sábado, 17 de septiembre de 2016

CEIP - León Trotsky

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Cartas desde lejos
















Vladimir Ilich Lenin, Suiza 1917
 






Primera carta[1]


La primera etapa de la primera revolución[2]


La primera revolución, engendrada por la guerra imperialista
mundial[3], ha estallado. La primera revolución pero no la última, por
cierto.


A juzgar por la escasa información de que se dispone en Suiza, la
primera etapa de esta primera revolución, o sea, de la Revolución Rusa
del 1° de marzo de 1917, ha terminado. La primera etapa de nuestra
revolución no será, por cierto, la última.


¿Cómo pudo ocurrir el “milagro” de que sólo en 8 días –período
señalado por el señor Miliukov[4] en su presuntuoso telegrama a todos
los representantes de Rusia en el extranjero- se desmoronara un
monarquía que se había mantenido durante siglos y que, a pesar de todo,
consiguió mantenerse durante los tres años de las tremendas batallas de
clases de 1905 a 1907, que abarcaron todo el país?


Los milagros no existen ni en la naturaleza ni en historia, pero todo
viraje brusco de la historia, y esto se aplica a toda revolución,
ofrece un contenido tan rico, descubre combinaciones tan inesperadas y
peculiares de formas de lucha y de alineación de las fuerzas en pugna,
que para la mente lega muchas cosas pueden parecer milagrosas. Para que
la monarquía zarista pudiera desmoronarse en pocos días, fue necesaria
la combinación de varios factores de importancia histórica mundial.
Mencionaremos las principales.


Sin los tres años de tremendas batallas de clases, sin la energía
revolucionaria desplegada por el proletariado ruso de 1905 a 1907, la
segunda revolución no habría podido producirse tan rápidamente; en el
sentido de que su etapa inicial culminó en pocos días. La primera
revolución (1905[5]) removió profundamente el terreno, desarraigó
prejuicios seculares, despertó a la vida y a la lucha política a
millones de obreros y a decenas de millones de campesinos, reveló a unos
y otros, y al mundo entero, el verdadero carácter de todas las clases
(y de los principales partidos) de las sociedad rusa, la verdadera
alineación de sus intereses, de sus fuerzas, de sus métodos de acción,
de sus objetivos inmediatos y finales. La primera revolución y el
subsiguiente período de contrarrevolución (1907-1914) pusieron al
descubierto la verdadera naturaleza de la monarquía zarista, la llevaron
a su “último extremo”, descubrieron toda su putrefacción e ignominia,
el cinismo y la corrupción de la banda zarista dominada por ese monstruo
de Rasputín[6]. Desenmascararon toda la ferocidad de la familia de los
Románov, esos pogromistas[7] que anegaron a Rusia en sangre de judíos,
de obreros, de revolucionarios, esos terratenientes, “los primeros entre
sus pares”, poseedores de millones de desiatinas[8] de tierra,
dispuestos a recurrir a cualquier atrocidad, a cualquier crimen, a
arruinar y estrangular a cualquier cantidad de ciudadanos para
resguardar el “sagrado derecho de propiedad” para ellos y para su clase.


Sin la revolución de 1905-1907, y la contrarrevolución de 1907-1914,
no habría sido posible una “autodefinición” tan clara de todas las
clases del pueblo ruso y de todos los pueblos que habitan en Rusia, esa
definición de la relación de esas clases, entre sí y con la monarquía
zarista, que se puso de manifiesto durante los 8 días de la revolución
de febrero-marzo de 1917. Esta revolución de 8 días fue, si puede
permitirse una metáfora, “representada” después de una docena de ensayos
parciales y generales; los “actores” se conocían, sabían sus papeles,
conocían sus puestos y el decorado entonos sus detalles, a fondo, hasta
los matices más o menos importantes de las tendencias políticas y de las
formas de acción.


Pues la primera gran revolución de 1905, denunciada como “una gran
rebelión” por los Guchkov[9], Miliukov y sus acólitos, condujo doce años
después, a la “brillante” y “gloriosa” revolución de 1917, que los
Guchkov y los Miliukov calificaron de “gloriosa” porque los colocó (por
el momento) en el poder. Pero esto necesitó un gran director de escena,
vigoroso, omnipotente, capaz, por una parte, de acelerar
extraordinariamete la marcha de la historia universal y, por otra, de
engendrar una crisis mundial económica, política, nacional e
internacional de una intensidad sin paralelo.


Aparte de una aceleración extraordinaria de la historia universal, se
necesitaba también que la historia hiciera virajes particularmente
bruscos, para que la enlodada y sangrienta carreta de la monarquía de
los Románov pudiera ser volcada de un golpe.


Este director de escena omnipotente, este acelerador vigoroso fue la
guerra mundial imperialista. Hoy ya no cabe duda de que la guerra es
mundial, pues Estados Unidos y China están ya semicomprometidos hoy en
ella, y mañana lo estarán totalmente.


Tampoco cabe duda de que la guerra es imperialista por ambas partes.
Sólo los capitalistas y sus acólitos, los socialpatriotas y los
socialchovinistas o, si en lugar de definiciones críticas generales,
empleamos nombres de políticos bien conocidos en Rusia, sólo los Guchkov
y los Lvov[10], los Miliukov y los Shingariov, por una parte, y los
Gvózdiev, los Potrésov[11], los Chjenkeli, los Kerensky[12] y los
Chjeídze[13], por la otra, pueden negar o callar este hecho. Tanto la
burguesía alemana como la anglo-francesa hacen la guerra para saquear a
otros países y estrangular a naciones pequeñas, para lograr supremacía
financiera mundial y proceder a l reparto y redistribución de las
colonias, y para salvar al agonizante régimen capitalista engañando y
dividiendo a los obreros de los distintos países.


La guerra imperialista tenía que -era objetivamente inevitable-
acelerar extraordinariamente y recrudecer en grado nunca visto la lucha
de clases del proletariado contra la burguesía; tenía que trasformarse
en una guerra civil entre las clases enemigas.


Esta trasformación comenzó con la revolución de febrero-marzo de
1917, cuya primera etapa fue señalada, en primer lugar, por el golpe
conjunto infligido al zarismo por dos fuerzas: toda la Rusia burguesa y
terrateniente con todos sus acólitos inconscientes y con todos sus
dirigentes concientes, los embajadores y capitalistas franceses e
ingleses, por una parte, y por otra, el Soviet de diputados obreros, que
ha empezado a ganarse a los diputados soldados y campesinos.


Estos tres campos políticos, estas tres fuerzas políticas
fundamentales son: 1) la monarquía zarista, cabeza de los terratenientes
feudales, de la vieja burocracia y de la casta militar; 2) la Rusia
burguesa y terrateniente de los octubristas[14] y los kadetes, detrás de
la cual se arrastra la pequeña burguesía (cuyos principales
representantes son Kerensky y Chjeídze); 3) el Soviet de diputados
obreros, que trata de que todo el proletariado y toda la masa de los
sectores más pobres de la población se conviertan en aliados suyos.
Estas tres fuerzas políticas fundamentales se manifestaron plenamente y
con toda claridad, inclusive en los 8 días de la “primera etapa”, e
inclusive para un observador tan alejado de la escena de los
acontecimientos como está quien escribe estas líneas, que se ve obligado
a contentarse con los escuetos telegramas de los periódicos
extranjeros.


Pero antes de tratar esto con mayores detalles, debo volver a la
parte de mi carta dedicada a un factor de primordial importancia: la
guerra imperialista mundial.La guerra ha eslabonado entre sí, con
cadenas de hierro, a las potencias beligerantes, a los grupos
capitalistas beligerantes, a los “amos” del sistema capitalista, a los
propietarios de esclavos de la esclavitud capitalista. Un amasijo
sanguinolento; tal es la vida social y política del momento histórico
actual.


Los socialistas que desertaron a las filas de la burguesía cuando
comenzó la guerra, todos esos David y Scheidemann en Alemania, y los
Plejánov-Potrésov-Gvózdiev y Cia. en Rusia, vociferaron durante mucho
tiempo contra las “ilusiones” de los revolucionarios, contra las
“ilusiones”del Manifiesto de Basilea, contra la “quimera”de transformar
la guerra imperialista en guerra civil. Cantaron loas en todos los tonos
a la fuerza, a la tenacidad y a la capacidad de adaptación
supuestamente revelada por el capitalismo; ¡ellos, que ayudaron a los
capitalistas a “adaptar”, domesticar, engañar y dividir a la clase
obrera de los distintos países!


Pero “quien ríe último ríe mejor”. La burguesía no consiguió aplazar
por largo tiempo la crisis revolucionaria engendrada por la guerra. Esta
crisis se agrava con una fuerza irresistible en todos los países,
empezando por la Alemania, la cual, según un observador que visitó ese
país recientemente, sufre de un “hambre genialmente organizada”, y
terminando con Inglaterra y Francia, donde el hambre también asoma, pero
donde la organización es mucho menos “genial”.


Era natural que la crisis revolucionaria estallara en primer lugar en
la Rusia zarista, donde la desorganización era en extremo aterradora y
el proletariado en extremo revolucionario (no en virtud de las
cualidades especiales, sino debido a las tradiciones, aún vivas, de
1905). Esta crisis se precipitó por la serie e durísimas derrotas
sufridas por Rusia y sus aliados. Las derrotas sacudieron todo el viejo
mecanismo gubernamental y todo el viejo orden de cosas, y despertaron la
cólera de todas las clases de la población contra ellos; exasperaron al
ejército, liquidaron una gran parte del antiguo comando, compuesto por
aristócratas reaccionarios y por elementos burócratas
extraordinariamente corrompidos y fueron remplazados por un elenco
joven, fresco, principalmente burgués, plebeyo y pequeño burgués.
Aquellos que se rebajaban ante la burguesía o simplemente no tenían
agallas, y que clamaban y vociferaban sobre el “derrotismo”, hoy se
enfrentan con el hecho de la vinculación histórica entre la derrota de
la más atrasada y bárbara monarquía zarista y el comienzo del incendio
revolucionario.


Pero mientras las derrotas al principio de la guerra fueron un factor
negativo que precipitó la explosión, los vínculos entre el capital
financiero anglo-francés, el imperialismo anglo-francés y el capital
octubrista y kadete de Rusia fue un factor que aceleró esta crisis,
mediante la organización directa de un complot contra Nicolás Románov.


Por razones obvias, la prensa anglo-francesa silencia este aspecto,
extraordinariamente importante, de la cuestión, mientras que la prensa
alemana lo subraya con malicia. Nosotros, los marxistas, debemos
enfrentar la verdad serenamente, sin dejarnos confundir ya sea con las
mentiras, las melosas mentiras oficiales diplomáticas y ministeriales,
del primer grupo de beligerantes imperialistas, o por las sonrisas
disimuladas de sus rivales financieros y militares del otro grupo
beligerante. Todo el curso de los sucesos en la revolución de
febrero-marzo muestra claramente que las embajadas inglesa y francesa,
con sus agentes y sus “vinculaciones”, que desde tiempo atrás estaban
haciendo los más desesperados esfuerzos por impedir acuerdos “separados”
y una paz por separado entre Nicolás II (y el último, esperamos, y
haremos lo necesario para que así sea) y Guillermo II[15], organizaron
directamente un complot en conjunto con los octubristas y los kadetes,
con parte de los generales y del ejército y con los oficiales de la
guarnición de Petersburgo con el claro propósito de deponer a Nicolás
Románov.


No acariciemos ninguna ilusión. No incurramos en el error de quienes
–como algunos de los partidarios del CO o mencheviques, que vacilan
entre la política de los Gvózdiev-Potrésov y el internacionalismo, y que
con demasiada frecuencia se deslizan al pacifismo pequeño burgués-
están dispuestos ahora a exaltar el “acuerdo” entre el partido obrero y
los kadetes, el “apoyo” del primero a los segundos, etc., etc. Conforme a
la vieja doctrina (que nada tiene de marxista) que han aprendido de
memoria, tratan de encubrir el complot tramado por los imperialistas
anglo-franceses con los Guchkov y los Miliukov dirigido a desplazar al
“principal guerrero”, Nicolás Románov, y remplazarlo por guerreros más
enérgicos, frescos y más capaces.


Si la revolución triunfó tan rápida y radicalmente –en apariencia, a
primera vista-, sólo se debe al hecho de que, como resultado de una
situación histórica en extremo original, se unieron, en forma
asombrosamente “armónica”, corrientes absolutamente diferentes,
intereses de clase absolutamente heterogéneos, aspiraciones políticas y
sociales absolutamente opuestas. Es decir, la conspiración de los
imperialistas anglo-franceses, que empujaron a Miliukov, Guchkov y Cía. a
apoderarse del poder para continuar la guerra imperialista, con el
objeto de conducirla aún con mayor encarnizamiento y tenacidad, con el
objeto de asesinar a nuevos millones de obreros y campesinos rusos, para
que los Guchkov puedan adueñarse de Constantinopla, los capitalistas
franceses, de Siria, los capitalistas ingleses, de la Mesopotamia, etc.
Esto por una parte. Y por la otra, había un profundo movimiento popular
proletario y de masas de carácter revolucionario (un movimiento de todos
los sectores más pobres de la población de la ciudad y del campo), por
el pan, la paz y la verdadera libertad.


Sería simplemente tonto hablar de que el proletariado revolucionario
de Rusia “apoyara” al imperialismo kadete-octubrista, “remendado” con el
dinero inglés, y tan abominable como el imperialismo zarista. Los
obreros revolucionarios han estado destruyendo, han destruido ya en gran
parte y destruirán la infame monarquía zarista hasta acabar con ella;
no se entusiasman ni se desaniman por el hecho de que en determinadas
coyunturas históricas, breves y excepcionales, los ayudó la lucha de los
Buchanan, los Guchkov, los Miliukov y Cía., ¡a reemplazar un monarca
por otro monarca, preferiblemente también un Romanov!


Así y sólo así, se desarrolló la situación. Así y sólo así es la
manera como puede considerar las cosas un político que no teme la
verdad, que analiza con sensatez el equilibrio de las fuerzas sociales
en la revolución, que aprecia cada “momento actual”, no sólo desde el
punto de vista de todas sus peculiaridades presentes o del momento
actual, sino también desde el punto de vista de las motivaciones
fundamentales, de la más profunda relación de intereses del proletariado
y de la burguesía, tanto en Rusia como en todo el mundo.


Los obreros de Petrogrado, al igual que los obreros de toda Rusia,
combatieron abnegadamente la monarquía zarista, lucharon por la
libertad, por la tierra para los campesinos, por la paz, contra la
matanza imperialista. El capital imperialista anglo-francés, para
continuar e intensificar esa matanza, urdió intrigas palaciegas,
conspiró con los oficiales de la guardia, instigó y alentó a los Guchkov
y a los Miliukov, y organizó un nuevo gobierno completo que en la
práctica tomó el poder no bien la lucha del proletariado asestó los
primeros golpes al zarismo.


Este nuevo gobierno, en el que Lvov y Guchkov, de los octubristas y
del partido de la “Renovación pacífica”, cómplices ayer de Stolipin[16]
el Verdugo, controlan cargos realmente importantes, cargos decisivos, el
ejército y la burocracia, este gobierno, en el que Miliukov y el resto
de los kadetes son más que nada figuras decorativas, rótulos cuya
función es pronunciar sentimentales discursos académicos, y en el que el
trudovique[17] Kerensky es una balalaika[18] con el sonido de cuyas
cuerdas procuran engañar a los obreros y a los campesinos; ese gobierno
no es una asociación accidental de personas.


Representan a la nueva clase que se ha encaramado al poder político
de Rusia, la clase de los terratenientes capitalistas y de la burguesía
que desde hace largo tiempo dirige económicamente nuestro país, y que
durante la revolución de 1905-1907, durante la contrarrevolución de
1907-1914, y, finalmente, y con particular rapidez, durante la guerra de
1914 a 1917, se organizó políticamente con extraordinaria rapidez y
pasó a controlar los gobiernos locales, la instrucción pública,
congresos de todos género, la Duma, los comités de la industria de
guerra, etc. Esta nueva clase estaba ya “casi completamente” en el poder
para 1917, y por eso los primeros golpes fueron suficientes para que el
zarismo se desmoronase y quedara libre el camino para la burguesía. La
guerra imperialista, que exigió una increíble tensión de fuerzas,
aceleró a tal extremo el proceso de desarrollo de la Rusia atrasada, que
“de un solo golpe” (aparentemente de un solo golpe), hemos alcanzado a
Italia, a Inglaterra y case a Francia. Hemos obtenido un gobierno
“parlamentario”, de “coalición”, “nacional” (es decir, apto para
continuar la matanza imperialista y para engañar al pueblo).


Junto a este gobierno –que en lo que respecta a la guerra actual, no
es más que el agente de la “firma” multimillonaria “Inglaterra y
Francia”-, ha surgido el esencial, no oficial, aún no desarrollado y
relativamente débil gobierno obrero, que expresa los intereses del
proletariado y de todo el sector pobre de la población urbana y rural.
Este gobierno es el Soviet de diputados obreros de obreros de
Petrogrado, que procura establecer vínculos con los soldados y los
campesinos, así como con los obreros agrícolas; más con estos últimos,
por supuesto, que con los campesinos.


Tal es la verdadera situación política que nosotros no debemos, ante
todo, esforzarnos por finar con la máxima precisión y objetividad
posibles, a fin de asentar la táctica marxista sobre la única base
sólida posible, la base de los hechos.La monarquía zarista ha sido
abatida, pero no definitivamente destruida. El gobierno burgués,
octubrista-kadete, que quiere llevar la guerra imperialista “hasta el
fin”, y que es en realidad el agente de la firma financiera “Inglaterra y
Francia”, se ve obligado a prometer al pueblo el máximo de libertades y
concesiones compatibles con el mantenimiento de su poder sobre el
pueblo y con la posibilidad de continuar la matanza imperialista.


El soviet de diputados obreros es una organización de los obreros, es
el embrión de un gobierno obrero, el representante de los intereses de
toda la masa del sector pobre de la población, es decir, de las nueve
décimas partes de la población, que anhela la paz, el pan y la libertad.


El conflicto de estas tres fuerzas determina la situación que ha
surgido ahora, una situación de transición entre la primera etapa de la
revolución y la segunda.


El antagonismo entre la primera fuerza y la segunda no es profundo,
es momentáneo, fruto solamente de la coyuntura actual del brusco viraje
de los acontecimientos en la guerra imperialista. Todo el nuevo gobierno
es monárquico, pues el republicanismo verbal de Kerensky simplemente no
se puede tomar en serio, no es digno de un estadista, y objetivamente
es una tramoya política. El nuevo gobierno que aún no ha asestado el
golpe de gracia a la monarquía zarista, ya ha empezado a pactar con la
dinastía terrateniente de los Románov. La burguesía de tipo
octubrista-kadete necesita una monarquía para que sirva como cabeza de
la burocracia y del ejército, para salvaguardar los privilegios del
capital contra los trabajadores.


Quien diga que los obreros deben apoyar al nuevo gobierno en interés
de la lucha contra la reacción zarista (y aparentemente esto han dicho
los Potrésov, los Gvózdiev, Chjenkeli y también Chjeídze, pese a su
ambigüedad), traiciona a los obreros, traiciona la causa del
proletariado, la causa de la paz y de la libertad. Porque, en realidad,
precisamente este nuevo gobierno ya está atado de pies y manos al
capital imperialista, a la política imperialista de guerra y de rapiña;
ya ha comenzado a pactar (¡sin consultar al pueblo!) con la dinastía; se
encuentra ya empeñado en la restauración de la monarquía zarista; ya
auspicia la candidatura de Mijáil Románov como nuevo reyezuelo; está ya
tomando medidas para apuntalar el trono, para reemplazar la monarquía
legítima (legal, basada en las viejas leyes) por una monarquía
bonapartista, plebiscitaria (basada en un plebiscito fraudulento).


¡No, si se ha de luchar realmente contra la monarquía zarista, se ha
de garantizar la libertad en los hechos, y no sólo de palabra, no sólo
con las promesas versátiles de Miliukov y Kerensky; no son los obreros
quienes deben apoyar al nuevo gobierno, sino es el gobierno quien de
“apoyar” a los obreros! Porque la única garantía de libertad y de
destrucción completa del zarismo reside en armar al proletariado, en
consolidar, extender, desarrollar el papel, la importancia y la fuerza
del soviet de diputados obreros. Todo lo demás es pura fraseología y
mentiras, vanas ilusiones por parte de los politiqueros del campo
liberal y radical, maquinaciones fraudulentas.Ayuden a armarse a los
obreros, o al menos no estorben esta tarea, y la libertad será
invencible en Rusia, la monarquía no podrá ser restaurada y la República
se verá asegurada.


De lo contrario, los Guchkov y los Miliukov restaurarán la monarquía y
no otorgarán ninguna, absolutamente ninguna de las “libertades” por
ellos prometidas. Todos los políticos burgueses en todas las
revoluciones burguesas han “alimentado” a los pueblos y engañado a los
obreros con promesas. La nuestra es una revolución burguesa, por
consiguiente los obreros deben apoyar a la burguesía, dicen los
Potrésov, los Gvózdiev y los Chjeídze, como ya lo dijera Plejánov.


La nuestra es una revolución burguesa, decimos nosotros, los
marxistas, por consiguiente los obreros deben abrir los ojos al pueblo
para que vea el engaño de los politicastros burgueses, enseñarle a no
creer en las palabras, a confiar únicamente en sus propias fuerzas, en
su propia organización, en su propia unión, en sus propias armas.


El gobierno de los octubristas y kadetes, de los Guchkov y los
Miliukov no puede- aunque lo quisiese sinceramente (sólo los niños
pueden creer que los Guchkov y Lvov son sinceros)-, no puede dar al
pueblo ni paz, ni pan, ni libertad.


No puede dar la paz, porque es un gobierno belicista, un gobierno
para la continuación de la matanza imperialista, un gobierno de rapiña,
empeñado en saquear Armenia, a Galitzia y Turquía, en anexarse
Constantinopla, reconquistar Polonia, Curlandia, Lituania, etc. Es un
gobierno que está atado de pies y manos al capital imperialista
anglo-francés. El capital ruso no s más que una rama de la “firma”
internacional que maneja centenares de miles de millones de rublos y que
se llama “Inglaterra y Francia”.


No puede dar pan, porque es un gobierno burgués. En el mejor de los
casos puede dar al pueblo, como lo ha hecho Alemania, “un hambre
genialmente organizada”. Pero el pueblo no aceptará el hambre. Se
enterará, y probablemente muy pronto, de que hay pan y de que es posible
obtenerlo, pero únicamente con métodos que no respetan la santidad del
capital y de la propiedad terrateniente. No pude dar libertad, porque es
un gobierno terrateniente y capitalista, que teme al pueblo y que ya ha
comenzado a pactar con la dinastía de los Románov.


En otro artículo nos ocuparemos de los problemas tácticos de nuestra
actitud inmediata hacia este gobierno. Explicaremos en él la
originalidad de la situación actual, que es de transición de la primera
etapa de la revolución a la segunda, y por qué la consigna, “la tarea
del día”, en este momento debe ser: ¡Obreros! Ustedes han hecho
prodigios de heroísmo proletario, el heroísmo del pueblo, en la guerra
civil contra el zarismo. Ustedes deben hacer prodigios de organización
del proletariado y de todo el pueblo para preparar el camino de la
victoria en la segunda etapa de la revolución.


Limitándonos por el momento a analizar la lucha de clases y la
alineación de las fuerzas de clase en esta etapa de la revolución,
debemos plantear aún el problema: ¿Quiénes son los aliados del
proletariado en esta revolución?


Tiene dos aliados: primero, la amplia masa de los semiproletarios y,
en parte, también la masa de los pequeños campesinos que suman decenas
de millones y constituyen la inmensa mayoría de la población de Rusia.
Para esta masa son esenciales la paz, el pan, la libertad y la tierra.
Es inevitable que, en cierta medida, esta masa sufra la influencia de la
burguesía y, sobre todo de la pequeña burguesía, con la que tiene mayor
afinidad por sus condiciones de vida, y que vacila entre la burguesía y
el proletariado. Las duras lecciones de la guerra, que serán tanto más
duras cuanto más enérgicamente continúen la guerra Guchkov, Lvov,
Miliukov y Cía., empujarán inevitablemente a esta masa hacia el
proletariado, la obligarán a seguirlo. Ahora debemos aprovechar la
libertad relativa del nuevo régimen y los soviets de diputados obreros
para esclarecer y organizar, sobre todo y por encima de todo a esta
masa. Los soviets de diputados campesinos y los soviets de obreros
agrícolas, esa es una de nuestras tareas más urgentes. A este respecto,
nos esforzaremos no sólo porque los obreros agrícolas constituyan sus
soviets propios, sino también porque los campesinos sin tierra y más
pobres se organicen por separado, aparte de los campesinos acomodados.
En la próxima carta nos ocuparemos de las tareas especiales y de las
formas especiales de organización, que hoy son urgentemente necesarias.


Segundo, el aliado del proletariado ruso es el proletariado de todos
los países beligerantes y de todos los países en general. Hoy este
aliado se encuentra en gran medida reprimido por la guerra y con
demasiada frecuencia los socialchovinistas europeos hablan en su nombre,
hombres que, como Plejánov, Gvózdiev y Potrésov en Rusia, han desertado
a las filas de la burguesía. Pero cada mes de guerra imperialista ha
ido liberando de su influencia al proletariado, y la revolución rusa
acelerará inevitablemente este proceso en enormes proporciones. Con
estos dos aliados, el proletariado, aprovechando las peculiaridades del
actual momento de transición, puede y debe proceder, primero, a la
conquista de una república democrática y de la victoria completa de los
campesinos sobre los terrateniente, en lugar de la semimonarquía de
Guchkov-Miliukov, y después, a la conquista del socialismo, lo único que
puede dar a los pueblos, extenuados por la guerra, paz, pan y
libertad.


N. Lenin



Segunda carta[19]


El nuevo gobierno y el proletariado


El principal documento de que dispongo hoy (8 [21] de marzo) es un
número del 16/3 del periódico inglés más conservador y burgués, el
Times, con una tanda de noticias sobre la revolución en Rusia. Está
claro que sería difícil encontrar una fuente mejor dispuesta -para
decirlo con suavidad- hacia el gobierno de Guchkov y Miliukov.


El corresponsal de este diario informa desde Petersburgo el miércoles
1 (14) de marzo, cuando aún existía el primer Gobierno Provisional, es
decir, el Comité Ejecutivo de la Duma, compuesto por trece miembros,
encabezado por Rodzianko[20] y que incluye a dos “socialistas”, como
dice el periódico, Kerensky y Chjeídze:


“Un grupo de 22 miembros electos de la Cámara Alta [Consejo de
Estado] -incluyendo a Guchkov, Stájovich, el Príncipe Trubetskói, el
profesor Vasíliev, Grimm y Vernadski- envió ayer un telegrama al zar”,
rogándole que, para salvar la “dinastía”, etc., etc., convocase la Duma y
designase un jefe de gobierno que gozara de la “confianza de la
nación”. “En el momento de despachar este telegrama, aún no se sabe
-dice el corresponsal- qué resolverá el emperador cuando llegue hoy;
pero una cosa es indudable. Si su majestad no accede inmediatamente a
los deseos de los elementos más moderados entre sus fieles súbditos, la
influencia que hoy ejerce el Comité Provisional de la Duma Imperial
pasará íntegramente a manos de los socialistas, que quieren establecer
una república, pero que son incapaces de instituir ningún tipo de
gobierno de orden y que precipitarían inevitablemente el país en la
anarquía en el interior y el desastre en el exterior”.


¡Qué sagacidad política, y qué claridad revela esto! ¡Qué bien
comprende este inglés que piensa como los Guchkov y los Miliukov (si es
que no los dirige), la alineación de fuerzas e intereses de clase! “Los
elementos más moderados entre sus fieles súbditos”, es decir, los
terratenientes y capitalistas monárquicos desean asir el poder, pues
comprenden perfectamente que, de no ocurrir así, la "influencia" pasará a
manos de los “socialistas”. ¿Por qué los “socialistas” y no otro
cualquiera? Porque el guchkovista inglés comprende perfectamente que en
la arena política no hay ni puede haber otra fuerza social. La
revolución fue obra del proletariado. Éste dio muestras de heroísmo;
derramó su sangre: arrastró tras de sí a las más amplias masas de
trabajadores y de pobres; exige pan, paz y libertad; exige una república
y simpatiza con el socialismo. Pero un puñado de terratenientes y
capitalistas, encabezados por los Guchkov y los Miliukov, quieren burlar
la voluntad, o los anhelos, de la inmensa mayoría de la población, y
pactar con la monarquía tambaleante, apuntalarla, salvarla: designe a
Lvov y Guchkov su majestad y nosotros estaremos con la monarquía, contra
el pueblo. ¡Éste es el sentido íntegro, la esencia de la política del
nuevo gobierno!


Pero, ¿cómo justificar el fraude, el engaño al pueblo, la burla de la voluntad de la inmensa mayoría de la población?


Calumniando al pueblo, el viejo y eternamente nuevo método de la
burguesía. Y el guchkovista inglés calumnia, increpa, escupe y masculla:
¡¡“anarquía en el interior, desastre en el exterior”, ningún “gobierno
de orden”!!


¡Esto es mentira, honorable guchkovista!


Los obreros quieren una república, y una república es un gobierno más
“de orden” que la monarquía. ¿Qué garantía tiene el pueblo de que el
segundo Románov no se procurará un segundo Rasputín?


El desastre lo provocará precisamente la continuación de la guerra,
es decir, el nuevo gobierno precisamente. Sólo una república proletaria,
respaldada por los obreros agrícolas y el sector más pobre de los
campesinos y de los habitantes de la ciudad, puede asegurar la paz,
brindar pan, orden y libertad.


Todos los gritos sobre la anarquía no son más que una pantalla para
ocultar los mezquinos intereses de los capitalistas, que desean
beneficiarse con la guerra, con los empréstitos de guerra, que desean
restaurar la monarquía contra el pueblo.


Ayer -continúa el corresponsal- el Partido Socialdemócrata lanzó una
proclama de un carácter en extremo sedicioso, que se difundió por toda
la ciudad. Ellos (es decir el Partido Socialdemócrata) son simples
doctrinarios, pero en los tiempos que corren pueden causar un daño
inmenso. Los señores Kerensky y Chjeídze, quienes comprenden que no
pueden esperar evitar la anarquía sin el apoyo de los oficiales y los
elementos más moderados del pueblo, deben tener en cuenta a sus socios
menos prudentes, e insensiblemente son llevados a asumir una actitud que
complica la tarea del Comité provisional...


¡Oh, gran diplomático inglés guchkovista! ¡Cuán "imprudentemente" ha dejado escapar usted la verdad!


“El Partido Socialdemócrata” y sus “socios menos prudentes”, a
quienes Kerensky y Chjeídze “deben tener en cuenta” son, evidentemente,
el Comité Central, o el Comité de Petersburgo de nuestro partido, que
fue renovado en la Conferencia de enero de 1912, esos mismos
“bolcheviques” a quienes la burguesía lanza siempre el término injurioso
de “doctrinarios”, debido a su fidelidad a la “doctrina”, es decir, a
los fundamentos, los principios, las enseñanzas, los objetivos del
socialismo. Está claro que el guchkovista inglés aplica los términos
injuriosos de sedicioso y doctrinario al llamamiento[21] y al proceder
de nuestro partido, que insta a luchar por una república, por la paz,
por la total destrucción de la monarquía zarista, por el pan para el
pueblo.


El pan para el pueblo y la paz: eso es sedición, pero carteras
ministeriales para Guchkov y Miliukov, eso es “orden”. ¡Viejos y
conocidos discursos!


¿Cuál es, entonces, la táctica de Kerensky y de Chjeídze, según el guchkovista inglés?


La vacilación: por una parte, el guchkovista los elogia: “comprenden”
(¡excelentes muchachos! ¡inteligentes!) que sin el “apoyo” de los
oficiales del ejército y de los elementos más moderados no se puede
evitar la anarquía (en cambio nosotros siempre hemos pensado, de acuerdo
con nuestra doctrina, con las enseñazas del socialismo, que son
precisamente los capitalistas quienes introducen la anarquía y la guerra
en la sociedad humana, ¡que sólo el paso de todo el poder político al
proletariado y a los sectores más pobres del pueblo puede librarnos de
la guerra, de la anarquía y del hambre!) Por otra parte Kerensky y
Chjeídze “deben tener en cuenta a sus socios menos prudentes”, es decir,
a los bolcheviques, al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia,
renovado y unido por el Comité Central.


¿Cuál es la fuerza que obliga a Kerensky y Chjeídze a “tener en
cuenta” al partido bolchevique, al que jamás pertenecieron, al que ellos
mismos o sus representantes literatos (socialistas revolucionarios,
socialistas populares, los mencheviques del CO, etc.) siempre han
injuriado, condenado, denunciado como un círculo clandestino
insignificante, como una secta de doctrinarios, etc., etc.? ¿Dónde y
cuándo ha ocurrido que en tiempos de revolución, en tiempos en que la
acción de masas es lo predominante, políticos cuerdos deban tener en
cuenta a “doctrinarios”?


Nuestro pobre guchkovista inglés se ha hecho un lío, no ha podido dar
un argumento lógico, no ha sabido decir ni una mentira completa ni la
verdad completa: simplemente ha mostrado la oreja.


Kerensky y Chjeídze se han visto obligados a tener en cuenta al
Partido Socialdemócrata del Comité Central debido a la influencia que
éste ejerce sobre el proletariado, sobre las masas. Nuestro partido
estuvo siempre ligado a las masas, al proletariado revolucionario, a
pesar del arresto y la deportación de nuestros diputados a Siberia ya en
1914, a pesar de las terribles persecuciones y detenciones de que fue
objeto nuestro Comité de Petersburgo por su actividad clandestina
durante la guerra, contra la guerra y contra el zarismo.


“Los hechos son obstinados”, reza un dicho inglés. ¡Permítame que se
lo recuerde, mi muy estimado guchkovista ingles! Que nuestro partido
dirigió a los obreros de Petersburgo, o por lo menos les prestó una
ayuda abnegada en los grandes días de la revolución, es un hecho que se
ha visto obligado a reconocer el “propio” guchkovista inglés. E
igualmente, se ha visto obligado a reconocer el hecho de que Kerensky y
Chjeídze vacilan entre la burguesía y el proletariado. Los partidarios
de Gvózdiev, los “defensistas”, esto es, los socialchovinistas, es
decir, los defensores de la guerra imperialista, de rapiña, hoy siguen
completamente a la burguesía; Kerensky, al entrar en el gabinete, es
decir, en el segundo Gobierno provisional, también se ha pasado
totalmente a la burguesía; Chjeídze no; Chjeídze continúa vacilando
entre el Gobierno provisional de la burguesía, los Guchkov y los
Miliukov, y el “gobierno provisional” del proletariado y de las capas
más pobres del pueblo, el soviet de diputados obreros y el Partido
Obrero Socialdemócrata de Rusia unido por el Comité Central.


La revolución ha confirmado, por consiguiente, lo que nosotros
afirmábamos con particular insistencia cuando instábamos a los obreros a
establecer con claridad la diferencia de clase entre los principales
partidos y las principales tendencias dentro del movimiento obrero y en
la pequeña burguesía; ha confirmado lo que dijimos nosotros, por
ejemplo, en el núm. 47 del Sotsial-Demokrat de Ginebra hace casi año y
medio, el 13 de octubre de 1915:


“Seguimos creyendo que los socialdemócratas pueden aceptar participar
en un Gobierno provisional revolucionario, junto con la pequeña
burguesía democrática, pero no con los revolucionarios chovinistas.
Consideramos revolucionarios chovinistas a los que quieren vencer al
zarismo para vencer a Alemania, para expoliar a otros países, para
afianzar la dominación de los gran rusos sobre los otros pueblos de
Rusia, etc. La base del chovinismo revolucionario es la situación de
clase de la pequeña burguesía. Ésta vacila siempre entre la burguesía y
el proletariado. Ahora vacila entre el chovinismo (que le impide ser
consecuentemente revolucionaria, aun en el sentido de la revolución
democrática) y el internacionalismo proletario. Los portavoces políticos
de esta pequeña burguesía en Rusia son actualmente los trudoviques, los
socialistas revolucionarios, Nasha Zariá[22] (ahora Dielo), el grupo de
Chjeídze, el CO, el señor Plejánov y otros por el estilo. Si los
revolucionarios chovinistas triunfaran en Rusia, estaríamos contra la
defensa de su “patria” en la guerra actual. Nuestra consigna es: contra
los chovinistas, aunque sean revolucionarios y republicanos; contra
ellos y por la alianza del proletariado internacional con vistas a la
revolución socialista”*[23].


Pero, volvamos al guchkovista inglés.


Comprendiendo el peligro que amenaza -continúa el guchkovista-, el
Comité provisional de la Duma Imperial se ha abstenido intencionadamente
de llevar a cabo su plan original de detener a los ministros, aunque
podría haberlo hecho ayer con muy poca dificultad. Por lo tanto, la
puerta ha quedado abierta para negociaciones, gracias a lo cual nosotros
(“nosotros” = capital financiero e imperialismo ingleses) podremos
obtener todos los beneficios del nuevo régimen sin pasar por la
terrible prueba Comuna y la anarquía de una guerra civil....


Los partidarios de Guchkov estaban de acuerdo con una guerra civil
con la cual ellos pudieran beneficiarse, pero están contra la guerra
civil con la cual el pueblo, es decir, la real mayoría de los
trabajadores, puede beneficiarse.


“... Las relaciones entre el Comité provisional de la Duma, que
representa a toda la nación (¡decir esto del Comité de la IV Duma
terrateniente y capitalista!) y el Consejo de diputados obreros, que
representa exclusivamente intereses de clase (éste es el lenguaje de un
diplomático que ha escuchado palabras sabias con un oído y desea ocultar
el hecho de que el Soviet de diputados obreros representa al
proletariado y a los pobres, es decir los 9/10 de la población), pero
que en una crisis como la actual adquiere enorme poder, han suscitado no
pocos recelos entre hombres razonables respecto de la posibilidad de un
conflicto entre unos y otros, cuyos resultados podrían ser demasiado
terribles.


“Felizmente, este peligro ha sido conjurado, al menos por el momento
(¡obsérvese este “al menos”!), gracias a la influencia de señor
Kerensky, joven abogado con grandes dotes oratorias que comprende
claramente (¿a diferencia de Chjeídze, que también “comprendió”, aunque,
por lo visto, con menos claridad, según nuestro guchkovista?) la
necesidad de colaborar con el Comité en interés de sus electores obreros
(es decir, para asegurarse los votos de los obreros, para coquetear con
ellos). Hoy (miércoles 1º de marzo [14]) se ha concluido un acuerdo
satisfactorio[24], por el cual se evitará toda fricción innecesaria.”


Qué acuerdo fue ése, si fue realizado con todo el Soviet de diputados
obreros y en qué términos, eso no lo sabemos. Esta vez el guchkovista
inglés nada dice sobre este punto fundamental. ¡Es lógico! ¡A la
burguesía no le conviene que esos términos sean claros y precisos, que
los conozca todo el mundo, pues entonces le sería más difícil violarlos!


Ya había escrito las líneas anteriores, cuando leí dos noticias muy
importantes. En primer lugar, el texto del manifiesto del Soviet de
diputados obreros llamando a “apoyar” al nuevo gobierno, publicado el
20/3 en Le Temps[25], el periódico parisiense más conservador y burgués,
y, en segundo lugar, un extracto del discurso pronunciado el 1 (14) de
marzo por Skobelev[26] en la Duma del Estado, reproducido en un
periódico de Zurich (el Neue Zürcher Zeitung, 1 Mit.-bl., 21/3) que lo
tomó de un periódico berlinés (el National-Zeitung).


El Manifiesto del Soviet de diputados obreros, si el texto no ha sido
falseado por los imperialistas franceses, es un documento notable.
Muestra que el proletariado de Petersburgo se hallaba, por lo menos
cuando fue lanzado el Manifiesto, bajo la influencia predominante de los
políticos pequeño burgueses. Recuérdese que incluyo en esta categoría
de políticos, como lo he señalado anteriormente, a gente del tipo de
Kerensky y de Chjeídze.


En el Manifiesto vemos dos ideas políticas y dos consignas que corresponden a ellas.


Primero. El Manifiesto dice que el gobierno (el nuevo gobierno) está
compuesto por “elementos moderados”. Extraña definición y de ninguna
manera completa, de carácter puramente liberal, no marxista. También yo
estoy dispuesto a admitir que en cierto sentido -en mi próxima carta
especificaré en qué sentido precisamente- ahora, una vez completada la
primera etapa de la revolución, todo gobierno debe ser “moderado”. Pero
es absolutamente inadmisible ocultar a uno mismo y al pueblo que este
gobierno quiere continuar la guerra imperialista; que es un agente del
capital inglés; que quiere restaurar la monarquía y fortalecer la
dominación de los terratenientes y capitalistas.


El Manifiesto declara que todos los demócratas deben “apoyar” al
nuevo gobierno y que el Soviet de diputados obreros suplica a Kerensky
que participe en el Gobierno provisional y lo autoriza a ello. Las
condiciones: llevar a la práctica las reformas prometidas ya durante la
guerra, garantías para el “libre desarrollo cultural” (¿¿sólo??) de las
nacionalidades (programa puramente kadete, miserablemente liberal), y la
creación de un comité especial compuesto por miembros del Soviet de
diputados obreros y por “militares” encargado de supervisar las
actividades del Gobierno provisional.


De este Comité supervisor, que entra dentro de la segunda categoría de ideas y consignas, hablaremos especialmente más adelante.


La designación de un Louis Blanc ruso, Kerensky, y el llamado a
apoyar al nuevo gobierno son, se puede decir, un ejemplo clásico de
traición a la causa de la revolución y a la causa del proletariado,
traición que condenó a muerte a muchas revoluciones del siglo XIX,
independientemente de lo sinceros y leales al socialismo que hayan sido
los dirigentes y los partidarios de tal política.


El proletariado no puede y no debe apoyar a un gobierno de guerra, a
un gobierno de restauración. Para combatir la reacción, para rechazar
todas las posibles y probables tentativas de los Románov y de sus amigos
de restaurar la monarquía y organizar un ejército
contrarrevolucionario, es necesario, no apoyar a Guchkov y Cía., sino
organizar, engrandecer y fortalecer una milicia proletaria, armar al
pueblo bajo la dirección de los obreros. Sin esta medida principal,
básica, radical, no se puede ni hablar de ofrecer una resistencia seria a
la restauración de la monarquía y a los intentos de anular o cercenar
las libertades prometidas, o de marchar firmemente por el camino que
dará al pueblo pan, paz y libertad.


Si es cierto que Chjeídze, que con Kerensky era miembro del primer
Gobierno provisional (Comité de la Duma de los trece), se abstuvo de
participar en el segundo Gobierno provisional por consideraciones de
principio como las mencionadas más arriba o de un carácter similar, eso
le hace honor. Hay que decirlo francamente. Por desgracia, tal
interpretación está en contradicción con los hechos, sobre todo con el
discurso de Skobelev, que siempre ha estado de acuerdo con Chjeídze.


Skobelev dijo, si se puede confiar en la fuente antes mencionada, que
“el grupo social (¿? evidentemente el socialdemócrata) y los obreros
tienen un leve contacto (tienen poca afinidad) con los objetivos del
Gobierno provisional”; que los obreros reclaman la paz y que, si la
guerra continúa, de todos modos se producirá el desastre en la
primavera, que “los obreros han concertado con la sociedad (la sociedad
liberal) un acuerdo temporal (eine vorläufge Waffenfreundschaft), aunque
sus objetivos políticos están tan distantes de los objetivos de la
sociedad como la tierra del cielo”; que “los liberales deben renunciar a
los insensatos (unsinnige) objetivos de la guerra”, etc., etc.


Este discurso es un ejemplo de lo que más arriba llamamos, en el
extracto del Sotsial-Demokrat, “oscilar” entre la burguesía y el
proletariado. Los liberales, mientras sean liberales, no pueden
“renunciar” a los “insensatos” objetivos de la guerra, que, entre
paréntesis, no los determinan ellos solos, sino el capital financiero
anglo-francés, una potencia mundial cuya fuerza se mide en centenares de
miles de millones. La tarea no consiste en “persuadir” a los liberales,
sino explicar a los obreros por qué los liberales se encuentran en un
callejón sin salida, por qué se ven ellos atados de pies y manos, por
qué ocultan tanto los tratados concertados por el zarismo con
Inglaterra, y otros países, como los pactos secretos entre el capital
ruso y el anglo-francés, etc.


Si Skobelev dice que los obreros han concertado un acuerdo con la
sociedad liberal, no importa de qué tipo, y puesto que no protesta
contra él, no explica desde la tribuna de la Duma cuán perjudicial es
para los obreros, quiere decir, entonces, que él aprueba ese acuerdo. Y
eso es exactamente, lo que no debió hacer.


La aprobación directa o indirecta de Skobelev, claramente expresada o
tácita, del acuerdo del Soviet de diputados obreros con el Gobierno
provisional, señala la oscilación de Skobelev hacia la burguesía. La
afirmación de Skobelev de que los obreros reclaman la paz, de que sus
objetivos están tan distantes de los objetivos de los liberales como la
tierra del cielo, señala la oscilación de Skobelev hacia el
proletariado.


Puramente proletaria, auténticamente revolucionaria y profundamente
acertada por su concepción es la segunda idea política que contiene el
Manifiesto del Soviet de diputados obreros que estamos estudiando, es
decir, la idea de constituir un "Comité supervisor" (no sé si es
precisamente así como se llama en ruso, yo traduzco libremente del
francés), de supervisión del gobierno provisional por obreros y
soldados.


¡Eso sí que está bien! ¡Eso sí que es digno de los obreros, que han
derramado su sangre por la libertad, la paz y pan para el pueblo! ¡Es un
paso real hacia garantías reales contra el zarismo, contra la monarquía
y contra los monárquicos Guchkov, Lvov y Cía! ¡Es indicio de que el
proletariado ruso, a pesar de todo, ha ido más allá que el proletariado
francés en 1848, cuando “dio plenos poderes” a Louis Blanc! Es prueba de
que el instinto y la razón de las masas proletarias no se dan por
satisfechos con declamaciones, exclamaciones, promesas de reformas y de
libertades, con el título de “ministro facultado por los obreros” y
oropeles similares, sino que buscan un apoyo sólo allí donde deben
hallarlo, en las masas populares armadas, organizadas y dirigidas por el
proletariado, los obreros con conciencia de clase. Éste es un paso por
el buen camino, pero sólo el primer paso.


Si este “Comité supervisor” se limita a ser una institución
parlamentaria de tipo puramente político, un comité que “formulará
preguntas” al Gobierno provisional y recibirá respuestas de él, entonces
no será más que un juguete, no será nada.


Por el contrario, si se orienta inmediatamente y a pesar de todos los
obstáculos, a organizar una milicia obrera o una guardia obrera
interna, en la que participe efectivamente todo el pueblo, todos los
hombres y mujeres, que no sólo remplace la policía exterminada y
dispersada, que no sólo haga imposible el restablecimiento de ésta por
ningún gobierno, monárquico constitucional o republicano democrático,
tanto en Petersburgo como en cualquier otro lugar de Rusia, entonces los
obreros avanzados de Rusia habrán emprendido realmente el camino hacia
nuevas y grandes victorias, el camino hacia la victoria sobre la guerra,
hacia la realización de la consigna que, como informan los periódicos,
engalanaba las banderas de las tropas de caballería que desfilaron en
Petersburgo, en la plaza frente a la Duma del Estado.


“¡Vivan las repúblicas socialistas de todos los países!”


En la carta próxima expondré mis ideas sobre esta milicia obrera.


Trataré de demostrar en ella, por una parte, que la creación de una
milicia que abarque a todo el pueblo, y dirigida por los obreros es la
justa consigna del momento, la que responde a las tareas tácticas del
original período de transición que atraviesa la revolución rusa (y la
revolución mundial), y por otra parte, que, para que sea fructífera,
esta milicia obrera debe, en primer lugar, abarcar a todo el pueblo,
debe ser una organización de masas hasta llegar a ser universal, debe
abarcar realmente a toda la población físicamente apta de ambos sexos,
y, en segundo lugar, debe combinar no sólo funciones puramente
policiales, sino todas las de interés para el Estado con las funciones
militares y con el control de la producción social y la distribución.



N. Lenin
Zurich, 22 (9) de marzo de 1917.

P. S. - Me olvidé de fechar mi carta precedente, del 20 (7) de marzo.




Tercera carta [27]


A propósito de una milicia proletaria


La conclusión a que llegué ayer sobre la táctica vacilante de
Chjeídze ha sido plenamente confirmada hoy, 10 (23) de marzo, por dos
documentos. Primero, un telegrama de Estocolmo en la Frankfurter Zeitung
con extractos del manifiesto del Comité Central de nuestro Partido, el
Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, de Petersburgo. En este
documento no se dice ni palabra sobre si apoyar o derrocar al gobierno
Guchkov; en él se llama a los obreros y a los soldados a organizarse en
torno del Soviet de diputados obreros, a enviar a él a sus
representantes para luchar contra el zarismo y por una república, por la
jornada de 8 horas, por la confiscación de las tierras de los
terratenientes y de las existencias de cereales y, sobre todo, por el
fin de la guerra de rapiña. Al respecto, es particularmente importante y
particularmente apremiante la opinión absolutamente correcta de nuestro
Comité Central, de que para obtener la paz, es preciso establecer
relaciones con los proletarios de todos los países beligerantes.


Esperar la paz de negociaciones y de relaciones entre los gobiernos burgueses sería un autoengaño y un engaño al pueblo.


El segundo documento es otra noticia de Estocolmo, también comunicada
por telégrafo, a otro periódico alemán (Periódico de Voss) [28], sobre
una conferencia entre el grupo de Chjeídze en la Duma, el Grupo del
Trabajo (¿Arbeiterfraction?) y los representantes de 15 sindicatos
obreros el 2 (15) de marzo y sobre un manifiesto publicado al día
siguiente. De los once puntos de este manifiesto, el telegrama trascribe
sólo tres: el primero, la exigencia de una república; el séptimo, la
exigencia de paz e inmediatas negociaciones de paz, y el tercero, la
exigencia de “una adecuada participación en el gobierno de
representantes de la clase obrera rusa”.


Si este punto está trascrito correctamente, comprendo por qué la
burguesía elogia a Cheídze. Comprendo por qué al elogio, más arriba
citado, de los guchkovistas ingleses en el Times se ha sumado el elogio
de los guchkovistas franceses en Le Temps. Este periódico de los
millonarios e imperialistas franceses decía el 22/3: “Los dirigentes de
los partidos obreros, y sobre todo el señor Chjeídze, ejercen toda su
influencia para moderar los deseos de las clases trabajadoras.”


En efecto, reclamar la “participación” de los obreros en el gobierno
Guchkov-Miliukov es un absurdo teórico y político: participar como
minoría, equivaldría a ser un simple peón; participar en “pie de
igualdad”, es imposible porque no se puede conciliar la exigencia de
continuar la guerra con la exigencia de concertar un armisticio e
iniciar negociaciones de paz; para “participar” como mayoría sería
necesario contar con fuerza suficiente para derrocar al gobierno
Guchkov-Miliukov. En la práctica, exigir la “participación” es caer en
la peor especie de blanquismo[29], es decir, olvidar la lucha de clases y
las condiciones reales en que se libra, entusiasmarse con frases
enteramente vacías, sembrar ilusiones entre los obreros, perder un
tiempo precioso en negociaciones con Miliukov o con Kerensky, que
debería emplearse para crear una fuerza verdaderamente de clase y
revolucionaria, una milicia proletaria, capaz de inspirar confianza a
todas las capas pobres de la población -que constituyen la inmensa
mayoría-, que las ayude a organizarse y a luchar por el pan, la paz y la
libertad.


Este error del manifiesto de Chjeídze y de su grupo (no hablo del
partido del CO, del Comité de Organización, pues en las fuentes de que
dispongo no se dice ni palabra del CO), este error es tanto más extraño
por cuanto Skobelev, el colaborador más cercano de Chjeídze, en la
conferencia del 2 (15) de marzo, dijo, según los periódicos: “Rusia se
halla en vísperas de una segunda, de una verdadera (wirklich)
revolución.”


Esta es una verdad de la cual Skobelev y Chjeídze han olvidado sacar
conclusiones prácticas. No puedo juzgar desde aquí, desde mi maldita
lejanía, hasta qué punto es inminente esta segunda revolución. Por estar
en el lugar de los hechos, Skobelev puede apreciar mejor las cosas. Por
consiguiente, no me planteo problemas para cuya solución no dispongo ni
puedo disponer de los datos concretos necesarios. Me limito a subrayar
la confirmación de Skobelev, un “testigo imparcial”, es decir, que no
pertenece a nuestro partido, de la conclusión real, a que llegué en mi
primera carta, es decir: que la revolución de febrero-marzo no ha sido
más que la primera etapa de la revolución. Rusia atraviesa un momento
histórico muy peculiar de transición a la próxima etapa de la revolución
o, para emplear las palabras de Skobelev, a la “segunda revolución”.


Si queremos ser marxistas y sacar enseñanzas de la experiencia de las
revoluciones del mundo entero, debemos esforzarnos por comprender en
qué consiste precisamente la peculiaridad de este momento de transición y
qué táctica se desprende de sus características específicas objetivas.


La peculiaridad de la situación consiste en que el gobierno
Guchkov-Miliukov obtuvo la primera victoria con extraordinaria
facilidad, gracias a las siguientes tres circunstancias principales:


1) la ayuda del capital financiero anglo-francés y de sus agentes;


2) la ayuda de parte de los altos mandos del ejército;


3) la organización ya existente de toda la burguesía rusa en los
zemstvos, en los municipios, en la Duma del Estado, en los comités de la
industria de guerra, etc.


El gobierno Guchkov está apresado en un cepo: atado por los intereses
del capital, se ve obligado a esforzarse por continuar la guerra de
rapiña y de saqueo, a proteger los escandalosos beneficios del capital y
de los terratenientes, a restaurar la monarquía. Atado por su origen
revolucionario y por la necesidad de un brusco cambio del zarismo a la
democracia, presionado por las masas que tienen hambre de pan y hambre
de paz, el gobierno se ve obligado a mentir, a maniobrar, a ganar
tiempo, a “proclamar” y prometer lo más posible (las promesas son lo
único barato, incluso en un período de ascenso desenfrenado de los
precios) y a hacer lo menos posible, a hacer concesiones con una mano y a
birlarlas con la otra.


En determinadas condiciones, el nuevo gobierno puede, como mucho,
aplazar un poco su derrumbe, apoyándose en toda la capacidad de
organización de la burguesía rusa y de la intelectualidad burguesa. Pero
aun así es incapaz de evitar el derrumbe, porque es imposible escapar a
las garras del monstruo espantoso alimentado por el capitalismo mundial
-la guerra imperialista y el hambre- sin renunciar a las relaciones
burguesas, sin tomar medidas revolucionarias, sin apelar al supremo
heroísmo histórico del proletariado ruso e internacional.


De ahí la conclusión: no podemos derribar al nuevo gobierno de un
solo golpe, y si pudiésemos (en épocas revolucionarias los límites de lo
posible se amplían mil veces), no estaríamos en condiciones de
conservar el poder a menos que opusiéramos a la magnífica organización
de toda la burguesía rusa y de toda la intelectualidad burguesa una no
menos magnífica organización del proletariado, que deberá dirigir a toda
la inmensa masa de pobres de la ciudad y del campo, el semiproletariado
y los pequeños propietarios.


Ya sea que la “segunda revolución” haya estallado ya en Petersburgo
(he dicho que sería totalmente absurdo pensar que es posible desde el
extranjero, determinar el ritmo real con que madura), que haya sido
aplazada por un tiempo o haya comenzado ya en algunas regiones aisladas
(de lo cual hay signos evidentes), de cualquier modo, la consigna del
momento, en vísperas de la nueva revolución, durante ella o
inmediatamente después de ella, debe ser organización proletaria.


Camaradas obreros! Han realizado ustedes prodigios de heroísmo
proletario ayer, al derrocar a la monarquía zarista. En un futuro más o
menos cercano (quizás incluso ahora, mientras escribo estas líneas),
tendrán que realizar otra vez idénticos prodigios de heroísmo para
derribar el dominio de los terratenientes y los capitalistas, que hacen
la guerra imperialista. ¡No podrán lograr ustedes una victoria duradera
en esta próxima y “verdadera”, revolución, si no se realizan prodigios
de organización proletaria!


Organización, es la consigna del momento. Pero limitarse a esto
equivaldría a no decir nada, porque por una parte, la organización es
siempre necesaria; por tanto, referirse solamente a la necesidad de
“organizar a las masas” no explica absolutamente nada; por otra parte,
quien sólo se limita a ello, se convierte en cómplice de los liberales,
porque lo que los liberales desean precisamente, para consolidar su
dominación, es que los obreros no traspasen los límites de sus
organizaciones corrientes, “legales” (desde el punto de vista de la
sociedad burguesa “normal”), es decir, que los obreros se incorporen
solamente a su partido, a su sindicato, a su cooperativa, etc., etc.


Guiados por su instinto de clase, los obreros han comprendido que en
un período revolucionario necesitan organizaciones no sólo corrientes,
sino completamente diferentes, y han emprendido con acierto el camino
señalado por la experiencia de nuestra revolución de 1905 y de la Comuna
de París de 1871; han creado un soviet de diputados obreros, han
comenzado a desarrollarlo, ampliarlo y fortalecerlo, atrayendo a él a
diputados de los soldados y, sin duda alguna, a diputados de los
asalariados rurales y, además (en una u otra forma) de todos los
campesinos pobres.


La principal tarea, la más importante, y que no puede ser postergada,
es crear organizaciones de ese tipo en todos los lugares de Rusia sin
excepción, para todos los gremios y todas las capas de la población
proletaria y semiproletaria sin excepción, es decir, para todos los
trabajadores y todos los explotados, para emplear un término menos
exacto desde el punto de vista de la economía, pero más popular.
Señalaré, anticipándome, que nuestro partido (espero poder ocuparme en
una de mis próximas cartas de su papel especial en el nuevo tipo de
organizaciones proletarias) debe recomendar especialmente a toda la masa
campesina que organice soviets de trabajadores asalariados y soviets de
pequeños agricultores que no venden su cereal, independientemente de
los campesinos ricos. Sin esta condición será en general[30] imposible,
tanto aplicar una auténtica política proletaria, como abordar con
acierto la cuestión práctica en extremo importante, que es cuestión de
vida o muerte para millones de hombres: la justa distribución de los
cereales, el aumento de su producción, etc.


Surge la pregunta: ¿Cuál debe ser la función de los soviets de
diputados obreros? “Deben ser considerados como los órganos de la
insurrección, como los órganos del poder revolucionario”, decíamos en el
número 47 del Sotsial-Demokrat de Ginebra, el 13 de octubre de 1915.


Esta proposición teórica, deducida de la experiencia de la Comuna de
París de 1871 y de la revolución rusa de 1905, debe ser explicada y
desarrollada concretamente basándose en la experiencia práctica,
precisamente de la etapa actual, de la actual revolución en Rusia.


Necesitamos un gobierno revolucionario, necesitamos (durante un
cierto período de transición) un Estado. Esto es lo que nos distingue de
los anarquistas. La diferencia entre los marxistas revolucionarios y
los anarquistas, no sólo consiste en que los primeros son partidarios de
la gran producción comunista centralizada, mientras que los segundos
son partidarios de la pequeña producción dispersa. No, la diferencia
entre nosotros, precisamente en la cuestión del gobierno, del Estado,
consiste en que nosotros estamos por la utilización revolucionaria de
formas revolucionarias de Estado en la lucha por el socialismo y los
anarquistas están en contra.


Necesitamos un Estado. Pero no la clase de Estado que ha creado la
burguesía en todas partes, desde las monarquías constitucionales hasta
las repúblicas más democráticas. Y en ello nos distinguimos de los
oportunistas y de los kautskistas[31] de los viejos y decadentes
partidos socialistas, que han deformado u olvidado las enseñanzas de la
Comuna de París y el análisis que de estas enseñanzas hicieron Marx y
Engels[32].


Necesitamos un Estado, pero no del tipo que necesita la burguesía,
con organismos de gobierno -en forma de policía, ejército y burocracia
(funcionarios públicos)- separados del pueblo y en contra de él. Todas
las revoluciones burguesas se han limitado a perfeccionar esa maquinaria
del Estado, a trasferirla simplemente de manos de un partido a las de
otro.


Por otra parte, si el proletariado quiere defender las conquistas de
la presente revolución y seguir adelante, si quiere conquistar la paz,
el pan y la libertad, debe, empleando la expresión de Marx, “destruir”
esa maquinaria del Estado “prefabricada” y reemplazarla por otra nueva,
fusionando la policía, el ejército y la burocracia con todo el pueblo
armado. Siguiendo el camino indicado por la experiencia de la Comuna de
París de 1871 y de la revolución rusa de 1905, el proletariado debe
organizar y armar a todos los sectores pobres y explotados de la
población, a fin de que ellos mismos puedan tomar directamente en sus
propias manos los organismos del poder del Estado y puedan ellos mismos
establecer esos organismos del poder del Estado.


Los obreros de Rusia emprendieron ya ese camino en la primera etapa
de la primera revolución, en febrero-marzo de 1917. Ahora todo estriba
en comprender claramente cuál es este nuevo camino, en seguir adelante
por él, con firmeza y perseverancia.


Los capitalistas anglo-franceses y rusos “sólo” querían alejar a
Nicolás II, o sólo “asustarlo”, y dejar intacta la vieja maquinaria del
Estado, la policía, el ejército y la burocracia.


Los obreros fueron más lejos y la destruyeron. Y ahora no sólo los
capitalistas anglo-franceses, sino también los alemanes, braman con
furia y espanto al ver, por ejemplo, que los soldados rusos fusilan a
sus oficiales, como en el caso del almirante Nepenin, ese partidario de
Guchkov y de Miliukov.


He dicho que los obreros han destruido la vieja maquinaria del Estado. Más correcto sería decir: han comenzado a destruirla.


Tomemos un ejemplo concreto.


En Petersburgo y en muchos otros lugares la policía en parte ha sido
liquidada y en parte dispersada. El gobierno Guchkov-Miliukov no puede
restaurar la monarquía ni, en general, conservar el poder sin
restablecer antes la fuerza policial como una organización especial de
hombres armados a las órdenes de la burguesía, separada del pueblo y en
contra de él. Esto es claro como el día.


Por otra parte, el nuevo gobierno se ve obligado a tener en cuenta al
pueblo revolucionario, a alimentarlo con concesiones a medias y con
promesas, a ganar tiempo. Por ello recurre a medidas a medias: organiza
una “milicia popular” con oficiales designados por elección (¡esto suena
terriblemente respetable, terriblemente democrático, revolucionario y
hermoso!), pero... pero en primer lugar, pone esta milicia bajo el
control de los zemstvos y las municipalidades, es decir, ¡¡a las órdenes
de los terratenientes y de los capitalistas elegidos según las leyes
promulgadas por Nicolás II el Sanguinario y por Stolipin el Verdugo!! En
segundo lugar, a pesar de que la llama “milicia popular”, para echar
tierra a los ojos del “pueblo”, no llama a todo el pueblo a incorporarse
a esta milicia y no obliga a los patronos y capitalistas a pagar a los
obreros y empleados el salario corriente por las horas y los días que
consagran al servicio público, es decir, a la milicia.


Esta es la trampa. Así es como el gobierno terrateniente y
capitalista de los Guchkov y los Miliukov consigue tener una “milicia
popular” en el papel, mientras que en realidad restablece poco a poco,
bajo cuerda, la milicia burguesa, antipopular. Al principio consistirá
en “8.000 estudiantes y profesores” (como describen los periódicos
extranjeros a la actual milicia de Petersburgo} -¡evidentemente una
niñería!- y después, poco a poco, será organizada con las antiguas y las
nuevas fuerzas de seguridad.


¡Impedir el restablecimiento de las fuerzas de seguridad! ¡No dejar
escapar de las manos los gobiernos locales! ¡Organizar una milicia que
abarque al pueblo entero, auténticamente universal, dirigida por el
proletariado! Esta es la tarea del día, esta es la consigna del momento,
que responde por igual a los intereses bien comprendidos de la ulterior
lucha de clase, del ulterior movimiento revolucionario y al instinto
democrático de cada obrero, de cada campesino, de cada trabajador
explotado, que no puede dejar de odiar a la policía, a las patrullas de
la gendarmería, a los esbirros de la aldea, el imperio de los
terratenientes y capitalistas sobre hombres armados con poder sobre el
pueblo.


¿Qué clase de fuerzas de seguridad necesitan ellos, los Guchkov y los
Miliukov, los terratenientes y los capitalistas? Del mismo tipo que las
existentes bajo la monarquía zarista. Todas las repúblicas burguesas y
democrático-burguesas del mundo crearon o restablecieron, después de los
más breves períodos revolucionarios, precisamente esas fuerzas de
seguridad, una organización especial de hombres armados subordinados, de
una u otra forma, a la burguesía, separados del pueblo y en contra de
él.


¿Qué clase de milicia necesitamos nosotros, el proletariado, todo el
pueblo trabajador? Una auténtica milicia popular, es decir, una milicia
que en primer lugar, esté formada por la población entera, por todos los
ciudadanos adultos de ambos sexos y que, en segundo lugar, combine las
funciones de un ejército popular con funciones de policía, con las
funciones de órgano principal y fundamental del orden público y de la
administración pública.


Para hacer más comprensibles estas ideas tomaré un ejemplo puramente
esquemático. No es necesario decir que sería absurdo querer trazar
cualquier tipo de “plan” para una milicia proletaria: cuando los obreros
y el pueblo entero la lleven a la práctica, verdaderamente en forma
masiva, la constituirán y organizarán cien veces mejor que cualquier
teórico. Yo no propongo un “plan”, sólo quiero ilustrar mi idea.


Petersburgo tiene una población de alrededor de dos millones de
habitantes; de éstos, más de la mitad oscilan entre los 15 y los 65
años. Tomemos la mitad, un millón. Restémosle incluso toda una cuarta
parte: los físicamente incapacitados, etc., que no participan hoy en el
servicio público por causas justificadas. Quedan 750.000 personas que,
sirviendo en la milicia, digamos, un día de cada quince (y percibiendo
el salario de estos días de su patrono), formarían un ejército de 50.000
hombres.


¡Este es el tipo de “Estado” que necesitamos!


Este es el tipo de milicia que sería una "milicia popular", en los hechos y no sólo de palabra.


Así es como debemos proceder para evitar el restablecimiento de una
fuerza de seguridad especial o de un ejército especial, separado del
pueblo.


Esa milicia compuesta en un 95 por ciento por obreros y campesinos,
expresaría el pensamiento, la voluntad verdaderos, la fuerza y el poder
de la inmensa mayoría del pueblo. Esa milicia armaría de verdad a todo
el pueblo y le daría instrucción militar, sería una garantía -no al
estilo de Guchkov o Miliukov- contra todas las tentativas de restablecer
la reacción, contra todos los designios de los agentes zaristas. Esa
milicia sería el organismo ejecutivo de los “soviets de diputados
obreros y soldados”, gozaría del respeto y la confianza ilimitados del
pueblo, pues ella misma sería una organización del pueblo entero. Esta
milicia transformaría la democracia, de hermoso rótulo que encubre la
esclavización y tormento del pueblo por los capitalistas, en un medio de
verdadera educación de las masas para que participen en todos los
asuntos del Estado. Esta milicia incorporaría a los jóvenes a la vida
política, y los educaría no sólo con palabras, sino mediante la acción,
mediante el trabajo. Esta milicia desplegaría las funciones que,
hablando en lenguaje científico, entran dentro de la esfera de la
“policía del bienestar público”, la inspección sanitaria, etc., e
incorporarían a esta labor a todas las mujeres adultas. Si no se
incorpora a las mujeres a las funciones públicas, a la milicia y a la
vida política, si no se arranca a las mujeres del ambiente embrutecedor
del hogar y la cocina, será imposible asegurar la verdadera libertad,
será imposible incluso construir la democracia, sin hablar ya del
socialismo.


Esta milicia sería una milicia proletaria, porque los obreros
industriales y urbanos ejercerían una influencia dirigente sobre la masa
de los pobres de manera tan natural e inevitable como desempeñaron el
papel dirigente en la lucha revolucionaria del pueblo, tanto en
1905-1907 como en 1917.


Esta milicia aseguraría el orden absoluto y observaría con toda
abnegación una disciplina basada en la camaradería. Al mismo tiempo, en
la grave crisis que sufren todos los países en guerra, esta milicia
permitiría combatir dicha crisis por medios verdaderamente democráticos,
procediendo a hacer un reparto justo y rápido de los cereales y de
otros víveres, introduciendo el “servicio de trabajo obligatorio”, al
que los franceses llaman hoy “movilización civil” y los alemanes
“servicio civil”, y sin el cual es imposible -se ha probado que es
imposible- restañar las heridas que ha infligido y continúa infligiendo
la terrible guerra de rapiña.


¿Acaso el proletariado de Rusia derramó su sangre sólo para recibir
hermosas promesas de reformas democráticas de carácter político y nada
más? ¿Será posible que no exija y garantice que todo trabajador vea y
perciba inmediatamente alguna mejora en sus condiciones de vida? ¿Que
cada familia tenga pan? ¿Que cada niño tenga una botella de buena leche y
que ni un sólo adulto de familia rica se atreva a consumir más de su
ración de leche mientras no la tengan los niños? ¿Que los palacios y los
ricos apartamentos abandonados por el zar y la aristocracia no queden
desocupados y den refugio a los que no tienen hogar y a los indigentes?
¿Quién puede aplicar estas medidas excepto la milicia popular, en la que
las mujeres deben participar al igual que los hombres?


Esas medidas aún no constituyen el socialismo. Atañen a la regulación
del consumo, y no a la reorganización de la producción. No
significarían aún la “dictadura del proletariado”, sino solamente la
“dictadura democrática revolucionaria del proletariado y del campesinado
pobre”. No se trata de hacer una clasificación teórica. Cometeríamos un
grave error si quisiéramos meter por la fuerza los objetivos de la
revolución, complejos, apremiantes y en rápido desarrollo, en el lecho
de Procusto de una “teoría” estrechamente concebida, en lugar de
considerar la teoría ante todo y sobre todo como una guía para la
acción.


¿Posee la masa de los obreros rusos suficiente conciencia de clase,
firmeza y heroísmo para realizar “prodigios de organización proletaria”
después de haber realizado, en la lucha revolucionaria directa,
prodigios de audacia, de iniciativa y de espíritu de sacrificio? Esto no
lo sabemos, y sería ocioso entregarse a conjeturas, pues sólo la
práctica puede dar respuesta a semejantes cuestiones.


Lo que sí sabemos con certeza, y lo que nosotros, como partido,
debemos explicar a las masas es, por una parte, que la enorme potencia
de la locomotora de la historia está engendrando una crisis sin
precedente, el hambre y calamidades incalculables. Esa locomotora es la
guerra, hecha por los capitalistas de ambas coaliciones beligerantes con
fines de rapiña. Esa “locomotora” ha conducido al borde de la ruina a
muchas naciones de las más ricas, más libres y más cultas. Obliga a los
pueblos a poner en tensión, hasta el límite, todas sus energías,
colocándolos en una situación insoportable, poniéndola la orden del día,
no la aplicación de ciertas “teorías” (una ilusión contra la cual Marx
previno siempre a los socialistas), sino la aplicación de las medidas
prácticas más extremas, porque sin medidas extremas, a millones de seres
les espera la muerte, la muerte inmediata y cierta por hambre.


No es necesario demostrar que el entusiasmo revolucionario de la
clase avanzada puede mucho cuando la situación objetiva exige de todo el
pueblo la adopción de medidas extremas. Este aspecto lo ve y lo siente
claramente todo el mundo, en Rusia.


Es importante comprender que en tiempos revolucionarios la situación
objetiva cambia con la misma rapidez y brusquedad que el curso de la
vida en general. Y nosotros debemos saber adaptar nuestra táctica y
nuestras tareas inmediatas a las características específicas de cada
situación dada. Hasta febrero de 1917 la tarea inmediata era realizar
una audaz propaganda revolucionaria internacionalista, llamar a las
masas a luchar, despertarlas. Las jornadas de febrero-marzo exigieron el
heroísmo de una lucha abnegada para aplastar al enemigo inmediato, el
zarismo. Ahora nos encontramos en un período de transición de esta
primera etapa de la revolución a la segunda, de “pelear” con el zarismo a
“pelear” con el imperialismo terrateniente y capitalista de
Guchkov-Miliukov. La tarea inmediata es la organización, no sólo en el
sentido estereotipado de entregarse a constituir organizaciones
estereotipadas, sino en el sentido de incorporar, en proporciones nunca
vistas, a amplias masas de las clases oprimidas a una organización que
se haría cargo de las funciones militares, políticas y económicas del
Estado.


El proletariado ha abordado y abordará de diversas maneras esta tarea
original. En algunos lugares de Rusia la revolución de febrero-marzo ha
puesto casi la totalidad del poder en sus manos; en otros, el
proletariado quizá comience a organizar y desarrollar en forma
“subrepticia” la milicia proletaria; y en otros probablemente luchará
por elecciones inmediatas, sobre la base del sufragio universal, etc., a
los municipios y a los zemstvos, para convertirlos en centros
revoluciones, etc., hasta que el crecimiento de la organización
proletaria, la unión de los soldados con los obreros, el movimiento
entre el campesinado y la desilusión que muchos experimentarán respecto
del gobierno guerrerista imperialista de Guchkov y Miliukov, acerquen la
hora de reemplazar ese gobierno por el “gobierno” del soviet de
diputados obreros.


Tampoco debemos olvidar que muy cerca de Petersburgo se encuentra uno
de los países más avanzados, realmente republicano, o sea Finlandia,
que desde 1905 a 1917, escudado por las batallas revolucionarias de
Rusia, ha desarrollado, en forma relativamente pacífica, la democracia y
ha conquistado para el socialismo a la mayoría de su población. El
proletariado de Rusia garantizará a la república finlandesa una libertad
completa, incluida la libertad de separación (ahora que el kadete
Ródichev regatea tan indignamente en Helsingfors migajas de privilegios
para los gran rusos), es difícil que un solo socialdemócrata abrigue
dudas al respecto, y precisamente de esa manera se ganará la confianza
completa y la ayuda fraterna de los obreros finlandeses a la causa del
proletariado de toda Rusia. Los errores son inevitables en toda empresa
difícil y grande; tampoco los evitaremos nosotros.


Los obreros finlandeses son mejores organizadores, nos ayudarán en
este aspecto, impulsarán, a su manera, la instauración de la república
socialista.


Las victorias revolucionarias en la propia Rusia -los éxitos de la
organización pacífica en Finlandia, escudada por esas victorias-, el
paso de los obreros rusos a las tareas revolucionarias de organización
en una nueva escala -la toma del poder por el proletariado y las capas
más pobres de la población-, el estímulo y el desarrollo de la
revolución socialista en Occidente: tal es el camino que nos conducirá a
la paz y al socialismo.





N. Lenin
Zurich, 11 (24) de marzo de 1917
Cuarta carta[33]


Cómo lograr la paz


Acabo de leer (12 [25] de marzo) en el Neue Züricher Zeitung (núm. 517, del 24/III) el siguiente despacho telegráfico de Berlín:


Informan desde Suecia que Máximo Gorki ha enviado al gobierno y al
Comité Ejecutivo un saludo entusiasta. Gorki saluda la victoria del
pueblo sobre los señores de la reacción y llama a todos los hijos de
Rusia a ayudar a erigir el edificio del nuevo Estado ruso. Al mismo
tiempo, insta al gobierno a coronar la causa de la emancipación
concluyendo la paz. No debe ser, dice, una paz a cualquier precio; Rusia
tiene ahora menos motivos que nunca para aspirar a una paz a cualquier
precio. Debe ser una paz que permita a Rusia llevar una existencia digna
entre las demás naciones del mundo. La humanidad ha derramado mucha
sangre; el nuevo gobierno prestaría el mayor de los servicios, no sólo a
Rusia, sino a toda la humanidad si consiguiera concertar rápidamente la
paz.


Esta es la trascripción de la carta de Gorki.


Con profunda amargura leemos esta carta, impregnada desde el
principio hasta el fin de un cúmulo de prejuicios filisteos. El autor de
estas líneas ha tenido muchas oportunidades en sus entrevistas con
Gorki en la isla de Capri, de ponerlo en guardia contra sus errores
políticos y de reprochárselos. Gorki rechazaba estos reproches con su
inimitable sonrisa encantadora y con la ingenua observación: “Yo sé que
soy un mal marxista. Además, nosotros los artistas somos todos un poco
irresponsables.” No es fácil discutir esos argumentos.


Gorki es, no cabe duda, un artista de talento prodigioso, que ha
prestado ya y prestará grandes servicios al movimiento proletario
internacional.


¿Pero, qué necesidad tiene Gorki de meterse en política? La carta de
Gorki expresa, a mi parecer, prejuicios extraordinariamente difundidos,
no sólo entre la pequeña burguesía, sino también entre un sector de
obreros sometidos a su influencia. Todas las energías de nuestro
partido, todos los esfuerzos de los obreros con conciencia de clase
deben concentrarse en una lucha tenaz, consecuente y completa contra
estos prejuicios.


El gobierno zarista empezó e hizo la guerra actual como una guerra
imperialista, de rapiña, para saquear y estrangular a las naciones
débiles. El gobierno de los Guchkov y los Miliukov, que es un gobierno
terrateniente y capitalista, se ve obligado a continuar y quiere
continuar precisamente esta misma guerra. Pedirle a este gobierno que
concluya una paz democrática es lo mismo que predicar la virtud a
guardianes de prostíbulos. Permítaseme explicar lo que quiero decir.
¿Qué es el capitalismo?


En mi folleto El imperialismo, etapa superior del capitalismo, cuyo
manuscrito fue enviado a la editorial Parus antes de la revolución, fue
aceptado por dicha editorial y anunciado en la revista Liétopis,
contesto a dicha pregunta del siguiente modo:


“El imperialismo es el capitalismo en aquella etapa de desarrollo en
que se establece la dominación de los monopolios y del capital
financiero; en que ha adquirido señalada importancia la exportación de
capitales; en que empieza el reparto del mundo entre los trusts
internacionales; en que ha culminado el reparto de todos los territorios
del planeta entre las más grandes potencias imperialistas.” (Cap. VII
del folleto citado, anunciado en Liétopis, cuando había aún censura,
bajo el título V. Ilín, El capitalismo actual.)


Todo depende de que el capital ha alcanzado proporciones formidables.
Asociaciones constituidas por un reducido número de los más grandes
capitalistas (cárteles, consorcios, trusts) manejan miles de millones y
se reparten entre ellos el mundo entero. El reparto del mundo se ha
completado. El origen de la guerra fue el choque de los dos más
poderosos grupos de multimillonarios, el anglo-francés y el alemán, por
la redistribución del mundo.


El grupo anglo-francés de capitalistas quiere en primer término
despojar a Alemania, quitarle sus colonias (ya se ha apoderado de casi
todas) y después despojar a Turquía.


El grupo alemán de capitalistas quiere apoderarse de Turquía y
resarcirse de la pérdida de sus colonias apoderándose de pequeños
Estados vecinos (Bélgica, Serbia, Rumania).


Esta es la auténtica verdad; se la oculta con toda suerte de mentiras
burguesas sobre una guerra “de liberación”, “nacional”, una “guerra por
el derecho y la justicia” y demás sonsonetes con que los capitalistas
engañan siempre a la gente sencilla.


Rusia está haciendo esta guerra con dinero ajeno. El capital ruso es
socio del capital anglo-francés. Rusia hace la guerra para saquear a
Armenia, a Turquía y a Galitzia.


No es por casualidad que Guchkov, Lvov, Miliukov, nuestros actuales
ministros, ocupan esos cargos. Son representantes y dirigentes de toda
la clase de los terratenientes y de los capitalistas. Están atados por
los intereses del capital. Los capitalistas no pueden renunciar a sus
intereses, del mismo modo que un hombre no puede levantarse en vilo
tirándose del pelo.


En segundo lugar, Guchkov-Miliukov y Cía. están atados por el capital
anglo-francés. Han hecho y hacen la guerra con dinero ajeno. Han
recibido en préstamo miles de millones, prometiendo pagar un interés
anual de centenares de millones y estrujar a los obreros y a los
campesinos rusos para arrancarles ese tributo.


En tercer lugar, Guchkov-Miliukov y Cía. están atados a Inglaterra,
Francia, Italia, Japón y otros grupos de bandidos capitalistas por
tratados directos, relativos a los fines de rapiña de esta guerra. Esos
tratados fueron concluidos por el zar Nicolás II. Guchkov-Miliukov y
Cía. se aprovecharon de la lucha de los obreros contra la monarquía
zarista para adueñarse del poder, y ratificaron los tratados concertados
por el zar.


Esto lo ha hecho el gobierno de Guchkov-Miliukov en pleno en un
manifiesto que la Agencia Telegráfica de Petersburgo difundió el 7 (20)
de marzo. “El gobierno (de Guchkov-Miliukov) cumplirá fielmente con
todos los tratados que nos comprometen con otras potencias”, reza el
manifiesto. Miliukov, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, dijo
lo mismo en su telegrama del 5 (18) de marzo de 1917, dirigido a todos
los representantes de Rusia en el extranjero.


Todos estos son tratados secretos, y Miliukov y Cía. se niegan a
hacerlos públicos por dos razones: 1) temen al pueblo, que se opone a la
guerra de rapiña; 2) están atados al capital anglo-francés, que insiste
en que los tratados sigan siendo secretos. Pero todo lector de
periódicos que haya seguido los acontecimientos sabe que en esos
tratados contemplan el saqueo de China por Japón; de Persia, Armenia,
Turquía (sobre todo Constantinopla) y Galitzia por Rusia; de Albania por
Italia; de Turquía y de las colonias alemanas por Francia e Inglaterra,
etc.


Esta es la situación.


Por consiguiente, proponer al gobierno Guchkov-Miliukov que concluya
una paz pronta, honrada, democrática y de buenos vecinos, es lo mismo
que cuando un buen “padrecito” de aldea insta a los terratenientes y a
los comerciantes “a seguir el camino de Dios”, a amar al prójimo y a
poner la otra mejilla. Los terratenientes y los comerciantes escuchan
estos sermones y continúan oprimiendo y saqueando al pueblo, y alaban al
“padrecito” por su habilidad para confortar y calmar a los
“mujiks”[34].


Todo el que durante esta guerra imperialista dirige piadosos llamados
de paz a los gobiernos burgueses, desempeña, consciente o
inconscientemente, idéntico papel. Los gobiernos burgueses, o bien se
niegan a escuchar tales llamados e incluso los prohíben; o autorizan, y
afirman a todos y cada uno que ellos siguen combatiendo sólo para
concluir la paz más pronta y “más justa”, que toda la culpa la tiene el
enemigo. Hablar de paz a los gobiernos burgueses es, en realidad,
engañar al pueblo.


Los grupos de capitalistas que han anegado el mundo en sangre por el
reparto de territorios, mercados y privilegios, no pueden concluir una
paz “honrosa”. Sólo pueden concertar una paz vergonzosa, una paz basada
en el reparto del botín, en la división de Turquía y las colonias.


Por otra parte, el gobierno Guchkov-Miliukov no está en general de
acuerdo con la paz en este momento, porque el “único” “botín” que podría
obtener ahora sería Armenia y parte de Galitzia, siendo que también
desea apoderarse de Constantinopla y reconquistar Polonia de los
alemanes, país al cual el zarismo siempre oprimió de manera tan inhumana
y vergonzosa. Además, el gobierno Guchkov-Miliukov es, en esencia, sólo
el agente del capital anglo-francés, que quiere conservar las colonias
que le arrebató a Alemania, y, encima de esto, obligar a Alemania a
devolver Bélgica y parte de Francia. El capital anglo-francés ayudó a
los Guchkov y los Miliukov a deponer a Nicolás II a fin de que ellos
pudieran ayudarlo a “vencer” a Alemania. ¿Qué hacer entonces?


Para lograr la paz (y más aún para lograr una paz auténticamente
democrática, auténticamente honrosa) es necesario que el poder político
esté en manos de los obreros y los campesinos más pobres, y no de los
terratenientes y los capitalistas. Éstos constituyen una minoría
insignificante de la población; los capitalistas, como todo el mundo
sabe, realizan con la guerra ganancias astronómicas.


Los obreros y los campesinos más pobres constituyen la inmensa
mayoría de la población. No realizan ganancias con la guerra; por el
contrario, se arruinan y pasan hambre. No están atados ni al capital ni a
los tratados concluidos entre los rapaces grupos de capitalistas; ellos
pueden y quieren sinceramente poner fin a la guerra.


Si el poder político en Rusia estuviera en manos de los soviets de
diputados obreros, soldados y campesinos, estos soviets y el Soviet de
toda Rusia por ellos elegido, podrían -y con toda seguridad lo harían-
aplicar el programa de paz que nuestro partido (el Partido Obrero
Socialdemócrata de Rusia) esbozó ya el 13 de octubre de 1915 en el
número 47 de su órgano central, Sotsial-Demókrat (que se editaba
entonces en Ginebra debido a la draconiana censura zarista).


Este programa sería probablemente el siguiente.


1. El Soviet de diputados obreros, soldados y campesinos de toda
Rusia (o el Soviet de Petersburgo, que lo reemplaza
provisionalmente) declararía inmediatamente que no está atado por ningún
tratado concluido ni por la monarquía zarista por los gobiernos
burgueses.


2. Publicaría inmediatamente todos esos tratados para denunciar la
infamia de los fines de rapiña perseguidos por la monarquía zarista y
por todos los gobiernos burgueses sin excepción.


3. Invitaría inmediata y abiertamente a todas las potencias beligerantes a concertar sin dilación un armisticio.


4. Haría conocer inmediatamente a todo el pueblo nuestras condiciones
de paz, las condiciones de paz de los obreros y de los campesinos;
liberación de todas las colonias; liberación de todas las naciones
dependientes, oprimidas o en condiciones de inferioridad.


5. Declararía que nada bueno espera de los gobiernos burgueses y
llamaría a los obreros de todos los países a derrocarlos y a entregar
todo el poder político a los soviets de diputados obreros.


6. Declararía que las deudas de miles de millones contraídas por los
gobiernos burgueses para hacer esta guerra criminal, de rapiña, pueden
pagarlas los propios señores capitalistas, y que los obreros y
campesinos se niegan a reconocer esas deudas. Pagar los intereses de
esos empréstitos significaría pagar, durante largos años, tributo a los
capitalistas por haber permitido cortésmente a los obreros matarse entre
sí, para que los capitalistas pudieran repartirse el botín.


¡Obreros y campesinos! –diría el soviet de diputados obreros- ¿desean
ustedes pagar anualmente centenares de millones de rublos a estos
señores, los capitalistas, por una guerra hecha por el reparto de las
colonias de África, de Turquía, etc.?


Pienso que por estas condiciones de paz el soviet de diputados
obreros estaría de acuerdo en hacer la guerra contra cualquier gobierno
burgués y contra todos los gobiernos burgueses del mundo, porque ésta
sería una guerra realmente justa, porque todos los obreros y
trabajadores de todos los países contribuirían a su triunfo.


El obrero alemán ve hoy que en Rusia la monarquía belicista es
remplazada por una república belicista, una república de capitalistas
que quiere continuar la guerra imperialista y que ha ratificado las
tratados rapaces de la monarquía zarista.


Juzguen ustedes mismos, ¿puede el obrero alemán confiar en semejante república?


Juzguen ustedes mismos, ¿puede continuar la guerra, puede continuar
la dominación capitalista del mundo si el pueblo ruso, animado siempre
por los recuerdos vivos de la gran revolución de 1905, conquista la
libertad completa y entrega todo el poder político a los soviets de
diputados obreros y campesinos?


N. Lenin
Zurich, 12 (25) de marzo de 1917.
Quinta carta[35]


Las tareas que implica la construcción del estado proletario revolucionario


En las cartas anteriores, las tareas inmediatas del proletariado
revolucionario de Rusia se formularon como sigue: (1) hallar el camino
más seguro hacia la siguiente etapa de la revolución, o hacia la segunda
revolución, la cual (2) debe transferir el poder del Estado de manos
del gobierno de los terratenientes y los capitalistas (los Guchkov, los
Lvov, los Miliukov, los Kerensky) a manos de un gobierno de los obreros y
los campesinos más pobres.(3)Este último gobierno debe estar organizado
conforme el modelo de los soviets de diputados obreros y campesinos, es
decir,(4)debe destruir y eliminar por completo la antigua maquinaria
del Estado, común a todos los países burgueses -ejército, policía,
burocracia (funcionarios públicos)- y remplazarla (5) por no sólo una
organización de masas, sino por una organización universal que comprenda
a todo el pueblo armado. (6) Sólo tal gobierno, de “tal” composición de
clase (“dictadura revolucionaria democrática del proletariado y el
campesinado”) y tales organismos de gobierno (“milicia proletaria”)
estarán en condiciones de resolver eficazmente el problema esencial del
momento, en extremo difícil y absolutamente urgente, a saber: lograr la
paz, no una paz imperialista, no un pacto entre las potencias
imperialistas respecto al reparto del botín entre los capitalistas y sus
gobiernos, sino una paz verdaderamente duradera y democrática, que no
es posible lograr sin una revolución proletaria en varios países. (7) En
Rusia se podrá lograr la victoria del proletariado en un futuro muy
próximo, sólo si los obreros cuenta, desde el principio, con el apoyo de
la inmensa mayoría de los campesinos que luchan por que sean
confiscadas las grandes haciendas de los terratenientes (y por la
nacionalización de toda la tierra, si presumimos que el programa agrario
de los "104" continúa siendo esencialmente el programa agrario del
campesinado). (8) Con respecto a tal revolución campesina y apoyándose
en ella, el proletariado puede y debe, en alianza con los sectores más
pobres del campesinado, dar nuevos pasos hacia el control de la
producción y de la distribución de los productos básicos, hacia la
introducción del “trabajo general obligatorio”, etc. Estos pasos los
imponen con absoluta inevitabilidad, las consecuencias de la guerra, que
en muchos aspectos se agravarán aún más en el período de posguerra. En
su conjunto y en su desarrollo, estos pasos señalarán la, transición al
socialismo, que no es posible realizar en Rusia directamente, de un solo
golpe, sin medidas transitorias, pero que es perfectamente realizable e
imperiosamente necesario, como resultado de estas medidas transitorias.
(9) Con respecto a esto, la tarea de organizar inmediatamente soviets
especiales de diputados obreros en los distritos rurales, es decir,
soviets de trabajadores asalariados rurales, independientes de los
soviets de los demás diputados campesinos, surge en primer plano con
extrema urgencia.


Tal es, brevemente, el programa esbozado por nosotros, basado en una
apreciación de las fuerzas de clase de la revolución rusa y mundial, y
también en la experiencia de 1871 y de 1905.


Intentaremos realizar ahora un examen general de este programa en su
conjunto y analizaremos, de paso, cómo enfocó el asunto K. Kautsky, el
principal teórico de la “II” Internacional[36] (1889-1914) y el más
destacado representante del “centro”, de la tendencia del “pantano” que
puede observarse ahora en todos los países, la tendencia que oscila
entre los socialchovinistas y los internacionalistas revolucionarios.
Kautsky se ocupó de este asunto en su revista Nuevos tiempos’ (Die Neue
Zeit), del 6 de abril de 1917 (nuevo calendario), en un artículo
titulado “Las perspectivas de la revolución rusa”.


 Ante todo -escribe Kautsky- debemos determinar qué tareas debe
encarar el régimen proletario revolucionario (el sistema estatal).Dos
cosas -sigue Kautsky- son de imperiosa necesidad para el proletariado:
la democracia y el socialismo.


Desgraciadamente, Kautsky promueve esta tesis, absolutamente
indiscutible, en forma excesivamente general, de modo que, en esencia,
no dice ni explica nada. Miliukov y Kerensky, miembros de un gobierno
burgués e imperialista, suscribirían de buena gana esta tesis general,
el uno su primera parte y el otro la segunda ... *[37]





Escrito el 26 de marzo (8 de abril) de 1917.


[1] Escrita el 7 (20) de marzo de 1917. Publicada
con supresiones el 21 y el 22 de marzo de 1917 en el periódico Pravda,
números 14 y 15. El texto íntegro se publicó por primera vez en 1957, en
la primera edición de las Obras Completas, de V. I. Lenin, tomo XXIII.




[2] Se trata del período conocido como “Revolución de Febrero”.
[3] Hace referencia a la Primera Guerra Mundial, que tuvo lugar entre 1914 y 1918.
[4] Miliukov, Pavel (1859-1943): fue historiador y
líder del Partido Kadete, ministro de Asuntos Extranjeros del Gobierno
Provisional ruso entre marzo y mayo de 1917. Fue uno de los adversarios
más destacados de la revolución.
[5] La revolución de 1905 comenzó el 9 de enero de ese
año con una manifestación de los obreros de Petrogrado, en la que
peticionaban, entre otras demandas, la jornada de ocho horas y el
derecho de huelga. La manifestación estaba dirigida por el cura Gapón.
En ella participaron activamente los socialdemócratas. Los manifestantes
fueron reprimidos por las fuerzas zaristas en lo que se conoce como el
“Domingo sangriento”. Este primer ensayo revolucionario fue derrotado.
Para mayor información, se puede consultar el libro 1905, una obra que
compila artículos de León Trotsky y otros autores, editado por el Centro
de Estudios, Investigaciones y Publicaciones León Trotsky en Buenos
Aires, en el año 2005. 
[6] Efímovich, Grígori o Yefímovich, Novikh Rasputín,
conocido como El Monje Loco (1872-1916): monje, aventurero y cortesano
ruso. A principios de la Primera Guerra Mundial, Rusia atravesaba un
momento crítico. El zar Nicolás II asumió el mando del ejército y
Rasputín se hizo con el control absoluto del gobierno. Su profunda
influencia en la corte imperial escandalizaba a la opinión pública.
[7] Pogrom es una palabra rusa que significa ataque o
disturbio. Las connotaciones históricas del término incluyen ataques
violentos por las fuerzas represivas y sectores de las poblaciones
locales incitados por el zarismo y los gobiernos de turno contra judíos y
revolucionarios en el imperio ruso y en todo el mundo.
[8] La desiatina es una unidad de medida de superficie utilizada en Rusia.
[9] Guchkov, Alexander (1862-1936) Dirigente de los
octubristas, partido monárquico de la gran burguesía industrial,
comercial y terrateniente, presidente de la Duma desde 1907 a 1912,
ministro de Guerra y Marina del Primer Gobierno Provisional. 
[10] Lvov, George Eugeneyevich (1861-1925): fue un
príncipe ruso. Miembro de la primera duma y primer ministro del primer
Gobierno Provisional entre marzo y julio de 1917. Emigró en 1918.
[11] Potrésov, A. N. (1869-1934): miembro de Nasha
Zarya, fue chovinista durante la guerra, se opuso a la Revolución de
Octubre y emigró a París.
[12] Kerensky, Alexander (1881-1970):
socialrrevolucionario ruso. Después de la Revolución de Febrero fue
Ministro de Justicia, Guerra y Marina y finalmente, jefe del Gobierno
Provisional desde julio hasta la Revolución de Octubre. En 1918 huyó al
extranjero.
[13] Chjeídze, Nikolai Sesnenovich (1864-1926): fue un
menchevique georgiano. Miembro de la tercera y la cuarta dumas. Durante
la guerra fue centrista. Fue miembro del comité provisional de la Duma.
Fue presidente del Primer Soviet de Petrogrado de 1917. Fue presidente
del comité central de los Soviets de Todas las Rusias. Fue presidente de
la asamblea constituyente de Georgia 1918. Emigró en 1921. Retirado de
la política, se suicidó.
[14] Miembros del partido monárquico de la gran burguesía industrial, comercial y terrateniente.
[15] Guillermo II (1859-1941): fue emperador de Alemania desde 1888. Al producirse la revolución alemana de 1918 abdicó.
[16] Stolipin, Peter (1862-1911): reaccionario político
zarista, fue primer ministro luego de la derrota de la Revolución de
1905. Impulsó una reforma agraria que tenía como objetivo promover un
nuevo sector de campesinos ricos. En el gabinete de Goremkin, Stolipin
era ministro del Interior.
[17] Trudoviques: eran los representantes de los
campesinos en las cuatro dumas, que oscilaban constantemente entre los
cadetes (liberales) y los socialdemócratas.
[18] Instrumento musical ruso.
[19] Publicada por primera vez en 1924, en la revista Bolshevik número 3-4.


[20] Rodzianko, M. (1859-1924): fue líder del partido octubrista, partido monárquico de la gran burguesía liberal.
[21] Lenin denomina llamamiento al “Manifiesto
del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia a todos los ciudadanos de
Rusia” del CC del POSDR publicado en el Suplemento del número 1 de
Izvestia del Soviet de Petrogrado del 28 de febrero (13 de marzo) de
1917. [22] Nasha Zariá (“Nuestra aurora”): revista mensual publicada
legalmente por los mencheviques liquidadores; apareció en Petersburgo
desde enero de 1910 a Septiembre de 1914. Su director fue A.N. Potrésov,
colaboraron en ella F. I. Dan, C. O. Tsederbaum y otros. Con el
comienzo de la Primera Guerra mundial la revista se colocó en una
posición socialchovinista. [23] Véase V.I. Lenin, tomo XXII, “Algunas
tesis”.[24] Se alude al acuerdo sobre la formación del gobierno
provisional burgués concertado en la noche del 1 al 2 de marzo (14-15)
de 1917 por el Comité Provisional de la Duma del Estado y los dirigentes
eseristas y mencheviques del Comité Ejecutivo del Soviet de diputados
obreros y soldados de Petrogrado. Los eseristas y mencheviques
entregaron voluntariamente, cediendo al Comité Provisional de la Duma
del Estado el derecho a formar el gobierno provisional de acuerdo con su
criterio. (ed)[25] Le Temps: diario conservador publicado en París
desde 1861 hasta 1942. Reflejaba los intereses de los círculos
dirigentes de Francia; virtualmente era el órgano oficial del ministerio
de Relaciones Exteriores.



[26] Skobelev, Matvei Ivanovich (1885-1939):
menchevique que fue cuarto vicepresidente del soviet de Petrogrado y
miembro del comité ejecutivo. Fue ministro de Trabajo en el Gobierno
Provisional entre mayo y septiembre de 1917. Se unió al Partido
Comunista en 1922.
[27] Publicado por primera vez en 1924, en la revista
Internacional Comunista, número 3-4. Se publica de acuerdo con el
manuscrito.
[28] “Periódico de Voss” (Vossische Zeitung):
publicación de los liberales moderados de Alemania, editada en Berlín
desde 1704 hasta 1934. (Ed.).



[29] Se refiere a los seguidores de Blanqui, Louis
(1805-1881). Fue un socialista francés que participó de la revolución de
1830 en Francia. Organizó la insurrección fallida en 1839 y fue
encarcelado. Volvió a prisión en vísperas de la Comuna de París, hasta
1879. Blanqui sostenía la teoría de la insurrección armada por grupos
pequeños de hombres seleccionados y entrenados, en oposición a la
concepción marxista de la insurrección de masas.
[30] En las zonas rurales se desarrollará ahora una
lucha por los pequeños campesinos y, en parte por los campesinos medios.
Los terratenientes, apoyándose en los campesinos ricos, tratarán de que
éstos se subordinen a la burguesía. Nosotros, apoyándonos en los
asalariados rurales y en los pobres del campo, debemos conducirlos a la
más estrecha unión con el proletariado urbano. 
[31] Seguidores de Kautsky, Kart (1854-1938). Fue un
dirigente y teórico de la socialdemocracia alemana y fundador de la IIº
Internacional. Enfrentó las posiciones revisionistas de Eduard Bernstein
en la década de 1890. giró hacia posiciones reformistas años después.
Frente a la Primera Guerra Mundial, adoptó una posición primeramente
pacifista y luego, socialchovinista. En 1917 fundó, junto a Hilferding y
Otto Bauer el Partido Socialdemócrata Independiente, oponiéndose
abiertamente a la Revolución de Octubre y la dictadura del proletariado,
abogando por la vía parlamentaria. Por esta razón fue combatido por
Lenin en La revolución proletaria y el renegado Kautsky. En 1922 regresó
al Partido Socialdemócrata.
[32] En una de mis próximas cartas o en un artículo
especial trataré en forma detallada de este análisis hecho especialmente
en La guerra civil de Francia, de C. Marx, en el prefacio de Engels a
la tercera edición de dicha obra, en las cartas de Marx del 12 de abril
de 1871 y de Engels del 18 y del 28 de marzo de 1875, así como de la
forma en que Kautsky tergiversó por completo el marxismo en la polémica
que sostuvo en 1912 con Panneckoek sobre el problema de la llamada
“destrucción del Estado”. (Véase V. I. Lenin, op. cit., t. XXVII, El
Estado y la revolución. (Ed.)
 [33] Publicado por primera vez en 1924, en la
revista Internacional Comunista, número 3-4. Se publica de acuerdo con
el manuscrito. 



[34] Denominación dada a los campesinos rusos.
[35] Publicado por primera vez en 1924, en la
revista Bolshevik, núm. 3-4. Se publica de acuerdo con el manuscrito.
Esta carta, que se comenzó a escribir el 8 de abril de 1917, el día de
la partida de Suiza, nunca fue terminada por Lenin.



[36] IIº Internacional: fundada en 1889 como sucesora
de la Iº Internacional. En sus inicios fue una asociación libre de
partidos nacionales laboristas y socialdemócratas, en la que se
nucleaban elementos revolucionarios y reformistas. En 1914, sus
secciones principales, violando los más elementales principios
socialistas, apoyaron a sus respectivos gobiernos imperialistas en la
Primera Guerra Mundial. Quedó aislada durante la guerra pero resurgió en
1923 como una organización completamente reformista.
[37] Aquí se interrumpe el manuscrito.














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