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La victoria de David sobre Goliat le ganó la amistad entrañable de
Jonatán, el hijo de Saúl. Obtuvo un lugar permanente en la corte, pero
su gran popularidad y las imprudentes canciones de las mujeres excitaron
los celos del rey, que intentó matarlo en dos ocasiones. Como jefe de
mil hombres buscó nuevos riesgos para ganar la mano de Merab, la hija
mayor de Saúl: pero, a pesar de la promesa del rey, fue dada a Adriel de
Mejolá. Mical, la otra hija de Saúl, estaba enamorada de David, y, con
la esperanza de que finalmente fuera muerto por los Filisteos, su padre
prometió dársela en matrimonio, con tal de que David matara a cien
Filisteos. David tuvo éxito y se caso con Mical. Este éxito, sin
embargo, hizo temer más a Saúl y finalmente le indujo a ordenar que
debiera matarse a David. Por mediación de Jonatán fue perdonado durante
un tiempo, pero el odio de Saúl le obligó finalmente a huir de la corte.
Primero fue a Ramá y desde allí, con Samuel, a Nayot. Los grandes
esfuerzos de Saúl por asesinarlo eran frustrado por la interposición
directa de Dios. Una entrevista con Jonatán le convenció de que la
reconciliación con Saúl era imposible y de que, para el resto del reino,
él era un desterrado y un bandido. En Nob, David y sus compañeros
fueron armados por el sacerdote Ajimélec, que después fue acusado de
conspiración y asesinado con todos sus sacerdotes. De Nob, David fue a
la corte de Aquis, rey de Gat, de donde escapó de la muerte fingiendo
locura. En su retorno se convirtió en cabeza de una banda de
aproximadamente cuatrocientos hombres, algunos parientes suyos otros
entrampados y desesperados, que se reunieron en la cueva o refugio de
Adulán. Poco tiempo después su número llegó a seiscientos. David liberó
la ciudad de Queilá de los filisteos, pero fue obligado a huir de nuevo
de Saúl. Su siguiente morada fue el desierto de Zif, memorable por la
visita de Jonatán y por la alevosía de los zifitas que avisaron al rey.
David se libró por la llamada a Saúl para rechazar un ataque de los
filisteos. En los desiertos de Engadí estuvo de nuevo en gran peligro;
pero, cuando Saúl estaba a su merced, él generosamente le perdonó la
vida. La aventura con Nabal, el matrimonio de David con Abigail, y una
segunda ocasión rehusada de matar a Saúl, fueron seguidas por la
decisión de David de ofrecer sus servicios a Aquis de Gat y así poner
fin a la persecución de Saúl. Como vasallo del rey filisteo, se
estableció en Sicelag, desde donde hizo incursiones a las tribus
vecinas, devastando sus tierras y no dejando con vida hombre ni mujer.
Pretendiendo que estas expediciones eran contra su propio pueblo de
Israel, se aseguró el favor de Aquis. Sin embargo, cuando los filisteos
se prepararon en Afec para emprender la guerra contra Saúl, los otros
príncipes no fueron partidarios de confiar en David, y él regresó a
Sicelag. Durante su ausencia había sido atacada por los amalecitas.
David los persiguió, destruyó sus fuerzas y recuperó todo su botín.
Entretanto había tenido lugar la fatal batalla en el monte de Gelboé, en
la que Saúl y Jonatán fueron muertos. La elegía conmovedora, que se
conserva para nosotros en II Reyes 1, es un arranque de pesar de David
por su muerte.
Por mandato de Dios, David, que tenía ahora treinta años, subió a
Hebrón para reclamar el poder real. Los hombres de Judá lo aceptaron
como rey y fue ungido de nuevo, solemne y públicamente. Por influencia
de Abner, el resto de Israel permanecía fiel a Isbóset, hijo de Saúl.
Abner atacó las fuerzas de David, pero fue derrotado en Gabaón. La
guerra civil continuó durante algún tiempo, pero el poder de David
aumentaba continuamente. En Hebrón tuvo seis hijos: Amnón, Quilab,
Absalón, Adonías, Sefatías, y Yitreán. Como resultado de una riña con
Isbóset, Abner hizo maniobras para llevar a todo Israel bajo el poder de
David; sin embargo, fue alevosamente asesinado por Joab, sin el
consentimiento del rey. Isbóset fue asesinado por dos benjamitas y David
fue aceptado por todo Israel y ungido rey. Su reinado en Hebrón sobre
Judá había durado siete años y medio.
David tuvo éxito en sus sucesivas guerras, haciendo de Israel un
estado independiente y provocando que su propio nombre fuera respetado
por todas las naciones circundantes. Una notable hazaña fue, al
principio de su reinado, la conquista de la ciudad jebusita de
Jerusalén, a la que hizo capital de su reino, “la ciudad de David”, el
centro político de la nación. Construyó un palacio, tomó más esposas y
concubinas, y engendró más hijos e hijas. Habiéndose liberado del yugo
de los filisteos, resolvió hacer de Jerusalén el centro religioso de su
pueblo, transportando el Arca de la Alianza (ver artículo) desde Baalá
(Quiriat Yearín). La trajo a Jerusalén y la puso en la nueva tienda
construida por el rey. Después, cuando propuso construir un templo para
ella, le fue dicho, por el profeta Natán, que Dios había reservado esta
tarea para su sucesor. En premio a su piedad, le fue hecha la promesa de
que Dios le construiría a una casa y establecería su reino para
siempre.
No hay detalles sobre las diversas guerras emprendidas por David;
sólo tenemos algunos hechos aislados. La guerra con los amonitas es
recordada de un modo más completo porque, cuando su ejército estaba en
el campo durante esta campaña, David cometió los pecados de adulterio y
asesinato, atrayendo por ello grandes calamidades para él y su casa.
Estaba entonces en la plenitud de su poder, era un gobernante respetado
por todas las naciones, del Eufrates al Nilo. Después de su pecado con
Betsabé y el asesinato indirecto de Urías su marido, David la convirtió
en su esposa. Pasço un año de arrepentimiento por su pecado, pero su
contrición fue tan sincera que Dios le perdonó; aunque, al mismo tiempo,
le anunció los severos sufrimientos que le sucederían. El espíritu con
que David aceptó estas penas lo ha hecho en todo tiempo modelo de
penitentes. El incesto de Amnón y el fratricidio de Absalón (ver
artículo) trajeron la vergüenza y la aflicción a David. Absalón
permaneció tres años en el destierro. Cuando fue llamado de regreso,
David lo mantuvo en desgracia durante dos años más y entonces le
restauró a su anterior dignidad, sin ninguna señal de arrepentimiento.
Molesto por el tratamiento de su padre, Absalón se consagró durante los
siguientes cuatro años a seducir a la gente y finalmente se proclamó rey
en Hebrón. David fue cogido por sorpresa y obligado a huir de
Jerusalén. Las circunstancias de su huída se narran en la Escritura con
gran simplicidad y patetismo. El rechazo de Absalón del consejo de
Ajitófel y su consecuente retraso en la persecución del rey, hizo
posible a éste último reunir sus fuerzas y vencer en Majanáin dónde
Absalón murió. David retornó triunfante a Jerusalén. Una gran rebelión
bajo Seba fue reprimida rápidamente en el Jordán.
En este punto de la narración de II de Reyes leemos que “hubo hambre,
en los días de David, durante tres años consecutivos”, en castigo por
el pecado de Saúl contra los gabaonitas. A su llamada, siete de la
familia de Saúl fueron entregados para ser crucificados. No es posible
fijar la fecha exacta de la hambruna. En otras ocasiones, David mostró
gran compasión con los descendientes de Saúl, sobre todo con Mefibóset,
el hijo de su amigo Jonatán. Después de una breve mención de cuatro
expediciones contra los filisteos, el escritor sagrado recuerda un
pecado de orgullo por parte de David en su resolución de hacer un censo
del pueblo. Como penitencia por este pecado, se le permitió escoger
entre hambre, derrotas o peste. David escogió la tercera y en tres días
murieron 70.000. Cuando el ángel estaba a punto de golpear Jerusalén,
Dios se apiadó y cesó la peste. David fue enviado a ofrecer un
sacrificio en la era de Arauná, el lugar del futuro templo.
Los últimos días de David fueron perturbados por la ambición de
Adonías, cuyos planes para la sucesión fueron frustrados por Natán, el
profeta, y Betsabé, la madre de Salomón. El hijo que nació después del
arrepentimiento de David, fue elegido con preferencia sobre sus hermanos
mayores. Para asegurarse que Salomón le sucedería en el trono, David lo
había ungido públicamente. Las últimas palabras recogidas del anciano
rey son una exhortación a Salomón a ser fiel a Dios, premiar a los
sirvientes fieles y para castigar a los malos. David falleció a la edad
de setenta años, tras haber reinado en Jerusalén treinta y tres años.
Fue enterrado en el Monte Sión. San Pedro dice que su tumba todavía
existía en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió
sobre los Apóstoles (Hch 2 29). David es honrado por la Iglesia como un
santo. Se le cita en el Martirologio romano, el 29 de diciembre.
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El carácter histórico de las narraciones sobre la vida de David ha
sido atacado principalmente por escritores que han desatendido el
propósito del narrador de I Cro. Este pasa por encima los
acontecimientos que no están relacionadas con la historia del Arca. En
los Libros de los Reyes se narran los eventos principales, buenos y
malos. La Biblia recuerda los pecados de David y sus debilidades sin
excusa ni paliativos, pero también recuerda su arrepentimiento, sus
actos de virtud, su generosidad hacia Saúl, su gran fe y su piedad. Los
críticos que han juzgado duramente su carácter no han considerado las
circunstancias difíciles en las que vivió o los modales de su edad. No
es crítico ni científico exagerar sus faltas o imaginar que toda la
historia es una serie de mitos. La vida de David fue un momento
importante en la historia de Israel. Fue el fundador real de la
monarquía, la cabeza de la dinastía. Escogido por Dios “como un hombre
según Su propio corazón”, David fue probado en la escuela del sufrir
durante los días de destierro y se convirtió en un renombrado líder
militar. A él es debida la completa organización del ejército. Dio una
capital, una corte y un gran centro de culto religioso, a Israel. La
pequeña banda de Adulán se convirtió en el núcleo de una eficiente
fuerza. Cuando fue proclamado rey de todo Israel, tenía 339.600 hombres
bajo su mando. En el censo se cuentan 1.300.000 capaces de empuñar un
arma. Un ejército dispuesto, que constaba de doce cuerpos, cada uno con
24.000 hombres, que se turnaban para servir durante un mes cada vez, en
la guarnición de Jerusalén. La administración de su palacio y su reino
exigió un gran séquito de sirvientes y oficiales. Sus diferentes
funciones están fijas en I Cro 27. El rey mismo ejerció la función de
juez, aunque posteriormente los levitas fueron designados para este
propósito, así como otros oficiales menores.
Cuando el Arca fue llevada a Jerusalén, David emprendió la
organización del culto religioso. Las funciones sagradas se confiaron a
24.000 levitas; además 6.000 fueron escribas y jueces, 4.000 porteros, y
4.000 cantores. Organizó las diversas partes de los ritos, y asignó a
cada sección sus tareas. Los sacerdotes estaban divididos en
veinticuatro familias; los músicos en veinticuatro coros. A Salomón
había sido reservado el privilegio de construir la casa de Dios; pero
David hizo amplias preparaciones para el trabajo reuniendo tesoros y
materiales, así como transmitiendo a su hijo un plan para el edificio y
todo sus detalles. Se nos relata en I Cro., cómo exhortó a su hijo
Salomón para llevar a cabo este gran trabajo y dio a conocer a la
asamblea de jefes la importancia de las preparaciones.
La parte más importante de los trabajos del templo, musicada y
cantada, como compuso David, está rápidamente explicada con sus
habilidades poéticas y musicales. Su habilidad para la música se
recuerda en I Reyes, 16 18 y Amós 6 5. Se encuentran poemas compuestos
por él en II Reyes, 1, 3, 22 y 23. Su conexión con el Libro de Salmos,
muchos de los cuales se atribuyen expresamente a diferentes situaciones
de su carrera, fue tomada para atribuirle por parte de muchos, en los
últimos tiempos, todo Salterio. La paternidad literaria de estos himnos y
las cuestiones acerca de en qué medida pueden ser considerados un medio
para proporcionar material ilustrativo sobre la vida de David, se trata
en el artículo los SALMOS.
David no fue meramente un rey y gobernante, también fue un profeta.
“El espíritu del Señor ha hablado por mi y su palabra por mi lengua” (II
Reyes, 23 2), es una declaración directa de inspiración profética en el
poema allí recordado. San Pedro nos dice que era un profeta (Hch 2 30).
Sus profecías están inmersas en los Salmos literalmente mesiánicos que
compuso y en las “últimas palabras de David” (II R 23). El carácter
literal de estos Salmos Mesiánicos se indica en el Nuevo Testamento.
Ellos se refieren al sufrimiento, la persecución y la liberación
triunfante de Cristo, o a las prerrogativas conferidas a Él por el
Padre. Además de estas profecías directas, el propio David siempre ha
sido considerado como un modelo del Mesías. En esto la Iglesia siguió
las enseñanzas de los profetas del Antiguo Testamento. El Mesías sería
el gran rey teocrático; David, el antepasado del Mesías, era un rey
según el corazón de Dios. Se atribuyen sus cualidades y su mismo nombre
al Mesías. Episodios en la vida de David son considerados por los Padres
como prefiguración de la vida de Cristo; Belén es el lugar de
nacimiento de ambos; la vida de pastor de David apunta hacia Cristo, el
Buen Pastor; las cinco piedras escogidas para matar a Goliat son tipo de
las cinco llagas; la traición por su consejero de confianza, Ajitófel, y
el pasaje en el Cedrón nos recuerda la Sagrada Pasión de Cristo. Muchos
de los Salmos davídicos, tal y como los comprendemos, desde el Nuevo
Testamento, son claramente el anuncio del futuro Mesías.
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