sábado, 17 de septiembre de 2016

La enigmática Edad Media.: LOS REYES CATOLICOS. Captl. XIV.

La enigmática Edad Media.: LOS REYES CATOLICOS. Captl. XIV.












































martes, 8 de julio de 2014






LOS REYES CATOLICOS. Captl. XIV.






                                                       














Biografía de los Reyes Católicos



Introducción:



Los Reyes Católicos fue
la denominación que recibieron los esposos Fernando II de Aragón e
Isabel I de Castilla, majestades de la Corona de Castilla (1474-1504) y
de la Corona de Aragón (1479-1516).




Título de "Reyes Católicos"

El papa
Inocencio VIII (1434-1492) habría sido el primero que impuso el nombre
de "Reyes Católicos" a los esposos y reyes Fernando II de Aragón e
Isabel I de Castilla, tras la toma de Granada.


El título de
"Reyes Católicos" fue nuevamente reconcido por el mismo papa Alejando
VI a favor de los reyes Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, en
la bula Si convenit, expedida el 19 de diciembre de 1496.


Dicha bula
fue redactada tras un debate en el Colegio cardenalicio, realizado el 2
de diciembre de 1496, con el consejo directo de los tres cardenales
quienes enumeraron los méritos de los dos reyes para que se les
concediera un título que nadie había poseído: Oliverio Caraffa -de
ápoles-, Francisco Piccolomini -de Siena-, y Jorge de Costa -de Lisboa- y
en el que por primera vez recibieron el nombre de rey y reina de las
Españas y en el que se barajaron y descartaron otros posibles títulos
como defensores o protectores


.

El papado fundamentó su concesión del título en seis causas fundamentales:

1. Las virtudes personales que poseían ambos Reyes manifestadas en la unificación, pacificación y robustecimiento de sus reinos.

2. La reconquista de Granada de manos del Islam.

3. La expulsión de los judíos que no hubiesen aceptado o aceptasen el bautismo en 1492.

4. Los esfuerzos realizados por ambos monarcas en intentar llevar adelante la cruzada contra los mahometanos.

5. La
liberación de los estados pontificios y del feudo papal del Reino de
Nápoles invadidos por el rey Carlos VIII de Francia a quien se le había
otorgado el título de "Cristianísimo".


6. La compensación a los dos Reyes por el título concedido al rey de Francia.



Los Reyes accedieron al trono de Castilla
tras la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479) contra los
partidarios de la princesa Juana La Beltraneja, hija del rey Enrique IV
de Castilla. En 1479 Fernando heredó el trono de Aragón al morir su
padre, el rey Juan II de Aragón. Isabel y Fernando reinaron juntos hasta
la muerte de ella en 1504. Entonces Fernando quedó únicamente como rey
de Aragón, pasando Castilla a su hija Juana, apodada "la Loca", y su
marido Felipe I de Castilla, apodado "el Hermoso", duque de Borgoña y
conde de Flandes. Sin embargo Fernando no renunció a controlar Castilla
y, tras morir Felipe en 1506 y ser declarada Juana incapaz, consiguió
ser nombrado regente del reino hasta su muerte en 1516.








La historiografía española considera el reinado de los Reyes Católicos como la transición de la Edad Media a la Edad Moderna.
Con su enlace matrimonial se unieron provisionalmente, en la dinastía
de los Trastámara, dos coronas: la Corona de Castilla y la Corona de
Aragón dando nacimiento a la Monarquía Hispánica y, apoyados por las
ciudades y la pequeña nobleza, establecieron una monarquía fuerte frente
a las apetencias de poder de eclesiásticos y nobles. Con la conquista
del Reino nazarí de Granada, del Reino de Navarra, de Canarias, de
Melilla y de otras plazas africanas consiguieron la unión territorial
bajo una sola corona de la totalidad de los territorios que hoy forman
España —exceptuando Ceuta y Olivenza que entonces pertenecían a
Portugal— que se caracterizó por ser personal, ya que se mantuvieron las
soberanías, normas e instituciones propias de cada reino y corona.


Los Reyes establecieron
una política exterior común marcada por los enlaces matrimoniales con
varias familias reales de Europa que resultaron en la hegemonía de los
Habsburgo durante los siglos XVI y XVII.


Por otra parte el descubrimiento de América, en 1492, modificó profundamente la historia mundial.

En la historia de España no existen personajes históricos tan célebres ni tan controvertidos como Isabel y Fernando.



Los Reyes Católicos
impulsaron durante su gobierno una serie de empresas y tomaron una serie
de transcendentes decisiones que han marcado decisivamente la historia
de España, por lo que el citado protagonismo no es inmerecido.




Si no fuera suficiente,
el periodo de su gobierno coincide con una etapa transcendental de la
historia de Europa, la que supone la muerte definitiva de los valores y
sistemas de la Edad Media (ya enferma desde el siglo XIV) y el
advenimiento del nuevo mundo del llamado Renacimiento, marcado
políticamente por la concentración del poder político en manos de los
reyes absolutistas.




Somos conscientes de las
diversas valoraciones a que está sujeto el gobierno de estos monarcas.
Aún hoy, más de cinco siglos después, los historiadores y estudiosos    
valoran de manera muy distintas sus decisiones y actividades, a lo que
no son ajenas las perspectivas ideológica, religiosa o política de la
que partan.



Por
ello, trataremos aquí de repasar la biografía de los reyes y los
acontecimientos políticos de esta etapa de la manera menos apasionada y
más neutral posible. No se trata de tomar partido a favor o en contra,
ni de entra en valoraciones (que en cualquier caso no serían nunca
objetivas ni justas pues se harían ajenas a la realidad de los hombres y
mujeres que vieron y murieron hace veinte generaciones) sino de ser
meros testigos de la historia.




Se le considera a
Fernando como una persona hábil, inteligente, enérgico, tenaz y
calculador, imbuido de sus deberes de soberano, pero también de sus
derechos. Sin embargo, ya durante su reinado, surgió una leyenda
anti-fernandina, que tuvo su origen en la alta nobleza castellana. En
ella, se le tachaba a Fernando como ingrato, tacaño (murió pobre y
cargado de deudas), envidioso, pérfido y marioneta de su mujer.




La historiografía
moderna, a puesto en evidencia la debilidad de las corrientes
anti-fernandinas y reconocido ha Fernando “el Católico”, como una de los
máximos soberanos hispánicos.



En
lo que coinciden la mayoría de los historiadores es en que ambos
monarcas fueron capaces de intervenir tan decisivamente en la sociedad y
política de su tiempo gracias a una su fuerte y vigorosa personalidad. En la reina Isabel predominaba la tenacidad y firmeza, mientras que en el caso de Fernando 


eran la habilidad y astucia política sus cualidades más sobresalientes.









La España bajomedieval anterior a los Reyes Católicos



La España de mediados
del siglo XV, la inmediatamente anterior a la de los Reyes Católicos
estaba constituida por cinco reinos independientes pero muy relacionados
entre sí: Castilla, Aragón, Portugal, Navarra y Granada.Todos ellos, en
mayor o menor medida se veían inmersos en la crisis multifactorial en
que había caído Europa durante el siglo XIV y los comienzos del XV.


La Corona de Castilla,
tras el ímprobo esfuerzo conquistador y repoblador del siglo XIII, había
quedado exhausta. En este sentido hay que recordar que las conquistas
cristianas habían sido paulatinas durante cinco siglos y en la mayor
parte de los casos se trataba de tierras poco pobladas como consecuencia
del desgaste de las guerras.


Sin embargo, las
conquistas del siglo XIII supusieron la incorporación súbita de
amplísimos territorios repletos de populosas ciudades que había que
organizar con arreglo a un orden político nuevo. Al complejo crisol de
pueblos, razas y religiones que constituía Al-Andalus, se sumaban los
conquistadores cristianos del norte.




Los reyes castellanos,
para agradecer el éxito en las empresas bélicas donaron amplios
territorios a estos nobles guerreros que acumularon inmensas
propiedades. En este contexto hay que citar la relevancia política,
económica y territorial que tuvieron las órdenes militares en la Baja
Edad Media española.




El prestigio de la
monarquía castellana se debilitó en la guerra civil entre Pedro I y
Enrique de Trastamara, coincidente, además con una etapa de calamidades
de diversa índole.


Los siguientes monarcas
castellanos no lograron mejorar la situación. Por su parte, crecía el
descontento de los concejos municipales que veían aminorada su
independencia jurídica en favor de la pujante nobleza.




El ascenso en autoridad
de los grandes linajes nobiliarios tenía un efecto colateral negativo
añadido, pues era muy frecuente las rencillas entre estas familias,
frecuentemente enemistadas, que llegaban a convertirse en auténticas
guerras que afectaban al conjunto de la sociedad.




Por su parte, La Corona
de Aragón, tras la finalización de la reconquista peninsular pactada con
Castilla y que al ser de menor extensión no había esquilmado las
energías conquistadoras, por lo que los catalanoaragonesas redirigieron
pronto sus energías hacia el Mediterráneo, tanto en el orden militar
como comercial.




Sin embargo. El auge
económico de la segunda mitad del siglo XIII y primera del XIV se frenan
también tras las pestes y guerras vividas posteriormente y Barcelona
cede su protagonismo a Valencia.


Navarra es un pequeño
reino con relaciones hispanas (frecuentemente constreñido por los dos
reinos vecinos de Castilla y Aragón) pero también con Francia por
motivos dinásticos y geográficos.




Portugal era un reino independiente desde el siglo anterior y así siguió siendo.



Por último, al sur de la
Península quedaba el Reino Nazarí de Granada, que había logrado
permanecer independiente tras el desplome del imperio almohade del siglo
XIII y que había logrado no caer en manos castellanas por la abrupta
orografía de sus tierras y por los esfuerzos de organización que
Castilla debió asumir tras la conquista de Extremadura, la Mancha,
Murcia y el Valle del Guadalquivir.




Sin embargo, la
independencia de Granada tenía un precio pues era tributaria de
Castilla. Esta situación favoreció una cierta relación de tolerancia
-aunque fueron frecuentes las guerras de frontera- entre moros
granadinos y cristianos castellanos.




Una salvedad que hay que
hacer llegado a este punto es que la situación descrita de
inestabilidad, desavenencias internas y crisis no era, en absoluto,
patrimonio exclusivo de los reinos hispanos, sino que era una constante
casi universal del mapa político de Europa.




Atendiendo a la
globalidad de estos reinos, hay que decir que, como en toda la Edad
Media las relaciones entre ellos fueron estrechas, en uno casos como
aliados y en otros como francos enemigos y con frecuentes roces
fronterizos.





La unión dinástica de los Reyes Católicos



El año 1476, parte de la
nobleza y de las ciudades de Castilla proclamaron reina a Isabel,
hermana del anterior monarca, Enrique IV. Otro sector no menos
importante del reino permaneció fiel a la princesa Juana, llamada la
Beltraneja, hija del difunto Enrique. Ambas contaban con fuertes apoyos
exteriores. A Isabel la sostenía su suegro, el rey Juan II de Aragón (y
también de Navarra en aquellos momentos).


El principal valedor de
los derechos de Juana era Alfonso V de Portugal, que se desposó con ella
en Plasencia y se proclamó rey de Castilla. En la guerra civil entre
los dos bandos la suerte de las armas sonrió a Isabel, casada con
Fernando, el heredero de la corona aragonesa. Cabe pensar que de aquella
contienda sucesoria era inevitable que saliera alguna unión dinástica
decisiva entre los reinos peninsulares. De haber triunfado Juana, lo más
probable es que las coronas de Castilla y Portugal se hubiesen unido.
Al inclinarse la balanza por su tía y rival, se consumó la unión con
Aragón. En 1479, en virtud del tratamiento de Alcaçovas, Alfonso y Juana
renunciaron a sus derechos a la corona de Castilla e Isabel y Fernando a
los suyos sobre la de Portugal. De este modo tan turbulento se inició
un reinado que sería decisivo para el futuro de la península.




Suele decirse que con
los Reyes Católicos -título con que les honraría años después el papa
para equilibrar el de Rey Cristianísimo concedido al rey de Francia-
empezó la unidad española. Lo cierto es que se trató de una mera unión
de las distintas coronas de Aragón y Castilla en la persona de sus
titulares, expuesta a disolverse por cualquier vicisitud dinástica. Es
lo que pudo ocurrir a consecuencia del segundo matrimonio que contrajo
Fernando, una vez viudo, con Germana de Foix.




En virtud de la
concordia de Segovia, Isabel y Fernando reinaban conjuntamente en
Castilla, pero en Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca era sólo
Fernando quien ostentaba el poder real. Cada uno de esos reinos
conservaba sus leyes e instituciones propias y a todos los efectos los
naturales de uno de ellos eran considerados extranjeros en el otro. Esto
en el plano estrictamente jurídico, porque en la realidad era
inevitable que la existencia de un monarca común tuviese una repercusión
en sus trayectorias, separadas pero paralelas.




El sometimiento de la nobleza



Uno de los asuntos de
estado en que más energía emplearon los Reyes Católicos fue en reafirmar
la autoridad real frente a la altiva nobleza. En muchos casos la
fórmula fue bastante expeditiva.


Uno de los instrumentos
de que se sirvieron en esta lucha fue la Santa Hermandad, institución de
raíz mucho más antigua, pero a la que infundieron nueva vida y
centralizaron, especie de milicia concejil permanente que, a la larga,
acabaría consagrada casi exclusivamente a la lucha contra el
bandolerismo.






La pacificación de los reinos



Poco a poco, los Reyes Católicos consiguieron pacificar sus reinos respectivos.

La sentencia arbitral de
Guadalupe (1486) puso fin a las Guerras Remensas en Cataluña y dio al
principado el sosiego de que carecía desde hacía decenios. Por otra
parte, el reforzamiento de la autoridad real tuvo su contrapartida en
las autonomías municipales y locales.


Se acentuó la
intervención de los reyes en el gobierno de las ciudades mediante el
nombramiento de corregidores. En la Generalidad catalana el rey empezó a
nombrar directamente a los diputados. Y para evitar que las Cortes
aragonesas manifestasen con demasiada vehemencia su desacuerdo ante sus
medidas autoritarias, el rey apenas las convocó en el curso de su
reinado. Algo parecido ocurrió en Castilla, donde siempre que se
reunieron fue con el propósito de refrendar el reforzamiento de la
autoridad real.






El descubrimiento de América



1492 : Ese mismo año
coincidió con la capitulación de Granada y la expulsión de los judíos
otro acontecimiento de la máxima trascendencia: el descubrimiento de
América.




Tras haber errado por
varías cortes europeas tratando de conseguir apoyo financiero para su
proyecto, el de encontrar una ruta hacia Oriente por Occidente,
Cristóbal Colón había ofrecido sus servicios a los reyes de Castilla. De
ese modo podrían adelantar a los portugueses en la carrera hacia las
Indias sin quebrantar los compromisos que les impedían navegar allende
de las islas Canarias. El dictamen de un grupo de expertos fue adverso,
pese a lo cual Colón buscó apoyos en los círculos más allegados a la
reina que le permitieron llegar a lo que equivocadamente tomó por el
extremo oriental de Asia.


Aunque la decepción
debió de ser enorme cuando al averiguar que, en lugar de las opulentas
islas de las especias, lo que se había descubierto eran unas tierras
salvajes, pronto se comprendió la oportunidad de colonizar y explotar
económicamente todo un nuevo continente.










Cristóbal Colón



Descubridor de América
(Génova?, 1451 - Valladolid, 1506). El origen de este navegante,
probablemente italiano, está envuelto en el misterio por obra de él
mismo y de su primer biógrafo, su hijo Hernando. Parece ser que
Cristóbal Colón empezó como artesano y comerciante modesto y que tomó
contacto con el mar a través de la navegación de cabotaje con fines
mercantiles.




En 1476 naufragó la
flota genovesa en la que viajaba, al ser atacada por corsarios franceses
cerca del cabo de San Vicente (Portugal); desde entonces Colón se
estableció en Lisboa como agente comercial de la casa Centurione, para
la que realizó viajes a Madeira, Guinea, Inglaterra e incluso Islandia
(1477).




Luego se dedicó a hacer
mapas y a adquirir una formación autodidacta: aprendió las lenguas
clásicas que le permitieron leer los tratados geográficos antiguos
(tomando conocimiento de la idea de la esfericidad de la Tierra,
defendida por Aristóteles); y empezó a tomar contacto con los grandes
geógrafos de la época (como el florentino Toscanelli).




De unos y otros le vino a
Cristóbal Colón la idea de que la Tierra era esférica y de que la costa
oriental de Asia podía alcanzarse fácilmente navegando hacia el oeste
(ya que una serie de cálculos erróneos le habían hecho subestimar el
perímetro del Globo y suponer, por tanto, que Japón se encontraba a
2.400 millas marinas de Canarias, aproximadamente la situación de las
Antillas). Marineros portugueses versados en la navegación atlántica le
informaron seguramente de la existencia de islas que permitían hacer
escala en la navegación transoceánica; e incluso es posible que, como
aseguran teorías menos contrastadas, tuviera noticia de la existencia de
tierras por explorar al otro lado del Océano, procedentes de marinos
portugueses o nórdicos (o de los papeles de su propio suegro,
colonizador de Madeira).




Con todo ello, Colón
concibió su proyecto de abrir una ruta naval hacia Asia por el oeste,
basado en la acertada hipótesis de que la Tierra era redonda y en el
doble error de suponerla más pequeña de lo que es e ignorar la
existencia del continente americano, que se interponía en la ruta
proyectada. El interés económico del proyecto era indudable en aquella
época, ya que el comercio europeo con Extremo Oriente era extremadamente
lucrativo, basado en la importación de especias y productos de lujo;
dicho comercio se realizaba por tierra a través de Oriente Medio,
controlado por los árabes; los portugueses llevaban años intentando
abrir una ruta marítima a la India bordeando la costa africana (empresa
que culminaría Vasco da Gama en 1498).




Colón ofreció su
proyecto al rey Juan II de Portugal, quien lo sometió al examen de un
comité de expertos. Aunque terminó acepando la propuesta, el monarca
portugués puso como condición que no se zarpase desde las Canarias, pues
en caso de que el viaje tuviera éxito, la Corona de Castilla podría
reclamar las tierras conquistadas en virtud del Tratado de Alcaçobas.
Colón encontró demasiado arriesgado partir de Madeira (sólo confiaba en
los cálculos que había trazado desde las Canarias) y probó suerte en
España con el duque de Medina Sidonia y con los Reyes Católicos, que
rechazaron su propuesta por considerarla inviable y por las desmedidas
pretensiones de Colón.




Finalmente, la reina
Isabel aprobó el proyecto de Colón por mediación del tesorero del rey,
Luis de Santángel, a raíz de la toma de Granada, que ponía fin a la
reconquista cristiana de la Península frente al Islam (1492). La reina
otorgó las Capitulaciones de Santa Fe, por las que concedía a Colón una
serie de privilegios como contrapartida a su arriesgada empresa; y
financió una flotilla de tres carabelas -la Pinta, la Niña y la Santa
María-, con las que Colón partió de Palos el 3 de agosto de 1492.




Navegó hasta Canarias y
luego hacia el oeste, alcanzando la isla de Guanahaní (San Salvador, en
las Bahamas) el 12 de octubre; en aquel viaje descubrió también Cuba y
La Española (Santo Domingo) e incluso construyó allí un primer
establecimiento español con los restos del naufragio de la Santa María
(el fuerte Navidad). Persuadido de que había alcanzado las costas
asiáticas, regresó a España con las dos naves restantes en 1493.




Colón realizó tres
viajes más para continuar la exploración de aquellas tierras: en el
segundo (1493-96) tocó Cuba, Jamaica y Puerto Rico y fundó la ciudad de
La Isabela; pero hubo de regresar a España para hacer frente a las
acusaciones surgidas del descontento por su forma de gobernar La
Española. En el tercer viaje (1498-1500) descubrió Trinidad y tocó
tierra firme en la desembocadura del Orinoco; pero la sublevación de los
colonos de La Española forzó su destitución como gobernador y su envío
prisionero a España.




Tras ser juzgado y
rehabilitado, se le renovaron todos los privilegios -excepto el poder
virreinal- y emprendió un cuarto viaje (1502) con prohibición de
acercarse a La Española; recorrió la costa centroamericana de Honduras,
Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Regresó a España aquel mismo año y pasó
el resto de su vida intentando conseguir mercedes reales para sí mismo y
para sus descendientes, pues el rey Fernando intentaba recortar los
privilegios concedidos ante las


proporciones que iba tomando el descubrimiento y la inconveniencia de dejar a un advenedizo como único señor de las Indias.



Colón había descubierto
América fortuitamente como consecuencia de su intuición y fuerza de
voluntad. Aunque fracasó en su idea original de abrir una nueva ruta
comercial entre Europa y Asia, abrió algo más importante: un «Nuevo
Mundo» que, en los años siguientes, sería explorado por navegantes,
misioneros y soldados de España y Portugal, incorporando un vasto
imperio a la civilización occidental y modificando profundamente las
condiciones políticas y económicas del Viejo Continente. Aunque los
vikingos habían llegado a América del Norte unos quinientos años antes
(expedición de Leif Ericson), no habían dejado establecimientos
permanentes ni habían hecho circular la noticia del descubrimiento,
quedando éste, por tanto, sin consecuencias hasta tiempos de Colón.






Los Reyes Católicos y la proyección europea



Más dinero y energías
que a los proyectos del gran navegante dedicaron los Reyes Católicos a
su política italiana; era una consecuencia casi inevitable del interés
tradicional de Cataluña por los asuntos mediterráneos, justificado
además por sus posesiones de Cerdeña y Sicilia.




La expedición del rey
francés Carlos VIII contra Napóles, a cuya corona aspiraba, fue la
chispa que encendió el polvorín de las prolongadas guerras de Italia.
Durante más de medio siglo la lucha por la hegemonía en la península
itálica será motivo constante de enfrentamiento entre las monarquías
española y francesa. Los primeros lances de esta prolongada partida
fueron ganados por la habilidad política de Fernando el Católico y la
pericia militar de Gonzalo de Córdoba. Tras muy variadas vicisitudes,
entre las que menudearon las alianzas rotas, recompuestas e invertidas,
Fernando consiguió la corona de Napóles, que seguiría en manos españolas
hasta el tratado de Utrecht en 1713.




La política expansiva de
los Reyes Católicos en Italia se conjugó con una red de enlaces
matrimoniales que los convirtió en aliados de las principales monarquías
europeas. El heredero de la corona, Juan, fue casado con una princesa
austriaca y su hermana Juana, con el archiduque Felipe el Hermoso. La
muerte del primero en plena juventud dejó como reyes de Castilla a Juana
y a Felipe cuando, en 1504, murió Isabel la Católica. No tardaron en
surgir las desavenencias entre Felipe el Hermoso y su suegro Fernando el
Católico, que pretendía ejercer la regencia en nombre de su hija,
incapacitada para reinar por su locura. Felipe, secundado por gran parte
de la nobleza castellana, consiguió que Fernando se retirarse a sus
reinos. Fue entonces cuando éste contrajo su segundo matrimonio con la
francesa Germana de Foix. La situación se resolvió con el prematuro
fallecimiento de Felipe el Hermoso, punto de partida de una segunda
regencia de Fernando el Católico en Castilla. Durante ella (1512), tuvo
lugar la anexión del reino de Navarra.


Al morir Fernando el
Católico en 1516, ese mosaico de reinos desavenidos y desgarrados por
las luchas intestinas que era la península cuarenta años antes había
quedado reducido a dos grandes potencias: Portugal, engrandecido por sus
empresas marítimas, sus posesiones africanas y su comerció con
ultramar, y lo que empezó a llamarse España, nombre aplicado desde la
antigüedad a toda la península Ibérica y que ahora pasaría a denominar
el conjunto constituido por los distintos reinos gobernados por un solo
monarca, el heredero dinástico de los Reyes Católicos.






El trágico destino de los hijos de los Reyes Católicos



Los Reyes Católicos tuvieron cinco hijos,
Cinco infantes de España que, por una u otyra razón o triquiñuela del
destino, gozaron de la peor posible de las suertes. Víctimas de
traiciones, deshonras y muertes prematuras, ‘El trágico destino de los
hijos de los Reyes Católicos’ ; Isabel, Juan, Juana, María y Catalina, fueron un cúmulo de desdichas que impregnaron su futuro.




Fueron los primeros
reyes en ser coronados como soberanos de España tal y como hoy la
conocemos. Los reyes Católicos, Isabel y Fernando, parecían tenerlo todo
a su favor, el destino les sonreía. Sin embargo, no sucedió lo mismo
con los hijos de los monarcas. Uno a uno fueron víctimas de
enfermedades, deshonras, traiciones… los distintos avatares que tuvieron
que soportar los herederos de unos de los monarcas más famosos de
nuestro país.




La vida de unos infantes
que fueron víctimas de los caprichos del azar. Ser hijo de reyes no
siempre implica fortuna. Matrimonios no deseados, la condena a vivir 


en un país extranjero y
sufrir en primera persona la soledad o el desencanto, incluso la
humillación, la fatalidad que impera sobre los llamados a ocupar el
trono que muchas veces mueren de forma prematura víctimas de los
complots para hacerse con el poder… Y los hijos de los Reyes Católicos
no se libraron de casi ninguna de las desgracias posibles.






La primera hija de los
reyes, Isabel se caso por un matrimonio acordado con el rey de Portugal
para garantizar la unión de ambos reinos y murió en el parto de su
primer hijo. El segundo hijo de los reyes, Juan, llamado a ocupar el
título de rey murió de tuberculosis al poco tiempo de haberse casado con
Margarita de Austria y estando ésta embarazada de un niño que nació
muerto.


Tampoco tuvo mejor
suerte Juana, la tercera hija de los reyes, que quedó inmersa en la
locura de una pasión no correspondida por su marido Felipe el Hermoso,
que ha sido el argumento de numerosos libros y películas, y murió
recluida en el monasterio de Tordesillas.




Por su parte, la
princesa María, se casó con el futuro rey de Portugal, su cuñado, a la
muerte de su hermana para procurar la continuidad de la estirpe
lusitana. Y finalmente, la quinta hija de los reyes, doña Catalina
tampoco tuvo un feliz destino. Acató la voluntad paterna y fue condenada
a compartir lecho con Enrique VIII, un hombre autoritario que la
aborrecía y que la acabó abandonando después de cuatro partos de niños
que nacieron muertos y de tener una hija con ella, la futura Maria I de
Inglaterra.






Sucesión. 

Regencia de Fernando el Católico (1508 a 1516).



La reina Isabel murió el 26 de noviembre de 1504,
con lo que Fernando quedó viudo y sin derechos claros al trono
castellano. Firmada la Concordia de Salamanca, en 1505, el gobierno fue
conjunto entre su hija Juana, su esposo Felipe y el propio Fernando.
Pero ante discordancias entre Felipe con Fernando y por la Concordia de
Villafáfila, de 1506, éste último se retiró del poder de Castilla y
regresó a Aragón. Así quedó reinando el matrimonio en Castilla. Sin
embargo, esta situación no duró mucho, pues Felipe murió en 1506.


Tras la muerte de su marido, se declaró a la reina Juana incapacitada mental y se nombró regente al cardenal Cisneros,
que junto a las Cortes pidió a Fernando que regresara para gobernar
Castilla. Fernando regresó y ocupó en 1507 su segunda regencia formando
dúo con Cisneros y gobernando ambos hasta que Carlos, hijo de Juana,
alcanzase la mayoría de edad.


Durante la regencia
de Fernando y Cisneros se incorporó Navarra al reino de Castilla y se
produjo el nuevo matrimonio de Fernando con Germana de Foix,
antes de cumplirse un año de la muerte de su anterior esposa, Isabel.




Fernando el
Católico murió en 1516 en Madrigalejo, Cáceres, antes de que Carlos I
llegara al trono español. Así quedó como único regente en Castilla,
Cisneros, que murió en el trayecto hacia Asturias para dar la bienvenida
al nuevo rey, Carlos I de España.
Paralelamente, en Aragón quedó como regente el arzobispo de Zaragoza, Alonso de Aragón, hasta la llegada de Carlos I de España.




Enterramiento.



Los restos de los Reyes
Católicos reposan en la Capilla Real de Granada, lugar escogido por
ellos mismos y creado mediante Real Cédula de fecha 13 de septiembre de
1504






Hechos históricos:



Los Reyes Católicos conquistan Granada



Tras diez años de
guerra, en 1491 los Reyes Católicos pusieron sitio a la capital del
reino nazarí de Granada. El sultán Boabdil no tuvo más remedio que
capitular y entregar la ciudad el 2 de enero de 1492.


Tras casi diez años de guerra, en 1491 los Reyes Católicos pusieron sitio a la capital del reino nazarí

de Granada. Su caída era cuestión de tiempo, y Boabdil, el sultán granadino, sólo tenía una opción: rendirse.



La caída del último
enclave musulmán de Europa occidental parecía compensar la conquista de
Constantinopla por los turcos otomanos, que había tenido lugar en 1453, o
su más reciente ocupación de Otranto, en el año 1480. El mismo papa
Inocencio VIII acudió a la iglesia de Santiago de los Españoles y ofició
una misa en celebración de la victoria. Festejada en toda Europa, la
conquista de Granada había puesto fin a diez años de guerra entre la
Corona de Castilla y el emirato gobernado por la dinastía nazarí. Entre
el 27 de diciembre de 1481, fecha en que los nazaríes ocuparon Zahara, y
el 2 de enero de 1492, día de la ocupación de Granada, ambas potencias
libraron una contienda de carácter muy distinto a las que hasta entonces
habían protagonizado. En efecto, Isabel I de Castilla, al contrario de
los que había sucedido en tiempos de su padre Juan II y su hermano
Enrique IV, no sólo tenía en mente obtener varias victorias en el campo
de batalla, sino que pretendía algo mucho más ambicioso: acabar de una
vez por todas con el poder islámico en la Península. La cruenta
conquista de Málaga (en agosto de 1487) privó al territorio sureño de su
principal puerto y acabó para siempre con el espejismo de una posible
ayuda militar de los reinos musulmanes del Magreb. La toma de Baza, en
el otro extremo del reino, marcó asimismo un punto de inflexión. Quedaba
claro que no se trataba de una guerra tradicional, basada en campañas
veraniegas: aquella era una guerra total. Sólo continuaban resistiendo
Granada y algunas escasas comarcas circundantes, y fue en esta zona en
la que se concentraron Fernando e Isabel. Ambos esposos, los Reyes
Católicos, habían establecido pactos secretos con el rey granadino
Boabdil por los que éste se comprometía a rendir la capital tan pronto
como las circunstancias lo permitiesen.


Sin embargo, llegado el
momento, Boabdil no pudo, o no quiso, cumplir con su parte del trato. La
existencia en Granada de un sector intransigente, cerrado a toda
negociación, le impedía revelar el acuerdo y le obligaba a mantener la
guerra hasta el final, esperando, quizás, una intervención exterior que
nunca habría de llegar, pues los imperios islámicos más fuertes estaba
demasiado alejados geográficamente e interesados en sus propios asuntos.
La presión de las fuerzas combinadas de Castilla y Aragón se dirigió
frontalmente sobre la capital a fin de acabar con la resistencia
mediante un solo golpe. En el mes de julio, en pleno bloqueo de Granada,
un incendio arrasó el campamento de los reyes; según algunas fuentes,
la propia Isabel estuvo a punto de morir carbonizada en su tienda, donde
al parecer se inició el fuego. Isabel, en vez de ordenar su desalojo,
mandó levantar una nueva población, que tomó el llamativo nombre de
Santa Fe. Desde esta estratégica posición las tropas castellanas podían
realizar continuas razias sobre los desprevenidos pobladores de la Vega,
que rápidamente fueron abandonando sus casas para protegerse tras las
fortificaciones granadinas. Así, no sólo se privaba a los nazaríes de
provisiones, sino que los sitiadores se aseguraban de que, al aumentar
sin tregua la población refugiada tras las murallas de Granada, el
hambre se apoderaría rápidamente de la ciudad. Los musulmanes, perdidas
todas las esperanzas, se veían abocados a un durísimo asedio, que podía
concluir como el de Málaga, con la muerte y la esclavitud de buena parte
de la población. El final llegó por el hambre, por la presión militar
y, por supuesto, por el soborno a varios notables cortesanos nazaríes, a
los que se prometió conservar sus propiedades y su posición social y
concederles determinadas mercedes. El 25 de noviembre de 1491 se
formalizaban las condiciones de rendición o capitulaciones en el
campamento real de la Vega, cerca de Santa Fe.


El 2 de enero de 1492
las tropas cristianas entraron en la ciudad, precedidas por varios
destacamentos que tomaron las principales fortalezas y torres del
recinto amurallado.










¿Qué supuso para la historia de España esta rendición?



Las Capitulaciones y la
toma de Granada supusieron acabar con el único reino musulmán en Europa
Occidental y el nacimiento de una nación joven y poderosa que pronto
dejará una enorme huella en la historia del mundo. Para España, es un
momento histórico irrepetible, que le permite alcanzar la unión
religiosa y política, tan solo a falta de la posterior anexión de
Navarra.


Esta España unida y
forjada a lo largo de muchos siglos de contienda va a permitir una
eclosión social y militar imparable que hará posible la rápida expansión
por América, el Pacífico y Europa, en una gesta sin parangón, que no
hubiera podido producirse sin la unión de los reinos hispanos. Es esa
unión la que hizo la fuerza de España, como la desunión que causó la
ruina de los musulmanes granadinos.






LA INQUISICION



Durante el siglo XV los
Reyes Católicos de España quisieron extender su soberanía y conquistar
así más territorios. Para consolidar su poder lograron la unificación
territorial y decidieron que existiera una unidad religiosa en cada uno
de sus reinos.


Es importante destacar
que, durante los siglos anteriores, muchos judíos se habían asentado en
la Península Ibérica, donde desarrollaron una vida económica y cultural
muy importante. Sin embargo, en el siglo XIV se extendió por esa zona
una fuerte ola de antisemitismo que obligó a muchos a convertir su fe
religiosa. Sin embargo, muchos judíos seguían practicando sus ceremonias
y festividades en la intimidad.


Fue entonces que los
Reyes crearon la Inquisición, un tribunal dedicado a la averiguación,
juzgamiento y castigo de la herejía. Se consideraba un hereje a todo
individuo que se opusiera a los criterios y dogmas de la Iglesia
Católica, ya sea desde sus creencias religiosas, descubrimientos o
investigaciones científicas y creaciones artísticas.


El accionar de la
Inquisición se extendió a todos los reinos de España y a sus colonias
americanas. De esta manera, el Estado tomó a su cargo la misión
religiosa y obtuvo la unificación religiosa y la confiscación de los
bienes de quienes eran hallados culpables de herejía.




“Cada localidad había de
ser visitada anualmente por un inquisidor que publicaba solemnemente un
Edicto de Fe que, en forma de encuesta minuciosa, imponía a cada
cristiano, bajo pena de excomunión mayor, la obligación de denunciar a
los herejes que conociera (…) el acusado no podía conocer la identidad
de sus acusadores ni la de sus testigos, quienes por lo tanto actuaban
al margen de toda responsabilidad, mientras el enjuiciado se encontraba
desarmado para formular su defensa (…) todavía se hacía más desesperada
la posición del acusado por el poder que la Inquisición tenía, como
otros tribunales de su tiempo, de recurrir a la tortura con el fin de
obtener pruebas y la propia confesión (…) Si el acusado confesaba su
culpa durante el juicio pero antes de la sentencia, se le absolvía y se
iba con un castigo ligero. En otro caso, la sentencia era absolutoria y
condenatoria. Una resolución de culpabilidad no resultaba necesariamente
la muerte (…) podía incluir un castigo, una multa, un azote, por culpas
menores; las temidas galeras o la arruinadora confiscación de bienes
por culpas más graves (…) los que persistían en la herejía o en la
recusación de culpabilidad eran quemados vivos. Los que abjuraban a
última hora y después de la sentencia, fueran o no sinceros, primero
eran estrangulados y luego quemados…”







Tomás de Torquemada



Inquisidor general de
Castilla y Aragón (Valladolid, 1420 - Ávila, 1498). Procedía de una
influyente familia de judíos conversos de Castilla; su tío, Juan de
Torquemada, fue cardenal y prior de los dominicos de Valladolid. Tomás
ingresó muy joven en la orden de su tío y llegó a ser prior del convento
de Santa Cruz de Segovia. Fue confesor de varias personas influyentes
de la corte de los Reyes Católicos, que le pusieron en contacto con la
reina Isabel.


En 1483 fue nombrado
inquisidor general con autoridad sobre todos los reinos de las Coronas
de Castilla y Aragón, para poner fin al desorden que había reinado en la
Inquisición española desde que se fundara en 1478. Aunque no fue el
primer inquisidor general, sí fue el verdadero organizador del Tribunal.
Centralizó el Santo Oficio en torno al nuevo Consejo Supremo de la
Inquisición, del cual fue primer presidente. Dictó las ordenanzas de
1484-85 y 1488, que crearon el procedimiento inquisitorial para
perseguir a los herejes (mediante acusaciones anónimas, interrogatorio
bajo tormento y penas que podían llegar hasta la hoguera).


Torquemada fue un
riguroso perseguidor de toda disidencia religiosa, que llevó su celo
ortodoxo hasta la crueldad. Convencido de la necesidad de la unidad
religiosa, fue uno de los inspiradores de la expulsión de España de los
judíos que no aceptaran convertirse al cristianismo (1492); y después
aumentó el rigor en la persecución de los judeoconversos (a los que él
mismo pertenecía), acusados frecuentemente de seguir practicando su
religión en secreto.








FORMACIÓN DE LA UNIDAD ESPAÑOLA: 



Corno la anarquía había
durado demasiado tiempo en España, era lógico que se produjera una
reacción favorable al poder real, reacción que, a fines del siglo XV,
fortificó la unión de las coronas de Aragón y de Castilla.






Esa unión se debió a un
casamiento. En 1469; Fernando, heredero del reino de Aragón, contrajo
matrimonio con Isabel, heredera del reino de Castilla. Diez años más
tarde (1477), cada uno de ellos estaba en posesión de su corona.




La destrucción del
último estado musulmán, el reino de Granada, fue la consecuencia casi
inmediata de la unión — que debía ser indisoluble — de los dos
principales reinos cristianos. Durante más de doscientos años, las
discordias de España hablan paralizado la reconquista. Los moros,
establecidos en los valles de las Alpujarras, en la falda meridional de
Sierra Nevada, habían reconstituido un estado poderoso y próspero. El
esplendor de Granada, la capital, igualaba al de la antigua Córdoba.
Ahora bien, como los reyes de Granada poseían rentas considerables y
subvenían con sus propios recursos a los gastos requeridos por un
ejército de siete mil soldados de caballería, la lucha suprema fue larga
(1481-1492) y encarnizada.


Por último, en 1491, los
dos reyes (la energía varonil de Isabel mereció que llamaran a la
soberana rey y no reina) rechazaron a los moros y pusieron sitio a
Granada. Y como un incendio destruyera su campamento, empezaron por
reemplazarlo edificando una ciudad, que se llamó y llama Santa Fe, a fin
de que se tuviera por entendido que su firme voluntad era no retirarse
de Granada sin haberla tomado. Después de nueve meses de sitio, la
plaza, sitiada por hambre, capituló. La conquista de España por los
cristianos estaba terminada. Fernando e Isabel recibieron el titulo de
Reyes Católicos.






                    

CRISOL DE  CULTURAS EN LA ESPAÑA MEDIEVAL



 Para España la era
moderna se estrena con el matrimonio de los Reyes católicos, don
Fernando de Aragón y doña Isabel de Castilla en el año 1469. Es la
simiente del auge imperial.


Por entonces las
agresividades bélicas de la Reconquista han avanzado lo suficiente para
que el territorio de la península se considere unificado bajo ambas
coronas y emprender la final ofensiva contra los sarracenos. La fusión
de ambos cetros en un solo poder suscitará los elogios de Nicolás
Maquiavelo en "El Principe", cuyo país, Italia, todavía está fragmentado
en ducados, principados, condados, amén de los feudos temporales de los
papas. Maquiavelo estima que la unificación hispánica es un modelo
digno de ser imitado por las naciones europeas.




El nacionalismo se ha
apoderado de los espíritus y surgen en el Viejo Mundo los países más o
menos como hoy los conocemos. El sentimiento de amor patrio se expresará
en los idiomas locales, el derecho, la precisión de fronteras,
literatura y música vernáculas y la personalidad nacional definida y
fuerte dentro de la comunidad de Estados. Así el nacionalismo es una
escala de valores y manifestaciones que compiten con los vecinos en una
carrera por el prestigio, el poder y la riqueza. En el caso de España la
situación era distinta al resto de los países europeos. El país había
sido un crisol de culturas, una amalgama de razas y estrecho contacto de
credos religiosos como no se había visto en el mundo y que
probablemente no se dará más.


Las tres grandes
religiones monoteístas habían encontrado en España arraigo y un bien
común. Cuando termina el siglo 15, a aún 100 años antes, el panorama de
tolerancia y convivencia cambia bruscamente y comienzan los choques.
Fernando e Isabel saben que el empuje de la restauración del
catolicismo, al menos el oficial, tendrá que hacerse sacrificando buena
parte de la población. La política real y la de sus consejeros es
precisa: a la unidad del territorio ha de ir anexa la de la fe.




Se comenzó así por los
musulmanes: el 2 de enero de 1492 las huestes cristianas sitian y toman
Granada, último reducto árabe. La cruz ondea ya sobre el Palacio de la
Alhambra en la torre de Comares. El rey moro Boabdil se rinde y con los
suyos tomará la vía del exilio. La caída de Granada contribuye
efectivamente a consolidar no sólo la cruzada interna de fe, sino que
acrescienta el prestigio de los regios esposos. Ahora qué hacer con los
judíos quienes contribuyeron por mil quinientos años al esplendor de
España? En astronomía, medicina, comentarios talmúdicos literatura,
filosofía, finanzas, auge económico, rudimentarios oficios? Aparece la
Inquisición, el rechazo antisemita, la intolerancia y desvalorización
del legado hebraicoEl 31 de marzo de 1492, luego de intensas consultas
pero también de inconfesables presiones, los reyes firman el Decreto de
Expulsión, otorgándoles protección y un lapso de 3 meses para liquidar
sus bienes y otras propiedades. Andrés Bernalaz, cura del pueblo de los
Palacios vió pasar una de las tristes procesiones que se encaminaban
hacia Portugal: "E los rabinos hacían tañer panderos para alegrar a la
gente....nacían y morían en el camino". El fatídico Decreto dejaba
abierta una puerta, una opción más o tan temible: podían quedarse los
que se convirtieran al catolicismo. Muchos de los que se quedaron
optaron por la conversión pero ello dió origen a un problema más
delicado. Fueron los criptojudíos, marranos o alboraicos. Los
judaizantes que así fueron llamados se encontraron en los linderos de
dos mundos. Por un lado la Sinagoga los tildaba de apóstatas. Por el
otro la Iglesia les daba el nombre de herejes. Si los vemos por el sesgo
cristiano constituyen una quinta columna, un contingente distinto
dentro de las filas de "cristianos viejos", un peligro latente contra la
ortodoxia, la pureza de la fe e integridad del catolicismo. Penetraron
tan hondamente las capas de la sociedad que bien pronto los hallamos
como funcionarios públicos, elegantes damas y prestantes caballeros de
corte, prelados y obispos, conquistadores de América, banqueros,
literatos y hasta santos de la iglesia romana. Portugal acogerá un
segmento de los proscritos, pero por corto tiempo pues en 1947 el rey
Manuel, casado con princesa española, decretará a su vez que los
israelitas deben irse o renunciar a su herencia milenaria. De esta
suerte aumenta la dispersión, se complica y multiplica con creces el
asunto judaico: los "cristaos-novos". Con el descubrimiento de América,
España se eleva al rango de potencia madre de nuevas tierras en la
Tierra, sin moros y sin judíos pero con moriscos y judaizantes, la
península azuzará la envidia y la codicia de sus rivales: Portugal,
Inglaterra, Francia, Holanda y Dinamarca. Los criptojudíos y los
criptoislámicos serán elementos de mayor importancia en el nuevo
crecimiento.












VIDA DE LOS JUDIOS EN LA ESPAÑA ANTES DE LA EXPULSION:



En la pequeña comunidad
medieval los judíos estaban organizados como en una gran familia. A
medida que la comunidad fue creciendo, las costumbres de apoyo mutuo
inmediato se hicieron más difíciles de mantener. Por lo tanto se crearon
asociaciones especiales. Entre los artesanos, la piedad religiosa era
habitual, así se crearon sociedades o cofradías de "enterradores",
"vigilia nocturna", "los que van en pos de la justicia"; "los que hacen
caridad", etc. El nombre común de estas asociaciones era el de Hebrá
Kadishá; Santa Hermandad o Santa Irmandade. Entre los sefarditas la
Hebrá es la primera cosa que instituyen en cada población, grande o
pequeña, donde se establecen y sin excepción los miembros de la sociedad
llevan el sentimiento del deber como son visitar a los enfermos,
sepultar a los muertos, dotar a la novia, apoyar a los necesitados,
educar a los jóvenes, rescatar a los cautivos, etc. todo ello no por vía
de la caridad sino más bien como obligación social.


Los judíos vivían entre
árabes y cristianos en la era medieval, contribuyendo con un importante
aporte a la cultura hispánica. Los judíos no fueron solo tolerados en la
España cristiana, sino incluso bien recibidos. Hacia los siglos X, XI y
XII los nuevos reinos cristianos surgidos en el proceso de reconquista
contra los árabes necesitan repoblar territorios devastados por las
guerras. Era necesario promover el comercio en las ciudades y organizar
la administración de los territorios conquistados, la sociedad cristiana
estaba formada fundamentalmente por guerreros y campesinos, sin
experiencia ni gusto alguno por la vida administrativa y el comercio.
Por esa misma época los judíos huían de Al Andalus (Andalucía)
perseguidos por los fanáticos almorávides primero, y de los almohades
más tarde. La confluencia de todos estos factores explica el rápido
repoblamiento de las aljamas del centro y norte de España. Así los
judíos pueblan antiguas juderías, dedicándose a las más diversas
labores, desde humildes agricultores (Leon, La Rioja, Guadalajara,
Huesca, etc.) hasta grandes financistas pasando por una innumerable gama
de oficios: comercio, profesiones y artesanías, etc. En una época
marcada por las persecuciones, la mayor parte de los judíos prefirieron
dedicarse a actividades que no supusieran una dependencia excesiva de
bienes inmuebles difíciles o imposibles de llevar consigo en caso de
alguna expulsión a los que estaban secularmente habituados.


En las juderías, aljamas
o barrios judíos de la peninsula, el judío no quedaba totalmente
aislado del mundo exterior; la Judería, a contrario del "ghetto" del
centro y del norte de Europa, no era un lugar donde los judíos quedaban
apartados del resto de la población. Las relaciones eran contínuas, no
había cristiano que sintiera asco por ponerse en manos de un médico
hebreo, ni rey que no atendiera las predicciones astronómicas de un
rabino cabalista, ni obispo o canónigo que tuviera separo en dejarse
cortar sus sotanas por sastres judíos, ni párroco que necesitase fumigar
con sahumerios benditos los cálices o candelabros de altar labrados por
orfebres de la aljama. Al judío respetable sus convecinos le llamaban
Don o en su caso Rabí. Por lo general, sobre todo en las pequeñas
ciudades, los judíos no llevaban vestimentas especiales que los
distinguieran. Por el contrario, en otras partes de Europa, la exigencia
de vestimenta distinta a todos los judíos era una infamante realidad.
La judería se regía, dentro de su estricto recinto, por leyes propias.
Cobraban sus impuestos, imponían justicia, juzgaban a los malhechores,
excomulgaban, etc. con la más amplia autonomía dentro de su reducida
jurisdicción. A partir del siglo XIV eran más frecuentes las asambleas
de representantes de todas las aljamas del reino de Castilla, que en el
siglo XV se convirtieron en una institución fija para el ordenamiento de
los intereses comunes de la población judía. Estas asambleas tuvieron
valor cohesionante y unificador preparatorio para la entonces futura
diáspora de los sefaradíes. En una de ellas hacia 1432, se elaboró el
Ordenamiento de Valladolid, modelo institucional que sirvió a los
sefardies durante varias generaciones.










LA DIASPORA SEFARDI:



En la Península Española
los judíos habían convivido con los romanos, con los invasores bárbaros
y con los reyes visigodos, con los guerreros árabes, con los califas de
occidente, con los reyes y monarcas cristianos de la Reconquista. Lo
mismo figuraba en la corte de Granada un Samuel Ibn Nagrela como gran
visir, que un Samuel Levy en la corte de Don Pedro I de Castilla. Antes
de su dispersión, el judaísmo español había ofrecido los más altos
valores en poesía religiosa, en exégesis bíblica, en filología hebraica,
filosofía y ciencias puras y experimentales. En los siglos XII y XIII,
la individualidad y la personaldiad empiezan a percibirse frente al
carácter general y anónimo de la obra literaria antígua; el interés por
los temas rebasa lo puramente religioso. El estudio de la filosofía y
las ciencias, la naturaleza, la apreciación de la belleza del mundo y
del hombre, la valoración de las ciencias humanas y el empeño por la
armonización de lo religioso o suprarracional con lo científico o
meramente racional, son rasgos nuevos, casi exclusivos de la cultura
hebraica-española.


Instituto Sefardí Europeo El
esfuerzo generoso y constante de los hebreos españoles había llegado a
todas las actividades humanas: fueron astrónomos, como Rabí Yag y
Abraham ben David de Toledo,kcabalistas como Abraham Abulafia,
Nahmánides y Elkana ben Yerobam ben


Avigdor, comentaristas y
expositores, como Abraham ben Meir y Moisés Ibn Esra; filósofos tan
profundos como Maimónides. Abraham Bibao y Menasés ben Israel;
gramáticos como Menahem ben Safuq de Tortosa; historiadores, como
Abraham ben Samuel Hacuth, puristas como Bechai Haddi ben Asser
Mechalaio. En la Academia de Córdoba, fraternizando árabes y judíos,
encontramos a matemáticos como el sefardí malagueño Salomon Ibn Gabirol y
a médicos como Hasdai ibn Shaprut (915-990 e.c.) y en Cataluña se
destaca Abraham bar Hyya y en Castilla Abraham Bezra. Otras figuras
notables son el médico Salomón ben Virga, los poetas Yehuda Halevy,
Abraham Ibn Ezra, David Pekuda y Rabí Sem Tob de Carrión, junto a los
Ibn Nagrela (993-1055), Ibn Pakuda (1040-1110) e Ibn Aderet (1235-1310),
por no citar sino algunos. Algunos de ellos no tuvieron que ser
expulsados de España sino que se convirtieron al cristianismo.




Proclamada la expulsión,
el inquisidor Torquemada prohibió mantener el menor contacto con los
judíos. El rey Fernando confiscó las propiedades de los israelitas
desterrados con el pretexto de garantizar el pago de las deudas
supuestamente contraídas, así, la riqueza de los emigrantes se
desvaneció por completo y hubieron de abandonar pobres el país amado
hacia el exilio. En aquella hora desesperada, los rabinos exhortaron a
la grey de Israel a permanecer fiel a su religión, ante los
requerimientos bautismales de los dominicos, por orden de Torquemada, a
cambio de la permanencia en el país. La voz de los Rabíes recordaba que
D-os los había salvado otras veces en el pasado de situaciones muy
difíciles. Al final consiguieron una prórroga de dos días para dejar
España, partiendo el 2 de agosto, fecha esta que en el año 1492
coincidió con el 9 de Av (Tisha BeAv).




Al salir de
España, los judíos sefarditas dejaron tras de sí muchas cosas, pero una
se llevaron con ellos: la cultura española. Tanto es así que cuenta la
leyenda que cuando el Sultán Bayaceto II (1481-1512) permitió la
radicación de los sefardíes en sus territorios de Europa y Asia,
exclamó: "dicen del Rey Fernando que es un monarca inteligente, pero lo
cierto es que empobrece a su país mientras enriquece al mío".




En los casi 500 años de
la diáspora sefardí, son muchos los cambios sufridos por ella. Dentro
del marco general del judaísmo, los judíos sefardíes fueron creadores de
una alta espiritualidad, hasta el punto de que en ella se encuentran
los orígenes de las dos grandes directrices del judaísmo universal
posterior: el racionalismo creado por Maimónides, base de la actitud de
los


"mitnaggedim" alemanes, y
el misticismo, mejor llamado ascetismo moral de la Cábala práctica que
arrancando con Moshé de Leon, autor del Zohar, nutre la escuela mística
de Safed con un Cordovero, un Vital, un Luria, para desembocar en el
fecundo Jasidismo de Polonia y Rusia, de aportación decisiva para la
espiritualidad judáica moderna.



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