El
régimen franquista ordenó en 1941 a los gobernadores civiles
elaborar una lista de los judíos que vivían en España. El
censo, que incluía los nombres, datos laborales, ideológicos y
personales de 6.000 judíos, fue, presumiblemente, entregado a
Himmler. Los nazis lo manejaron en sus planes para la solución
final. Cuando la caída de Hitler era ya un hecho, las autoridades
franquistas intentaron borrar todos los indicios de su colaboración
en el Holocausto. EL PAÍS ha reconstruido esta historia y muestra
el documento que prueba la orden antisemita de Franco JORGE M. REVERTE 20/06/2010 Al
final de la II Guerra Mundial, el régimen de Franco intentó con
relativo éxito confundir a la opinión pública mundial con la fábula
de que había contribuido a la salvación de miles de judíos del
afán exterminador nazi. No solo era falso lo que la propaganda
franquista pretendía demostrar. En la España del dictador hubo
la tentación de contribuir a acabar con el "problema judío"
en Europa.
La
paciente labor de un periodista judío, Jacobo Israel Garzón, ha
conseguido que aflorara el único documento conocido sobre el
asunto, conservado por obra de la casualidad en el Archivo Histórico
Nacional, y proveniente del Gobierno Civil de Zaragoza. Lo publicó
en la revista Raíces. A partir de ese trabajo, EL PAÍS ha
continuado la indagación y ha reconstruido la historia completa
de la frustrada colaboración con el Holocausto. Quiénes fueron
sus protagonistas y sus cómplices. Una historia que cambia la
Historia.
El
13 de mayo de 1941, todos los gobernadores civiles españoles
reciben una circular remitida el día 5 por la Dirección General
de Seguridad. Se les ordena que envíen a la central informes
individuales de "los israelitas nacionales y extranjeros
afincados en esa provincia (...) indicando su filiación personal
y político-social, medios de vida, actividades comerciales,
situación actual, grado de peligrosidad, conceptuación
policial". La orden la firma José Finat Escrivá de Romaní,
conde de Mayalde, el último día de su permanencia en el cargo,
porque va a ser relevado por el coronel Galarza. De ese puesto va
a saltar en pocos días al de embajador de la España de Franco en
Berlín.
El
conde es un personaje refinado y culto, y muy amigo de Ramón
Serrano Suñer, el hombre fuerte del régimen [fue ministro de
Interior y Asuntos Exteriores], que es quien le va dando los
distintos cargos que ostenta. Ha prestado grandes servicios a
Serrano y a Franco, como el de organizar a los policías que, en
connivencia con el embajador Lequerica y la Gestapo, utilizando a
un siniestro policía de apellido Urraca, consiguió traer a
Companys y Zugazagoitia a España para sufrir una burla de juicio
y ser fusilados.
José
Finat hizo buenas migas con Himmler cuando este visitó España en
octubre de 1940. Himmler pudo asistir a un espectáculo que le
pareció cruel: una corrida de toros en Las Ventas. En esos días,
ambos pusieron al día una vieja colaboración firmada por el
general Severiano Martínez Anido en 1938. Gracias a ese acuerdo,
la policía política alemana goza de status diplomático en España,
y puede vigilar a sus anchas a los treinta mil alemanes que viven
aquí.
Dentro
de poco más de un mes, Finat va a ocupar su cargo de embajador en
Berlín. Allí podrá entregar en persona a Himmler sus listas de
judíos. Si España entra en la guerra, serán un buen regalo para
los nazis. Antes va a tener tiempo suficiente para dar una paliza
y emplumar por maricón a un cantante, Miguel de Molina. Le ayudará
el falangista Sancho Dávila, primo del fundador del partido
fascista.
El
objetivo del Archivo Judaico no consiste en defender al régimen
de la posible acción subversiva que puedan realizar los
refugiados que pasan por España huyendo de la persecución nazi.
Esos son conducidos directamente a Portugal para que se marchen a
Estados Unidos, o internados en el campo de concentración de
Miranda de Ebro hasta que se sepa qué hacer con ellos. De lo que
se trata, sobre todo, es de tener controlados a los judíos españoles
de origen sefardí: "Las personas objeto de la medida que le encomiendo
han de ser principalmente aquellas de origen español designadas
con el nombre de sefardíes, puesto que por su adaptación al
ambiente y similitud con nuestro temperamento poseen mayores
garantías de ocultar su origen y hasta pasar desapercibidas sin
posibilidad alguna de coartar el alcance de fáciles manejos
perturbadores".
El trabajo no va a ser fácil por esa capacidad de adaptación
que tienen los judíos. Sobre todo en lugares que no sean como
Barcelona, Baleares y Marruecos, donde había antes de la guerra
"comunidades, sinagogas y colegios especiales", y eso
permite una mayor facilidad de localización.
La circular no oculta la urgencia de la acción. Hay que
proteger al Nuevo Estado de la posible actuación de estos
individuos, que son "peligrosos".
El coronel Valentín Galarza está poniendo patas arriba el
ministerio que le ha dejado Serrano Suñer, infestado de
falangistas revolucionarios. Pero no va a destrozar toda la obra
de su antecesor. El Archivo Judaico se va a seguir completando con
carácter de urgencia al principio y con metódica seriedad después.
¿No son acaso los judíos y los masones los enemigos
fundamentales del Nuevo Estado?
Cuando haya pasado el tiempo, el Archivo Judaico será
ocultado y sistemáticamente destruido, como toda la documentación
comprometedora para el régimen franquista en relación con la
persecución antisemita realizada en los años cuarenta. Cuando
deje de ser urgente tener listas completas de israelitas y haya
que justificar la patraña de que el régimen surgido del 18 de
julio ayudó en todo lo posible para que se salvaran muchos judíos
de la persecución nazi.
En mayo de 1941, cuando se envía la circular, resulta muy
significativa la desaparición de las guardias de falangistas de
la puerta del Ministerio de la Gobernación. Ya no se trata de que
la represión la lleve la Falange por su cuenta, como si fuera un
poder autónomo del Estado. Se trata de que el Nuevo Estado asume
comportamientos que le identifican con los de la Alemania nazi,
pero mediante las instituciones tradicionales, o sea, en este
caso, la Policía y la Guardia Civil. Eso sí, "auxiliados
por elementos de absoluta garantía".
Esos elementos son falangistas entusiastas de la represión,
que hay muchos. Porque continúa en funcionamiento la Delegación
Nacional de Información e Investigación, con sedes en muchos
municipios españoles. Hay más de tres mil agentes del partido
repartidos por toda la geografía nacional, que elaboran sin
descanso expedientes sobre sospechosos. En el año anterior han
escrito más de ochocientos mil informes y han elaborado fichas
sobre más de cinco millones de ciudadanos. Los miembros de las
delegaciones hacen informes constantes sobre la situación política
en cada lugar, sobre el estado de la opinión pública, y sobre
los antecedentes políticos de cualquier ciudadano que aspira a un
puesto de trabajo. Y tienen el privilegio de participar en
interrogatorios policiales y torturas en comisarías o
cuartelillos.
A veces, fuera de las dependencias judiciales. El ricino y
las palizas callejeras están a la orden del día.
Con el cambio de destino del conde de
Mayalde, los
falangistas dejan de ser los que encabezan este tipo de
investigaciones, pero están. Siguen estando.
Los investigados para el Archivo Judaico no son gente de
especial relevancia. Salvo en algún caso, como el del escritor
Samuel Ros, amigo íntimo del revolucionario Dionisio Ridruejo,
cuya condición de judío levantará las inquietudes de los
funcionarios nazis instalados en España. Se da la circunstancia
de que Ridruejo es también muy amigo del conde, con el que va a
compartir muchas jornadas en Berlín durante su discontinua
presencia en la División Azul, el contingente español que va a
marchar a Rusia a luchar contra el comunismo a las órdenes del
general Agustín Muñoz Grandes.
Los hombres de
Himmler, a los que el conde de Mayalde ha
dado el estatus oficial para que se muevan con soltura por el país,
reclaman a la Policía española que les dé detalles sobre las
actividades de Samuel Ros. Incluso se atreven a protestar porque
se le permita escribir en medios oficiales como el diario
falangista Arriba.
Otra de las circunstancias llamativas de la circular es que
rompe con el antijudaísmo clásico de la católica España. Para
la Iglesia, y por tanto para el régimen nacional católico
amparado por los cardenales Pla i Deniel y Gomà, un judío deja
de serlo si se convierte al catolicismo. Los nazis consideran que
se trata de una raza, y el conde de Mayalde expresa claramente su
concepción próxima a la de los seguidores de Hitler: los sefardíes,
que por "su adaptación al ambiente y su similitud con
nuestro temperamento poseen mayores garantías de ocultar su
origen". Hay un temperamento español y un origen judío.
La fecha en que se emite la circular tampoco es casual. En
España se debate desde hace meses la posibilidad de que el país
entre en guerra al lado de Alemania. Y los más furibundos
partidarios de esta opción son los falangistas revolucionarios,
los nacionalsindicalistas que admiran a Hitler y comprenden su política
de liquidación del judaísmo.
En Francia, las autoridades de
Vichy han puesto en marcha, sin necesidad de que los ocupantes
alemanes se lo pidan, un Estatuto Judío que incluye un censo. Ya
hay muchos miles de judíos franceses o apátridas recluidos en
campos de concentración en la zona de Vichy y en la zona ocupada.
En todos ellos la autoridad le corresponde a la policía francesa.
De esos campos saldrán los trenes de la muerte que conducirán a
casi todos los judíos franceses al exterminio en Auschwitz.
El más importante está al lado de París, en una localidad
llamada Drancy, donde catorce sefardíes españoles han sido
recluidos. Un diplomático llamado Bernardo Rolland de Miota, cónsul
general en París, intenta, contra las órdenes del embajador
Lequerica y del ministro Serrano Súñer, salvarles. No lo
consigue, aunque sí puede actuar a favor de otros dos mil que
reciben protección de su consulado. Serrano Suñer le hará pagar
por su desobediencia destinándole a un oscuro puesto africano.
Será declarado por la Fundación Wallenberg "Justo entre las
Naciones", un título al que se harán acreedores otros
diplomáticos españoles, como Sebastián de Romero, Eduardo
Propper, Julio Palencia, Ángel Sanz Briz o Carmen Schrader.
»LA REUNIÓN DE
WANNSEE. A las afueras de Berlín hay un plácido barrio de
casas residenciales donde muchos berlineses de posición económica
acomodada pasan los fines de semana. Antes para alejarse del
estruendo de la gran urbe. Ahora para eludir la incomodidad de las
alarmas aéreas. El barrio se llama Wannsee, y está construido a
las orillas del lago del mismo nombre.
Allí se solazan y descansan los responsables de la
Seguridad del Estado hitleriano. Los jefes de los Eisantzgruppen,
estresados, se recuperan del pesado trabajo de matar en masa a
tantos judíos, a tantos partisanos y comisarios bolcheviques. Lo
hacen en una casa adquirida por la Seguridad del Reich, que dirige
un asesino en masa llamado Reinhardt Heydrich.
Heydrich, el virtuoso violinista que, a las órdenes de
Himmler, desarrolla la matanza de los judíos, ha hecho balance, y
este no es nada bueno. Con gran esfuerzo y un enorme gasto de
munición y recursos, se ha conseguido matar solo a un millón de
judíos en números redondos, de los más de once que se calcula
que están en los territorios del Reich o en las zonas
conquistadas. Y lo que no cabe ya, a la vista de la reacción del
Ejército soviético, que ha detenido la ofensiva sobre Moscú y
Leningrado, es pensar en expulsar a todos los hebreos hasta los
montes Urales para que allí se extingan.
Hasta octubre de 1941, se ha conseguido que quinientos
treinta y siete mil judíos se marcharan de los territorios del
Reich. Unos quinientos mil, de Alemania y Austria; los treinta mil
restantes, de Bohemia y Moravia. Pero esta política está
realmente acabada, porque trae muchos problemas, en plena guerra,
negociar transportes, destinos e itinerarios.
Mientras a los de las repúblicas bálticas se les mata en
bosques o se les enrola por la fuerza en destacamentos de trabajo,
en Varsovia sigue habiendo un gueto poblado por decenas de
millares de judíos polacos que absorben recursos alimenticios,
que obligan a dedicar numerosas tropas a controlarles. No es
barato liquidar el problema judío. Los responsables de cada área
ocupada se las ven y se las desean para cumplir con una orden muy
vaga, la de que cada uno se las tiene que arreglar para matar a
sus judíos. Pero eso no es fácil. Hans Frank, el gobernador
general de Polonia, ha mostrado su desesperación hace pocas
semanas: "No podemos fusilar a esos tres millones y medio de
judíos, no podemos envenenarles, pero tenemos que ser capaces de
dar pasos para encontrar una forma de llegar al éxito en el
exterminio".
Es 20 de enero y en el palacio de
Wannsee, junto al lago de
aguas cristalinas, Heydrich ha reunido a los quince mejores
expertos en matanzas porque ha recibido la orden de poner de una
vez en marcha la "solución final" de ese problema. Hay
que tomarse en serio el asunto, y ordenar los métodos, convertir
el empeño en un sistema industrial eficiente en resultados
concretos y en términos de economía. Y la consigna debe carecer
de elementos que permitan la duda. A partir de ahora está claro
que lo que procede es matar a todos, absolutamente todos, los judíos
que se encuentran en territorios del Reich o en zonas
conquistadas. No solo en esas áreas, sino también en el resto de
Europa. Porque quedan muchos judíos en países rendidos o
aliados. En casi ninguno de ellos se va a encontrar ningún
problema para aplicar la solución. Sí en Italia, que es un
aliado dubitativo en este asunto, pero no hay quejas sobre la
actitud de Francia.
Hitler ha hecho hincapié varias veces en su "profecía"
de que, si se produjera una nueva guerra mundial, los judíos
desaparecerían de la faz de la tierra. Ahora ya no puede haber
vacilaciones. Ya hay una guerra mundial desde que Estados Unidos
se han enrolado en ella. Dentro de diez días, en un sitio público,
el Sportpalas de Berlín, el Führer va a insistir en ello:
"Esta guerra no tendrá un final como imaginan los judíos,
con el exterminio de los pueblos arios de Europa, sino que el
resultado de esta guerra será la aniquilación de la judería.
Por primera vez, la antigua ley judía será aplicada ahora: ojo
por ojo y diente por diente”.
No hay constancia documental de que en Wannsee se hable de
España. Se hace notar, simplemente, que allí hay seis mil judíos.
Pero su destino está claro, para cuando se pueda atender la
relación con este país. Lo seis mil están censados por algún
organismo del Gobierno, que ha pasado nota a los representantes
alemanes en la Embajada de Madrid. El censo que inició el 5 de
mayo de 1941 José Finat, conde de Mayalde, ahora embajador en
Berlín. Están todos localizados.
Una compleja serie de razones impedirá que España entre en
la guerra al lado de Alemania. Eso evitará que los nombres
incluidos en el Archivo Judaico pasen a formar parte de los
listados de Auschwitz.
A finales de 1945, los archivos de los ministerios de
Gobernación y de Asuntos Exteriores serán expurgados para que no
quede nada que demuestre que la mayor actitud de piedad de Franco
hacia los judíos fue dejar pasar a algunos, o soportar en
ocasiones la acción individual de los pocos diplomáticos que se
la jugaron por salvar vidas humanas.
El Archivo Judaico habría sido un hermoso regalo para
Hitler. Su conservación, una repugnante prueba de lo que los
falangistas de Ramón Serrano Suñer pretendían hacer con los judíos
españoles.
El cinismo franquista llegó al extremo cuando tuvo que
negociar con los aliados vencedores en la guerra la liquidación
de las deudas con Alemania. La delegación española se atrevió,
ante el escándalo de los representantes aliados, a pedir
compensación por los daños patrimoniales causados por los nazis
a los sefardíes de Tesalónica. El representante inglés McCombe
tuvo que recordar en la reunión que España jamás había
protestado por la persecución nazi contra sus compatriotas.
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