viernes, 5 de agosto de 2016

Judaísmo: guía introductoria con desarrollo de temas y colección de links (enlaces)

Judaísmo: guía introductoria con desarrollo de temas y colección de links (enlaces)





JUDAÍSMO, I. ESTUDIO GENERAL.



1. Historia y geografía. La historia del pueblo hebreo (v.), tan diferente de
las demás, se divide en edades, épocas y periodos muy distintos también de los
generalizados para la Historia Universal. La división más tajante de la misma es
la señalada por la Diáspora (v.), en el a. 70 d. C., que, al desaparecer Israel
como nación, dispersándose sus habitantes por todo el Imperio romano y hasta por
las más remotas regiones, escinde en dos partes totalmente dispares la historia
y destino de este pueblo, el cual seguirá, no obstante, siendo el mismo,
fundido, pero jamás confundido entre las naciones.

      Ahora bien, si lo que se intenta historiar es precisamente el j.
posbíblico, resulta difícil fijar sus comienzos, pues desde el punto de vista
judío habría que señalar en rigor la fecha del último libro del canon judaico,
tarea nada fácil, máxime teniendo en cuenta los dos cánones: palestinense, que
se atiene a la Biblia hebrea exclusivamente, y alejandrino, que admite los
libros sagrados compuestos en griego, llamados por los católicos «deuterocanónicos»
(v. BIBLIA II). Por otra parte, si en el término «posbíblico» se considera la
Biblia entera, es decir, también el N. T., hay que tener en cuenta que sus
últimos escritos aparecen antes del final del s. I. Por tanto, el calificativo
«posbíblico» adolece de imprecisión y resulta más bien convencional; aunque
aproximadamente se pueda considerar como tal al j. posterior a Jesucristo y al
N. T. en general. Desde un punto de vista literario, histórico y aun religioso,
parece lo más acertado considerar la situación del pueblo judío a partir del
momento en que «la profecía calló», finales del s. v a. C., y se inicia aquel en
que se clausura el canon bíblico del A. T. (ca. 200 a. C. para la Biblia hebrea,
100 a. C. para la Biblia griega), con una evolución bien marcada, de típicas
características. Señalar como divisoria entre ambas vertientes de la historia
judaica el año 70 d. C., o el 135, final de la sublevación de Barcoquebas (v.
MESIANIsmo, 2), equivale a dejar un lapso intermedio de dos a cinco siglos,
entre el hebraísmo bíblico y el j. posbíblico así considerado. Durante esos
siglos va surgiendo el rabinismo (v. RABINO) y la nueva literatura judaica,
antes de clausurarse la bíblica del A. T. Conviene, pues, partir de esa época,
aunque sus límites se presenten bastante difuminados (v. HEBREOS).

      Podría, pues, señalarse los siguientes grandes ciclos histórico-cultúrales
en el j. posbíblico: a. Intermedio o de transición: época anterior a la Diáspora
(?-70 d. C.); b. Diáspora: Edad Media judaica (70 d. C.-1492), subdividido en
dos épocas, oriental (70-950), subdividida, a su vez, en dos periodos:
romano-persa (70-622) y árabe (622-950), y occidental o hispano-árabe
(950-1492); c. Edad Moderna y Contemporánea: Cosmopolitismo (1492-1880),
dividido en dos periodos: ítalo-holandés (1492-1750) y centroeuropeo
(1750-1880); d. Edad Novísima: Sionismo (1880-actualidad).

      El término judaísmo, de variable significación según los tiempos, designa
esencialmente la religión judaica y también el pueblo judío en general, sus
instituciones y su cultura; es el equivalente de helenismo aplicado a la antigua
Grecia, o cristianismo, referido al mundo cristiano. Dada la estrecha
compenetración entre dichas facetas, mayor que en ningún otro pueblo, se impone
la necesidad de estudiar conjuntamente la historia, con su secuela de
vicisitudes; la religión. que abarca la vida entera, individual, familiar y
social; la producción científico-literaria y actividades múltiples del pueblo
judío en los ciclos mencionados.

      a. Periodo intermedio. Durante los siglos inmediatamente anteriores y el
subsiguiente a la era cristiana, desde la vuelta de la cautividad de Babilonia
hasta la Diáspora, cl pueblo judío estuvo sometido sucesivamente al dominio o
influencia de persas, griegos y romanos. En los 200 años de esa primera época
(537-330 a. C.) los repatriados judíos gozaron de paz y tranquilidad, y se
dedicaron plenamente a la reconstrucción de su nacionalidad, sus ciudades y
pueblos, su patrimonio literario y cultural. Contra la opinión hasta hace poco
muy generalizada de que fue ésa una epoca oscurantista, hoy se cree fundadamente
todo lo contrario. Los 70 años de cautiverio babilónico, bastante benigno, al
menos para gran parte de los deportados, en contacto con un pueblo y un ambiente
de alta civilización, beneficiaron a los doctores y selectos ingenios del pueblo
judío. La lectura y más asidua meditación de los libros sagrados, verdadera
ciudadela de Israel en las épocas y momentos de tribulación, entonces y siempre;
la firme esperanza en Yahwéh, la reflexión acerca del destino inmortal del
pueblo de Dios fueron otros tantos estímulos poderosos para el alma judaica
concentrada en sí misma. Los grandes profetas del exilio, Ezequiel (v.), Daniel
(v.) y, quizá, algunos más; los ilustres jefes políticos de los repatriados,
tales como Zorobabel (v.) el gran sacerdote Josué y sus «hermanos», como también
el gran doctor de la Ley Esdras (v.), figura cumbre en el j. posexílico y
Nehemías (v.), enérgico hombre de gobierno, además de varios profetas claramente
de esta época, como Ageo (v.), Zacarías (v.), Malaquías (v.), mantuvieron tenso
el espíritu de los reconstructores de la nación judía y contribuyeron a elevar
su nivel cultural, sobre el amplio sedimento del pasado, a un grado superior. De
entonces data la introducción de la escritura cuadrada o «asiria», la división
paulatina del canon bíblico (v.) en sus tres secciones, Toráh, Profetas
(primeros y posteriores) y Hagiógrafos (o «escritos sagrados» restantes), y la
redacción definitiva de varios libros. La tradición rabínica reconoce
unánimemente la parte preponderante que en esa magna labor cupo a Esdras (v.) y
sus discípulos, continuada con tesón y casi sin interrupción por los escribas
(v.). Algunos libros y Salmos, que se venían considerando anteriores al exilio,
fueron compuestos en esta época, según juicio cada vez más generalizado de los
escrituristas, p. ej., el Cantar (v.) y el Eclesiastés (v.), tradicionalmente
atribuidos a Salomón (v.), Job (v.), con toda probabilidad; gran parte de la
ordenación definitiva de Daniel (v.), etc. Particular mención merece el cambio
de lengua operado en el pueblo judío durante los años de la cautividad: el
hebreo (v. HEBREOS iv), la lengua santa, quedó confinado, hasta nuestros días,
al área sinagogal y académica, y fue sustituido por el arameo (v.), como lengua
oficial y vernácula, si bien durante bastante tiempo, quizá varios siglos, ambos
idiomas convivieron incluso en la misma esfera familiar.

      Al periodo persa sucede el griego. Tras la victoria de Alejandro Magno
(v.) sobre Darío 111, la cultura helénica se expandió por toda el Asia
occidental. Dicho periodo griego se divide en dos fases de influencia
notoriamente dispares, representadas por los Ptolomeos (v.) de Egipto (323-200)
y los Seléucidas (v.) de Siria (200-163). La primera se caracteriza por una
benigna tolerancia y protección a la cultura, con su secuela de paz y relativo
bienestar; en la segunda se desencadenó contra los judíos una furiosa
persecución con la intención de absorber y eliminar la religión y observancia de
la Ley mosaica, como supuestos obstáculos para la completa helenización de
Judea. Las épicas contiendas de los Macabeos (v.) y Asmoneos (v.i iniciadas el
167 a. C., que empezaron siendo religiosas y acabaron siendo civiles, expulsaron
de Palestina (v.) a los invasores sirios, lográndose la autonomía religiosa y,
al par, la política con Simón Macabeo (145 a. C.).

      Sigue el periodo asmoneo a lo largo de un siglo; Judea volvió a ser una
nación libre, regida por soberanos de la familia asmonea, que juntaron la
dignidad sacerdotal con la regia, desde el susodicho Simón. Le sucedió su hijo
Juan Hircano. En la lucha fratricida que estalló entre los últimos asmoneos
(v.), Hircano II y Aristóbulo 11, el general romano Pompeyo, que a la sazón
realizaba una campaña en Oriente, intervino a favor del primero, penetró en
Jerusalén y dejó a éste, con el título de Sumo Sacerdote y Etnarca, pero no el
de rey, como tributario y dependiente de Roma (63 a. C.). Judea no volvió a
recoorar su independencia. Durante el gobierno y monarquía de los Asmoneos hubo
un esfuerzo en pro del mejoramiento agrícola e industrial; se organizaron los
partidos político-religiosos (v. SADUCEOS y FARISEOS), que tanta influencia
habían de ejercer después con alternante prevalencia, y se realizaron notables
reformas en la administración estatal, sobre todo bajo el gobierno de Juan
Hircano, durante el cual se constituyó el Sanedrín (v.), y prosiguió la
actividad literaria, exégesis bíblica, ordenación jurídica e instrucción, que
tan copiosos frutos había de aportar durante el milenio siguiente en las
Academias de Palestina y Babilonia.

      «Durante el periodo romano tuvieron lugar los sucesos más trascendentales
de la historia de Israel, que constituyeron la clave de su vida anterior y todo
el A. T., al par que son el inicio de una nueva existencia como pueblo, casi de
un nuevo Israel, aunque fuertemente enraizado en el tronco racial, psicología y
tesoros espirituales del antiguo. Sin esos sucesos no tendría explicación los
dos mil años anteriores, ni los dos mil posteriores de la historia de ese
pueblo. El proceso de helenización, incoado dos siglos antes, siguió avanzando
en el presente, puesto que el griego y la cultura helénica predominaban en todos
los países del Asia Occidental, Egipto y Península balcánica. Tres ramas
vigorosas del árbol de Israel se nutren de fecunda savia griega durante este
periodo: la literatura rabínica, que sigue su desenvolvimiento iniciado casi
desde el retorno mismo del exilio babilónico...; la judeo-helenística, que llega
a adquirir notable pujanza, con figuras de primer orden, como Filón (v.), Flavio
Josefo (v.) y otros; y la judeo cristiana, que pone los cimientos de la Iglesia
(v.) y con ella los de la civilización occidental» (D. Gonzalo Maeso, o. c. en
bibl., 356). V. t. JESUCRISTO 1, 3; CRISTIANISMO.

      b. La Diáspora. (Galut en hebreo, Galutá en arameo) o gran dispersión del
pueblo judío por todo el orbe, tras la primera guerra contra Roma, que terminó
con la ruina de Jerusalén y destrucción de su Templo (v.) en el 70 d. C., había
comenzado en realidad ya antes, no después de la primera eversión de la Ciudad
Santa y el Templo salomónico por Nabucodonosor (587 a. C.), como dice Dubnow en
su Historia judía, sino desde la deportación del Reino de las Diez Tribus (722,
a Nínive, por los asirios), que no volvieron jamás a la tierra de sus mayores.
Esa forzosa disgregación y dispersión mundial que culmina en el 70 d. C. es la
catástrofe mayor que registra la historia de Israel. El mismo genocidio
perpetrado por los nazis (1933-45) quizá no igualó en consecuencias
político-sociales (que derivaron hacia metas insospechadas) al cataclismo del 70
d. C., con su apéndice del 135. Después de Jesucristo y de los acontecimientos
del año 70, se inicia una era tan distinta en la vida del pueblo judío, que bien
puede considerarse como el principio de su Edad Media, que aún tardará 400 años
para Europa.

      La división dicha en dos épocas bien marcadas, oriental y occidental,
refleja la especial situación y actividades judaicas en las comunidades de
Oriente y Occidente. Sin embargo, unas y otras coinciden e que su historia
externa será la del país al que se halen incorporadas; la propia será la
interna, anclada en la religión, cifrada en la Biblia (A. T.), que será ya su
verdadera patria y en torno a la cual florecerá una riquísima y variada
literatura: Targum, Talmud (v.), Exégesis escrituraria, Cabalismo (v.), Poesía
religiosa, Ciencias del j., etc. Pero además hay que considerar otra faceta en
esta historia de Israel, otros anales suyos particulares, que estriban en sus
relaciones, ora amistosas, otra de tolerancia, otra de animadversión, odio y
persecución, por parte de los ciudadanos y gobernantes de las naciones de su
residencia. También en este aspecto, de tan fluctuantes vicisitudes, hubo
coincidencia en casi todos los países, sin más variación que la del tiempo y
determinadas circunstancias.

      En Oriente (Palestina, v., y países adyacentes, como Egipto: v. ALEJANDRíA
v), apenas finalizada la guerra contra Roma y hundida la nacionalidad judía,
surgieron Academias judías en competencia de actividad intelectual, que
prosiguieron su varia labor durante la dominación sasánida, e igualmente después
bajo el Islam (622-950). En esas Academias se elaboraron obras colectivas, como
los Targumes, Talmudes y abundante Jurisprudencia, la Masorá, la Cábala, y otras
particulares, de carácter lingüístico, exegético, poético, científico, etc.
Traspasado a Occidente, y más concretamente a la España musulmana y cristiana,
el centro y cetro de las letras hebraicas a mediados del s. x, época del
Califato cordobés, se dio durante cinco siglos un florecimiento cultural de
envergadura, representado por la literatura judeo-árabe y la específicamente
hebraica, con características de época áurea, con su iniciación rápida, culmen
mantenido y honroso declivio, cual no se ha registrado después, y en la que
brillaron eximios escritores, muchos de ellos de talla universal (v. SEFARDÍES;
HISPANO-HEBREA, LITERATURA). En los principales países europeos aparecieron
también en el Medievo algunos ilustres maestros, cuyos escritos y actuación
constituyen timbre de honor del j.

      c. Cosmopolitismo. La expulsión general de los judíos de la península
Ibérica (1492 y 1497) y, antes o después, de otras naciones europeas abre una
nueva perspectiva en la historia de Israel en la Edad Moderna. Nuevos núcleos de
población judaica surgirán en diversos países: Italia, Holanda, Balcanes, Norte
de África en el periodo ítaloholandés, coincidente con la Edad Moderna, y en la
Europa Central, Alemania, Austria, Polonia, Lituania, Rusia, etc., en el
subsiguiente periodo centro-europeo, correspondiente a la Edad Contemporánea. Al
final afluyen a Palestina colonos cuyo número irá en aumento y que llegarán a
representar un papel insospechado.

      La literatura, antes netamente rabínica, es decir, obra de rabinos y
maestros del j. o inspirada por ellos, adquirirá ahora un carácter universal y
cosmopolita: se escribirán toda clase de obras literarias y científicas por toda
clase de personas. En el campo de las letras aparecen en esos países muchas y
notables figuras.

      d. Sionismo. El último ciclo, Edad Novísima, también anticipada en varios
decenios a la universal, está regida por el Sionismo (v.), fundado por Theodor
Herzl (v.). El afincamiento de judíos en Palestina y la emigración masiva al
Nuevo Mundo e Inglaterra cambian la faz de la Diáspora judía. A partir del
penúltimo decenio del s. xix se recrudece en Europa el antisemitismo,
principalmente en Rusia (1881 Sur de Rusia, 1903 Kichinev en Besarabia, 1919 en
Ucrania), que tendrá también cruentas manifestaciones en Palestina (1929) a
manos de los árabes y culminará después en la hecatombe hitleriana.

      Los máximos acontecimientos ocurridos en este último ciclo son: el
exterminio por los nazis de un tercio de la población total y casi todo el j. de
la Europa Central y Balcanes, principalmente durante la 11 Guerra mundial, y, en
segundo lugar, la creación del Estado de Israel (v.) en mayo de 1948, previo
acuerdo de la ONU, que hubieron de hacer efectivo, en contienda contra los
países árabes circunvecinos, los judíos residentes desde hacía varios decenios
en Palestina. Estos dos hechos trascendentales en la moderna historia de Israel
no dejan de tener relaciones, aunque parezcan contrapuestos, y han cambiado
profundamente la faz del j. mundial. Por otra parte, el antisemitismo no ceja en
bastantes países: en Rusia, donde continúan, sin poder emigrar, unos cuatro
millones de judíos; en los países árabes del Asia occidental, Egipto y Norte de
África, terminantemente opuestos a la creación y mantenimiento del Estado de
Israel. En cambio, las comunidades judías, o simples individuos, ya que muchos
mantienen muy tenues los lazos comunitarios y religiosos, de América, sobre todo
del Norte, Inglaterra y algunos otros países europeos, gozan de bienestar y vida
pujante en todos los órdenes.

      En el orden cultural, como fruto preparado por los escritores judíos de la
Edad Moderna y la Contemporánea, y merced a la labor de una pléyade de
filólogos, aparece el neo-hebreo. La milenaria lengua bíblica, renovada varias
veces a lo largo de veintitantos siglos (rabínico posbíblico o misnaico, hebreo
medieval, hebreo moderno; v. HEBREOS v), revive y muestra capacidad como
cualquier lengua del s. xx, escrita y hablada, apta para los usos de la vida y
la cultura actual, con precisión y lucidez en la expresión científica o
literaria. Se publican enciclopedias (generales, bíblicas, talmúdicas, en hebreo
y otras lenguas europeas), se funda la Universidad Hebrea de Jerusalén (1925),
se publican revistas y obras sobre diversas ramas del saber, se traducen las
obras maestras de la literatura universal, etc. «Mientras los judíos de la
Europa central y oriental -dice U. Cassuto- iban creando una nueva literatura
hebraica de tipo europeo y de inspiración europea, los de Oriente, sin contacto
alguno con la joven literatura de sus hermanos lejanos, seguían las viejas
formas y los viejos paradigmas... Pero incluso en las poesías compuestas en
estas viejas formas y según estos viejos paradigmas se siente todavía latir la
antigua vitalidad milenaria, y se oyen acentos notables y dignos de ser
escuchados, aunque no fuera más que como continuación ininterrumpida de la
antigua tradición, con la cual la literatura del mañana deberá reenlazarse, si
verdaderamente aspira a volver a las fuentes de su vida» (Storia della
Letteratura ebraica, 190-191).

      2. Vida interna. El pueblo hebreo en la Diáspora, aún carente de Historia
nacional, debido a su situación política, mezclado, aunque no diluido, entre
todos los pueblos del globo, no tiene otra vida política que la de los países
donde reside, de cuyas vicisitudes necesariamente ha de participar, y, aun en
ocasiones, masivamente por la acción preponderante de algún personaje de su
estirpe encumbrado a las altas esferas. Paralelamente a esa vida externa y
extraña, los judíos desarrollaron de modo constante y uniforme, con' hondas
vinculaciones y relaciones a escala internacional, su vida interna como reflejo
de su trama espiritual, ideológica y sentimental, tan rica y variada.

     

      a. Situación jurídica de los judíos en la Diáspora. El hermético
aislacionismo impuesto al pueblo hebreo en los antiguos tiempos por razones
fundamentalmente religiosas y de preservación de la estirpe, como «pueblo de
Dios» (v.), y de las santas revelaciones de que era depositario hasta el Mesías
(v.), hermetismo mantenido tenazmente por los judíos a través de las edades,
tenía que conjugarse en la Diáspora con la forzada convivencia entre los
ciudadanos de los países donde radicaban, y surgió el qahal (voz hebrea) o
judería, la aljama (voz árabe: alyama'a), «reunión, comunidad» de judíos (o
también de moros), el vicus iudaeorum (expresión latina medieval), el mel.lah
(voz marroquí), el ghetto (voz de oscura etimología, tal vez italiana), nombres
todos expresivos, según los tiempos y lugares, del típico barrio judío.

      Antes del a. 70, los que moraban en Palestina tenían el status civitatis
correspondiente, y el Derecho romano les otorgaba la condición de peregrinos;
pero en las ciudades griegas eran extranjeros de nacionalidad judía, sin derecho
de residencia o domicilio los xénoi, o con él los pároikoi, o bien metecos, es
decir, extranjeros allí domiciliados sin esperanza de volver a su patria de
origen. Los judíos de esta última categoría eran los más numerosos. A partir de
la nueva situación creada a los judíos desde el a. 70, se distinguen: 1° los que
son ciudadanos griegos, tales como los residentes en Alejandría, Antioquía,
etc.; 2° los que eran ciudadanos romanos, como Flavio Josefo; y 3° los
peregrinos. La Lex Antoniana de civitate, promulgada por Caracalla en 212,
suprimió toda distinción entre judíos ciudadanos y no ciudadanos; todos por
igual se hallaban en posesión de los derechos y deberes inherentes a los
ciudadanos romanos. Iudaei romano et communi iure viventes, dice el Código de
Teodosio. Tal consideración la conservaron los judíos, al menos al principio, en
algunas legislaciones aun después de la caída del Imperio de Occidente, p. ej.,
entre los ostrogodos, lombardos y visigodos.

      En siglos posteriores y bajo situaciones políticas bastante distintas, la
comunidad o agrupación judaica está confinada, aunque no de modo absoluto por lo
que a sus miembros se refiere, en un barrio de la ciudad, villa o aldea, que se
rige, de puertas adentro y en la esfera espiritual y privada de sus componentes,
por sus leyes ancestrales, profesa la religión mosaica y está integrada, por lo
demás, en el complejo político-social del país, participa en las actividades
comunes del mismo, habla y escribe en la lengua oficial y vernácula, pero sin
gozar de la plenitud de los derechos políticos y está sometida a especiales
impuestos o gabelas, sobre todo, en los países musulmanes, al emblemático de
esta situación de inferioridad, la capitación o «contribución por cabeza». Los
judíos son, en expresión arábigo-islámica, 'ahel al-dimma, «la gente del
tributo», pero son también «en las cosas comunales, como cualesquiera otros
vasallos», en expresión de las Partidas de Alfonso X el Sabio. En periodos de
especial tirantez o exacerbada judeofobia, tanto en los países musulmanes como
en los cristianos -incluso en la Alemania nazi- se les obligaba a llevar un
distintivo especial de su condición de judíos: son las llamadas divisas en la
Edad Media, que tanto dieron que hablar y hacer en determinadas ocasiones.

      La organización de la aljama, de abolengo talmúdico, presenta un sello
peculiar en España, dentro de su antigua configuración. Sus limitaciones en el
orden político, civil y penal, consecuencia del especial estatuto político que
pesa sobre ese pueblo, se remontan a los tiempos mismos de la dominación romana
en Palestina, cuando ésta perdió su independencia, como ya dijimos, pero con
mayores restricciones. Entonces Judea era una provincia del Imperio; en la Edad
Media, y antes, desde la Diáspora, los judíos constituyen núcleos de mayor o
menor cuantía, enquistados dentro de una población extraña, tolerados a lo sumo,
perseguidos y vejados con frecuencia. Tienen sus autoridades y dirigentes
particulares en lo religioso y en lo social, judicial y cultural. El rabbí (v.
RABINO) ha sustituido prácticamente, casi diríamos ha destronado, al antiguo
kohén o sacerdote, y es el personaje clave en la vida israelita: oficiante
sinagogal, consultor universal, maestro y doctor de la juventud, docto en las
ciencias judaicas y en las demás, escritor y poeta a menudo.

      Los antiguos «ancianos (v.) de Israel», consejo o senado, son en las
aljamas medievales personas constituidas en dignidad, los funcionarios comunales
llamados bérurim, «elegidos» o diputados; muqdamim, «adelantados», como los de
Castilla y Aragón de este nombre; ne'emanim, «fideicomisarios». Existe también
una corporación de ya°asim, «consejeros», notables o ancianos, los Diez, los
Veinte, los Treinta, según su cuantía y la importancia de este Consejo. Los
decretos, leyes, disposiciones gire se promulgasen, siempre a tenor de la
minuciosa legislación talmúdico-rabínica, que informa todo el j. posbíblico,
recibían la denominación de taqqanot, «ordenaciones» o «instituciones». La pena
más terrible que se imponía era el herem, especie de excomunión latae sententiae,
de tal trascendencia, aun en lo humano, que hasta podía acarrear la ruina social
y económica del inculpado. Otras, como el nidduy, a modo de anatema o excomunión
menor, revestía menor gravedad, aunque apartaba al incurso de la comunidad y de
ciertas prácticas religiosas.

      En el orden material, como hemos indicado, la judería era un recinto, a
veces hasta amurallado, de calles angostas y casas apiñadas, como puede
observarse en el mel.lah de cualquier ciudad marroquí o en los ghettos de las de
Italia, países centroeuropeos y Balcanes, donde vivían hacinados, con todas sus
consecuencias, la mayoría de los judíos residentes en tales poblaciones. Sin
embargo, no ha de creerse que tal separación, ya existente en Alejandría en la
época helenística, donde los judíos ocupaban dos barrios espléndidos, fuera
impuesta sistemáticamente por los reyes o autoridades del país, como vejatoria
discriminación u ominoso apartamiento. Más bien eran los propios judíos quienes
preferían vivir así unidos, por su propia conveniencia y hasta por razones
defensivas. Casi podría decirse que la judería constituyó a veces una pequeña
ciudadela contra los asaltos y saqueos, que tran triste recuerdo dejaron tantas
veces; pero su mejor defensa estaba a veces en los palacios de los reyes y
magnates, cuando vivían en ellos o los frecuentaban altos personajes de estirpe
judaica, fieles protectores de sus correligionarios; p. ej., cuando Jaime I
conquistó Valencia (1239), ofreció a los judíos un barrio especial, como
señalado favor. Sin embargo, el ghetto vino a convertirse en una cuasiprisión,
que no podían abandonar sus moradores por la noche ni tampoco en ciertas
solemnidades cristianas, so pena de castigo, por la imprudencia que implicaba.

      b. Religión e instituciones. El judaísmo, término complejo y hoy de más
complicada definición que nunca, ha sido en el curso de los siglos, antes todo y
sobre todo, una religión, y, en segundo término, una cultura y una forma
integral de vida, profundamente influenciadas por esa religión, la del Antiguo
Testamento (v.), que en consecuencia, resulta, con toda su secuela, la verdadera
clave para comprender y explicar la más que trimilenaria, desde Moisés, historia
de ese pueblo. Es también el principal, ya que no el único, módulo de
discriminación entre judíos y no-judíos (los goyim). Por tanto, es acertada la
definición que se da en el Título 24 de la Partida VII: «Judío es dicho aquel
que cree et tiene la ley de Moisén, segunt que suena la letra de ella, et que se
circuncida et fage las otras cosas que manda esa su Ley. Et tomó este nombre del
tribu de Judas, que fue más noble et más esforzado que todos los demás tribus».
Por ello, un converso del j. a cualquier otra religión deja de ser judío, lo
mismo hoy que en tiempo de los Macabeos, para casi todos los efectos, lo cual no
impide que haya, hoy como siempre, remisos y casi indiferentes por completo en
la observancia de la religión mosaica; pero, no habiendo abjurado formalmente de
ella, sigue perteneciendo de corazón y por su formación intelectual, troquelada
en el molde judaico y en sus viejas tradiciones, a su pueblo y estirpe. En
cuanto al concepto y valor de raza, hoy en crisis respecto a todos los pueblos,
ya es imposible, al cabo de tantas mezclas, hallar razas puras; el pueblo judío,
diseminado por todo el mundo, no podía, él menos que ninguno, sustraerse a esa
ley universal. En el aspecto etnológico, más que de judíos, tienen de españoles,
italianos, alemanes, polacos, ingleses o norteamericanos, según los casos y
procedencias.

      Hoy día, en el terreno religioso se marcan notables diferencias entre los
judíos; así, p. ej., en los Estados Unidos se distinguen tres clases: ortodoxos,
conservadores y reformados o reformistas. En la Edad Media, principalmente en
España, núcleo principal del j., pese a la diversidad de origen y a los siglos
transcurridos desde la Iudaea capta por las legiones de Tito y a la distancia
finis-terrenal de los grandes centros conservadores de las esencias espirituales
del antiguo j. en Palestina y Mesopotamia durante el primer milenio de nuestra
era, conservaron tenazmente su religión, sus ancestrales instituciones y sus
estatutos y tradiciones patrios, que, guardados por Israel, guardaron a Israel,
preservándole de su desaparición como pueblo. Hubo también muchos conversos al
cristianismo, algunos de los cuales llegáron a ser notables teólogos (V.
APOLOGÉTICA TI, 2).

      La sinagoga (v.), como templo, era el centro de la vida religiosa,
cultural y comunal de las agrupaciones judías. Dondequiera radicaba un núcleo
judaico, allí surgía una sinagoga. Las cortapisas que musulmanes y cristianos
impusieron a este respecto son conocidas. En épocas de intransigencia o mínima
tolerancia, sólo se permitía reparar las ya existentes, y ni por su altura ni
por su elegancia podían destacarse entre los edificios colindantes. Pero los
judíos españoles aprovecharon los periodos o reinados en que gozaban de mayor
libertad y prosperidad para levantar espléndidos templos, nunca comparables, sin
embargo, con las suntuosas mezquitas y menos aún con las extraordinarias
catedrales románicas o góticas de la España cristiana. Con todo eso, es digna de
admiración la de Samuel Abulafia, erigida durante el reinado de Alfonso X,
transformada posteriormente en iglesia (Santa María la Blanca) en Toledo, y la
del Tránsito, edificada en la misma ciudad gracias al valimiento del famoso
tesorero de Pedro 1.

      En cuanto a las instituciones que se proyectan sobre la vida individual,
familiar y social, lo mismo que la religiosa, tan relacionada con ésas,
acomodábanse a los dictados y prescripciones del Talmud (v.), código fundamental
del j. en la Diáspora. El número de obras y comentarios jurídicos elaborados por
los rabinos españoles durante los cinco últimos siglos medievales, entre los que
se destacan varios de Maimónides (v.), singularmente su obra cumbre jurídica
Misné Toráh, llamado Código de Maimónides, admirable sistematización de todo el
mare mágnum talmúdico, demuestran el vivo y constante interés de las comunidades
y sus individuos por ajustar su vida y su conducta a los estatutos de sus
mayores. También es digno de mención el Código Rabínico titulado con expresión
bíblica Sulhán `Arúk («La mesa preparada», Ps 23, 5), por el que se rigen desde
el s. xvi las comunidades judías, sobre todo las sefardíes; fue obra del español
expulso José Caro.

      c. Credo y Moral. La religión, en la forma representada por el yahwismo,
con su minuciosa reglamentación mosaica, tanto dogmática como moral, canónica,
ritual, jurídica y social, conforme aparece en. el Pentateuco (v.), o Toráh
fuertemente vinculada con la Alianza (v.) entre Yahwéh y su pueblo, constituye
el credo nacional, y es el alma y nervio de toda la historia y del «misterio» de
Israel. Los profetas, sacerdotes y supremos jerarcas confirmaron y completaron
aquellos estatutos y prescripciones durante la época bíblica y la subsiguiente,
hasta la catástrofe nacional del año 70 después de Jesucristo. La religión
mosaica marcará la impronta perpetua de Israel a través de los siglos. El
rabinismo, supremo y único dirigente espiritual del pueblo judío durante el
bimilenio siguiente a Jesucristo, conservó como sagrado patrimonio la religión
de sus mayores, pese a las facciones, partidos políticoreligiosos, diversidad de
escuelas y corrientes ideológicas o tendencias que durante todo ese tiempo se
han manifestado en el seno del j. La Toráh, con todas sus derivaciones, siguió
siendo la más firme columna de Israel.

      Esa religión, que tiene en el Éxodo (v.) y el Levítico (v.) no solamente
su clara formulación, sino su sacerdocio y culto externo, sus fiestas cardinales
(v. FIESTAS II), sus normas taxativas de observancia, su santuario, el
Tabernáculo, que siglos después se trocará en maravilloso Templo, símbolo al par
religioso y nacional (v. TEMPLO II), al ser destruido éste y dispersada la
nación judía, cambió radicalmente su estructuración formal por imperativo de las
nuevas circunstancias, tratando de salvar del naufragio sus valores
espirituales. La sinagoga y su liturgia (v. ii) sustituyeron a los antiguos
sacrificios (v.) cruentos y prácticas culturales del Templo. La oración, siempre
a base de la salmodia bíblica, pero con nuevas manifestaciones de piedad; los
ayunos, también amplificados en función penitencial y subsidio de la plegaria;
las limosnas, como instrumentos de caridad y solidaridad con el prójimo,
constituyeron un variado complejo que se recogió y estructuró en la multiforme
literatura rabínica, religiosa, litúrgica, poética, jurídica, ascética y
mística. La Ley oral, expansión y complemento de la escrita, plasmada en la
Miiná y sus vastos comentarios que forman los dos Talmudes (v.), jerosolimitano
y babilónico, fuentes a su vez de una inmensa floración jurídica; la Cábala (v.
CABALISMO), con sus abstrusas interpretaciones de la S. E.; los mahzores o
rituales del culto, variables según los países y comunidades, y, en fin, los
poemas religiosos, son otras tantas manifestaciones del sentimiento religioso
fuertemente anclado en el alma israelita.

      Las instituciones mosaicas siguen en pie, ampliadas o modificadas en
numerosos casos con las traditiones seniorum aludidas en los Evangelios, y, como
base fundamental religiosa, social, incluso de alcance psicosomático, persiste
inconmovible la observancia del Sábado (v.), que salvaguardó quizá más que
ningún otro factor la religiosidad y el vigor espiritual y corporal de Israel en
la Diáspora.

      La sutileza rabínica elaboró, siempre basándose en la Toráh, una larga y
complicada serie de preceptos (miswót) en número de 613, de los cuales 248 se
llaman positivos, y los 365 restantes, negativos. Esta numeración y distinción
se encuentra ya en un autor del s. vIII d. C. y arraigó hondamente en la-
literatura rabínica. La enumeración de todos ellos puede verse al principio del
Misné Toráh, la magna obra o «Código» de Maimónides. Por otra parte, la
actividad del pueblo judío, aguzada por el estudio constante del Talmud, con sus
interminables discusiones, y las lucubraciones cabalísticas, el contacto con la
filosofía y la cultura de otros pueblos y la milenaria convivencia en el
Cristianismo y el Islam, hicieron aflorar nuevas ideas en determinados
pensadores y esferas del j. medieval y posterior, influencias que en muchos
casos han sido recíprocas.

      No obstante, la teología judaica, considerada en su conjunto, se muestra,
al menos en su estructuración formal, bastante escasa de contenido, imprecisa y
falta de sistematización; muchos problemas capitales no los aborda o lo hace de
modo vacilante y oscuro. Inútil sería buscar una formulación taxativa de dogmas
en la religión judaica de la Diáspora. Mendelssohn llegó a afirmar,
temerariamente a nuestro juicio, que el j. era una religión sin dogmas, ya que
en ninguna parte del A. T. se establece la obligación de creer; sin embargo, él
mismo incorporó a su sistema filosófico la revelación del Sinaí como fundamento
de toda religión.

      Muchos siglos antes algunos doctores judíos habían formulado ciertos
principios fundamentales de tipo dogmático. El caraíta Yehudá Hadasí (ca. 1150)
estableció diez; pero la formulación que se hizo más popular entre los judíos
ortodoxos fue la de los Trece artículos (de la fe) de Maimónides, en su
comentario a la Misná (tratado Sanhedrín, X). Son los siguientes: 1° existencia
de Dios; 2° unidad de Dios; 3° espiritualidad e incorporeidad de Dios; 4°
eternidad de Dios; 5° obligación de adorar solamente a Dios; 6° revelación por
los profetas; 7° preeminencia de Moisés entre los profetas; 8° suprema jerarquía
de la Toráh; 9° identidad de la Toráh con las leyes divinas promulgadas en el
Sinaí; 10° omnisciencia de Dios; 11° retribución divina como premio o castigo
por los actos humanos; 12° certeza de la venida del Mesías; y 13° resurrección
de los muertos. El rabino Yosef Alho (s. xv) los resumió en tres: 1° creencia en
Dios; 2° divinidad de la Toráh; y 3° justa retribución en la vida futura. No
obstante, hay que advertir que, a pesar de la reputación de estos doctores, esas
sistematizaciones nunca gozaron de autoridad infalible.

      En la edición abreviada del Sulhán `Arúk, antes citado, de José Caro,
preparada por José Pardo, rabino de Amsterdan (1928), van al principio los diez
mandamientos siguientes, yuxtaposición de los seis y los cuatro inculcados por
dos autores: 1° Creer en Dios (bendito sea); 2° no creer en ninguno otro fuera
de Él; 3° reconocer su absoluta unidad; 4° amarle con todo el corazón; 5°
temerle constantemente; 6° no seguir las instigaciones del corazón y de los
ojos,; 7° adherirse a Él; 8° recordarle (bendito sea) continuamente; 9° no
olvidarse de Él; 10° no ser soberbio. Total: ocho positivos y dos negativos, y
el conjunto de los diez corresponde al número de los Diez mandamientos del
Decálogo (v.), y a las Diez palabras mediante las cuales fue creado el mundo. Se
observará que esta última serie presenta una marcada orientación práctica en
orden a la vida espiritual.

      El tema trascendental de premios y castigos como sanción de la conducta
humana por Dios en la otra vida -11° de los susodichos Trece artículos de
Maimónides-, vagamente delineado en el A. T. (v. RETRIBUCIÓN) y relacionado con
el abstruso problema del sufrimiento del justo, que se plantea en el libro de
lob (v.) y otros lugares del A. T., p. ej., en jeremías (v.) y Ezequiel (v.),
aparece tardíamente en la teología rabínica. La idea bíblica predominante es más
bien inculcar al hombre una absoluta sumisión y obediencia a Dios, su Creador y
Señor absoluto. Los designios de Dios son inasequibles al hombre, por lo cual
éste debe servirle incondicionalmente, sin pensar siquiera en la retribución
futura; las buenas acciones llevan su premio en sí mismas. No obstante, se
establece clara distinción entre el mundo presente y el futuro, en el cual se
espera la condigna retribución. En el tratado misnaico 'Abót (v. TALMUD), que
contiene las máximas favoritas de los doctores que elaboraron la Misná, se
encuentran frecuentes alusiones.

      En cuanto al concepto tradicional y el moderno de los diversos sectores
judaicos acerca del mesianismo, 12° de los mencionados Trece artículos, Y.
MESíAS y MESIANISMO.

      El j. conservador actual sigue manteniendo fundamentalmente la creencia en
dichos principios o artículos de una u otra forma como materia de fe; en cambio,
los reformistas o liberales introdujeron notables restricciones, aunque las
divergencias entre unos y otros se refieren más bien a observancias prácticas
que a puntos esenciales de doctrina. No pocos de los últimos, que tal vez
habrían abandonado la religión mosaica, hallaron una solución en el reformismo,
que con sus cambios y adaptaciones parecía resolver espinosos problemas de la
vida ordinaria. También es un hecho reconocido por los propios judíos que, en
muchos casos, el reformismo fue un paso hacia la conversión al cristianismo
(como ocurrió a la mayoría de los hijos de Mendelssohn). Por otra parte, muchos
eruditos judíos cayeron en el racionalismo, con su secuela de rechazo de las
leyes y normas bíblicas, que, a su juicio, no parecían tener justificación en
los tiempos modernos, abandonando así diversos sectores del j. la religión
mosaica.

      Finalmente, añadiremos que, al mismo tiempo que grandes lazos espirituales
unen a cristianos y judíos, los dogmas fundamentales que marcan la máxima
separación entre ambos son: el de la Sma. Trinidad (v.), con los misterios que
del mismo se deducen (Encarnación, v., Eucaristía, v., etc.) y la doctrina
relativa al pecado original (v. PECADO); en definitiva los que se deducen de la
no aceptación de Jesucristo.

      d. Cultura. Los judíos en la Diáspora, ya desde los tiempos de la época
alejandrina -e incluso en el cautiverio de Nínive y en el de Babilonia-
empleaban en cada país la lengua vernácula del mismo como lengua materna, y en
ella compusieron muchas de sus obras, rivalizando a veces en cuanto a maestría
con los mismos hablantes del país respectivo. Al extenderse el Islam por las
regiones donde radicaban núcleos importantes de población hebrea, Palestina,
Siria, Mesopotamia, el habla aramea que imperaba hacía muchos siglos fue
suplantada por el árabe, que los musulmanes imponían a la par de su credo, y aun
con mayor amplitud, al establecerlo como lengua oficial de los países
conquistados, en los que, sin embargo, se toleraba, de acuerdo con el Corán, a
los adeptos del j. y al cristianismo. Como consecuencia, los judíos de esos
países compusieron en árabe obras importantes, en prosa y en verso, algunas,
como las del genial Saadías ha-Gaón, de mérito relevante en diversas ramas. De
igual modo, los judíos españoles, que hablaban el latín en la época romana y en
la visigoda, sustituyeron esa lengua por la arábiga al penetrar en España los
musulmanes y adueñarse de casi toda la Península, y por las lenguas romances
cuando éstas fueron surgiendo a compás del nacimiento de los reinos cristianos
del Norte. La literatura judoo-árabe, de gran calidad, pieza importante en la
historia literaria y científica del Medievo, comprende toda clase de obras
realizadas por escritores judíos en estilo puro y elegante, de típicas
características en el fondo y en la forma (v. t. YfDICA, LENGUA Y LITERATURA).

      e. Actividades. El pueblo judío se ha distinguido en todo tiempo y lugar
por una entrañable devoción al trabajo. ¿Qué actividades ejercieron en los
países donde residían en la Edad Media, y antes y después? Para España estamos
bien documentados: todas las que se practicaban entonces en los ámbitos musulmán
y cristiano. La famosa Pragmática de Da Catalina de Láncaster (1412) contiene
una treintena de profesiones u oficios vedados a los judíos y es un elenco
bastante completo de las usuales en aquel tiempo, que venían siendo practicadas
por los judíos españoles. Buen número de conversos, como Pablo de Santa María
(v.), escaló las más altas dignidades eclesiásticas, y otros lograron emparentar
con miembros de la nobleza de Castilla, lo cual, andando el tiempo, originaría
dificultades y resistencias en las llamadas «investigaciones de limpieza de
sangre».

      f. Presente y futuro del judaísmo. La instauración del nuevo Estado de
Israel (v.) ha abierto una era no sólo totalmente nueva, sino llena de problemas
y de incógnitas, de perspectivas incalculables, tanto en el orden religioso,
como en el político, social y cultural. Pero este presente, tan imprevisto para
muchos, hunde sus profundas raíces en un pasado remoto, pues Palestina (v.), con
todo lo que representa, es el símbolo y estrella de la unidad espiritual de los
judíos, de su voluntad de subsistencia y hasta de su genio creador. La obra
realizada allí en el transcurso de pocos lustros y en el espacio de pocos
kilómetros habla por sí misma. Las aspiraciones de sus moradores son sin duda
grandes, como lo son los problemas suscitados a la vieja población árabe-palestina;
las dificultades que ofrece la tierra en el orden agrícola e industrial no son
pocas ni exiguas; las necesidades en el orden humano crecen a compás del aumento
de la población y los conflictos políticos superan a todos esos complejos. Pero
sobre toda esa variada y espinosa problemática están los inescrutables designios
divinos. Lo indudable es que si antes había un Israel, ahora viene a haber dos:
uno el de la Diáspora o Galut, y otro el afincado en el viejo solar palestinense,
el Israel del Yissub, que mantiene estrechas relaciones con los miembros de las
otras colectividades judaicab.

     

      V. t.: ANTIGUO TESTAMENTO; INSTITUCIONES BÍBLICAS;PROFECÍA Y PROFETAS;
PALESTINA; HEBREOS I-II; ASMONEOS; ESCRIBA; RABINO; SADUCEOS; FARISEOS; CELOTES;
SANEDRfN; MESIANISMo; DIÁSPORA; CABALISMO; MIDRÁS; TALMUD Y TALMUDISMO;
SIONISMO.

     

     
BIBL.: A. PENNA, La religión de Israel, Barcelona 1961; P.
DEMAN, Los judíos (je y destino), Andorra 1962; E. ZOLLI, L'ebraismo, Roma 1953;
P. TACCxI VENTURI y G. CASTELLANI (dir.), Storia delle Religioni, III, 6 ed.
Turín 1971; L. DENNEFELD, Judaisme, en DTC VIII,1581-1668; F. SPADAFORA,
judaísmo, en Enc. Bibl. IV, 720-734; F. PRAT, en DB (Suppl.) 111,1783-1789; G.
RICCIOTI, Historia de Israel, 2 vol., Barcelona 1945-47; P. VAN IMSCHOOT,
Teología del Antiguo Testamento, Madrid 1969; M. 1. LAGRANGE, Le Judaisme avant
Jésus-Christ, París 1931; J. BONSIRVEN, Le Judaisme palestinien au temps de
Jésus-Christ, 2 vol., París 1934-35 (trad. resumida en italiano, Turín 1950); A.
RAVENNA, El hebraísmo postbíblico, Barcelona 1960; D. GONZALO MAESO, Manual de
historia de la literatura hebrea, Madrid 1960; F. CANTERA, La cuestión de Jesús
en el judaísmo moderno, «Sefaradn 6 (1946) 143-161. Pueden verse también los
artículos de las Enciclopedias judías: The Jewish Encyclopaedia, ed. 1. SINGER,
Nueva York 1901-06, VII,359-368; Encyclopaedia Judaica, ed. ICLATZKIN-ELLBOGEN,
Berlín 1928-34, 1X,542-544 y 528-530; Enciclopedia judaica castellana, ed. E.
WENFELD, México 1948-51, VI,333-339.

D. GONZALO MAESO.

Cortesía de
Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991

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