miércoles, 28 de septiembre de 2016

Conversion al Judaismo -Articulo Jerusalem Post

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Lo primero: bienvenidos inmigrantes al judaísmo



Por Rabino Celso Cukierkorn

Publicado en The Jerusalem Post, el 15 de junio de 2006

Traducción: Ariel Mercado Ben Abraham


¿Qué tienen en común los debates que tanto dividen la opinión
de los estadounidenses con respecto a las políticas de inmigración y el
de los judíos con respecto a la conversión al judaísmo? Como rabino que
recientemente se hizo estadounidense y quien está activamente
involucrado en aconsejar a candidatos potenciales a convertirse al
judaísmo, he observado que estas controversias, aparentemente inconexas
entre sí, traen consigo inquietudes similares.


Si hay trabajos disponibles, ¿debemos abrirle la puerta a
quienes quieren ocuparlos? Si hay familias ya establecidas en EE.UU. y
con niños nacidos aquí, ¿deberían ponerse menos trabas para obtener la
ciudadanía estadounidense?


Si el matrimonio mixto (entre judíos y no judíos), la baja
tasa de natalidad y la secularización contribuyen a disminuir el número
de judíos, ¿deberíamos ponérselo más fácil a quienes quieran adoptar
nuestra religión? Si el marido es judío de nacimiento, ¿se debería
simplificar la conversión al judaísmo de la esposa no judía?


Si los EE.UU. son un crisol de culturas, un melting pot, y si convertirse al judaísmo significa literalmente unirse a una gran familia, entonces, ¿qué problema hay?


En mi caso, soy judío de nacimiento, pero estadounidense por
elección puesto que obtuve la ciudadanía americana hace poco más de un
año. Incluso más significativo aún, he trabajado para guiar a decenas de
judíos por elección en su viaje hacia la conversión. Utilizo
Internet como vehículo para tenderle la mano y atraer a quienes puedan
estar considerando unirse al pueblo judío.


Muchos se preguntan por qué alguien que no nació judío
querría convertirse al judaísmo y si alguien que creció con otras
tradiciones puede en realidad adoptar una nueva. Mi propia experiencia
como inmigrante me ha ayudado a entender las posibilidades para una
transición tan profunda.


Siempre seré brasileño porque me encanta el calor, la gente
cálida y porque tengo recuerdos maravillosos de mi infancia. Sin
embargo, escogí hacerme americano por un sinnúmero de motivos
influenciados por razonamientos y justificaciones adultas.  Aprendí
sobre la historia de EE.UU., su constitución, su himno nacional y otros
símbolos nacionales con ojos y oídos ya adultos, llenos de experiencia y
madurez. Tengo confianza en que seré, o quizá ya lo soy, un
participante informado y activo en nuestra democracia.


Cuando tuve la primera oportunidad de votar en EE.UU. me
aseguré, dos semanas antes, de dónde se encontraba el centro electoral e
incluso fui uno de los primeros en la fila aquel martes de noviembre.
Contrario a las personas entrevistadas en la calle por el presentador
Jay Leno, yo sí sabía los nombres y reconocía la cara del secretario de
defensa y de los senadores de mi estado (Mississsippi) así como la del
alcalde de mi pueblo, Hattiesburg.


Mi experiencia seguramente no es la única. Estoy convencido
de que quienes escogen y se esfuerzan por llegar a obtener la ciudadanía
a menudo se encuentran entre los ciudadanos más involucrados y mejor
informados. Incluso más importante aún, aquéllos que provienen de otras
sociedades y que han escogido esforzarse para alcanzar esa meta en
EE.UU. aprecian de manera más inmediata las bendiciones que aportan la
libertad de expresión y de reunión, y entienden de manera más personal
el valor de la protección que nos ofrece nuestra constitución contra la
injerencia del gobierno.


Asimismo, sé por experiencia propia que quienes han escogido
ser judíos poseen, por regla general, mejores conocimientos acerca de su
religión adoptiva, saben distinguir mejor las diferencias entre su
antigua y nueva religión, y tienden a ser participantes más genuinos en
los rituales, obligaciones y principios de nuestra tradición. Da igual
que les haya atraído la filosofía, historia, prácticas rituales o
simplemente como muestra de amor a su pareja. Me sentiría más que
encantado de tener los bancos de mi sinagoga repletos de conversos. En
la mayoría de los casos se trata de adultos que han tomado decisiones
adultas.


Los inmigrantes tienden a ser estadounidenses de bien; los conversos tienden a ser buenos judíos por motivos similares.


Habiendo dicho esto, ¿se deberá descalificar permanentemente a
alguien que entró en los EE.UU. sin visado ahora que hay que pagar
algún tipo de sanción (multa o tasas) y pasar por un proceso riguroso
para conocer los detalles y mandatos de esta democracia? ¿Debería
existir una prohibición rígida para que alguien se reconozca judío o
para hacerse miembro de una sinagoga de cualquier rama que uno escoja?
En estos tiempos modernos en los cuales la afiliación religiosa no es
obligatoria, ¿por qué tiene que ser tan oneroso unirse a una sinagoga?


Yo nací judío; no nací ortodoxo, conservador ni reformista.


¿Debemos entonces utilizar la halajá como arma contra quienes
se quieren convertir al judaísmo? ¿No sería mejor buscar maneras para
que la propia halajá sirva de puente para aceptar a los nuevos judíos?
Además, cuando una persona que está interesada en la conversión se
acerca a una sinagoga, ¿por qué hay que cuestionarse siempre la
sinceridad del candidato, cuando sin embargo damos por hecho que los
motivos de un judío de nacimiento son legítimos?


Que no se me malinterprete. No estoy a favor de abrir las
fronteras o que se regale la ciudadanía de manera gratuita. Tampoco
deseo ver una ventanilla de conversión para llevar en la sinagoga del
barrio. Debe haber estándares reales que ayuden al candidato a
establecer las bases para una identidad judía positiva, y debe haber una
investigación seria y asesoramiento sobre la exactitud, fluidez y
sinceridad de las respuestas. Ahora bien, el accidente de haber nacido
judío no hace a nadie diferente o especial, y no otorga ni debe otorgar
el título de guardián o portero.


Rehuyo de los patriotas estilizados, esos milicianos (¿o
debería decir “minyancianos”?) que quieren tener a sus peones
acorralados y luego enviarlos a casa, o que sólo aceptan a purasangres
hablando desde la bimá o participando en Iom Kipur.


Mi país adoptivo necesita y prosperará con la llegada de
nuevos inmigrantes, tanto como mi religión natal necesita y prosperará
con la llegada de quienes quieran rezar conmigo. Yo les doy la
bienvenida y así lo deberían hacer ustedes.




Rabino Celso Cukierkorn

myrabbi@msn.com

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