sábado, 17 de septiembre de 2016

El santo fundador del Opus Dei/Primeros años de vida oscura - Opus Dei info

El santo fundador del Opus Dei/Primeros años de vida oscura - Opus Dei info




El santo fundador del Opus Dei/Primeros años de vida oscura


PRIMEROS AÑOS DE VIDA OSCURA




EN LA PARTIDA DE BAUTISMO de José María Escriba que figura en el libro
de registro de la iglesia catedral de Barbastro aparece un dato
revelador sobre la familia y quien mantuvo una preocupación constante en
modificar su apellido. Ellos no se llamaban originariamente Escrivá,
sino Escriba, es decir con be y sin acento, por lo que no hay que
excluir la hipótesis de que tuvieron que catalanizar el apellido para
camuflar un apellido de judío converso como Escrivá. Más tarde, en el
expediente de estudios de José María, él mismo se firma José María
Escrivá, aunque en el encabezamiento las autoridades académicas
transcriban su nombre como José María Escriba, el que figuraba en sus
documentos personales y en la partida de bautismo.


La familia Escriba pertenecía a la clase media de Barbastro, un
pueblo situado en las estribaciones montañosas del Pirineo central, en
la provincia de Huesca, limítrofe con Francia. Dentro de Aragón, la
comarca del Somontano, en donde vino al mundo el fundador del Opus Dei,
es un territorio que se encuentra al pie de las montañas más
meridionales, próximo al valle del Ebro, en las altiplanicies antes de
los primeros contrafuertes del Pirineo, y Barbastro, con cuatro mil
habitantes en la época, era su núcleo de población más importante.


Por parte del padre, los Escriba eran pequeños agricultores
oriundos de Lleida, provincia de la vecina Cataluña, y por parte de
madre, los Albás, también oriundos de Cataluña, ejercían una actividad
comercial desde hacía varias generaciones. Establecidos como honrados
comerciantes en Barbastro, los Escriba formaban una de esas familias "de
recia contextura hogareña y gran moralidad, pertenecientes casi siempre
a la clase media", ["La moralidad pública y su evolución. Informe
reservado destinado exclusivamente a las autoridades. Madrid, 1944, p.
315, en "Usos amorosos de la postguerra española", Carmen Martín Gaite.
Ed. Anagrama]
con tres tíos curas en la familia, dos por parte de la madre y uno por parte del padre.


Sus hagiógrafos afirman que el origen de José María Escriba
Albás, fundador del Opus Dei y protagonista de esta biografía, era de
"antigua y limpia estirpe por ambas ramas del árbol genealógico", [Perez
Embid, Florentino. "Monseñor Josemaría Escrvá de Balaguer y Albás,
Fundador del Opus Dei, Primer Instituto Secular". Separata del tomo IV
de la Enciclopedia "Forjadores del Mundo Contemporáneo". Ed. Planeta,
Barcelona 1963, p. 2]
, lo cual nos hace pensar en algo distinto
sobre el origen social del hijo de unos comerciantes de pueblo. La
expresión, cuidadosamente calculada, ha llegado incluso a formar parte
de la leyenda elaborada más tarde sobre el fundador, exhibiendo los
miembros del Opus Dei, totalmente entregados al subgénero histórico de
la hagiografía o vidas de santos, una habilidad descomunal para
disfrazar los hechos. No obstante, la profesión de comerciante es
difícilmente conciliable con la de hijodalgo en un país como España, y
decir "antigua y limpia estirpe por ambas ramas del árbol genealógico"
representa tan sólo, por desgracia, que ningún ascendiente de los
Escriba nació en la calle, en el prostíbulo o en la inclusa. En
cualquier caso, resultan ridículas las pretensiones de ilustre prosapia o
hidalguía campesina. La nobleza baturra de los Escriba se redujo, como
veremos más adelante, a unas ansias desmesuradas de promoción social,
para contrarrestar quizá unos orígenes tan modestos en el pueblo de
Barbastro.


Existen, sin embargo, diferentes versiones hagiográficas de la
vida de José María Escriba que han sido perfectamente elaboradas a
partir de retazos de una información tergiversada, todo ello adobado con
gran abundancia de anécdotas inventadas, que sirven para consumo de
simpatizantes y seguidores. Sin embargo, esta biografía completa se
limita a una descripción somera y rigurosa de hechos realmente
acaecidos, para que los lectores puedan apreciar la naturaleza y alcance
de la peripecia biográfica de José María Escriba. Este límite se
justifica tanto más cuanto que José María Escriba volverá una y otra vez
a sus recuerdos de infancia y adolescencia, sobre todo desde que se
convirtió en líder carismático de una poderosa organización con sede en
Roma, ejerciendo una gran influencia hasta después de su muerte entre
sus seguidores y también en el Vaticano.


El primer fruto del matrimonio Escriba fue una niña, bautizada
con el nombre de Carmen, y el segundo de los hijos, José María, quien
protagonizaría la fundación del Opus Dei, nació el 9 de enero de 1902,
año en que tuvo lugar la coronación del rey Alfonso XIII. Con la mayoría
de edad y la proclamación como rey de Alfonso XIII una nueva era
política parecía comenzar en España. La subida al trono de un monarca de
diecisiete años representaba una apuesta política llena de peligros y
los restantes países europeos dieron importancia al suceso, ["Memories de S.A.R., L'Infante Eulalie 1868-1931", Plon, París, 1935, pp. 129 y 130] sobre todo después de la pérdida reciente de colonias sufrida por España.


En Barbastro, provincia de Huesca, ocurrieron en 1904 otro tipo
de sucesos. Cuando Losé María cumplió dos años, y esta edad marca un
momento importante en su desarrollo, padeció unos ataques de alferecía,
que es lo que modernamente se llama epilepsia. [Identificada con la
epilepsia, la alferecía es una enfermedad más frecuente en la infancia,
caracterizada principalmente por accesos repentinos con pérdida brusca
del conocimiento y convulsiones]
. A pesar de ser una enfermedad grave y extendida en España, en donde aún se cuentan más de 300.000 casos al año, [Centro de Información Bioestadística. "Epilepsia en España. Informe Gaba 2000, Madrid, 1994],
1a epilepsia es una de las enfermedades crónicas menos invalidantes.
Presenta a veces un proceso con un componente psíquico muy fuerte, con
aumento de la irritabilidad, que puede obedecer a múltiples causas. En
el caso del niño Escriba conviene tener en cuenta que se trataba de una
patología con probados antecedentes familiares y que le dejaría
secuelas, como ese aspecto reservado y de temperamento a la vez rígido y
ardiente, que se desbordaría a veces en bruscas y violentas cóleras.


A partir del desencadenamiento de su primera crisis de epilepsia
infantil, José María Escriba pasó a estar sobreprotegido por su madre y
un manto de silencio cubrió al afectado por parte de la familia. Incluso
escondieron tan aparatosa enfermedad a los fieles seguidores de José
María Escriba de los primeros tiempos, debido quizá a la mala imagen que
tiene la epilepsia entre la población en general. Posteriormente,
cuando tuvo que desplazarse a Roma en 1946 y ya se le había declarado
una grave diabetes, Escriba consultó si existía alguna lesión
neurológica con el renombrado neuropsiquiatra español Juan Rof Carballo.
[Véase capítulo 7: "El fundador en Roma"].


Pero de aquella primera crisis con dos años su familia afirmaba
que Escriba salió fortalecido y por ello su madre le llevó en
peregrinación a la ermita de Torreciudad, en las cercanías de Barbastro,
de cuya Virgen era muy devota, en señal de agradecimiento por una
curación que luego sería calificada de milagrosa, y Torreciudad
significaría, como se analiza más adelante, el triunfo de Escriba sobre
la enfermedad. [Véase capítulo 9: "Último período en la vida del fundador".
También Berglar, Peter, "Opus Dei. Vida y obra del Fundador Josemaría
Escrivá de Balaguer", Rialp, Madrid, 1976, pp. 25-26: Gondrand,
Francois, "Al paso de Dios", Rialp, Madrid, 1985; Vázquez de Prada,
Andrés, "El fundador del Opus Dei", Rialp, Madrid, 1985, pp 50-52]
.


A partir de entonces, su madre ya no querrá despegarse de José
María, por estar necesitado de cuidados constantes, lo cual tendrá una
importancia decisiva en la vida de ambos. Con una madre tan protectora
se iba a producir la fijación inevitable del niño con su madre y, como
consecuencia, un infantilismo persistente agravado más tarde con el
oscurecimiento de la figura del padre, por no sacar adelante
económicamente de forma satisfactoria a su propia familia.


Tres niñas nacieron luego en el hogar de los Escriba: Asunción en
1905, Dolores en 1907 y Rosario en 1909. Pero de las cinco criaturas,
sólo sobrevivieron dos: Carmen, la mayor, y José María, destinado a ser
el fundador del Opus Dei. Antes de cumplir el año murió Rosario. A los
cinco años murió Dolores y Asunción a los ocho años de edad. Si 1905,
1907 Y 1909 representaron años de nacimiento, los años 1910, 1912 Y 1913
significaron años de muerte para la familia Escriba, afectada de una
extraña patología y que contaba además con graves antecedentes
familiares.


Como las tres hermanas se fueron muriendo a partir de 1910 en
razón inversa a su edad, de la más pequeña a la mayor, José María
Escriba llegó a decir el 9 de enero de 1972, cuando celebraba el
septuagésimo aniversario de su nacimiento, "no quiero cumplir más que
siete años". Y también comentó en cierta ocasión que si tuviera que
hacer alusión a su edad iba a decir que sólo tenía siete años. [Gondrand, Francois, ob. Cit., pp.270-271].


Tal sucesión de traumas infantiles tuvo que crear una cierta
predisposición a la neurosis crónica y resulta muy revelador que Escriba
fijase un intento de regresión en su vida a 1909, un año antes del
comienzo de tantas desgracias familiares, con una edad, siete años, en
la que los niños ya dejan de creer en los Reyes Magos.


Respecto a la psicología del niño, la fase edípica que empieza
naturalmente a partir de los cinco años debió tener un fuerte impacto en
José María Escriba. Se comprueban en efecto, tendencias edípicas que,
al ser expresadas puerilmente por un niño, consisten en desear para sí
solo a uno de los dos padres, generalmente del sexo opuesto, pero
siempre el que ofrece mayor seguridad, excluyendo al otro. La exclusión
del otro se formula a menudo como un deseo de partida o de muerte,
teniendo en cuenta que para el niño la muerte no significa habitualmente
otra cosa que el alejamiento. [Véase capítulo 7: "El fundador en Roma" y capítulo 9: "Último período en la vida del fundador"].


La mayoría de los psicoanalistas coinciden en afirmar que la
situación edípica es una situación normal; aunque dicha fase puede
convertirse en complejo, posible generador de una neurosis ulterior,
cuando se reúnen varias condiciones precisas que actúan como agravantes y
que eran fácilmente constatables en el caso del niño José María
Escriba, analizando algunos datos de los primeros años de su vida: por
una parte, la excesiva relación afectiva y la acusada preferencia del
niño por su madre, junto con una indulgencia excesiva de la progenitora,
proceso agravado más tarde con la ruina económica protagonizada por el
padre; y por otra parte, el hecho de quedar José María como varón único
tras la muerte traumática de las hermanas, junto con el nacimiento
posterior de un hermanito, asunto que remueve la cuestión del origen de
los niños y, con ello, sexualiza rápidamente los sentimientos edípicos. [Mucchielli,
Roger, "La personalidad del niño. Su edificación desde el nacimiento
hasta el final de la adolescencia". Hogar del Libro. Barcelona, 1938,
pp. 88 y 90]
.


La madre, Dolores Albás, que era muy religiosa, había enseñado a
rezar devotamente a sus hijos y José María se había convertido en un
niño muy piadoso. De aquella época doña Dolores guardaría como reliquia
un cuadro de la Virgen María con un Niño Jesús, con aspecto de tener dos
o tres años, donde aparecía sonrosado y mofletudo, con mohín candoroso,
el pelo rubio, repeinado a raya y con bucle. [Vázquez de Prada, Andrés, ob. Cit., pp. 483-484].
No hace falta imaginar que la imagen era el modelo propuesto por la
madre para ser imitado por su hijo José María. El cuadro que sería
conocido familiarmente por la Virgen del Niño Peinadico se convirtió más
tarde en un objeto preciado de la iconografía privada del Opus Dei.


José María estudió las primeras letras en las Escuelas Pías de
Barbastro y allí cursó también los primeros años de bachillerato, donde
iba a examinarse, llevado de la mano por los padres escolapios, a los
institutos de Huesca o de Lleida. Su expediente presenta una normalidad
escolar, con resultados satisfactorios en todos los cursos.


Los Escriba poseían un cierto barniz de cultura y José María se
aficionó desde una edad temprana a la lectura de temas medievales, como
los cantares de gesta. Téngase en cuenta que en las tierras del Pirineo,
durante la larguísima guerra de los cristianos contra los moros que
duraría ochocientos años, la Reconquista cristiana tuvo un carácter
distinto que en otras regiones españolas. En Aragón la Reconquista
comenzó con la ocupación de Barbastro, a donde se encaminó en el año
1064 una cruzada predicada por el papa Alejandro II. La península
Ibérica estaba dominada entonces por el mismo enemigo de la cristiandad
que en Tierra Santa y tales cruzadas, así como las órdenes militares y
las guerras entre moros y cristianos, debieron impresionar a José María,
ya que Barbastro fue una plaza fuerte sitiada varias veces por los
cristianos durante la Reconquista. "Las gestas relatan siempre aventuras
gigantescas, pero mezcladas con detalles caseros del héroe", llegó a
escribir luego José María, siendo ya adulto, en Camino, el más famoso de
sus libritos. ["Camino". Máxima 826] Y de sus lecturas
medievales debió partir, sin duda, como producto de sus ensoñaciones
juveniles, su obsesión por pertenecer a una familia de alta alcurnia que
le empujaría a la búsqueda incansable de honores y privilegios,
llegando incluso a realizar actos ridículos de falso ennoblecimiento
para sí y para su familia. [Véase capítulo 9: "Último período en la vida del fundador"].


Algunas noches después de cerrar la tienda, José María,
acompañado de otros niños, se quedaba ayudando a su padre a contar el
dinero que se había ganado ese día, según el testimonio de una vecina de
Barbastro, María Esteban Romero. Junto con otros amiguitos, José María
se sentaba encima del mostrador y se entretenía mucho contando las
monedas. [Bernal, Salvador, ob., cit., p. 21]


Aquel niño aragonés, que se aficionó desde muy pequeño a tocar y
contar el dinero, conoció también el dolor, en la peluquería. Él mismo
lo relataría años más tarde: "En las fechas más destacadas de mi vida,
el Señor ha querido mandarme alguna contrariedad. Hasta el día de mi
primera comunión, al peinarme el peluquero, me hizo una quemadura con la
tenacilla."


Pero los sufrimientos del niño fueron poca cosa comparados con
los de su padre. Todo el mundo de la infancia de José María se derrumbó
de repente con el cierre en 1915 de la tienda de tejidos que don José
Escriba regentaba con otro socio en Barbastro. Quebró la tienda de paños
y los Escriba se fueron a Logroño, capital de la Rioja, lo
suficientemente alejada de Barbastro para evitar la tentación del
regreso. Allí el cabeza de familia, venido a menos, hubo de buscar
colocación como dependiente en otra tienda de tejidos.


Si en las familias españolas las madres se hacían cargo del hogar
y la educación de los hijos mientras que los padres se encargaban de
resolver la situación económica, los parámetros tradicionales de la
familia Escriba fallaron por parte del padre y la salida de Barbastro
tuvo más de huída que de mudanza, abandonando el pueblo de noche para
esquivar a los acreedores. [Infante, Jesús. "La prodigiosa aventura del Opus Dei. Génesis y Desarrollo de la Santa Mafia". Ruedo Ibérico, París, 1970, p.4].
El fantasma de la ruina no abandonaría nunca a José María, el cual se
esforzó toda su vida por devolver a la familia la solvencia y el crédito
perdido.


José María tenía edad suficiente, trece años, como para darse
cuenta de lo que representaba la quiebra del negocio familiar en
Barbastro. En Logroño, sin embargo, continuó estudiando hasta acabar el
bachillerato y en octubre de 1918, cuando tenía dieciséis años, inició
la carrera de sacerdote como alumno externo en el seminario de Logroño.


José María le había comentado previamente a su padre la intención
de ingresar en el seminario, desde que un día de invierno, en el mes de
diciembre de 1917, vio las huellas de pasos de un carmelita descalzo en
la nieve. Entonces sintió el impulso de hacerse carmelita, para
encerrarse a cantar las alabanzas de Dios en el convento; aunque luego
cambió de opinión y dijo que no le interesaba la carrera eclesiástica,
que no le atraía ser cura y que su vocación era la de arquitecto.
Finalmente, la decisión fue tomada y el padre, que trabajaba como
dependiente de comercio, aceptó que José María iniciara los estudios
para el sacerdocio con la condición de que cursara también la carrera de
derecho, a fin de evitar ser en el futuro un hombre sin recursos si le
fallaba la vocación religiosa.


Aconsejado también por su padre, el joven José María consultó,
antes de dar el paso, a un capellán militar, Albino Pajares, personaje
con la clásica visión medieval en la que el sacerdocio es el saber y la
milicia la fuerza, cuya opinión tuvo un peso importante en aquellos
momentos.


En España, los hijos de los pequeños agricultores, comerciantes y
los sectores de la población rural no asalariada encontraban en los
seminarios durante el primer tercio del siglo la única vía posible de
acceso a la cultura superior y de promoción social. Con ello no se
pretende afirmar que José María Escriba tuviera forzosamente que ser
eclesiástico de modo cerrado y terminante; pero si se analiza
someramente el ingreso en los seminarios españoles y la aportación de
regiones como el Pirineo navarro-aragonés y la Rioja, junto con el
origen social de Escriba y su tremenda ambición realzada en infinitos
detalles personales, resulta fácil concluir que el camino religioso era
el único viable para un individuo como él. Tuvo la ilusión de ser
arquitecto, pero se inclinó por el sacerdocio. José María Escriba
"escogió" el "único camino" que podría llevarle lejos y la ruta del
sacerdocio eclesiástico le ofrecía perspectivas más claras que cualquier
otra carrera.


Parece probable, sin embargo, que Escriba no tuviera a los
dieciséis años una conciencia clara de lo que ambicionaba, lo cual por
otra parte, no impide la existencia de una vocación eclesiástica. La
vocación, como escribe Castilla del Pino, es una ultraestructura o
estructura ulterior que uno elige para su persona, una vez que ya está y
comienza a actuar en el mundo que le ha sido dado vivir. [Castilla del Pino, Carlos. "Dialéctica de la persona, dialéctica de la situación". Ed. Ibérica, Barcelona, 1968, p.139].
José María Escriba pudo sentir vocación hacia el sacerdocio pero, no
conviene olvidarlo, se sintió llamado dentro de unas estructuras como
las de la sociedad española que ofrecían entonces, y siguieron
ofreciendo después, un margen muy angosto y escaso de oportunidades.


En un ambiente de religiosidad familiar, con la vocación de José
María predeterminada por la madre, los Escriba celebraron por aquellas
fechas el nacimiento de un nuevo varón en la familia. Nació el 28 de
febrero de 1919 y fue bautizado con el nombre de Santiago. Así, otro
hijo varón podía compensar la ausencia de José María cuando tuviera que
irse y sólo quedara la hija mayor, Carmen.


Cuenta uno de los hagiógrafos de Escriba que unos meses antes, a
finales de 1918, cuando José María estudiaba en Logroño como alumno
externo del seminario, su madre les dijo a él y a su hermana "que pronto
tendrían un hermanito" y, ante la noticia, la primera reacción de José
María, repuesto de la sorpresa, "fue el pensar que sería varón, pues así
lo había pedido a Dios". Luego, con la noticia del nacimiento tuvo una
gran alegría, comentando posteriormente que "con aquello toqué con las
manos la gracia de Dios, vi una manifestación de Nuestro Señor. No lo
esperaba" [Vázquez de Prada, Andrés, ob. Cit., p.75]. José María
Escriba se refería con este comentario posterior a la supuesta
intervención divina conseguida por él y de ahí que este suceso fuera
incluido años más tarde dentro del proceso de turbosantidad, en el
capítulo de hechos sobrenaturales, por sus seguidores del Opus Dei.


En el seminario de Logroño José María no pudo ser alumno interno,
entre otras razones, por motivos de salud. Comenzó su carrera
eclesiástica como seminarista externo yendo a clases aunque viviendo en
casa, en donde también recibía clases particulares además de los
cuidados maternos.


En septiembre de 1920 se trasladó a Zaragoza. Era poco corriente
tal desplazamiento pero José María iba a estudiar también derecho
empujado por su padre, lo cual era imposible en Logroño. Además el
seminario dependía de la diócesis de Burgos y se veía obligado a cursar
por libre la carrera de leyes en Valladolid, mientras en Zaragoza
existía entonces una universidad pontificia, lo que le permitía
simultanear los estudios eclesiásticos con los civiles de derecho,
abandonando provisionalmente un universo que era el del pasado y el de
la familia.


Con este nuevo traslado José María Escriba mostraba que no estaba
resignado a ser un sencillo mosén en su diócesis y lo universitario o
académico representaba un peldaño en su ambición social. Estaba además
la familia: en Zaragoza tenía como parientes a dos eclesiásticos
hermanos de la madre, uno de ellos canónigo de la catedral. Después de
haber solicitado su traslado al seminario de Zaragoza para el curso
escolar 1919-1920, logró obtener una media beca que completaría la ayuda
que sus padres pudieron prestarle. [Gondrand, Francois, ob. Cit., p.35].


En el seminario de Zaragoza José María Escriba vivió bastante al
margen de sus condiscípulos y algunos de sus compañeros de estudios
conservan el recuerdo de un joven poco mezclado en la vida común, de
aspecto reservado y de temperamento rígido y a la vez ardiente, que se
desbordaba a veces en bruscas y violentas cóleras [Artigues, Daniel, "L'Opus Dei en Españgne. Son évolution politique et ideologique. Ed. Ruedo Ibérico, París, 1968, p. 9]
Un compañero de Escriba en el seminario, Manuel Mindán Manero, le
calificó de "hombre oscuro, introvertido y con notable falta de agudeza.
No me explico -añadiría Mindán, que también se hizo sacerdote- cómo un
hombre de tan pocas luces pudo haber llegado tan lejos".


En las navidades de 1922 había recibido los grados de ostiario y
lector, junto con los de exorcista y acólito. En 1923, con la primera
tonsura Escriba logró ser nombrado superior, también llamado moderador,
un pequeño puesto que equivalía a inspector encargado de vigilar a sus
compañeros, tanto en clase como en los paseos, con el privilegio de
poder repetir plato en las comidas. Cuando terminó los años de teología
preceptivos de la carrera eclesiástica fue ordenado subdiácono en la
iglesia de San Carlos el 14 de junio de 1924.


En aquellos tiempos José María Escriba iba a demostrar una enorme
voluntad de poder que mantendría a lo largo de toda su vida y ya en el
seminario repetía incansablemente una jaculatoria en latín, invocando a
la Virgen María: "Domina, ut sit! Domina, ut veam!", lo cual equivale a
decir: "¡Señora, que sea! ¡Señora, que vea!".


En la de entonces existente universidad pontificia de Zaragoza,
José María Escriba completó los cinco curso íntegros de estudios
eclesiásticos y el 28 de marzo de 1925 fue ordenado sacerdote. Se
dispone del testimonio del propio Escriba quien describe cuál era en
aquella época su visión del mundo: "Cuando yo me hice sacerdote, la
Iglesia de Dios parecía fuerte como una roca, sin una grieta. Se
presentaba con un aspecto externo, que ponía enseguida de manifiesto la
unidad: era un bloque de una fortaleza maravillosa." Para luego contar
el mismo Escriba años después, antes de su muerte en el año 1975, que la
Iglesia "si la miramos con ojos humanos, parece un edificio en ruinas,
un montón de arena que se deshace, que patean, que se extiende, que
destruyen..." [Bernal, Salvador, ob. cit., p. 262].


Entretanto su padre había muerto en Logroño unos meses antes y
José María se hizo cargo de su madre, de su hermana Carmen y de su
hermano Santiago, que tenía entonces seis años. La familia Escriba se
encontraba en una situación económica extremadamente grave: el sueldo de
dependiente de comercio se había terminado y se habían enfriado además
las relaciones con los parientes de Zaragoza. Sin embargo, José María
aprovechó el triste suceso de la muerte de su padre para realizar un
cambio familiar importante con la modificación del apellido. José María
ya no soportaba más tener como primer apellido familiar el de Escriba,
porque en la antigüedad así se denominaba a los copistas y amanuenses, y
a los doctores e intérpretes de la ley entre los hebreos.


La familia Escriba pasó a ser Escrivá de forma pública; aunque
luego, más tarde, tuvieron que añadir de Balaguer por las ínfulas de
nobleza y para que no hubiera más dudas en la catalanización del
apellido.


Con las licencias eclesiásticas obtenidas, José María Escrivá, ya
no Escriba sino Escrivá, se había convertido en un mosén, que era el
título que se daba principalmente a los clérigos y que provenía del
tratamiento que en la antigüedad ostentaban los nobles de segunda clase
en el reino medieval de Aragón. Al día siguiente de haber cantado su
primera misa, José María fue enviado como cura ecónomo a Perdiguera, un
pueblo de varios centenares de habitantes en el límite del cuasidesierto
de Los Monegros. Allí hizo las funciones de párroco por vacante del
titular durante la Semana Santa de 1926, para regresar siete semanas más
tarde a Zaragoza., en donde ya se encontraba instalada en un piso de la
calle de Rufas, muy pobremente, su familia.


Como no disponía de peculio propio y tenía encima que sostener a
la familia, se dedicó a dar clases de latín y fue hasta profesor
encargado de los cursos de derecho canónico y romano en el Instituto
Amado, una academia privada dirigida por un capitán de Infantería que
preparaba principalmente el ingreso en la Academia Militar de Zaragoza.


El joven sacerdote se ocupó además de desempeñar interinamente
varios trabajos eclesiásticos que le encargaron desde el arzobispado,
aunque sus preferencias personales en las celebraciones de culto se
dirigían a la iglesia de San Pedro Nolasco, regida entonces por
sacerdotes miembros de la Compañía de Jesús, los famosos jesuitas.
También estuvo de sustituto del párroco de Fombuena, aldea de doscientos
cincuenta habitantes cercana a Daroca, durante la Semana Santa de 1927.


Había empezado a estudiar por su cuenta una carrera civil, la de
derecho, en la universidad de Zaragoza, de acuerdo con los deseos de su
fallecido padre, para tener una garantía de mayor seguridad en el
futuro. José María Escrivá intentó simultanear entonces derecho con sus
estudios eclesiásticos, pero era muy difícil que un seminarista pudiera
realizar una carrera universitaria en el mismo espacio de tiempo. Un
catedrático de derecho con quien se examinó José María Escrivá señalaría
años más tarde que "no sabía mucho, no sabía mucho. Para un aprobadete.
Le di notable porque era cura. Y se enfadó porque no le di
sobresaliente".


Tuvo algunos suspensos y en otras ocasiones no pudo presentarse a
los exámenes. El caso es que en 1925, cuando se instaló su madre con
sus otros dos hermanos en Zaragoza, no había aprobado aún la mitad de
las asignaturas de la carrera. Se presentó luego a los exámenes en junio
y septiembre de 1926, aunque se ignora si lo hizo en convocatorias
posteriores para acabar la carrera y obtener el título de licenciado en
derecho.


En este período inicial de la vida del futuro fundador del Opus
Dei otro punto oscuro aparece en las incompletas biografías oficiales.
Uno de sus hagiógrafos, Florentino Pérez-Embid, notable miembro del Opus
Dei, escribe: "Al llegarle la edad de la formación universitaria, cursó
la carrera de derecho en la universidad de Zaragoza, y los estudios
eclesiásticos en el seminario cesaraugustano de San Carlos, "del que fue
superior". Recibió la tonsura clerical de manos del cardenal Soldevila,
el famoso arzobispo de aquella diócesis, que al poco tiempo caía
asesinado por un anarquista". Otro miembro del Opus Dei, Carlos
Escartín, autor de un "Perfil biográfico" sobre Escrivá, afirma
igualmente: "Estudió la carrera de leyes en la facultad de derecho de la
universidad de Zaragoza, al mismo tiempo que realizaba los estudios
eclesiásticos en el seminario de San Carlos de esta ciudad. Recibió la
tonsura clerical de manos del cardenal Soldevila, arzobispo de Zaragoza,
"que le nombró Superior del Seminario".


En efecto, tras la primera tonsura en su carrera sacerdotal
Escrivá había sido nombrado superior, también llamado moderador, puesto
humilde que equivalía a inspector encargado de vigilar a sus compañeros,
tanto en clase como en los paseos, con el privilegio de mostrar mayor
urbanidad y de repetir plato en las comidas. En cambio, para los
hagiógrafos del fundador del Opus Dei el humilde puesto de superior
ofrece una mayor consideración social, por lo que la pretensión de
hacerle superior del seminario de San Carlos, antes de su ordenación
como sacerdote, nos plantea un caso de precocidad extraordinaria en los
anales de la Iglesia católica. Ser a la vez diácono y rector de un
seminario resulta excesivo, sobre todo si tenía veintiún años de edad
cuando recibió la tonsura clerical y veintitrés cuando fue ordenado
sacerdote.


Hay versiones de su vida todavía más peregrinas como la de Javier
Ayesta Díaz, uno de los portavoces oficiales del Opus Dei, quien llegó a
declarar que "por entonces José María Escrivá era todavía seglar.
Estudió derecho en la universidad de Zaragoza, se hizo abogado y
posteriormente se ordenó sacerdote. Debido a haberse ordenado tan tarde
conservó la mentalidad del seglar y por ello creó una asociación
seglar". [Ayesta, Javier. Entrevista. Diario "Der Gelderlander", Nimega, Holanda].


Aquí aparece al descubierto el móvil de las tergiversaciones y
los falsos datos biográficos, que consiste en demostrar años después que
Escrivá hizo de todo: de abogado a superior de seminario, pasando por
cura párroco de aldea. Y así todos los esfuerzos de los hagiógrafos del
Opus Dei se centran en ofrecer, para el consumo propio y de extraños, la
figura sacerdotal, universitaria y secular del fundador del Opus Dei,
cargado de experiencias laicas y alejado de todo espíritu de religión o
clericalismo, siendo el mismo Escrivá el primero que estuvo firmemente
interesado en mantenerla.


Existen serias dudas sobre si aprobó todas las asignaturas de la
carrera, condición necesaria para obtener el título de licenciado en
derecho. Los más escépticos de sus críticos se preguntan ¿dónde está el
título de licenciado?, ya que su expediente académico ha sido buscado
infructuosamente y no aparece en los archivos de la facultad de derecho
de la universidad de Zaragoza, así como tampoco existe justificante o
recibo del pago de las tasas correspondientes para la obtención del
título a nombre de José María Escrivá, en los primeros meses de 1927 ni
en fechas posteriores.


¿Acabó entonces la carrera de derecho? Antonio Pérez Tenessa,
destacado abogado y letrado del Consejo de Estado, que fue durante años
sacerdote numerario y secretario general del Opus Dei en España, va
mucho más lejos afirmando: "Dudo mucho de que hubiera estudiado derecho.
Nunca vi su título de licenciado y tal como eran las cosas de la Obra,
de haberlo hecho, se le hubiera situado en un marco dorado
impresionante. Aunque pudo haberse perdido ese documento, como tantos
otros, durante la guerra (...). Desde luego, por las conversaciones que
teníamos, yo creo que si había estudiado derecho lo había olvidado por
completo. En cambio, tenía alguna idea vaga de derecho canónico,
producto lógico de lo que había estudiado en el seminario" [Moncada, Alberto, "Historia oral del Opus Dei". Ed. Plaza y Janés, Barcelona, 1987, p.19].


Existen por otra parte indicios como, por ejemplo, cuando el
rector de la universidad de Zaragoza invistió a José María Escrivá en
1960 con el doctorado honoris causa, éste apareció ante el catedrático
que actuaba de padrino con la muceta azul de los doctores en filosofía y
no con la roja de los doctores en derecho. El rector de Zaragoza
explicó en su discurso que la actividad a que se había venido dedicando
Escrivá no era la específica de un doctor en derecho y que era la
facultad de filosofía y no la de derecho la que había solicitado que le
fuera concedido el doctorado honoris causa.


Aún no sabemos si le quedaron arrastrando varias asignaturas
pendientes de su estancia en Zaragoza y aunque presentaba un expediente
académico dudoso, porque no existen rastros del título o diploma de
licenciatura, Escrivá pidió permiso para trasladarse a Madrid y
proseguir sus estudios, pues el doctorado en derecho sólo podía
obtenerse en la universidad central madrileña, aunque ello no implicara
que había acabado la carrera en la facultad de derecho de Zaragoza. Con
fecha 17 de marzo de 1927 el arzobispado le autorizó a residir durante
dos años en Madrid para preparar el doctorado en derecho y obtener el
título correspondiente.


La última etapa de su estancia en Zaragoza, después de su
ordenación, había significado para las ambiciones de José María Escrivá,
un auténtico callejón sin salida. Había decidido ir a Madrid porque,
entre otras razones, se ahogaba en los ambientes que frecuentaba en
Zaragoza. Su rasgo de carácter más acusado era el de querer distinguirse
siempre del resto de sus compañeros de juego durante su infancia y, más
tarde, de sus compañeros de estudio en el seminario de Zaragoza. Si
para ir a Zaragoza desde Logroño el motivo había sido estudiar la
carrera de derecho, el pretexto para irse de Zaragoza a Madrid fue el de
hacer el doctorado, aunque fuese con una carrera universitaria que no
había terminado.











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