sábado, 30 de julio de 2016

Exégesis histórico-profética: III - Pérgamo (2a. parte)

Exégesis histórico-profética: III - Pérgamo (2a. parte)







lunes, 8 de enero de 2007





III - Pérgamo (2a. parte)


Capítulo III
P É R G A M O
(2a. parte)


Constantino el GrandeAl
intentar perfilar la personalidad y las intenciones del personaje
histórico conocido como Constantino el Grande, deseamos hacerlo pasando
por alto muchos lugares comunes, cuidándonos de afirmar lo que sólo Dios
y Constantino mismo pueden dar fe como cierto o falso. Tengamos en
cuenta que no todos los hechos de un político ambicioso demuestran que
sea el gobernante ideal, y un rasgo típico de Constantino fue el de
ganarse el favor de sus súbditos (incluidos los cristianos) mostrando
clemencia y sabiduría en sus edictos y otros actos gubernamentales. Pero
la historia narra el lado opuesto de la moneda, cuando se afirma que
los viñedos que generaban los recursos de la ciudad se anegaban por
falta de drenaje, mientras el emperador dilapidaba los fondos públicos
en lujos y la construcción de un palacio suntuoso en Tráveris; o ganarse
la simpatía de los galos explotando sus más bajas pasiones brindándoles
en el circo espectáculos cruentos donde morían tantos bárbaros
cautivos, que alguien comenta que hasta las bestias se hastiaron de la
matanza.
¿Realmente se convirtió Constantino al Señor Jesucristo?
Esto se ha cuestionado mucho, mas podemos sacar algunas conclusiones
aportando las siguientes razones. Era una época en que se creía que el
bautismo borraba los pecados cometidos, por lo cual Constantino
determinó no bautizarse sino en su lecho de muerte, y pese a ello se
consideraba a sí mismo "obispo de obispos". Los obispos que le rodeaban,
ni el mismo Osio de Córdoba, que era su consejero en materias
eclesiásticas, jamás protestaron por el hecho de que Constantino aún
después de su "conversión" continuara participando en ritos paganos
prohibidos para cualquier cristiano. Ahí vemos en plena actuación los
que retienen la doctrina de Balaam. Cabe al respecto anotar que existen
organizaciones eclesiásticas actuales que llaman apostólico a Constantino. Téngase en cuenta que Constantino nunca renunció de su título de Pontifex Máximus (sacerdote de lo alto) de la religión pagana babilónica, ni su devoción por el Sol Invicto.
Nos
atrevemos a aseverar que si Constantino el Grande creía verdaderamente
en el poder de Jesucristo, pudo no haber entendido lo relacionado con la
fe, esa fe que habían entendido los que habían sido fieles al Señor
hasta ofrendar su vida antes que negarla. Obrara o no de buena fe, que
su intención fuese más de tipo político que espiritual, lo cierto era
que se quería ganar la protección del Dios de los cristianos,
protegiéndolos y construyéndoles templos, y, a la vez que servir a los
otros dioses, trasladar imágenes a Constantinopla, sin descuidar el
culto pagano para no acarrearse una oposición irresistible del ala aún
pagana del Imperio, y de sus dioses. Pero las cosas se iban dando
lentamente. Al comienzo de su reinado el Imperio era oficialmente
pagano, y el mismo emperador continuara con el sostén de las vírgenes
vestales en Roma, sin embargo, Constantino donó al clero cristiano el
palacio de Letrán, en Roma, que pertenecía a la familia de su esposa.
En
un político hábil y ambicioso como Constantino no es difícil entender
el hecho de que pudo haber visto en el Dios de los cristianos un nuevo
dios, pero dotado de poderes fuera de lo común. Para nadie era un
secreto que la Iglesia había salido victoriosa después de dos siglos y
medio de cruenta persecución, de tal manera que la fuerza del
cristianismo ya era respetable en tiempos de Constantino. Al promulgar
el Edicto de Tolerancia, ¿no estaría Constantino buscando el favor de
ese Dios de los cristianos y el apoyo político de los seguidores de
Jesús? Sea cual sea su intención, lo cierto es que Constantino, cual
Balac, contaminó y pervirtió a la Iglesia, hasta llegarla a convertir en
la "gran ramera".
Aunque los cristianos desde los albores de la
Iglesia se reunían el primer día de la semana para partir el pan y
celebrar la resurrección del Señor, también este día era dedicado al
culto pagano del Sol Invicto en todo el territorio del Impero.
Constantino, en el año 324, mediante un edicto imperial ordenó que todos
los soldados adorasen en ese día al Dios supremo; y ahí tenemos la
razón por la cual los paganos no se opusieron a tal edicto.
Personalmente manifiesto que la conversión de Constantino no se ajusta a
los parámetros bíblicos, como tampoco se ajusta que sea de parte de
Dios lo de la visión de la cruz en vísperas al día de la batalla del
Puente Milviano.
No hay concordancia entre las enseñanzas de la
Palabra de Dios y el hecho de que supuestamente Dios le haya ordenado a
este gobernante de un imperio pagano, enredado en sus intrigas políticas
y derramamiento de sangre y simultáneamente sumo pontífice de la
religión satánica, que se elaborara un emblema en forma de cruz para que
con ese signo venciese. Esa clase de visión está muy lejos de tener
siquiera alguna similitud con la que aconteció en el camino de Damasco a
un Saulo de Tarso. Es difícil creer que el mismo Dios que envía a Pablo
a predicar el evangelio y edificar la Iglesia en medio de muchas
pruebas y sufrimientos, se preste a enviar a Constantino, el mismo que
jamás renunció a su título de sumo pontífice pagano, a edificar un
sistema apóstata con su centro en Roma.
El talante religioso de
Constantino se puede medir en las monedas acuñadas bajo su gobierno; en
el anverso aparecía una cruz y en el reverso representaciones de los
dioses paganos como Marte o Apolo, muestras de las cuales pueden ser
vistas en los museos modernos. Ahí tenemos una de las estrategias
sincretistas de las muchas que usó para mezclar y casar a la Iglesia de
Jesucristo con el paganismo. Muchos historiadores registran en sus
crónicas que antes que empezase el siglo quinto el paganismo había caído
de su elevado sitial; y algunos lo dicen con alborozo; pero le creemos
más a la Palabra de Dios, la cual dice que fue la Iglesia la que cayó de
las alturas celestiales para venir a morar a la tierra, donde tiene su
trono Satanás.
Muchos emperadores antecesores de Constantino
intentaron realizar una gran restauración del viejo Imperio Romano,
reafirmando para ello la antigua religión pagana. Esas eran las mismas
intenciones de Constantino, pero con la diferencia de que él se propuso
lograrlo sobre la base del cristianismo, no sin que hubiese serios
oponentes a estas aspiraciones entre la clase política y aristocrática
de Roma. Este fue uno de los motivos por los cuales determinó construir
una "nueva Roma", una nueva capital imperial, fastuosa y fuerte, que
llamaría Constantinopla, "la ciudad de Constantino"; y ¿qué mejor que
Bizancio, de «Byzantium», nombre previo a la época cristiana de
Constantinopla, situada en el punto de contacto entre Europa y Asia, la
capital de la parte oriental del Imperio, recientemente conquistada a
su cuñado Licinio? La pequeña ciudad de Bizancio fue ampliada y adornada
con amplios y lujosos palacios y estatuas de los antiguos dioses
paganos traídos de todos los lugares del vasto imperio, así como con la
construcción de la gran basílica de Santa Irene, y fue cambiado su
nombre por el de Constantinopla (hoy Estambul), capital que fue de la
pierna oriental*(1) de este cuarto imperio mundial y conservó su poder y
herencia política y cultural por mil años después que sucumbiera Roma
bajo la invasión de los bárbaros. Constantino trasladó la capital del
Imperio de Roma a Constantinopla el 11 de mayo del año 330; entonces el
imperio inició una etapa de orientalización; el carácter romano se fue
perdiendo paulatinamente, helenizándose en su nuevo medio bizantino.
Constantinopla fue tomada por los turcos en el año 1453, un poco antes
del descubrimiento de América; y el gran templo de Santa Sofía fue
convertido en una mezquita musulmana hasta el día de hoy.
*(1) Referencia a la estatua del sueño de Nabucodonosor en Daniel 2:33,40

Constantino
le abrió las puertas del Imperio al cristianismo, pero fue Teodosio
(378-395) quien hizo del cristianismo la religión del Estado, obligando a
los ciudadanos a hacerse miembros de la iglesia, oficializando así la
unión de la iglesia y el mundo pagano, cambiando la naturaleza de la
misma y dando origen a mil terribles años de abominaciones del
cesaropapismo. En esas "conversiones" en masa y por decreto imperial,
¿se daría simultáneamente la "regeneración" bíblica? Llegó el momento
histórico en que se sustituyó la predicación del evangelio por la
coacción del poder civil. (Leer los decretos de Teodosio en el apéndice del presente capítulo).

Consolidación de los nicolaítas"Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco" (v.15).
Durante
el período de Efeso hubo solamente lo que la Palabra de Dios llama las
obras de los nicolaítas, cuando iniciaron la práctica de la jerarquía en
la iglesia; es decir, nada se había enseñado al respecto, ni mucho
menos institucionalizado, decretado ni dogmatizado. Pero ya en el siglo
cuarto, en pleno auge del período de Pérgamo, esas obras progresaron y
se convirtieron en enseñanzas, y de la enseñanza a la dogmatización es
sólo un paso, de manera que hoy en la iglesia degradada, tanto en el
sector del catolicismo como en el protestantismo institucionalizado, el
nicolaísmo se enseña y se practica. Entonces primero surgen miembros
individuales al estilo Diótrefes, que se esfuerzan por obtener dominio
sobre los demás, luego hay necesidad de inventar una teoría que
justifique este dominio; la teoría se convirtió en enseñanza y la
enseñanza se consolidó en dogma, el cual, por último, la Iglesia aceptó
sin previo examen, revisión ni crítica, sin juzgarlo a la luz de la
Palabra de Dios, destruyendo así la función de los creyentes, mutilando o
anulando el Cuerpo del Señor como expresión de Cristo, que es la
Cabeza.
Alrededor del año 324, el cristianismo fue reconocido como la
religión oficial del Imperio Romano. De acuerdo con el espíritu de la
época, por un lado la legislación oficial iba encaminada a la
obligatoriedad de la conversión de los ciudadanos del Imperio, incluida
la amenaza, y por otra parte surgieron motivos e intereses personales
que llevaron a la gente a convertirse en masa; razón por la cual el
cristianismo se llenó de un pueblo ignorante de las verdades cristianas,
de manera que eso también coadyuvó a la formación de un clero selecto
que tuviera a su cargo los menesteres espirituales, surgiendo así
definitivamente la imperiosa necesidad de dividir la Iglesia entre
clérigos y laicos; se consolidó una jerarquía que sustentaba el
monopolio del conocimiento y la enseñanza, amén del poder y el gobierno
eclesiástico.
Al consolidarse el cristianismo como religión estatal,
se toma como pretexto la necesidad de crear estructuras más complejas a
fin de poder mantener tanto la disciplina como regular la pureza
doctrinal. Los presbíteros fueron reemplazados por una jerarquía de
obispos y comenzó a emerger una estructura diocesana. Los dirigentes
eclesiásticos, imitando la forma de gobierno imperial, adoptaron un
gobierno de superior jerarquía, en preferencia a aquel ejercido en un
plano de igualdad, como los practicados en la iglesia en sus primeros
años. La Iglesia cristiana iba moldeando su propia organización sobre la
base del sistema gubernamental del Imperio Romano, abandonando así los
principios escriturales. Constantino consolidó en el Imperio una
organización político-administrativa jerarquizada, agrupando las
provincias en diócesis, que como antes se dijo, proviene tal nombre del
emperador Diocleciano, gobernadas por los vicarii (vicarios).
Más tarde, cuando ya fue desarrollado, el sistema católico romano imitó
esa misma forma de organización política. Se consolidó la configuración
de una jerarquía eclesiástica siguiendo las directrices de la misma
división administrativa imperial. Se instituyeron metropolitanos en las
provincias y obispos en las ciudades. Indudablemente el Señor quiere que
la Iglesia se edifique normalmente con Su solo poder, sin que goce de
alguna cuota de poder oficial. El Señor mandó obediencia a los hombres
que en la comunidad representasen la autoridad, pero se negó a emplear
métodos políticos para sí mismo y para Sus propósitos, incluyendo la
Iglesia, y, además, no sólo nunca abogó por cualquier método de
rebelión, sino que la Palabra de Dios condena esta actitud, en
cualquiera de sus manifestaciones.
El Estado y la Iglesia de
Jesucristo jamás han debido unirse en la historia, pues son dos
instituciones con orígenes, índole y fines diferentes. La una no tiene
nada que ver con la otra; pero en la historia malévolamente se confundió
a la Iglesia de Jesucristo con la religión babilónica, la cual siempre
fue la religión del Estado. Esa herencia matrimonial continuó hasta
nuestros días, con influencias e imitaciones más allá del sistema
central, el cual se identifica con lo que la Biblia llama la gran
ramera; sistema que, diciendo representar los intereses del Señor, le ha
sido infiel. Ese sistema religioso llegó a ser una sola cosa con el
estado. La Iglesia de Jesucristo lejos está de necesitar la aprobación
oficial para desarrollarse y cumplir su cometido en esta tierra. Esa
condición no la encontramos en la Biblia. La Iglesia de Jesucristo lejos
está de necesitar que los reyes y poderosos de este mundo la defiendan.
Es todo lo contrario; por ellos, siguiendo una consigna tras bambalinas
del príncipe de este mundo, habría de ser perseguida. La Palabra de
Dios da testimonio de estas aseveraciones.
"16He
aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes
como serpientes, y sencillos como palomas. 17Y guardaos de los hombres,
porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán;
18y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para
testimonio a ellos y a los gentiles
" (Mt. 10:16-18).
"Se reunieron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra su Cristo" (Hec. 4:26).
De
ese matrimonio de la Iglesia con el mundo, con el Estado y con la
religión babilónica sobrevinieron grandes males. Por ejemplo, en la
esfera del poder surgió algo curioso. A raíz de la división del Imperio
Romano en Oriente y Occidente, hubo a la sazón dos capitales imperiales:
Roma y Constantinopla. Eso originó, a la par que los políticos,
divergencias y ambiciones de poder entre la jerarquía clerical de ambas
capitales, con el subsecuente cisma entre ambas vertientes del
cristianismo oficial; lo que se conoce históricamente como Cisma de
Oriente. ¿Qué surgió después? Que en las provincias del bloque oriental,
las ortodoxas, con el tiempo el Estado dominó de tal manera a esa parte
del cristianismo, que éste fue debilitado en gran manera. En cambio en
Occidente, sucedió gradualmente el reverso de la moneda, pues el clero
fue usurpando el poder al Estado, y aquello dejó de ser cristianismo
para convertirse en una jerarquía más bien corrupta, que llegó a dominar
a las naciones de Europa, como una verdadera y astuta maquinaria
política. Tanto el Señor como el apóstol Pablo por la inspiración del
Espíritu Santo, lo profetizaron.
"42Mas
Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por
gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes
ejercen sobre ellas potestad. 43Pero no será así entre vosotros, sino
que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor,
44y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos.
45Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y
para dar su vida en rescate por muchos
" (Mr. 10:42-45).
"Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos" (Hec. 20:30).
Durante las épocas de Efeso y Esmirna, Cristo era el legítimo y único Kyrios
de la Iglesia, y por no negarlo a Él, sufrieron los santos hasta el
martirio; pero entrado el período de Pérgamo las cosas fueron cambiando;
la Iglesia empieza a abrirle las puertas a un kyrios diferente del Señor, desposándose con el mundo y empezó a surgir el antiguo kyrios o dominus
imperial, un monarca absoluto que, como ya lo hemos dicho, ejercía
soberanamente un poder que en el Imperio lo atribuían a origen divino. A
partir de Constantino, el emperador se atribuye el derecho de
intervención en los asuntos de la Iglesia, no sólo por propia
iniciativa, sino también a solicitud y con el consentimiento de la
jerarquía eclesiástica.
La doctrina de Balaam continúa operando con
su nefasta secuela, tanto que se llegó a desarrollar una "teología
oficial", y algunos de la casta clerical, deslumbrados por los favores
de Constantino, llegaron a difundir que Constantino había sido elegido
por Dios para que su obra fuese la culminación de la historia de la
Iglesia, y entre los cuales se dice estar el historiador Eusebio de
Cesarea. Esas intervenciones imperiales en los asuntos de la Iglesia a
veces eran de tipo disciplinario, como expulsar clérigos, deponer y
desterrar obispos, e incluso papas, cuando esta institución surgió
históricamente; a veces eran de tipo jurisdiccional, y es así como el
emperador incluso castiga delitos religiosos como el sacrilegio. Pero el
emperador llegó más lejos, interviene en los asuntos doctrinales, y
convoca concilios, los orienta, legaliza sus decisiones y hasta publica
encíclicas, de modo que la Iglesia se iba hundiendo hasta caer también
bajo la férula de un tirano terrenal.
Con la sola excepción de
Juliano el Apóstata (murió en 363), todos los emperadores que sucedieron
en el poder a Constantino eran activos en contener los viejos cultos
paganos y en alentar la propagación del cristianismo y favorecerlo. Por
ejemplo, Teodosio I (gobernó entre 379 a 395) impulsó la demolición de
templos paganos, proscribió los sacrificios y las visitas a santuarios
paganos, y fue aun más lejos, ordenando que a los apóstatas del
cristianismo se les privase del derecho de herencia, tanto de recibir
como de transmitir por testamento.
Hay otro significado de la palabra Pérgamo, y es cerradura alta.
Nótese que históricamente los obispos obtuvieron derechos, privilegios,
autoridad; se llenaron de riquezas, los hermanos tenían que pedir
audiencias para verlos. ¿Por qué? Porque empezaron a vivir entre altas
cerraduras de sus lujosos palacios, por la enseñanza de los nicolaítas.
Constantino había igualado los derechos de la iglesia y el paganismo, y
desde entonces los reyes y poderosos de la tierra empezaron a presidir
los concilios de la iglesia, y a confirmar todas las decisiones que se
tomaran.

La Iglesia llamada a cortar con el mundo"Por tanto, arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca" (v.16).
En la armadura de un soldado romano, la espada era un arma defensiva. "Tomad... la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios"
(Ef. 6:17). Esta espada es la misma que aparece en el verso 12, la
Palabra de Dios, y que el Señor va a usar para deshacer la unión
desigual y toda relación de Su Iglesia con el mundo. ¿Cómo puede la
Palabra de Dios ser usada para cortar nuestra relación con el mundo?
Primero el Señor nos llama a que nos arrepintamos, que cortemos por
nosotros mismos esos vínculos con el mundo en todos sus aspectos. Pero
si no nos arrepentimos, la misma Palabra de Dios se encargará de
juzgarnos, la cual lo discierne todo, diferenciando lo bueno de lo malo,
y es cortante como espada de doble filo. Como con la mezcla del mundo
con la Iglesia, la naturaleza de ésta cambió radicalmente, es necesario
que Dios use la espada de Su boca para efectuar esa profunda división.
El
Señor interviene en la historia para cortar de Su Iglesia legítima un
ente nuevo, nacido de la institucionalización política de la confesión
cristiana. A partir de Constantino ha rondado en la Iglesia del Señor
ese oscuro fantasma de que la Iglesia de Jesucristo necesita que el
poder secular ejerza sobre ella alguna relación de tutela y protección.
Ha sido difícil para los eclesiásticos entender que la Iglesia del
Señor, en cuanto Iglesia, Cuerpo de Cristo, no necesita tener nexos con
el Estado, ni políticos, ni económicos, ni religiosos, ni jurídicos, ni
militares, ni culturales, ni sociales, si con ello está en peligro
comprometer su fidelidad al Señor, pero a la Iglesia se le dio por
cambiar la doctrina evangélica.
Por testimonio cristiano, ya que las
Escrituras nos lo ordenan (Mt. 22:21; Ro. 13:1-7; Mt. 17:27) hay que
guardar un respeto y sometimiento a las autoridades en el ámbito
personal, pero guardando siempre una moderada y prudente separación
entre la Iglesia y el Estado. La Iglesia debe aportar lo necesario para
el orden, la justicia y la paz social, porque es sal y luz en la tierra,
pero sin comprometer su fidelidad al Señor de la Iglesia. Como esos
lazos entre la iglesia degradada y los nicolaítas con su secuela de
mundanalidad y maldad han permanecido en el sistema de la Iglesia
Católica Romana en toda la historia a través de Tiatira, bebiendo las
mieles del poder temporal, llegará el eventual momento en que el Señor
juzgará esa iglesia y la aniquilará con su Palabra, como está previsto
en la Biblia.

El ascetismoAlguien
se preguntará, si la Iglesia se unió a los poderes del mundo y si el
lujo y la ostentación hacen furor en los "altares" de la cristiandad,
¿no hubo quién reaccionara? El hecho de que Constantino hubiese dado ese
viraje en la política del Imperio con relación al cristianismo, que
venía de padecer casi trescientos años de cruel persecución, fue visto
por muchos eminentes personajes de la Iglesia, de la talla de Eusebio de
Cesarea, como el cumplimiento de designios de Dios. Pero otros veían
más allá de la simple apariencia. Veían cómo la puerta estrecha y el
camino angosto se ensanchaban tanto, que muchos se apresuraron a
mezclarse íntimamente en la política, las posiciones y el prestigio de
este siglo. Veían que cada día el cristianismo se mezclaba más y más con
el paganismo. Unos pocos vieron cómo la doctrina de los nicolaítas
empezó a penetrar e impregnar todos los estamentos de la Iglesia. Y no
fue extraño que los ricos y poderosos que se enseñorean de las naciones,
también encontraran ocasión de dominar la vida de la Iglesia del Señor,
a fin de que se confundieran las cosas del César y las de Dios, pues la
Iglesia había venido a instalar su morada en esta tierra, donde tiene
su trono el diablo. El partido clerical se olvidó que la Iglesia es
peregrina en esta tierra, y que Su divino fundador no sólo jamás tuvo
una lujosa mansión en esta tierra, sino ni siquiera una piedra en donde
recostar Su cabeza, pues el Padre lo estaba esperando en los lugares
celestiales.
Algunos consideraron que el hecho de que el emperador se
declarase cristiano, y que se dieran esas fáciles conversiones en masa,
no significaba una bendición sino una gran apostasía, pues comenzó a
formarse y surgir el catolicismo paganizado, la disciplina de la Iglesia
decayó y se iba ahondando más la brecha entre el ideal cristiano y su
cumplimiento, y debido a todo esto, muchos que no querían abandonar la
comunión de la Iglesia, reaccionaron como en una especie de sublevación
individual contra la organización y nuevo giro que la clase clerical le
había dado a la Iglesia, y prefirieron irse al otro extremo, retirarse
al desierto a llevar una vida ascética, viviendo en cuevas y lugares
solitarios, dedicados a la oración y a la contemplación. Pero ambos
extremos son perniciosos.
La Palabra de Dios no aprueba para los
hijos de Dios ni el matrimonio con el mundo, su profunda ingerencia en
la política ni competencia en pos de posiciones, por un lado, ni el
monasticismo, tanto en su modalidad de solitario, como los ermitaños, o
colectivamente enclaustrados en los monasterios, por el otro. En la
Iglesia primitiva no había monjas ni monjes; en la experiencia
precristiana, estas prácticas eran paganas.
Algunos también defienden
la posición de los monjes aduciendo que por la influencia del
gnosticismo, el marcionismo y en particular del maniqueísmo, se había
propagado la idea dualista de cuerpo y espíritu, pensando que el cuerpo
se oponía a la vida plena del espíritu, por la difundida creencia
filosófica de que la materia en sí es mala, y había que doblegarla,
someterla (por medios carnales, añadiría yo). Ese es un error
fundamental que se aparta de la enseñanza bíblica, que si,
paradójicamente, por el Espíritu se discierne, se le mira justamente
como un rudimento del mundo. En esa clase de vida se infiltró algo del
legalismo, o sea, el punto de vista de que la salvación de alguna manera
puede ser ganada y merecida mediante obras, en oposición a la gracia.
El Señor Jesús vivió una vida santa, pero de ninguna manera ascética, y
tampoco recomendó el ascetismo, al contrario, ordenó ir por el mundo a
predicar el evangelio y hacer discípulos y no huir del mundo. Al
principio muchos obispos miraron mal el monacato, pero después de
extendido, a finales del siglo quinto, llegó a ser la característica del
cristianismo, llegando a su mayor desarrollo durante la Edad Media.
Amerita
también mencionar que en el movimiento monástico hubo marcadas
influencias asimismo, de una parte por el lado de Orígenes, Pánfilo y
Eusebio de Cesarea en el sentido de dejarse llevar por el ideal
platónico de vida, y aun por ciertos principios estoicos; y por otro por
las palabras del apóstol Pablo, de que quienes no se casaban podían
tener más libertad para servir al Señor. Téngase en cuenta también que
si por el lado de los nicolaítas se realizaba una mezcla con el
paganismo y sus rituales, en el otro extremo, los monjes pudieron imitar
el ejemplo de las religiones paganas, pues éstas tenían vírgenes
sagradas, eunucos, celibato entre los sacerdotes y personas apartadas
para el servicio de sus dioses. Si los que se codeaban con Constantino
se llenaron de orgullo de clase, no menos surgió entre los que llevaban
su vida monástica, pues entre ellos se dio otra forma de orgullo,
pensando que su nivel espiritual estaba por encima del de los obispos, y
por ende eran ellos y no los dirigentes eclesiásticos quienes debían
decidir sobre cuestiones de la doctrina cristiana.
Es curiosa la terminología con que se les ha designado. Eremitas o ermitaños, por cuanto prefirieron vivir en ermitas, santuarios o capillas situadas por lo común en lugares solitarios. Monjes, que viene de la palabra griega monachós, que significa "solitario". Anacoretas, que quiere decir, "retirado" o "fugitivo". Cenobitas,
palabra derivada de dos términos griegos, que significan "vida común",
como una modalidad colectiva, diferente al anacoretismo. Se dice que
fueron miles los que tomaron esta determinación de retirarse a esa vida
monástica, como especie de contagio en masa; empero Pablo el ermitaño
(no el apóstol) y Antonio son los más sobresalientes, y que los ponen
como los iniciadores de esta clase vida, tal vez por el hecho de que
respectivamente, Jerónimo y Atanasio escribieron sus vidas. Allí se
registra que Pablo huyó de la persecución al desierto a mediados del
siglo tercero.
En cuanto a Antonio, tomó su determinación alrededor
del año 320, pues le impactaron las palabras del Señor Jesús acerca del
joven rico en Mateo 19:21, por lo cual dispuso de sus propiedades y
repartió sus bienes entre los pobres, y se retiró al desierto de Egipto.
Otros de gran renombre son Simeón del Pilar y Palemón el estilita,
llamados así por su curiosa manera de vivir en columnas que terminaban
en una plancha. Curiosamente, de Simeón se dice que vivió sobre su pilar
al este de Antioquía treinta y seis años y que goteaba gusanos, piojos y
mugre.
Hubo personas cuyo ingreso a un monasterio no estaba asociado
con la conversión a la fe, sino más bien a una preocupación por la
salvación. Cuando el monasterio estatutariamente implica una vida de
renuncia al mundo, de mortificar la voluntad, de austeridad en la comida
y vestimenta mortificante, vigilias nocturnas después de un duro
trabajo diurno, ayunos, castigo de la carne, y otros procedimientos, eso
va de la mano con un legalismo y la práctica de exagerados rudimentos
del mundo, que no producen la paz con Dios, ni menos aun reemplazan el
sacrificio de Cristo.
En la época que se inicia con Constantino, los
ministros cristianos comenzaron a llamarse "sacerdotes", aunque para la
época de Constantino, el título de sacerdote tomó un cariz más pagano,
pues antes de Constantino, en La Tradición Apostólica, Hipólito de Roma llama sacerdote a Juan, y la Didaké,
del siglo I, llama sumos sacerdotes a los profetas de la Iglesia, pero
en el sentido neotestamentario que usan Pedro, Pablo y Juan. El
sacerdocio paganizado contribuyó a la formación del nicolaísmo,
quitándole el sacerdocio al pueblo.
"4Acercándoos
a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios
escogida y preciosa, 5vosotros también, como piedras vivas, sed
edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer
sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. 9Mas
vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo
adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os
llamó de las tinieblas a su luz admirable
" (1 Pe. 2:4-5,9).
"Para
ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando (sacerdotando,
en el original griego) el evangelio de Dios, para que los gentiles le
sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo
" (Ro. 15:16).
"6Y
nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e
imperio por los siglos de los siglos. Amén. 10Y nos ha hecho para
nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra
" (Apo. 1:6; 5:10).
Aun
en contra de su voluntad y por la insistencia y ruegos de algún obispo,
algunos de estos anacoretas llegaron a ser ordenados sacerdotes y
obispos u ocupar cargos eclesiásticos. Se dice que Pacomio, antiguo
soldado del ejército imperial, quien naciera en una pequeña aldea al sur
de Egipto en 286, fue quien tuvo gran prominencia en el surgimiento del
monaquismo comunal o cenobítico, y más tarde Basilio de Cesárea, uno de
los tres Capadocios, Martín de Tours y Jerónimo. Indudablemente, uno de
los más sobresalientes organizadores del ascetismo fue Benito de
Nurcia, autor de la famosa regla de San Benito, una de las más
influyentes de la organización del ascetismo.

Grandes exponentes de la patrísticaPor
las informaciones recibidas de la época, hubo en ese tiempo mucha
actividad teológica, y no menos corrientes de ideas controvertibles; es
la época del desarrollo y profundización de la Cristología, y hacen su
aparición nuevas escuelas teológicas en Constantinopla, Roma, Antioquía y
Córdoba. Es, pues, Pérgamo un período de grandes figuras protagónicas
en el devenir de un gran vuelco de la Iglesia, entre los cuales se
destacaron eminentes teólogos, filósofos, historiadores, apologistas y
polemistas, algunos de los cuales dejaron registros escritos de esos
importantes acontecimientos. Antes de registrar un ligero perfil de
algunos de los llamados padres de la Iglesia, es interesante anotar que
el platonismo ejerció gran influencia en el cristianismo, principalmente
por medio de pensadores cristianos como el judío helenista Filón,
Justino Mártir, Clemente de Alejandría, Agustín y los escritos que
llevan el nombre de Dionisio el Areopagita.

Eusebio de Cesarea
(260-340). Sabio erudito e historiador de la Iglesia, nacido
probablemente en Palestina, en donde llegó a ser obispo de Cesarea y en
donde fue discípulo de Pánfilo, natural de Berito (hoy Beirut), en la
ocasión en que éste estudiaba, organizaba y completaba la biblioteca que
Orígenes había dejado allí en posesión de la iglesia. Desde esta sede,
Eusebio salía por diversas ciudades buscando documentación acerca de los
orígenes del cristianismo. Inicialmente, y aun en medio de las
persecuciones en tiempos del emperador Maximino Daza, Eusebio escribió
junto con Pánfilo varias obras, entre ellas Crónica, cinco libros de una Apología de Orígenes. Muerto su maestro, revisó y amplió su obra más importante, la Historia Eclesiástica,
obra de capital importancia para el estudio de los primeros tiempos de
la vida de la Iglesia, pues él se encargó de compilar, organizar y
publicar casi todo lo que la posteridad logró saber de muchos de los
cristianos de los primeros siglos de la Iglesia, y fue terminada cuando
el emperador Constantino acababa de firmar el Edicto de tolerancia en el
año 313, que le otorgaba la paz a los cristianos.
Eusebio en su
oportunidad se escapó de la persecución y se libró del martirio, y fue
testigo presencial de aquellas amargas horas de la Iglesia, y por
razones que hemos analizado arriba en el presente capítulo, como muchos
otros en su tiempo, vio en Constantino un instrumento escogido por Dios
para llevar a cabo Sus propósitos, y, según afirman varios analistas de
la historia, por aquello de la fascinación del boato imperial, se dedicó
a servir los intereses del imperio por encima de los de Jesucristo.
Eusebio
se vio envuelto en las controversias arrianas, y aunque se mantuvo en
el Concilio de Nicea dentro de la línea ortodoxa, sin embargo, dejó
mucho que desear, pues no apoyó plenamente a Atanasio de Alejandría, ya
que sus intereses eran otros. Se dice que era amigo personal de
Constantino, de quien escribió su obra Vida de Constantino. El
pensamiento y modo de ver las cosas Eusebio, aun sin percatarse de ello,
disentían muchas veces de la sana teología cristiana. Por ejemplo, fue
uno de los que no se percató de lo peligroso que era que la Iglesia
perseguida pasara a ser la Iglesia de los poderosos, los que según las
palabras del Señor en el evangelio tienen mucha dificultad para
salvarse, la Iglesia que prefirió morar en la tierra antes que ser
peregrina, y a ver la riqueza y el boato como una bendición de Dios.
También escribió una obra útil para los estudios bíblicos, su Onomasticón, enumerando e identificando los principales lugares geográficos de Palestina.

Atanasio de Alejandría
(300-373). Uno de los cuatro grandes de los llamados padres de la
Iglesia, de orientación griega. Nació probablemente en alguna pequeña
aldea a orillas del Nilo y murió en Alejandría; perteneciente a una
familia de clase humilde, tal vez de la raza copta. Este gigante de la
Iglesia era de tez oscura y muy corto de estatura, a tal punto que sus
enemigos a veces se burlaban de él llamándolo enano. Desde su niñez
demostró profundo interés por la iglesia, y llegó a disfrutar de la
favorable atención de Alejandro, el obispo de su ciudad natal, en donde
muy joven llegó a ser diácono. El centro de su fe lo constituía la
presencia de Dios en la historia, y por eso se constituyó en el más
temible opositor del arrianismo, antes y después del Concilio de Nicea,
teniendo en cuenta que para Atanasio la controversia arriana iba más
allá de ser simples sutilezas filosóficas; tenía la luz suficiente para
saber que esa herejía socavaba el centro mismo de la fe cristiana.
Después del Concilio de Nicea, murió Alejandro y Atanasio fue elegido
obispo de Alejandría, y ese había sido el deseo de su antecesor. Pero
Eusebio de Nicomedia y demás dirigentes arrianos, persuadieron al
emperador en contra de Atanasio acusándolo de irregularidades
eclesiásticas y hasta de homicidio, por lo cual Atanasio sufrió una vida
de luchas y de repetidos exilios. Sus últimos siete años los pasó
sosegadamente en Alejandría, donde muró en 373. A la postre sus ideas
triunfaron por toda la Iglesia, quedando consignadas en el Credo de
Atanasio, aunque éste no hubiera sido escrito por él. Entre las obras
escritas por este eminente varón de Dios relacionamos:
* La Vida de San Antonio.
Atanasio acostumbraba visitar a los monjes del desierto, y en especial a
Pablo el ermitaño y a Antonio, de quienes aprendió una gran austeridad y
rígida disciplina.
* Contra los gentiles. Lo mismo que la siguiente, escrita antes de la controversia arriana.
* Acerca de la encarnación del Verbo.
Escrita bajo la profunda convicción de la centralidad de la encarnación
de Cristo en la fe de la Iglesia y aun de la historia humana, y sin la
influencia de las especulaciones filosóficas de Clemente de Alejandría o
de Orígenes.

Los Capadocios.
Este título se les ha dado a tres grandes teólogos cristianos del siglo
IV, que pertenecían a las iglesias de la provincia de Capadocia, al
norte de Cicilia, en Asia Menor, los cuales tuvieron una influencia
decisiva por haber profundizado en el asunto de la Trinidad y haber
contribuido grandemente a la derrota del arrianismo. Son ellos Basilio
Magno o de Cesarea, su hermano Gregorio de Nisa, famoso por sus obras
acerca de la contemplación mística, y Gregorio de Nacianzo o Nacianceno,
insigne orador, poeta y compositor de himnos. Los tres tuvieron fuerte
influencia del pensamiento de Orígenes.

Basilio el Grande
(329-379). Miembro de una familia profundamente religiosa de Cesarea.
Recibió educación universitaria en Cesarea, Constantinopla, Antioquía y
Atenas, ciudad esta donde se hizo amigo de Gregorio, conocido más tarde
como Gregorio Nacianceno. Una vez de regreso en su tierra natal estuvo
al frente de la cátedra de retórica de la Universidad de Cesarea, pero
debió ser reconvenido por su propia hermana Macrina, debido a que estaba
muy envanecido, que no citara tanto los autores paganos, sino que
buscara vivir de acuerdo con las enseñanzas de los autores cristianos.
La influencia de su piadosa hermana y la muerte de Naucracio, otro
hermano que había venido viviendo una vida de contemplación, lo llevó a
renunciar a su cátedra y demás honores y pompas del mundo, para
dedicarse a aprender con su hermana los secretos de la vida monacal. En
357 fue bautizado y ordenado lector en la iglesia. Viajó por Egipto,
Palestina y el Ponto a fin de aprender de los monjes la vida
contemplativa, y a su regreso fundó con Gregorio de Nacianzo una
comunidad de monjes en Ibora, no lejos de su hogar, escribió reglas y
principios para la comunidad, que fueron base para las de otras
comunidades. En 364, a petición de Eusebio de Cesarea fue ordenado
presbítero, y se dedicó a escribir libros. Después de la muerte de
Eusebio, en 370, Basilio fue nombrado obispo de Cesarea. En ese tiempo
Valente, un arriano, llegó a ocupar el trono imperial, y fue a visitar a
Cesarea, tal vez con el propósito de fortalecer el bando arriano y
debilitar el niceno, y Basilio se enfrentó al emperador sin dejarse
doblegar con promesas ni amenazas. Con Gregorio Nacianceno y Gregorio de
Nisa, Basilio contribuyó poderosamente acerca de la doctrina de la
Trinidad y a terminar la disputa relacionada con la terminología sobre
el Espíritu Santo. Murió a los cincuenta años, poco antes de que el
Concilio de Constantinopla, en el año 381, confirmara la doctrina
nicena.

Gregorio de Nisa
(330-395). Hermano menor de Basilio y al contrario de su hermano, era
de un temperamento apacible y tranquilo. Prefería la vida apartada y
retirada del mundanal ruido. Su educación, aunque buena, no fue tan
esmerada como la de su hermano. Contrajo matrimonio con la hermosa joven
Teosebia, con quien fue feliz. Parece que más tarde enviudó y entró en
un monasterio fundado por su hermano, y en el año 371, debido a ciertas
medidas tomadas por el emperador Valente para limitar el poder de
Basilio, al dividir la provincia de Capadocia, éste nombró nuevos
obispos para varias pequeñas poblaciones, y una de ellas fue Nisa, a
donde llamó a su hermano Gregorio para que ocupara el obispado. Fue gran
defensor de la fe nicena sobre la Trinidad. Sus escritos comprenden
obras místicas, apologéticas, sobre la controversia trinitaria. Escribió
un tratado Acerca de la virginidad. Su principal obra
apologética fue el Termo-catequeticus, el cual se trata de un manual
teológico cuyos temas principales son la cristología y la escatología.
Tuvo cierta influencia origenista, pues sostuvo la concepción
antibíblica de Orígenes sobre el infierno en el sentido de que es una
especie de purgatorio, y que al final de los tiempos todos los seres,
tanto hombres como demonios serán salvados, incluido Satanás mismo.
Recuérdese que este orden de ideas ha sido divulgado por ciertos
escritores del talante del italiano Papini. Es posible que Gregorio haya
aceptado esta idea al haber interpretado erróneamente las palabras de
Pablo que Cristo será el todo en todos. Al final de sus días volvió a
retirarse de toda atención del mundo, a tal punto que se ignora el lugar
de su muerte.

Gregorio de Nacianzo o Nacianceno
(330-389). Uno de los tres grandes Capadocios; compañero de estudios y
amigo de Basilio. Hijo de Gregorio, obispo de Nacianzo, y Nona. Inició
sus estudios en Cesarea, y por el año 350 estudió en la Universidad de
Atenas, donde permaneció unos catorce años. Al igual que Basilio,
Gregorio también se ocupó en enseñar retórica, antes de dedicarse a
llevar una vida monacal en compañía de Basilio. Fue un hábil orador, y
eso le trajo como consecuencia haber sido ordenado presbítero a la
fuerza, antes de que Basilio lo nombrara obispo en la pequeña aldea de
Sasima, en el tiempo cuando el emperador Valente adelantó acciones
contra Basilio. En tiempos del emperador Teodosio, de origen español,
Gregorio llegó a ser, en contra de su voluntad, patriarca de
Constantinopla, cargo al cual renunció para regresar a su tierra natal a
las tareas pastorales y componer himnos. Murió en su retiro de Ariazo, a
la de edad de 60 años. Estando de Patriarca llegó a presidir el
Concilio de Constantinopla en 381. Entre sus obras más destacadas como
escritor se cuentan cinco discursos teológicos contra los arrianos que
se conocen como "Cinco discursos teológicos acerca de la Trinidad", que aún son considerados claves en la exposición de la doctrina trinitaria. El libro Philocalia,
que es una selección de las obras de Orígenes, compiladas juntamente
con Basilio, y han sido conservadas también unas 242 cartas y poemas.

Ambrosio de Milán
(340-397). Natural de Tréveris, hijo de un prefecto del pretorio de las
Galias, educado en un trasfondo estoico, de acuerdo con las normas de
aquellos tiempos, llegó a ser un oficial civil y prefecto del Norte de
Italia. Para sorpresa suya, el pueblo insistió a que fuese obispo de
Milán, en la época en que a la sazón era gobernador de la ciudad, cuando
aún ni siquiera había sido bautizado, siendo tan sólo un catecúmeno.
Había muerto Auxencio, el obispo impuesto por los arrianos, y la
elección de uno nuevo amenazaba por convertirse en un tumulto, cuando
apareció él a apaciguar los ánimos. Fueron dramáticos sus esfuerzos para
persuadir a la multitud de que él era indigno de ese cargo, y se vio
precisado a emprender un curso de lectura teológica a fin de llenar la
vacante que no necesariamente buscaba. Después de ser bautizado, en
apenas una semana llegó a ser sucesivamente lector, acólito, subdiácono,
diácono, presbítero y obispo; eso ocurrió el primero de diciembre del
año 373. Llegando a ser uno de los más famosos obispos, predicadores y
administradores. En el año 394, a raíz de la sangrienta represalia del
emperador Teodosio contra Tesalónica, en la cual mandó matar unas siete
mil personas reunidas en el circo, celebrando precisamente el perdón
imperial, valientemente Ambrosio reprendió al emperador por su crueldad
contra los vencidos, imponiéndole una penitencia; pero después fue
tratado con mucha estimación por Teodosio. Fue celoso de la autonomía de
la Iglesia en asuntos espirituales, pero estaba de acuerdo en que la
Iglesia tenía predominio sobre el poder civil. Solía decir que "el
emperador está en la Iglesia, pero no por encima de ella".
Según las
controversias de esa época y contrastando con Juan Crisóstomo, el cual
sostenía que el hombre valiéndose de su propio albedrío puede volverse a
Dios, y que al hacerlo, Dios apoya la voluntad del hombre, Ambrosio en
cambio iba un poco más lejos, pues creía que la gracia de Dios era la
encargada de iniciar la obra de salvación, y que cuando el hombre es
objeto de la gracia de Dios, el hombre coopera por su propia voluntad.
Fue autor de muchos libros e himnos cristianos litúrgicos. Es de suma
importancia su influencia en la conversión del joven intelectual
Agustín, quien en el curso de una peregrinación escuchaba los sermones
de Ambrosio, con quien asimismo se hizo bautizar, el que llegara a ser
el famoso obispo de Hipona y el más brillante de los "gigantes" de su
época. Murió Ambrosio el 4 de abril del año 397.
 

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