Los Fariseos, Saduceos y los Esenios
.JESÚS DE NAZARET.
Las guerras de 66 y 132: el fin de Israel
Para una mejor comprensión de este capítulo os recomiendo ver mi web:
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Con especial atención a los capítulos "LAS NUEVAS LEGIONES" y "OBRAS".
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Las primeras comunidades cristianas tuvieron que padecer las dos revueltas de
los judíos contra Roma. Dos guerras crueles hasta extremos inconcebibles y cuyo
previsible desenlace supuso la aniquilación del judaísmo en su propia tierra.
El origen de la revuelta del año 66 d.C. es doble: la situación político-social
de los judíos, sus enfrentamientos internos y los clamorosos errores provocados
por el loco Nerón habían llegado a un punto en el que sólo cabía una solución:
que todo el país estallara como una bomba. Y estalló. Con la excusa de la guerra
contra la ocupación romana cada grupo religioso, bien surtido de fanáticos
sanguinarios y todos ellos creyéndose ser el "mesías", se dedicó a sacar el
mayor partido posible del caos sin comprender lo que realmente habían hecho:
iniciar una guerra contra Roma, la potencia militar más poderosa del mundo.
Unos incidentes provocados por el incompetente prefecto Gesio Floro y que
costaron la vida de más de tres mil judíos sirvieron para que los zelotes, la
secta más extremista de todas, consiguiera apoderarse de la fortaleza de Masada
y pasar a cuchillo a la desprevenida guarnición auxiliar romana (en Israel no
había destacadas legiones romanas, sino tropas auxiliares sirias que servían en
el ejército romano pero que no eran ciudadanos romanos) para a continuación,
hacerse con el control de Jerusalén. Una Jerusalén ya repleta de judíos
dispuestos ya a lo que hiciera falta y que tomaron la fortaleza Antonia matando
a toda la guarnición auxiliar romana y obligaron a las tropas del palacio de
Herodes a refugiarse en las torres hasta que sin víveres se rindieron a cambio
de la promesa de dejarles marchar. Pero todos fueron asesinados, y no sólo los
auxiliares romanos, sino centenares de judíos "sospechosos", entre ellos el Sumo
Sacerdote. Todo el odio contenido durante siglos salió a la superficie. Por todo
el Imperio Romano se sucedieron las matanzas de judíos y gentiles que se
acuchillaban en las calles en medio de una orgía de sangre en la que, pasado el
primer momento de sorpresa, siempre llevarían las de perder los judíos. Así, en
Alejandría los judíos, que atacaron a los egipcios con saña fueron después
masacrados sin piedad por la población que estuvo al borde de exterminarlos.
El legado propretor de Siria era Cestio Galo, un incompetente que bajó hacia
Jerusalén con un tercio de sus tropas pero tuvo que retirarse al no poder
asegurar sus suministros en el invierno del año 66. Este militar de opereta
cometió los típicos errores del incapaz y se aventuró con sus tropas por las
colinas de Beth Horon. Los romanos, que eran imbatibles en terreno despejado por
su disposición táctica formando tres líneas intercambiables, tenían un punto
débil: si les atacaban en plena marcha no podían formar las líneas y podían ser
derrotados. Y eso fue precisamente lo que ocurrió. Los romanos, haciendo uso de
su soberbia disciplina, consiguieron reagruparse y salir del atolladero, pero
tuvieron que abandonar su caravana de provisiones y equipo pesado que los judíos
llevaron en triunfo a Jerusalén. Ebrios con su triunfo pero sabiendo que Roma
era imbatible en campo abierto, se dispusieron a resistir atrincherados tras los
muros de la Ciudad Santa sin comprender que los romanos, maestros absolutos del
arte del asedio, tenían todas las de ganar. En la primavera del año 67 el
emperador Nerón ordenó a su general Flavio Vespasiano que iniciara la
reconquista de Israel. Vespasiano tenía entonces 57 años y era el mejor soldado
de Roma en aquellos momentos. Veinte años antes, siendo legado (comandante en
jefe) de la Legión Augusta se había destacado heroicamente durante la conquista
de Britania (Inglaterra) siendo emperador Claudio. Era un militar nato, con una
tremenda experiencia de décadas de servicio en las legiones y un instinto
guerrero ante el que los judíos nada podían oponer. Vespasiano tenía con él a su
hijo Tito, un oficial de 27 años que había heredado las virtudes militares de su
padre. Vespasiano tenía el mando de nueve legiones (cada legión se componía de
unos 5.000 hombres) y aproximadamente el mismo número de auxiliares. Como los
estados aliados estaban obligados a aportar sus tropas, el total de fuerzas a
las órdenes de Vespasiano era de unos 100.000 hombres, aunque sólo utilizó para
invadir Israel las legiones V, X y XV, unidades curtidas que nada tenían que ver
con las tropas auxiliares sirias a las que los judíos habían derrotado. La
legión X estaba al mando del legado español Trajano, el padre del futuro
emperador.
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Un legionario romano de las legiones de Vespasiano con su equipo de combate, por
Peter Connolly (Ed. Oxford University Press). Lleva un yelmo de hierro de
modelo gálico, una coraza de cota de malla de anillos de hierro (la famosa
lorica segmentata estaba en uso entonces sólo en Occidente), un escudo (scutum)
de capas de madera contrapeadas y forrado de fieltro, una espada corta española
(gladius hispaniensis), un puñal español (pugio) y una jabalina pesada (pilum).
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Una legión romana formada en las tres líneas de combate y lista para la lucha.
Su sofisticado equipo, su soberbia disciplina y su superioridad táctica hacían
de las legiones romanas unas auténticas máquinas de picar carne, pero aunque
algunos judíos elevaron sus voces sensatas pidiendo llegar a un acuerdo con
Roma, fueron acusados de traición y asesinados por los radicales que se habían
hecho con el poder. Mientras, Vespasiano conquistaba Galilea al modo romano:
ciudades arrasadas, decenas de miles de hombres ejecutados y mujeres y niños
vendidos como esclavos. Con Roma no se jugaba, pero ya era tarde para que los
judíos lo descubrieran... Ante aquella respuesta, el ejército judío que debía
defender Galilea desertó aterrorizado ante el avance de las legiones y sus
jefes, liderados por un noble llamado José, se refugiaron en una cueva donde
decidieron suicidarse, pero José, que se las arregló para quedar el último,
decidió entregarse a los romanos. Llevado ante Vespasiano, José predijo que en
menos de un año el general sería emperador romano, lo que a Vespasiano le debió
hacer gracia, porque le perdonó la vida, influido también por el hecho de que
José tenía influyentes amistades en Roma y que siempre había manifestado su
público rechazo a la guerra contra Roma. Este tal José no es otro que el famoso
historiador Flavio Josefo, que se convertirá en el consejero judío de Tito y
escribirá después la importantísima obra "La Guerra de los Judíos" que es el
documento más preciso que tenemos sobre esta época y una auténtica maravilla
historiográfica.
El modo de actuar de los romanos causó tal terror en las ciudades judías que la
mayoría se rindieron sin oponer resistencia mientras miles y miles de judíos
huían aterrorizados hacia Jerusalén. En la Ciudad Santa, el jefe de los zelotes,
Juan de Giscala, inició una purga de "sospechosos" en la que fueron asesinados
centenares de judíos. Los sacerdotes, apoyados por la mayoría del pueblo, les
atacaron en el Templo y quedaron asediados allí, pero en su ayuda llegaron los
idumeos que les liberaron y ambos grupos, zelotes e idumeos, se dedicaron a
asesinar a centenares de sacerdotes y "sospechosos". Jerusalén se tiñó de
sangre. Los cristianos, horrorizados ante las matanzas, huyeron hacia el sur
mientras Vespasiano cerraba poco a poco el cerco sobre la Ciudad Santa
conquistando Samaria. En esos momentos de zozobra, los esenios de Qumrán
escondieron sus textos en la gruta en la que serían hallados 1.879 años más
tarde. En otoño del año 68 llegó la noticia de la deposición y muerte del loco
Nerón y el nombramiento de Galba como emperador. Vespasiano envió a Tito a Roma
para presentarle sus respetos al nuevo César, pero en Grecia se enteró del
asesinato de Galba y regresó junto a su padre.
Mientras tanto, otro iluminado sediento de sangre llamado Simón Bar Giora,
consiguió reunir una gran fuerza de judíos descontentos y atacó Idumea
devastándola en represalia por las matanzas de Jerusalén. En medio de la guerra
contra Roma, el pueblo de Israel se desangraba en inútiles guerras civiles.
Cuando Simón Bar Giora llegó a Jerusalén se enfrentó a Juan de Giscala en una
horripilante matanza que duró días y días y en la que murieron miles de judíos
inocentes, atrapados entre los dos bandos. Para entonces se habían sucedido en
Roma Galba, Otón y Vitelio como emperadores en un año y Vespasiano, harto del
caos, se hizo proclamar emperador por sus tropas y dejando la guerra al cuidado
de su hijo partió para Roma no sin antes poner en libertad a José, el que le
había profetizado un año antes que sería emperador y al que se otorgaría más
tarde la ciudadanía romana tomando el nombre de Flavio Josefo en agradecimiento
a su salvador Flavio Vespasiano. Tito, magnífico general y un auténtico lujo de
persona, completó el cerco de Jerusalén con las legiones XII, V y X.
En Jerusalén, los zelotes andaban a espadazos entre sí divididos en dos grupos
que se dedicaban a quemarse las provisiones unos a otros. Esas provisiones que
hubieran podido ayudar a mantener alimentada a la enorme población refugiada y
que ahora veía como los romanos rodeaban la ciudad sin remedio... y sin
alimentos. La conquista de Jerusalén fue terrible. Los romanos avanzaron metro a
metro sobre un terreno defendido fanáticamente por los judíos en medio de un
hambre atroz que mataba más judíos que los propios romanos mientras los hombres
de Juan de Giscala, enloquecidos por el hambre, se dedicaban a torturar y
asesinar a más y más judíos en medio de una sanguinaria orgía que parecía no
tener fin. Tras conquistar la Antonia, Tito ordenó el asalto del último
baluarte: el Templo. A pesar de las órdenes expresas de Tito para evitar su
destrucción, en medio de la lucha se incendió y quedó destruido. Todos los
zelotes fueron ejecutados salvo 700 que fueron enviados a Roma para figurar en
el Triunfo de Tito en el que se mostraron al pueblo de Roma los tesoros sagrados
del Templo tomados como botín. Simón Bar Giora fue ejecutado en Roma y Juan de
Giscala condenado a cadena perpetua.
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Ilustración de Peter Connolly (Ed. Greenhill books). Connolly que muestra el
Triunfo de Tito en Roma. El desfile ha llegado a la subida al Capitolio
atravesando el Foro por la Vía Sacra por la que desfila el ejército de Tito,
entre la imponente mole de la basílica Julia y la tribuna de los Rostra,
aclamado por el Pueblo Romano. En este punto Simón Bar Giora (esquina inferior
izquierda) es apartado para ser estrangulado ritualmente en el Tullianum. Tras
Bar Giora se halla el carro de oro con Tito revestido con la toga triumphalis de
púrpura y oro. En primer plano, iniciando la ascensión al Capitolio, los
legionarios que portan los tesoros sagrados del Templo y los carteles
explicativos y los toros blancos que van a ser sacrificados a Iupiter Optimus
Maximus en ofrenda.
El resto de los sublevados fueron vendidos y acabaron muriendo en los juegos de
gladiadores. Jerusalén fue destruida. En el año 73 el legado Flavio Silva
conquistó la fortaleza de Masada acabando con la última resistencia de los 960
zelotes que prefirieron suicidarse antes que ser capturados.
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Los legionarios romanos construyen la rampa de Masada. Ilustración por Peter
Connolly (Ed. Oxford University Press). En estas circunstancias siempre
trabajaban con la coraza puesta y las armas a mano.
La guerra del 66 al 73 fue desastrosa para Israel: Jerusalén destruida, la
tierra de Israel bajo administración de guerra, todos los derechos del pueblo
judío anulados, la obligación de pagar un impuesto especial por el simple hecho
de ser judíos (el fiscus iudaicus), centenares de miles de muertos y un país
completamente arrasado que tuvo que volver a empezar desde las cenizas de la
total destrucción. Con el Templo destruido, el judaísmo pierde la referencia de
culto que pasará a las sinagogas, por lo que la secta de los saduceos desaparece
y toma mayor importancia la de los fariseos que, a partir de entonces, liderarán
espiritualmente a los judíos. A partir de ese momento, los fariseos excluirán
definitivamente a los cristianos de su concepto de nación. Los cristianos
nacidos judíos ya no serán considerados sino como un pueblo aparte. Este
apartamiento se ve claramente en el evangelio de Juan escrito quince años
después de la toma de Jerusalén.
A pesar de gestos como el de Nerva anulando el fiscus iudaicus, la marea
mesiánica se extendió por todas las comunidades de la diáspora causando una
revuelta entre los años 115-117 que Trajano reprimió con todo su poder. En
Alejandría, judíos y gentiles volvieron a masacrarse por las calles hasta que la
intervención de Roma devolvió la paz de la que salieron perjudicados,
obviamente, los judíos. En Chipre los judíos masacraron a la población gentil
siendo reprimidos después por Roma con toda severidad. Todo esto trajo
consecuencias gravísimas para los judíos, ya que cada vez era mayor el odio que
se les tenía por todo el Imperio. En cada ciudad donde había una comunidad judía
sus habitantes, ciudadanos romanos o no, sentían cada vez mayor desprecio y
animadversión contra ellos sucediéndose los incidentes que presagiaban un nuevo
derramamiento de sangre. Adriano, harto de la situación, ordenó una serie de
medidas muy duras como la prohibición de la circuncisión. Otro iluminado
mesiánico, Simón Bar Kosiba ("el hijo de la estrella") también llamado Simón Bar
Kochba, se alza en armas contra Roma en el año 132 consiguiendo llevar tras él a
la mayoría de la población que se lanza a un a guerra desesperada y consigue
frenar a los romanos hasta que Adriano envía al experimentado general Julio
Severo. Por todo el Mediterráneo los judíos atacaron a los gentiles provocando
de nuevo las consabidas matanzas. En 135 Severo toma Jerusalén y se terminan con
los últimos reductos aislados.
El emperador Adriano no se anduvo con contemplaciones. Romanos y no romanos
pedían un escarmiento ejemplar y Adriano dictó las condiciones de la derrota.
Esta vez no les dejaría ni la tierra:
El judaísmo fue prohibido en la Tierra Prometida de Israel y el pueblo judío
dispersado en una diáspora que despobló Palestina. La religiosidad sacrificial
desapareció, con lo que los fariseos fortalecieron aún más el control absoluto y
exclusivo de la espiritualidad judía... Pero ya no en Israel, sino fuera de una
Tierra Prometida a la que no volverían hasta el siglo XX.
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La Tierra Que Conoció Jesús
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1. Dos rasgos básicos del territorio de Israel
Es difícil hacerse una idea clara de la geografía de Israel si no se dispone de
buenos mapas. Nosotros nos encontramos en circunstancias mucho más favorables.
Y debemos aprovecharlas, porque el conocimiento de la tierra de Jesús es
importante para conocer su vida.
Abordaremos este tema de forma poco convencional. Tras unas nociones
elementales, iremos descubriendo el entorno geográfico de Jesús al ritmo con
que él lo descubrió: Nazaret y sus alrededores, los caminos que conducen a
Jerusalén, Jerusalén. La vida pública nos pone en contacto especialmente con el
lago de Galilea; pero también nos habla de viajes largos de Jesús. En un
apéndice hablaremos de las distintas regiones mencionadas en los evangelios.
El territorio actual de Israel es muy pequeño y la mayoría de los lugares
relacionados con los evangelios no exigen grandes desplazamientos. Andrónico,
con su insaciable curiosidad geográfica, podría haberse preguntado: ¿cuánto
tardaron José y María en ir de Nazaret a Belén? Josefo indica en su
Autobiografía que el viaje desde Galilea a Jerusalén podía hacerse, a toda
prisa, en tres días. El turista actual lo hace en poco más de dos horas; entre
Nazaret y Belén sólo hay 162 kilómetros. ¿Y cuánto tardaba Jesús de Nazaret a
Cafarnaún? Probablemente un día. Son 46 kilómetros, casi todos cuesta abajo.
Otro dato: cuentan los evangelios que Jesús pasó los últimos días de su vida en
Jerusalén, pero se retiraba por las tardes a pernoctar en Betania. Cosa normal;
Betania está a cuatro kilómetros. Y de Jerusalén a Belén sólo hay nueve. Pero
las distancias cortas no deben engañarnos. En el verano de 1995 sentí
curiosidad por saber cuánto tardaría María desde Nazaret a Caná para asistir a
la boda a la que la invitaron. Hay sólo seis kilómetros; pero tardé, a buen
paso, y por la carretera actual, casi dos horas. Es una sucesión ininterrumpida
de subidas y bajadas.
Actualmente, el territorio de Israel tiene unos 550 kilómetros de largo, desde
Metalla, en el norte, hasta Eilat, en el Mar Rojo. Pero este tipo de datos sólo
sirve para engañar al lector. En tiempos de Jesús no existía “Israel”, sino una
serie de diminutos territorios: la provincia romana de Judea, la tetrarquía de
Antipas (Galilea y Perea), la tetrarquía de Filipo Samaria, la Decápolis. Más
adelante hablaremos de ellas.
Segundo detalle: la geografía de Israel es muy curiosa. Bajando de Jerusalén a
Jericó encontramos una señal desconocida en cualquier otra carretera del mundo:
“Nivel del mar”. A partir de ese momento nos encontramos por debajo de dicho
nivel, adentrándonos en la famosa depresión del Jordán. Todo lo que se conoce
como Cisjordania (“a este la do del Jordán”) se halla comprendido entre esa
depresión y el Mediterráneo. Esto hace de Israel un país muy montañoso, con
subidas bastante fuertes y continuas. Las carreteras modernas impiden hacerse
una idea de la dificultad del terreno.
Pero basta recorrer unos kilómetros por la antigua carretera de Jericó a
Jerusalén (la del wadi Kelt) para advertirlo.
El turista actual sólo ve cuatro o cinco llanuras: la costera, plantada de
naranjos y limoneros, muy parecida a nuestro levante español; la de Esdrelón o
Yezrael, que va desde las estribaciones del Carmelo hasta el Jordán, sirviendo
de amplia frontera entre Galilea y Samaria; dos llanuras pequeñas, pero
preciosas, la de Genesaret y la de Bet Netafa; y si se dirige hacia el norte,
para visitar Dan y Cesarea de Filipo (cosa que no hacen las expediciones
normales por falta de tiempo), también divisa la extensa llanura situada a la
falda del Hermón, junto al curso naciente del Jordán. La más extensa de todas,
la costera, parece que Jesús nunca la visitó.
2. Nazaret
Al turista moderno le resulta difícil hacerse una idea de sus alrededores cómo
era Nazaret en tiempos de Jesús. Hoy día es una ciudad de más de sesenta mil
habitantes, extendida a lo alto y a lo bajo de numerosas colinas, animada por un
flujo continuo de visitantes.
La Nazaret de tiempos de Jesús era muy distinta. Cuando se viene del lago de
Tiberíades, tras contemplar las hermosas llanuras de Genesaret y de Bet Netofa,
impresiona el contexto tan árido y agreste de la aldea primitiva. Encerrada
entre tres colinas, en la falda de una de ellas, carecía de horizonte. Ni
siquiera se veían la cercana llanura de Esdrelón o el monte Tabor, si bien era
posible divisarlos desde un elevado monte situado al sureste. La aldea en cuanto
tal la conocemos bien gracias a la espléndida labor arqueológica de los
franciscanos: unos doscientos habitantes, con las casas excavadas en ligera
pendiente, recordando las cuevas del Sacromonte granadino o de Guadix. Nazaret
nunca es mencionada en el Antiguo Testamento, ni en las obras de Flavio Josefo,
que tan bien conocía Galilea. No es raro que sus vecinos de Caná dijesen con
desprecio: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” Aquí se desarrolló durante años
la vida de Jesús.
Cuando era niño no le dejarían alejarse mucho de la puerta de la casa. Cuesta
arriba, cuesta abajo, escapada a unos olivos cercanos. Tendría que contentarse
con ver desde lo alto la majestuosa llanura de Yezrael, plagada de recuerdos
históricos que él no podía entender por entonces.
2.1. De visita a Caná
Su primera salida “larga” debió hacerla con sus padres. Si María tenía amistad
con una familia de Caná, es lógico que la visitase de vez en cuando. El problema
con Caná radica en que no sabemos exactamente dónde localizarla. Hoy día se
visita una aldea situada a unos seis kilómetros al nordeste de Nazaret (Kefar
Cana), que sigue siendo famosa por sus vinos, como si el poso dejado por el
milagro de Jesús hubiese servido para alimentar miles de cabas. Como te he
dicho, a pesar de la cercanía, hay que subir y bajar tantas cuestas que se
emplean fácilmente dos horas. A Jesús pudo servirle de entrenamiento para sus
continuas correrías posteriores.
Otros sitúan Caná algo más lejos, a unos catorce kilómetros, al otro lado de la
llanura de Bet Netofa. En cualquier hipótesis sobre su localización, allí se
sitúa el primer milagro de Jesús según Juan. Pero hay otro detalle que a menudo
se olvida. De Caná era Natanael (Jn 21,2), el que dijo: “¿De Nazaret puede salir
algo bueno?” (Jn 1,46). Quedan claras las rencillas entre pueblos vecinos, que
no impedirán a Jesús elegir a Natanael como discípulo.
2.2. Séforis
Si situamos Caná al otro lado de la llanura de Bet Netola, para llegar a ella
habrían tenido que pasar junto a Séforis.
Unos cincuenta años antes del nacimiento de Jesús, el 57 a.C., el romano Gabinio
la había convertido en capital de Galilea. Cosa lógica, dada su espléndida
situación geográfica. Pero la historia de Séforis no fue siempre fácil. Recién
nacido Jesús, se rebeló contra Roma; los habitantes resistieron todo lo posible
al ejército de Varo, legado romano de Siria. Como castigo, Séforis fue
incendiada y sus habitantes deportados (BJ II, 68). Según esto, cuando Jesús era
niño, la visión de Séforis no debía de ser muy agradable. Un montón de ruinas
incendiadas.
Sin embargo, a Herodes Antipas, tetrarca de Galilea desde que Jesús era niño (4
a.C. ‑ 39 d.C.), no le interesaba que Séforis estuviese en ruinas. La necesitaba
como centro militar y administrativo. Por eso, “la fortificó y convirtió en
ornato de toda Galilea” (Ant XVIII, 27). Overman dice que poseía “tribunales,
una fortaleza, un teatro con capacidad para tres o cuatro mil espectadores, un
palacio, una calle porticada en la cima de la acrópolis, dos recintos
amurallados, dos mercados (el de arriba y el de abajo), archivos, el banco real
y el arsenal … así como una población de aproximadamente treinta mil
habitantes” (art. cit., 164). De acuerdo con las últimas excavaciones, el
teatro sería bastante posterior al siglo I. Pero los restantes datos confirman
la idea de una profunda reconstrucción y embellecimiento de la ciudad.
¿No sería en la reconstrucción de la cercana Séforis donde trabajaron
frecuentemente José y Jesús? Una aldea tan pequeña como Nazaret no debía
ofrecerles demasiadas oportunidades de trabajo. Mucho más discutido es si Jesús
actuó en Séforis durante su vida pública. Para entonces, la capital era
Tiberíades, aunque Séforis seguía siendo importante. Un dato de interés,
recogido por Josefo, es que los galileos odiaban a los de Séforis (Vita, 375);
es posible que este odio se remonte a la época de la reconstrucción por
Antipas, cuando la orientación política de la ciudad cambió totalmente y se hizo
partidaria de los romanos.
2.3. Una escapada a la llanura de Esdrelón
La visita a Caná y Séforis nos ha puesto en contacto con el pasado reciente de
Galilea. Pero la mayor ilusión de los niños consiste en ver una caravana de
Egipto con destino a Escitópolis y Damasco. Pasan días espiando desde su elevado
observatorio vecino al pueblo. Hasta que, una mañana, la divisan a lo lejos,
procedente del paso de Meguido. Corren cuesta abajo, se adentran en la llanura
de Esdrelón, se acercan a contemplar ese espectáculo tan novedoso para ellos.
No tienen prisa y acompañan un rato a la caravana, hasta que pasa entre Yezrael
y Sunén. Es una pena que no vayan con una persona mayor, conocedora de la
historia de Israel. De Yezrael más vale no acordarse; fue residencia de los
reyes del Norte en siglos pasados y allí tuvo lugar el asesinato de Nabot,
aquel que no quería venderle su viña al roy Ajab; la reina Jezabel se encargó de
eliminarlo con una acusación falsa (1 Re 21).
Pero Sunén trae buenos recuerdos. Nueve siglos antes vivía allí una señora rica,
que acogía al profeta Eliseo siempre que pasaba por su casa. Un día, su único
hijo se puso enfermo y murió. La mujer fue en busca de Eliseo y casi lo obligó a
resucitarlo. La verdad es que al profeta le costó bastante trabajo. Tuvo que
rezar y echarse siete veces sobre el niño hasta que le volvió la respiración (2
Re 4,8‑37). Pero los de Sunén estaban orgullosos del milagro y lo seguían
contando siglos más tarde, con gran envidia de los cercanos vecinos de Nain, que
no tenían tradiciones parecidas. Algún día se tomarían la revancha.
Al volver a casa contemplan la redondeada cumbre del monte Tabor (588 m.), donde
Débora y Barac concentraron a las tribus para luchar contra Sisara (Jue 4). Un
monte sagrado, de aspecto sorprendente, aislado en la llanura. No es raro que
algunos lo considerasen más tarde el lugar de la Transfiguración
Hacia Jerusalén
3. Los caminos
La geografía de Jesús niño se amplió enormemente al visitar Jerusalén con
motivo de la Pascua. Los viajes reunían toda clase de incomodidades, aunque una
peregrinación festiva se prestaba a que los niños lo pasasen bastante bien.
Sobre la forma de viajar en aquellos tiempos puede consultarse el libro de
González Echegaray (pp. 104‑109). En cuanto a la duración del viaje, muchos
autores, basándose en un texto de la Autobiografía de Flavio Josefo, indican que
de Galilea a Jerusalén se tardaba tres días. Acepto este dato para la ruta más
directa, a través de Samaria, aunque es probable que una caravana con mujeres y
niños necesitase un día más. En cambio, si los peregrinos elegían viajar por el
valle del Jordán es muy difícil que llegasen a la capital en menos de cuatro
días. Una tercera posibilidad sería tomar el camino de la costa, pero no parece
que Jesús lo usase nunca.
3.1. El camino por Samaria
Si se quería ir rápido, éste era el mejor. Pero nunca se sabía cómo podían
reaccionar los samaritanos; a lo mejor se negaban a venderles alimentos. De
todos modos, en tiempos de Jesús no tenemos datos de graves conflictos entre
samaritanos y galileos como los que ocurrirían años más tarde (BJ II, 232‑240).
Atravesando la llanura de Esdrelón en línea recta se llega a Genua (actualmente
la aldea árabe de Jenín), en cuyas cercanías situará Lucas la curación de los
diez leprosos. Desde Nazaret, el camino ha sido fácil. Ahora comenzamos a subir
(probablemente la que en la Biblia se llama “la cuesta de Gur”); la subida no es
excesivamente dura y sirve de entrenamiento para los días siguientes. Al llegar
arriba divisamos la llanura de Dotán, donde el patriarca José fue en basca de
sus hermanos, sin imaginar que terminaría en Egipto.
Seguimos subiendo las montañas centrales. Según palman, la primera noche se
pasaría en Sanar, al norte de Sebaste (nombre griego de Samaria). Al día
siguiente, sin pasar por esta ciudad, se dirigirían a Nablus (Siquén). El hecho
de atravesar territorio samaritano no impedía recordar interesantes
tradiciones patriarcales. Siquén fue la primera etapa de Abrahán en su marcha
hacia la tierra prometida (Gen 12,6). A Siquén llegó Jacob sano y salvo después
de su larga estancia en Padán Aram (Gen 33,18). Y allí celebró siglos más tarde
Josué la gran asamblea de las tribus, en la que se comprometieron a servir al
Señor dos 24). Entre tantas historias hemos llegado al pozo de Jacob, y la
caravana descansa para aprovisionarse de agua.
Pero no podemos detenernos demasiado; esa tarde hay que llegar a Lesona, ya en
territorio judío, donde pasaremos la noche. Los niños están cansados. La jornada
no fue tan fácil como la primera. Pero todos se duermen con la ilusión de que
mañana llegarán a Jerusalén.
Durante el tercer día de marcha se atraviesan también importantes lugares. Al
cabo de un rato pasamos cerca de Silo, un montón de ruinas en las que nadie se
fija. Sin embargo, allí estuvo el arca del Señor, allí acudió Ana con la
esperanza de tener un hijo y allí pasó su infancia el profeta Samuel, a las
órdenes del sacerdote Elí (1Sam 1‑3). Y esa mañana seguiremos hasta Betel, en
cuyas cercanías construyó Abrahán un altar (Gen 12,8). Pero la historia más
famosa es la de Jacob: en Betel, mientras dormía, vio una escala que unía el
cielo y la tierra, y los ángeles de Dios subían y bajaban por ella (Gen
28,11‑19). Hemos llegado al territorio de la antigua tribu de Benjamín, donde
Saúl instauró la monarquía. Pasamos por Guibeá. Pero nadie está ya para muchos
recuerdos. Por primera vez divisan el monte de los Olivos. Dos horas y media
más de camino, y la caravana se detiene en el Monte de los Exploradores (Har
Sofim, o Scopus), a dos kilómetros de Jerusalén. La vista de la ciudad es
magnífica (en ese monte situará Tito su campamento cuando asedie Jerusalén años
más tarde). Pero será más maravillosa al día siguiente, con los primeros rayos
del sol. Entonces, el mármol y el oro del templo harán que resplandezca a los
ojos de los peregrinos “como una montaña cubierta de nieve” (BJ V, 222‑223 ).
3.2. El camino por el valle del Jordán
Según palman, éste sería el último camino que elegiría un galileo para ir a
Jerusalén. Edersheim, en cambio, lo considera el habitual. En cualquier
hipótesis, este camino parece que lo recorrió Jesús durante su actividad
apostólica, aunque con pequeñas variantes. Ahora lo haremos comenzando en
Nazaret, mientras que Jesús podo hacerlo más tarde comenzando en Cafarnaún.
Si partimos de Nazaret, el viaje se desarrolla inicialmente de forma parecida
al paseo que inventamos con los niños para ver la caravana de Egipto: baja a la
llanura de Esdrelón, pasa entre Yezrael y Sunén. Más tarde queda a la derecha la
fuente de En Harod, donde Gedeón seleccionó a los trescientos hombres que lo
acompañarían a luchar contra los madianitas (Jue 7). Luego los montes de
Gelboé, donde murieron Saúl y sus tres hijos luchando con los filisteos (1Sam
31).
Sin darnos cuenta nos hemos introducido en la Decápolis, una región que se
extiende mayoritariamente al otro lado del Jordán, pero que en Cisjordania
cuenta con la importante ciudad de Escitópolis. Se trata de la antigua Bet
Seán, en cuyas murallas colgaron los cadáveres de Saúl y de sus tres hijos.
Ahora, en tiempos de Jesús, es una ciudad independiente, donde se habla griego.
El segundo día de viaje seguimos hacia el sur, pasando junto a Salín y Enón;
Enón, lugar de aguas abundantes, será uno de los sitios elegidos por Juan
Bautista para bautizar (Jn 3,23). Poco después cruzaremos el Jordán, para evitar
el territorio samaritano y seguir por Perea, que pertenece a Herodes Antipas,
igual que Galilea. Actualmente es una de las zonas más fértiles de Jordania. La
jornada de hoy nos llevará hasta Sucot, junto a la impresionante hendidura del
torrente Yabboq. Los peregrinos han encendido fuego y, después de cenar,
cuentan antiguas historias patriarcales. Cerca de donde están, en Penuel, pasó
la noche Jacob cuando se le apareció un ángel que luchó con él hasta la aurora y
lo dejó cojo; también lo bendijo y le cambió el nombre por el de Israel (Gen
32,26‑33). Un buen momento también para recordar el encuentro entre Jacob y
Esaú, en el que el hermano engañado perdona al que le robó la primogenitura y
lo abraza con afecto (Gen 33).
Pero no podemos alargar la velada. Mañana hay que madrugar. Con las primeras
luces del alba divisan al otro lado del Jordán la fortaleza de Alexandriam, que
recibe su nombre de Alejandro, hijo de Aristóbulo II. Fue él quien la
fortificó hacia el año 60 a.C. y allí se refugió perseguido por Gabinio (BJ
I,161).
La vivencia principal de esta tercera jornada de camino tiene lugar en las
últimas horas, cuando vuelve a cruzarse el Jordán a la altura de Jericó. Los
peregrinos pueden identificarse con sus antepasados dispuestos a entrar en la
Tierra Prometida después de la larga marcha por el desierto. No los guía Josué
ni las aguas del Jordán van a secarse ante ellos; tampoco dejarán un monumento
conmemorativo de doce piedras (Jos 3‑4). Pero son recuerdos que vienen a la
mente de cualquier israelita piadoso, recuerdos capaces de entretener y
entusiasmar a los niños que hacen por primera vez este camino.
Los peregrinos se encuentran ya en las inmediaciones de Jericó, donde pasarán la
noche. Jericó trae el recuerdo de Josué, del arca rodeando la ciudad durante
siete días, de la caída milagrosa de las murallas (Jos 6). Pero es posible que
nadie recuerde estas viejas historias y todos se limiten a hablar de Jerusalén.
Mañana llegaremos a sus inmediaciones. En dos días de camino, el grupo ha
llegado de Escitópolis a Jericó, vadeando dos veces el Jordán
La última jornada será muy dura. En veinte kilómetros hay que salvar un desnivel
de casi mil metros, siguiendo inicialmente el tortuoso wadi Kelt, paisaje
admirable y desolado, al que se añade el peligro de bandidos. Hoy día, a mitad
de la subida, el autobús de peregrinos acostumbra detenerse para que vean desde
lo alto el monasterio de San Jorge, adosado a la roca. En tiempos de Jesús
habría que hacer también un alto para descansar. Hasta que se llegaba a
Betania, a solo cuatro kilómetros de Jerusalén. Desde allí no se ve la capital.
Pero considero más probable que los peregrinos se detengan a pasar la noche, a
fin de entrar en la ciudad a plena luz del día. Aunque sea simple hipótesis,
quizá de estas paradas nocturnas en Betania, antes de entrar en Jerusalén, le
viniese a Jesús años más tarde la amistad con María, Marta y Lázaro, y su
costumbre de pernoctar en este pueblo. Según el Talmud (Pes. 53), Betfagé y
Betania eran especialmente célebres por la hospitalidad con que acogían a los
peregrinos.
4. Jerusalén
Por cualquiera de las dos rutas anteriores hemos llegado a Jerusalén, “con mucha
diferencia la ciudad más distinguida no sólo de Judea sino de todo Oriente”
(Plinio, Historia natural 5,14). Este testimonio de un romano del siglo I
resulta bastan te imparcial. El esplendor de Jerusalén le venía del puesto
central que ocupaba para todos los judíos, incluidos los de la Diáspora, y de
las grandes construcciones de Herodes. Como dice Wilkinson: “La Jerusalén que
Jesús conoció tenía un trazado urbano avanzado y elegante (…) Su ingeniería y
arquitectura monumental la hacían tanto más impresionante puesto que en tiempos
de Jesús tales obras tenían menos de cincuenta años” (o.c., p. 68). Sin embargo,
no la imaginemos como una gran ciudad moderna. Cuando Joachim Jeremías publicó
en 1923 su primera edición de Jerusalén en tiempos de Jesús, calculó el número
de habitantes en unos 55.000. Pero en un artículo de 1943 piensa que esta
cantidad es excesiva, y así lo recoge en la tercera edición de su obra: “En la
época de Jesús hay que calcular la población de Jerusalén, dentro de sus
murallas, en unos 20.000 habitantes; y fuera de ellas habría de unos 5.000 a
10.000. Esta cifra de 25.000 o 30.000 podría constituir el tope máximo” (o.c.,
p. 102).
El mapa nos ofrece una panorámica de Jerusalén en tiempos de Jesús. A la
derecha (E) está limitada por el torrente Cedrón y el monte de los Olivos. A la
izquierda (O), por el torrente Hinnón. Por medio de la ciudad, junto al muro
occidental del templo, se halla el Tiropeón. Es fácil advertir el gran espacio
que ocupa el Templo. Para la vida posterior de Jesús, los puntos claves son:
· al nordeste, fuera del recinto de las murallas, la piscina de Betesda,
donde el cuarto evangelio sitúa la curación del paralítico;
· al noroeste del recinto del templo, la torre Antonia, donde residía la
guarnición romana y donde se sitúa actualmente el comienzo del Vía Crucis;
bajando por el moro occidental, donde forma casi un ángulo recto, se encontraba
el monte de la Calavera, el lugar de la crucifixión; entonces quedaba fuera de
las murallas;
· poco más abajo, en un recinto rectangular amurallado, estaba el
palacio de Herodes, con tres torres muy llamativas (Hípico, Fasael y Mariamme);
· desde el norte del palacio de Herodes hasta el templo corre la primera
muralla norte; a mitad de camino se encuentra el palacio de Herodes Antipas,
donde el tetrarca interrogó a Jesús (Lc 23,8‑12);
· el barrio que se extendía en el ángulo suroeste de la ciudad estaba
habitado, según piensan algunos, por esenios; en una de sus casas celebró Jesús
la última cena y allí se formó la primera comunidad cristiana; muy cerca se
encontraba el palacio de Caifás;
· en el ángulo sureste se halla la piscina de Siloé, adonde Jesús envió
al ciego de nacimiento para que se lavara (Jn 9); muy cerca, la torre de Siloé,
que se derrumbó aplastando a dieciocho personas (Lc 13.4).
Galilea
El día que Jesús decidió abandonar Nazaret y trasladase a Cafarnaúm pudo hacerlo
en una sola jornada, si dedicó todo el día a caminar. Ya dijimos que son 46 Km.,
asequibles una persona fuerte. Según el Talmud (Pes. 93b), una jornada normal es
de cuarenta millas romanas, es decir, 59 Km.; aunque esta cifra me parece
exagerada, con quince años hice una excursión de 51 Km. por montes cercanos a
Málaga. Actualmente, la carretera pasa por Caná, deja a la izquierda a los
famosos “Cuernos de Hattim” (donde en 1187 los cruzados sufrieron una terrible
derrota a manos de Saladino), baja hacia Tiberíades, a orillas del lago de
Galilea, y bordea el lago hacia el norte. A Jesús, su condición de judío piadoso
le impedía pasar por Tiberíades, ciudad moderna y paganizada, construida por
Herodes Antipas en el año 19 de nuestra era como su nueva capital. Si nos
atenemos a los evangelios, Jesús nunca la visitó, aunque le quedaba tan cercana.
El rechazo que los judíos experimentaban hacia Tiberíades se comprende por un
dato que ofrece Josefo. Cuenta que Herodes, para construir la capital, “eligió
la mejor localidad de Galilea, la orilla occidental del lago de Genesaret, junto
a las caldas de Emaús. Pero la selección del lugar fue, en este sentido,
desafortunada. Como resultó evidente por las operaciones de desescombro,
durante las que aparecieron varios monumentos funerarios, se trataba de un
antiguo cementerio y, en cuanto tal, estaba prohibido como lugar de vivienda
para los Judíos observantes: cualquier contacto con tumbas los hacía
ritualmente impuros durante siete días” (Ant. XVIII 2, 3 [38]). Para poblar la
ciudad, Herodes se vio obligado a colonizarla por la fuerza con extranjeros,
aventureros y mendigos, convirtiéndola en una mezcolanza de razas. Por una
ironía de la historia, más tarde se convertiría en uno de los principales
centros del judaísmo.
Jesús tenía dos posibilidades: desviarse al NO, para tomar el camino de Séforis
a Magdala; o desviarse al E para usar la Via Maris. En ambas hipótesis, debió
llegar al lago por Magdala. Un novelista romántico podría imaginar un primer
encuentro con María Magdalena. Pero la ciencia bíblica y el romanticismo se
llevan mal. Es preferible no inventar datos.
5.1. El lago de Genesaret y sus alrededores
El lago de Genesaret, llamado también lago de Tiberíades y mar de Galilea, tiene
unas dimensiones capicúas, muy fáciles de recordar: 12‑21, 12 kilómetros en su
zona más ancha por 21 en la más larga. Porque el lago, lógicamente, no es un
rectángulo perfecto; recuerda la forma de un arpa, que según algunos le da el
nombre (jinneret en hebreo significa “arpa”). Tres peculiaridades tiene el lago:
1) se halla a 208 metros bajo el nivel del mar; 2) es de una belleza
impresionante, desde cualquier sitio que se lo contemple; 3) en sus orillas hace
un calor húmedo enorme en cuanto se mete la primavera; a finales de abril he
padecido allí 38° de temperatura.
Jesús ha llegado al lago por Magdala. No sabemos si se tuvo en ella. Es
probable. En cualquier caso, la visitará más tarde. Según algunos autores, a
este pueblo se refiere Mt 15, con el nombre de Magadán, y Mc 8,10 con el de
Dalmanuta. En esta hipótesis, habría sido en Magdala donde los fariseos pidieron
“una señal del cielo”. Aunque el nombre de Magdala sugiere una primitiva
fortaleza, quizá para controlar aquella zona de la llanura de Genesaret y el
camino del lago, en tiempo de Jesús debía haber progresado mucho con la reciente
cc tracción de la cercana Tiberíades. Siglos más tarde, el Talmud habla de sus
tiendas y sus tejedurías de lana; también de la corrupción de sus habitantes. No
todos siguieron el ejemplo de María Magdalena.
Continuamos hacia el norte, bordeando el lago. La llanura de Genesaret es tan
bella que algunos rabinos pensaban que allí estuvo situado el paraíso. La vista
es espléndida desde la Basílica de las Bienaventuranzas. Genesaret aparece
mencionada en Mc 6,53; Mt 14,34. Allí atracan Jesús los discípulos viniendo de
la otra orilla y recorren la región realizando numerosas curaciones. Actualmente
existe un kibutz en el que enseñan la barca del siglo I encontrada por unos
pescadores hace pocos años; a algunos les faltó tiempo para identificarla con la
barca de Pedro.
5.2. Cafarnaún
Hemos llegado a una bifurcación. El camino principal, a Via Maris, se aleja del
lago en dirección norte. La otra ruta , con aspecto de haber mejorado mucho en
los últimos tiempos, lleva a Cafarnaún. Wilkinson piensa que su población en
tiempos de Jesús pudo ser de unos nueve mil habitantes (igual número que indica
Josefo para el pueblo de Giscala). Mertens, en cambio, habla de mil o dos mil;
ésta es también la opinión de Bosen. Más radical es Loffreda, que calcule l.500
habitantes para la época de máximo esplendor, duran te el período bizantino; con
respecto al tiempo de Jesús no se atreve a hacer cálculos, pero queda claro que
debería se en torno a los mil habitantes, o incluso menos. Esto coincide con lo
que afirma Bagatti: “una aldea muy modesta”. Lo confirma un dato de Josefo que
generalmente pasa desapercibido. Cuenta en su autobiografia que, durante uno de
sus múltiples viajes por Galilea, “fui llevado a un aldea llamada Cafarnaún”
(Vita, 403). Esta forma de expresarse sólo corresponde a la de un pueblecillo
insignificante; y han pasado más de treinta años desde que Jesús actuó allí.
La población, aunque escasa, es muy variada: pescadores, agricultores,
comerciantes y artesanos. La aldea ha mejorado bastante desde que el año 4 a.C.
se convirtió en frontera entre Galilea (administrada por Herodes Antipas) y los
territorios de su hermano Filipo. El pago de impuestos a las mercancías ha hecho
que ahora cuente con un puesto de aduanas y una guarnición romana de unos cien
soldados. En esa misma fecha (4‑2 a.C.) comenzó Filipo la construcción de la
ciudad de Julia, a muy pocos kilómetros de distancia; con ello, la carretera
adquirió mucha más vida. De todos modos, el esplendor de Cafarnaún llegaría
varios siglos después de Jesús (III‑IV), de los que data la sinagoga que
actualmente contemplan los turistas.
Jesús adopta a Cafarnaún como “su ciudad”, un centro de operaciones desde la que
tendrá rápido acceso a los pueblos cercanos. Las excavaciones de 1972 ayudan a
conocer cómo eran las casas de Cafarnaún en aquellos tiempos. Los muros estaban
construidos de modo desigual, con bloques de basalto, y no eran lo bastante
resistentes como para soportar el peso de un piso superior. Las escaleras que
hoy se observan no llevaban a un segundo piso, sino al tejado. Ninguna de las
habitaciones descubiertas mide más de cinco metros y medio, probablemente por
el tamaño de la madera y de los juncos disponibles. Los suelos están
desnivelados, debido al enlosado con piedras de basalto grandes y lisas, y a
que entre una y otra queda un espacio bastante considerable. Se ha excavado una
manzana de casas y esto nos permite conocer la forma de vida. En ella habitaban
cuatro familias, de unos ocho miembros cada una, dando a un patio central. La
intimidad era desconocida para los habitantes de Cafarnaún.
“Los pescadores de Cafarnaún eran probablemente prósperos en comparación con
los granjeros de Galilea, puesto que sus mercancías ‑el pescado fresco y seco y
la salsa de pescado‑ eran menos corrientes. No obstante, las casas de Cafarnaún
nos muestran que su vida no era nada lujosa. En parte, esta particularidad se
debe a que Cafarnaún era un lugar muy cálido, con días bochornosos a causa de la
evaporación del lago de Galilea, y de que las noches eran demasiado calurosas
durante cuatro largos meses. También se debe a que las casas estaban apiñadas,
atestadas, y al haber sido construidas con basalto, resultaban demasiado
oscuras,’ (Wilkinson, o c, 32).
Para más datos sobre Cafarnaún véase J. González Echegaray, Arqueología y
evangelios, 79‑87.
5.3. Otras localidades
Bordeando el lago, completamente al norte, junto a la desembocadura del Jordán,
se encontraba Betsaida, excavada recientemente. En tiempos de Filipo, “el
poblado de Betsaida, al lado del lago de Genesaret, fue elevado a la dignidad de
ciudad por el número de sus habitantes y recibió el nombre de Julia, en honor de
la hija del César” (Ant XVIII, 2,1). Era la patria de los apóstoles Felipe,
Andrés y Simón (Pedro), aunque éstos habían trasladado su residencia a
Cafarnaún. En Betsaida sitúa Marcos la curación de un ciego (Mc 8,22‑26).
La subida a Corozaín era dura, pero breve, de dos a tres kilómetros; para no
sudar mucho, Jesús, al que gustaba madrugar, elegiría horas tempranas. Hasta
hace pocos años, Corozaín era sólo un montón de ruinas de negras piedras
basálticas, que traían a la memoria la maldición evangélica. Actualmente, las
ruinas han sido excavadas y ofrecen una imagen muy interesante de cómo sería la
aldea en los siglos II‑III de nuestra era.
De la orilla oriental del lago no conocemos ningún pueblo por el relato del
evangelio, aunque allí se encontraba Hipos y quizá Gergesa. Jesús cruzaba a
aquella orilla con frecuencia para descansar ‑cosa que no conseguía casi nunca‑
o para entrar en rápido contacto con territorio pagano. De hecho, gran parte de
la orilla oriental constituía la frontera de la Decápolis (véase más abajo).
Para más datos sobre Galilea, véase el Apéndice.
6. Los viajes largos de Jesús
Los viajes “largos” de Jesús se orientan en tres direcciones. El más frecuente
es la subida a Jerusalén; según los evangelios sinópticos sólo realizó una, al
final de su vida, pero Juan indica que fueron varias. No consta que Jesús usase
nunca el camino de la costa; en cambio, el del Jordán pudo usarlo en sus dos
versiones (al este o al oeste del río); también se consigna su paso por Samaria.
Los evangelios nos hablan también de una huida hacia el norte (ante la amenaza
de Herodes), que termina en la región de Cesarea de Felipe; son unos 40
kilómetros, pero con fuerte subida inicial, que hay que tomar con calma.
El otro viaje largo es al noroeste, hasta Tiro, que le debió suponer varios días
de camino. Según Marcos, Jesús estaba en Genesaret (Mc 6,53) cuando marchó a la
región de Tiro (Mc 7,24). Tenía para ello dos posibilidades: una, dirigirse a
Tolemaida, pasando por Séforis, y desde allí ir al norte por la costa; el
segundo itinerario, que la mayoría de los autores consideran más probable, sería
caminar en línea recta desde el lago hasta Tiro, pasando por Giscala. Pero que
nadie imagine un camino fácil. Había que salvar grandes desniveles. En cuanto
al viaje de vuelta, dice Mc 7,31 que lo hace llegando al lago por la Decápolis;
para ello tendría que haber bajado por la costa, introducirse en la llanura de
Esdrelón y, al llegar a la colina de Moré, en vez de dirigirse hacia
Escitópolis, coger el camino que lleva directamente al lago.
Apéndice:
Regiones mencionadas en los evangelios
Siguiendo la dirección norte‑sur, entre el Jordán y el Mediterráneo encontramos
Fenicia, Galilea, Samaria y Judea. Al este del Jordán, también en dirección
norte‑sur, Abilene, Gaulanítide, Decápolis y Perea.
Fenicia
Comenzaba un poco al norte de Cesarea Marítima, abarcando la llanura de Dor, el
Carmelo y la costa hasta Trípoli. Aunque a veces se extendía bastante hacia el
interior, sus principales ciudades eran costeras: Tolemaida (Acco), Tiro,
Sarepta y Sidón. Por entonces formaba parte de la provincia romana de Siria.
Galilea
Quedaba comprendida entre el Jordán, el Líbano, la llanura fenicia, el monte
Carmelo y la llanura de Yezrael. Sus dimensiones eran 70 Km. de largo por 40 de
ancho. Según Josefo, estaba dividida en dos regiones, la Alta y la Baja,
delimitadas geográficamente por el valle que corre hacia Tolemaida (Acco). La
Alta Galilea se sitúa entre los 600 y los 1.200 m., con el Jermak como altura
máxima. En cambio, la Baja Galilea está entre los 300 y los 600 m.: el monte más
alto, el Tabor, tiene 588 m.
En la Baja Galilea comienza Jesús su actividad y en ella reside la mayor parte
del tiempo. No debemos imaginarla como una zona pobre y marginada. La antigua
alusión que encontramos en el libro de Isaías (“Galilea de los paganos”) ha
jugado una mala pasada a muchos lectores del evangelio. Es cierto que en el
Antiguo Testamento Galilea cuenta muy poco. Pero en tiempos de Jesús era una
zona rica, importante y famosa, como descubrió Teófilo leyendo el libro tercero
(BJ III, 41‑43).
Wilkinson admite para Séforis una población de 50.000 habitantes; Josefo indica
40.000 para Tariquea y Jotapata; y para Jaffa, el “pueblo” más grande de
Galilea, muy cercano a Nazaret, 17.130 personas. Según Wilkinson, ya que Josefa
habla de 204 pueblos, admitiendo un promedio de 500 habitantes, tendríamos unos
365.000 para toda Galilea.
Más importante que el número es la población en sí misma. Galilea, tras
numerosas vicisitudes, en tiempo de Jesús se ha estabilizado como región judía.
Sólo en Séforis y Tiberíades abunda el elemento pagano. Sin embargo, los judíos
del sur no sentían gran estima de los galileos: “Si alguien quiere
enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al
sur”, comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea
parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: “Indaga y
verás que de Galilea no sale ningún profeta” (Jn 7,52).
Samaria
Flavio Josefo la describe de la siguiente manera, un tanto idílica en mi
opinión.
“La región de Samaria se halla entre Galilea y Judea (…) y por su naturaleza no
se distingue en a1bsoluto de Judea. Porque ambas son montañosas y tienen llanos,
como terreno fácil para las labores agrícolas, y muy fértiles, están bien
arboladas y llenas de frutos tanto silvestres como de cultivo; y ello porque en
ningún sitio están requemadas por la naturaleza, sino que las bañan abundantes
lluvias. Todas las corrientes de agua que hay en ella son extremadamente suaves;
debido a la abundancia de buenos pastos, el ganado produce más leche que en
parte alguna; pero la mejor prueba de la bondad del suelo es que ambas regiones
están llenas de gente” (BJ III, 48‑50).
La capital fue fortificada por Herodes el Grande, que la convirtió en una de las
ciudades más hermosas de su reino. En honor de Augusto le cambió el nombre en
Sebaste (Augusta) y construyó un templo pagano dedicado al emperador. Cuenta
Josefo:
“… en la región de Samaria construyó una ciudad rodeadas por magníficas
murallas de veinte estadios de largo [cuatro kilómetros] y asentó en ella seis
mil colonos, dándole tierras muy fértiles. En el corazón de la nueva ciudad
erigió también un amplio templo cerrado, en un terreno de unos trescientos
metros, dedicado a César. A esta ciudad se llamó Sebaste, y concedió a sus
vecinos leyes muy favorables” (BJ I, 403).
No tenemos noticia de que Jesús visitase Sebaste. En cambio pasó cerca de Sicar,
entre los montes Ebal y Garizín, donde sitúa Juan el encuentro con la
samaritana.
Políticamente, en tiempos de Jesús Samaria formaba parte de Judea y estaba
administrada por el prefecto romano.
Judea
Es la denominación helenística y romana de la parte de Palestina poblada por
judíos, aunque su sentido exacto varía según las épocas. Antes de los Macabeos
era una región relativamente pequeña, incluida entre el Jordán, Idumea, Lidda y
Arimatea. Más tarde se judaizaron otras zonas y el término adquirió un sentido
más amplio. A veces designa el reino de los Asmoneos y de Herodes, y a veces la
parte de la provincia romana de Siria que fue gobernada por procuradores
romanos entre los años 6‑41 d.C.
Durante la actividad pública de Jesús, Judea era la región más amplia. Al oeste
limitaba con el Mediterráneo, desde Cesarea Marítima hasta Asdod (Azoto). Al
norte con Galilea y la Decápolis. Al este con el Jordán (al sur de Enón y Salín)
y el Mar Muerto. Por el sur llegaba casi al final del Mar Muerto. Pero
adviértase que esta descripción es política: abarca regiones muy distintas,
todas ellas bajo el mando del prefecto romano.
De las poblaciones de Judea aparecen mencionadas en los evangelios Belén,
Jerusalén, Jericó, Betania, Arimatea y Emaús, aunque sólo consta que Jesús
actuase en Jerusalén, Jericó y Betania. El mayor problema arqueológico lo
plantea Emaús. Unos la sitúan a 30 Km. De Jerusalén, en la Sefela, en un lugar
llamado más tarde Nicópolis y hoy día Amwas, donde se han descubierto restos de
una basílica cristiana de comienzos del siglo III; esto coincidiría con los
“ciento sesenta estadios” que ofrecen algunos manuscritos de Lc 24,13. Sin
embargo, otros piensan que la lectura original es “sesenta estadios” y sitúan
Emaús en Colonia Amasa, mucho más cerca de Jerusalén.
Abilene
Región en el Antilíbano, al NO de Damasco. Hasta el año 34 a.C. formó parte de
Iturea, luego fue independizada de ella. De su historia en tiempos de Jesús sólo
sabemos, por Lc 3,1 y ciertas inscripciones, que el tetrarca era Lisanias.
Iturea
Pequeña región al O de Abilene; formaba parte de la tetrarquía de Filipo (ver Lc
3,1).
Gaulanítide
Toma su nombre de la región del Golán (la tan disputada actualmente entre
israelitas y sirios). En tiempos de Jesús pertenecía a la tetrarquía de Filipo.
En esa región se encontraban Betsaida‑Julia (la patria de Pedro, Andrés y
Felipe) y Cesarea de Filipo, donde tendrá lugar la confesión de Pedro.
Traconítide
Región entre Damasco y los montes Jaurán, limitada al O por la Gaulanítide y
Batanea y al E por el desierto siroarábigo. Hasta la llegada de los romanos
estaba poblada por nómadas salteadores y por judíos y sirios. Julio César regaló
este territorio a Herodes el Grande, quien, en adelante, tendría la obligación
de procurar que los de la Traconítide no perjudicaran a las zonas vecinas.
«No era fácil impedirlo, pues su único trabajo consistía en robar, y no conocían
otro medio de vida. No disponían de poblaciones ni campos, sino solamente de
lugares subterráneos y cuevas, donde llevaban un método de vida similar al de
las bestias. De antemano se aprovisionaban en abundancia de agua y alimentos,
para poder permanecer ocultos mucho tiempo. La entrada de los escondrijos era
angosta y permitía el paso de una sola persona por vez, pero el interior era de
gran amplitud y podía dar cabida a mucha gente; el piso, por encima, no era muy
alto, estaba al mismo nivel de la tierra. El lugar estaba lleno de piedras y
era de difícil acceso, salvo con un guía, porque los caminos no eran rectos,
sino tortuosos. Cuando estos hombres no podían robar a la gente de las zonas
vecinas, se atacaba, y robaban mutuamente acudiendo a toda clase de crímenes.
Sin embargo, Herodes, favorecido por César con estas tierras, se hizo conducir
al lugar por personas que lo conocían y logró poner fin a los latrocinios,
asegurando paz a los vecinos. (Ant. Xl: x 1).
Para pacificar el territorio, Herodes estableció allí tres mil idumeos y fomentó
la helenización, aunque con esto no se acabaron definitivamente los problemas
(ver Ant. XVI, ix, 1 ) Tras su muerte fue gobernada por su hijo Filipo. Sólo se
menciona en Lc 3,1.
Decápolis
El nombre hace referencia a las diez ciudades que la formaban, que según Plinio
eran: Damasco, Filadelfia, Rafaná, Escitópolis, Gadara, Hipos, Dión, Pela,
Gerasa y Canata. Pero González Echegaray advierte que, en tiempos de Jesús, a
pesar del nombre de Decápolis, sólo comprendía ocho: Hipos, Gadara, Dión, Abila,
Escitópolis, Pella, Gerasa y Filadelfia (ver Arqueología y evangelios, 35‑37).
Estas ciudades, fuertemente helenizadas, en las que se habla griego, consiguen
de Pompeyo en el año 63 a.C. que les permita formar una confederación con fines
comerciales y defensivos, bajo el dominio directo del gobernador romano de
Siria. Según Mateo, la fama de Jesús se extendió hasta aquella región: muchos de
la Decápolis acudían a él (Mt 4,25).
El episodio más famoso relacionado con esta región es la curación de un
endemoniado, que luego anuncia su sanación por toda la zona (Mc 5,20). Pero no
tenemos seguridad sobre dónde ocurrió el milagro. Mc 5,20 lo sitúa en la región
de los gerasenos (con variantes textuales que ofrecen gadarenos y gergesenos);
Mt 8,28 habla de la región de los gadarenos (variantes: gergesenos y gerasenos);
y Lc 8,26 lo sitúa en la región de los gergesenos (con Gerasa y Gadara como
variantes textuales). Debemos excluir “gergesenos”, porque no existe la ciudad
de “Gergesa”. Entre Gadara (Mt) y Gerasa (Mc) habría que inclinarse por la
primera. Gadara se encontraba a unos 10 Km. al SE del lago. En cambio Gerasa
estaba a 48 Km. al E del Jordán, a mitad de camino entre el lago de Galilea y el
Mar Muerto.
Marcos da también otro dato que hace caer en la cuenta de la peculiaridad
geográfica de la Decápolis. Dice que Jesús “de vuelta de la región de Tiro, pasó
por Sidón y llegó al lago de Galilea atravesando la Decápolis” (Mc 7,31).
Quiénes imaginan la Decápolis sólo a oriente del lago no entienden este
itinerario de Jesús. Pero la región se extiende también al sur del lago. Jesús
debió bajar hasta la llanura de Esdrelón, pasar por Escitópolis o sus cercanías,
y subir al lago.
Perea
Situada al otro lado del Jordán, constituye una estrecha franja que va desde el
torrente Carit (por el norte) hasta el Arnón (por el sur). Al Este limitaba con
la Decápolis y el Reino nabateo; al Oeste, con el Jordán y el Mar Muerto. Al
morir Herodes (4 a.C.), Perea, junto con Galilea, quedó en manos de Herodes
Antipas. En ella se encontraba la fortaleza de Maqueronte, donde fue encarcelado
y muerto Juan Bautista.
Conocer el entorno geográfico es importante para entender los evangelios. Pero
los evangelistas tenían unas nociones muy imprecisas, incluso inexactas, de la
geografía. Lucas habla de un despeñadero en Nazaret, que no existe. Marcos se
inventa otro despeñadero en la orilla oriental del lago para precipitar por él
a dos mil cerdos. El mensaje está siempre por encima de la geografía.
Bibliografía
Aunque incluyo algunos mapas, es conveniente usar un Atlas Bíblico. Es muy bueno
y el de Oxford, editado en España por Verbo Divino. Un complemento esencial a
este capítulo se encuentra en J. González Echegaray, Arqueología y evangelios
(Verbo Divino, Estella 1994), especialmente en los capítulos 5 y 6. La mejor
Geografía bíblica es la de George Adam Smith, Geografía histórica de Tierra
Santa (EDICEP, Valencia), aunque ha cumplido ya el siglo de existencia (fue
publicada en 1894). Mucho más breve, pero también interesante, es la obra de H.
Haag, El país de la Biblia. Geografía ‑ Historia ‑ Arqueología (Herder,
Barcelona 1992).
Sobre Galilea hay dos estudios muy completos: W. Bosen, Galila’a als Lebensraum
und Wirkungsfeld Jesu (Herder, Friburgo‑Basilea Viena 1985); S. Freyne, Galilee.
From Alexand~er the Great to Hadrian (University of Notre Dame Press 1980). En
la obra en colaboración editada por L. I. Levine, The Galilee in Late Antiquity
(Harvard University Press, Nueva York 1992) hay también algunos artículos de
interés. Y en volumen de SLB 1994 Seminar Papers (Atlanta 1994) hay diversas
colaboraciones sobre Jesús y Galilea.
Sobre Séforis: A. Overman, Who Were the First Urtan Christians? Urbanization in
Galilee in the First Century, en SBLSP 27 (Atlanta 1988), 160‑168; $. S. Miller,
“Sephoris, the Well
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18 pensamientos en “La Tierra Que Conoció Jesús”
oscar A Vanegas R
8 enero, 2011 en 10:05 pm
5
0
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Considero que falta el mapa de los tiempos bìbltcos-:Gracias- Leì todo el
contenido del es escrito.
osavan.
Responder ↓
antonia
15 agosto, 2011 en 12:59 pm
2
1
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muy interesante. leí completo el material junto a mi marido.
Responder ↓
Matias Pereyra
29 noviembre, 2011 en 10:53 am
2
1
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lo que dice en Mateo 4:25 Muchísima gente de las regiones de Galilea, Judea
y Decápolis[a] seguía a Jesús. También venía gente de la ciudad de Jerusalén y
de los pueblos que están al otro lado del río Jordán.
Cuantos kilometros comprende desde Galilea hasta Decapolis?
Responder ↓
Juan Carlos
20 noviembre, 2012 en 3:54 pm
1
1
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Sería interesante hacer notar que hoy, arqueólogos e historiadores, tanto
profanos como vinculados a corrientes religiosas, coinciden en que Nazaret no
existió como tal en el siglo primero, y otras ciudades como Betania y Betfagé
tampoco aparecen en ningún otro texto por fuera de los evangelios. Hay estudios
muy serios al respecto, lo que no quiere decir que no puedan ser entendidas en
su valor simbólico dentro del relato bíblico. De hecho Betfagé significa “casa
de los higos”, y esto nos trae a la mente el extraño versículo de Jesús cuando
maldice una higuera verde que no tenía frutos.
SFU
Responder ↓
carmen
20 diciembre, 2012 en 2:27 pm
1
1
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Muy bueno su material! gracias
CBS
Responder ↓
Jesús
22 febrero, 2013 en 5:23 am
0
1
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Muy sugerente y enriquecedor. Dios te bendiga.
Responder ↓
Daniel
31 marzo, 2013 en 7:37 am
1
1
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“Es difícil hacerse una idea clara de la geografía de Israel si no se
dispone de buenos mapas”. tomo esta frase del articulo para hacer notar al autor
este hecho y coincido con un comentarista faltan mapas ya que no hay mapas en
que figuren los lugares con nombres actuales y antiguos, ni siquiera visitando
en Google earth se consiguen desentrañar estos acertijos ya que algunas
poblaciones del siglo 1 cambiaron de nombre con la ocupación sucesiva de
musulmanes árabes y musulmanes turcos, los que permanecieron hasta fines de la
1ra guerra mundial. por lo demás es fantástico el enfoque de la nota
felicitaciones al o los autores, no es muy agradable para mucha gente la
geografía, pero para un geografía e historiador entusiasta como me auto defino,
este es un material muy bueno.
y tratandoce de la biblia e aprendido a hacer que la ciencia me confirme lo
que asegura la biblia y no alreves, los científicos en general pretenden que la
biblia confirme los hallazgos, y no lo va a hacer porque no es un libro de
ciencias, pero contiene datos y referencias desde la creación hasta hasta el fin
de este sistema conocido como “mundo”.
“Escudriñadlo todo, y retened lo bueno”; dice San Pablo, Dios los bendiga
Responder ↓
Hector
19 septiembre, 2013 en 1:07 pm
0
1
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Me gustaria saber como de cuanto fue la distancia entre galilea a jerusalem
(Lucas 2:39-41)
Responder ↓
maria
17 febrero, 2014 en 1:51 pm
2
3
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es una mierda
Responder ↓
Ceferino
23 marzo, 2016 en 7:56 am
0
0
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Si no te agrada, no es necesario que seas grosera, sencillamente sal a
la calle y grita toda la amargura que tienes adentro.
Que Dios te bendiga.
Responder ↓
maria
17 febrero, 2014 en 1:52 pm
1
4
Calificame
hijos de puuuuuuta
Responder ↓
Ceferino Ruiz Diaz
23 marzo, 2016 en 8:01 am
0
0
Calificame
No es bueno que te refieras a tu madre con esos términos, si no te
gusta, sencillamente ignoralo.
Que Dios te bendiga.
Responder ↓
martin
25 mayo, 2014 en 4:49 am
3
1
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Extraordinario de verdad. Fabuloso todo gracias
Responder ↓
sofia nelida godoy
29 julio, 2014 en 7:16 pm
1
1
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que valiosa información gracias Dios
Responder ↓
ricardo
29 julio, 2014 en 7:23 pm
0
1
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cada vez que tengo la oportunidad de saber algo de la tierra prometida mas
ganas me da de conocerla personalmente muy bueno todo gracias
Responder ↓
Ramiro
5 octubre, 2014 en 11:32 am
1
0
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Hola! sabrás sobre los viajes en barca cuánto duraban?
Responder ↓
Jorge Montenegro
15 febrero, 2015 en 10:23 am
0
0
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Interesante artículo. Conocer la historia y geografía de forma ampliada al
contenido de los Evangelios. El que tenga ojos y oídos, que vea y escuche.
Responder ↓
perla
16 mayo, 2015 en 3:31 pm
0
0
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Hola me gustaria saber cuantos dias caminaron Maria y Jose cuando salieron
de belen hacia Egipto,
Responder ↓
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dos números consecutivos de La Atalaya, ofrece respuestas bien documentadas y
basadas en la Biblia a preguntas que han intrigado a algunos lectores.
“Muchos historiadores y arqueólogos consideran que Jerusalén fue destruida en el
año 586 ó 587 a.e.c. [antes de la era común].* Entonces, ¿por qué dicen los
testigos de Jehová que ocurrió en el año 607 a.e.c.? ¿Qué pruebas sustentan esa
fecha?”
ASÍ se expresó uno de nuestros lectores. Pero ¿por qué debe interesarnos la
fecha exacta en que el rey babilonio Nabucodonosor II arrasó Jerusalén? Primero,
porque ese acontecimiento marcó un antes y un después en la historia del pueblo
de Dios. Un historiador bíblico afirmó que ese suceso encaminó a los judíos a
“una catástrofe, la gran catástrofe”. En esa fecha dejó de existir el templo que
por más de cuatrocientos años había sido el centro de adoración del Dios
Todopoderoso. Un salmista se lamentó así: “Dios mío, [...] han profanado tu
Templo santo, han reducido a ruinas Jerusalén” (Salmo 79:1, Biblia de Navarra
[BN]).*
La segunda razón para interesarnos en qué año exacto comenzó “la gran
catástrofe” es que nuestra fe en la Palabra de Dios se verá reforzada. ¿Por qué?
Porque nos ayudará a entender que la restauración de la religión verdadera en
Jerusalén cumplió una profecía detallada. Así pues, ¿por qué defienden los
Testigos una fecha que difiere en unos veinte años de la cronología más
aceptada? En pocas palabras, por las pruebas que la misma Biblia aporta.
¿“Setenta años” para quién?
Años antes de la destrucción de Jerusalén, el profeta judío Jeremías dio una
pista esencial para entender la cronología bíblica. “A todos los habitantes de
Jerusalén” les advirtió: “Este país entero se convertirá en ruina, en espanto.
Estas naciones servirán al rey de Babilonia setenta años” (Jeremías 25:1, 2, 11,
BN). El profeta añadió más tarde: “Esto es lo que ha dicho Jehová: ‘Conforme se
cumplan setenta años en Babilonia yo dirigiré mi atención a ustedes, y
ciertamente estableceré para con ustedes mi buena palabra trayéndolos de vuelta
a este lugar’” (Jeremías 29:10). ¿Qué importancia tienen estos “setenta años”?
¿Y cómo nos ayuda este período de tiempo a concretar la fecha de la destrucción
de Jerusalén?
Algunas traducciones vierten Jeremías 29:10 de forma diferente, y en vez de
hablar de setenta años “en Babilonia”, dicen “para Babilonia” (BN). De ahí que
algunos historiadores afirmen que este período de setenta años alude al dominio
del Imperio babilónico. Según la cronología extrabíblica, los babilonios
dominaron la tierra de la antigua Judá y Jerusalén durante unos setenta años,
que van desde alrededor del año 609 a.e.c. hasta el 539 a.e.c., año en que la
capital del imperio, Babilonia, fue conquistada.
No obstante, la Biblia indica que esos setenta años serían un castigo de Dios
contra la gente de Judá y Jerusalén, un pueblo que se había comprometido a
obedecerle (Éxodo 19:3-6). Cuando ellos se negaron a corregir su mala conducta,
Dios les avisó: “Envío a buscar [...] a Nabucodonosor, rey de Babilonia, [...]
contra este país, contra sus habitantes y contra todas las naciones de su
alrededor” (Jeremías 25:4, 5, 8, 9, BN). Es cierto que las naciones vecinas
también sufrirían la ira de Babilonia, pero Jeremías llamó a la destrucción de
Jerusalén y a los setenta años de exilio que le seguirían “el castigo [...] de
mi pueblo”, pues como él mismo señaló, “mucho ha pecado Jerusalén”
(Lamentaciones 1:8; 3:42; 4:6, La Santa Biblia, Evaristo Martín Nieto, 1980).
Por tanto, la Biblia muestra que Judá fue castigada con dureza durante setenta
años y que Dios utilizó a los babilonios como instrumento de castigo. Con todo,
Dios les dijo a los judíos: “Cuando se cumplan setenta años [...], me ocuparé de
ustedes [...] trayéndolos de nuevo a este lugar”, es decir, a Judá y Jerusalén
(Jeremías 29:10, La Biblia de Nuestro Pueblo [BNP]).
¿Cuándo comenzaron los “setenta años”?
El historiador inspirado Esdras, quien vivió después de que se cumplieran los
setenta años que profetizó Jeremías, escribió respecto al rey Nabucodonosor:
“Desterró a Babilonia a los supervivientes de la matanza, donde se convirtieron
en esclavos suyos y de sus descendientes, hasta la llegada del imperio persa.
Así se cumplió la palabra del Señor pronunciada por medio de Jeremías: ‘Hasta
que haya recuperado sus descansos sabáticos, el país descansará durante el
tiempo de la desolación que durará setenta años’” (2 Crónicas 36:20, 21, La
Palabra [LP]).
Esto significa que los setenta años serían un período de “descanso sabático”
para la tierra de Judá y Jerusalén. Durante ese tiempo no sería cultivada: ni se
plantarían semillas ni se podarían las viñas (Levítico 25:1-5, BN). En vista de
la desobediencia del pueblo de Dios, entre cuyos pecados tal vez estuviera no
guardar todos los años sabáticos, el castigo consistió en que su tierra no sería
cultivada ni habitada por setenta años (Levítico 26:27, 32-35, 42, 43).
¿Cuándo estuvo la tierra de Judá desolada y abandonada? Lo cierto es que los
babilonios, cumpliendo órdenes de Nabucodonosor, atacaron Jerusalén dos veces, y
entre ambos ataques transcurrieron unos diez años. ¿Cuándo comenzaron los
setenta años? No pudo ser tras el primer asedio. ¿Por qué no? Porque aunque en
esa ocasión Nabucodonosor se llevó muchos prisioneros a Babilonia, también dejó
gente en el país. Además, permitió que Jerusalén quedara en pie. Durante los
años que siguieron a la primera deportación, “la clase de condición humilde” que
quedó en Judá vivió de lo que producía la tierra (2 Reyes 24:8-17). Pero
después, los acontecimientos dieron un giro radical.
A causa de una rebelión de los judíos, los babilonios regresaron a Jerusalén (2
Reyes 24:20; 25:8-10). Esta vez arrasaron la ciudad y su sagrado templo, y
llevaron a muchos de sus habitantes al cautiverio en Babilonia. En dos meses,
“todos [los que habían quedado] huyeron a Egipto, grandes y pequeños, junto con
los oficiales, pues temían a los babilonios” (2 Reyes 25:25, 26, Nueva Versión
Internacional). Fue solo entonces, en el séptimo mes judío de tisri
(septiembre-octubre) de ese año, cuando la tierra quedó desolada y abandonada y
comenzó su descanso sabático. Mediante el profeta Jeremías, Dios recordó a los
refugiados judíos que estaban en Egipto: “Ustedes han visto todas las
calamidades que envié sobre Jerusalén y sobre las ciudades de Judá: ahí las
tienen hoy, arruinadas y sin habitantes” (Jeremías 44:1, 2, BNP). Así pues, todo
apunta a que este suceso marcó el inicio de los setenta años. ¿Y en qué año
ocurrió eso? Para responder a esta pregunta, debemos averiguar cuándo
concluyeron los setenta años.
¿Cuándo concluyeron los “setenta años”?
El profeta Daniel, quien vivió en Babilonia “hasta la llegada del imperio
persa”, calculó cuándo debían concluir los setenta años. “Yo, Daniel
—escribió—, estuve investigando en las Escrituras sobre los setenta años que
tenía que permanecer Jerusalén en ruinas, según la palabra dirigida por el Señor
al profeta Jeremías.” (Daniel 9:1, 2, LP.)
Esdras meditó en las profecías de Jeremías y asoció el final de los “setenta
años” con el momento en que “Jehová movió el espíritu de Ciro rey de Persia; y
éste hizo pasar pregón por todo su reino” (2 Crónicas 36:21, 22, Versión
Moderna). ¿Cuándo fueron liberados los judíos? El pregón que puso fin al exilio
se emitió en el primer año de Ciro, el rey de Persia (véase el recuadro “Una
fecha histórica aceptada por todos”). Y para el otoño del 537 a.e.c., los judíos
habían regresado a Jerusalén a fin de restablecer la adoración verdadera (Esdras
1:1-5; 2:1; 3:1-5).
Así pues, la cronología bíblica indica que los setenta años fueron un período
literal que finalizó en el año 537 a.e.c. Y si retrocedemos setenta años en el
tiempo, llegamos a la fecha en que comenzó ese período: el año 607 a.e.c.
Ahora bien, si las pruebas que ofrecen las Escrituras inspiradas señalan que
Jerusalén fue destruida en el año 607 a.e.c., ¿por qué aseguran muchos expertos
que eso ocurrió en el 587 a.e.c.? Ellos se apoyan en dos fuentes de información:
las obras de varios historiadores clásicos y el Canon de Tolomeo. ¿Son estas dos
fuentes más confiables que las Santas Escrituras? Veamos.
Los historiadores clásicos
Los historiadores de épocas más cercanas a la destrucción de Jerusalén presentan
datos distintos sobre los reyes neobabilónicos (véase el recuadro “Reyes
neobabilónicos”).* La secuencia de acontecimientos que ellos proponen no
concuerda con la de la Biblia. Entonces, ¿se puede confiar en sus escritos?
Uno de los historiadores que vivió más cerca de la época neobabilónica fue
Beroso, quien era babilonio y “sacerdote de Bel”. Escribió su obra Babyloniaca
alrededor del año 281 a.e.c., pero actualmente solo se conservan fragmentos en
los escritos de otros historiadores. Beroso afirma que empleó “libros que se
habían conservado con gran esmero en Babilonia”.1 ¿Fue Beroso un historiador
fidedigno? Examinemos un caso en particular.
Beroso escribió que el rey asirio Senaquerib ascendió al trono después del
“reinado de [su] hermano”, y “después de él su hijo [Asarhaddón reinó] ocho
años, y luego Sammuges [Šamaš-šum-ukin] veintiún años” (III, 2.1, 4). Sin
embargo, documentos históricos babilónicos escritos mucho antes de la época de
Beroso indican que Senaquerib sucedió en el trono a su padre, Sargón II, no a su
hermano; que Asarhaddón gobernó doce años y no ocho, y que Šamaš-šum-ukin
gobernó veinte años, no veintiuno. El historiador Robartus J. van der Spek
admitió que Beroso consultó las Crónicas de Babilonia, pero escribió: “Esto no
le impidió hacer sus propias añadiduras e interpretaciones”.2
¿Qué opinan sobre Beroso otros especialistas? “En el pasado se consideraba que
Beroso era un historiador”, declaró Stanley M. Burstein, quien estudió a fondo
las obras de Beroso. Y llegó a la siguiente conclusión: “Como historiador, su
trabajo sería inaceptable. Incluso en su estado fragmentario actual, la
Babyloniaca contiene inexactitudes que sorprenden por su obviedad [...]. Un
historiador no puede equivocarse así, pero claro, el objetivo de Beroso no era
elaborar un registro histórico”.3
Llegados a este punto, ¿qué piensa usted? ¿Deben calificarse los cálculos de
Beroso como coherentes y exactos? ¿Y qué hay de otros historiadores antiguos
que, en su mayor parte, basaron sus cronologías en los escritos de Beroso?
¿Puede decirse que sus conclusiones son dignas de confianza?
El Canon de Tolomeo
Esta lista de reyes de Claudio Tolomeo, astrónomo del siglo II de nuestra era,
también se utiliza para respaldar la fecha tradicional de 587 a.e.c. El Canon
está considerado la columna vertebral de la cronología de la historia antigua,
que incluye el período neobabilónico.
Tolomeo compiló su lista unos seiscientos años después de finalizar el período
neobabilónico. Entonces, ¿cómo determinó la fecha en que el primer rey de su
lista comenzó a regir? Tolomeo explicó que empleó cálculos astronómicos —en
parte basados en eclipses lunares— “para calcular cuándo comenzó el reinado de
Nabonasar”, el primer monarca de su lista.4 Christopher Walker, del Museo
Británico, señaló que el Canon de Tolomeo estaba pensado “para facilitar a los
astrónomos una cronología coherente”, y no “para dar a los historiadores una
crónica exacta del ascenso y muerte de los reyes”.5
El profesor Leo Depuydt, uno de los defensores más entusiastas de Tolomeo,
declaró: “Se sabe desde hace mucho que el Canon es astronómicamente fidedigno.
[...] Pero eso no implica que lo sea en sentido histórico”. Y añadió: “Respecto
a los primeros reyes [entre los que figuran los neobabilónicos], habría que
comparar el Canon, reino por reino, con los textos cuneiformes”.6
¿Qué son los “textos cuneiformes” que nos permiten evaluar la exactitud
histórica del Canon de Tolomeo? Son documentos escritos por escribas que
vivieron durante la época neobabilónica o cerca de ella, como las Crónicas de
Babilonia, listas de reyes y tablillas administrativas.7
¿Hay diferencias entre la lista de Tolomeo y los textos cuneiformes? En el
recuadro de abajo, titulado “Diferencias entre el Canon de Tolomeo y las
tablillas antiguas”, se compara una porción del Canon con un documento
cuneiforme. Observe que Tolomeo solo anotó cuatro reyes entre los gobernantes
babilónicos Kandalanu y Nabonido. Sin embargo, en el texto cuneiforme que
contiene la lista de reyes de Uruk aparecen siete reyes en ese mismo período.
¿Acaso esos reinados fueron breves e insignificantes? Según varias tablillas
administrativas cuneiformes, uno de ellos duró siete años.8
Los documentos cuneiformes también indican que antes del reinado de Nabopolasar
(el primer rey del período neobabilónico), otro rey (Ashur-etil-ilani) gobernó
cuatro años en Babilonia. Además, durante más de un año el país no tuvo ningún
rey.9 Ninguno de estos datos figura en el Canon de Tolomeo.
¿Por qué omitió Tolomeo a algunos monarcas? Al parecer, no creía que fueran
legítimos gobernantes de Babilonia.10 Por ejemplo, excluyó a Labasi-Marduk, un
rey neobabilónico. No obstante, existen documentos cuneiformes que confirman que
los reyes omitidos por Tolomeo sí gobernaron Babilonia.
En general, se considera que el Canon de Tolomeo es exacto. Pero, en vista de
las omisiones que hace, ¿puede servir de base para una cronología histórica
incuestionable?
¿A qué conclusión nos llevan las pruebas?
Hagamos un resumen. La Biblia dice claramente que hubo un exilio que duró
setenta años. Hay pruebas sólidas —que la mayoría de los especialistas aceptan—
de que los judíos exiliados habían regresado a su patria para el año 537 a.e.c.
Si retrocedemos setenta años desde ese momento, hallamos que Jerusalén fue
destruida en el año 607 a.e.c. Aunque los historiadores antiguos y el Canon de
Tolomeo no concuerdan con esta fecha, lo cierto es que hay dudas razonables
sobre la exactitud de sus escritos. Desde luego, la información que aportan
estas dos fuentes no basta para cuestionar la cronología bíblica.
Sin embargo, todavía quedan preguntas por responder. ¿Es verdad que no existen
pruebas históricas que respalden la fecha que la Biblia señala, es decir, el año
607 a.e.c.? ¿Qué demuestran documentos cuneiformes que se pueden fechar, muchos
de los cuales fueron escritos por contemporáneos? Estas cuestiones se analizarán
en el próximo número.
[Notas]
Ambos años aparecen en fuentes extrabíblicas. Para simplificar la redacción, en
esta serie solo nos referiremos al año 587 a.e.c.
Los testigos de Jehová publican una traducción confiable de la Biblia conocida
como la Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras. Si usted no es
testigo de Jehová, quizás prefiera consultar otras traducciones. En este
artículo se citan varias versiones que gozan de amplia aceptación.
El Imperio neobabilónico comenzó con el reinado de Nabopolasar, el padre de
Nabucodonosor, y terminó con el reinado de Nabonido. A los expertos les interesa
este período porque abarca la mayor parte de los setenta años de la desolación
de Judá y Jerusalén.
[Ilustraciones y recuadro de la página 28]
UNA FECHA HISTÓRICA ACEPTADA POR TODOS
Fuentes en que se basan los expertos para calcular que Ciro II conquistó
Babilonia en el año 539 a.e.c.:
▪ Antiguos textos históricos y tablillas cuneiformes: Diodoro de Sicilia (c.
80-20 a.e.c.) escribió que Ciro subió al trono de Persia en “el año en que se
celebraba la quincuagésima quinta Olimpíada” (Biblioteca Histórica, libro IX,
21). Ese año fue el 560 a.e.c. Según el historiador griego Heródoto (c. 485-425
a.e.c.), Ciro fue asesinado “después de un reinado, en total, de veintinueve
años”, lo que implica que murió en el año treinta de su reinado, el 530 a.e.c.
(Historia, libro I, Clío, 214). Las tablillas cuneiformes muestran que Ciro
dominó la región del imperio babilónico por nueve años antes de fallecer. Si
retrocedemos nueve años a partir de su muerte en el 530 a.e.c., llegamos al 539
a.e.c., cuando Ciro conquistó Babilonia.
Tablilla babilónica cuneiforme que confirma un dato clave: Esta tablilla
astronómica de arcilla (BM 33066) confirma que Ciro falleció en el 530 a.e.c.
Aunque contiene errores en las posiciones de los astros, describe dos eclipses
lunares que tuvieron lugar en el séptimo año de Cambises II, hijo y sucesor de
Ciro. Ambos eclipses coinciden con los observados en Babilonia el 16 de julio
del 523 a.e.c. y el 10 de enero del 522 a.e.c., lo que indica que el séptimo año
de Cambises comenzó en la primavera del 523 a.e.c. Eso convertiría al 529 a.e.c.
en el primer año de su reinado. Por tanto, el último año de Ciro sería el 530
a.e.c., y el 539 a.e.c. el primero en que gobernó Babilonia.
[Reconocimiento]
Tablilla: © The Trustees of the British Museum
[Recuadro de la página 31]
EN RESUMEN
▪ Muchos historiadores afirman que Jerusalén fue destruida en el año 587 a.e.c.
▪ La cronología bíblica indica de manera inequívoca que la destrucción ocurrió
en el año 607 a.e.c.
▪ Las conclusiones de los historiadores modernos se basan sobre todo en escritos
de historiadores clásicos y en el Canon de Tolomeo.
▪ Algunos escritos de los historiadores clásicos contienen errores importantes y
no siempre coinciden con los datos hallados en tablillas de arcilla.
[Recuadro de la página 31]
Notas y referencias bibliográficas
1. Babyloniaca (Chaldaeorum Historiae), libro I, 1.1.
2. Studies in Ancient Near Eastern World View and Society, pág. 295.
3. The Babyloniaca of Berossus, pág. 8.
4. Almagest, III, 7, traducido por G. J. Toomer, en Ptolemy’s Almagest,
publicado en 1998, pág. 166. Tolomeo sabía que los babilonios podían calcular
matemáticamente eclipses pasados y futuros, pues habían descubierto que cada
dieciocho años se repiten eclipses similares (Almagest, IV, 2).
5. Mesopotamia and Iran in the Persian Period, págs. 17, 18.
6. Journal of Cuneiform Studies, tomo 47, 1995, págs. 106, 107.
7. El término cuneiforme se refiere a un sistema de escritura. Un escriba
grababa signos sobre una tablilla de arcilla fresca valiéndose de un punzón con
la punta en forma de cuña.
8. Sin-shar-ishkun gobernó siete años, y se han fechado 57 tablillas
administrativas del período comprendido entre su ascenso al trono y su séptimo
año (véase Journal of Cuneiform Studies, tomo 35, 1983, págs. 54-59).
9. La tablilla administrativa C.B.M. 2152 está fechada en el cuarto año de
Ashur-etil-ilani (Legal and Commercial Transactions Dated in the Assyrian,
Neo-Babylonian and Persian Periods—Chiefly From Nippur, de A.T. Clay, 1908, pág.
74). Además, en las inscripciones de Nabonido descubiertas en la zona de Harrán
(H1B, columna I, línea 30), este rey aparece justo antes de Nabopolasar
(Anatolian Studies, tomo VIII [1958], págs. 35, 47). Para el período sin reyes,
véase Assyrian and Babylonian Chronicles, crónica 2, línea 14, págs. 87, 88.
10. Algunos expertos sostienen que Tolomeo —quien supuestamente solo registró
reyes de Babilonia— omitió ciertos monarcas porque ostentaban el título de rey
de Asiria. Pero como muestra el recuadro de la página 30, algunos gobernantes
del Canon de Tolomeo también aparecen con ese título. Diversas tablillas
administrativas, cartas cuneiformes e inscripciones prueban que
Ashur-etil-ilani, Sin-shumu-lishir y Sin-shar-ishkun reinaron en Babilonia.
[Ilustración y tabla de la página 29]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
REYES NEOBABILÓNICOS
Si estos historiadores son confiables, ¿por qué no coinciden en algunos datos?
Reyes
Nabopolasar
BEROSO c. 350-270 a.e.c. (21)
POLIHISTOR 105-? a.e.c. (20)
JOSEFO 37-?100 e.c. (—)
TOLOMEO c. 100-170 e.c. (21)
Nabucodonosor II
BEROSO c. 350-270 a.e.c. (43)
POLIHISTOR 105-? a.e.c. (43)
JOSEFO 37-?100 e.c. (43)
TOLOMEO c. 100-170 e.c. (43)
Awēl-Marduk
BEROSO c. 350-270 a.e.c. (2)
POLIHISTOR 105-? a.e.c. (12)
JOSEFO 37-?100 e.c. (18)
TOLOMEO c. 100-170 e.c. (2)
Neriglissar
BEROSO c. 350-270 a.e.c. (4)
POLIHISTOR 105-? a.e.c. (4)
JOSEFO 37-?100 e.c. (40)
TOLOMEO c. 100-170 e.c. (4)
Labasi-Marduk
BEROSO c. 350-270 a.e.c. (9 meses)
POLIHISTOR 105-? a.e.c. (—)
JOSEFO 37-?100 e.c. (9 meses)
TOLOMEO c. 100-170 e.c. (—)
Nabonido
BEROSO c. 350-270 a.e.c. (17)
POLIHISTOR 105-? a.e.c. (17)
JOSEFO 37-?100 e.c. (17)
TOLOMEO c. 100-170 e.c. (17)
Duración de los reinados (en años) según los historiadores clásicos
[Reconocimiento]
Fotografía tomada por gentileza del Museo Británico
[Ilustraciones y tabla de la página 30]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
DIFERENCIAS ENTRE EL CANON DE TOLOMEO Y LAS TABLILLAS ANTIGUAS
¿Por qué omite Tolomeo algunos reyes en su lista?
CANON DE TOLOMEO
Nabonasar
Nabu-nadin-zeri (Nadinu)
Nabu-mukin-zeri y Pulu
Ululai (Salmanasar V), rey de Asiria
Merodac-baladán
Sargón II, rey de Asiria
Primer período sin reyes
Belibos (Bēl Ibni)
Assur-nadin-shumi
Nergal-uzhezib
Mushezib-Marduk
Segundo período sin reyes
Asarhaddón, rey de Asiria
Šamaš-šum-ukin
Kandalanu
Nabopolasar
Nabucodonosor
Awēl-Marduk
Neriglissar
Labasi-Marduk
Nabonido
Ciro
Cambises
LISTA DE LOS REYES DE URUK HALLADA EN TABLILLAS ANTIGUAS
Kandalanu
Sin-shumu-lishir
Sin-shar-ishkun
Nabopolasar
Nabucodonosor
Awēl-Marduk
Neriglissar
Nabonido
[Ilustración]
Las Crónicas de Babilonia forman parte del conjunto de textos cuneiformes que
nos permiten evaluar la exactitud del Canon de Tolomeo
[Reconocimiento]
Fotografía tomada por gentileza del Museo Británico
[Reconocimiento de la página 31]
Fotografía tomada por gentileza del Museo Británico
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