailles acantonado en Perpiñán se aprestaba a cruzar la frontera de los Pirineos y atacar Cataluña.
Tras los triunfos borbónicos de Brihuega y de Villaviciosa, la guerra
en la península ibérica dio un vuelco decisivo a favor de Felipe V —el
victorioso general francés fue aclamado en Madrid al grito de «¡Viva Vendôme nuestro libertador!»—.
Y también tuvieron una importante repercusión internacional porque
sirvieron para que Luis XIV cambiara su postura de dejar de apoyar
militarmente a Felipe V y para que el nuevo gobierno británico tory,
que había salido de las elecciones celebradas en otoño de 1710, viera
reforzado su programa político de acabar con la guerra lo más
rápidamente posible. Así describió la nueva situación creada por las
victorias felipistas el propio Luis XIV:61
Mi alegría ha sido inmensa... [Las victorias de Felipe V suponen] el
giro decisivo de toda la guerra de Sucesión: el trono de mi nieto al fin
asegurado, el archiduque desanimado... el partido moderado de Londres
confirmado en su deseo de paz
El final del conflicto (1711-1714)
Hacia la paz de Utrecht
apodado el «Gran Delfín» y padre de Felipe V, lo que colocaba a éste en
una posición aún más cercana a la sucesión de Luis XIV, teniendo
todavía por delante a su hermano mayor, el duque de Borgoña y al hijo de
este, un niño débil a quien todos auguraban una muerte temprana,
llamado Luis, en este momento duque de Anjou, al dejar Felipe el ducado vacante, y que finalmente sería quien reinaría como Luis XV.
Estos decesos dieron un giro a la situación. La posible unión de España
con Austria en la persona del archiduque podía ser más peligrosa que la
unión España-Francia: suponía la reaparición del bloque hispano-alemán
que tan perjudicial había sido a los otros países en los tiempos del
emperador Carlos V. Los demás estados europeos, y sobre todo Inglaterra,
aceleraron las negociaciones de cara a una posible paz cuanto antes,
ahora que la situación les era conveniente, y comenzaron a ver las
ventajas de reconocer a Felipe V como rey español. Para su suerte,
Francia estaba exhausta, lo que la hacía más proclive a las
negociaciones. El pacto de Luis XIV con Inglaterra se produjo en
secreto. Inglaterra se comprometía a reconocer a Felipe V a cambio de
conservar Gibraltar y Menorca y ventajas comerciales en Hispanoamérica. Las conversaciones formales se abrieron en Utrecht en enero de 1712, sin que España fuese invitada a las mismas en este momento.
En febrero de 1712 moría el duque de Borgoña, quedando sólo Luis, al
cual todos consideraban como incapaz. Luis XIV deseaba nombrar regente a
su nieto Felipe, pero los ingleses pusieron como condición
indispensable para la paz que las dos coronas de España y Francia
quedaran separadas. El que ocupara uno de los reinos debía forzosamente
renunciar al otro. En España se produjeron por aquellos días escaramuzas
sin importancia, aunque se reafirmó el apoyo de Barcelona a Isabel
Cristina, la esposa del Archiduque Carlos, entonces ya Emperador Carlos
VI del Sacro Imperio, que se había quedado en la ciudad en calidad de
regente y como garantía de que su marido no renunciaba a sus
pretensiones sobre el trono español. En el escenario europeo se produjo
el 24 de julio la derrota del príncipe Eugenio de Saboya en la batalla de Denain, lo que permitió a los franceses recuperar varias plazas. Finalmente Felipe V hizo pública su decisión. El 9 de noviembre de 1712
pronunció ante las Cortes su renuncia a sus derechos al trono francés,
mientras los otros príncipes franceses hacían lo mismo respecto al
español ante el parlamento de París, lo cual eliminaba el último punto
que obstaculizaba la paz.62
El Tratado de Utrecht
pasó al duque de Saboya (aunque en 1718 lo intercambiaría con Carlos VI
por la isla de Cerdeña). Pero la investigadora alemana Sabine Enders ha
descubierto recientemente el así llamado "Projet sur la Sardaigne", un
plano de Louis d'Albert, embajador de Baviera en Madrid que planeó con
el sardo Vicente Bacallar y Sanna conquistar Cerdeña para dar un reino
al elector bávaro Maximiliano II Manuel de Baviera. Siempre según la
misma investigadora alemana, en el primer Tratado de Utrecht (11 de
abril de 1713) Cerdeña pasó al duque de Baviera Maximiliano II Manuel.
El 10 julio se firmó un segundo Tratado de Utrecht entre las Monarquías de Gran Bretaña y de España según el cual Menorca y Gibraltar pasaban a la Corona británica —la Monarquía de Francia ya le había cedido en América la Isla de Terranova, la Acadia, la isla de San Cristóbal, en las Antillas, y los territorios de la bahía de Hudson—. A eso hay que sumar los privilegios que obtuvo Gran Bretaña en el mercado de esclavos, mediante el derecho de asiento, y el navío de permiso, en las Indias españolas.
VI no renunciaba al trono español, y la emperatriz austríaca seguía en
Barcelona. Las cesiones españolas al Sacro Imperio Romano Germánico no
se harían efectivas hasta que Carlos VI del Sacro Imperio Romano
Germánico renunciase a sus pretensiones. Esto sucedió en dos fases,
primero con la paz entre el Imperio y la Monarquía de Francia en el Tartado de Rastadt el 6 de mayo de 1714, confirmado en el Tratado de Baden de septiembre, y, definitivamente, por el Tratado de Viena (1725),
firmado por los plenipotenciarios de Felipe V y Carlos VI. Como
consecuencia de este último tratado pudieron regresar a España y
recuperar sus bienes la nobleza austracista que se había exiliado en Viena, entre los que destacaban el duque de Uceda y los condes de Galve, Cifuentes, Oropesa y Haro.
Al intentar hacer un balance de vencedores y vencidos en el momento
del tratado de Utrecht es un poco difícil hablar en términos absolutos.
Gran Bretaña puede considerarse vencedora, ya que se hizo con
estratégicas posesiones coloniales y puertos marítimos que fueron la
base de su supremacía futura y del Imperio británico. El ducado de Saboya recibió ampliaciones que lo transformaron en el Reino de Piamonte. El electorado de Brandeburgo se extendería transformándose en el Reino de Prusia. El lote italiano del Imperio español pasó a manos del emperador austríaco Carlos VI, aunque se recuperaría de facto el Reino de Nápoles en 1734 tras la batalla de Bitonto (un episodio de la Guerra de Sucesión polaca). Es de reseñar también la pérdida de Orán y Mazalquivir en 1708 a manos del Imperio otomano, consecuencia indirecta de la guerra al no poder trasladarse tropas de refuerzo a esta ciudad por estar combatiendo en Europa.
El Principado de Cataluña sigue resistiendo (1713-1714)
elegido emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico en septiembre de
1711. Esto le obligó a trasladarse a Fráncfort
para su coronación como emperador con el título de Carlos VI y en
consecuencia abandonar Cataluña, si bien dejó como regente a su esposa,
la emperatriz Isabel Cristina de Brunswick. Cataluña esperaba que sus leyes e instituciones propias fuesen preservadas según lo acordado en el Pacto de Génova de 1705 firmado por los representantes del Principado
y de la reina Ana de Inglaterra. Así, cuando en 1712 comenzaron las
negociaciones de paz en Utrecht, Gran Bretaña planteó a Felipe V el "caso de los catalanes"
y le pidió que conservase los fueros, a lo cual éste se negó, aunque
prometió una amnistía general. Los ingleses no insistieron, puesto que
tenían prisa por que se firmase el tratado y disfrutar de las enormes
ventajas que les proporcionaba. Al conocer este acuerdo y presionada por
Gran Bretaña, Austria accedió secretamente a un armisticio en Italia y
confirmó el convenio sobre la evacuación de sus tropas de Cataluña. Finalmente la emperatriz también se embarcó en marzo de 1713, oficialmente para «asegurar la sucesión»
del trono austríaco, quedando como virrey el príncipe Starhemberg, en
realidad con la única misión de negociar una capitulación en las mejores
condiciones posibles, pero ni siquiera esto se consiguió dado que
Felipe V no aceptaba el mantenimiento de los fueros
catalanes. Por otra parte, el Tratado de Utrecht únicamente había
incluido una cláusula por la que se concedía una amnistía general a los
catalanes y que gozarían de los mismos privilegios que sus súbditos
castellanos, pero no los suyos propios.
El gobierno catalán se componía entonces de tres instituciones, los Tres Comunes de Cataluña: el Consejo de Ciento que se encargaba de la ciudad de Barcelona, la Diputación General o Generalitat, de atribuciones sobre todo tributarias sobre el conjunto del territorio, y el Brazo militar de Cataluña.
El 22 de junio de 1713 el príncipe Starhemberg comunicó a los catalanes
que había llegado a un acuerdo con el general borbónico en el llamado convenio del Hospitalet para la evacuación de las tropas, y como garantía les había entregado Tarragona.
Tras ello, se embarcó secretamente junto con sus soldados, dejando a
Cataluña a su suerte. En Barcelona se formó la Junta de Brazos de las
Cortes, la cual decidió una defensa numantina. Mientras tanto el
comandante borbónico, el duque de Popoli,
sometía las ciudades circundantes y terminó pidiendo la rendición de la
propia Barcelona, a lo que ésta se negó. Entonces Popoli inició un
bloqueo marítimo, no demasiado eficaz, ya que era burlado por Mallorca,
Cerdeña e Italia. En los siguientes meses se produjeron levantamientos
en el campo, que fueron rápidamente sofocados. En marzo de 1714 se firmó
el Tratado de Rastatt, confirmado en septiembre por el Tratado de Baden, lo que suponía el abandono definitivo de Carlos VI. El emperador envió una carta a la Diputación General de Cataluña
en la que les explicaba que había firmado el tratado de Rastatt
obligado por las circunstancias y que todavía mantenía el título de rey
de España.
La batalla del 11 de septiembre de 1714
rendición de Barcelona que fue rechazada por los resistentes encabezados
por el general Antonio de Villarroel y por el conseller en cap Rafael Casanova.
La ciudad había sido asediada por un ejército de 40.000 hombres y 140
cañones, y Felipe V respondió iniciando el bombardeo. El asedio continuó
durante dos meses (previamente había sufrido nueve meses de dudoso
bloqueo marítimo). El 11 de septiembre de 1714
el mariscal de Berwick ordenó el asalto; la defensa de los catalanes
fue «obstinada y feroz», tal como recordaba el marqués de San Felipe,63 y en la lucha cayó herido gravemente64 el Conseller en cap (Consejero primero del Consejo de Ciento de Barcelona), Rafael Casanova cuando lideraba el contraataque contra las tropas borbónicas65 66 blandiendo la bandera de Santa Eulalia para enardecer a los defensores.67
En una última llamada a la población barcelonesa, los Tres Comunes de Cataluña68 ordenaron publicar el siguiente bando considerado en el siglo XIX por el historiador catalanista y fundador del Centre Català José Coroleu e Inglada y por José Pella y Forgas "el documento más importante de los anales de aquella guerra" porque en la Ciudad Condal, "último baluarte de las antiguas libertades de la Península,
finía la independencia nacional de una raza, los habitantes de la
Corona de Aragón, en otros tiempos indomable, lanzando con los últimos
alientos de su vida su testamento político en digna y solemne
justificación de su historia y protesta de su conducta para los
venideros siglos en esta forma sublime" y del cual se adjunta copia de la traducción en español del original catalán:69
«Ahora oíd, se hace saber a todos generalmente, de parte de los TresFinalmente el 12 de septiembre se firmó la capitulación de Barcelona y el 13 de septiembre se ocupó la ciudad.
Excelentísimos Comunes, tomado el parecer de los Señores de la Junta de
Gobierno, personas asociadas, nobles, ciudadanos y oficiales de guerra,
que separadamente están impidiendo que los enemigos se internen en la
ciudad; atendiendo que la deplorable infelicidad de esta ciudad, en la
que hoy reside la libertad de todo el Principado y de toda España, está
expuesta al último extremo, de someterse a una entera esclavitud.
Notifican, amonestan y exhortan, representando a Padres de la Patria que
se afligen de la desgracia irreparable que amenaza el favor e injusto
encono de las armas franco-españolas, hecha seria reflexión del estado
en que los enemigos del Rey N.S., de nuestra libertad y Patria, están
apostados ocupando todas las brechas, cortaduras, baluartes del Portal
Nou, Sta. Clara, Llevant y Sta. Eulalia. Se hace saber, que si luego,
inmediatamente de oído el presente pregón, todos los naturales,
habitantes y demás gentes hábiles para las armas no se presentan en las
plazas de Junqueras, Born y Plaza de Palacio, a fin de que unidamente
con todos los Señores que representan los Comunes, se puedan rechazar
los enemigos, haciendo el último esfuerzo, esperando que Dios
misericordioso, mejorará la suerte. Se hace también saber, que siendo la
esclavitud cierta y forzosa, en obligación de sus cargos, explican,
declaran y protestan a los presentes, y dan testimonio a los venideros,
de que han ejecutado las últimas exhortaciones y esfuerzos, protestando
de todos los males, ruinas y desolaciones que sobrevengan a nuestra
común y afligida Patria, y exterminio todos los honores y privilegios,
quedando esclavos con los demás españoles engañados y todos en
esclavitud del dominio francés; pero se confía, que todos como
verdaderos hijos de la Patria, amantes de la Libertad, acudirán a los
lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por
su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España, y
finalmente dicen y hacen saber, que si después de una hora de publicado
el pregón, no comparece gente suficiente para ejecutar la ideada
empresa, es forzoso, preciso y necesario hacer llamada y pedir
capitulación a los enemigos, antes de llegar la noche, para no exponer a
la más lamentable ruina de la Ciudad, para no exponerla a un saqueo
general, profanación de los Santos Templos, y sacrificio de niños,
mujeres y personas religiosas.
Y para que a todos sea generalmente notorio, que con voz alta, clara e
inteligible sea publicado por todas las calles de la presente ciudad.
Dado en la casa de la Excelentísima Ciudad, residiendo en el Portal de
S. Antonio, presentes los mencionados Excelentísimos Señores y personas
asociadas, a 11 de Septiembre, a las 3 de la tarde, de 1714».
El fin del Principado de Cataluña
llevaba unas instrucciones precisas de Felipe V sobre el trato que
debía dar a los resistentes cuando la ciudad cayera, en las que se decía
que «se merecen ser sometidos al máximo rigor según las leyes de la
guerra para que sirva de ejemplo para todos mis otros súbditos que, a
semejanza suya, persisten en la rebelión».71
A pesar de que pensaba, según lo que dejó escrito en sus Memorias, que aquella orden era desmesurada y «poco cristiana» —y que se explicaba porque Felipe V y sus ministros consideraban que «todos los rebeldes debían ser pasados a cuchillo» y «quienes no habían manifestado su repulsa contra el Archiduque debían ser tenidos por enemigos»—,72
el duque de Berwick la cumplió nada más entrar en la ciudad de
Barcelona el 13 de septiembre. Al día siguiente creó con carácter
transitorio la Real Junta Superior de Justicia y Gobierno, de la
que formaron parte destacados felipistas, y que sustituyó a las
instituciones catalanas ya que su cometido era gobernar «aquel principado como si no tuviera gobierno alguno».
Así el 16 de septiembre, sólo cuatro días después de la capitulación de
Barcelona, el Duque de Berwick comunicaba a sus representantes la
disolución de las Cortes catalanas y de las tres instituciones que formaban los Tres Comunes de Cataluña, el Brazo militar de Cataluña, la Diputación General de Cataluña y el Consejo de Ciento. Asimismo suprimía el cargo de virrey de Cataluña y de gobernador, la Audiencia de Barcelona, los veguers y el resto de organismos del poder real. En cuanto a los municipios los cargos de consellers, jurats y paers
fueron ocupados por personas de probada fidelidad a la causa felipista y
a finales de 1715 se impuso definitivamente la organización castellana.
Toma de Mallorca
Para la campaña de Mallorca e Ibiza (Menorca, había quedado bajo soberanía británica según lo estipulado en el artículo 11 del Tratado de Utrecht), el Intendente General de la Marina José Patiñotuvo que organizar una flota con escasez de efectivos y pertrechos, por
lo que recurrió al flete de embarcaciones privadas, catalanas pero
también francesas y genovesas. Con estas embarcaciones y el auxilio que
se recibió de tropas francesas enviadas por Luis XIV, se logró la
rendición de Mallorca en julio de 1715. Posteriormente se produjo la ocupación de Ibiza.
Con estos episodios se dio por terminada la Guerra de Sucesión
Española, aunque políticamente no acabaría hasta la firma en abril de
1725 del Tratado de Viena
entre los representantes de los dos antiguos contendientes, Felipe V y
el Archiduque Carlos, desde 1711 Carlos VI del Sacro Imperio Romano
Germánico.
Consecuencias
La represión borbónica y el exilio austracista
Felipe V aplicó un conjunto de medidas represivas contra los austracistas que habían apoyado al Archiduque Carlos y que afectaron sobre todo a los Estados de la Corona de Aragón. Una de las formas principales que revistió la represión fue la confiscación de sus bienes y propiedades. Según el historiador Joaquim Albareda, "acabada la guerra de Sucesión, el valor de las haciendas confiscadas a los austracistas fue el siguiente: en Castilla, 2.860.950 reales de vellón; en Cataluña, 1.202.249; en Aragón, 415.687; en Valencia,207.690". Si se tiene en cuenta que el número de personas afectadas fue
mucho mayor en los tres Estados de la Corona de Aragón que en Castilla
se confirma que en esta última los que apoyaron al Archiduque fueron
fundamentalmente nobles, mientras que en la Corona de Aragón el apoyo
fue mucho más amplio y diverso socialmente.73
La derrota en la guerra y la represión borbónica provocaron el exilio de miles de austracistas, hecho considerado por el historiador Joaquim Albareda como el primer exilio político de la historia de España. Aunque también existió un exilio felipista integrado por los partidarios de Felipe V que fueron obligados entre 1705 y 1707 a abandonar los Estados de la Corona de Aragón,
el exilio austracista, como ha señalado el citado historiador, fue
mucho más importante ya que "alcanzó unas dimensiones sin precedentes en
la historia de España: entre 25.000 y 30.000 personas".74
El destino principal de los exiliados fueron las antiguas posesiones de la Monarquía Hispánica en Italia, como el reino de Nápoles, la isla de Cerdeña o el Ducado de Milán, y los Países Bajos españoles, estados que habían pasado a la soberanía del Archiduque Carlos, convertido en el emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico. Otra parte, unos 1.500, marchó a la capital del Imperio, Viena, donde algunos de los exiliados ocuparon cargos importantes en la corte de Carlos VI como el catalán marqués de Rialp nombrado secretario de Estado y del Despacho. Hubo un grupo de unos 800 colonos que fundaron Nueva Barcelona en el Banato de Temesvar en el reino de Hungría, que también era un dominio de Carlos VI.75
Una segunda oleada más reducida de represión y de exilio se produjo
más tarde en momentos de crisis internacional que coincidía con el
renacimiento de la resistencia austracista como ocurrió con el
movimiento de los Carrasclets de 1717-1719 durante la Guerra de la Cuádruple Alianza.76
De los exiliados se ocupó por orden del emperador Carlos VI el
Consejo Supremo de España creado en la corte de Viena a finales de 1713 y
su ayuda se concretó en el pago de rentas y pensiones a los exiliados
que procedían de los bienes confiscados a los partidarios de Felipe V de
los estados italianos incorporados a la Corona de Carlos VI. En esta
ayuda desempeñó un papel esencial el marqués de Rialp.75
La política "revisionista" de Felipe V y el Tratado de Viena de 1725
La conquista española de Cerdeña en 1717 y la del reino de Sicilia en 1718 provocaron la Guerra de la Cuádruple Alianza en la que Felipe V salió derrotado por lo que tras la firma del Tratado de La Haya en febrero de 1720 tuvo que retirarse de las dos islas.77 Para concretar los acuerdos de La Haya se reunió el Congreso de Cambrai (1721-1724) que supuso un nuevo fracaso para Felipe V porque no alcanzó su gran objetivo dinástico —que los ducados de Parma y de Toscana pasaran a su tercer hijo varón Carlos— y tampoco que Gibraltar volviera a soberanía española.78un noble holandés que había llegado a Madrid en 1715 como embajador
extraordinario de las Provincias Unidas y que tras abjurar del protestantismo
se había puesto al servicio del monarca ganándose su confianza,
convenció al rey y a la reina para que lo enviaran a Viena,
comprometiéndose a alcanzar un acuerdo con el emperador Carlos VI que
pusiera fin a la rivalidad entre ambos soberanos por la Corona de España
y que permitiera que el infante don Carlos pudiera llegar a ser el
nuevo duque de Parma, de Piacenza y de Toscana.79
El 30 de abril de 1725 se firmó el Tratado de Viena
que acabó definitivamente con la Guerra de Sucesión Española al
renunciar el emperador Carlos VI a sus derechos a la Corona de España y
reconocer como rey de España y de las Indias a Felipe V, y a cambio éste
reconocía al emperador la soberanía sobre las posesiones de Italia y de
los Países Bajos que habían correspondido a la Monarquía Hispánica, y volvía a reiterar su renuncia al trono de Francia. En uno de los documentos Felipe V otorgaba la amnistía a los austracistas
y se comprometía a devolverles sus bienes que habían sido confiscados
durante la guerra y en la inmediata posguerra. Asimismo se les
reconocían los títulos que les hubiera otorgado Carlos III el Archiduque. Además Felipe V concedía a la Compañía de Ostende
importantes ventajas comerciales para que pudiera comerciar con las
Indias españolas. A cambio Viena ofrecía su apoyo a Felipe V para
presionar al rey de Gran Bretaña para que recuperara Gibraltar y Menorca.
En cuanto a los derechos sobre los ducados de Parma, Piacenza y
Toscana, Ripperdá consiguió que Carlos VI aceptara que pasasen al
infante don Carlos, al extinguirse la rama masculina de los Farnesio,
aunque nunca podrían integrarse en la Monarquía de España. Por último
Ripperdá, siguiendo las instrucciones de Felipe V, no permitió que se
planteara de nuevo el «caso de los catalanes», por lo que se mantuvo la Nueva Planta que, mediante decreto del 9 de octubre de 1715, había suprimido algunas de las las leyes e instituciones propias del Principado de Cataluña.80 81
conocimiento del Tratado de Viena firmaron el 3 de septiembre de 1725,
con el reino de Prusia, el Tratado de Hannover para «mantener a los Estados firmantes en los países y ciudades dentro y fuera de Europa que actualmente poseyeran». Esta postura beligerante de las potencias garantes del statu quo
de Utrecht hizo que el emperador diera marcha atrás y no consintiera el
matrimonio de sus dos hijas con los infantes españoles Carlos y Felipe
—doble enlace matrimonial con los que se iba a sellar la nueva alianza—,
y que anunciara que tampoco apoyaría a Felipe V si este intentaba
recuperar Gibraltar o Menorca.
En contrapartida las concesiones comerciales prometidas a la Compañía
de Ostende nunca se materializaron y acabó disolviéndose en 1731 por la
presión británica.82
En cambio Felipe V respondió con el segundo sitio a Gibraltar
en 1727 que no tuvo éxito debido a la superioridad de la flota
británica que defendía el Peñón, que impidió que la infantería pudiera
lanzarse al asalto después de que la artillería hubiera bombardeado las
fortificaciones británicas. Finalmente la guerra anglo-española de 1727-1729 se selló con la firma del Tratado de Sevilla
del 9 de noviembre de 1729 en el que Felipe V, a cambio de reconocer
definitivamente el nuevo orden internacional surgido de la Paz de Utrecht, obtuvo lo que venían anhelando él y su esposa Isabel de Farnesio desde 1715, que el hijo primogénito de ambos, el infante Carlos ocupara el trono del ducado de Parma y del ducado de Toscana.83
Conclusiones
Véase también: Reformismo borbónico
A la pregunta ¿quién ganó la Guerra de Sucesión Española? la respuesta suele ser unánime: la Monarquía de Gran Bretaña —que consiguió
el dominio del Atlántico y del Mediterráneo, con las bases de Gibraltar
y de Menorca, y que puso los cimientos del Imperio Británico, con las
concesiones territoriales y comerciales que consiguió en América—. Pero
también salieron beneficiados, aunque en menor proporción, los otros dos
firmantes de la Gran Alianza de 1701: las Provincias Unidas
y el Imperio Austríaco. Este último se quedó con las posesiones de la
Monarquía Hispánica en Italia y en los Países Bajos, aunque Carlos VI no
consiguió la Corona española. La Monarquía de Francia, por su parte,
alcanzó el objetivo de situar en el trono español a un borbón,
aunque no sólo no obtuvo ningún rédito de ello sino que pagó un alto
precio pues Francia salió de la guerra con una grave crisis financiera
que arrastraría a lo largo de todo el siglo XVIII. "Fue la fortuna de su
familia la que guió la actuación de Luis XIV antes que los dictados de
la razón de Estado", afirma Joaquim Albareda.84
a costa de la pérdida de sus posesiones en Italia y los Países Bajos,
más Gibraltar y Menorca, y de la pérdida del control del comercio con el
Imperio de las Indias, a causa de la concesión a los británicos del asiento de negros y del navío de permiso. Con todo ello se produjo, según Joaquim Albareda, "la conclusión política de la decadencia española".
Así pues, Felipe V fracasó en la misión por la que fue elegido como
sucesor de Carlos II: conservar íntegros los territorios de la
monarquía.85
A nivel interno Felipe V puso fin a la Corona de Aragón
por la vía militar y abolió las instituciones y leyes propias que
regían los estados que la componían, instaurando en su lugar un Estado absolutista, centralista y uniformista, inspirado en la Monarquía absoluta de su abuelo Luis XIV y en algunas instituciones de la Corona de Castilla. Así pues, se puede afirmar que los grandes derrotados de la guerra fueron los austracistas
defensores no sólo de los derechos de la dinastía de los Austrias sino
del mantenimiento del carácter "federal" de la Monarquía Hispánica.85
Según la historiadora y periodista suiza Sibille Stocker y el también historiador de la misma nacionalidad Christian Windler, autores de Instituciones y desarrollo socioeconómico en España e Hispanoamérica desde la época virreinal
(Bogotá, 1994), en el terreno económico, los territorios de la Corona
de Aragón se beneficiaron ampliamente de la derogación de las aduanas,
así como del acceso a un nuevo y amplio mercado; especialmente Cataluña
que pudo amplificar sus réditos, al comerciar con las colonias
americanas. Las reformas del nuevo Rey, crearon un ambiente positivo que
favoreció considerablemente la artesanía, la industria y el comercio,
lo que derivó en un ambiente favorable para la pacificación entre los
contendientes en el conflicto.86
Según el historiador Ricardo García Cárcel,
la victoria borbónica en la guerra supuso el "triunfo de la España
vertical sobre la España horizontal de los Austrias", entendiendo por
"España horizontal", la "España austracista",
la que defiende "la España federal que se plantea la realidad nacional
como un agregado territorial con el nexo común a partir del supuesto de
una identidad española plural y «extensiva»", mientras que la "España
vertical" es la "España centralizada, articulada en torno a un eje
central, que ha sido siempre Castilla, vertebrada desde una espina dorsal, con un concepto de una identidad española homogeneizada e «intensiva»".87
Según el historiador Juan Pablo Fusi,
la nueva monarquía llevó a cabo reformas favorables de gran calado: se
promovió la educación, el patronazgo de academias y se realzó la
investigación científica, especialmente en las ciencias médicas y en
matemáticas. Así mismo se llevaron a cabo reformas positivas en el
sistema de producción, con la creación de reales fábricas; esto conllevó
a una consecuente innovación de las técnicas productivas, de
reanimación de sectores "decaidos" y a la creación de sectores
productivos antes inexistente.88
Véase también
- Decretos de Nueva Planta
- Guerra de Sucesión Española en el Reino de Valencia
- Guerra de Sucesión Española en Cataluña
- Reformismo borbónico
Notas
La Gran Alianza justificó su intervención alegando la defensa de las "libertades" de Europa -la resolución de la Cámara de los Comunes que aprobó la participación de Inglaterra en la guerra decía que esta se emprendía para «preservar las libertades de Europa, la prosperidad y la paz de Inglaterra, y para reducir el exorbitante poder de Francia». Por otro lado, la guerra de sucesión española "activó" otros conflictos internacionales, como la Gran Guerra del Norte, así como los levantamientos jacobitas y la guerra de independencia húngara de 1703-1711 –que fueron apoyados por Luis XIV–, y la Guerra de los Camisards —apoyados por Inglaterra—
- Felipe
V, además de las ganancias correspondientes a su aportación de capital,
se beneficiaría de un impuesto que gravaba con 33 pesos cada esclavo
(Joaquim Albareda, pág. 69).
Referencias
Bibliografía
- Albareda Salvadó, Joaquim (2010). La Guerra de Sucesión de España (1700-1714). Barcelona: Crítica. ISBN 978-84-9892-060-4.
- Capel Martínez, Rosa Mª; Cepeda Gómez, José (2006). El Siglo de las Luces. Política y sociedad. Madrid: Síntesis. ISBN 84-9756-414-6.
- Fayard, Janine
(1980). «La Guerra de Sucesión (1700-1714)». En Jean-Paul Le Flem;
Joseph Pérez; Jean-Marc Perlorson; José Mª López Piñero y Janine Fayard.
La frustración de un Imperio. Vol. V de la Historia de España, dirigida por Manuel Tuñón de Lara. Barcelona: Labor. ISBN 84-335-9425-7. - García Cárcel, Ricardo (2002). Felipe V y los españoles. Una visión periférica del problema de España. Barcelona: Plaza & Janés. ISBN 84-01-53056-3.
- Pérez, Joseph
(1980). «España moderna (1474-1700). Aspectos políticos y sociales». En
Jean-Paul Le Flem; Joseph Pérez; Jean-Marc Perlorson; José Mª López
Piñero y Janine Fayard. La frustración de un Imperio. Vol. V de la Historia de España, dirigida por Manuel Tuñón de Lara. Barcelona: Labor. ISBN 84-335-9425-7. - Vincenzo Bacallar Sanna, La Sardegna Paraninfa della Pace e un piano segreto per la sovranità 1712-1714 (a cura di Sabine Enders), Stuttgart, Giovanni Masala Verlag (Collana Sardìnnia, volume 10), 2011, pp. 240, ISBN 978-3-941851-03-0.
Enlaces externos
- Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre la Guerra de Sucesión Española.
- La Batalla de Almansa y más artículos sobre la Guerra de Sucesión.
Una de las novedades de esta guerra fue la incidencia que tuvo en ella la opinión pública, pues ambos bandos libraron una guerra de propaganda.
—una «guerra de folletos»— en favor de sus respectivas causas en la que
intervinieron escritores y filósofos tan destacados como los británicos
Daniel Defoe y Jonathan Swift, el alemán Leibniz y un jovencísimo Voltaire. En España, además de las publicaciones oficiales —la Gaceta de Madrid en favor de Felipe V y la Gazeta de Barcelona en favor de Carlos III— circularon una multitud de impresos borbónicos y austracistas.
su triunfo jugó un papel importante el llamado "motín de Oropesa"
instigado por el "partido francés" aprovechando el malestar popular por
la carestía y el hambre. Durante el motín fueron asaltadas las casas del
conde de Oropesa y del almirante de Castilla, y poco después Oropesa
fue destituido y desterrado al igual que el Almirante de Castilla —éste
último escribiría al duque de Medinaceli, quejándose de la "ruina" de la causa del archiduque, y acabando la carta con un «vencer o morir»—13
decía que Carlos II era víctima de unos hechizos y que a ellos se debía
el hecho que no podía tener sucesión. El propio monarca se acabó de
convencer de ello y, en 1698, pidió a la Inquisición que averiguase el asunto. El Consejo de la Inquisición no hizo caso, pero el Inquisidor general, Rocaberti, y el confesor del rey, Froilán Díaz, tomaron la cosa muy en serio y se pusieron a cazar los hechizos. Había entonces en España un fraile asturiano, Antonio Álvarez Argüelles,
que tenía gran fama de exorcista y pretendía hablar a los demonios.
[...] Los demonios con quienes conversó Argüelles confirmaron lo de los
hechizos, pero los achacaron al partido austríaco; por lo visto eran
demonios franceses o afrancesados. Los alemanes se inquietaron y
enviaron a España a un capuchino, fray Mauro de Tenda,
para exorcizar al rey. Esta vez parecía que los demonios se inclinaban
más bien por el partido del archiduque. Muerto Rocaberti, el nuevo
Inquisidor acabó con aquella farsa encarcelando a Fray Mauro y
desterrando de la corte al confesor Froilán Díaz. ¿Hasta que punto
influyeron los hechizos en la solución final del pleito sucesorio? Lo
más probable es que se tratara de un mero episodio –con carácter de
farsa– de la lucha entre los dos partidos, el francés y el austríaco".15
la historiadora Janine Fayard el sobrenombre tiene una cierta carga de
ironía porque a Felipe V le aburrían los asuntos de gobierno y no sabía
divertirse y durante toda su vida –sobre todo al final– estuvo «preso de
una profunda melancolía patológica». «Sólo la guerra lo sacó por breves
momentos de su apatía congénita, lo que le valió el sobrenombre de
«animoso». Toda su vida estuvo dominado por sus familiares. Pronto
aparecieron caricaturas alusivas. Una de ellas lo muestra guiado por el cardenal Portocarrero y el embajador de Francia, marqués de Harcourt, con esta inscripción: Anda, niño, anda porque el cardenal lo manda".»(Fayard, pág. 428)
Podemos calificarla de guerra mundial... Fue una «guerra tan universal cual no se ha visto nunca», en palabras del Almirante de Castilla
Histórico Militar. Capítulo VII. De las 16 mayores Guerras y Genocidios
del siglo XVIII de 80.000 a 10.000.000 muertos». De re Militari.
Fue la guerra más mortífera que tuvo lugar entre la guerra de los Treinta Años y las guerras napoleónicas.
Basta recordar un dato significativo: en el momento de mayor
intensidad, en 1710, luchaban cerca de 1 300 000 soldados. Y Francia, la
potencia más implicada, llegó a movilizar unos 900 000 hombres (sumando
tropas regladas y milicias) entre 1701 y 1713
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no válida; el nombre
"FOOTNOTEAlbareda_Salvad.C3.B32010.7B.7B.7Bc.7D.7D.7D54-55" está
definido varias veces con contenidos diferentes
Se trataba, en buena medida, de calar un discurso que pusiera el acento en la decadencia de España, fruto de la política de los Austrias en España, alimentando la germanofobia, y responsabilizándolos de los males de la monarquía católica.
Es decir, la ambición de dicha dinastía había arruinado la antigua
alianza entre España y Francia, poniendo en peligro la paz europea, la
prosperidad de ambas monarquías y la religión. [...] La diplomacia y la
propaganda oficial francesa construyeron la imagen de un príncipe ideal,
capaz de asumir las obligaciones que los Habsburgo habían descuidado.
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(ayuda)Villarroel y el cabo de los Consejeros
de la ciudad juntaron los suyos y acometieron a los franceses, que se
iban adelantando ordenados; ambos quedaron gravemente heridos. Entonces
desmayaron los defensores, pero en todas las partes de la ciudad se
mantuvo la guerra por doce continuas horas, porque todo el pueblo
peleaba.
Vicente Bacallar; op. citada, Año 1714
Cargados los catalanes de esforzada
muchedumbre de tropas, iban perdiendo terreno. Los españoles cogieron la
artillería que tenían plantada en ha esquinas de las calles, y la
dirigieron contra ellos.
Vicente Bacallar; op. citada, Año 1714.
Los españoles, que por los lados poseían
gran parte de la ciudad, viendo, habían retrocedido los franceses,
también ellos se retiraron a la brecha; todos empezaban nueva acción.
Vicente Bacallar; op. citada, Año 1714
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(ayuda)Martínez, Rosa Mª; Cepeda Gómez, José (2006). pp. 219-220. «Su
innegable capacidad [de Ripperdá] para presentar como viables e
imprescindibles proyectos innovadores e ideas sorprendentes sobre
ciertos temas económicos, diplomáticos y militares le hicieron ganar
puntos a los ojos del rey. [...] Ya había servido al Borbón y su primer
gran puesto al servicio de España —tras su abjuración del protestantismo— fue el de administrador de la Real Fábrica de Paños de Guadalajara, una de las primeras creaciones de la política económica de los Borbones de Madrid.» Falta el
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