Troya, realidad dentro del mito 1
Se trata ni más ni menos que de la “novela” más antigua de nuestro continente. Una historia que cautivó a conquistadores como Alejandro Magno, que siempre guardaba un ejemplar de la Ilíada
bajo su almohada. Pero, ¿existió realmente Troya? ¿Tuvo lugar una
guerra entre griegos y troyanos allá por el siglo XIII a.c.? En este
artículo descubriréis que como nos suele enseñar la historia, siempre
hay algo de realidad en las leyendas y mitos.
La mayoría de la gente conoce aunque
sea de oídas la historia de la Ilíada. La bella Helena de Esparta huye
(o es raptada, según la versión) con Paris, príncipe troyano a su ciudad
natal. Allí Príamo, rey de la mítica ciudad la acoge a petición de su
hijo.
Menelao, rey de
Esparta y esposo de Helena no puede dejar su honor mancillado por un
muchacho y pide ayuda a su hermano, el poderoso rey de Micenas Agamenón.
Éste reúne a los diferentes reinos aqueos y se dirige hacia Troya para
recuperar a Helena y el honor de su hermano. Comienza entonces un asedio
que duraría diez años.
La Ilíada recoge los sucesos
acontecidos sólo el último año. Un año donde los héroes griegos y
troyanos se miden entre ellos con la intervención en muchas ocasiones de
los dioses, que ayudan a sus favoritos de diversas maneras.
Aquiles, Héctor, Ajax, Odiseo (Ulises), Briseida,
son algunos de los famosos personajes que llenan los versos de esta
historia que acaba como bien sabéis con un gran caballo de madera y una
flecha en el talón.
Los griegos clásicos jamás dudaron de
la veracidad de los acontecimientos relatados por Homero sobre el siglo
VIII a.c., de hecho tanto la Ilíada como la Odisea eran temas
obligatorios en la enseñanza de los más jóvenes. Sin embargo la autoría
de la historia ya es otra cosa.
Homero no era un famoso pedagogo ni un convencido filósofo, era un poeta,
una especie de bardo o juglar que recorría las polis de Jonia cantando
las gestas de los griegos arcaicos que poblaron la Hélade antes que
ellos, y que dieron forma a la Grecia clásica. Estos poetas llamados aedos
normalmente se dedicaban a conservar y transmitir hechos o leyendas que
habían pasado de generación en generación, utilizando como en otras
culturas técnicas mnemotécnicas para memorizar una cantidad ingente de
datos.
Esa es una de las razones por la cual
algunos expertos dudan de la autoría de las dos obras que se atribuyen a
Homero. Creen que el célebre ciego puede ser simplemente un
“recopilador” de estas historias que finalmente las aglutinó dándolas
forma en la Ilíada y Odisea. No obstante son especulaciones y todavía
después de tantos siglos no hay nada concluyente que nos haga pensar que
Homero no fue (o fue) autor de los versos. Ahora vamos a los
protagonistas de la épica, griegos y troyanos.
En ningún momento se refiere Homero a los griegos como tal, utiliza los términos aqueos, dánaos y argivos. Realmente se trata de la cultura micénica, cuyo periodo ocupó desde el siglo XVII a.c. hasta XI a.c.
La cultura micénica no la conformaba un
solo ente, eran un grupo de pequeños reinos que a su vez se dividían en
distritos para controlar mejor la burocracia. Cada reino tenía su
propia capital donde residía el rey (wanax) y
todo el aparato administrativo. Todo se centraba en sus imponentes
ciudadelas que servían de bastiones, palacios y ministerios.
La arqueología ha revelado varias de estas construcciones por todo el Peloponeso y en gran parte de Grecia. Algunas de ellas se encuentran en enclaves tan conocidos como Tebas, Midea o la propia Atenas. Aunque la joya de la corona es Micenas, cuyo yacimiento se encuentra al noreste del Peloponeso.
Eran enclaves altamente fortificados,
con unas murallas de gran altura y preparadas para sufrir largos asedios
o periodos de escasez. En Micenas se encontraron un almacén de gran
tamaño probablemente destinado a guardas vituallas, y una cisterna de
agua lo suficientemente grande para proporcionar el líquido esencial
durante meses a los habitantes de la ciudadela.
Pero lo interesante estaba dentro del propio palacio. En el centro del mismo, se hallaba una gran sala rectangular llamada megarón.
Esta especie de salón real servía para varios cometidos, desde grandes
banquetes hasta audiencias con embajadas extranjeras. Eso sí, el rey como figura principal a mayor altura y vestido con púrpura.
En el palacio también se encontraba el
centro administrativo, desde donde se detallaban las transacciones con
otros reinos, tareas a realizar y una minuciosa base de datos con los
impuestos cobrados a los damoi, comunidades rurales que quedaban bajo la influencia del wanax. Estas poblaciones pagaban sus impuestos con alimentos, sal, especias o tejidos.
Paradójicamente los incendios que
arrasaron las ciudades micénicas en el siglo XI a.c. permitieron que las
tablillas de barro se cocieran, dejando así una foto del modo de vida
de los griegos arcaicos para que la encontraran los arqueólogos más de
tres mil años después. Bueno, aunque realmente a quién debemos el primer
paso en el descubrimiento de Troya y Micenas es al excéntrico Heinrich Schilemann.
Schilemann fue un exitoso hombre de
negocios cuya pasión (y obsesión) en la vida era la Ilíada. Cuando amasó
suficiente fortuna se lanzó a la aventura de encontrar Troya y viajó al
oeste de Anatolia buscando el enclave de la mítica ciudad.
Fortuna le sonrió cuando conoció a Frank Calvert,
propietario de unas tierras en la zona que, casualmente también era
apasionado de la arqueología. Calvert aseguraba que la ciudad homérica
se encontraba en sus propiedades, situadas en la zona de Hisarlik.
Schilemann comenzó las excavaciones en
1870 y pronto dieron sus frutos. Pero las ansias de Heinrich por
encontrar la Troya de Homero y su inexperiencia como arqueólogo,
destrozaron literalmente capas de la ciudad más reciente perdiéndose
información muy valiosa.
Tres años después encontró un increíble tesoro compuesto por cantidad de piezas de oro que él mismo bautizó como el tesoro de Príamo.
Pero se equivocaba, eran todavía más antiguas. Ni corto ni perezoso
sacó las piezas de contrabando y se las puso a su mujer griega para
hacerla unas fotos, en fin, un verdadero personaje.
Convencido de que había encontrado la
Troya de la Ilíada (pensaba que estaba en el nivel dos, la “verdadera”
Troya aparecería más adelante, en el sexto nivel) continuó su búsqueda
en Grecia donde comenzó las excavaciones de Micenas. De nuevo con sus
métodos poco ortodoxos de excavación, encontró un mausoleo con cinco
tumbas dentro, ricamente ataviadas de oro, armas y artículos de
importación.
El rico alemán pensaba que había
encontrado el tesoro del mismísimo Agamenón, pero de nuevo se había
topado con unas piezas más antiguas, unos doscientos años antes de la
supuesta guerra de Troya.
A la muerte de Schilemann continuaron
las excavaciones de manera más cuidadosa y se fueron encontrando
diversos yacimientos micénicos por toda Grecia. En Troya, Wilhelm Dörpfeld reanudó las excavaciones hallando hasta “diez Troyas” en diferentes capas.
La arqueología daba vida al mito, Troya
existió realmente. ¿Pero hubo un conflicto real entre los micénicos y
troyanos similar al relatado en la Ilíada? Lamentablemente no se puede
dar una respuesta firme (todavía). A pesar de haber encontrado multitud
de información en las ciudades micénicas, nada de lo encontrado refiere a
algún gran conflicto contra la ciudad de Anatolia.
Sin embargo si recurrimos a las fuentes de los hititas,
poder indiscutible en oriente durante aquellos siglos, se encuentran
multitud de referencias que podemos asociar tanto a troyanos como a
micénicos.
En las famosas tablillas de Hattusa
(capital hitita) se habla de un poder en el oeste que se encontraba
cerca de las fronteras. La comunidad científica da por bueno que se
refiere a los micénicos ya que por aquella época no había otra
civilización que cumpliera con la descripción encontrada en dichas
tablillas.
Los ahhiyawa,
como conocían los hititas a los micénicos, tenían un fuerte carácter
bélico y expansionista. Así pues están datados en los textos encontrados
repetidos enfrentamientos en la zona más occidental de Anatolia,
incluso llegando a la parte sur donde conquistaron ciudades tan
importantes como Mileto y expandieron su influencia por la zona,
afectando a la estabilidad de los aliados/vasallos del imperio hitita.
El oeste de Anatolia era proclive a
rebelarse y los micénicos estaban más que dispuesto a dar apoyo a
cualquiera que se atreviera a alzarse contra los hititas. Aunque siempre
había ciudades o pequeños reinos que preferían el orden establecido a
sorpresas inesperadas. Una de estas ciudades era Wilusa,
situada en el noroeste de Anatolia, justo a la entrada de los
Dardanelos. Precisamente esta es la situación donde se encuentra el
yacimiento de Hisarlik, con lo cual podemos estar hablando de las
fuentes históricas más antiguas que nos hablan de la ciudad “real” de
Troya.
Wilusa aparece como una de los grandes
aliados (vasallos) de los hititas en un momento muy delicado para el
imperio, pues la guerra contra Egipto era inevitable y no podían atender
adecuadamente los asuntos del extremo occidental de su imperio. Si
unimos esta situación con la inestabilidad inherente en la zona, más el
apoyo externo ofrecido por los micénicos, podemos encontrarnos con un
conflicto bélico protagonizado por las facciones que aparecen en la
Ilíada.
Es más que probable que de haber
existido un conflicto entre micénicos y oriundos de Wilusa, este hubiera
sido por motivos más mundanos que los relatados en la Ilíada. La
posición privilegiada de la ciudad entre el Egeo y el Mar Negro con el
consecuente control del comercio me parece un motivo más que plausible.
El caso es que según las excavaciones
Troya nunca llegó a ser una gran urbe, a lo sumo pudo llegar a albergar
unos 10.000 habitantes, aunque en caso de asedio podemos triplicar el
número con los residentes de las cercanías. Aun así el papel
geoestratégico que cumplió durante siglos la convirtió en un enclave a
tener en cuenta en cualquier movimiento militar o político en la zona.
No sabemos si Agamenón se plantó frente
a las murallas de Troya con un gran ejército griego, o si Aquiles
arrastró con su carro al heroico Héctor ante la vista de sus paisanos.
Por lo menos, gracias a la arqueología y la pasión por la historia,
hemos averiguado que los contendientes de esta gran historia no sólo
estaban hechos de palabras sino que gente de carne y hueso habitó en las
míticas ciudades que describió Homero.
Personalidades tan fuertes e
importantes como Alejandro Magno nunca se separaban de su copia de la
Ilíada. Con él, las escenas de Aquiles y Briseida, de Patroclo y Héctor
recorrieron medio mundo en busca de la gloria, pero bueno eso como
sabéis es otra historia.
Os dejo también un enlace a una web donde podéis indagar un poco más sobre la mitología:
AgamenónBibliografía y fuentes:
W. C. Ceram, “Dioses, reyes, tumbas y sabios”
Desperta Ferro nº 30, “La guerra de Troya”
John Chadwick, “El mundo Micénico”
Como aporte recomiendo el libro “Dioses, tumbas y sabios” de C.W.Ceram,
para profundizar en la fascinante figura de Schilemann entre otros.
Desde pequeño quiso descubrir Troya y se dedicó a aprender idiomas
antiguos mientras trabajaba para hacerse millonario y financiar su
sueño. Todo un ejemplo y un personaje