domingo, 31 de julio de 2016

Conocereis de Verdad | Magisterio de la Iglesia - 268 - Firmiliano de Cesarea + 268-9 ca. Malquión

Conocereis de Verdad | Magisterio de la Iglesia - 268 - Firmiliano de Cesarea + 268-9 ca. Malquión






Sunday 31 July 2016 | Actualizada : 2016-05-22


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San Alejandro el Carbonero, Obispo de Comana, Mártir (¿275? ) Cuando
la cristiandad de Comana del Ponto creció lo suficiente para tener un
obispo propio, San Gregorio Taumaturgo, obispo de Neocesarea, fue allá a
presidir la elección. El santo rechazó a todos los candidatos
propuestos por el clero y por el pueblo, sobre todo a uno a quien se
postulaba por su alcurnia y su riqueza, y recordó a los cristianos que
los Apóstoles habían sido humildes hombres del pueblo. Entonces un
bromista gritó: "¡Magnífico! Elijamos a Alejandro, el carbonero." San
Gregorio, que sabía que el Espíritu Santo podía valerse de aquella
observación sarcástica como de cualquier otro medio, mandó llamar a
Alejandro, quien acudió con el rostro cubierto por el polvo de carbón.
San Gregorio le dirigió una mirada que penetró bajo la suciedad y los
andrajos. Llamándole aparte, le interrogó y así se enteró de que
Alejandro era un hombre de buena cuna y mejor educación, que había
renunciado a todo para seguir a Jesucristo. El Martirologio Romano
afirma que era "un filósofo muy erudito", aunque ello no significa
probablemente sino que era un hombre prudente. Así pues, con el
consentimiento de Alejandro, San Gregorio le propuso como candidato a la
sede de Comana, el pueblo ratificó la elección, y el nuevo obispo fue
consagrado. San Gregorio de Nissa, a quien debemos el relato del
incidente, alaba mucho a San Alejandro como obispo y maestro. El santo
murió mártir, quemado en una hoguera. Naturalmente, es el patrono de los
carboneros.   Véase Acta Sanctorum, agosto, vol. II.

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FIRMILIANO - Obispo de Cesarea 268-9  ca.Dilexit Ecclesiam ‘amó a la Iglesia Católica’

(+268-9
ca.) Contemporáneo de Gregorio, a quien conoció en el círculo de
Orígenes. Fué obispo de Cesarea de Capadocia. Admirador de orígenes a
quien invitó a predicar en su región. Sufrió dos persecuciones y en
ambas evitó confesar su fe. Tuvo difíciles relaciones con Roma por la
cuestión del bautismo de los herejes.
Firmiliano
y Gregorio tomaron parte en los dos primeros sínodos de Antioquía en
donde se condenaron los errores de Pablo de Samosata.
Quedó sólo una carta de su autoría.

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San Firmiliano, obispo de Cesarea en Capadocia,
Turquia, uno de los más ilustres prelados del siglo III. Combatió el
cisma de Novaciano, condenó en el Concilio de Iconium a los montanistas (235),
y murió cuando iba a Antioquía para asistir a otro concilio, en que se
habian de discutir las doctrinas de Pablo de Samosata, que negaba la
Trinidad y la divinidad de Jesucristo. 268-9 ca.

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En el año 275 del 25 de setiembre, en Roma, tras el asesinato del emperador Aureliano, el Senado nombra su sucesor a Claudio Tácito.

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Firmiliano de Cesarea + 268
- Firmiliano, obispo de Cesárea de Capadocia, fue contemporáneo de
Gregorio el Taumaturgo, a quien conoció en el círculo de Orígenes.
Compartía con él su entusiasmo por el maestro alejandrino: "Tenía tal
estima por Orígenes, que le llamó primeramente a su país para utilidad
de las Iglesias, fue luego él mismo a Judea y pasó algún tiempo con él
para perfeccionarse en la ciencia divina" (Eusebio, Hist. eccl. 6,27).
Los dos obispos tomaron parte en los dos primeros sínodos de Antioquía
en que se condenaron los errores de Pablo de Samosata. Firmiliano murió poco después que Gregorio, el año 268.
Fue uno de los prelados eminentes de su época. De sus escritos queda
solamente una carta dirigida a San Cipriano de Cartago en la que trataba
de la debatida cuestión del segundo bautismo de los herejes. Viene a
ser la respuesta a una carta de Cipriano sobre la misma cuestión, que se
ha perdido. Este es el motivo de que se haya conservado en una
traducción latina dentro de la colección de las cartas de San Cipriano
(Epist. 75). El original griego se ha perdido. La traducción revela
todas las particularidades del latín de Cipriano, por lo que se cree que
la tradujo él mismo. Debió de ser escrita hacia el año 256.
Firmiliano
asegura a Cipriano que está completamente de acuerdo con su opinión de
que el bautismo conferido por los herejes es inválido; critica vivamente
al papa Esteban y rechaza su opinión con insólita vehemencia y
aspereza.

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FIRMILIANO – Obispo de Cesarea 268-9  ca. -“De
modo que el poder de perdonar los pecados fue dado (por Cristo) a los
apóstoles, y a las iglesias fundadas por ellos, y a los obispos que los
sucedieron al ser ordenados en su lugar (qui iis ordinatione vicaria
successerunt)”


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Nota
Introductoria: ¿cuál es el sentido de traer a colación la enseñanza de
los Padres de la Iglesia sobre la sucesión apostólica?

Queremos
simplemente presentar al lector la doctrina que existía en los primeros
siglos del cristianismo sobre la autoridad de los obispos, y el motivo
es sencillo: hoy en día muchos cristianos no-católicos dicen que la
“sucesión apostólica” es un invento de la Iglesia Católica y que no
sirve de nada. Se comprende muy bien esta posición, ya que si lo que
enseña la Iglesia Católica sobre la sucesión apostólica de los obispos
es verdad, entonces todo el que no está con el obispo no está con
Jesucristo. Con el presente artículo quedará claro que los grandes
pastores, reconocidos por toda la iglesia post-apostólica, y muchos de
los cuales dieron su vida por Jesucristo, creían firmemente que los
obispos de la Iglesia Católica sucedían a los Apóstoles de Jesús en el
oficio de guiar la Iglesia con autoridad. En otras palabras, si hoy en
día un cristiano dice que en el evangelio “no hay huella” de la doctrina
de la sucesión apostólica, con el presente artículo quedará en claro lo
que pensaban otros cristianos, con la diferencia que estos últimos (los
Padres de la Iglesia) están cronológicamente mucho más cerca de Jesús y
los Apóstoles que cualquiera de nosotros (con una diferencia de uno
1800 años). Si alguien en el siglo XXI se cree con la autoridad de
enseñar cómo debemos interpretar la Biblia, ¿porqué no escuchar a estos
otros reconocidos cristianos y ver cómo la interpretaba la Iglesia
establecida por los Apóstoles y sus discípulos? Mal no nos va a hacer…
Lo que quedará en claro, al menos, es que la Iglesia Católica hoy tiene
LA MISMA doctrina que la Iglesia del siglo I, II, III y IV sobre la
autoridad de los obispos como sucesores de los apóstoles. Luego cada uno
debe sacar sus propias conclusiones.
Vease
la enseñanza bíblica sobre la autoridad post-apostólica, el artículo de
A. Lang sobre el sentido de la doctrina de la sucesión apostólica y
también el magisterio de la Iglesia sobre el tema.

Ofrecemos solo los párrafos que tocan el tema directamente.
Para un estudio más en profundidad confrontar la abundante literatura existente.
  
        1.- Carta de Clemente Romano a la iglesia de Corinto (alrededor del año 97)[1].
       
“Los apóstoles fueron constituidos por el Señor Jesucristo los
predicadores del Evangelio para nosotros; Jesucristo fue enviado por
Dios. Así, pues, Cristo fue enviado por Dios, los apóstoles por Cristo y
ambas cosas se realizaron ordenadamente, según la voluntad de Dios.
Así, pues, recibido el mandato los apóstoles y plenamente asegurados por
la resurrección del Señor Jesucristo y confirmados en la fe por la
palabra de Dios, salieron con la plena seguridad que les infundió el
Espíritu Santo, dando la buena noticia de que el reino de Dios estaba
para llegar. Y así, a medida que iban predicando por lugares y ciudades,
iban estableciendo – después de probarlos en el espíritu – a las
primicias de ellos, como obispos y diáconos de los que habían de creer.  
       
Y también nuestros apóstoles conocieron por nuestro Señor Jesucristo
que habría de haber emulación por el episcopado. Por esta razón, con
pleno conocimiento de lo que había de suceder, establecieron a los
susodichos y dieron para lo sucesivo la norma de que cuando ellos
murieran, otros hombres probados les sucedieran (griego “diadéksontai” =
“suceder”, n.d.r.) en le ministerio. Así pues, los hombres establecidos
por ellos, o después por otros varones eximios, en comunidad de
sentimientos con toda la Iglesia; hombres que han servido
irreprochablemente al rebaño de Cristo con espíritu de humildad,
pacífica y desinteresadamente; que durante mucho tiempo han gozado de la
aprobación de todos; estos hombres creemos que en justicia no pueden
ser apartados de su ministerio”.[2]
  
        2.- Carta de Ignacio de Antioquia a los Tralianos (alrededor del año 110).
       
“Ciertamente, cuando os sometéis al obispo como os someteríais a
Jesucristo, entonces resulta claro que estáis viviendo no al modo
puramente humano, sino como lo quiere Jesucristo, quien murió por
nosotros, para que por medio de la fe en su muerte podáis escapar a la
muerte. Es necesario, por lo tanto - y eso es lo que ya hacéis - que no
hagáis nada sin el obispo, y que seáis sumisos también al presbiterio,
como si fuera a los apóstoles de Jesús, nuestra esperanza, en el cual
seremos encontrados, supuesto que vivamos con Él […].
       
Del mismo modo, que todos respeten a los diáconos como respetarían a
Jesucristo, del mismo modo como respetan al obispo como una imagen del
Padre, y a los presbíteros como al consejo de Dios y al colegio de los
Apóstoles. Sin estos, no puede llamarse “iglesia”. Estoy seguro que
entenderéis estas cosas, ya que he recibido el buen ejemplo de vuestro
amor, y lo tengo conmigo en la persona de vuestro obispo […]”. [3]




         3.- Carta de Ignacio de Antioquia a los Filadelfos (alrededor del año 110).
       
“Por cierto, los que pertenecen a Dios y a Jesucristo, esos están con
el obispo. Y los que se arrepienten y retornan a la unidad de la iglesia
- ellos también serán de Dios, y vivirán según Jesucristo. Que nadie se
equivoque, hermanos amados: si alguien sigue a un cismático, ese tal no
entrará en el Reino de Dios. […] Sed solícitos de tener una sola
eucaristía, de modo que cualquier cosa que hagáis esté en consonancia
con Dios: porque hay una sola Carne de Nuestro Señor Jesucristo, y un
solo cáliz en unión con su Sangre; hay un solo altar, al modo como hay
un solo obispo con sus presbíteros y mis compañeros servidores, los
diáconos”.4] 

        4.- Carta de Ignacio de Antioquia a los de Smirna (alrededor del año 110).
       
“Porque vosotros todos debéis seguir al obispo, al modo como Jesucristo
sigue al Padre, y debéis seguir a los presbíteros como seguiríais a los
Apóstoles. […] Que nadie haga ninguna cosa que sea importante con
respecto a la iglesia sin el obispo. Considerar como válida sólo aquella
eucaristía que es celebrada por el obispo, o por uno que él designe.
Que la gente se reúna allí donde haya un obispo, al modo como la iglesia
católica está allí donde está Cristo[5].
Y tampoco se permite bautizar sin el obispo, o celebrar el ágape; pero
cualquier cosa que el obispo apruebe, eso será grato a Dios, de modo que
lo que se haga así será válido y seguro.”[6] 

        5.-  TESTIMONIO DE EGESIPO (alrededor del año 180)[7].
       
“Egesipo, sin duda, en los cinco libros de Memorias que nos han
llegado, ha dejado clara cuál fue su opinión. En estos libros él muestra
que viajó hasta Roma, y se encontró con muchos obispos, y que de todos
ellos escuchó siempre la misma y única doctrina. Es interesante ver lo
que dice, luego de hacer algunos comentarios sobre la carta de Clemente a
los Corintios; dice: Y la iglesia en Corinto ha continuado en la sana
doctrina hasta el tiempo de Primus, que es el obispo de Corinto, y con
el cual he conversado prolongadamente en mi camino a Roma, cuando pasé
unos días con los de Corinto: durante esas conversaciones nos animábamos
mutuamente en la doctrina verdadera. Cuando llegué a Roma hice una
lista de la sucesión (de obispos de Roma, n.d.r.) hasta Aniceto, cuyo
diácono fue Eleuterio. Y después de Aniceto le sucedió Soler, y luego de
él Eleuterio. En cada sucesión y en cada ciudad hay una continuación en
lo que se proclama en la Ley, los Profetas y el Señor.” 
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"Cuando llegué a Roma hice una lista de la sucesión (de obispos de Roma, n.d.r.) hasta Aniceto, cuyo diácono fue Eleuterio..." (Egesipo Año 180)
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        6.-  SAN IRENEO, Tratado contra las Herejías (alrededor del año 190)
“Pero
la tradición de los apóstoles está bien patente en todo el mundo y
pueden contemplarla todos los que quieran contemplar la verdad. En
efecto, podemos enumerar a los que fueron instituidos por los apóstoles
como obispos sucesores suyos hasta nosotros: y éstos no enseñaron nada
semejante a los delirios (de los herejes). Porque si los apóstoles
hubiesen sabido «misterios ocultos» para ser enseñados exclusivamente a
los «perfectos» a escondidas de los demás, los hubiesen comunicado antes
que a nadie a aquellos a quienes confiaban las mismas Iglesias, pues
querían que éstos fuesen muy «perfectos» e irreprensibles (1 Tim 3, 2)
en todos los aspectos, como que los dejaban como sucesores suyos para
ocupar su propia función de maestros. De su recta conducta dependía un
gran bien; en cambio, si ellos fallaban, se había de seguir una gran
ruina.”[8]
  
“Seria
muy largo en un escrito como el presente enumerar la lista sucesoria de
todas las Iglesias. Por ello indicaremos cómo la mayor de ellas, la más
antigua y la más conocida de todas, la Iglesia que en Roma fundaron y
establecieron los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo, tiene una
tradición que arranca de los apóstoles y llega hasta nosotros, en la
predicación de la fe a los hombres (cf. Rom 1, 8), a través de la
sucesión de los obispos. Así confundimos a todos aquellos que, de
cualquier manera, ya sea por complacerse a si mismos, ya por vana
gloria, ya por ceguedad o falsedad de juicio, se juntan en grupos
ilegítimos. En efecto, con esta Iglesia (de Roma), a causa de la mayor
autoridad de su origen, ha de estar necesariamente de acuerdo toda otra
Iglesia, es decir, los fieles de todas partes; en ella siempre se ha
conservado por todos los que vienen de todas partes aquella tradición
que arranca de los apóstoles.”[9] 




“En
efecto, los apóstoles (Pedro y Pablo), habiendo fundado y edificado
esta Iglesia, entregaron a Lino el cargo episcopal de su administración;
y de este Lino hace mención Pablo en la carta a Timoteo. A él le
sucedió Anacleto, y después de éste, en el tercer lugar a partir de los
apóstoles, cayó en suerte el episcopado a Clemente, el cual había visto a
los mismos apóstoles, y había conversado con ellos; y no era el único
en esta situación, sino que todavía resonaba la predicación de los
apóstoles, y tenia la tradición ante los ojos, ya que sobrevivían
todavía muchos que habían sido enseñados por los apóstoles. En tiempo de
este Clemente, surgió una no pequeña disensión entre los hermanos de
Corinto, y la Iglesia de Roma envió a los de Corinto un escrito muy
adecuado para reducirlos a la paz y para restaurar su fe y dar a conocer
la tradición que hacía poco habían recibido de los apóstoles, a saber,
que hay un solo Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra,
creador del hombre, que causó el diluvio y llamó a Abraham, que sacó a
su pueblo de Egipto, habló a Moisés, estableció la ley, envió a los
profetas y «preparó el fuego para el diablo y para sus ángeles» (Mt 25,
41). Que este Dios es predicado por las Iglesias como el Padre de
nuestro Señor Jesucristo, pueden comprobarlo a partir de este mismo
escrito los que quieran. Asimismo pueden conocer en él cuál es la
tradición apostólica de la Iglesia, ya que esta carta es más antigua que
los que ahora enseñan falsamente e inventan un segundo Dios por encima
del creador y hacedor de nuestro universo.
  
A
Clemente sucedió Evaristo. y a éste Alejandro. Luego, en el sexto lugar
a partir de los apóstoles, fue nombrado Xisto, y después de éste
Telesforo, que tuvo un martirio gloriosisimo. Luego, Higinio; luego,
Pío, y luego Aniceto; y habiendo Sotero sucedido a Aniceto, ahora, en el
duodécimo lugar después de los apóstoles, ocupa el cargo episcopal
Eleuterio. Según este orden y esta sucesión, la tradición de la Iglesia
que arranca de los apóstoles y la predicación de la verdad han llegado
hasta nosotros. Esta es una prueba suficientísima de que una fe idéntica
y vivificadora se ha conservado y se ha transmitido dentro de la verdad
en la Iglesia desde los apóstoles hasta nosotros.”[10]
  
“Policarpo
no sólo fue instruido por los apóstoles, y trató con muchos de los que
habían conocido a Cristo personalmente, sino que también fue nombrado
obispo de la Iglesia de Smirna, por los apóstoles de Asia. Lo conocí en
mi temprana juventud; vivió muchos años, y se murió dando un glorioso
ejemplo con su martirio. Siempre enseñó las cosas que él había aprendido
de los apóstoles, y que la Iglesia trasmite, y que son por cierto
verdaderas. De esta cosas dan testimonio todas las iglesias de Asia,
como lo hacen también todos los sucesores de Policarpo hasta el
presente. […] Una vez se encontró con Marción, quien la preguntó: “¿Me
reconoces?”, a lo cual Policarpo respondió: “¡Te reconozco como el
primogénito de Satanás!”.[11]
  
“Siendo
nuestros argumentos de tanto peso, no hay para qué ir a buscar todavía
de otros la verdad que tan fácilmente se encuentra en la Iglesia, ya que
los apóstoles depositaron en ella, como en una despensa opulenta, todo
lo que pertenece a la verdad, a fin de que todo el que quiera pueda
tomar de ella la bebida de la vida. Y esta es la puerta de la vida:
todos los demás son salteadores y ladrones. Por esto hay que evitarlos, y
en cambio hay que poner suma diligencia en amar las cosas de la Iglesia
y en captar la tradición de la verdad (quae sunt Ecclesiae summa
diligentia diligere et aprehendere veritatis traditionem). Y esto ¿qué
implica? Si surgiese alguna discusión, aunque fuese de alguna cuestión
de poca monta, ¿no habría que recurrir a las iglesias antiquísimas que
habían gozado de la presencia de los apóstoles, para tomar de ellas lo
que fuere cierto y claro acerca de la cuestión en litigio? Si los
apóstoles no nos hubieran dejado las Escrituras, ¿acaso no habría que
seguir el orden de la tradición, que ellos entregaron a aquellos a
quienes confiaban las Iglesias? Precisamente a este orden han dado su
asentimiento muchos pueblos bárbaros que creen en Cristo; ellos poseen
la salvación, escrita por el Espíritu Santo sin tinta ni papel en sus
propios corazones (cf. 2 Cor 3, 3) y conservan cuidadosamente la
tradición antigua, creyendo en un solo Dios.”[12]
  
“Es
necesario obedecer a los presbíteros de la Iglesia, aquellos que, como
hemos mostrado, pertenecen a la sucesión de los apóstoles; aquellos que
han recibido, trámite la sucesión del episcopado, el carisma cierto de
la verdad, según la voluntad del Padre. Pero los demás, aquellos que no
tienen parte en la sucesión primigenia, se reúnan donde se reúnan, son
para ser tenidos bajo sospecha”.[13]
  
“La
auténtica doctrina (gr. “gnosis”) es la doctrina de los apóstoles, y la
antigua organización de la Iglesia en todo el mundo, y la manifestación
del cuerpo de Cristo según la sucesión de obispos, por la cual los
obispos han trasmitido la Iglesia que se encuentra en todas partes; y
también la completa transmisión de las Escrituras, que nos ha llegado
hasta nosotros gracias a que fue preservada de toda falsificación, y que
hemos recibido sin agregados ni supresiones; y la lectura sin
falsificación, y una diligente y legítima exposición (de la doctrina)
según las Escrituras…”.[14]
  
        7.- TERTULIANO, Prescripción contra los herejes (alrededor del año 200)
       
“Si aparece cualquier herejía que pretenda tener sus orígenes en el
tiempo apostólico, de modo que parezca una doctrina entregada por los
mismos apóstoles porque son -dicen ellos- de aquel tiempo, podemos
decirles: que nos muestren los orígenes de sus iglesias, que nos
muestren el orden de sus obispos en sucesión desde los comienzos, de tal
modo que su primer obispo tenga como su autor y predecesor a uno de los
apóstoles o de los hombres apostólicos que trabajaron codo a codo con
los apóstoles. Porque es así que las iglesias apostólicas transmiten sus
listas: como la iglesia de Smirna, que sabe que Policarpo fue puesto
allí por Juan; como la iglesia de Roma, donde Clemente fue ordenado por
Pedro. Es así que todas las demás iglesias muestran quiénes han tenido
ellas como brotes de las raíces apostólicas, habiendo recibido el cargo
episcopal de manos de los apóstoles. Tal vez los herejes quieran
inventar listas ficticias: después de todo, si han sido capaces de
blasfemar, ¿qué les parecerá ya pecaminoso? […] Por lo tanto, que le
hagan esta prueba, incluso las iglesias que son de origen posterior en
el tiempo - surgen nuevas iglesias todos los días - y que no tienen como
fundador inmediato un apóstol o un varón apostólico, ya que los que
tienen la misma doctrina que las iglesias de origen apostólico son
consideradas también ellas apostólicas, por el estrecho parentesco de
sus doctrinas.”[15]

        8.- CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Homilía sobre el hombre rico (alrededor del año 200)
       
“Después de la muerte del tirano, el apóstol Juan volvió a Éfeso desde
la isla de Patmos. Y al ser invitado, fue a las ciudades vecinas de los
paganos ya sea para nombrar obispos, ordenar las iglesias, o bien
establecer ministros según el Espíritu los designaba”.[16]
        9.- CIPRIANO DE CARTAGO, Carta 69 (75), 3 (año 253)
      
“La Iglesia es una sola, y así como ella es una, no se puede estar a la
vez dentro y fuera de la Iglesia. Porque si la Iglesia está con
doctrina del (hereje) Novaciano, entonces está en contra del (Papa)
Cornelio. Pero si la Iglesia está con Cornelio, el cual sucedió en su
oficio al obispo (de Roma) Fabian mediante una ordenación legítima, y al
cual el Señor, además del honor del sacerdocio concedió el honor del
martirio, entonces Novaciano está fuera de la Iglesia; ni siquiera puede
ser considerado como obispo, ya que no sucedió a ninguno, y
despreciando la tradición evangélica y apostólica, surgió por su propia
cuenta. Porque ya sabemos que quien no fue ordenado en la Iglesia no
pertenece a ella de ningún modo”.


        10.- FIRMILIANO DE CESAREA, Carta a Cipriano (alrededor del año 256)
       
“De modo que el poder de perdonar los pecados fue dado (por Cristo) a
los apóstoles, y a las iglesias fundadas por ellos, y a los obispos que
los sucedieron al ser ordenados en su lugar (qui iis ordinatione vicaria
successerunt)”.[ El testimonio lo trae Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl 75,16]

        11.- JERÓNIMO, Carta 14:8 (año 396)
       
“Lejos de mí el hablar contra uno sólo de estos clérigos que,
perteneciendo a la sucesión que viene desde los apóstoles, confeccionan
por sus santas palabras el Cuerpo de Cristo, y por cuyos esfuerzos hemos
llegado a ser cristianos”.

    11.- AGUSTÍN DE HIPONA, Contra la Carta de Mani llamada "La fundación", 4:5 (año 397)
   
“Hay muchas otras cosas que pueden hacer que con toda propiedad
permanezca yo en si seno [de la Iglesia Católica]. Me mantienen en él la
unanimidad de pueblos y naciones; su autoridad, inaugurada con
milagros, fortalecida por la esperanza, aumentada por el amor y
confirmada por su venerable edad, todo eso me mantiene en su seno. Y la
sucesión de los sacerdotes, desde la misma sede de Pedro, a quien el
Señor, después de su resurrección, encomendó la tarea de alimentar a sus
ovejas (Jn 21,15-17) hasta el presente orden episcopal, esto también me
mantiene en su seno. Finalmente, el mismo nombre de "católica" que, no
sin razón, se aplica única y exclusivamente a esta Iglesia, siendo que
hay tantos y tantos herejes; y tanto es así, que aunque todos los
herejes quieren apoderarse del nombre de "católicos", cuando un extraño
pregunta "¿Dónde se reúne la Iglesia Católica", ninguno de los herejes
en cuestión se animaría a responderle señalándole su propia basílica o
su propia casa”. www.apologetica.org      

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20 de diciembre del 284,
en Roma, es elegido emperador, Diocleciano, autor de una de las más
crueles persecuciones de cristianos llevada a cabo en el Imperio pero
también la última, cuyo fracaso allanará el camino a los futuros edictos
de despenalización del cristianismo emitidos por Galerio en 311 (pinche aquí para conocerlo mejor) y Constantino en 313 (pinche aquí para lo mismo).



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SAN CORNELIO, papa, y SAN CIPRIANO,
obispo, mártires - ( † 253 y † 258 )
‘amaron a la Iglesia Católica’

1. Nota Histórico-litúrgica
  
La memoria obligatoria de Cipriano, que, según las Actas proconsulares
(presentadas opcionalmente en el oficio de lectura), fue decapitado en
Cartago el 14 de septiembre del año 258, ya era festejada en Roma el día
de su nacimiento, en la cripta donde reposaba el papa Cornelio en el
cementerio de Calixto.
   
Cornelio murió en el destierro en Civitavecchia (Centumcellae, puerto
de Roma) en septiembre del año 253, y fue venerado como mártir (confesor
de la fe) y enterrado en las catacumbas de Calixto (cripta de Lucina).
  
La conmemoración el mismo día de ambos mártires es, pues, antigua, ya
que se encuentra en el martilogio jeronimiano, y luego en el
sacramentario veronense. Pero, para evitar un officium mixtum cuando se
introdujo la fiesta de la exaltación de la cruz en Occidente en el siglo
VII, se la trasladó, desde el siglo XV, a la fecha del 16 de
septiembre, el día más libre.
  
Su memoria, asociada en el canon romano, atestigua esta relación entre
los dos mártires, hasta el punto de que el orden cronológico de los
papas aparece invertido para los dos últimos, ya que Sixto II (258) pasa
por delante de Cornelio (253), que se encuentra unido a Cipriano.
  
Cornelio fue elegido papa por su comunidad natal en el año 251, después
de la persecución de Decio, el cual, dice san Cipriano, "había
soportado mejor enterarse que un rival se rebelaba contra él que ver en
Roma a un obispo de Dios".
  
Nada se sabe de sus orígenes, pero tal vez perteneciera a la gran
familia de los Cornelio. Gobernó la Iglesia desde el año 251 al año 253.
Fue defendido por san Cipriano en el cisma rigorista en la cuestión de
los lapsi, es decir, de haber comprado durante la persecución, un
certificado de sacrificio y de haber comulgado con apóstatas declarados.
  
En la lucha contra Novaciano, en Roma, y  contra Novato, enemigo de
Cipriano en Cartago, Cornelio y Cipriano estuvieron unidos, pese a
algunos equívocos provocados por falsos informes. Cipriano hacía el
elogio de Cornelio, que "había pasado por todos los oficios
eclesiásticos y había subido, superando los grados, a la cumbre sublime
del sacerdocio". Tras la condena de Novaciano y Novato en el concilio de
Cartago, el papa Cornelio aprobó esta excomunión y se la comunicó a
todas las Iglesias, que la acogieron favorablemente, salvo la de
Antioquía, donde el obispo Fabio compartía las ideas de Novato. Después
de la peste que se cebó en el imperio romano en 252 a 254, de la que
fueron acusados los cristianos por haber provocado la cólera de los
dioses, el emperador Galo desencadenó la persecución, que fue benigna,
porque Cornelio fue desterrado al pequeño puerto de Civitavecchia, donde
murió.
  
Cipriano, antes de la conversión a los veintiocho años, bajo la guía de
Ceciliano, y de su elección a obispo, había ejercido la profesión de
retórico y de abogado. Nació en Cartago hacia el año 210; fue bautizado
en la pascua del año 246, convirtiéndose en un hombre nuevo.  Fue
elegido para la cátedra episcopal en el 249, después de la muerte de
Donato, en la metrópoli africana, que tenía el primado sobre unos ciento
cincuenta obispos. Durante la persecución de Decio, que golpeó
duramente también a la Iglesia africana (en Roma había sido sacrificado
el mismo papa Fabiano), se vio implicado en la cuestión de los lapsi, es
decir, de los apóstatas caídos que volvían a la Iglesia, aunque sin
querer someterse a la penitencia, contentándose con certificados de
reconciliación que les concedía los "confesores" de la fe.
  
Tuvo que luchar contra el sacerdote Novato (defensor del antipapa
Novaciano en Roma) y el diácono Felicísimo (que había elegido como
antiobispo a Fortunato), que habían consumado el cisma. Cipriano
transmitió las decisiones del concilio de Cartago, reunido por él en el
año 252, al papa Cornelio, que, después de una investigación sobre la
legitimidad de su elección, lo había defendido y apoyado contra
Novaciano y Novato.
  
Después de la muerte de Cornelio (253) y la breve sucesión de Lucio
(253-254), el papa Esteban, de carácter más bien autoritario, demostró
no aceptar la tesis de Cipriano, que defendía el rebautismo de los
herejes y de los cismáticos, porque "sólo la Iglesia ( y no estos
novacianos) tenía el poder de bautizar y purificar".
  
En el concilio de Cartago del año 256, Cipriano fue sostenido por los
obispos africanos y apoyado entre otros por Firmiliano, obispo de
Cesarea, mientras que Dionisio de Alejandría intervino para evitar un
cisma y calmar a los antagonistas. Pero la muerte de Esteban, con la
sucesión de Sixto II, juzgado "bueno y pacífico", resolvió la peligrosa
situación.
  
El mismo Cipriano fue víctima de la persecución de Valeriano: primero
fue desterrado a Curubis (África procunsular); después, tras su vuelta a
Cartago - donde se enteró de la ejecución de Sixto II y se la comunicó
al obispo Suceso, declarándose dispuesto a sufrir -, fue procesado de
nuevo y poco después murió decapitado por orden del procónsul Galerio
Máximo. Su culto en la ciudad episcopal fue continuo, con la
construcción de tres basílicas. Sus reliquias habrían sido trasladadas a
Lyón en el siglo IX. Una parte son veneradas en la catedral de San
Juan, mientras que otra parte estaría custodiada en la abadía de
Notre-Dame de Compiégne).
  
2. Mensaje y actualidad
  
a) La nueva colecta de la misa pone de manifiesto una idea central que
caracteriza esta memoria conjunta de los dos generosos pastores e
intrépidos mártires. En efecto, se pide: "Oh Dios, que has puesto al
frente de tu pueblo como abnegados pastores y mártires intrépidos a los
santos Cipriano y Cornelio, concédenos, por su intercesión, fortaleza de
ánimo y fe para trabajar con empeño por la unidad de tu Iglesia". La
unión entre las Iglesias de Roma y de Cartago ya era fuerte, no sólo
porque ninguna provincia del imperio estaba más latinizada que África,
sino también porque las circunstancias históricas habían favorecido
estas relaciones.
  
Durante la persecución del año 250, en la que había hallado la muerte
el papa Fabiano, Cipriano escribió a Roma para defenderse de la
acusación de haber sido un mercenario que había abandonado a su grey
ante el lobo, ya que él había huido tras el edicto de Decio,
permaneciendo oculto hasta la primavera del año 251.
  
En la carta 60, presentado por el oficio de lectura, Cipriano,
dirigiéndose a su colega, obispo de Roma, escribe: "En efecto, si
formamos todos una misma Iglesia, si tenemos todos una sola alma y un
solo corazón, ¿qué sacerdote no se congratulará de las alabanzas
tributadas a un colega suyo, como si se tratara de las suyas propias?".
Tal unidad de espíritu derivaba de la admiración de Cipriano por la
calidad del testimonio del papa Cornelio, especialmente durante el cisma
del antipapa Novaciano, que tomaba como pretexto que el nuevo obispo de
Roma era un "libelático"; es decir, que había adoptado una actitud
demasiado tolerante con aquellos que no habían confesado valerosamente
la fe. La perseverancia en la fe es, pues, también fruto de un celo por
mantener esa unidad de la Iglesia por la cual Cipriano escribió su
tratado (De unitate Ecclesiae), junto con el De lapsis, que leyó a los
obispos reunidos en un concilio tras su vuelta a Cartago.
  
b) En la oración sobre las ofrendas, derivada del misal parisiense, se
pide que "estos dones, que dieron fortaleza en la prueba a los mártires
Cornelio y Cipriano, nos hagan fuertes también a nosotros frente a todas
las adversidades". En la citada carta de Cipriano al papa Cornelio,
presintiendo la hora de su martirio, alude a las celebraciones
eucarísticas de modo indirecto, como hace en la carta 57, donde se unen
el cáliz de los sufrimientos y el cáliz del Señor. "Dado que la divina
Providencia nos preanuncia que es inminente la hora de la prueba y de
nuestro combate, nosotros no dejamos de entregarnos con todo el corazón a
los ayunos, las vigilias y las plegarias. Éstas son para nosotros las
armas celestiales que nos hacen mantener firmes en la perseverancia
inquebrantable".
  
La frase que se lee en el oficio de lectura pronunciada tras la
sentencia del procurador: "Decretemos que Tascio Cipriano sea
decapitado", es un eco de la plegaria eucarística, ya que Cipriano dijo:
"Gracias sean dadas a Dios". También el elogio que teje Cipriano en la
citada primera lectura atestigua esta relación indirecta con la
celebración eucarística: "Ha quedado públicamente comprobada la
fortaleza del obispo que está al frente de su pueblo y ha quedado de
manifiesto la unión entre los hermanos que han seguido sus huellas".
Hasta decir: "Por el hecho de tener todos vosotros un solo espíritu y
una sola voz, toda la Iglesia de Roma ha tenido parte en vuestra
confesión".
  
c) En la oración después de la comunión se pide nuevamente al Señor
que, "a ejemplo de los santos Cipriano y Cornelio, y llenos de la
fortaleza de tu Espíritu, demos fiel testimonio de la verdad del
evangelio".
  
Cipriano, como teólogo, dependía de Tertuliano, al que llama maestro
suyo (pero sin citarlo nunca, a cusa de su fin cismático), y sostenía en
buena parte la teoría de rebautizar a los herejes. Pero en el tratado
Sobre la unidad de la Iglesia afirma con valentía tal testimonio
evangélico, poniéndose sobre todo en relación con la sucesión
apostólica: "No puede tener a Dios por padre quien no tiene a la Iglesia
por madre". Y también en las dos reseñas de la obra Cipriano sostiene
que la cathedra Petri se encuentra no sólo en la Iglesia romana, sino
también en cualquier otra Iglesia presidida por un obispo católico, cuya
legitimidad es real.
  
Si estos textos no se pueden aducir apologéticamente para afirmar el
primado de Pedro en el sentido moderno, se puede admitir que Cipriano es
aún en nuestros días un precursor de la doctrina conciliar, según la
cual "los obispos son, individualmente, el principio y fundamento
visible de unidad en sus Iglesias particulares, formadas a imagen de la
Iglesia universal, en las cuales y a base de las cuales se constituye la
Iglesia católica, una y única". En nota a esta cita del documento
conciliar hay dos frases de Cipriano tomadas de la carta 66, 8: "El
obispo, en la Iglesia, y la Iglesia en el obispo", y de la carta 55, 24:
"Única Iglesia, dividida en muchos miembros por todo el mundo".
  
La actualidad de este testimonio primitivo sobre la Iglesia particular
en sus relaciones con la Iglesia universal, defendida por Cipriano en
comunión con el papa Cornelio, es también hoy una gran fuerza de
renovación de nuestra fe en la verdad del evangelio.
  
El responsorio de la lectura en el oficio, tomado de la carta 58, 8
cata justamente: "Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es
luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo".

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Santos Teodulo y Julián, mártires
«Dilexit Ecclesiam» (amaron la Iglesia).

SANTOS TEODULO Y JULÍAN, Mártires † 309- Teódulo,
hombre sabio y piadoso, ocupaba un puesto de importancia en la casa de
Firmiliano, gobernador de Palestina, quien le tenía gran estima.
Habiendo sido testigo de la fortaleza y paciencia de los 5 egipcios
martirizados, Teódulo acudió a la prisión para alentar a los que se
preparaban a sufrir martirio semejante. Al saber esto, Firmiliano se
irritó sobremanera contra su protegido, le reprochó amargamente su
actitud y le condenó a ser sacrificado, sin haber querido oír su
defensa. Teódulo recibió con alegría la sentencia y sufrió con gozo una
forma de tormento que le asemejaba a su Salvador y le llevaría a
reunirse con él.
Julián, que participó en el triunfo del santo, no
era más que un catecúmeno. Los fieles le estimaban mucho por su carácter
ejemplar y tan pronto supo de la ejecución de los 5 egipcios, acudió al
lugar del martirio donde abrazó y besó los cadáveres. Los guardias lo
tomaron prisionero al momento y lo llevaron ante el gobernador, quien al
ver la firmeza de su fe, no perdió tiempo en interrogatorios y lo
condenó a la hoguera. Julián dio gracias a Dios por el honor de morir
por su causa y le ofreció su vida en sacrificio.

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Padre griego: San Firmiliano, Obispo de Cesarea (m. 268ca.)

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PABLO DE SAMOSATA según la Historia Eclesiástica de Eusebio (VII, 27-30)

Eusebio
de Cesarea, Historia Eclesiástica, VII, 27,1. A Sixto, que presidió la
iglesia de Roma durante once años, le sucede Dionisio, homónimo del de
Alejandría. Y en este tiempo, al emigrar también Demetriano de esta vida
en Antioquía, recibió el episcopado Pablo, el de Samosata.

2.
Como quiera que éste, contrariamente a la enseñanza de la Iglesia,
tenía acerca de Cristo pensamientos bajos y a ras de tierra, diciendo
que por naturaleza fue un hombre común, Dionisio de Alejandría, invitado
para asistir al concilio, dando por excusa a la vez su vejez y su
debilidad corporal, aplaza su presencia personal, y por medio de una
carta expone su pensamiento sobre el tema debatido. Los otros pastores
de las iglesias, en cambio, cada cual desde su tierra, se iban reuniendo
como contra una peste del rebaño de Cristo, y todos se apresuraban
hacia Antioquía.

28,1
Entre ellos, los que más sobresalieron fueron: Firmiliano, obispo de
Cesarea de Capadocia; los hermanos Gregorio y Atenodoro, pastores de las
iglesias del Ponto; y después de ellos, Heleno, de la iglesia de Tarso,
y Nicomas, de la de Iconio. Pero no sólo ellos, sino también Himeneo,
de la iglesia de Jerusalén; y Teotecno, de la de Cesarea, limítrofe de
ésta; y además de éstos, Máximo, que dirigía también con mucha
brillantez a los hermanos de Bostra. Y no sería muy difícil enumerar a
muchísimos otros reunidos junto con los presbíteros y diáconos por la
misma causa en la antedicha ciudad; pero de todos, por lo menos los más
sobresalientes eran éstos.

2.
Todos, pues, se reunieron para lo mismo, en diferentes y repetidas
ocasiones. Y en cada reunión se agitaban razonamientos y preguntas: los
partidarios del samosatense, intentando ocultar todavía y disimular lo
que hubiera de herejía; los otros, por su parte, poniendo todo su empeño
en desnudar y sacar a la vista la herejía y la blasfemia de aquél
contra Cristo.

3.
Pero en este tiempo murió Dionisio, en el año duodécimo del imperio de
Galieno, después de haber presidido el episcopado de Alejandría durante
diecisiete años. Le sucede Máximo.

4.
Habiendo sido Galieno dueño del poder durante quince años completos,
fue instituido sucesor suyo Claudio. Este, cuando terminó su segundo
año, transmitió el principado a Aureliano.

29,1.
En tiempos de éste, habiéndose reunido un último concilio de
numerosísimos obispos, sorprendido in flagranti y ya por todos condenado
abiertamente por heterodoxia, el cabecilla de la herejía de Antioquía
fue excomulgado de la Iglesia católica que está bajo el cielo.

2.
Quien más hizo por acabar con su disimulo y dejarle convicto fue
Malquión, hombre, por lo demás, elocuente y director de la clase de
retórica en las escuelas griegas de Antioquía; y no sólo eso, sino
también considerado digno del presbiterado de la comunidad local, por la
excelentísima legitimidad de su fe en Cristo. Este había emprendido
contra él una investigación, con taquígrafos que la iban registrando,
-que sabemos se ha conservado incluso hasta nuestros días-, por lo que
él solo entre todos fue capaz de sorprender in flagranti a aquel hombre a
pesar de su disimulo y engaño.

30,1.
Entonces los pastores allí reunidos con el mismo fin escriben de común
acuerdo una sola carta dirigida personalmente a Dionisio, obispo de
Roma, y a Máximo, de la de Alejandría, y la transmiten a todas las
provincias, poniendo en claro para todos su propio celo y la perversa
heterodoxia de Pablo, así como los argumentos y preguntas que habían
blandido contra él, y exponiendo además con detalle toda la vida y
conducta de aquel hombre. Quizás esté bien citar en esta obra, para
hacer memoria, las siguientes palabras suyas:

2. «A
Dionisio, a Máximo, a todos nuestros colegas en el ministerio por todo
el mundo habitado: obispos, presbíteros y diáconos, y a toda la Iglesia
católica que está bajo el cielo, Heleno, Himeneo, Teófilo, Teotecno,
Máximo, Proclo, Nicomas, Eliano, Pablo, Bolano, Protógenes, Hieraco,
Eutiquio, Teodoro, Malquión, Lucio y todos los demás que con nosotros
habitan las ciudades y poblaciones vecinas, obispos, presbíteros,
diáconos y las iglesias de Dios: a los amados hermanos, salud en el
Señor».

3.
Poco después de esto, añade lo siguiente: «Escribíamos a la vez y
exhortábamos a muchos, incluso a obispos de lejos, a venir y curar esta
mortífera enseñanza, así como también a los benditos Dionisio el de
Alejandría y Firmiliano de Capadocia. De éstos, el primero escribió una
carta a Antioquía, no considerando al autor del error ni digno de un
saludo, por lo que no le escribió a él personalmente, sino a toda la
comunidad; de esta carta adjuntamos una copia.

4
Firmiliano, en cambio, que incluso había venido dos veces, condenó
ciertamente las innovaciones de aquél -como sabemos y atestiguamos los
que estábamos presentes y lo saben también otros muchos-, pero como
Pablo prometiera cambiar, él, creyendo y esperando que el asunto se
arreglaría oportunamente sin menoscabo para la doctrina, lo fue
difiriendo, engañado por el hombre que negaba a su propio Dios y Señor y
no observaba la fe que anteriormente él mismo poseía.

5.
Mas ahora estaba ya Firmiliano a punto de pasar a Antioquía y había
llegado concretamente hasta Tarso, pues había experimentado la maldad
negadora de Dios de aquel hombre; pero en el intervalo, estando nosotros
reunidos llamándole y esperando a que llegase, le alcanzó la muerte».

6.
Y después de otras cosas, de nuevo describen la vida y la conducta de
Pablo en los términos siguientes: «Desde el punto en que se apartó de la
regla y se pasó a enseñanzas falsas y bastardas, no se deben juzgar las
acciones del que está fuera.

7.
«ni siquiera por el hecho de que, siendo primeramente pobre mendigo y
no habiendo recibido de sus padres riqueza ninguna ni habiéndola
adquirido mediante un oficio o cualquier ocupación, ahora ha llegado a
una opulencia excesiva proveniente de sus ilegalidades, de sus robos
sacrílegos y de lo que pide y esquilma a los hermanos, defraudando a los
que han sido víctimas de injusticia y prometiendo ayuda por un salario:
en realidad, engañando también a éstos y sacando provecho sin razón de
la facilidad con que dan los que se hallan en apuros con tal de librarse
de las molestias, ya que él considera a la religión como fuente de
ganancia;

8.
«tampoco porque tiene pensamientos altivos y se enorgullece de estar
investido con dignidades mundanas, prefiriendo que lo llamen ducenario
antes que obispo, avanzando jactancioso por la plaza y leyendo y
dictando cartas a la vez que pasea en público, escoltado por guardias
muy numerosos, unos precediéndole y otros siguiéndole; el resultado es
que la misma fe se ve aborrecida y odiada por causa de su fasto y del
orgullo de su corazón;

9.
«y tampoco se deben juzgar los juegos de prestidigitación que
organizaba en las reuniones eclesiásticas aspirando a la gloria,
deslumbrando a la imaginación e hiriendo con estas cosas las almas de
los más sencillos. Se hizo preparar para sí una tribuna y un trono
elevado -no como discípulo de Cristo-, y lo mismo que los príncipes del
mundo, tenía -y así lo llamaba- su secretum; con la mano se golpeaba el
muslo y con los pies pegaba en la tribuna. Y a los que no le aprobaban
ni agitaban los pañuelos, como en los teatros, ni lanzaban gritos ni se
alzaban de un salto a la vez que sus secuaces, hombres y mujeres que en
este desorden le escuchaban, y, por lo tanto, a los que le escuchaban
con gravedad y en buen orden, como en la casa de Dios, los reñía y los
insultaba. Y a los intérpretes de la doctrina que partieron de esta vida
los insultaba en público groseramente, mientras que de si mismo hablaba
con gran énfasis, no como un obispo, sino como un sofista y un
charlatán.

10.
«Hizo además que cesaran los salmos en honor de nuestro Señor
Jesucristo, porque decía que eran modernos y obra de hombres bastante
modernos; en cambio, preparó unas mujeres para que en honor suyo
salmodiasen en medio de la iglesia el gran día de Pascua. ¡Para
estremecerse oyéndolas! ¡Y qué cosas dejaba que tratasen en sus homilías
al pueblo los obispos y presbíteros de los campos y ciudades
limítrofes, sus aduladores!

11.
«Porque él no quiere confesar con nosotros que el Hijo de Dios ha
bajado del cielo (esto por exponer de antemano algo de lo que
escribiremos, y que no lo diremos como simple afirmación, sino que será
demostrado con muchos pasajes de los documentos que os enviamos, y sobre
todo por aquel en que se dice que Jesucristo es de abajo); pero
aquéllos, cuando le cantan salmos y le ensalzan ante el pueblo, afirman
que su impío maestro ha descendido como ángel del cielo. Y él no sólo no
impide esto, sino que, en su soberbia, incluso se halla presente cuando
lo dicen.

12.
«En cuanto a las mujeres sub íntroductas -como las llaman los
antioquenos- las de él y las de los presbíteros y diáconos de su
séquito, a los cuales ayuda a ocultar éste y los demás pecados
incurables, ya a plena conciencia y con pruebas convincentes para
tenerlos a su merced y para que, temiendo por sí mismos, no se atrevan a
acusarle de las injusticias que comete de palabra y de obra -es más,
incluso los hizo ricos, por lo cual le quieren y admiran los que se
pierden por tales cosas...-, ¿por qué habríamos de escribir esto?
13.
«Sin embargo, sabemos, queridos, que el obispo y el clero entero deben
ser para la muchedumbre ejemplo de toda obra buena, y no ignoramos
tampoco cuántos han caído por haber introducido para sí mujeres,
mientras otros se hicieron sospechosos, tanto que, aun concediéndole que
no hacía nada indecoroso, no obstante era necesario al menos precaverse
contra la sospecha que nace de un tal asunto, para no escandalizar a
nadie y evitar que otros lo intenten.

14.
«Porque ¿cómo podría reprender y advertir a otro de que no cohabite ya
más bajo el mismo techo con una mujer y se guarde de caer, como está
escrito, uno que alejó de sí a una ya, pero que tiene consigo dos en
plena juventud y de buen ver, y que, si marcha a otra parte, allá las
lleva consigo, y esto con derroche de lujo?

15.
«Por causa de esto lloran todos y se lamentan dentro de sí mismos, pero
es tanto el temor a la tiranía y poder de aquél que nadie se atreve a
una acusación.
16.
«Pero, como ya hemos dicho, de esto se podría corregir a un hombre que
tuviese al menos un pensamiento católico y se contase entre nosotros,
pero a uno que traicionó el misterio y se pavonea de la abominable
herejía de Artemas (¿por qué, efectivamente, no iba a ser necesario
manifestar quién es su padre?) creemos que no hay que pedirle cuentas de
todo esto».

17.
Luego, al final de la carta, añaden: «Por consiguiente, al seguir
oponiéndose a Dios y no ceder, nos hemos visto forzados a excomulgarlo y
a establecer en su lugar para la Iglesia católica -según providencia de
Dios, estamos convencidos- otro obispo, Domno, el hijo del
bienaventurado Demetriano -éste había presidido antes que aquél, con
gran notabilidad, esa misma iglesia-, varón adornado con todas las
cualidades que convienen a un obispo. Y os lo hemos manifestado para que
le escribáis y recibáis de él las cartas de comunión. En cuanto al
otro, que escriba a Artemas y que tengan comunión con él los que piensen
como Artemas».

18.
Así, pues, caído Pablo del episcopado y de la ortodoxia de su fe, le
sucedió Domno, como se dice, en el ministerio de la iglesia de
Antioquía.

19.
Sin embargo, como Pablo no quisiera en modo alguno salir del edificio
de la iglesia, el emperador Aureliano, de quien se solicitó, decidió muy
oportunamente sobre lo que había de hacerse, pues ordenó que la casa se
otorgase a aquellos con quienes estuvieran en correspondencia epistolar
los obispos de la doctrina de Italia y de la ciudad de Roma. Así es que
el hombre antes mencionado, con extrema vergüenza suya, fue expulsado
de la iglesia por el poder mundano.

20.
Así era para con nosotros Aureliano, al menos por aquel entonces. Pero,
ya avanzado su imperio, cambió de pensar sobre nosotros y se dejaba
excitar por ciertos consejos de que suscitara una persecución contra
nosotros. Eran muchos los rumores sobre este punto en todos los
ambientes.

21.
Mas, cuando estaba a punto de hacerlo y por así decirlo firmaba ya los
decretos contra nosotros, le alcanzó la justicia divina, que le retuvo
de la empresa casi como atándole por los brazos. Con ello permitía a
todos ver claramente que nunca los poderes de esta vida tendrían
facilidad contra las iglesias de Cristo si la mano que nos protege, por
juicio divino y celeste, para instrucción y conversión nuestra, no
permitiese que esto se llevara a cabo en los tiempos que ella juzga
buenos.

22.
Así, pues, a Aureliano, que ejerció el poder durante seis años, le
sucede Probo, y a éste, que lo retuvo más o menos los mismos años, Caro,
junto con sus hijos Carino y Numeriano. Y habiendo durado éstos, a su
vez, otros tres años no completos, el poder absoluto pasa a Diocleciano y
a los que se introdujo después de él por adopción, bajo los cuales se
llevó a cabo la persecución de nuestro tiempo y en ella la destrucción
de las iglesias.

23.
Ahora bien, muy poco tiempo antes de esto, Félix sucede en el
ministerio al obispo de Roma Dionisio, que había pasado en él nueve
años.

+++

San Alejandro el Carbonero, Obispo de Comana, Mártir (¿275?).
Cuando la
cristiandad de Comana del Ponto creció lo suficiente para tener un
obispo propio, San Gregorio Taumaturgo, obispo de Neocesarea, fue allá a
presidir la elección. El santo rechazó a todos los candidatos
propuestos por el clero y por el pueblo, sobre todo a uno a quien se
postulaba por su alcurnia y su riqueza, y recordó a los cristianos que
los Apóstoles habían sido humildes hombres del pueblo. Entonces un
bromista gritó: "¡Magnífico! Elijamos a Alejandro, el carbonero." San
Gregorio, que sabía que el Espíritu Santo podía valerse de aquella
observación sarcástica como de cualquier otro medio, mandó llamar a
Alejandro, quien acudió con el rostro cubierto por el polvo de carbón.
San Gregorio le dirigió una mirada que penetró bajo la suciedad y los
andrajos. Llamándole aparte, le interrogó y así se enteró de que
Alejandro era un hombre de buena cuna y mejor educación, que había
renunciado a todo para seguir a Jesucristo. El Martirologio Romano
afirma que era "un filósofo muy erudito", aunque ello no significa
probablemente sino que era un hombre prudente. Así pues, con el
consentimiento de Alejandro, San Gregorio le propuso como candidato a la
sede de Comana, el pueblo ratificó la elección, y el nuevo obispo fue
consagrado. San Gregorio de Nissa, a quien debemos el relato del
incidente, alaba mucho a San Alejandro como obispo y maestro. El santo
murió mártir, quemado en una hoguera. Naturalmente, es el patrono de los
carboneros.
Véase Acta Sanctorum, agosto, vol. II.

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Firmiliano Vescovo di Cesarea di Cappadocia († 268).
Di tutti i suoi scritti ci è giunta solo una lettera, diretta a
Cipriano di Cartagine, nella quale si parla del battesimo degli eretici.
In questa lettera Firmiliano sostiene le tesi di Cipriano e critica
aspramente il papa Stefano. Vedi Cipriano di Cartagine; Stefano.

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La abadía de San Denis
está situada en una pequeña ciudad a la cual se le ha dado este nombre,
aproximadamente a unas cuatro millas al Norte de París. San Denis
(Dionisio), el primer obispo de París, y sus acompañantes fueron
martirizados en el 270; y enterrados allí.


Historia - Curioso
fenómeno este de la mentira, que afecta a todos los ámbitos de la
existencia. La vida cotidiana está plagada de falacias, perturbada de
‘leyendas negras’ de las que no se salvan ni las noticias de hoy, que
son de actualidad, ni las de ayer, que constituyen la Historia. Las
biografías de los personajes más trascendentales están salpicadas de
opiniones infundadas, propagandas e imaginación con las que se rellenan
los huecos que deja el conocimiento. [«Una investigación histórica,
libre de prejuicios y vinculada únicamente con la documentación
científica es insustituible para derrumbar las barreras entre los
pueblos» Juan Pablo II, Magno].   Entonces, p
ara
conocer una historia es necesario, pero no suficiente, conocer los
hechos, pues es preciso también conocer el espíritu, o si se quiere la
intención que animó esos hechos, dándoles su significación más profunda
. No
podemos dar una respuesta ajena a la realidad histórica ni desconocer
los géneros literarios, la intencionalidad de las afirmaciones y en lo
posible, percibir el contexto comunitario y las palabras que nacían de
ese contexto vivo.Están los que hacen uso ‘selectivo de la memoria’ que
en realidad, es ‘una desmemoria’ y una forma de censurar el pasado según
los caprichos o creencias.
{En
la disciplina histórica (como en cualquier otra) es fundamental que los
conceptos utilizados guarden debida relación con las realidades que
pretenden describir o significar. De lo contrario, se corre el peligro
de que la historia llegue “a poblarse de fantasmas” por nuestra
ignorancia, caprichos o intereses. De hombres, hechos, notas y acontecimientos de tal época para comprender el contexto:




ANTIOQUÍA DE SIRIA
- ESCUELA TEOLÓGICA (Patrología). Según el historiador Eusebio de
Cesarea (Historia ecclesiastica 4, 10: PG 20, 367), el primero en
escribir obras catequéticas en A. es Teófilo, su quinto obispo. Antes,
merece citarse a S. Ignacio mártir (v.), su tercer obispo, autor de
célebres cartas. En los primeros momentos de la historia cristiana de A.
se dejó sentir algo el gnosticismo (v.), pero influyó menos que en
Alejandría. A. tardó en tener una Escuela que se pareciera a la de la
capital de Egipto (V. ALEJANDRÍA vi), aunque siempre hubo en A. personas
que se interesaban individualmente por el estudio de la S. E. y por la
explicación de las verdades reveladas. La característica de estos
doctores es una oposición radical a la exégesis alegórica de Alejandría.
En A. se estudia la divina revelación con la ayuda de la historia y de
la gramática, con un interés eminentemente práctico; así los presenta el
historiador Sócrates (Historia ecclesiastica 6, 3: PG 67, 668): «Se
atiende al sentido simple y literal de las divinas Escrituras, dejando a
un lado el sentido alegórico».
      Orígenes de
la Escuela. Cuando Pablo
de Samosata (v.) ocupa la sede episcopal de ANTIOQUÍA DE SIRIA empieza a
enseñar «de Cristo cosas bajas y mezquinas, contrarias a la enseñanza
de la Iglesia, como si hubiera sido un hombre ordinario» (Eusebio,
Historia ecclesiastica 7, 27, 2). En seguida se celebran tres concilios
en A. para examinar sus doctrinas (264-268), el tercero de los cuales
condenó a Pablo y pronunció contra él sentencia de deposición. En la
lucha contra éste se distinguió el presbítero Malquión, «varón docto,
que era asimismo director de la enseñanza de retórica de las escuelas
helenísticas de A.» (ib., 7, 29, 2). Pablo «enseña más o menos
abiertamente la herejía de Artemón, el adopcionismo (v.), pero con tanta
sutileza y arte que fue necesaria toda la habilidad de Malquión para
convencerle de hereje» (C. Korolevskij, o. c. en bibl., col. 569).

     
Es la primera vez que se da a conocer la existencia de una escuela en
A. Asistía a ella el presbítero Luciano (V. LUCIANO DE ANTIOQUÍA, SAN),
natural de Samosata o de la misma A., según otros, educado en Edesa en
la escuela del exegeta Macario, aunque ahora venía de Cesarea, donde
había seguido las lecciones de Orígenes (v.). Luciano, en compañía del
también presbítero Doroteo, establecen la llamada Escuela
exegético-teológica de A. De ella no sabemos ni las disciplinas que se
enseñaban, ni qué relación guardaba con el obispo. Al hablar de Doroteo,
dice Eusebio que le oyó sus lecciones en la Escuela; que era muy
versado en las ciencias de la S. E., que leía con todo conocimiento de
la lengua hebrea (Hist. eccl., 7, 32: PG 20, 721). La misma ciencia
escrituraria le atribuye á Luciano (ib., 9, 6: PG 20, 809). Este centro,
que más que propiamente Escuela debía llamarse Presbyterium, puesto
que. nunca tuvo una organización que se pareciera al Didaskalion de
Alejandría, ejerció una gran influencia exegética y teológica durante
los s. III y IV.
      Personajes y evolución. Discípulos de Luciano
fueron, entre otros, Eusebio de Nicomedia, Mari de Calcedonia, Leoncio
de A., Teognis de Nicea, Eudoxio, Antonio de Tarso, Asterio de
Capadocia, Arrio... (cfr. Filostorgio, Hist. eccl. 2, 14: PG 65, 477).
En cuanto al movimiento teológico se distinguieron Diodoro de Sicilia o
de Tarso (v.), Teodoro de Mopsuestia (v.), Juan Crisóstomo (v.) y
Teodoreto de Ciro (v.). Filostorgio acusa de cambiar la doctrina de
Luciano, a Teognis de Nicea, cuando dice: «El Padre puede ser llamado
Padre aun antes de engendrar al Hijo, porque existía en Él el poder de
engendrar» (ib. 11, 15: PG 65, 20); y a Asterio: «El Hijo es imagen
exacta de la ousía, de la voluntad, del poder y de la gloria del Padre»
(ib.). Todos los demás permanecieron fieles a Luciano (J. Tixeront, o.
c. en bibl., p. 2022.27). A la escuela asistieron también algunas
mujeres como Eustolium, Severa, Dorotea y Pelagia (cfr. G. Bardy, en DTC
IX, 1024 ss.).
      Generalmente, atendiendo a la cronología y al
desarrollo de las ideas, se distinguen tres etapas en la Escuela de A.:
1) Periodo de formación (290-370) constituido por Malquión, Doroteo y
Luciano hasta Diodoro de Tarso. 2) Periodo de madurez y de esplendor
(370-430), empieza con el obispo Flaviano (m. 404), pero es Diodoro de
Tarso (m. 394) quien le infunde vigor, aunque no supo evitar ciertas
expresiones demasiado aventuradas que despertaron sospecha sobre su
ortodoxia. Diodoro tiene como auxiliar en la enseñanza al presbítero
Evagro, amigo de S. Jerónimo (y.) (De viris illustribus, 125: PL 23,
711), y cuenta entre sus alumnos a Teodoro de Mopsuestia, que aplicó en
la enseñanza un método seguro en la exégesis, pero se dejó llevar de un
racionalismo exagerado, y a S. Juan Crisóstomo, del que no hablaremos
porque nunca enseñó en la Escuela. 3) Periodo de decadencia (a partir
del a. 430). Con Nestorio (v.), discípulo de Teodoro, la Escuela de A.
cae en la herejía, al enseñar la dualidad de personas en Cristo, siendo
condenado por el conc. de Lfeso (431; v.). Con ello la Escuela se
dispersó, y sus discípulos formaron diversos núcleos de la herejía por
el Oriente.
      Carácter de la ´Escuela. La escuela de Alejandría
(v.), bajo la influencia de Filón (v.), seguía una tendencia
especulativa, intuitiva y mística; la antioquena, por el contrario,
buscaba lo práctico, lo experimental, lo racional, lo lógico. En
Alejandría se prefería a Platón por sus vuelos contemplativos y su
elevación ideológica; en A. se inclinaban hacia un eclecticismo que
surgía de una mezcla de la Estoa y del Liceo, porque el carácter preciso
y riguroso de Aristóteles se avenía mejor con su modo de ser. En cuanto
al dogma, los alejandrinos insistían en el elemento racional y se
contentaban con demostrar que las verdades reveladas no se oponen a la
razón. Sistema que luego se apropió la Escolástica (v.). Con todo, la
oposición más sobresaliente la mantienen en el campo exegético. Mientras
en Alejandría se busca en la S. E. sobre todo la. alegoría y el sentido
místico, en A. se apoyan en el sentido literal, histórico y gramatical.
En Alejandría se celebra la cultura de los maestros; en A. su sentido
crítico. Si el alegorismo alejandrino no careció de peligros, cuando se
llevó al extremo, tampoco el realismo exagerado de A. fue un camino sin
tropiezos, como dice S. Jerónimo: «si turpitudinem litterae sequatur et
non ascendat ad decorem intelligentiae spiritualis» (In Amos, 2, 1: PL
25, 1003).
      Enseñanzas teológicas. Toda la enseñanza teológica
de la Escuela antioquena versa principalmente sobre tres puntos: la
cristología, la soteriología y la antropología. La primera aparece desde
sus comienzos afectada de subordinacionismo, por el que había sido
condenado en 268 su obispo Pablo de Samosata. Sobre las enseñanzas de
Luciano en este punto sabemos lo que indica S. Epifanio: «Luciano y
todos los lucianistas niegan que el Hijo de Dios haya tomado un alma,
dicen que tomó solamente una carne, para atribuir sin duda a Dios-Verbo
las pasiones humanas, el hambre, la sed, la fatiga» (Anacoratus, 33, 4:
PG 43, 77). El Hijo y el Espíritu Santo tienen una divinidad secundaria
respecto al Padre. El Padre es verdaderamente Padre, el Hijo es
verdaderamente Hijo, y el Espíritu Santo es verdaderamente Espíritu
Santo. En la Trinidad hay tres cosas por la hipóstasis, una sola por la
voluntad y la inteligencia (G. Bardy, 1. c.). El documento más antiguo
que se conserva sobre las enseñanzas de Luciano es una carta que el
obispo Alejandro de Alejandría dirigió a los obispos de Egipto, Siria,
Asia y Capadocia diez años después de la muerte de Luciano. El
historiador Teodoreto conserva este párrafo en su Historia
Ecclesiastica, 1, 4: «... su sucesor Luciano estuvo excomulgado largo
tiempo bajo tres obispos; las heces de la impiedad de aquellos herejes
han sido absorbidas por estos hombres que se han levantado de la nada...
Arrio, Aquilas y toda la cuadrilla de sus compañeros de malicia».
Luciano, pues, aunque lavó sus errores con su sangre de mártir en el a.
312, dejó un hondo sendero de herejía. Arrio y todos sus futuros
partidarios que fueron educados por Luciano en A., se jactaban de
llamarse «colucianistas» y formaban un grupo de apoyo para conseguir las
sedes episcopales (S. Epifanio, Haer. 69, 6; Teodoreto, Hist. eccl. 1,
4; E. Buonaiuti, o. c. en hibl.). El adopcionismo de Pablo de Samosata,
aunque algo modificado, sobrevive en la doctrina de Arrio (v.).
     
La idea que domina la cristología de la Escuela es demostrar que las
dos naturalezas conservan en Cristo todas sus propiedades, sin confusión
alguna. Al estudiar la unión existente entre la naturaleza divina y la
naturaleza humana llegan a estas conclusiones: esta unión no puede ser
física, ni hipostática, porque cualquiera de estas dos uniones alteraría
la integridad a la vez de la divinidad y de la humanidad (Teodoro de
M., Perí enanthropéseos: PG 6.6, 981). Desde el momento de la unión de
las dos naturalezas el Verbo habita en Jesús por la gracia, por la
benevolencia, no sustancialmente, sino como en un templo (íd., Adv.
Apoll., ed. Swete, III, p. 313). Por consiguiente, esta unión no es más
que de relación, una unión moral de sentimientos y de voluntad, como
entre dos buenos amigos. En Cristo, como hay dos naturalezas, hay
también dos personas, porque naturaleza y persona se identifican (íd.,
Per! enant.: PG 66, 981). Según esta doctrina, María no puede llamarse
Madre de Dios, título que impropiamente se le da; ella es madre del
hombre, pero es imposible que una virgen engendre a Dios (íd., Adv.
Apoll., ed. Swete, 1345). Estas ideas son las que difundiría Nestorio y
la herejía nestoriana (v. NESTORIO Y NESTORIANISMO).

     
Las ideas antioquenas sobre la soteriología no son fáciles de precisar.
La persona humana de Jesucristo tiene su desarrollo paralelo al de los
demás hombres, en medio de luchas, de combates y de vencimientos. En
todo hombre hay una posibilidad de vencer sus pasiones y superar sus
concupiscencias por medio de la virtud; esto se realiza plenamente en
Cristo. Esta virtud conseguida por Jesucristo no es solamente meritoria
para Él, sino también ejemplo para nosotros, puesto que nos ha enseñado
cómo aun en este mundo podemos conseguir una vida angélica. Jesucristo
aparecerá de nuevo para arrastrarnos a su imitación. Y en esto consiste
la Redención, según la Escuela de A., en la que no se observa el hecho
de un rescate, ni de un renacimiento, ni del perdón de los pecados.
     
El hombre en la antropología de Teodoro de M. es un nexo entre el mundo
espiritual y el mundo material, un heraldo de Dios en medio de la
creación. Dios le ha dado todas las fuerzas necesarias para conseguir su
fin, pero estas energías sólo se ponen en actividad por un principio de
vida divina que recibe en su unión con Dios, y que deberá a su vez
proyectar sobre las demás criaturas. Las tentaciones y las pruebas son
necesarias para lograr su fin. El primer hombre fue creado mortal; si
luego hablamos de una condenación después del pecado, es tan sólo en
metáfora, para inspirar en el hombre la aversión al pecado. Dios ha
permitido el pecado en el mundo, porque estaba seguro de que el hombre
podría regenerarse por los méritos conseguidos en sus luchas contra las
pasiones, preparándose de esta forma una resurrección bienaventurada.
     
Juicio sobre la Escuela de Antioquía. En el método y en los resultados
de esta Escuela se observan elementos positivos y negativos. Los grandes
maestros de A. crearon un método rigurosamente científico que aplicaron
en sus investigaciones, y dieron a la teología un movimiento que
promovió disputas encarnizadas, y obligó a los espíritus a analizar con
mayor sutileza los supuestos dogmáticos, preparando con ello las
solemnes definiciones conciliares. Apoyándose simplemente en la razón se
esforzaron en alcanzar el conocimiento de las verdades reveladas,
previniendo con ello la explicación racional de los dogmas. Pero A.
produjo también innumerables heresiarcas que ocasionaron la ruina de la
misma Escuela. Al negar el pecado original y su transmisión a los
nacidos de Adán, al insistir exageradamente en el poder del libre
albedrío, al negar la necesidad de la gracia divina y los principios
tradicionales sobre la redención, en Teodoro de M. se halla el germen y
las bases de la herejía que posteriormente propagaría Pelagio (v.). V.
t.: DIODORO DE SICILIA; TEODORO DE MOPSUESTIA; TEODORETO DE CIRO.

+++

San Mamés, Mártir (c.275 d.C.).
San Basilio y San
Gregorio Nazianceno cuentan que San Mamés era un pastor de Cesárea de
Capadocia que buscó desde la infancia el Reino de Dios con todas sus
fuerzas y se distinguió por su fervor en el servicio divino. Según la
tradición oriental, San Mamés soportó con intenso gozo espiritual los
más crueles tormentos que le infligieron los perseguidores y alcanzó la
corona del martirio. Pero, según e1 Martirologio Romano, "sufrió una
prolongada persecución desde la infancia hasta la ancianidad." Fuera de
la historicidad de su existencia, de su oficio de pastor y del sitio de
su martirio, no sabemos nada sobre él.
Entre las leyendas
asociadas con San Mamés hay una que recuerda la de Orfeo. El santo huyó
de los "lobos" de la ciudad y vivió apaciblemente entre los animales
salvajes, alimentándose de leche y miel. Cuando los perseguidores
arrojaron al mártir a las fieras, éstas se acercaron mansamente a él,
como ovejas que reconocen a su pastor, "se tendieron a sus pies y le
mostraron su afecto moviendo regocijadamente la cola." Más tarde, "un
león colosal", vio a San Mamés cargado de cadenas y se acercó a lamerle
los pies. Cuando los soldados intentaron aproximarse al santo, el león
les cogió entre las fauces y les depositó a sus pies. Entonces, San
Mamés ordenó al león que se retirase a su madriguera; la fiera obedeció
"llorando y suspirando."
Está fuera de duda
que San Mamés fue un santo muy popular. Basta con leer el panegírico de
San Basilio y las alusiones de San Gregorio Nazianceno para comprender
la devoción que le profesaban.
Véase Delehaye, Origines du culte des martyrs, p. 174, y Passions des Martyrs et les genres littéraires, pp. 198-200; y Analecta Bollandiana, vol. LVIII (1940), pp. 126-141 donde hay una novela extravagante en forma de actas; ibid., vol. LXX (1952), pp. 249-26l, sobre la leyenda de San Zósimo de Anazarbus.







 
De hombres, hechos, notas y acontecimientos de tal época para comprender el contexto:

Teognosto.
Teognosto fue probablemente el sucesor de Dionisio el Grande como director de la escuela de Alejandría. La dirigió del año 265, poco más o menos, hasta 282. Eusebio y Jerónimo no lo mencionan, mas Focio (Bibl. cod. 106) da un resumen de su obra, las Ηyροtyposeis (?ποτυπ?σεις), y relaciona sus ideas con las de Orígenes:
Se leyó la obra de Teognosto de Alejandría titulada Los esquemas del Bienaventurado Teognosto de Alejandría, intérprete de las Escrituras.
Comprende siete libros. En el primero trata del Padre, y se aplica a
demostrar que El es el creador del universo, contra quienes suponen que
la materia es coeterna con Dios; en el segundo expone argumentos para
probar que es necesario que el Padre tenga un Hijo; hablando del Hijo,
demuestra que es una criatura, que se encarga de los seres dotados de
razón. Al igual que Orígenes, dice otras cosas por el estilo acerca del
Hijo. Quizás lo haga seducido por la misma impiedad. Quizás (a lo que
parece) por el deseo de salir en su defensa, presentando todos estos
argumentos a manera de ejercicios retóricos, no como expresión de su
verdadera opinión. También es posible, en fin, que se permita apartarse
un poco de la verdad por consideración a la débil condición de su
auditorio. Este ignora quizá totalmente los misterios de la fe cristiana
y es incapaz de recibir la verdadera doctrina. Teognosto puede pensar
que es más provechoso para el auditorio tener cualquier conocimiento del
Hijo que no haber oído de El e ignorarlo completamente. En una
discusión oral no parece absurdo o censurable usar de un lenguaje
incorrecto; en ella dominan el juicio, la opinión y la energía del
disputante. En cambio, en el discurso escrito, que debe presentar el
rigor de una ley universal, el presentar, para disculparse, la manera en
que acaba de defenderse la blasfemia, es una justificación muy débil.
Como en el libro segundo, así también en el tercero, al tratar del
Espíritu Santo, el autor aduce argumentos para probar la existencia del
Espíritu Santo; pero, por lo demás, habla tan desatinadamente como
Orígenes en sus Principios.
En el libro cuarto dice análogos desatinos sobre los ángeles y
demonios, atribuyéndoles cuerpos sutiles. En el quinto y sexto relata
cómo se encarnó el Salvador, e intenta demostrar, a su manera, la posibilidad de la encarnación del Hijo.
Aquí también divaga mucho, especialmente cuando se aventura a decir que
nos imaginamos al Hijo, ora confinado en un lugar, otra en otro, y que
es ilimitado únicamente en su energía. En el libro séptimo, titulado
"Sobre la creación de Dios," discute otras cuestiones con profundo
espíritu de piedad — especialmente hacia el fin de la obra, cuando habla
del Hijo.
Su estilo es
vigoroso y exento de superfluidades. Usa un lenguaje magnífico,
comparable al ático ordinario, pero sin sacrificar su dignidad en aras
de la claridad o de la propiedad.
De la descripción
de Focio se ve claro que la obra de Teognosto era una especie de suma
dogmática, que seguía la doctrina de Orígenes y especialmente su
subordinacionismo. A excepción de un pequeño fragmento del libro
segundo, que Diekamp descubrió en un manuscrito veneciano del siglo XIV,
nada queda de las Hypotyposeis.

+++

POLÍTICA RELIGIOSA DE CLAUDIO

Expulsó
de Roma a los judíos que, a instigación de un tal Cristo, provocaban
turbulencias. Permitió a los diputados de los germanos sentarse en la
orquesta, agradándole mucho la franqueza y altivez con que aquellos
extranjeros, que habían sido colocados en medio del pueblo, fueron
espontáneamente a sentarse al lado de los embajadores de los partos y
armenios, sentados entre los senadores, diciendo que no les eran
inferiores en calidad ni en valor. Abolió completamente en las Galias la
cruel y atroz religión de los druidas, que Augusto no había hecho más
que prohibir a los ciudadanos. En cambio, trató de pasar del Atica a
Roma los misterios de Eleusis; y propuso reconstruir en Sicilia, por
cuenta del Tesoro público, el templo de Venus Ericina, que se había
desplomado por su vetustez. Contrajo alianza con los reyes en el Foro,
inmolando una cerda y haciendo leer por los feciales la antigua fórmula
de los juramentos. Mas estos actos, y en general todos los de su
gobierno, expresaban más bien la voluntad de sus mujeres y libertos que
la suya, no teniendo otra regla que el interés o capricho de éstos.

Suetonio,
Claudio, XXV, en: Cruz, N., "Relaciones Cristianismo-Imperio Romano.
Siglos I, II, III", en: Revista de Historia Universal, nº 8, 1987,
Santiago, p. 105.

NERÓN Y EL INCENDIO DE ROMA

Trazó
un plan nuevo para la construcción de edificios en Roma, e hizo
levantar a costa suya pórticos delante de todas las casas, fueran
particulares o de renta, con objeto de que se pudiese desde lo alto de
las terrazas combatir los incendios. Quería también prolongar hasta
Ostia las murallas de Roma y hacer llegar el mar a la ciudad por un
canal. Bajo su reinado se reprimieron y castigaron muchos abusos, y se
dictaron reglamentos muy severos. Puso límites al lujo: los festines que
se daban al pueblo quedaron convertidos en distribuciones de víveres:
prohibió que se vendiese ningún alimento cocinado en las tabernas,
exceptuando legumbres, cuando antes se vendía en ellas toda clase de
manjares. Los cristianos, clase de hombres llenos de supersticiones
nuevas y peligrosas, fueron entregados al suplicio. Púsose freno a la
licencia de los aurigas, a quienes un antiguo uso autorizaba a
vagabundear por la ciudad, engañando y robando a los ciudadanos para
divertirse. Desterraron a los pantomimos y a los que intrigaban en favor
o en contra de ellos 
Luego,
para acabar con este rumor, culpó y aplicó refinadísimos tormentos a
los que el vulgo llamaba cristianos, odiosos por sus maldades. Les venía
este nombre de Cristo, a quien bajo el Imperio de Tiberio, Poncio
Pilatos le condenó a muerte; reprimida por el momento esta detestable
superstición, reaparecía con más vigor. Y esto no sólo por Judea, cuna
de este mal, sino también a través de toda Roma, donde tiene fácil
acogida y desarrollo todo lo más atroz y vergonzoso de todas partes.
Primeramente fueron apresados los que declaraban su fe; después, por
revelaciones de ellos mismos, una gran multitud fue convencida, más que
de delito de incendio, de odio al género humano 

(1)
Suetonio, Nerón, XVI, en: Cruz, N., "Relaciones Cristianismo-Imperio
Romano. Siglos I, II, III", en: Revista de Historia Universal, nº 8,
1987, Santiago, p. 105 y s.
(2)
Tácito, Annales, XLIV, en: Cruz, N., "Relaciones Cristianismo-Imperio
Romano. Siglos I, II, III", en: Revista de Historia Universal, nº 8,
1987, Santiago, p. 106.

EL NUEVO GUSTO PLEBEYO EN EL SIGLO I d. C

(29)
En efecto, a la izquierda según se entraba, no lejos de la garita del
portero, un perro gigantesco, sujeto con una cadena, estaba pintado en
la pared, y encima escrito con letras capitales

CUIDADO CON EL PERRO
Mis
compañeros se desternillaban de la risa; yo, en cuanto recobré el
aliento, no perdí la ocasión de seguir en detalle el muro entero. Había
un mercado de esclavos pintado con sus letreros, y el propio Trimalción,
con melenas, tenía un caduceo en la mano y bajo la guía de Minerva
entraba en el pueblo. A continuación se representaba cómo había
aprendido las cuentas, luego cómo había llegado a administrador; todos
los pormenores los había figurado muy cuidadosamente con sus cartelas el
minucioso pintor. Al final del pórtico (...) Mercurio se lo llevaba a
un elevado sitial. A su lado estaban Fortuna, bien provista con el
cuerno de la abundancia, y las tres Parcas hilando sus rocadas de oro (1).
(71)[Habla
Trimalción]¿Qué me dices, amigo del alma? ¿Construyes mi panteón tal
como te mandé? Te ruego encarecidamente que a los pies de mi estatua
hagas pintar una perrita, y coronas de flores y oro perfumado, y todos
los combates de Petraite, para tener la suerte por tu servicio de seguir
vivo después de mi muerte. Aparte de esto, que tenga de frente cien
pies, y doscientos de fondo. Y quiero que haya toda clase de frutales en
torno a mis cenizas, y muchas, muchas viñas. Muy absurdo es que de
vivos se tengan casas llenas de detalles, y no preocuparse de aquellas
en las que habremos de habitar mucho más tiempo. Y por eso, antes de
nada quiero que se ponga:

ESTE PANTEÓN NO PASARÁ A LOS HEREDEROS
Por
otra parte me voy a cuidar de prevenir por testamento que no pueda
recibir ultrajes una vez muerto. voy, en efecto, a dejar a uno de mis
libertos encargado de mi sepulcro para que vigile que la gente no corra
tras de mi panteón a hacer aguas mayores. Te pido también que pongas las
naves que figuren en mi tumba marchando a todo trapo, y a mí en un
estrado, sentado, vestido de pretexta, con cinco anillos de oro y
distribuyendo de una escarcela monedas de oro a la gente; pues sabes que
di un banquete y dos denarios por persona. Póngase también, si te
parece, unos triclinios. Pondrás también a todos los de mi colegio
pasándoselo bien. A la derecha colocarás una estatua de mi querida
Fortunata con una paloma en la mano, y tirando de una perrilla atada con
una correa; y a mi muchachillo, y muchas ánforas selladas, para que no
se salga el vino, y esculpe una como tal que está rota, y sobre ella un
esclavo llorando. Y en el centro un reloj, para que todo el que mire la
hora, quiera o no quiera, lea mi nombre. En cuanto al epitafio, presta
también atención a ver si éste te parece suficientemente a propósito:
AQUÍ DESCANSA
GAYO POMPEYO TRIMALCIÓN MECENATIANO
LE FUE OTORGADO EL SEVIRADO EN SU AUSENCIA
PUDO ESTAR EN TODAS LAS DECURIAS DE ROMA
MAS NO QUISO
PIADOSO VALEROSO LEAL
SALIÓ DE CASI LA NADA
DEJÓ TREINTA MILLONES DE SESTERCIOS
Y NUNCA OYÓ A UN FILÓSOFO
QUEDA EN PAZ
-Y TÚ TAMBIÉN 

(1) Petronio, Satiricón, Trad. de M. Díaz y Díaz, Ed. Orbis, 1982, Barcelona, España p. 35.
(2) Petronio, Satiricón, Trad. de M. Díaz y Díaz, Ed. Orbis, 1982, Barcelona, España p. 92-94.



CARTA DE PLINIO A TRAJANO Y RESPUESTA (s. II)

C. Plinio al Emperador Trajano.
Señor,
me hago una obligación de exponerte todas mis dudas. En efecto, quién
mejor que tú podrá disipar mis dudas y aclarar mi ignorancia. Yo no
había jamás asistido a la instrucción o a un juicio contra los
cristianos, por tanto no sé en qué consiste la información que se debe
hacer en contra de ellos, ni sobre qué base condenarlos, como tampoco sé
de las diversas penas a las cuales se les debe someter. Mi indecisión
parte de una serie de puntos que no sé como resolver. ¿Debo tener en
cuenta la diferencia de edades entre ellos o, sin distinguir entre
jóvenes y viejos, los debo castigar a todos con la misma pena? ¿Debo
conceder el perdón a aquellos que se arrepienten? Y, en aquellos que
fueron cristianos, ¿subsiste el crimen una vez que dejaron de serlo? ¿Es
el mismo nombre de cristianos, independiente de todo otro crimen, lo
que debe ser castigado, o los crímenes relacionados con ese nombre? Te
expongo la actitud que he tenido frente a los cristianos presentados
ante mi tribunal. En el interrogatorio les he preguntado si son
cristianos, luego durante el interrogatorio, a los que han dicho que sí,
les he repetido la pregunta una segunda y tercera vez, y los he
amenazado con el suplicio: si hay quienes persisten en su afirmación yo
los hago matar. En mi criterio consideré necesario castigar a los que no
abjuraron en forma obstinada. A los que entre estos eran ciudadanos
romanos, los puse aparte para enviarlos frente al pretor de Roma. A
medida que ha avanzado la investigación se han ido presentando casos
diferentes. Me llegó una acusación anónima que contenía una larga lista
de personas acusadas de ser cristianos. Unas me lo negaron formalmente
diciendo que no lo eran más y otras me dijeron que no lo habían sido
nunca. Por orden mía delante del tribunal ellos han invocado a los
dioses, quemado los inciensos, ofrecido las libaciones delante de sus
estatuas y delante de la tuya que yo había hecho traer, finalmente ellos
han maldecido al Cristo, todas cosas que jamás un verdadero cristiano
aceptaría hacer.
Otros,
después de haberse declarado cristianos, aceptaron retractarse diciendo
que lo habían sido precedentemente pero que habían dejado de serlo;
algunos de éstos habían sido cristianos hasta hace tres años, otros lo
habían dejado hace un período más largo, y otros hasta hace más de
veinticinco años. Todos estos, igualmente, han adorado tu estatua y
maldecido al Cristo. Han declarado que todo su error o su falta ha
consistido en reunirse algunos días fijos antes de la salida del sol
para cantar en comunidad los himnos en honor a Cristo que ellos
reverencian como a un Dios. Ellos se unen por un sacramento y no por
acción criminal alguna, sino que al contrario para no cometer fraudes,
adulterios, para no faltar jamás a su palabra. Luego de esta primera
ceremonia ellos se separan y se vuelven a unir para un ágape en común,
el cual, verdaderamente, nada tiene de malo. Los que ante mí pasaron han
insistido que ellos han abandonado todas esas prácticas. Luego de mi
edicto que, según tus órdenes, prohibía las asambleas secretas, he
creído necesario llevar adelante mis investigaciones y he hecho torturar
dos esclavas, que ellos llaman "siervos", para arrancarles la verdad.
Lo único que he podido constatar es que tienen una superstición excesiva
y miserable. Así, suspendiendo todo interrogatorio, recurro a tu
sabiduría. La situación me ha parecido digna de un examen profundo,
máxime teniendo en cuenta los nombres de los inculpados. Son una
multitud de personas de todas las edades, de todos los sexos, de todas
las condiciones. Esta superstición no ha infectado sólo las ciudades,
sino que también los pueblos y los campos. Yo creo que será posible
frenarla y reprimirla. Ya hay un hecho que es claro, y este es que la
muchedumbre comienza a volver a nuestros templos que antes estaban casi
desiertos; los sacrificios solemnes, por largo tiempo interrumpidos, han
retomado su curso. Creo que dentro de poco será fácil enmendar a la
multitud.

De Trajano a Plinio el Joven.
Querido
Plinio, tú has actuado muy bien en los procesos contra los cristianos. A
este respecto no será posible establecer normas fijas. Ellos no deberán
ser perseguidos, pero deberán ser castigados en caso de ser
denunciados. En cualquier caso, si el acusado declara que deja de ser
cristiano y lo prueba por la vía de los hechos, esto es, consiente en
adorar nuestros dioses, en ese caso debe ser perdonado. Por lo que
respecta a las denuncias anónimas, estas no deben ser aceptadas por
ningún motivo ya que ellas constituyen un detestable ejemplo: son cosas
que no corresponden a nuestro siglo.

Cayo
Plinio Cecilio Segundo, Panegírico de Trajano y Cartas, Cartas XCVII y
XCVIII, tomo II, Biblioteca clásica, tomo CLV, Texto en latín del
rescripto de Trajano en: Blanco, V., Orlandis, J., Textos Latinos:
Patrísticos, Filosóficos, Jurídicos, Ed. Gómez, 1954, Pamplona, p. 103,
cit. en: Antoine, C., Martínez, H., Stambuk, M., Yáñez, R., Relaciones
entre la Iglesia y el Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado
De La Monarquía de Dante, Memoria Inédita, Academia Superior de Ciencias
Pedagógicas, 1985, Santiago, pp. 292-294; cit. tb. en: Cruz, N.,
"Relaciones Cristianismo-Imperio Romano. Siglos I, II, III", en: Revista
de Historia Universal, nº 8, 1987, Santiago, p. 109-111.
  
DE LA PERSECUCIÓN DE SEVERO

Y
como también Severo suscitara una persecución contra las iglesias, en
todas partes se consumaron espléndidos martirios de los atletas de la
religión, pero se multiplicaron especialmente en Alejandría. Los atletas
de Dios fueron enviados allá, como al estadio más grande, desde Egipto y
toda Tebaida, y por su firmísima paciencia en diversos tormentos y
géneros de muerte, se ciñeron las coronas preparadas por Dios. Entre
ellos se encontraba también Leónidas, llamado "el padre de Orígenes",
que fue decapitado, y dejó a su hijo todavía muy joven. No estará de más
describir brevemente con qué predilección por la palabra divina vivió
el muchacho desde entonces, ya que es abundantísimo lo que de él se
cuenta de célebre entre la gran mayoría.

Eusebio
de Cesárea, Historia Eclesiástica, VI, 1, en: Cruz, N., "Relaciones
Cristianismo-Imperio Romano. Siglos I, II, III", en: Revista de Historia
Universal, nº 8, 1987, Santiago, pp. 118.
  
DE LA PERVERSIDAD DE DECIO Y GALO

A
Decio, que no reinó el par de años completos, pues enseguida fue
degollado junto con sus hijos, le sucede Galo. En este tiempo muere
Orígenes, cumplidos los sesenta y nueve años de su vida. Dionisio, por
su parte, escribiendo a Hermamón, dice de Galo esto que sigue:
"Pero
es que Galo ni reconoció el mal de Decio ni tuvo la precaución de
examinar qué le derribó, sino que vino a estrellarse contra la misma
piedra que estaba delante de sus ojos. Cuando el imperio moraba bien y
los asuntos salían a pedir de boca, expulsó a los santos varones que
ante Dios intercedían por su paz y por su salud, y, en consecuencia,
junto con ellos, persiguió también a las oraciones hechas en su favor".
Esto, pues, acerca de Galo.

Eusebio
de Cesárea, Historia Eclesiástica, VII, 1, en: Cruz, N., "Relaciones
Cristianismo-Imperio Romano. Siglos I, II, III", en: Revista de Historia
Universal, nº 8, 1987, Santiago, p. 118.
  
PERSECUCIÓN DE DECIO

En
efecto, tras muchos años, surgió para vejar a la Iglesia el execrable
animal Decio. Pues, ¿quién sino un malo puede ser perseguidor de la
justicia? Como si hubiese sido elevado a la cumbre del poder con esta
finalidad, comenzó rápidamente a volcar su cólera contra Dios para que
rápida fuese su caída. Habiendo marchado en expedición contra los
carpos, que habían ocupado Dacia y Mesia, rodeado de improviso por los
bárbaros, fue destruido con gran parte del ejército. Ni siquiera pudo
ser honrado con la sepultura, sino que, despojado y desnudo, como
correspondía a un enemigo de Dios, fue pasto de las aves de presa en el
suelo.

Lactancio,
Sobre la muerte de los perseguidores, en: Cruz, N., "Relaciones
Cristianismo-Imperio Romano. Siglos I, II, III", en: Revista de Historia
Universal, nº 8, 1987, Santiago, p. 119.
  
CERTIFICADO DE LA PERSECUCIÓN DE DECIO

A
la comisión de sacrificios de la aldea de la isla de Alejandro (islote
del Fayum), de parte de Aurelio Diógenes, hijo de Satabó, natural de la
misma isla de Alejandro, de unos setenta y dos años de edad. Cicatriz en
la ceja derecha. Siempre he cumplido con los sacrificios a los dioses, y
ahora, en vuestra presencia, conforme a lo mandado por el edicto, he
sacrificado, ofrecido libaciones y tomado parte en el banquete sagrado, y
os suplico que así lo certifiquéis.
Salud. Aurelio Diógenes, que presenté esta instancia. Yo Aurelio certifico...
Año primero del Emperador César Cayo Mesio Quinto Trajano Decio Pío Feliz Augusto.
A dos del mes de Epiph (26 de junio de 250).

En:
A.M. Mártires siglo III, en: Cruz, N., "Relaciones Cristianismo-Imperio
Romano. Siglos I, II, III", en: Revista de Historia Universal, nº 8,
1987, Santiago, p. 119.

  
DE VALERIANO Y SU PERSECUCIÓN

1.
Galo y su equipo, después de haber retenido el mando casi dos años,
fueron derrocados, y les sucedieron en el gobierno Valeriano y su hijo
Galieno.

2.
Otra vez, pues, nos es dado a conocer lo que de él cuenta Dionisio por
la carta dirigida a Hermamón, en la cual lleva su narración de la
siguiente manera:
"Y
también a Juan le fue revelado igualmente: Y se le dio, dice, una boca
que profiere grandezas y blasfemias, y le fueron dados poder y cuarenta y
dos meses.

3.
"Pero ambas cosas son de admirar en Valeriano, y sobre todo se ha de
considerar cómo era al principio, qué favorable y benevolente para con
los hombres de Dios, porque, antes de él, ningún otro emperador, ni
siquiera los que se dice que abiertamente fueron cristianos, tuvo una
disposición tan favorable y acogedora. Al comienzo los recibía con una
familiaridad y una amistad manifiestas, y toda su casa estaba llena de
hombres piadosos y era una Iglesia de Dios.

4.
"Pero el maestro y jefe supremo de los magos de Egipto logró
persuadirle a que se desembarazase de ellos, y le ordenaba matar y
perseguir a los puros y santos varones, porque eran contrarios y
obstáculo de sus infames y abominables encantamientos (pues son,
efectivamente, y eran capaces, con su presencia y con su vista, e
incluso únicamente con su respiración y el sonido de su voz, de destruir
las asechanzas de los pestíferos demonios), y le sugería realizar
iniciaciones impuras, sortilegios abominables y ritos de mal auspicio,
así como degollar a míseros niños, inmolar a hijos de padres
infortunados, abrir entrañas de recién nacidos y cortar y despedazar las
criaturas de Dios, como si por todo esto hubieran de ser felices.

5. Y a esto añade lo siguiente:
"En
consecuencia, Macriano les ofreció buenos sacrificios de acción de
gracias por el imperio que esperaba. El, que en un principio había
estado al frente de las cuentas universales del emperador, no tuvo un
solo pensamiento razonable ni universal, sino que cayó bajo la maldición
del profeta que dice: ¡Ay de los que profetizan desde su propio corazón
y no miran lo universal!

6.
"Y es que no comprendió la providencia universal ni temió el juicio del
que antes que está antes que todo, a través de todo y sobre todo, por
lo cual se convirtió en enemigo de su Iglesia universal, se hizo ajeno y
se desterró a sí mismo de la misericordia de Dios, y huyó lejísimo de
su propia salvación, mostrando en ello la verdad de su propio nombre".

7. Y después de otras cosas vuelve a decir:
"Valeriano,
efectivamente, inducido por éste a tales excesos, se vio objeto de
insultos y ultrajes, según la sentencia de Isaías: Y éstos escogieron
para sí los caminos y las abominaciones que su alma quiso; pues yo me
escogeré sus burlas y he de recompensarles sus pecados.
"Macriano,
en cambio, enloquecía por el imperio, a pesar de no merecerlo; y no
pudiendo revestir él los ornamentos imperiales en su cuerpo contrahecho,
propuso a sus dos hijos, que así recibieron los pecados paternos, pues
fue bien clara en ellos la predicción hecha por Dios: Yo, que castigo
los pecados de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta
generación de los que me odian.
"En
efecto, al arrojar sus propios malvados deseos, que se habían
frustrado, sobre las cabezas de sus hijos, también les transfirió su
propia maldad y su odio a Dios".
Y ésto es lo que Dionisio dice sobre Valeriano.

Eusebio
de Cesárea,Historia Eclesiástica, VII, 10, en: Cruz, N., "Relaciones
Cristianismo-Imperio Romano. Siglos I, II, III", en: Revista de Historia
Universal, nº 8, 1987, Santiago, pp. 124 y s.
  
DE LA PAZ EN TIEMPO DE GALIENO

Pero
no mucho después, mientras Valeriano sufría la esclavitud entre los
bárbaros, empezó a reinar solo su hijo y gobernó con mayor sensatez.
Inmediatamente puso fin, mediante edictos, a la persecución contra
nosotros, y ordenó por un rescripto a los que presidían la palabra que
libremente ejercieran sus funciones acostumbradas. El rescripto rezaba
así:
"El
emperador César Publio Licinio Galieno Pío Félix Augusto, a Dionisio,
Pina, Demetrio y a los demás obispos: He mandado que el beneficio de mi
don se extienda por todo el mundo, con el fin de que se evacuen los
lugares sagrados y por ello también podáis disfrutar de la regla
contenida en mi rescripto, de manera que nadie pueda molestaros. Y
aquello que podáis recuperar, en la medida de lo posible, hace ya tiempo
que lo he concedido. Por lo cual, Aurelio Cirinio, que está al frente
de los asuntos supremos, mantendrá cuidadosamente la regla dada por mí".
Quede
inserto aquí, para mayor claridad, este rescripto, traducido del latín.
Se conserva también, del mismo emperador, otra ordenanza que dirigió a
otros obispos y en que permite la recuperación de los lugares llamados
cementerios.
En
este tiempo, Sixto seguía todavía rigiendo la Iglesia de Roma;
Demetriano, en cambio, la de Antioquía, a continuación de Fabio; y
Firmiliano, la de Cesárea de Capadocia; además de éstos, regían las
iglesias del Ponto, Gregorio y su hermano Atenodoro, discípulos de
Orígenes. Por lo que atañe a Cesárea de Palestina, muerto Teoctisto,
recibe en sucesión el episcopado Domno, pero, habiendo éste sobrevivido
breve tiempo, fue instituido sucesor Teotecno, contemporáneo nuestro,
que también era de la escuela de Orígenes. Pero también en Jerusalén,
muerto Mazalbano, recibe en sucesión el trono Himeneo, el mismo que ha
brillado muchísimos años en nuestra época.

Eusebio
de Cesárea,Historia Eclesiástica, VII, 13 y 14, en: Cruz, N.,
"Relaciones Cristianismo-Imperio Romano. Siglos I, II, III", en: Revista
de Historia Universal, nº 8, 1987, Santiago, pp. 126 y s.


SEMBLANZA DE DIOCLECIANO

Diocleciano,
que fue inventor de crímenes y un maquinador de maldades, al tiempo que
arruinaba todas las demás cosas, tampoco pudo abstenerse de levantar
sus manos contra Dios. Con su avaricia y su timidez alteró la faz de la
tierra. En efecto, dividiendo la tierra en cuatro partes hizo a otros
tres emperadores partícipes de su poder. Paralelamente multiplicó el
ejército, pues cada cual contendía por disponer de un ejército mayor que
el que cada uno de los emperadores anteriores había tenido cuando uno
solo estaba al frente de todo el Estado. Se llegó al extremo de que era
mayor el número de los que vivían de los impuestos que el de los
contribuyentes, hasta el punto de que, al ser consumidos por la
enormidad de las contribuciones los recursos de los colonos, las tierras
quedaban abandonadas y los campos cultivados se transformaban en
selvas.

Lactancio,
De la muerte de los perseguidores, en: Cruz, N., "Relaciones
Cristianismo-Imperio Romano. Siglos I, II, III", en: Revista de Historia
Universal, nº 8, 1987, Santiago, pp. 129.

DE LA PALINODIA DE LOS SOBERANOS. EDICTO DE TOLERANCIA (311)

1.
Luchando contra males tan grandes, se dio cuenta de las atrocidades que
había osado cometer contra los adoradores de Dios y, en consecuencia,
recogiendo en sí su pensamiento, primeramente confesó al Dios del
universo y luego, llamando a los de su séquito, dio órdenes de que, sin
diferirlo un momento, hicieran cesar la persecución contra los
cristianos y que, mediante una ley y un decreto imperiales, les dieran
prisa para que construyeran sus iglesias y practicaran el culto
acostumbrado, ofreciendo oraciones por el emperador.
2.
Inmediatamente, pues las obras siguieron a las palabras, y por todas
las ciudades, se divulgó un edicto que contenía la palinodia de lo hecho
con nosotros, en los términos siguientes:
3.
"El emperador César Galerio Valerio Maximiano, Augusto Invicto,
Pontífice Máximo, Germánico Máximo, Egipcio Máximo, Tebeo Máximo,
Sármata Máximo cinco veces, Persa Máximo dos veces, Carpo Máximo seis
veces, Armenio Máximo, Medo Máximo, Adiabeno Máximo, Tribuno de la Plebe
veinte veces, Imperator diecinueve veces, Cónsul ocho veces, Padre de
la Patria, Procónsul;
4.
"y el emperador César Flavio Valerio Constantino Pío Félix Invicto,
Augusto, Pontífice Máximo, Tribuno de la Plebe, Imperator cinco veces,
Cónsul, Padre de la Patria, Procónsul;
5.
"y el emperador César Valerio Liciniano Licinio Pío Félix, Invicto
Augusto, Pontífice Máximo, Tribuno de la Plebe cuatro veces, Imperator
tres veces, Cónsul, Padre de la Patria, Procónsul, a los habitantes de
sus propias provincias, salud.
6.
"Entre las otras medidas que hemos tomado para utilidad y provecho del
Estado, ya anteriormente fue voluntad nuestra enderezar todas las cosas
conforme a las antiguas leyes y orden público de los romanos y proveer a
que también los cristianos, que tenían abandonada la secta de sus
antepasados, volviesen al buen propósito.
7.
"Porque, debido a algún especial razonamiento, es tan grande la
ambición que los retiene y la locura que los domina, que no siguen lo
que enseñaron los antiguos, lo mismo que tal vez sus propios
progenitores establecieron anteriormente, sino que, según el propio
designio y la real gana de cada cual, se hicieron leyes para sí mismos, y
éstas guardan, habiendo logrado reunir muchedumbres diversas en
diversos lugares.
8.
"Por tal causa, cuando a ello siguió una orden nuestra de que se
cambiasen a lo establecido por los antiguos, un gran número estuvo
sujeto a peligro, y otro gran número se vio perturbado y sufrió toda
clase de muertes.
9.
"Mas como la mayoría persistiera en la misma locura y viéramos que ni
rendían a los dioses celestes el culto debido ni atendían al de los
cristianos, fijándonos en nuestra benignidad y en nuestra constante
costumbre de otorgar perdón a todos los hombres, creímos que era
necesario extender también de la mejor gana al presente caso nuestra
indulgencia, para que de nuevo haya cristianos y compongan las casas en
que se reunían, de tal manera que no practiquen nada contrario al orden
público. Por medio de otra carta mostraré a los jueces lo que deberán
observar.
10.
"En consecuencia, a cambio de esta indulgencia nuestra, deberán rogar a
su Dios por nuestra salvación, por la del Estado y por la suya propia,
con el fin de que, por todos los medios, el Estado se mantenga sano y
puedan ellos vivir tranquilos en sus propios hogares".
11.
Tal era el tenor de este edicto escrito en lengua latina y traducido en
lo posible al griego. Qué ocurrió después de ésto, tiempo es de
examinarlo.

Eusebio
de Cesárea, Historia Eclesiástica, VIII, 17, 1-11, en: Cruz, N.,
"Relaciones Cristianismo-Imperio Romano. Siglos I, II, III", en: Revista
de Historia Universal, nº 8, 1987, Santiago, pp. 132-134. v. tb.: Apud
Lactantium, De mortibus persecutorum, 34, ed. Corpus Scriptorum
Ecclesiasticorum Latinorum (Viena, 1866), en: Gallego Blanco, E.,
Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media, Ediciones
Revista de Occidente, 1970, Madrid, p. 63, cit. en: Antoine, C.,
Martínez, H., Stambuk, M., Yáñez, R., Relaciones entre la Iglesia y el
Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado De La Monarquía de
Dante, Memoria Inédita, Academia Superior de Ciencias Pedagógicas, 1985,
Santiago, p. 296.


BATALLA DEL PUENTE MILVIO

Ya
se había iniciado entre ellos la guerra civil. Majencio, aunque
permanecía en Roma, pues había recibido una respuesta del oráculo en el
sentido de que perecería si salía de las puertas de la ciudad, llevaba
la guerra por medio de hábiles generales. Majencio disponía de mayor
número de hombres porque había heredado de Severo el ejército de su
padre y el suyo propio lo había reclutado recientemente, a base de
contingentes de moros y gétulos.
Se
inició la lucha, y al comienzo lograron imponerse los soldados de
Majencio hasta que, posteriormente, Constantino, con ánimo renovado y
dispuesto a todo, movió sus tropas hasta las proximidades de Roma y
acampó junto al puente Milvio. Estaba próxima la fecha en que Majencio
conmemoraba su ascenso al poder, el 27 de octubre, y sus Quinquenales
tocaban a su fin. Constantino fue advertido en sueños para que grabase
en los escudos el signo celeste de Dios y entablase de este modo la
batalla. Pone en práctica lo que se le había ordenado y, haciendo girar
la letra X con su extremidad superior curvada en círculo, graba el
nombre de Cristo en los escudos. El ejército, protegido con este
emblema, toma las armas. El enemigo avanza sin la presencia de su
emperador y cruza el puente. Los dos ejércitos chocan frente a frente y
se lucha por ambos bandos con extrema violencia: y ni en éstos ni en
aquéllos era la huida conocida.

Lactancio,
De la muerte de los perseguidores, en: Cruz, N., "Relaciones
Cristianismo-Imperio Romano. Siglos I, II, III", en: Revista de Historia
Universal, nº 8, 1987, Santiago, pp. 134.

EL EDICTO DE MILÁN (313)

1..............
2.
Al considerar, ya desde hace tiempo, que no se ha de negar la libertad
de la religión, sino que debe otorgarse a la mente y a la voluntad de
cada uno la facultad de ocuparse de los asuntos divinos según la
preferencia de cada cual, teníamos mandado a los cristianos que
guardasen la fe de su elección y de su religión.
3. Mas,  como
quiera que en aquel rescripto en que a los mismos se les otorgaba
semejante facultad parecía que se añadía claramente muchas y diversas
condiciones, quizás se dio que algunos de ellos fueron poco después
violentamente apartados de dicha observancia.

4.
Cuando yo, Constantino Augusto, y yo, Licinio Augusto, nos reunimos
felizmente en Milán y nos pusimos a discutir todo lo que importaba al
provecho y utilidad públicas, entre las cosas que nos parecían de
utilidad para todos en muchos aspectos, decidimos sobre todo distribuir
unas primeras disposiciones en que se aseguraban el respeto y el culto a
la divinidad, esto es, para dar, tanto a los cristianos como a todos en
general, libre elección en seguir la religión que quisieran, con el fin
de que lo mismo a nosotros que a cuantos viven bajo nuestra autoridad
nos puedan ser favorables la divinidad y los poderes celestiales que
haya.

5.
Por lo tanto, fue por un saludable y rectísimo razonamiento por lo que
decidimos tomar esta nuestra resolución: que a nadie se le niegue en
absoluto la facultad de seguir y escoger la observancia o la religión de
los cristianos, y que a cada uno se le dé facultad de entregar su
propia mente a la religión que crea que se adapta a él, a fin de que la
divinidad pueda en todas las cosas otorgarnos su habitual solicitud y
benevolencia.
6.
Así, era natural que diéramos en rescripto lo que era de nuestro
agrado: que, suprimidas por completo las condiciones que se contenían en
nuestras primeras cartas a tu santidad acerca de los cristianos,
también se suprimiera todo lo que parecía ser enteramente siniestro y
ajeno a nuestra mansedumbre, y que ahora cada uno de los que sostienen
la misma resolución de observar la religión de los cristianos, la
observe libre y simplemente, sin traba alguna.

7.
Todo lo cual decidimos manifestarlo de la manera más completa a tu
solicitud, para que sepas que nosotros hemos dado a los mismos
cristianos libre y absoluta facultad de cultivar su propia religión.
8.
Ya que estás viendo lo que precisamente les hemos dado nosotros sin
restricción alguna, tu santidad comprenderá que también a otros, a
quienes lo quieran, se les dé facultad de seguir sus propias observancia
y religiones -lo que precisamente está claro que conviene a la
tranquilidad de nuestros tiempos-, de suerte que cada uno tenga
posibilidad de escoger y dar culto a la divinidad que quiera.
Esto es lo que hemos hecho, con el fin de que no parezca que menoscabamos en lo más mínimo el honor o la religión de nadie.

9.
Pero, además, en atención a las personas de los cristianos, hemos
decidido también lo siguiente: que los lugares suyos en que tenían por
costumbre anteriormente reunirse y acerca de los cuales ya en la carta
anterior enviada a tu santidad había otra regla, delimitada para el
tiempo anterior, si apareciese que alguien los tiene comprados, bien a
nuestro tesoro público, bien a cualquier otro, que los restituya a los
mismos cristianos, sin reclamar dinero ni compensación alguna, dejando
de lado toda negligencia y todo equívoco. Y si algunos, por acaso, los
recibieron como don, que esos mismos lugares sean restituidos lo más
rápidamente posible a los mismos cristianos.
10.
Mas de tal manera que, tanto los que habían comprado dichos lugares
como los que lo recibieron de regalo, si pidieran alguna compensación de
nuestra benevolencia, puedan acudir al magistrado que juzga en el
lugar, para que también se provea a ello por medio de nuestra bondad.
11.
Todo lo cual deberá ser entregado a la corporación de los cristianos,
por lo mismo, gracias a tu solicitud, sin la menor dilatación.
Y
como quiera que los mismos cristianos no solamente tienen aquellos
lugares en que acostumbraban a reunirse, sino que se sabe que también
otros lugares pertenecientes, no a cada uno de ellos, sino al derecho de
su corporación, esto es, de los cristianos, en virtud de la ley que
anteriormente he dicho mandarás que todos esos bienes sean restituidos
sin la menor protesta a los mismos cristianos, esto es, a su
corporación, y a cada una de sus asambleas, guardada, evidentemente, la
razón arriba expuesta: que quienes, como tenemos dicho, los restituyan
sin recompensa, esperen de nuestra benevolencia su propia indemnización.
12.
En todo ello deberás ofrecer a la dicha corporación de los cristianos
la más eficaz diligencia, para que nuestro mandato se cumpla lo más
rápidamente posible y para que también en esto, gracias a nuestra
bondad, se provea a la común y pública tranquilidad.
13.
Efectivamente, por esta razón, como también queda dicho, la divina
solicitud por nosotros, que ya en muchos asuntos hemos experimentado,
permanecerá asegurada por todo el tiempo.
14.
Y para que el alcance de esta nuestra legislación benevolente pueda
llegar a conocimiento de todos, es preciso que todo lo que nosotros
hemos escrito tenga preferencia y por orden tuya se publique por todas
partes y se lleve a conocimiento de todos, para que a nadie se le pueda
ocultar esta legislación, fruto de nuestra benevolencia.

Eusebio
de Cesárea, Historia Eclesiástica, X, 5, en: Cruz, N., "Relaciones
Cristianismo-Imperio Romano. Siglos I, II, III", en: Revista de Historia
Universal, nº 8, 1987, Santiago, pp. 135 y ss. v. tb.: : Antoine, C.,
Martínez, H., Stambuk, M., Yáñez, R., Relaciones entre la Iglesia y el
Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado De La Monarquía de
Dante, Memoria Inédita, Academia Superior de Ciencias Pedagógicas, 1985,
Santiago, p. 298-300, cit. a: Apud Lactantium, De mortibus
persecutorum, 48, ed. Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum
(Viena, 1866), en: Gallego Blanco, E., Relaciones entre la Iglesia y el
Estado en la Edad Media, Ediciones Revista de Occidente, 1970, Madrid,
p. 64-67; Artola, M., Textos fundamentales para el estudio de la
Historia, Biblioteca de la Revista de Occidente, 1975, Madrid, pp.
21-22; Huber, S., Los Santos Padres. Sinopsis desde los tiempos
Apostólicos hasta el siglo sexto, Ed. Desclée de Brouwer, 1946, Buenos
Aires, pp. 404-406.

  
DISCURSO DE CONSTANTINO A LA ASAMBLEA DE LOS SANTOS (325)

3.
Si hubiera varios dioses, ¿a cuál de ellos deberían los hombres dirigir
sus plegarias? ¿Cómo podría yo honrar a un dios sin deshonrar a los
demás? Si hubiera varios dioses, surgirían entre ellos los odios, las
rivalidades y los reproches, y se produciría un desorden inimaginable.
Esa discordia entre los espíritus celestes, además, sería muy
perjudicial para los habitantes de la tierra: desaparecería la ordenada
alternancia entre las estaciones del año, con la consecuente escasez de
alimentos, y se alteraría la periódica sucesión de días y de noches.
V.24.
Yo te pregunto, Decio, a ti que estuviste animado por una ira tan
envenenada contra la Iglesia, que perseguiste a los justos con un fervor
tan implacable, yo te pregunto, digo, ¿cómo te encuentras ahora,
después de muerto?, ¿cuán grandes aflicciones te acosan? El tiempo que
precedió inmediatamente a tu fin, cuando tú y tu ejército fueron
vencidos en las llanuras de Escitia y expusiste el honor de Roma al
escarnio de los godos, dio pruebas suficientes de tu desdichado destino.
Tú también, Valeriano, que mostraste la misma crueldad de espíritu
contra los servidores de Dios, brindaste un ejemplo aterrador de su
justicia cuando fuiste hecho prisionero por los persas, que te llevaron
como trofeo, vestido aún de púrpura y con los atavíos de emperador, y
luego te desollaron y embalsamaron para conservar la memoria de tu
desgracia. Y tú, Aureliano, que eras culpable de los más enormes
crímenes, ¿no recibiste acaso un castigo ejemplar cuando fuiste muerto
en Tracia y regaste la tierra con tu impía sangre?
V.25.
¿Qué fruto sacó Diocleciano de la guerra que declaró a Dios, sino pasar
el resto de su vida temiendo siempre el golpe del rayo? Nicomedia da fe
de ello, y los testigos -soy uno de ellos- lo confirman. El palacio y
los aposentos privados de Diocleciano fueron devorados por el fuego del
cielo. Finalmente, la Providencia castigó su crueldad.

Eusebio
de Cesárea, Vita Constantini, V, en: Migne, Patrología Griega, t. XX,
col. 1233-1316, en: Arbea, A., "Doctrina religioso política en un
discurso de Constantino", en: Revista de Historia Universal, (nº 5) I,
Pontificia Universidad Católica de Chile, 1986, pp. 15 y 19 y s.

SAN SILVESTRE Y CONSTANTINO EL GRANDE SEGÚN LA LEYENDA

Eusebio
de Cesárea compiló los datos relativos a la vida de este santo, cuya
lectura fue muy recomendada a los católicos por un concilio al que
asistieron setenta obispos. Así lo asegura San Blas y eso mismo se
infiere de los decretos del referido concilio.
XII.
2. Al desencadenarse la persecución de Constantino contra los
cristianos, Silvestre, acompañado de sus clérigos, huyó de la ciudad y
se refugió en un monte. El emperador, en justo castigo por la tiránica
persecución que había promovido en contra de la Iglesia, cayó enfermo de
lepra; todo su cuerpo quedó invadido por esta terrible enfermedad; como
resultaran ineficaces cuantos remedios le aplicaron los médicos para
curarle, los sacerdotes de los ídolos le aconsejaron que probara fortuna
bañándose en la sangre pura y caliente de tres mil niños que deberían
ser previamente degollados. Cuando Constantino se dirigía hacia el lugar
donde estaban ya los tres mil niños que iban a ser asesinados para que
él se bañara en su sangre limpia y recién vertida, saliéronle al
encuentro, desmelenadas y dando alaridos de dolor, las madres de las
tres mil inocentes criaturas. A la vista de aquel impresionante
espectáculo, el enfermo, profundamente conmovido, mandó parar la carroza
y alzándose de su asiento dijo:
-Oídme
bien, nobles del Imperio, compañeros de armas y cuantos estáis aquí: la
dignidad del pueblo romano tiene su origen en la misma fuente de piedad
de la que emanó la ley que castiga con pena capital a todo el que,
aunque sea en estado de guerra, mate a un niño. ¿No supone una gran
crueldad hacer con los hijos de nuestra nación lo que la ley nos prohíbe
hacer con los hijos de naciones extrañas? ¿De qué nos vale vencer a los
bárbaros en las batallas si nosotros mismos nos dejamos vencer por
nuestra propia crueldad? A los pueblos belicosos por naturaleza les
resulta relativamente fácil dominar con la fuerza de las armas a los
enemigos extranjeros, pero la victoria sobre vicios y pecados no se
obtiene con las espadas, sino con las buenas costumbres. Cuando vencemos
a gentes extrañas, les demostramos que somos más fuertes que ellas.
Demostremos también al mundo que somos capaces de vencernos a nosotros
mismos dominando nuestras pasiones. (...) Por esto, en esta ocasión en
que al presente me encuentro, quiero que la piedad triunfe, porque quien
tiene entrañas compasivas y consigue dominarse a sí mismo dominará
también a los demás. Prefiero morir yo al salvar la vida de estos
inocentes, a obtener la curación a costa de la crueldad que supondría
asesinar a estos niños. Además, no existe seguridad alguna de que vaya a
curarme por este procedimiento; en este caso en que nos encontramos lo
único verdaderamente cierto es que recurrir a este remedio para
procurarme mi salud personal constituiría una enorme crueldad.
...el
emperador emprendió el retorno a su palacio y, estando de nuevo en él,
la noche siguiente, se le aparecieron los apóstoles Pedro y Pablo y le
dijeron: "Por haber evitado el derramamiento de sangre inocente, Nuestro
Señor Jesucristo nos ha enviado para que te indiquemos como puedes
curarte: llama al obispo Silvestre, que está escondido en el monte
Soracte; él te hablará de una piscina y te invitará a que entres tres
veces en ella; si lo haces quedarás inmediatamente curado de la lepra
que padeces; mas tú debes corresponder a esta gracia que Jesucristo
quiere hacerte, con este triple obsequio: derribando los templos de los
ídolos, restaurando las iglesias cristianas que has mandado demoler, y
convirtiéndote al Señor".
Aquella
misma mañana, en cuanto Constantino despertó, envió a un grupo de
soldados en busca de Silvestre, quien al ver que aquellos hombres
armados se acercaban al lugar de su refugio, creyó que le había llegado
la hora del martirio, y sin poner resistencia alguna, tras de
encomendarse a Dios y exhortar a sus clérigos a que permaneciesen firmes
en la fe, se dejó conducir por ellos y sin temor de ninguna clase
compareció ante el emperador, que lo recibió diciéndole:
-Me alegro mucho de que hayas venido.
En
cuanto Silvestre correspondió al saludo de Constantino, éste refirió al
pontífice, detalladamente, la visión que en sueños había tenido y le
preguntó quiénes eran aquellos dos dioses que se le habían aparecido.
Silvestre le respondió que no eran dioses sino apóstoles de Cristo.
Luego, de acuerdo con el emperador, el pontífice mandó que trajeran a
palacio una imagen de cada uno de los referidos apóstoles, y
Constantino, nada más verlas, exclamó
-Estos son los que se me aparecieron.
Silvestre
recibió al emperador como catecúmeno, le impuso como penitencia una
semana de ayuno y le exigió que pusiera en libertad a los prisioneros.
Al
entrar Constantino en la piscina para ser bautizado, el baptisterio se
llenó repentinamente de una misteriosa claridad, y al salir del agua
comprobó que se hallaba totalmente curado de la lepra y aseguró que
durante su bautismo había visto a Jesucristo.
El
día primero, después de ser bautizado, el emperador promulgó un edicto
en el que declaraba que en adelante en la ciudad de Roma no se daría
culto más que al Dios de los cristianos. El día segundo declaró que
quien blasfemara contra Jesucristo sería castigado. El día tercero hizo
saber públicamente que se confiscaría la mitad de los bienes a
cualquiera que injuriase a un cristiano. El cuarto día promulgó un
decreto determinando que, así como el emperador constituía la cabeza del
Imperio, así el sumo pontífice debería ser considerado cabeza de los
demás obispos. El quinto día ordenó que todo el que se refugiase en una
iglesia gozaría del derecho de asilo y no podría ser detenido ni
apresado mientras permaneciese en tan sagrado lugar. El sexto día
prohibió la edificación de templos en el recinto de todas las ciudades
del Imperio sin permiso de sus respectivos obispos. El séptimo día
dispuso que, cuando hubiese de construirse alguna iglesia, la autoridad
civil contribuiría a ello, aportando la décima parte de los bienes
públicos confiados a su administración. El día octavo acudió a la
catedral de San Pedro e hizo confesión de sus pecados. Luego tomó en sus
manos un azadón y cavó un trozo de zanja para poner las primeras
piedras de la basílica que iba a construir, sacó personalmente doce
espuertas de tierra y, una a una, sobre sus propios hombros, las
transportó hasta cierta distancia del lugar en que se alzaría el nuevo
edificio.

Santiago de la Vorágine, La Leyenda Dorada (c. 1260), Trad. de J. M. Macías, Alianza, 1982, Vol. 1, pp. 77-79.
  

LA CONVERSION DE CONSTANTINO SEGÚN UN PAGANO

Una
vez que el imperio entero estuvo bajo su único dominio, Constantino ya
no ocultó el fondo malo de su naturaleza, sino que se puso a actuar sin
contención en todos los dominios. Utilizaba todavía las prácticas
religiosas tradicionales menos por piedad que por interés; y, así, se
fiaba de los adivinos porque se había dado cuenta de que habían predicho
con exactitud todos los sucesos que le habían ocurrido, pero, cuando
volvió a Roma, henchido de arrogancia, decidió que su propio hogar fuese
el primer teatro de su impiedad. Su propio hijo, honrado, como se ha
dicho antes, con el título de César, fue acusado, en efecto, de mantener
relaciones culpables con su hermana Fausta y se le hizo perecer sin
tener en cuenta las leyes de la naturaleza. Además, como la madre de
Constantino, Elena, estaba desolada por esa desgracia tan grande y era
incapaz de soportar la muerte del muchacho, Constantino, a modo de
consuelo, curó el mal con un mal mayor: habiendo preparado un baño más
caliente de la cuenta y habiendo introducido en él a Fausta, la sacó de
allí muerta. Intimamente consciente de sus crímenes, así como de su
desprecio por los juramentos, consultó a los sacerdotes sobre los medios
adecuados para expiar sus felonías. Ahora bien, mientras que éstos le
habían respondido que ninguna suerte de purificación podía borrar tales
impiedades, un egipcio llegado a Roma desde Hispania y que se hacía
escuchar por las mujeres hasta en la Corte, se entrevistó con
Constantino y le afirmó que la doctrina de los cristianos estipulaba el
perdón de todo pecado y prometía a los impíos que la adoptaban la
absolución inmediata de toda falta. Constantino prestó un oído
complaciente a este discurso y rechazó las creencias de los antepasados;
luego, adhiriéndose a las que el egipcio le había revelado, cometió un
primer acto de impiedad, manifestando su desconfianza con respecto a la
adivinación. Porque, como le había predicho un éxito grande que los
acontecimientos le habían confirmado, temía que el porvenir fuera
igualmente revelado a los demás que se afanaban en perjudicarle. Es este
punto de vista el que le determinó a abolir estas prácticas. Cuando
llegó el día de la fiesta tradicional, en el curso de la cual el
ejército debía subir al Capitolio y cumplir allí los ritos habituales,
Constantino tomó parte en ellos por temor a los soldados; pero como el
egipcio le había enviado un signo que le reprochaba duramente el subir
al Capitolio, abandonó la ceremonia sagrada, provocando así el odio del
Senado y del pueblo.

Zósimo,
Historias, II, 29, en: Textos y Documentos de Historia Antigua,
Medieval y Moderna hasta el siglo XVII, vol. XI de la Historia de España
de M. Tuñón de Lara, Labor, 1984, Barcelona, pp. 124 y s.

EDICTO DE CONSTANTINO SOBRE EL COLONATO

Cualquier
persona que encuentre un colono perteneciente a otra persona no sólo
deberá devolverlo a su lugar de origen, sino que también estará sujeto a
impuestos por el tiempo que lo tuviera. Más aún, será lo adecuado que
los colonos que planeen huir sean cargados de cadenas como esclavos y
que puedan ser obligados por una ley propia de siervos a realizar los
deberes que les son propios como hombres libres.

Cod.
Theod., V, 17, 1, en: Jones, A. H. M., "El Colonato Romano", en:
Estudios sobre Historia Antigua, Ed. de M. I. Finley, Trad. de R. López,
Akal, 1984 (1974), Madrid, p. 316.

LEY DE VALENTINIANO I SOBRE LOS COLONOS (371)
Declaramos
que los colonos e inquilinos en toda la región de Illyricum y las
regiones vecinas no pueden tener la libertad de abandonar la tierra en
que se encuentran residentes en virtud de su origen y descendencia. Que
sigan esclavos de la tierra, no por la atadura de los impuestos, sino
bajo el nombre y título de colonos (coloni).

Cod.
Just., XI, 52, 1, en: Jones, A. H. M., "El Colonato Romano", en:
Estudios sobre Historia Antigua, Ed. de M. I. Finley, Trad. de R. López,
Akal, 1984 (1974), Madrid, p. 320.

CARTA DE VALENTINIANO I AL DUX DE LA DACIA RIPENSIS (365)
En
el limes que te ha sido confiado, no solamente debes reparar las
construcciones que se caen, sino que debes construir cada año nuevas
torres en los lugares más oportunos para ello. Si descuidas mis órdenes,
cuando llegue a término tu administración, volverás a ser llamado al
limes y serás obligado a ejecutar a tus expensas todas las
construcciones que hayas descuidado realizar con mano de obra y fondos
militares.

Cit.
por Piganiol, A., L’Empire Chrétien (325-395), Paris, 1947, p. 173, en:
Contamine, Ph., La Guerra en La Edad Media, Trad. de J. Faci, Labor,
1984 (Paris, 1980), Barcelona, p.7.

LEY DE TEODOSIO I SOBRE LOS COLONOS EN PALESTINA

Por
cuanto que en otras provincias que están sujetas al gobierno de nuestra
serenidad, una ley instituida por nuestros antepasados sujeta a los
colonos por una especie de derecho perpetuo, de forma que no pueden
abandonar los lugares de cuyo grano viven y se alimentan ni dejar los
campos que una vez recibieron para cultivar; y, sin embargo, los
terratenientes de Palestina no gozan de estas ventajas...

Cod.
Just., XI, 51, 1, en: Jones, A. H. M., "El Colonato Romano", en:
Estudios sobre Historia Antigua, Ed. de M. I. Finley, Trad. de R. López,
Akal, 1984 (1974), Madrid, p. 323.
  
EL EDICTO DE TESALÓNICA (380)

Los emperadores Graciano, Valentiniano y Teodosio Augustos: edicto al pueblo de la ciudad de Constantinopla.
Es
nuestra voluntad que todos los pueblos regidos por la administración de
nuestra clemencia practiquen esa religión que el divino apóstol Pedro
transmitió a los romanos, en la medida en que la religión que introdujo
se ha abierto camino hasta este día. Es evidente que esta es también la
religión que profesa el profeta Dámaso, y Pedro, obispo de Alejandría,
hombre de apostólica santidad; esto es que, de acuerdo con la disciplina
apostólica y la doctrina evangélica debemos creer en la divinidad una
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo con igual majestad y bajo /la
noción/ de la Santa Trinidad.
Ordenamos
que aquellas personas que siguen esta norma tomen el nombre de
cristianos católicos. Sin embargo, el resto, que consideramos dementes e
insensatos, asumirán la infamia de los dogmas heréticos, sus lugares de
reunión no obtendrán el nombre de iglesias y serán castigados
primeramente por la divina venganza, y, después, también /por justo
castigo/ de nuestra propia iniciativa, que tomaremos en consonancia con
el juicio divino.
Dado
en el tercer día de las Calendas de Marzo (28 de Feb.), en Tesalónica,
en el año quinto del consulado de Graciano y del primer consulado de
Teodosio Augustos.

Cod.
Theod., XVI, 2, en: Textos de Historia Antigua, Medieval y Moderna
hasta el siglo XVII, vol. XI de la Historia de España de M. Tuñón de
Lara, Labor, 1984, Barcelona España, pp. 127 y s.

ALOCUCIÓN SECRETA AL EMPERADOR (390)

Dulce
me es la memoria de nuestra vieja amistad. Ante mi recuerdo agradecido
pasan constantemente los muchos beneficios con que favorecéis a otros
movido por mis frecuentes peticiones. De ahí que podéis colegir que el
haberme yo opuesto a vuestra venida (a Milán), tan suspirada en otras
ocasiones, en modo alguno obedece a sentimientos de ingratitud. Pero
quiero exponeros con brevedad la causa de mi proceder.
Desde
hace algún tiempo, entre las personas que frecuentan nuestra corte,
sólo se me negaba a mí el derecho de asistir a vuestras deliberaciones:
había interés en que yo no interviniese en ellas. Os ofendisteis porque a
mis oídos había llegado tal o cual cosa de las resoluciones secretas de
vuestro gabinete, y tanto es así que os parecía que el mundo giraba
alrededor mío. Ha dicho el Señor: "Nada quedará oculto de lo que no ha
visto la luz del día" (Lc. VIII, 17).
Ante
los disgustos del Emperador me he demostrado siempre lo más sumiso
posible... Pero ha llegado el momento en que ya no me es dado callar. Y
¿por qué? Porque está escrito: "Si el sacerdote no advierte a los que
caminan por el error, ciertamente el pecador morirá en su pecado; pero
el sacerdote será el culpable, por cuanto no ha querido advertirle"
(Ezech. III, 19).
¡Escuchadme,
entonces, Augusto Emperador! Poseéis todo el fervor de nuestra santa
fe. ¿Cómo negarlo? El temor de Dios os acompaña siempre; no lo discutiré
siquiera. Pero sois un temperamento fuerte. Si alguien os habla en
forma amable y correcta, sois con todos un dechado de misericordia. Pero
si alguien azuza vuestro espíritu, entonces os arrebatáis, en forma tal
que ya no acertáis a dominaros. Ojalá que nadie os hablara jamás con
demasiada afabilidad ni os incitara. Preferiría mil veces que fueseis
vos mismo capaz de reflexionar y dominar, con vuestros sentimientos
nobles el torbellino de la naturaleza...
El
escándalo de Tesalónica es ya un hecho consumado. No existe memoria de
cosa semejante. En lo que a mí respecta tuve que limitarme a contemplar
el mal, sin poder remediar cosa alguna. O mejor dicho, no pocas veces
imploré misericordia, advirtiendo que podía suceder algo terrible. Vos
mismo os disteis cuenta de que se trataba de algo muy importante, puesto
que mandasteis retirar la orden... pero fue demasiado tarde. Por mi
parte no disimulé la seriedad del asunto, ni disminuí su contenido.
Cuando llegó aquí la noticia, se celebraba una Conferencia de Obispos en
la que intervenían Pastores de las Galias. Ninguno de ellos disimuló su
enojo ni os perdonó por el mero hecho de que eran amistosas vuestras
relaciones con Ambrosio. Por el contrario, aquel enojo volvería contra
mí si no hiciera sentir ahora la voz que dice: "Aquí hay que dar lugar a
la penitencia ante Dios", más de lo que merece mi responsabilidad, es
decir, más de lo justo.
¿Os
avergonzáis acaso, oh, Emperador, de hacer lo que hizo David, el Rey y
Profeta, ascendiente de Nuestro Señor Jesucristo, según la carne? A
David se refería aquella parábola del rico que poseía grandes rebaños y
que, con todo, habiendo recibido la visita de un amigo robó y mató la
oveja de un pobre hombre. Cuando David se apercibió de que aquella
comparación aludía a su propia conducta, exclamó: "He pecado en
presencia del Señor" (2 Sam. XII, 13). No lo toméis a mal, oh.
Emperador, que también se os diga: "Habéis cometido el crimen que el
profeta Natán echó en cara al rey David". Si lo acatáis y exclamáis: "He
pecado ante el Señor", y aquella otra frase del profeta rey: "Venid,
adoremos postrados de hinojos y con lágrimas al Señor Dios nuestro, que
nos ha creado" (Ps. XCIV, 6), entonces se os dirá también de su parte:
"Porque te has arrepentido, el Señor te perdonará tus pecados y no
morirás" (2 Sam. XII, 13).
No
escribo estas cosas para avergonzaros, sino para animaros con la
consideración del ejemplo de santos reyes, a fin de que borréis la
mancha que ha caído sobre vuestra dignidad imperial. Vos la lavaréis con
vuestra humillación ante el Señor. Sois al fin un hombre que ha
sucumbido a la tentación: vencedla ya, que los pecados se borran sólo
con lágrimas y penitencia. Ningún Ángel, ni Arcángel nos quitará
nuestros pecados, sino el señor mismo, porque El sólo puede decir:
"Estoy con vosotros..." (Mt. XXVIII, 20). Pero El perdona únicamente a
los arrepentidos.

Os
aconsejo, os ruego, y también os amonesto y advierto: ¡Muy grande es mi
pena al veros impasible ante la muerte de tantos inocentes! ¡Y hasta
hoy habéis sido modelo de piedad nunca vista! ¡Y os distinguíais de
entre los Príncipes por vuestra mansedumbre! Tan es así que difícilmente
podíais resolveros a condenar a muerte a un solo hombre, aunque fuera
culpable. Ciertamente fuisteis afortunado en vuestras victorias
militares. También habéis llevado a cabo grandes empresas con todo
éxito: pero lo más apreciable de vuestra conducta fue siempre vuestra
mansedumbre y piedad. ¡El diablo envidiaba vuestra preciosa virtud!
¡Destrozadle su cabeza, mientras haya tiempo de vencerlo! No queráis
añadir a vuestro error un nuevo crimen, mostrándote empecinado en la
terquedad de vuestro presunto derecho. ¡Tal conducta ha matado ya a
muchos! Gustoso reconozco que en todo lo demás soy deudor ante vuestra
piadosa Majestad; la ingratitud no es mi característica. Mis
preferencias por Vos han sobrepasado a las que tuve para con muchos
Emperadores: sólo a uno (Graciano) pude comparar con Vos. Todavía no
quiero echaros en cara la dureza de vuestro corazón; pero os digo desde
ahora con verdadero temor: no me atrevo a ofrecer el sacrificio, si Vos
estáis presente. Ello estaría vedado por el asesinato de uno solo,
¡cuánto más ante la mortandad de que os habéis hecho responsables!

Lo
que sigue escríbolo de mi propio puño y letra, y sólo a Vos está
destinado. Líbreme el Señor de toda la angustia que embarga mi alma. "Ni
a manera humana ni por hombre alguno" (Gal., I, 12) fui confirmado en
la seguridad de que debía proceder así. Encontrándome, la noche antes de
partir, sumido en la profunda tristeza, tuve una visión en la que Vos
entrábais en el templo, pero... comprendí al mismo tiempo que yo no
debía ofrecer el Santo Sacrificio. Lo que sigue (de la visión), pásolo
ahora por alto. No pude impedir todo, pero todo lo he aceptado por
vuestro amor, haciéndome responsable; así lo creo, al menos. El Señor
nos conceda que la presente cuestión se resuelva pacíficamente. Dios nos
amonesta de muchos modos: por signos sobrenaturales, por la voz de los
profetas; y aun por visiones de humildes pecadores, se digna
adoctrinarnos. Roguémosle, pues, que enfrente la guerra y que a los
jefes del Estado os conceda la paz. Conserve el señor la tranquilidad y
la fe de su Santa Iglesia; pero, para eso, se necesita un Emperador que
sea cristiano y piadoso.
Sin
duda queréis ser hallado grato ante Dios. Todas las cosas tienen su
tiempo, como está escrito: "Este es el tiempo de proceder, Señor" (Ps.
CXVIII, 126), y: "Este es, oh, Dios, el tiempo de tu agrado".
La
hora de vuestro sacrificio ha llegado. Es decir, la hora en que
vuestros dones sean aceptables. En verdad, ¿no creéis, acaso, que me
sería mucho más satisfactorio experimentar el favor del Emperador y
ofrecer el Santo Sacrificio, cuando os pluguiere, si lo permitiera
vuestra culpa? Una breve oración ya constituye un verdadero sacrificio y
nos alcanza el perdón, pero ofrecer el Santo Sacrificio estando en
pecado es una monstruosidad.

Aquella
oración sería un acto de humildad, mientras este Sacrificio ofrecido en
pecado delataría vuestro desprecio a Dios. La misma voz del Señor nos
anuncia que el cumplimiento de sus mandamientos debe preceder a cada
sacrificio; así lo dice el Señor, así lo enseña Moisés, y así lo predica
Pablo a todo el mundo. Haced, pues, también Vos, aquello que es más
valioso en este momento. "Misericordia quiero y no sacrificios" (Mt. IX,
13), dice el Señor. Por eso, digo yo: ¿no son acaso mejores cristianos
aquellos que se arrepienten de sus pecados, que los que tratan de
justificar sus pecados? "El justo es el primero en acusarse" (Prov.
XVIII, 17). El que peca, pero confiesa su pecado, es justo, no así el
que se jacta de su pecado.
¡Ah,
Señor!, ¡hubiera creído yo antes la misión que me correspondía, y no
hubiera mirado tanto el carácter de vuestra Alteza! Yo mismo me
tranquilizaba con la consideración de que perdonaríais, de que
retiraríais la orden dada... ¡Lo habíais hecho tantas veces! Pero esta
vez pudo la pasión y yo me encontré, repentinamente, en la imposibilidad
de poder estorbar lo que, creía yo, no era de mi incumbencia. Pero,
loado sea Dios, que con semejantes experiencias adoctrina a sus siervos,
para no permitir que se pierdan. En este caso mi misión es semejante a
la de los profetas: Vos, empero, obraréis, como los Santos.
¿Acaso
no sois Vos el padre de mi Graciano, más apreciado que la luz de mis
ojos? También piden perdón por Vos vuestros otros descendientes, los
príncipes venerables, mas prefiero nombrarlo en primer término al dulce
Graciano, aun cuando amo a todos entrañablemente. Yo os amo, y os venero
y os perseguiré con la urgencia de mis oraciones.
Si me creéis, ejecutad mis consejos.
Os
digo una vez más: Si me creéis, dadme vuestro sí a lo que os pido. Y si
no me creéis, entonces perdonad: pero mi deber me impone que prefiera a
Dios antes que al César. Vivid en dicha y prosperidad, Vos y vuestros
hijos los Príncipes del Imperio, y eterna paz haya con Vos, Augusto
Emperador.

San
Ambrosio de Milán, Carta 51 al Emperador Teodosio, en Migne, Patrología
Latina, t. XVI, c. 1210-1214, en: Rahner, H., La Libertad de la Iglesia
en Occidente: Documentos sobre las Relaciones entre la Iglesia y el
Estado en los tiempos primeros del Cristianismo, Trad. de L. Reims,
Desclée de Brouwer, 1949 (1942), Buenos Aires, pp. 149-153, cit. en:
Antoine, C., Martínez, H., Stambuk, M., Yáñez, R., Relaciones entre la
Iglesia y el Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado De La
Monarquía de Dante, Memoria Inédita, Academia Superior de Ciencias
Pedagógicas, 1985, Santiago, pp. 305 y ss.


SAN AMBROSIO Y TEODOSIO EL GRANDE

LVII.
7. (...) En una crónica de la Historia Tripartita se lee lo que sigue:
en cierta ocasión el emperador Teodosio, dejándose llevar de su
indignación, sin hacer distinción entre responsables e inocentes, mandó
matar a casi cinco mil hombres de Tesalónica porque algunos de ellos,
durante una sedición, habían apedreado a los jueces de la ciudad. Poco
después de esto, estando el emperador de paso en Milán, quiso entrar en
la catedral, pero San Ambrosio salióle al encuentro y se lo impidió
diciéndole: "Emperador, ¿cómo es posible que te muestres tan enormemente
presuntuoso después de haberte dejado llevar de aquel furioso arrebato
de ira? ¿Acaso la potestad imperial te ciega hasta el punto de no
reconocer el pecado que has cometido? Procura que la razón guíe tus
actos de gobierno. Cierto que eres príncipe; pero entiende bien esto:
príncipe significa el primero, no el amo. Eres, pues, no el amo de tus
semejantes, sino el primero entre ellos, y, si ellos son siervos, siervo
también eres tú y el primero de los siervos. ¿Con qué ojos miras el
templo del Señor, que es Señor de todos y también Señor tuyo? ¿Cómo te
atreves a pretender hollar con tus pies este santo pavimento? ¿Cómo
osarías tocar nada con esas manos que chorrean sangre y proclaman tu
injusticia? ¿Cómo puedes llevar tu audacia hasta el extremo de intentar
tocar con esa boca tuya que mandó criminalmente derramar tanta sangre,
el cáliz de la sangre santísima del Señor? ¡Anda! ¡Vete! ¡Aléjate de
aquí! No se te ocurra aumentar la perversidad de tu pecado anterior con
un segundo pecado de sacrilegio. Acepta esta humillación a la que hoy el
Señor te somete, y utilízala como medicina que pueda devolver la salud a
tu alma". El emperador obedeció a San Ambrosio, renunció a entrar en el
templo, y gimiendo y llorando regresó a su palacio; y fue tanta su pena
y tan constantemente prolongado su llanto, que Rufino, uno de sus
generales, viéndole un día tras otro y durante muchos tan afligido,
preguntóle por qué estaba tan triste. Entonces el emperador le contestó:

-Tú
no puedes comprender lo mucho que sufro al ver que las iglesias están
abiertas a los siervos y a los mendigos, mientras que a mí se me ha
prohibido la entrada en ellas.
Como cada una de las anteriores palabras iban acompañadas de suspiros y sollozos, Rufino le propuso:
-Señor, si quieres, iré a ver a Ambrosio y le pediré que te levante la prohibición y te libre de este impedimento.
-Sería
inútil -contestó Teodosio-; ni tú, ni todo el poder imperial
conseguirán apartar a ese hombre del cumplimiento de la ley de Dios.
.............................................................
-Me presentaré ante él y aceptaré cuantos reproches quiera hacerme, pues los merezco.
Seguidamente
entró el emperador a ver al santo y le suplicó que le levantase la
censura que sobre él pesaba. San Ambrosio nuevamente le intimó la
prohibición de mancillar con su presencia la santidad de los lugares
sagrados, y luego le preguntó:
-¿Qué penitencia has hecho después de haber cometido tan horrorosas iniquidades?
-Impónme las que quieras; yo las aceptaré -respondió Teodosio.
Inmediatamente,
el emperador, tratando de conmover el corazón del santo, le recordó que
también David había cometido adulterio y homicidio; pero San Ambrosio
le replicó:
-Si has imitado a David pecador imítale también en el arrepentimiento y santidad posteriores.
Mostróse
el emperador dispuesto a cumplir humildemente la penitencia pública que
el arzobispo tuviera a bien imponerle; éste se la impuso; él la
cumplió; y así pudo entrar en la iglesia. El primer día que lo hizo tras
de su reconciliación canónica, el emperador avanzó por la nave, llegó
hasta el presbiterio y ocupó uno de los sitiales que en el mismo había.
San Ambrosio se acercó entonces a él y le preguntó:
-Qué haces aquí?
-Esperar a que comience la misa para participar en los sagrados misterios, -respondió Teodosio.
El santo le advirtió:
-Emperador,
el presbiterio y toda esta parte del templo aislada con verjas
constituyen un lugar especialmente santo, reservado a los sacerdotes;
sal, pues, de este recinto y colócate en el sector destinado al pueblo.
La púrpura te ha convertido en emperador, pero no en presbítero; ni
siquiera en simple clérigo. Ante Dios eres uno más entre los fieles.
Teodosio
obedeció inmediatamente, y tuvo en adelante en cuenta esta advertencia,
porque cuando regresó a Constantinopla, un día, al asistir a los
divinos oficios, se colocó entre la gente, fuera, por tanto, del espacio
acotado por las verjas interiores del templo. El obispo, en cuanto lo
vio, le invitó a que pasara adentro, pero él le respondió:
-Durante
mucho tiempo he vivido sin advertir la diferencia que existe entre un
emperador y un sacerdote y sin conocer a un verdadero maestro de la
verdad; pero hace poco he conocido a uno digno de este nombre, a un
auténtico pontífice: a Ambrosio, el arzobispo de Milán.

Santiago de la Vorágine, La Leyenda Dorada (c.1260), Trad. de J.M. Macías, Alianza, 1982, Madrid, vol. 1, pp. 246-247.
  
PAGANISMO EN EL SIGLO IV: SÍMACO

Cada
nación tiene sus propios dioses y peculiares ritos (suus enim cuique
mos, suusritus est)... Justo es reconocer que hay una sola divinidad,
oculta detrás de tan diferentes adoraciones. Todos contemplamos los
mismos astros, nos es común el mismo cielo, nos encierra el mismo mundo.
¿Qué importa la manera que tenga cada cual de buscar la verdad? A tan
grande misterio no se llega por una sola vía (Uno itinere non potest
perveniri ad tam grande secretum).
Así,
el uso y el hábito cuentan en mucho para dar autoridad a una religión.
Déjanos, pues, el símbolo sobre el cual nuestras promesas de lealtad han
sido juradas por muchas generaciones. Déjanos el orden que ha brindado
gran prosperidad a la República. Una religión debe ser juzgada por su
utilidad a los hombres que la abrazan. Años de hambre han sido el
castigo al sacrilegio.

Símaco,
Relatio (c. 391-392), en: Dill, S., Roman Society in the Last Century
of the Western Empire, Meridian Books, Second Revised Ed., 1958, pp.
30-31. Trad. del inglés por José Marín R.; Ozanam, A.F., Los Orígenes de
la Civilización Cristiana, Trad. de P. Cañizares, Ed.
Agnus,
1946, Méjico, p. 130; Bloch, H., "The pagan revival in the West at the
end of the Fourth Centrury", en: Momigliano, A., The Conflict between
Paganism and Christianity in the Fourth Century, At the Clarendon Press,
1963, Oxford, pp. 196 y s.

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De hombres, hechos, notas y acontecimientos de tal época para comprender el contexto:

Papa San Dionisio - La
fecha de su nacimiento nos es desconocida. Murió el 26 o 27 de
diciembre del año 268. Durante el pontificado del papa Esteban (254-57)
Dionisio aparece como presbítero de la Iglesia de Roma, y como tal tomó
parte en la controversia entorno a la validez del bautismo administrado
por los herejes (ver BAUTISMO, bajo el subtítulo Reiteración del
Bautismo). Esto llevó al obispo de Alejandría, Dionisio, a escribirle
una carta sobre el bautismo, en la cual el papa Dionisio es descrito
como un hombre muy distinguido y de gran erudición (Eusebio, Hist. eccl.
VII, vii). Más tarde, en los tiempos del papa Sixto II (257-58), el
mismo obispo de Alejandría le escribió otra carta concerniente un tal
Luciano (ibíd., VII, ix), cuya identidad desconocemos. Después del
martirio de Sixto II (6 de Agosto de 258) la Sede Romana quedó vacante
por casi un año: la violencia de la persecución hacía imposible elegir
una nueva cabeza. Sólo cuando la persecución amainó Dionisio fue elegido
(22 de Julio de 259) para el oficio de Obispo de Roma. Algunos meses
más tarde el emperador Gallienus emitió su edicto de tolerancia, con el
cual se dio fin a la persecución y a la Iglesia se le concedió una
existencia legal (Eusebio, Hist. eccl. VII, xiii). De este modo la
Iglesia de Roma reobtuvo sus derechos sobre los edificios de culto, sus
cementerios y otras propiedades, y Dionisio pudo una vez más poner en
orden su administración. Alrededor del 260 el Obispo Dionisio de
Alejandría escribió su carta a Ammonius y Euphranor contra el
sabelianismo, en la cual él se expresaba con inexactitud en lo que toca
al Logos y su relación con el Padre (ver DIONISIO DE ALEJANDRIA). Por
este motivo fue presentada al papa Dionisio una acusación contra el
obispo de Alejandría; el papa convocó un sínodo en Roma entorno al año
260 para solucionar la cuestión. En nombre propio y en el del sínodo, el
Obispo de Roma escribió una importante carta de contenido doctrinal en
la cual, en primer lugar, la doctrina errónea de Sabelio era nuevamente
condenada y, además, se condenaban falsas opiniones, como las de los
marcionistas, que separaban la monarquía divina en tres hipóstasis
totalmente distintas, o bien que representaban al Hijo de Dios como una
criatura, siendo que las Santas Escrituras declaran que Él ha sido
engendrado; pasajes bíblicos como Deut., xxxii, 6 o Prov., viii, 22 no
pueden citarse a favor de falsas doctrinas como éstas. Junto con su
carta doctrinal el papa Dionisio envió un carta al obispo de Alejandría
en la cual se le llamaba a explicar sus opiniones. Dionisio de
Alejandría así lo hizo en su “Apología” (Athanasius, De sententia Dionysii, V, xiii, De decretis Nicaenae synody, xxvi).
Según la antigua práctica de la Iglesia romana, le papa Dionisio
extendió su preocupación por los fieles de tierras lejanas. Cuando los
cristianos de Capadocia estaban pasando por una no pequeña angustia
debido al pillaje de las incursiones de los Godos, el papa envió una
carta de consuelo a la Iglesia de Cesaréa juntamente con una gran suma
de dinero, mediante mensajeros, con el fin de redimir a cristianos que
habían sido tomados como esclavos (Basilius, Epist. lxx, ed. Garnier).
El gran sínodo de Antioquía que depuso a Pablo de Samosata envió una
carta encíclica al papa Dionisio y al Obispo Máximo de Alejandría
informándoles sobre la actuación del sínodo (Eusebius, Hist. eccl., VII,
xxx). Después de su muerte el cuerpo de Dionisio fue enterrado en la
cripta papal de la catacumba de Calixto.
J.P. KIRCH ?Transcrito por Joseph P. Thomas?Traducido por Pbro. Juan Carlos Sack, VE

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De hombres, hechos, notas y acontecimientos de tal época para comprender el contexto:

Las cartas de Cipriano
constituyen una fuente inagotable para el estudio de un período
interesantísimo de la historia de la Iglesia. Reflejan los problemas y
las controversias con que tuvo que enfrentarse la administración
eclesiástica a mediados del siglo III. Nos traen el eco de las palabras
de eminentes personalidades de la época, como Cipriano, Novaciano, Cornelio, Esteban, Firmiliano de Cesárea y otros.
Nos revelan las esperanzas y los temores, la vida y la muerte de los
cristianos en una de las provincias eclesiásticas más importantes. La
reunión de estas cartas se hizo ya en la antigüedad. Comenzó de hecho
cuando Cipriano ordenó parte de su correspondencia según el contenido e
hizo mandar copias a los diferentes centros de la cristiandad y a sus
hermanos en el episcopado. Otras colecciones se hicieron con fines de
edificación. En las ediciones modernas, el corpus comprende ochenta y
una piezas; sesenta y cinco se deben a la pluma de Cipriano, dieciséis
fueron escritas a Cipriano o al clero de Cartago. Este último grupo
contiene cartas del "presbiterium" de Roma, de Novaciano (cf. p.500),
del papa Cornelio (cf. p.520s) y otros- Las cartas 5-43 son del tiempo
en que Cipriano se refugió durante la persecución de Decio (cf. p.618s);
de éstas, veintisiete dirigió a su clero y pueblo. Su correspondencia
con los papas Cornelio y Lucio comprende las cartas 44-61, 64 y 66; y de
éstas, doce (44-55) tratan del cisma de Novaciano. Las cartas 67-75,
escritas durante el pontificado de Esteban (254-257), tratan de la
controversia bautismal, y las 78-81 las escribió durante su último
destierro. Las restantes, 1-4, 62, 63, 65, todas del mismo Cipriano, no
se pueden clasificar en ninguna de estas series cronológicas, porque
falta en ellas toda alusión a los tiempos y a las circunstancias. La
primera recalca la decisión de un concilio africano prohibiendo a los
clérigos actuar de guardia o verdugo. La segunda examina si un actor
cristiano que renunció a su profesión puede enseñar el arte dramático.
La tercera trata de un diácono que ofendió gravemente a su obispo. La
cuarta toma decisiones contra los abusos de los syneisaktoi (cf. p.66 y
154). La carta 62, dirigida a ocho obispos de Numidia, acompañaba una
colecta hecha en Cartago para el rescate de cristianos de ambos sexos
retenidos como prisioneros por los bárbaros. La epístola 63 tiene el
aspecto de un tratado; se le llama a veces De sacramento calicis Domini.
Rechaza la singular costumbre de usar agua en la Cena del Señor, en vez
del tradicional vino mezclado con agua; esta costumbre había prendido
en algunas comunidades cristianas. La 65 recomienda a la iglesia de
Asura que no autorice a su antiguo obispo Fortunaciano, que había
sacrificado a los ídolos durante la persecución, a ejercer nuevamente su
función.
La
colección no es, ni mucho menos, completa: se conoce la existencia de
otras cartas que no se conservan. Ninguna de las que quedan lleva fecha,
pero todas, excepto dos (8 y 33), dan el nombre del destinatario.
Solamente un manuscrito, el Codex Taurinensis, contiene las 81 cartas.
Este
corpus, además de ser una fuente importante para la historia de la
Iglesia y del Derecho canónico, es un monumento extraordinario del latín
cristiano. Pues mientras sus tratados acusan la influencia de
procedimientos estilísticos, sus cartas reproducen el latín hablado de
los cristianos cultos del siglo III. Es la expresión oral de la persona
de acción la que aquí aparece. Para encontrar al escritor eclesiástico y
al antiguo profesor de retórica, familiarizado con la frase de Cicerón,
tenerlos que acudir a sus libros, donde le encontramos con el brillo de
su estilo.

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Sexto Julio Africano.
Sexto Julio
Africano nació en Jerusalén (Aelia Capitolina), no en África, como
pensaron Bardenhewer y otros. Fue oficial del ejército de Septimio
Severo y tomó parte en la expedición contra el principado de Edesa el año 195.
Este fue, probablemente, el comienzo de la amistad que le unió con la
dinastía cristiana de aquella ciudad. Por un fragmento de papiro del
libro XVIII de su obra Kestoi (Oxyrh. Pap. III n.142,39ss) sabemos que organizó una biblioteca para el emperador Alejandro Severo en Roma, "en el Panteón, cerca de los baños de Alejandro".
En Alejandría de Egipto asistió a las clases de Heraclas y se hizo
amigo de Orígenes. Más tarde vivió en Emaús (Nicópolis) de Palestina y
murió después del 240.
A pesar de que una tradición posterior le hiciera obispo de Emaús,
jamás ejerció ningún cargo eclesiástico. Se dedicó más a las ciencias
profanas que a las sagradas.

Sus Obras.
1. Crónicas (Χρονογραφ?αι )
Sus Crónicas
vienen a ser el primer ensayo de sincronismo de la historia del mundo.
Dispone en columnas paralelas, según las fechas, los sucesos de la
Biblia y los compendios de las historias griega y judía, desde la
creación hasta el año 221 después de Cristo, el cuarto año de
Heliogábalo; de la creación hasta el nacimiento de Cristo se cuentan
cinco mil quinientos años. Según Julio Africano, el mundo debía durar en
total seis mil años, y así, quinientos años después del nacimiento de
Cristo empezaría el Sábado del mundo, el milenio del reinado de Cristo.
Parece, pues, que al autor le movió una intención milenarista a
componer su obra. Carece de sentido critico con respecto a las fuentes.
Los primeros cinco libros de las Crónicas, de los que sólo quedan
fragmentos, fueron una mina de información para Eusebio y otros
historiadores posteriores.
2. Kestoi (Κεστο?, Encajes)
Los Kestoi son una obra enciclopédica que comprende veinticuatro libros y estaba dedicada al emperador Alejandro Severo. El título Encajes
indica la variedad de materias que se Tratan: van de la táctica militar
a la medicina, de la agricultura a la magia. Los extensos fragmentos
que se conservan demuestran que a Julio Africano le faltaba sentido
critico en su método. Era, además, muy crédulo, admitiendo toda clase de
supersticiones y de magia.
3. Dos cartas
Conocemos dos
cartas de Julio Africano. Una, dirigida a Orígenes hacia el año 240,
pone en duda la autenticidad de la historia de Susana. En ella el autor
demuestra un juicio y un sentido crítico más seguros que en los Encajes.
Se conserva el texto completo de esta carta (véase arriba p.373). La
otra carta, de la que se conservan sólo fragmentos, es una que escribió a
Arístides; en ella trata de hacer concordar las genealogías de Jesús en
los evangelios de Mateo y Lucas.

Pablo de Samosata y Malquión de Antioquía.
Pablo, natural de Samosata, capital de la provincia siria de Comagena, fue gobernador y ministro del tesoro (procurator ducenarius) de la reina Zenobia de Palmira y, desde el año 260, obispo de Antioquía. Eusebio (Hist. eccl.
7,27,2) nos informa que, a poco de su consagración episcopal, "pensaba
de Cristo cosas bajas y mezquinas, contrarias a la enseñanza de la
Iglesia, como si hubiera sido por naturaleza un hombre ordinario." Entre
los años 264-268 se celebraron tres sínodos en Antioquía para tratar de
su herejía, los dos primeros sin ningún resultado práctico. El tercero,
el año 268, declaró que la doctrina de Pablo era insostenible y
pronunció contra él una sentencia de deposición. Al presbítero Malquión
de Antioquía le cabe el honor de haber probado el carácter herético de
las doctrinas de Pablo y haber conseguido su condenación:
En tiempo de
Aureliano se reunió un último sínodo, al que asistió un número
extraordinariamente grande de obispos; en él fue desenmascarado el jefe
de la herejía de Antioquía y abiertamente condenado por todos como
culpable de heterodoxia; fue excomulgado de la Iglesia católica que está
bajo el cielo. El que más se distinguió en pedirle cuentas y en
probarle la acusación de disimulo fue Malquión, varón docto, que era
asimismo director de la enseñanza de retórica en las escuelas helénicas
de Antioquía; había sido distinguido con el presbiterado en la comunidad
de aquella ciudad por la extraordinaria sinceridad de su fe en Cristo.
Se levantó, pues, contra Pablo este hombre, y los taquígrafos tomaron
su disputa con él, que sabemos ha llegado hasta nuestros días. Sólo él,
de entre todos ellos, fue capaz de desenmascarar a este hombre ladino y
solapado.
Los pastores que se
hallaban reunidos en el mismo lugar redactaron de común acuerdo una
sola carta dirigida a Dionisio, obispo de Roma, y a Máximo, de
Alejandría, y la enviaron a todas las provincias. En ella exponen sus
esfuerzos en favor de todos y la perversa heterodoxia de Pablo; refiere
los argumentos y preguntas que le hicieron, y, además, describen toda la
vida y conducta de aquel hombre (Eusebio, Hist. eccl. 7,29,1-30).
Del debate entre
Pablo y Malquión, del que se tornaron notas taquigráficas, quedan
fragmentos en Leoncio de Bizancio, en el emperador Justiniano y en Pedro
Diácono. Según San Jerónimo (De vir. ill. 71), Malquión fue también el autor de la carta encíclica enviada por los obispos después del sínodo. Eusebio (ibid.)
cita varios pasajes de esta carta, que tratan sobre todo de la conducta
moral y del carácter de Pablo, puesto que junto con las cartas iban
copias de las minutas del concilio. San Hilario (De synodis 81,86) y San Basilio (Epist. 52) dicen que el concilio que condenó a Pablo repudió expresamente la palabra ομοο?σιος (consubstantialis),
por considerarla inadecuada para expresar la relación entre el Padre y
el Hijo. No sabemos, sin embargo, en qué sentido usaba Pablo esta
palabra. Seguramente le daba un tinte modalista, suprimiendo la
diferencia, de personalidad entre el Padre y el Hijo. No reconocía tres
personas en Dios, sino que, según Leoncio (De sectis
3,3), "dio el nombre de Padre al Dios que creó todas las cosas; de
Hijo, al que era meramente hombre, y el de Espíritu, a la gracia que
residía en los Apóstoles." Jesús era superior a Moisés y los profetas,
pero no era el Verbo. Era un hombre igual que nosotros, solamente que
era mejor en todos los aspectos. Así, pues, la trinidad admitida por
Pablo era solamente una trinidad nominal; evidentemente compartió las
opiniones de los monarquianos; su cristología recuerda la forma
modalista del adopcionismo.
La llamada Carta a Himneo,
que se supone que seis obispos escribieron a Pablo antes del sínodo de
268, contiene un símbolo detallado y pide a Pablo que suscriba esa regla
de fe. A pesar de que, según Eusebio (Hist. eccl.
7,30,2), los seis obispos, cuyos nombres da la carta, participaron en
el concilio, la autenticidad de este documento no está probada. Lo mismo
hay que decir de los cinco fragmentos de los Discursos a Sabino de Pablo, descubiertos en el florilegio Doctrina Patrum de incarnatione Verbi, compilado en el siglo VII.

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De hombres, hechos, notas y acontecimientos de tal época para comprender el contexto:

Metodio -
Uno de los adversarios más distinguidos de Orígenes fue Metodio. No
sabemos casi nada de su vida, porque Eusebio no le menciona en la
Historia eclesiástica. Según F. Diekamp, fue probablemente obispo de
Filipos de Macedonia, pero debió de pasar gran parte de su vida en
Licia, hasta el punto de que se le ha creído por mucho tiempo obispo de
Olimpo, pequeña ciudad de Licia. Murió mártir el año 311, en Cálcide de
Eubea.
Metodio
era un hombre de refinada cultura y un excelente teólogo. Refutó la
doctrina de Orígenes sobre la preexistencia del alma y su concepto
espiritualista de la resurrección del cuerpo. Desgraciadamente, de su
extensa producción sólo queda un reducido número de escritos.
1. El Banquete o Sobre la virginidad (Συμττ?σιον ? περ? áyveías).
Como
asiduo lector de Platón, a Metodio le gustaba imitar sus Diálogos.
Concibió el Banquete como la réplica cristiana de la obra del gran
filósofo. Intervienen diez vírgenes que ensalzan la virginidad. Todas la
encomian como tipo de vida cristiana perfecta y la manera ideal de
imitar a Cristo. Al final Tecla entona un himno entusiasta (de 24
versos) en honor de Cristo, el Esposo, y de la Iglesia, su Esposa, en el
cual el coro de las vírgenes canta un refrán. Empieza así:
Tecla.
En lo alto de los cielos, ¡oh vírgenes!, se deja oír el sonido de una
voz que despierta a los muertos; debemos apresurarnos, dice, a ir todas
hacia el oriente al encuentro del Esposo, revestidas de nuestras blancas
túnicas y con las lámparas en la mano. Despertaos y avanzad antes de
que el Rey franquee la puerta.
Todas. A ti consagro mi pureza, ¡oh divino Esposo!, y voy a tu encuentro con la lámpara brillante en mi mano.
Tecla.
He desechado la felicidad de los mortales, tan lamentable; los placeres
de una vida voluptuosa y el amor profano; a tus brazos, que dan la
vida, me acojo buscando protección, en espera de contemplar, ¡oh Cristo
bienaventurado!, tu eternal belleza.
Todas.
A ti consagro mi pureza, ¡oh divino Esposo!, y voy a tu encuentro con
la lámpara brillante en mi mano. Tecla. He abandonado los tálamos y
palacios de bodas terrenas por ti, ¡oh divino Maestro!, resplandeciente
cual el oro; a ti me acerco con mis vestiduras inmaculadas, para ser la
primera en entrar contigo en la felicidad completa de la cámara nupcial.
Todas. A ti consagro mi pureza...
Tecla.
Después de haber escapado, ¡oh Cristo bienaventurado!, a los engaños
del dragón y sus artificiosas seducciones, sufrí el ardor de las llamas y
las acometidas mortíferas de bestias feroces, confiada en que vendrías a
ayudarme.
Todas. A ti consagro mi pureza...
Tecla.
Olvidé mi patria arrastrada por el encanto ardiente de tu gracia, ¡oh
Verbo divino!; olvidé los coros de las vírgenes compañeras de mi edad y
el fausto de mi madre y de mi raza, porque tú mismo, tú, ¡oh Cristo!,
eres todo para mí.
Todas. A ti consagro mi pureza...
Tecla.
Salve, ¡oh Cristo, dador de la vida, luz sin ocaso! ¡Oye nuestras
aclamaciones! Es el coro de las vírgenes quien te las dirige, ¡oh flor
sin tacha, gozo, prudencia, sabiduría, oh Verbo de Dios!
Todas. A ti consagro mi pureza...
Tecla.
Abre las puertas, ¡oh reina!, la de la rica veste; admítenos en la
cámara nupcial. ¡Esposa inmaculada, vencedora, egregia, que te mueves
entre aromas! Engalanadas con vestiduras semejantes, henos aquí vástagos
tuyos, sentadas junto a Cristo para celebrar tus venturosas nupcias.
Todas. A ti consagro mi pureza... (11,2,1-7: BAC 45,1081s).
Esta Reina, la Iglesia, está adornada con las flores dé la virginidad y los frutos de la maternidad:
El
Real Profeta comparó la Iglesia a un prado amenísimo sembrado y
cubierto con las más variadas flores, no sólo con las flores suavísimas
de la virginidad, sino también con las del matrimonio y las de la
continencia, según está escrito: "Engalanada con sus vestidos de franjas
de oro avanza la reina a la diestra de su esposo" (Ps. 44,10 y 14)
(ibid. 2,7,50: BAC 45,1003).
Se
advierte la influencia de la doctrina de la recapitulación de Ireneo
(véase p.284s) cuando afirma Metodio que, por haber pecado Adán, Dios
determinó recrearlo en la Encarnación; pero Metodio propone una creación
nueva, una re-creación mucho más absoluta y completa. Su eclesiología
está íntimamente ligada a esta idea del segundo Adán. Para Ireneo, la
segunda Eva es María; para Metodio es la Iglesia:
Así
Pablo ha referido justamente a Cristo lo que había sido dicho respecto a
Adán, proclamando con derecho que la Iglesia nació de sus huesos y de
su carne. Por amor a ella, el Verbo, dejando al Padre en los cielos,
descendió a la tierra para acompañarla como a esposa (Eph. 5,31) y
dormir el éxtasis del sufrimiento, muriendo gustoso por ella, a fin de
presentarla gloriosa sin arruga ni mancha, purificándola mediante el
agua y el bautismo (Eph. 5,26-7), para hacerla capaz de recibir el
germen espiritual que el Verbo planta y hace germinar con sus
inspiraciones en lo más profundo del alma; por su parte, la Iglesia,
como una madre, da forma a aquella nueva vida para engendrar y
acrecentar la virtud. De este modo se cumple proféticamente aquel
mandato: "Creced y multiplicaos" (Gen. 1,18), al aumentar la Iglesia
cada día en masa, en plenitud y belleza gracias a su unión e íntimas
relaciones con el Verbo, que aun ahora desciende a nosotros y se nos
infunde mediante la conmemoración de sus sufrimientos. Pues la Iglesia
no podría de otro modo concebir y regenerar a sus hijos los creyentes,
por el agua del bautismo, si Cristo no se hubiera anonadado de nuevo por
ellos para ser retenido por la recopilación de sus sufrimientos, y no
muriese otra vez descendiendo de los cielos y uniéndose a su esposa la
Iglesia a fin de proporcionarle un nuevo vigor de su propio costado, con
el que puedan crecer y desarrollarse todos aquellos que han sido
fundados en El, los que han renacido por las aguas del bautismo y han
recibido la vida comunicada de sus huesos y de su carne, es decir, de su
santidad y de su gloria (3,8,70: BAC45,1010s).
Después
de leer tales pasajes, nos sorprende saber que Metodio fue uno de los
adversarios de Orígenes, puesto que el Comentario sobre el Cantar de los
Cantares de éste expone las mismas ideas y las mismas alegorías y sigue
la misma interpretación mística. De hecho no fue sino más tarde cuando
Metodio comenzó a refutar al maestro alejandrino. En cambio, parece que
en sus primeros escritos le había prodigado grandes alabanzas. Según San
Jerónimo (Adv. Ruf. 1,11), Pánfilo en su Apología de Orígenes recuerda a
Metodio que también él anteriormente tuvo en gran estima a este doctor.
El
Banquete es el único escrito de Metodio cuyo texto griego se ha
conservado íntegramente. De las otras obras tenemos solamente una
traducción eslava más o menos completa y algunos fragmentos en griego.
2. El Tratado sobre el libre albedrío (Περ? του α?πτεξουσ?ον).
La
versión eslava ostenta el título Sobre Dios, la materia y el libre
albedrío, que corresponde más exactamente al contenido de la obra.
Metodio quiere probar, en forma de diálogo, que el responsable del mal
es el libre albedrío del ser humano. No se puede pensar que el mal
provenga de Dios o que sea materia increada o eterna como Dios. En el
transcurso de la discusión, Metodio rechaza la idea origenista de una
sucesión indefinida de mundos. El tratado parece dirigido contra el
sistema dualista de los valentinianos y de otros gnósticos. La mayor
parte de la obra se conserva en fragmentos griegos. El texto íntegro,
salvo unas pocas lagunas, existe en una versión eslava. Además, Eznik de
Kolb, apologista armenio del siglo V, trae largas citas en su
Refutación de las sectas, transmitiéndonos de esta manera en su lengua
importantes pasajes de la obra de Metodio.
3. Sobre la resurrección (?γλαοφ?ν ? περ? αναστ?σεως).
El
título original de este diálogo era Aglaofón o sobre la resurrección,
porque representa una disputa que tuvo lugar en casa del médico Aglaofón
de Patara. Refuta en tres libros la teoría origenista de la
resurrección en un cuerpo espiritual y defiende la identidad del cuerpo
humano con el cuerpo resucitado:
No
puedo soportar la locura de algunos que desvergonzadamente violentan la
Escritura, a fin de encontrar un apoyo para su propia opinión, según la
cual la resurrección se hará sin la carne; suponen que habrá huesos y
carne espirituales, y cambian su sentido de muchas maneras, haciendo
alegorías (1,2).
Ahora
bien, ¿qué significa que lo corruptible se reviste de inmortalidad? ¿No
es lo mismo que aquello de "se siembra en corrupción y resucita en
incorrupción"? (1 Cor. 15.42). En efecto, el alma no es ni corruptible
ni mortal, porque lo que es mortal y corruptible es la carne. En
consecuencia, "como llevamos la imagen del terreno, llevaremos también
la imagen del celestial" (1 Cor. 15, 49). Puesto que la imagen del
terreno que llevamos es ésta: "Polvo eres y al polvo volverás" (Gen.
3,19). Pero la imagen del celestial es la resurrección de entre los
muertos, y la incorrupción, a fin de que, "como Cristo resucitó de entre
los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una
vida nueva" (Rom. 4,6). Se podría pensar que la imagen terrena es la
misma carne, y la imagen celestial algún cuerpo espiritual distinto de
la carne. Pero hay que considerar primero que Cristo, el hombre
celestial, cuando se apareció, tuvo la misma forma corporal que los
miembros y la misma imagen de carne como la nuestra, pues por ella se
hizo hombre el que no era hombre, de suerte que, "como en Adán hemos
muerto todos, así también en Cristo somos todos vivificados" (1 Cor.
15,22). Si, pues, El tomó la carne por otra cualquiera razón que la de
libertar a la carne y resucitarla, ¿por qué asumió El la carne en vano,
si no quería ni salvarla ni resucitarla? Pero el Hijo de Dios no hace
nada en vano. No tomó, pues, inútilmente la forma de siervo, sino que lo
hizo con la intención de resucitarla y salvarla. Si él se hizo hombre y
murió en verdad y no sólo en apariencia, lo hizo para mostrar que es el
primogénito de entre los muertos, transformando la tierra en cielo, y
lo mortal en inmortal (De resurr. 1,13).
Metodio
refuta también las opiniones de Orígenes sobre la preexistencia del
alma y sobre la carne como cárcel del espíritu, y sus ideas sobre el
destino y fin del mundo. Al principio el hombre era inmortal en cuerpo y
alma. La muerte y la separación del cuerpo y del alma no tienen más
explicación que la envidia del diablo. Por eso el ser humano tuvo que
ser remodelado:
Es
como si un eminente artista tuviera que romper una hermosa estatua
labrada por él mismo en oro u otro material, y hermosamente
proporcionada en todos sus miembros, porque acaba de darse cuenta de que
ha sido mutilada por algún hombre infame, demasiado envidioso para
soportar la belleza. Este hombre se apoderó de la estatua y se entregó
al vano placer de satisfacer su envidia. Advierte, sapientísimo
Aglaofón: si el artista quiere que aquello a lo que ha dedicado tantos
afanes, tantos cuidados y tanto trabajo, esté libre de toda infamia, se
verá precisado a fundirlo de nuevo y a restaurarlo en su anterior
condición... Pues bien, me parece que al plan de Dios le aconteció lo
mismo que ocurre con los nuestros. Viendo al hombre, la más noble de sus
obras, corrompido por pérfido engaño, no pudo, en su amor al hombre,
abandonarlo en aquella condición. No quiso que el ser humano
permaneciera para siempre culpable y objeto de reprobación por toda la
eternidad. Le redujo de nuevo a su materia original, a fin de que,
modelándolo otra vez, desaparecieran de él todas las manchas. A la
fundición de la estatua en el primer caso corresponde la muerte y
disolución del cuerpo en el segundo, y a la refundición y nuevo modelado
de la materia en el primer caso corresponde la resurrección del cuerpo
en el segundo: Te pido prestes atención a esto: cuando el hombre
delinquió, la Grande Mano no quiso, como ya dije, abandonar su obra como
un trofeo al maligno, que la había viciado y deshonrado injustamente
por envidia. Por el contrario, la humedeció y la redujo a arcilla, lo
mismo que un alfarero rompe una vasija para rehacerla, a fin de eliminar
todas las taras y abolladuras para que pueda ser de nuevo agradable y
sin ningún defecto (De resurr. 1,6-7).
A
pesar de que el diálogo adolece de cierta falta de claridad en la
composición, con todo, la obra, tal como está, es una importante
contribución a la teología. La refutación de las ideas de Orígenes se
mantiene siempre en un nivel elevado, y las especulaciones del autor se
remontan a la misma altura que las de su antagonista. San Jerónimo, que,
en fin de cuentas, no era muy favorable a Metodio, señala (De vir. ill.
33) este tratado como un opus egregium.
Solamente
quedan fragmentos del texto griego. Afortunadamente, Epifanio incorporó
a su Panarion (Haer. 64,12-62) un pasaje extenso y muy importante (1,20-2,8,10). La versión eslava abarca los tres libros, pero abreviando los dos últimos.
4. Sobre la vida y las acciones racionales.
Este
tratado figura en la versión eslava entre los dos diálogos Sobre el
libre albedrío y Sobre la resurrección. Del texto original griego no
queda absolutamente nada. La obra consiste en una exhortación a
contentarse con lo que Dios nos ha dado en esta vida y a poner toda
nuestra esperanza en el mundo venidero.
5. Las obras exegéticas.
Al
diálogo Sobre la resurrección siguen, en la versión eslava, tres obras
exegéticas. La primera va dirigida a dos mujeres, Frenope y Quilonia, y
trata de La diferencia de los alimentos y la ternera mencionada en el
Levítico (cf. Num. 19). Es una interpretación alegórica de las leyes del
Antiguo Testamento relativas a las diferentes clases de alimentos y a
la vaca roja, con cuyas cenizas debían ser rociados los impuros. El
segundo tratado, que se titula A Sistelio sobre la lepra, es un diálogo
entre Eubulio y Sistelio sobre el sentido alegórico del Levítico 13.
Además de la versión eslava quedan algunos fragmentos griegos de este
tratado. El tercero es una interpretación alegórica de Prov. 30,15ss (la
sanguijuela) y Ps. 18,2: "Los cielos pregonan la gloria de Dios."
6. Contra Porfirio.
En
varias ocasiones (De vir. ill. 83; Epist. 48,13; Epist. 70,3) San
Jerónimo habla con grande encomio de los Libros contra Porfirio de
Metodio. Verdaderamente es de lamentar que esta obra se haya perdido
enteramente, puesto que Metodio fue el primero en refutar los quince
libros polémicos Contra los cristianos, escritos por el filósofo
neoplatónico Porfirio hacia el año 270.
También
se han perdido sus obras Sobre la Pitonisa, Sobre los mártires y los
Comentarios sobre el Génesis y sobre el Cantar de los Cantares (De vir.
ill. 83).

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De hombres, hechos, notas y acontecimientos de tal época para comprender el contexto:

Sexto Julio Africano - Sexto
Julio Africano nació en Jerusalén (Aelia Capitolina), no en África,
como pensaron Bardenhewer y otros. Fue oficial del ejército de Septimio
Severo y tomó parte en la expedición contra el principado de Edesa el
año 195. Este fue, probablemente, el comienzo de la amistad que le unió
con la dinastía cristiana de aquella ciudad. Por un fragmento de papiro
del libro XVIII de su obra Kestoi (Oxyrh. Pap. III n.142,39ss) sabemos
que organizó una biblioteca para el emperador Alejandro Severo en Roma,
"en el Panteón, cerca de los baños de Alejandro." En Alejandría de
Egipto asistió a las clases de Heraclas y se hizo amigo de Orígenes. Más
tarde vivió en Emaús (Nicópolis) de Palestina y murió después del 240. A
pesar de que una tradición posterior le hiciera obispo de Emaús, jamás
ejerció ningún cargo eclesiástico. Se dedicó más a las ciencias profanas
que a las sagradas.
Sus Obras.
1. Crónicas (Χρονογραφ?αι )
Sus
Crónicas vienen a ser el primer ensayo de sincronismo de la historia
del mundo. Dispone en columnas paralelas, según las fechas, los sucesos
de la Biblia y los compendios de las historias griega y judía, desde la
creación hasta el año 221 después de Cristo, el cuarto año de
Heliogábalo; de la creación hasta el nacimiento de Cristo se cuentan
cinco mil quinientos años. Según Julio Africano, el mundo debía durar en
total seis mil años, y así, quinientos años después del nacimiento de
Cristo empezaría el Sábado del mundo, el milenio del reinado de Cristo.
Parece, pues, que al autor le movió una intención milenarista a componer
su obra. Carece de sentido critico con respecto a las fuentes. Los
primeros cinco libros de las Crónicas, de los que sólo quedan
fragmentos, fueron una mina de información para Eusebio y otros
historiadores posteriores.
2. Kestoi (Κεστο?, Encajes)
Los
Kestoi son una obra enciclopédica que comprende veinticuatro libros y
estaba dedicada al emperador Alejandro Severo. El título Encajes indica
la variedad de materias que se Tratan: van de la táctica militar a la
medicina, de la agricultura a la magia. Los extensos fragmentos que se
conservan demuestran que a Julio Africano le faltaba sentido critico en
su método. Era, además, muy crédulo, admitiendo toda clase de
supersticiones y de magia.
3. Dos cartas
Conocemos
dos cartas de Julio Africano. Una, dirigida a Orígenes hacia el año
240, pone en duda la autenticidad de la historia de Susana. En ella el
autor demuestra un juicio y un sentido crítico más seguros que en los
Encajes. Se conserva el texto completo de esta carta (véase arriba
p.373). La otra carta, de la que se conservan sólo fragmentos, es una
que escribió a Arístides; en ella trata de hacer concordar las
genealogías de Jesús en los evangelios de Mateo y Lucas.

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Rogad, pues, al Dueño  de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 37-38).


De hombres, hechos, notas y acontecimientos de tal época para comprender el contexto:

Pablo de Samosata y Malquión de Antioquía - Pablo,
natural de Samosata, capital de la provincia siria de Comagena, fue
gobernador y ministro del tesoro (procurator ducenarius) de la reina
Zenobia de Palmira y, desde el año 260, obispo de Antioquía. Eusebio
(Hist. eccl. 7,27,2) nos informa que, a poco de su consagración
episcopal, "pensaba de Cristo cosas bajas y mezquinas, contrarias a la
enseñanza de la Iglesia, como si hubiera sido por naturaleza un hombre
ordinario." Entre los años 264-268 se celebraron tres sínodos en
Antioquía para tratar de su herejía, los dos primeros sin ningún
resultado práctico. El tercero, el año 268, declaró que la doctrina de
Pablo era insostenible y pronunció contra él una sentencia de
deposición. Al presbítero Malquión de Antioquía le cabe el honor de
haber probado el carácter herético de las doctrinas de Pablo y haber
conseguido su condenación:
En
tiempo de Aureliano se reunió un último sínodo, al que asistió un
número extraordinariamente grande de obispos; en él fue desenmascarado
el jefe de la herejía de Antioquía y abiertamente condenado por todos
como culpable de heterodoxia; fue excomulgado de la Iglesia católica que
está bajo el cielo. El que más se distinguió en pedirle cuentas y en
probarle la acusación de disimulo fue Malquión, varón docto, que era
asimismo director de la enseñanza de retórica en las escuelas helénicas
de Antioquía; había sido distinguido con el presbiterado en la comunidad
de aquella ciudad por la extraordinaria sinceridad de su fe en Cristo.
Se levantó, pues, contra Pablo este hombre, y los taquígrafos tomaron su
disputa con él, que sabemos ha llegado hasta nuestros días. Sólo él, de
entre todos ellos, fue capaz de desenmascarar a este hombre ladino y
solapado.
Los
pastores que se hallaban reunidos en el mismo lugar redactaron de común
acuerdo una sola carta dirigida a Dionisio, obispo de Roma, y a Máximo,
de Alejandría, y la enviaron a todas las provincias. En ella exponen
sus esfuerzos en favor de todos y la perversa heterodoxia de Pablo;
refiere los argumentos y preguntas que le hicieron, y, además, describen
toda la vida y conducta de aquel hombre (Eusebio, Hist. eccl.
7,29,1-30).
Del
debate entre Pablo y Malquión, del que se tornaron notas taquigráficas,
quedan fragmentos en Leoncio de Bizancio, en el emperador Justiniano y
en Pedro Diácono. Según San Jerónimo (De vir. ill. 71), Malquión fue
también el autor de la carta encíclica enviada por los obispos después
del sínodo. Eusebio (ibid.) cita varios pasajes de esta carta, que
tratan sobre todo de la conducta moral y del carácter de Pablo, puesto
que junto con las cartas iban copias de las minutas del concilio. San
Hilario (De synodis 81,86) y San Basilio (Epist. 52) dicen que el
concilio que condenó a Pablo repudió expresamente la palabra ομοο?σιος
(consubstantialis), por considerarla inadecuada para expresar la
relación entre el Padre y el Hijo. No sabemos, sin embargo, en qué
sentido usaba Pablo esta palabra. Seguramente le daba un tinte
modalista, suprimiendo la diferencia, de personalidad entre el Padre y
el Hijo. No reconocía tres personas en Dios, sino que, según Leoncio (De
sectis 3,3), “dio el nombre de Padre al Dios que creó todas las cosas;
de Hijo, al que era meramente hombre, y el de Espíritu, a la gracia que
residía en los Apóstoles.” Jesús era superior a Moisés y los profetas,
pero no era el Verbo. Era un hombre igual que nosotros, solamente que
era mejor en todos los aspectos. Así, pues, la trinidad admitida por
Pablo era solamente una trinidad nominal; evidentemente compartió las
opiniones de los monarquianos; su cristología recuerda la forma
modalista del adopcionismo.
La llamada Carta
a Himneo, que se supone que seis obispos escribieron a Pablo antes del
sínodo de 268, contiene un símbolo detallado y pide a Pablo que suscriba
esa regla de fe. A pesar de que, según Eusebio (Hist. eccl. 7,30,2),
los seis obispos, cuyos nombres da la carta, participaron en el
concilio, la autenticidad de este documento no está probada. Lo mismo
hay que decir de los cinco fragmentos de los Discursos a Sabino de
Pablo, descubiertos en el florilegio Doctrina Patrum de incarnatione
Verbi, compilado en el siglo VII.

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todos somos responsables de la protección de lo creado
Del alba a la caída del sol el hombre se dirige a Dios

San Policarpo (69 †155) obispo y mártir en la naciente Iglesia Católica
Carta a los Filipenses; SC 10, pag. 214-217; 221

“Igual que me han perseguido a mí, os perseguirán a vosotros.” (Jn 15,20) - Hermanos
míos, permanezcamos siempre sólidamente unidos a nuestra esperanza y a
la prenda de nuestra justificación, a Cristo Jesús... Imitemos su
paciencia y si padecemos por causa de su nombre, démosle gracias. Este
es el modelo de vida que él nos ha presentado y en el que nosotros hemos
creído. 
      
Os exhorto a todos a obedecer a la palabra de justicia y a perseverar
en la paciencia que habéis contemplado con vuestros propios ojos, no
únicamente en el bienaventurado Ignacio, Zósimo y Rufus, sino también en
otros miembros de vuestra comunidad, y en Pablo mismo y los otros
apóstoles. Estad convencidos de que todos estos no han corrido en vano
sino animados por la fe y la justicia y que ahora están junto al Señor,
en el lugar que él les había prometido por haber sufrido con él. No
amaron “el tiempo presente” (2Tim 4,10) sino a Cristo que murió por
ellos y que Dios resucitó para ellos...
       Que Dios, el Padre de
Nuestro Señor Jesucristo, y él mismo, el Sumo Sacerdote eterno, el Hijo
de Dios, Jesucristo, os haga crecer en la fe y en la verdad, en toda
dulzura y sin cólera, en paciencia y longanimidad, perseverancia y
castidad. Que os conceda tener parte en la herencia de los santos y a
nosotros juntamente con vosotros y a todos los que viven bajo el cielo y
creen en Nuestro Señor Jesucristo y en su Padre que lo ha resucitado de
entre los muertos. Orad por todos los santos. Pedid por los reyes y
autoridades, orad por los que os persiguen y os odian y por los enemigos
de la cruz. Así el fruto de vuestra vida será visible a todos y seréis
perfectos en el Señor Jesucristo.

+++
la barca de la Iglesia que Cristo fundó, triunfará…, portae inferi non praevalehunt) (Matth. 16,18) las puertas del infierno no prevalecerán, le dijo Cristo a su Iglesia Católica

Muchos pueblos por mí han renacido en Dios
"Sin
cesar doy gracias a Dios que me mantuvo fiel en el día de la tentación.
Gracias a él puedo hoy ofrecer con toda confianza a Cristo, quien me
liberó de todas mis tribulaciones, el sacrificio de mi propia alma como
víctima viva, y puedo decir: ¿Quién soy yo, y cuál es la excelencia de
mi vocación, Señor, que me has revestido de tanta gracia divina? Tú me
has concedido exultar de gozo entre los gentiles y proclamar por todas
partes tu nombre, lo mismo en la prosperidad que en la adversidad. Tú me
has hecho comprender que cuanto me sucede, lo mismo bueno que malo, he
de recibirlo con idéntica disposición dando gracias a Dios que me otorgó
esta fe inconmovible y que constantemente me escucha. Tú has concedido a
este ignorante el poder realizar en estos tiempos esta obra tan piadosa
y maravillosa, imitando a aquellos de los que el Señor predijo que
anunciarían su Evangelio como «testimonio para todas las gentes».
¿De
dónde me ha venido esta sabiduría que antes no tenía, pues ni conocía
el número de mis días ni gustaba de Dios? Cómo me fue dado este don tan
grande de conocer a Dios y amarle, dejando mi patria y mi familia para
venir a Irlanda a predicar el Evangelio, sufriendo los ultrajes de los
infieles — para experimentar las calamidades de mi condición mortal — y
las persecuciones, hasta ser encarcelado, y, finalmente, el poder
entregar mi alma por el bien de los demás?
Si
Dios me juzga digno de ello, estoy dispuesto a dar mi vida gustoso y
sin vacilar por su nombre, gastándola hasta la muerte. Mucho es lo que
debo a Dios que me concedió gracia tan grande de que muchos pueblos
renacieron a Dios por mi. Y después les dio crecimiento y perfección. Y
también porque pude ordenar en todos aquellos lugares, a los ministros
para el servicio del pueblo recién convertido; pueblo que Dios había
llamado desde los confines de la tierra, como lo había prometido por los
profetas: «De los cónfines del mundo vendrán las gentes y dirán: ¡Qué
falsos eran los ídolos de nuestros padres y de qué poco sirven!» Y
también: «Te he hecho luz para los gentiles, para que seas su salvación
hasta los confines de la tierra».
Allí
quiero esperar el cumplimiento de su promesa infalible, como afirma en
el Evangelio: «Vendrán del Oriente y del Occidente, y se sentarán con
Abrahán, Isaac y Jacob». Como lo afirma nuestra fe, los creyentes
vendrán de todas las partes del mundo."
De la Confesión de San Patricio, obispo (Cap. 14-16: PL 53, 808-809)
Biografía - Nacido
en Gran Bretaña hacia el 385, muy joven fue llevado cautivo a Irlanda, y
obligado a guardar ovejas. Recobrada la libertad, abrazó el estado
clerical y fue consagrado obispo de Irlanda, desplegando extraordinarias
dotes de evangelizador, y convirtiendo a la fe a numerosas gentes,
entre las que instauró la Iglesia. Murió el año 461, cerca de Down,
llamado en su honor Downpatrik (Irlanda).

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al Creador canta la creación con sus colores


Gracias por venir a visitarnos


Sin
verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en
un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo
fatal del amor en una cultura sin verdad.
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'JESUCRISTO PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO,
FUE CRUCIFICADO, MUERTO Y SEPULTADO'

Evangelio según San Lucas, Cap.3, vers.1º: El año decimoquinto
del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la
Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de
Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene…



Crucifixión de San Pedro: fue crucificado al revés cabeza abajo
- Pergamino con San Pedro en cruz invertida, de Maguncia- Alemania;
entre el 900 y el 1000ca. - Museo Diocesano de la Catedral Maguncia
(Mainz) Alemania - Pedro en su cruz, invertida. ¿Qué significa todo
esto? Es lo que Jesús había predicho a este Apóstol suyo: "Cuando seas
viejo, otro te llevará a donde tú no quieras"; y el Señor había añadido:
"Sígueme" (Jn 21, 18-19). Precisamente ahora se realiza el culmen del
seguimiento: el discípulo no es más que el Maestro, y ahora experimenta
toda la amargura de la cruz, de las consecuencias del pecado que separa
de Dios, toda la absurdidad de la violencia y de la mentira. No se puede
huir del radicalismo del interrogante planteado por la cruz: la cruz de
Cristo, Cabeza de la Iglesia, y la cruz de Pedro, su Vicario en la
tierra. Dos actos de un único drama: el drama del misterio pascual: cruz
y resurrección, muerte y vida, pecado y gracia.


La maternidad divina de María – Catecismo de la Iglesia

495 Llamada en los Evangelios 'la Madre de Jesús'(Jn 2, 1; 19, 25; cf.
Mt 13, 55, etc.), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como
'la madre de mi Señor' desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1,
43). En efecto, aquél que ella concibió como hombre, por obra del
Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne,
no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la
Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente
Madre de Dios [Theotokos] (cf. Concilio de Éfeso, año 649: DS, 251).

La virginidad de María

496 Desde las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia
ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María
únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto
corporal de este suceso: Jesús fue concebido absque semine ex Spiritu
Sancto (Concilio de Letrán, año 649; DS, 503), esto es, sin semilla de
varón, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción
virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha
venido en una humanidad como la nuestra:

Así, san Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): «Estáis
firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de
la raza de David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la
voluntad y el poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una
virgen [...] Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo
Poncio Pilato [...] padeció verdaderamente, como también resucitó
verdaderamente» (Epistula ad Smyrnaeos, 1-2).


El acontecimiento histórico y transcendente – Catecismo de la Iglesia

639 El misterio de la resurrección de Cristo es un
acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas
como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56,
puede escribir a los Corintios: "Porque os transmití, en primer lugar,
lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según
las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según
las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3-4). El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3-18).

El sepulcro vacío
640 "¿Por qué buscar entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (Lc
24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer
elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba
directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría
explicarse de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28, 11-15). A
pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo
esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para
el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer
lugar, de las santas mujeres (cf. Lc 24, 3. 22- 23), después de Pedro (cf. Lc 24, 12). "El discípulo que Jesús amaba" (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir "las vendas en el suelo"(Jn 20, 6) "vio y creyó" (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío (cf. Jn
20, 5-7) que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra
humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como
había sido el caso de Lázaro (cf. Jn 11, 44).




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