lunes, 15 de julio de 2013
El Mateo hebreo original
BS"D
Empecemos
por Papías de Hierápolis, el único de los autores mencionados que pudo
haber tenido contacto con una copia directa del original, ya que
escribió su libro “Exposición de los Oráculos del Señor” hacia el año
130.
Papías nos dice claramente que Mateo “puso por escrito los
dichos del Señor en lengua hebrea”. Pero, en otros párrafos, Papías nos
muestra algo “extraño”: ciertos datos que conoce de manera bastante
solvente difieren de lo que nos dice el evangelio de Mateo tal y como lo
conocemos.
El más llamativo tiene que ver con Judas Iscariote:
extraño: Mateo 27:3-10 es muy preciso al señalar que Judas, agobiado
por el remordimiento, devolvió el dinero de su traición y se ahorcó de
inmediato. La pregunta obligada es: ¿por qué si Papías conoció el texto
original de Mateo optó por darle credibilidad a OTRA VERSIÓN de la
muerte de Judas?
De hecho, esto nos remite a que dentro del mismo
Nuevo Testamento hay OTRA VERSIÓN más. En Hechos 1:18, el propio Pedro
dice de Judas que “...con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y
cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas las entrañas se
derramaron”.
Entonces, nos queda claro que en hacia la primera
mitad del siglo II existían TRES VERSIONES DIFERENTES de la muerte de
Judas. ¿Por qué, simplemente, no se aceptó la de Mateo, que habría sido
la más autorizada si se supone que el texto lo había escrito Mateo tal
vez medio siglo atrás?
Por una razón tan simple como obvia: el
texto original de Mateo NO DECÍA NADA SOBRE LA MUERTE DE JUDAS. El
párrafo fue añadido posteriormente, en una etapa en la que corrieron
muchas versiones (por lo menos tres) del evento, razón por la que no
todos los autores admitieron como definitiva la versión que se filtró al
texto de Mateo.
Si no aceptamos esta idea, sólo nos queda otra
alternativa: Mateo sí escribió el relato de la muerte de Judas, pero no
todos le creyeron y consideraron que hubo fuentes más autorizadas.
Si
nos remitimos otra vez a Papías, que evidentemente tuvo en sus manos
una copia del original de Mateo (tal vez una copia de primera
generación), dicha conducta resulta incomprensible: tener el texto de
Mateo, leerlo, y de todos modos decir “ah, Judas no murió así; engordó y
lo atropellaron...”.
Por donde se le guste ver, lo más lógico es
que el texto original de Mateo no tenía ninguna aclaración sobre el
tema, y por eso Papías pudo admitir como correcta otra versión de la
muerte de Judas.
Esto ya nos sienta un precedente claro: el texto
original de Mateo recibió añadiduras, y si somos honestos, no tenemos
modo de saber cuántas ni cuáles fueron.
y Epifanio no sólo dejaron constancia de que existía una versión en
hebreo del evangelio de Mateo conservada por los Nazarenos antiguos. Se
tomaron la molestia de aclarar, además, que era una copia DEL ORIGINAL,
tal y como lo había escrito Mateo, y -sobre todo Jerónimo- se tomó la
molestia extra de COPIARLO.
La copia que Jerónimo preparó se
perdió irremediablemente en el siglo VII, cuando la biblioteca de
Pánfilo de Cesarea -donde estaba guardada- fue destruida ante el embate
musulmán. Pero en los escritos de Jerónimo se conservan varios
fragmentos del Evangelio de los Nazarenos, ya que LAS DIFERENCIAS
EVIDENTES con el Mateo oficial (que para entonces ya se usaba
ampliamente en griego, latín y arameo). Jerónimo mismo registró varias
de estas diferencias en su comentario sobre Mateo. Veamos algunos
ejemplos:
En Mateo 12:13, donde se narra la curación de un manco
por parte de Yehoshúa, el Evangelio de los Nazarenos incluye unas
palabras del manco, mismas que no aparecen en ningún manuscrito conocido
de Mateo: "yo era cimentador y me ganaba el sustento con mis manos; te
suplico, Yehoshúa, que me devuelvas la salud para que no tenga que
mendigar con vergüenza mi alimento".
Otro caso interesante es
Mateo 19:20-24. Veamos las dos versiones: el evangelio, tal y como lo
conocemos, pone "todo eso lo he guardado, dijo el joven. ¿Qué más me
hace falta? Le contestó Yehoshúa: si quieres ser perfecto, anda, vende
lo que tienes, y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo.
Luego, ven y sígueme. Cuando el joven rico oyó esto, se fue triste,
porque tenía muchas riquezas. Dijo Yehoshúa a sus discípulos: les
aseguro que es difícil para un rico entrar en el reino de los cielos.
Les repito que le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una
aguja, que a un rico entrar en el reino de D-os".
Pero en el Evangelio de los Nazarenos copiado por Jerónimo había una versión alternativa:
dos citas preservadas en Jerónimo nos ponen ante un dilema similar al
que se deriva de los escritos de Papías, aunque en sentido contrario:
ahora tenemos evidencia de que ciertos detalles contenidos en el Mateo
original FUERON ELIMINADOS en la traducción al griego y los otros
idiomas (cosa que concuerda bastante bien con una observación de Papías:
cada quien los tradujo como pudo).
Tenemos más evidencia sobre
estas diferencias. Dos siglos antes que Jerónimo y Epifanio, Clemente de
Alejandría y su brillante discípulo, Orígenes, citaron pasajes
inexistentes en las versiones “oficiales” de Mateo, recuperados de lo
que ellos llamaron “el Evangelio de los Hebreos”. Por las referencias
que dieron sobre el grupo que lo conservaba, los especialistas aceptan
que se trataba de esos antiguos Nazarenos con los que luego tuvieron
contacto Jerónimo y Epifanio.
Veamos algunos fragmentos conservados por Clemente y Orígenes:
seguimos revisando el material que nos aporta la Patrística del siglo
II, encontramos otro caso que nos arroja más información sobre este
asunto: el de la Última Cena. Se trata de un evento medular en los tres
Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), ya que es donde Jesús de
Nazaret declara fundado el Nuevo Pacto, en evidente alusión a la
profecía de Jeremías 31:31-33.
Integrando los tres relatos, Jesús
pronunció palabras trascendentales al momento de decir bendiciones
sobre el pan y el vino, que fueron algo así como “tomad, comed, esto es
mi cuerpo que por ustedes es partido; tomad, bebed, esta es la sangre
del Nuevo Pacto que por ustedes es derramada; haced esto todas las veces
que comieréis de este pan y bebieréis de esta copa” (dejemos de lado el
asunto de la interpretación de esto y centrémonos sólo en el asunto
filológico).
Hay controversias sobre cuál fue el primer evangelio
en elaborarse. La mayoría de los especialistas sostiene que fue Marcos,
un poco después del año 70, si bien una minoría asume que fue Mateo tal
vez desde el año 60. Independientemente de esto, se da por sentado que
Lucas -el último de los tres- se escribió entre los años 80 y 85, por lo
que para esas fechas ya debían estar escritos los tres.
De ello
se debe deducir que, para cuando los tres Evangelios Sinópticos ya
estaban escritos, los seguidores de Jesús ya tenían como patrimonio
litúrgico y teológico estas palabras pronunciadas sobre el pan y el
vino, por lo menos durante medio siglo (desde el año 30 hasta el 80,
aproximadamente).
Y resulta interesante esto: en realidad, se
supone que ninguno de los tres fue el primero en registrarlas por
escrito. En el año 54, Pablo también las registró en I Corintios
11:23-26, y con ello habría sido el primero en redactarlas.
La
versión de Pablo es consistente con las que encontramos en los tres
Sinópticos. Dice así: “...el Señor Jesús, la noche que fue entregado,
tomó pan, y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: tomad, comed, esto
es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí;
asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: esta
copa es el Nuevo Pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la
bebiereis en memoria de mí”.
Hasta este punto, el panorama es
bastante lógico: hacia el año 30, Jesús pronuncia estas palabras y,
naturalmente, se consolidan como patrimonio litúrgico de sus seguidores.
Por ello, Pablo las puede citar hacia el año 54 a la Iglesia de Corinto
con bastante familiaridad, dando por sentado que sus lectores conocen
el uso ritual de estas frases. Tal vez unos 5 o 6 años después, Mateo
las vuelve a poner en su evangelio; o tal vez el siguiente en hacerlo es
Marcos, 15 o 16 años después. Sea como fuere, Lucas es el último en
registrarlas hacia el año 85 a más tardar.
Hay diferencias mínimas entre todas las versiones, pero resultan comprensibles y no afectan la situación filológica del asunto.
El
problema viene cuando, pretendidamente, hacia el año 90 Juan -testigo
presencial de la Última Cena- escribe su evangelio, y respecto a la cena
y a las trascendentales palabras de Jesús nos dice...
Nada. Absolutamente nada.
De
hecho, son varios los problemas que plantea el evangelio de Juan. En
Mateo, Marcos y Lucas, la mención a la cena y las palabras de Jesús
resultan fundamentales porque se supone que el evento tuvo ocasión
durante el primer Seder del Pesaj. Juan contradice esa idea. Dice que el
evento fue “un día antes de la Fiesta”, y por ello resulta lógico que
no le ponga atención a la cena.
Pero es extraño: casi una tercera
parte de TODO el evangelio de Juan está dedicado a esa noche en
especial. El punto es que la cena ES LO ÚNICO QUE NO LE INTERESA al
apóstol.
Lo único que dice al respecto es que “...se levantó de
la cena, y se quitó su mano...” (Juan 13:4), y continúa con el relato
del lavamiento de los pies de los discípulos (algo totalmente
inexistente en los otros evangelios), después de lo cual procede a
anunciar las traiciones de Judas y Pedro, para luego dar el discurso MÁS
LARGO, MÁS COMPLEJO, MÁS PROFUNDO y, literiamente hablando, MÁS BELLO
que se tenga registrado en todo el Nuevo Testamento, y que abarca los
capítulos 14 al 18.
¿Qué tenemos en los otros evangelios sobre este importantísimo discurso de Jesús? Nada. Absolutamente nada.
La
realidad es que Mateo, Marcos y Lucas nos cuentan un evento, y Juan
otro. Se ha querido solucionar el asunto por medio del pastiche,
diciendo que Jesús primero cenó y dijo las palabras importantes que dijo
(y que por alguna razón extraña Juan no quiso mencionar), y que luego
lavó los pies de sus discípulos y dio un monumental discurso (que por
alguna razón extraña Mateo, Marcos y Lucas no quisieron mencionar). Pero
no funciona por un simple detalle: el anuncio de la traición de Judas.
Para Mateo, Marcos y Lucas está claro que Jesús la anunció DURANTE la
cena; en cambio, Juan registra que la anunció DESPUÉS de lavar los pies
de los discípulos, cuando la cena tenía bastante tiempo de haber
terminado.
La situación es obvia: toda la diferencia se deriva de
que para Mateo, Marcos y Lucas la cena es durante el Seder de Pesaj, y
para Juan no. Fue una noche antes. Por eso no le da ninguna importancia a
la cena como tal.
También se ha querido anular esta
contradicción apelando a muchos y muy variados modos de enredar la
información sobre cómo cuentan los días en el Judaísmo, pero el punto
determinante que revienta todas las justificaciones es este: Juan 19:42
es muy preciso al señalar que Jesús fue sepultado en una propiedad de
José de Arimatea PORQUE ESTABA CERCA, y era necesario apresurarse
“...por causa de la preparación de la Pascua de los judíos...”. Esto
está en perfecta coherencia con Juan 18:28, donde se explica que los
Sacerdotes no quisieron entrar al pretorio al que llevaron a Jesús “para
no contaminarse y así poder comer la Pascua”, lo que hace evidente que,
después del arresto de Jesús, TODAVÍA NO SE CELEBRABA EL PRIMER SEDER
DE PESAJ.
Esto revienta cualquier intento por reconciliar el
relato de Juan con el de los otros evangelios, que dan por sentado que
cuando Jesús fue entregado, juzgado y crucificado YA SE HABÍA HECHO LA
CENA DE PESAJ.
Pero volvamos a nuestro punto original: las
palabras de Jesús sobre el pan y el vino. Más allá de las
irreconciliables contradicciones entre los evangelios, el problema
textual es este: ¿por qué palabras tan trascendentales de Jesús
pronunciadas hacia el año 30 y recopiladas por Pablo, Mateo, Marcos y
Lucas entre los años 54 y 85 son desconocidas para Juan en el año 90?
Antes
de especular con cualquier solución, lo procedente es revisar las
fuentes documentales del Cristianismo de inicios del siglo II. ¿Por qué?
Porque más allá de cómo se pueda interpretar la teología de esas
fuentes, nos dan una idea de CÓMO o CUÁNTO se usaban esas palabras a
nivel litúrgico.
Y la primera fuente, cronológicamente hablando,
es la Didajé, un texto catequético elaborado en diversas etapas entre
los años 70 y 110. Respecto a lo que en griego llama “eucaristía”
(literalmente, acción de gracias), la Didajé nos dice lo siguiente:
“En
cuanto a la Eucaristía, así debéis realizarla. Primero sobre el caliz:
te damos gracias, nuestro Padre, por la sagrada vid de David tu siervo,
la cual nos enseñaste por Jesús, tu hijo y Siervo. A ti la gloria en los
siglos. Y sobre la partición: te damos gracias, nuestro Padre, por la
vida y la ciencia, que nos enseñaste por Jesús, tu hijo y Siervo. A ti
la gloria en los siglos. Como este pan fue repartido sobre los montes, y
recogido y se hizo uno, así sea recogida tu Iglesia entre los límites
de la tierra en tu reino, porque tuya es la gloria y el poder por
Jesucristo, en los siglos” (Didajé, IX).
La Didajé, en tanto
texto didáctico que explica los pormenores esenciales del Cristianismo,
pretendidamente menciona TODO lo que el nuevo cristiano debía saber. Y
en esta sección está hablando de LOS SACRAMENTOS. De hecho, los párrafos
anteriores (VII y VIII) hablan sobre el bautismo y la oración (citando
al Padre Nuestro), por lo que si el párrafo IX habla de la Eucaristía,
es el sitio donde se tenían que haber mencionado las palabras de Jesús
en la Última Cena.
Pero no hay nada, absolutamente nada.
Se
ha propuesto como solución al entuerto que, en realidad, el autor de la
Didajé aquí está explicando OTRO ritual, pero no tiene sentido tampoco.
En ese caso, si explicó este “otro” ritual, ¿por qué no explicó el
relacionado con la Última Cena?
Al final del día, lo único que se
hace evidente es que el autor del más importante texto catequético a
inicios del siglo II NO CONOCE LAS PALABRAS DE JESÚS PRONUNCIADAS EN LA
ÚLTIMA CENA.
Y una cosa parece indiscutible: conoce el evangelio
de Mateo, o por lo menos las fuentes relacionadas con él, porque en el
párrafo VIII -uno antes de este controversial párrafo sobre la
Eucaristía- cita las palabras del Padre Nuestro, y lo hace siguiendo la
versión de Mateo (que, a diferencia de Lucas, concluye con las palabras
“porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria por todos los siglos”).
Eso hace más angustioso el dilema: ¿por qué evidencia conocer a Mateo en
el párrafo VIII, y evidencia desconocerlo en el párrafo IX?
Otra
vez, estamos ante una situación como la generada por los textos de
Papías: o bien Mateo sí contenía las palabras de Jesús sobre la Última
Cena y el autor de la Didajé no las consideró importante, o bien la
versión de Mateo conocida hacia el año 110 NO CONTENÍA esas palabras, y
el texto era más parecido al del evangelio de Juan.
Con mucho, y por mucho que moleste, la opción más razonable es la segunda.
Tenemos
más evidencia elaborada unos cinco años después de la conclusión de la
Didajé. En las cartas de Ignacio de Antioquía hay dos breves menciones
al tema del cuerpo y la sangre de Jesús como comida y bebida:
igual que en la Didajé, Ignacio desconoce por completo los conceptos
mencionados en la Última Cena. Pese a que se supone que menciona un tema
relacionado con acaso la práctica litúrgica más importante para los
seguidores de Jesús, NUNCA menciona que haya una relación con la Última
Cena. En realidad, se desenvuelve más en la lógica del evangelio de
Juan, que en el capítulo 6 nos presenta a Jesús diciendo que su carne es
“verdadera comida” y su sangre “verdadera bebida”, pero sin ninguna
referencia de tipo litúrgico (es decir, relacionada con una práctica en
la que se tengan que repetir o por lo menos recordar esas palabras, a
diferencia de las aclaraciones que sí encontramos en I Corintios 11).
Pero
acaso el ejemplo más contundente es la “Homilía sobre la Pascua”, de
Melitón de Sardes, escrita hacia mediados del siglo II. Se trata de un
extenso sermón sobre el significado de la Pascua desde una perspectiva
netamente cristiana (y con fuertes contenidos antisemitas), pero que nos
resulta interesante por esto: DESCONOCE las palabras de Jesús en la
Última Cena. Pese a que Melitón hace un detallado análisis de lo que, a
su juicio, significa la Pascua, e incluso apela a las Escrituras Hebreas
para sustentar sus puntos de vista, NUNCA menciona el contenido de los
evangelios al respecto.
No tiene sentido. Nos obliga a asumir que
Melitón decidió abordar uno de los temas más importantes para la
teología cristiana por medio de una homilía (discurso que se basa en la
interpretación directa de pasajes bíblicos), sin recurrir a LOS MÁS
IMPORTANTES PASAJES que hablan sobre ese tema.
Nuevamente, lo más
lógico es asumir que Melitón no conocía una versión de los evangelios o
de I Corintios donde ese contenido ya estuviera integrado.
Entonces, lo que tenemos es esto:
más elemental sentido común nos indica que aunque la segunda opción sea
debatible, la primera es simplemente imposible. El único modo de
alterar el panorama y plantear otra opción, sería ubicando una fuente
cristiana de la primera mitad del siglo II que dé evidencia de que las
palabras de la Última Cena ya eran conocidas. Pero no la hay.
Todas
estas inconsistencias evidencian que los evangelios en general, y Mateo
en particular, TAL Y COMO LOS CONOCEMOS, todavía no habían llegado a su
redacción definitiva a mediados del siglo II. Incluso, evidencian que
el posible texto original de Mateo fue radicalmente alterado -con
añadidos y mutilaciones-, de tal modo que no tenemos elementos para
imaginarnos cómo pudo haber sido.
los especialistas no es un secreto ni misterio identificar las partes
más arcaicas del texto de Mateo. Dado que los evangelios de Mateo,
Marcos y Lucas están elaborados a partir de un mismo documento (y por
eso se les llama Sinópticos), los estratos más arcaicos del texto son
aquellos donde los tres tienen un mayor y mejor nivel de concordancia.
Las partes donde cada uno tiene características exclusivas son, en
contraparte, las que fueron añadiéndose alterando el original.
Por
ello, los especialistas han señalado que los tres evangelios se pueden
dividir en cuatro secciones cada uno, cada una con mejores afinidades
que la otra.
La sección donde los tres evangelios preservan el
mejor nivel de similitud es el relato de la Pasión. Eso evidencia que se
trata del sustrato más antiguo. En segundo lugar, aunque con mucha
menos precisión, se encuentran los relatos sobre el ministerio de Jesús.
Allí encontramos muchísimo material exclusivo de Mateo y, sobre todo,
de Lucas, y eso hace evidente que se tratan de añadidos al original. Por
eso, los especialistas consideran que Marcos es el evangelio que mejor
refleja lo que debió ser el documento más antiguo. Luego tenemos los
relatos del nacimiento e infancia de Jesús, y finalmente los de la
Resurrección. En ellos es donde encontramos el más elevado nivel de
contradicciones, lo que demuestra que se trata de los últimos en
elaborarse y anexarse al relato original.
¿Qué tan
contradictorios son los relatos de la infancia? Empecemos por la
diferencia de fechas que ofrecen: Mateo ubica el nacimiento de Jesús “en
los días del rey Herodes”, y Lucas en los días del censo de Quirino.
Herodes murió en el año 4 AEC, y Quirino organizó un censo en el año 6
EC, diez años después de la muerte de Herodes. Eso hace totalmente
incompatibles los dos relatos.
Hay otra diferencia significativa:
Mateo da por hecho que Yosef y Miriam, los padres de Jesús, viven en
Belén, y sólo después se trasladan a Nazaret. En cambio, Lucas da por
sentado que viven en Nazaret, y sólo se trasladan a Belén a causa del
censo. Luego regresan a Nazaret, pero con ese dato también hay
problemas.
Mateo agrega el sangriento episodio de la matanza de
los niños de Belén, ante lo cual la familia huye a Egipto, y sólo hasta
la muerte de Herodes regresan a Judea, pero deciden establecerse en
Nazaret. Semejante idea no cabe en Lucas: dado que todo acontece diez
años después de la muerte de Herodes, el episodio de la matanza queda
descartado. Para Lucas, los eventos alrededor del nacimiento de Jesús
son apacibles: la familia vive en Nazaret, va a Belén a causa del censo
(algo que, por cierto, es absurdo; así no funcionaban los censos, ni
entonces ni ahora), presentan a Jesús en el Templo, y regresan
plácidamente a su hogar.
Todo ello refleja que son tradiciones
elaboradas tardíamente, y que se anexaron al relato original. Un detalle
que lo corrobora es el hecho de que Marcos, el evangelio que refleja el
tipo de texto más antiguo a gusto de los especialistas, desconoce
cualquier relato de infancia.
Sucede algo similar con los relatos
de la Resurrección. Aunque tienen más similitudes que los de infancia,
son incompatibles. No se ponen de acuerdo respecto a si eran una, dos o
tres mujeres las que llegaron al sepulcro ese día en la mañana; tampoco
en si las mujeres entraron o no al sepulcro; tampoco en si las mujeres
fueron las primeras en entrar al sepulcro, o fueron Juan y Pedro;
tampoco en si las mujeres vieron bajar al ángel que abrió el sepulcro o
lo encontraron abierto; tampoco en si eran uno o dos ángeles; tampoco en
si acataron la orden de ir a avisar a los discípulos o se quedaron
calladas por miedo; tampoco en si luego todos se trasladaron a Galilea o
se quedaron en Jerusalén; tampoco en cuánto tiempo pasó entre la
resurrección y la ascención de Jesús; tampoco en si la ascención fue en
Galilea, Jerusalén o Betania.
Todo eso refleja que cada relato se
confeccionó de modo independiente, a diferencia del resto del relato de
la pasión, bastante afín en los tres evangelios sinópticos. De ello
también se deduce que son relatos integrados tardíamente al relato y,
por lo tanto, se sabe que no fueron parte del texto original.
personas en los ambientes Mesiánicos y Nazarenos afirman que el Mateo
hebreo identificado como Shem Tob -por haber sido recuperado en una
copia del texto Even Boán, del rabino Shem Tob ben Itzjak ben Shaprut-
es la versión más antigua posible del texto de Mateo, y factiblemente el
único que preserva el texto original.
Para afirmarlo, se basan
en ciertas características que indican que no fue traducido desde los
manuscritos griegos tradicionalmente usados por el Cristianismo.
Sin
embargo, llama poderosamente la atención el hecho de que NINGÚN
especialista lo ha tomado en cuenta como una fuente documental antigua
para saber cómo fue el Mateo hebreo original.
La razón es simple:
los especialistas están conscientes de que el Mateo griego del Nuevo
Testamento NO ES EL MATEO ORIGINAL, y el Shem Tob no deja de ser una
variante de ese Mateo. Si tomamos en cuenta las características del
posible original que podemos recuperar de las evidencias documentales de
los siglos II al IV, es evidente que en ese nivel de análisis, el Shem
Tob y el Mateo griego son EL MISMO DOCUMENTO.
De todo lo ya expuesto, podemos señalar algunas características que debió tener el Mateo original:
eso, resulta evidente que el Mateo conocido como Shem Tob, pese a
presentar rasgos especiales que lo ubican en una categoría singular, no
es -pero ni remotamente- la versión original de Mateo. Se trata,
simplemente, de una variante textual en la que encontramos diferencias
redaccionales, pero no diferencias estructurales. Y la evidencia
respecto a las diferencias entre el posible texto original y el actual
no nos dejan lugar a dudas: son de carácter estructural, no nada más
redaccional.
INTRODUCCIÓN.
Hay
dos ideas que los especialistas tienen perfectamente claras: el texto
original de Mateo debió ser escrito en hebreo (o arameo, si nos atenemos
a que a este idioma se le llegó a llamar “la lengua de los hebreos” en
muchas fuentes cristianas primitivas), y ese no es el texto que tenemos
en el Nuevo Testamento. Estas ideas se desprenden claramente de la
evidencia documental que disponemos de los siglos II al V.
Al respecto, varios autores dejaron un registro demasiado claro y coherente. Veamos los ejemplos clásicos:
"Mateo
compuso los dichos del señor en lengua hebrea, y luego cada uno los
tradujo como pudo" (Papías de Hierápolis, hacia el año 130; citado por
Eusebio de Cesarea, en Historia Eclesiástica III, 39).
dos ideas que los especialistas tienen perfectamente claras: el texto
original de Mateo debió ser escrito en hebreo (o arameo, si nos atenemos
a que a este idioma se le llegó a llamar “la lengua de los hebreos” en
muchas fuentes cristianas primitivas), y ese no es el texto que tenemos
en el Nuevo Testamento. Estas ideas se desprenden claramente de la
evidencia documental que disponemos de los siglos II al V.
Al respecto, varios autores dejaron un registro demasiado claro y coherente. Veamos los ejemplos clásicos:
"Mateo
compuso los dichos del señor en lengua hebrea, y luego cada uno los
tradujo como pudo" (Papías de Hierápolis, hacia el año 130; citado por
Eusebio de Cesarea, en Historia Eclesiástica III, 39).
"Mateo,
que predicó a los hebreos en su propia lengua, también puso por escrito
el evangelio, cuando Pedro y Pablo predicaban y fundaban la Iglesia"
Ireneo de Lyon, hacia el año 185; Adversus Haeresses III, 1:1.
"El
primer evangelio fue escrito de acuerdo a Mateo, el mismo que primero
fue cobrador de impuestos, pero después fue un apóstol de Yehoshúa el
Mesías, que habiéndolo publicado para los judíos creyentes, lo escribió
en hebreo"
Orígenes de Alejandría, a inicios del siglo III; citado por Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica VI, 25.
"Mateo
también, habiendo proclamado el evangelio en hebreo, en el momento de
ir hacia las otras naciones, lo escribió en su lengua nativa, y así
suplió el deseo de su presencia entre ellos por medio de sus escritos"
Eusebio de Cesarea, hacia mediados del siglo IV; Historia Eclesiástica III, 24.
"Los
Nazarenos tienen el evangelio de Mateo, muy completo y en hebreo,
porque este evangelio es, ciertamente, preservado todavía entre ellos
como fue escrito, en letras hebreas"
Epifanio de Salamis, hacia finales del siglo IV; Panarion XXIX, 9:4.
"Mateo,
también llamado Levi, que de ser un cobrador de impuestos vino a ser un
apóstol y el primero de los evangelistas, compuso un evangelio del
Mesías en Judea, en lengua y letras hebreas, para beneficio de aquellos
de la circuncisión que habían creído. Quién lo tradujo al griego, no
está suficientemente claro... yo fui autorizado por los Nazarenos, que
utilizan este volumen en la ciudad de Boerea, para copiarlo..."
Jerónimo de Estridón, hacia finales del siglo IV o inicios del siglo V; De Viris Illustribus, III.
Llama
poderosamente la atención las citas de Epifanio y Jerónimo, que además
hacen eco del contacto que los dos llegaron a tener con los Nazarenos
antiguos (que no tienen ninguna conección con los actuales; los
Nazarenos antiguos emigraron hacia oriente y fueron parte de la
consolidación del Cristianismo Nestoriano; sus herederos directos son la
actual Iglesia Asiria, que sigue haciéndose llamar Nazarena).
Estos
pasajes son frecuentemente citados por Mesiánicos y Nazarenos para
demostrar algo que, en realidad, los especialistas saben y aceptan desde
hace mucho: que hubo un original hebreo de Mateo. Lo interesante es que
prácticamente ningún autor Mesiánico o Nazareno va más allá en el tema,
y ese es su error fundamental, porque las fuentes documentales nos
ofrecen todavía más información.
Llama
poderosamente la atención las citas de Epifanio y Jerónimo, que además
hacen eco del contacto que los dos llegaron a tener con los Nazarenos
antiguos (que no tienen ninguna conección con los actuales; los
Nazarenos antiguos emigraron hacia oriente y fueron parte de la
consolidación del Cristianismo Nestoriano; sus herederos directos son la
actual Iglesia Asiria, que sigue haciéndose llamar Nazarena).
Estos
pasajes son frecuentemente citados por Mesiánicos y Nazarenos para
demostrar algo que, en realidad, los especialistas saben y aceptan desde
hace mucho: que hubo un original hebreo de Mateo. Lo interesante es que
prácticamente ningún autor Mesiánico o Nazareno va más allá en el tema,
y ese es su error fundamental, porque las fuentes documentales nos
ofrecen todavía más información.
DIVERGENCIAS ENTRE EL MATEO ORIGINAL Y EL MATEO DEL NUEVO TESTAMENTOHay suficiente evidencia para saber que el Mateo del Nuevo Testamento es una versión radicalmente aumentada y corregida.
Empecemos
por Papías de Hierápolis, el único de los autores mencionados que pudo
haber tenido contacto con una copia directa del original, ya que
escribió su libro “Exposición de los Oráculos del Señor” hacia el año
130.
Papías nos dice claramente que Mateo “puso por escrito los
dichos del Señor en lengua hebrea”. Pero, en otros párrafos, Papías nos
muestra algo “extraño”: ciertos datos que conoce de manera bastante
solvente difieren de lo que nos dice el evangelio de Mateo tal y como lo
conocemos.
El más llamativo tiene que ver con Judas Iscariote:
"JudasEs
abandonó este mundo como un triste ejemplo de iniquidad, porque su
cuerpo se hinchó tanto que no podía pasar por donde un carruaje pasa con
facilidad; fue aplastado por un carro, y sus entrañas se
desparramaron".
extraño: Mateo 27:3-10 es muy preciso al señalar que Judas, agobiado
por el remordimiento, devolvió el dinero de su traición y se ahorcó de
inmediato. La pregunta obligada es: ¿por qué si Papías conoció el texto
original de Mateo optó por darle credibilidad a OTRA VERSIÓN de la
muerte de Judas?
De hecho, esto nos remite a que dentro del mismo
Nuevo Testamento hay OTRA VERSIÓN más. En Hechos 1:18, el propio Pedro
dice de Judas que “...con el salario de su iniquidad adquirió un campo, y
cayendo de cabeza, se reventó por la mitad, y todas las entrañas se
derramaron”.
Entonces, nos queda claro que en hacia la primera
mitad del siglo II existían TRES VERSIONES DIFERENTES de la muerte de
Judas. ¿Por qué, simplemente, no se aceptó la de Mateo, que habría sido
la más autorizada si se supone que el texto lo había escrito Mateo tal
vez medio siglo atrás?
Por una razón tan simple como obvia: el
texto original de Mateo NO DECÍA NADA SOBRE LA MUERTE DE JUDAS. El
párrafo fue añadido posteriormente, en una etapa en la que corrieron
muchas versiones (por lo menos tres) del evento, razón por la que no
todos los autores admitieron como definitiva la versión que se filtró al
texto de Mateo.
Si no aceptamos esta idea, sólo nos queda otra
alternativa: Mateo sí escribió el relato de la muerte de Judas, pero no
todos le creyeron y consideraron que hubo fuentes más autorizadas.
Si
nos remitimos otra vez a Papías, que evidentemente tuvo en sus manos
una copia del original de Mateo (tal vez una copia de primera
generación), dicha conducta resulta incomprensible: tener el texto de
Mateo, leerlo, y de todos modos decir “ah, Judas no murió así; engordó y
lo atropellaron...”.
Por donde se le guste ver, lo más lógico es
que el texto original de Mateo no tenía ninguna aclaración sobre el
tema, y por eso Papías pudo admitir como correcta otra versión de la
muerte de Judas.
Esto ya nos sienta un precedente claro: el texto
original de Mateo recibió añadiduras, y si somos honestos, no tenemos
modo de saber cuántas ni cuáles fueron.
JERONIMO, EPIFANIO Y EL EVANGELIO DE LOS NAZARENOSJerónimo
y Epifanio no sólo dejaron constancia de que existía una versión en
hebreo del evangelio de Mateo conservada por los Nazarenos antiguos. Se
tomaron la molestia de aclarar, además, que era una copia DEL ORIGINAL,
tal y como lo había escrito Mateo, y -sobre todo Jerónimo- se tomó la
molestia extra de COPIARLO.
La copia que Jerónimo preparó se
perdió irremediablemente en el siglo VII, cuando la biblioteca de
Pánfilo de Cesarea -donde estaba guardada- fue destruida ante el embate
musulmán. Pero en los escritos de Jerónimo se conservan varios
fragmentos del Evangelio de los Nazarenos, ya que LAS DIFERENCIAS
EVIDENTES con el Mateo oficial (que para entonces ya se usaba
ampliamente en griego, latín y arameo). Jerónimo mismo registró varias
de estas diferencias en su comentario sobre Mateo. Veamos algunos
ejemplos:
En Mateo 12:13, donde se narra la curación de un manco
por parte de Yehoshúa, el Evangelio de los Nazarenos incluye unas
palabras del manco, mismas que no aparecen en ningún manuscrito conocido
de Mateo: "yo era cimentador y me ganaba el sustento con mis manos; te
suplico, Yehoshúa, que me devuelvas la salud para que no tenga que
mendigar con vergüenza mi alimento".
Otro caso interesante es
Mateo 19:20-24. Veamos las dos versiones: el evangelio, tal y como lo
conocemos, pone "todo eso lo he guardado, dijo el joven. ¿Qué más me
hace falta? Le contestó Yehoshúa: si quieres ser perfecto, anda, vende
lo que tienes, y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo.
Luego, ven y sígueme. Cuando el joven rico oyó esto, se fue triste,
porque tenía muchas riquezas. Dijo Yehoshúa a sus discípulos: les
aseguro que es difícil para un rico entrar en el reino de los cielos.
Les repito que le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una
aguja, que a un rico entrar en el reino de D-os".
Pero en el Evangelio de los Nazarenos copiado por Jerónimo había una versión alternativa:
"LeEstas
respondió: ya lo vengo haciendo. Le dijo: ve y vende todo lo que es
tuyo, distribúyelo entre los pobres, y ven y sígueme. Mas el rico
comenzó a rascarse la cabeza y no le agradó. Le dijo el Señor: ¿cómo te
atreves a decir: he observado la Torá y los Profetas? Puesto que está
escrito en la Torá: amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y he aquí que
muchos hermanos tuyos, hijos de Abraham, están vestidos de basura y
muriéndose de hambre, mientras que tu casa está llena de bienes
abundantes sin que salga nada de ella. Y volviéndose, le dijo a Simón,
su discípulo que estaba sentado a su lado: Simón, hijo de Juan, es más
fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico en el
cielo".
dos citas preservadas en Jerónimo nos ponen ante un dilema similar al
que se deriva de los escritos de Papías, aunque en sentido contrario:
ahora tenemos evidencia de que ciertos detalles contenidos en el Mateo
original FUERON ELIMINADOS en la traducción al griego y los otros
idiomas (cosa que concuerda bastante bien con una observación de Papías:
cada quien los tradujo como pudo).
Tenemos más evidencia sobre
estas diferencias. Dos siglos antes que Jerónimo y Epifanio, Clemente de
Alejandría y su brillante discípulo, Orígenes, citaron pasajes
inexistentes en las versiones “oficiales” de Mateo, recuperados de lo
que ellos llamaron “el Evangelio de los Hebreos”. Por las referencias
que dieron sobre el grupo que lo conservaba, los especialistas aceptan
que se trataba de esos antiguos Nazarenos con los que luego tuvieron
contacto Jerónimo y Epifanio.
Veamos algunos fragmentos conservados por Clemente y Orígenes:
"El que se ha admirado, reinará; y el que ha reinado, descansará"
Citado por Clemente de Alejandría, Stromata II, 9:45.
"Hace poco me tomó mi madre, el Espíritu Santo, por uno de mis cabellos, y me llevó al monte grande, el Tabor"
Citado por Orígenes de Alejandría, Comentario al Evangelio de Juan II, 6.
"El
que busca, no descansará hasta que encuentre; cuando encuentre, quedará
estupefacto; estupefacto, reinará; cuando haya reinado, descansará"
citado por Clemente de Alejandría, Stromata V, 14:96.
Entonces,
hasta este punto, tenemos un conjunto de evidencias bastante claras que
apuntan a que el texto original de Mateo en hebreo NO ES EL QUE TENEMOS
EN EL NUEVO TESTAMENTO. La versión final, la que conocemos, está
notablemente alterada: algunos detalles fueron agregados, y otros
eliminados.
Ahora bien, la pregunta obligada es si estas
añadiduras o mutilaciones afectaron partes relevantes del contenido del
Evangelio Original. Y la evidencia nos responde que sí.
Entonces,
hasta este punto, tenemos un conjunto de evidencias bastante claras que
apuntan a que el texto original de Mateo en hebreo NO ES EL QUE TENEMOS
EN EL NUEVO TESTAMENTO. La versión final, la que conocemos, está
notablemente alterada: algunos detalles fueron agregados, y otros
eliminados.
Ahora bien, la pregunta obligada es si estas
añadiduras o mutilaciones afectaron partes relevantes del contenido del
Evangelio Original. Y la evidencia nos responde que sí.
UN CASO EMBLEMÁTICO: LA ÚLTIMA CENASi
seguimos revisando el material que nos aporta la Patrística del siglo
II, encontramos otro caso que nos arroja más información sobre este
asunto: el de la Última Cena. Se trata de un evento medular en los tres
Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), ya que es donde Jesús de
Nazaret declara fundado el Nuevo Pacto, en evidente alusión a la
profecía de Jeremías 31:31-33.
Integrando los tres relatos, Jesús
pronunció palabras trascendentales al momento de decir bendiciones
sobre el pan y el vino, que fueron algo así como “tomad, comed, esto es
mi cuerpo que por ustedes es partido; tomad, bebed, esta es la sangre
del Nuevo Pacto que por ustedes es derramada; haced esto todas las veces
que comieréis de este pan y bebieréis de esta copa” (dejemos de lado el
asunto de la interpretación de esto y centrémonos sólo en el asunto
filológico).
Hay controversias sobre cuál fue el primer evangelio
en elaborarse. La mayoría de los especialistas sostiene que fue Marcos,
un poco después del año 70, si bien una minoría asume que fue Mateo tal
vez desde el año 60. Independientemente de esto, se da por sentado que
Lucas -el último de los tres- se escribió entre los años 80 y 85, por lo
que para esas fechas ya debían estar escritos los tres.
De ello
se debe deducir que, para cuando los tres Evangelios Sinópticos ya
estaban escritos, los seguidores de Jesús ya tenían como patrimonio
litúrgico y teológico estas palabras pronunciadas sobre el pan y el
vino, por lo menos durante medio siglo (desde el año 30 hasta el 80,
aproximadamente).
Y resulta interesante esto: en realidad, se
supone que ninguno de los tres fue el primero en registrarlas por
escrito. En el año 54, Pablo también las registró en I Corintios
11:23-26, y con ello habría sido el primero en redactarlas.
La
versión de Pablo es consistente con las que encontramos en los tres
Sinópticos. Dice así: “...el Señor Jesús, la noche que fue entregado,
tomó pan, y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: tomad, comed, esto
es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí;
asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: esta
copa es el Nuevo Pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la
bebiereis en memoria de mí”.
Hasta este punto, el panorama es
bastante lógico: hacia el año 30, Jesús pronuncia estas palabras y,
naturalmente, se consolidan como patrimonio litúrgico de sus seguidores.
Por ello, Pablo las puede citar hacia el año 54 a la Iglesia de Corinto
con bastante familiaridad, dando por sentado que sus lectores conocen
el uso ritual de estas frases. Tal vez unos 5 o 6 años después, Mateo
las vuelve a poner en su evangelio; o tal vez el siguiente en hacerlo es
Marcos, 15 o 16 años después. Sea como fuere, Lucas es el último en
registrarlas hacia el año 85 a más tardar.
Hay diferencias mínimas entre todas las versiones, pero resultan comprensibles y no afectan la situación filológica del asunto.
El
problema viene cuando, pretendidamente, hacia el año 90 Juan -testigo
presencial de la Última Cena- escribe su evangelio, y respecto a la cena
y a las trascendentales palabras de Jesús nos dice...
Nada. Absolutamente nada.
De
hecho, son varios los problemas que plantea el evangelio de Juan. En
Mateo, Marcos y Lucas, la mención a la cena y las palabras de Jesús
resultan fundamentales porque se supone que el evento tuvo ocasión
durante el primer Seder del Pesaj. Juan contradice esa idea. Dice que el
evento fue “un día antes de la Fiesta”, y por ello resulta lógico que
no le ponga atención a la cena.
Pero es extraño: casi una tercera
parte de TODO el evangelio de Juan está dedicado a esa noche en
especial. El punto es que la cena ES LO ÚNICO QUE NO LE INTERESA al
apóstol.
Lo único que dice al respecto es que “...se levantó de
la cena, y se quitó su mano...” (Juan 13:4), y continúa con el relato
del lavamiento de los pies de los discípulos (algo totalmente
inexistente en los otros evangelios), después de lo cual procede a
anunciar las traiciones de Judas y Pedro, para luego dar el discurso MÁS
LARGO, MÁS COMPLEJO, MÁS PROFUNDO y, literiamente hablando, MÁS BELLO
que se tenga registrado en todo el Nuevo Testamento, y que abarca los
capítulos 14 al 18.
¿Qué tenemos en los otros evangelios sobre este importantísimo discurso de Jesús? Nada. Absolutamente nada.
La
realidad es que Mateo, Marcos y Lucas nos cuentan un evento, y Juan
otro. Se ha querido solucionar el asunto por medio del pastiche,
diciendo que Jesús primero cenó y dijo las palabras importantes que dijo
(y que por alguna razón extraña Juan no quiso mencionar), y que luego
lavó los pies de sus discípulos y dio un monumental discurso (que por
alguna razón extraña Mateo, Marcos y Lucas no quisieron mencionar). Pero
no funciona por un simple detalle: el anuncio de la traición de Judas.
Para Mateo, Marcos y Lucas está claro que Jesús la anunció DURANTE la
cena; en cambio, Juan registra que la anunció DESPUÉS de lavar los pies
de los discípulos, cuando la cena tenía bastante tiempo de haber
terminado.
La situación es obvia: toda la diferencia se deriva de
que para Mateo, Marcos y Lucas la cena es durante el Seder de Pesaj, y
para Juan no. Fue una noche antes. Por eso no le da ninguna importancia a
la cena como tal.
También se ha querido anular esta
contradicción apelando a muchos y muy variados modos de enredar la
información sobre cómo cuentan los días en el Judaísmo, pero el punto
determinante que revienta todas las justificaciones es este: Juan 19:42
es muy preciso al señalar que Jesús fue sepultado en una propiedad de
José de Arimatea PORQUE ESTABA CERCA, y era necesario apresurarse
“...por causa de la preparación de la Pascua de los judíos...”. Esto
está en perfecta coherencia con Juan 18:28, donde se explica que los
Sacerdotes no quisieron entrar al pretorio al que llevaron a Jesús “para
no contaminarse y así poder comer la Pascua”, lo que hace evidente que,
después del arresto de Jesús, TODAVÍA NO SE CELEBRABA EL PRIMER SEDER
DE PESAJ.
Esto revienta cualquier intento por reconciliar el
relato de Juan con el de los otros evangelios, que dan por sentado que
cuando Jesús fue entregado, juzgado y crucificado YA SE HABÍA HECHO LA
CENA DE PESAJ.
Pero volvamos a nuestro punto original: las
palabras de Jesús sobre el pan y el vino. Más allá de las
irreconciliables contradicciones entre los evangelios, el problema
textual es este: ¿por qué palabras tan trascendentales de Jesús
pronunciadas hacia el año 30 y recopiladas por Pablo, Mateo, Marcos y
Lucas entre los años 54 y 85 son desconocidas para Juan en el año 90?
Antes
de especular con cualquier solución, lo procedente es revisar las
fuentes documentales del Cristianismo de inicios del siglo II. ¿Por qué?
Porque más allá de cómo se pueda interpretar la teología de esas
fuentes, nos dan una idea de CÓMO o CUÁNTO se usaban esas palabras a
nivel litúrgico.
Y la primera fuente, cronológicamente hablando,
es la Didajé, un texto catequético elaborado en diversas etapas entre
los años 70 y 110. Respecto a lo que en griego llama “eucaristía”
(literalmente, acción de gracias), la Didajé nos dice lo siguiente:
“En
cuanto a la Eucaristía, así debéis realizarla. Primero sobre el caliz:
te damos gracias, nuestro Padre, por la sagrada vid de David tu siervo,
la cual nos enseñaste por Jesús, tu hijo y Siervo. A ti la gloria en los
siglos. Y sobre la partición: te damos gracias, nuestro Padre, por la
vida y la ciencia, que nos enseñaste por Jesús, tu hijo y Siervo. A ti
la gloria en los siglos. Como este pan fue repartido sobre los montes, y
recogido y se hizo uno, así sea recogida tu Iglesia entre los límites
de la tierra en tu reino, porque tuya es la gloria y el poder por
Jesucristo, en los siglos” (Didajé, IX).
La Didajé, en tanto
texto didáctico que explica los pormenores esenciales del Cristianismo,
pretendidamente menciona TODO lo que el nuevo cristiano debía saber. Y
en esta sección está hablando de LOS SACRAMENTOS. De hecho, los párrafos
anteriores (VII y VIII) hablan sobre el bautismo y la oración (citando
al Padre Nuestro), por lo que si el párrafo IX habla de la Eucaristía,
es el sitio donde se tenían que haber mencionado las palabras de Jesús
en la Última Cena.
Pero no hay nada, absolutamente nada.
Se
ha propuesto como solución al entuerto que, en realidad, el autor de la
Didajé aquí está explicando OTRO ritual, pero no tiene sentido tampoco.
En ese caso, si explicó este “otro” ritual, ¿por qué no explicó el
relacionado con la Última Cena?
Al final del día, lo único que se
hace evidente es que el autor del más importante texto catequético a
inicios del siglo II NO CONOCE LAS PALABRAS DE JESÚS PRONUNCIADAS EN LA
ÚLTIMA CENA.
Y una cosa parece indiscutible: conoce el evangelio
de Mateo, o por lo menos las fuentes relacionadas con él, porque en el
párrafo VIII -uno antes de este controversial párrafo sobre la
Eucaristía- cita las palabras del Padre Nuestro, y lo hace siguiendo la
versión de Mateo (que, a diferencia de Lucas, concluye con las palabras
“porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria por todos los siglos”).
Eso hace más angustioso el dilema: ¿por qué evidencia conocer a Mateo en
el párrafo VIII, y evidencia desconocerlo en el párrafo IX?
Otra
vez, estamos ante una situación como la generada por los textos de
Papías: o bien Mateo sí contenía las palabras de Jesús sobre la Última
Cena y el autor de la Didajé no las consideró importante, o bien la
versión de Mateo conocida hacia el año 110 NO CONTENÍA esas palabras, y
el texto era más parecido al del evangelio de Juan.
Con mucho, y por mucho que moleste, la opción más razonable es la segunda.
Tenemos
más evidencia elaborada unos cinco años después de la conclusión de la
Didajé. En las cartas de Ignacio de Antioquía hay dos breves menciones
al tema del cuerpo y la sangre de Jesús como comida y bebida:
"...
Deseo el pan de Dios, que es la carne de Cristo, que era del linaje de
David; y por bebida deseo su sangre, que es amor incorruptible"
Epístola a los Romanos, VII.
"... observando una eucaristía, porque hay una carne de nuestro Señor Jesucristo y una copa en unión en su sangre..."
Epístola a los Filadelfos, IV.Al
igual que en la Didajé, Ignacio desconoce por completo los conceptos
mencionados en la Última Cena. Pese a que se supone que menciona un tema
relacionado con acaso la práctica litúrgica más importante para los
seguidores de Jesús, NUNCA menciona que haya una relación con la Última
Cena. En realidad, se desenvuelve más en la lógica del evangelio de
Juan, que en el capítulo 6 nos presenta a Jesús diciendo que su carne es
“verdadera comida” y su sangre “verdadera bebida”, pero sin ninguna
referencia de tipo litúrgico (es decir, relacionada con una práctica en
la que se tengan que repetir o por lo menos recordar esas palabras, a
diferencia de las aclaraciones que sí encontramos en I Corintios 11).
Pero
acaso el ejemplo más contundente es la “Homilía sobre la Pascua”, de
Melitón de Sardes, escrita hacia mediados del siglo II. Se trata de un
extenso sermón sobre el significado de la Pascua desde una perspectiva
netamente cristiana (y con fuertes contenidos antisemitas), pero que nos
resulta interesante por esto: DESCONOCE las palabras de Jesús en la
Última Cena. Pese a que Melitón hace un detallado análisis de lo que, a
su juicio, significa la Pascua, e incluso apela a las Escrituras Hebreas
para sustentar sus puntos de vista, NUNCA menciona el contenido de los
evangelios al respecto.
No tiene sentido. Nos obliga a asumir que
Melitón decidió abordar uno de los temas más importantes para la
teología cristiana por medio de una homilía (discurso que se basa en la
interpretación directa de pasajes bíblicos), sin recurrir a LOS MÁS
IMPORTANTES PASAJES que hablan sobre ese tema.
Nuevamente, lo más
lógico es asumir que Melitón no conocía una versión de los evangelios o
de I Corintios donde ese contenido ya estuviera integrado.
Entonces, lo que tenemos es esto:
a)
Hacia inicios del siglo II, hay evidencia suficiente para admitir que
se conocía un texto de Mateo, e incluso para afirmar que había sido
escrito en hebreo.
b)Esto nos deja ante dos opciones:
Hacia la misma época, hay evidencia suficiente para admitir que los
principales autores del Cristianismo DESCONOCEN las palabras de Jesús
pronunciadas en la Última Cena.
a)
Jesús sí pronunció esas palabras, y Pablo, Mateo, Marcos y Lucas las
registraron correctamente. Por alguna extraña, bizarra, incomprensible y
absurda razón, ningún autor cristiano las menciona o usa hasta el año
130 o 140, pese a que llevaban prácticamente un siglo siendo un
patrimonio litúrgico de los seguidores de Jesús, judíos o cristianos. En
el colmo de los colmos, Juan -autor judío y que estuvo presente en la
Última Cena- también desconoce esas palabras de Jesús, e incluso ubica
el evento en una fecha diferente a Mateo, Marcos y Lucas.
b)El
Las palabras atribuidas a Jesús durante la Última Cena no son
históricas, sino producto de una construcción teológica cristiana que se
desarrolló durante la primera mitad del siglo II, y hacia mediados de
ese siglo fueron incorporadas a I Corintios, Mateo, Marcos y Lucas.
más elemental sentido común nos indica que aunque la segunda opción sea
debatible, la primera es simplemente imposible. El único modo de
alterar el panorama y plantear otra opción, sería ubicando una fuente
cristiana de la primera mitad del siglo II que dé evidencia de que las
palabras de la Última Cena ya eran conocidas. Pero no la hay.
Todas
estas inconsistencias evidencian que los evangelios en general, y Mateo
en particular, TAL Y COMO LOS CONOCEMOS, todavía no habían llegado a su
redacción definitiva a mediados del siglo II. Incluso, evidencian que
el posible texto original de Mateo fue radicalmente alterado -con
añadidos y mutilaciones-, de tal modo que no tenemos elementos para
imaginarnos cómo pudo haber sido.
LOS RELATOS DE LA INFANCIA DE JESÚS Y DE LA RESURRECCIÓNPara
los especialistas no es un secreto ni misterio identificar las partes
más arcaicas del texto de Mateo. Dado que los evangelios de Mateo,
Marcos y Lucas están elaborados a partir de un mismo documento (y por
eso se les llama Sinópticos), los estratos más arcaicos del texto son
aquellos donde los tres tienen un mayor y mejor nivel de concordancia.
Las partes donde cada uno tiene características exclusivas son, en
contraparte, las que fueron añadiéndose alterando el original.
Por
ello, los especialistas han señalado que los tres evangelios se pueden
dividir en cuatro secciones cada uno, cada una con mejores afinidades
que la otra.
La sección donde los tres evangelios preservan el
mejor nivel de similitud es el relato de la Pasión. Eso evidencia que se
trata del sustrato más antiguo. En segundo lugar, aunque con mucha
menos precisión, se encuentran los relatos sobre el ministerio de Jesús.
Allí encontramos muchísimo material exclusivo de Mateo y, sobre todo,
de Lucas, y eso hace evidente que se tratan de añadidos al original. Por
eso, los especialistas consideran que Marcos es el evangelio que mejor
refleja lo que debió ser el documento más antiguo. Luego tenemos los
relatos del nacimiento e infancia de Jesús, y finalmente los de la
Resurrección. En ellos es donde encontramos el más elevado nivel de
contradicciones, lo que demuestra que se trata de los últimos en
elaborarse y anexarse al relato original.
¿Qué tan
contradictorios son los relatos de la infancia? Empecemos por la
diferencia de fechas que ofrecen: Mateo ubica el nacimiento de Jesús “en
los días del rey Herodes”, y Lucas en los días del censo de Quirino.
Herodes murió en el año 4 AEC, y Quirino organizó un censo en el año 6
EC, diez años después de la muerte de Herodes. Eso hace totalmente
incompatibles los dos relatos.
Hay otra diferencia significativa:
Mateo da por hecho que Yosef y Miriam, los padres de Jesús, viven en
Belén, y sólo después se trasladan a Nazaret. En cambio, Lucas da por
sentado que viven en Nazaret, y sólo se trasladan a Belén a causa del
censo. Luego regresan a Nazaret, pero con ese dato también hay
problemas.
Mateo agrega el sangriento episodio de la matanza de
los niños de Belén, ante lo cual la familia huye a Egipto, y sólo hasta
la muerte de Herodes regresan a Judea, pero deciden establecerse en
Nazaret. Semejante idea no cabe en Lucas: dado que todo acontece diez
años después de la muerte de Herodes, el episodio de la matanza queda
descartado. Para Lucas, los eventos alrededor del nacimiento de Jesús
son apacibles: la familia vive en Nazaret, va a Belén a causa del censo
(algo que, por cierto, es absurdo; así no funcionaban los censos, ni
entonces ni ahora), presentan a Jesús en el Templo, y regresan
plácidamente a su hogar.
Todo ello refleja que son tradiciones
elaboradas tardíamente, y que se anexaron al relato original. Un detalle
que lo corrobora es el hecho de que Marcos, el evangelio que refleja el
tipo de texto más antiguo a gusto de los especialistas, desconoce
cualquier relato de infancia.
Sucede algo similar con los relatos
de la Resurrección. Aunque tienen más similitudes que los de infancia,
son incompatibles. No se ponen de acuerdo respecto a si eran una, dos o
tres mujeres las que llegaron al sepulcro ese día en la mañana; tampoco
en si las mujeres entraron o no al sepulcro; tampoco en si las mujeres
fueron las primeras en entrar al sepulcro, o fueron Juan y Pedro;
tampoco en si las mujeres vieron bajar al ángel que abrió el sepulcro o
lo encontraron abierto; tampoco en si eran uno o dos ángeles; tampoco en
si acataron la orden de ir a avisar a los discípulos o se quedaron
calladas por miedo; tampoco en si luego todos se trasladaron a Galilea o
se quedaron en Jerusalén; tampoco en cuánto tiempo pasó entre la
resurrección y la ascención de Jesús; tampoco en si la ascención fue en
Galilea, Jerusalén o Betania.
Todo eso refleja que cada relato se
confeccionó de modo independiente, a diferencia del resto del relato de
la pasión, bastante afín en los tres evangelios sinópticos. De ello
también se deduce que son relatos integrados tardíamente al relato y,
por lo tanto, se sabe que no fueron parte del texto original.
EL MATEO DE SHEM TOB BEN ITJZAK BEN SHAPRUT: ¿EXISTE LA POSIBILIDAD DE QUE SEA LA VERSIÓN MÁS CERCANA AL ORIGINAL?Muchas
personas en los ambientes Mesiánicos y Nazarenos afirman que el Mateo
hebreo identificado como Shem Tob -por haber sido recuperado en una
copia del texto Even Boán, del rabino Shem Tob ben Itzjak ben Shaprut-
es la versión más antigua posible del texto de Mateo, y factiblemente el
único que preserva el texto original.
Para afirmarlo, se basan
en ciertas características que indican que no fue traducido desde los
manuscritos griegos tradicionalmente usados por el Cristianismo.
Sin
embargo, llama poderosamente la atención el hecho de que NINGÚN
especialista lo ha tomado en cuenta como una fuente documental antigua
para saber cómo fue el Mateo hebreo original.
La razón es simple:
los especialistas están conscientes de que el Mateo griego del Nuevo
Testamento NO ES EL MATEO ORIGINAL, y el Shem Tob no deja de ser una
variante de ese Mateo. Si tomamos en cuenta las características del
posible original que podemos recuperar de las evidencias documentales de
los siglos II al IV, es evidente que en ese nivel de análisis, el Shem
Tob y el Mateo griego son EL MISMO DOCUMENTO.
De todo lo ya expuesto, podemos señalar algunas características que debió tener el Mateo original:
a)Por
El Mateo original no debió incluir ningún relato sobre la muerte de
Judas Iscariote. El Mateo griego lo tiene; el Shem Tob también. b)
El Mateo original debió incluir los detalles preservados por Jerónimo,
Clemente y Orígenes. El Mateo griego no los tiene; el Shem Tob tampoco. c) El Mateo original no debió incluir el relato del nacimiento de Jesús. El Mateo griego lo tiene; el Shem Tob también. d) El Mateo original no debió incluir tantos detalles sobre la Resurrección. El Mateo griego los tiene; el Shem Tob también. e) El Mateo original no debió incluir las palabras de Jesús de la Última Cena. El Mateo griego las tiene; el Shem Tob también.
eso, resulta evidente que el Mateo conocido como Shem Tob, pese a
presentar rasgos especiales que lo ubican en una categoría singular, no
es -pero ni remotamente- la versión original de Mateo. Se trata,
simplemente, de una variante textual en la que encontramos diferencias
redaccionales, pero no diferencias estructurales. Y la evidencia
respecto a las diferencias entre el posible texto original y el actual
no nos dejan lugar a dudas: son de carácter estructural, no nada más
redaccional.
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