lunes, 24 de octubre de 2016

Catecismo de la Iglesia Católica, Primera parte, Segunda Sección, capítulo tercero, artículo 9, párrafo 2, 781-810

Catecismo de la Iglesia Católica, Primera parte, Segunda Sección, capítulo tercero, artículo 9, párrafo 2, 781-810





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PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
SEGUNDA SECCIÓN:
LA
PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA
CAPÍTULO TERCERO
CREO
EN EL ESPÍRITU SANTO
ARTÍCULO 9
“CREO EN LA SANTA IGLESIA CATÓLICA”
Párrafo 2
LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS, CUERPO DE CRISTO,
TEMPLO DEL
ESPÍRITU SANTO

781
"En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica
la justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no
individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo
para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues,
a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a
poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue
santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su
alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo [...], es decir, el Nuevo
Testamento en su sangre, convocando a las gentes de entre los judíos y los
gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu" (LG
9).
Las características del Pueblo de Dios
782 El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente
de todos los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia:
— Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en
propiedad a ningún pueblo. Pero Él ha adquirido para sí un pueblo de
aquellos que antes no eran un pueblo: "una raza elegida, un sacerdocio real,
una nación santa" (1 P 2, 9).
— Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el
nacimiento físico, sino por el "nacimiento de arriba", "del agua y del
Espíritu" (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.
— Este pueblo tiene por Cabeza a Jesús el Cristo
[Ungido, Mesías]: porque la misma Unción, el Espíritu Santo fluye desde la
Cabeza al Cuerpo, es "el Pueblo mesiánico".
— "La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la
libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo
como en un templo" (LG
9).
— "Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el
mismo Cristo mismo nos amó (cf. Jn 13, 34)". Esta es la ley "nueva"
del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5, 25).
— Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del
mundo (cf. Mt 5, 13-16). "Es un germen muy seguro de unidad, de
esperanza y de salvación para todo el género humano" (LG
9.
— "Su destino es el Reino de Dios, que él mismo
comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve
también a su perfección" (LG
9).
Un pueblo sacerdotal, profético y real
783 Jesucristo es Aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo
y lo ha constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios participa
de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de
servicio que se derivan de ellas (cf .RH
18-21).
784 Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo se participa
en la vocación única de este Pueblo: en su vocación sacerdotal: «Cristo
el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo pueblo "un
reino de sacerdotes para Dios, su Padre". Los bautizados, en efecto, por el
nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados
como casa espiritual y sacerdocio santo» (LG
10).
785 "El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético
de Cristo". Lo es sobre todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de
todo el pueblo, laicos y jerarquía, cuando "se adhiere indefectiblemente a la fe
transmitida a los santos de una vez para siempre" (LG
12) y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este
mundo.
786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de
Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su
muerte y su resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del
universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino
a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el
cristiano, "servir a Cristo es reinar" (LG
36), particularmente "en los pobres y en los que sufren" donde descubre "la
imagen de su Fundador pobre y sufriente" (LG
8). El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a esta
vocación de servir con Cristo.

«La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción
del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial
servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos
debe saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay
más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué
hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas
víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón?» (San León Magno, Sermo
4, 1).
La Iglesia es comunión con Jesús
787 Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Mc.
1,16-20; 3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (cf. Mt 13, 10-17);
les dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lc 10, 17-20) y en sus
sufrimientos (cf. Lc 22, 28-30). Jesús habla de una comunión todavía más
íntima entre Él y los que le sigan: "Permaneced en mí, como yo en vosotros [...]
Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15, 4-5). Anuncia una
comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come mi
carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 56).
788 Cuando fueron privados los discípulos de su presencia visible, Jesús
no los dejó huérfanos (cf. Jn 14, 18). Les prometió quedarse con ellos
hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28, 20), les envió su Espíritu (cf.
Jn 20, 22; Hch 2, 33). Por eso, la comunión con Jesús se hizo en
cierto modo más intensa: "Por la comunicación de su Espíritu a sus hermanos,
reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente en su cuerpo"
(LG
7).
789 La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz
sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. No está solamente reunida
en torno a Él: siempre está unificada en Él, en su Cuerpo. Tres aspectos
de la Iglesia "cuerpo de Cristo" se han de resaltar más específicamente: la
unidad de todos los miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo Cabeza del
cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo.
“Un solo cuerpo”
790 Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros
del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a Cristo: "La vida de Cristo
se comunica a a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por
medio de los sacramentos de una manera misteriosa pero real" (LG
7). Esto es particularmente verdad en el caso del Bautismo por el cual nos
unimos a la muerte y a la Resurrección de Cristo (cf. Rm 6, 4-5; 1 Co
12, 13), y en el caso de la Eucaristía, por la cual, "compartimos realmente el
Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con él y entre nosotros" (LG
7).
791 La unidad del cuerpo no ha abolido la diversidad de los miembros: "En
la construcción del Cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de
funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de
los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia". La
unidad del Cuerpo místico produce y estimula entre los fieles la caridad: "Si un
miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos
los miembros se alegran con él" (LG
7). En fin, la unidad del Cuerpo místico sale victoriosa de todas las divisiones
humanas: "En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de
Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya
que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 27-28).
Cristo, Cabeza de este Cuerpo
792 Cristo "es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,
18). Es el Principio de la creación y de la redención. Elevado a la gloria del
Padre, "él es el primero en todo" (Col 1, 18), principalmente en la
Iglesia por cuyo medio extiende su reino sobre todas las cosas.
793 Él nos une a su Pascua: Todos los miembros tienen que
esforzarse en asemejarse a él "hasta que Cristo esté formado en ellos" (Ga
4, 19). "Por eso somos integrados en los misterios de su vida [...], nos unimos
a sus sufrimientos como el cuerpo a su cabeza. Sufrimos con él para ser
glorificados con él" (LG
7).
794 Él provee a nuestro crecimiento (cf. Col 2, 19): Para
hacernos crecer hacia él, nuestra Cabeza (cf. Ef 4, 11-16), Cristo
distribuye en su Cuerpo, la Iglesia, los dones y los servicios mediante los
cuales nos ayudamos mutuamente en el camino de la salvación.
795 Cristo y la Iglesia son, por tanto, el "Cristo total" [Christus
totus
]. La Iglesia es una con Cristo. Los santos tienen conciencia muy viva
de esta unidad:

«Felicitémonos y demos gracias por lo que hemos llegado a ser, no solamente
cristianos sino el propio Cristo. ¿Comprendéis, hermanos, la gracia que Dios nos
ha hecho al darnos a Cristo como Cabeza? Admiraos y regocijaos, hemos sido
hechos Cristo. En efecto, ya que Él es la Cabeza y nosotros somos los miembros,
el hombre todo entero es Él y nosotros [...] La plenitud de Cristo es, pues, la
Cabeza y los miembros: ¿Qué quiere decir la Cabeza y los miembros? Cristo y la
Iglesia» (San Agustín, In Iohannis evangelium tractatus, 21, 8).
Redemptor noster unam se personam cum sancta Ecclesia, quam assumpsit,
exhibuit
("Nuestro Redentor muestra que forma una sola persona con la
Iglesia que Él asumió") (San Gregorio Magno, Moralia in Job, Praefatio 6,
14)
Caput et membra, quasi una persona mystica ("La Cabeza y los miembros,
como si fueran una sola persona mística") (Santo Tomás de Aquino, S.th.
3, q. 48, a. 2, ad 1).
Una palabra de Santa Juana de Arco a sus jueces resume la fe de los santos
doctores y expresa el buen sentido del creyente: "De Jesucristo y de la Iglesia,
me parece que es todo uno y que no es necesario hacer una dificultad de ello"
(Juana de Arco, Dictum: Procès de condamnation).
La Iglesia es la Esposa de Cristo
796 La unidad de Cristo y de la Iglesia, Cabeza y miembros del cuerpo,
implica también la distinción de ambos en una relación personal. Este aspecto es
expresado con frecuencia mediante la imagen del esposo y de la esposa. El tema
de Cristo Esposo de la Iglesia fue preparado por los profetas y anunciado por
Juan Bautista (cf. Jn 3, 29). El Señor se designó a sí mismo como "el
Esposo" (Mc 2, 19; cf. Mt 22, 1-14; 25, 1-13). El apóstol presenta
a la Iglesia y a cada fiel, miembro de su Cuerpo, como una Esposa "desposada"
con Cristo Señor para "no ser con él más que un solo Espíritu" (cf. 1 Co
6,15-17; 2 Co 11,2). Ella es la Esposa inmaculada del Cordero inmaculado
(cf. Ap 22,17; Ef 1,4; 5,27), a la que Cristo "amó y por la que se
entregó a fin de santificarla" (Ef 5,26), la que él se asoció mediante
una Alianza eterna y de la que no cesa de cuidar como de su propio Cuerpo (cf.
Ef 5,29):

«He ahí el Cristo total, cabeza y cuerpo, un solo formado de muchos [...] Sea la
cabeza la que hable, sean los miembros, es Cristo el que habla. Habla en el
papel de cabeza [ex persona capitis] o en el de cuerpo [ex persona
corporis
]. Según lo que está escrito: "Y los dos se harán una sola carne.
Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia."(Ef
5,31-32) Y el Señor mismo en el evangelio dice: "De manera que ya no son dos
sino una sola carne" (Mt 19,6). Como lo habéis visto bien, hay en efecto
dos personas diferentes y, no obstante, no forman más que una en el abrazo
conyugal ... Como cabeza él se llama "esposo" y como cuerpo "esposa" (San
Agustín, Enarratio in Psalmum 74, 4: PL 36, 948-949).
797 Quod est spiritus noster, id est anima nostra, ad membra nostra,
hoc est Spiritus Sanctus ad membra Christi, ad corpus Christi, quod est Ecclesia

("Lo que nuestro espíritu, es decir, nuestra alma, es para nuestros miembros,
eso mismo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, para el Cuerpo de
Cristo que es la Iglesia"; san Agustín, Sermo 268, 2). "A este Espíritu
de Cristo, como a principio invisible, ha de atribuirse también el que todas las
partes del cuerpo estén íntimamente unidas, tanto entre sí como con su excelsa
Cabeza, puesto que está todo él en la Cabeza, todo en el Cuerpo, todo en cada
uno de los miembros" (Pío XII: Mystici Corporis: DS 3808). El Espíritu
Santo hace de la Iglesia "el Templo del Dios vivo" (2 Co 6, 16; cf. 1
Co
3, 16-17; Ef 2,21):

«En efecto, es a la misma Iglesia, a la que ha sido confiado el "don de Dios"
[...] Es en ella donde se ha depositado la comunión con Cristo, es decir, el
Espíritu Santo, arras de la incorruptibilidad, confirmación de nuestra fe y
escala de nuestra ascensión hacia Dios [...] Porque allí donde está la Iglesia,
allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios,
está la Iglesia y toda gracia» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3,
24, 1).
798 El Espíritu Santo es "el principio de toda acción vital y
verdaderamente saludable en todas las partes del cuerpo" (Pío XII, Mystici
Corporis
: DS 3808). Actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el
cuerpo en la caridad (cf. Ef 4, 16): por la Palabra de Dios, "que tiene
el poder de construir el edificio" (Hch 20, 32), por el Bautismo mediante
el cual forma el Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12, 13); por los sacramentos
que hacen crecer y curan a los miembros de Cristo; por "la gracia concedida a
los apóstoles" que "entre estos dones destaca" (LG
7), por las virtudes que hacen obrar según el bien, y por las múltiples gracias
especiales [llamadas "carismas"] mediante las cuales los fieles quedan
"preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen
a renovar y construir más y más la Iglesia" (LG
12; cf.

AA
3).
Los carismas
799 Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del
Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente una utilidad eclesial; los
carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres
y a las necesidades del mundo.
800 Los carismas se han de acoger con reconocimiento por el que los
recibe, y también por todos los miembros de la Iglesia. En efecto, son una
maravillosa riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad de
todo el Cuerpo de Cristo; los carismas constituyen tal riqueza siempre que se
trate de dones que provienen verdaderamente del Espíritu Santo y que se ejerzan
de modo plenamente conforme a los impulsos auténticos de este mismo Espíritu, es
decir, según la caridad, verdadera medida de los carismas (cf. 1 Co 13).
801 Por esta razón aparece siempre necesario el discernimiento de
carismas. Ningún carisma dispensa de la referencia y de la sumisión a los
pastores de la Iglesia. "A ellos compete especialmente no apagar el Espíritu,
sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno" (LG
12), a fin de que todos los carismas cooperen, en su diversidad y
complementariedad, al "bien común" (cf. 1 Co 12, 7; cf.

LG
30;

CL
, 24).
802 "Cristo Jesús se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda
iniquidad y purificar para sí un pueblo que fuese suyo" (
Tt 2, 14).
803 "Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido" (
1 P 2, 9).
804 Se entra en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo. "Todos los
hombres están invitados al Pueblo de Dios" (
LG
13), a fin de que, en Cristo, "los hombres constituyan una sola familia y un
único Pueblo de Dios"(
AG
1).
805 La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Por el Espíritu y su acción en
los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, Cristo muerto y resucitado
constituye la comunidad de los creyentes como cuerpo suyo.
806 En la unidad de este cuerpo hay diversidad de miembros y de
funciones. Todos los miembros están unidos unos a otros, particularmente a los
que sufren, a los pobres y perseguidos.
807 La Iglesia es este Cuerpo del que Cristo es la Cabeza: vive de Él,
en Él y por Él; Él vive con ella y en ella.
808 La Iglesia es la Esposa de Cristo: la ha amado y se ha entregado
por ella. La ha purificado por medio de su sangre. Ha hecho de ella la Madre
fecunda de todos los hijos de Dios.
809 La Iglesia es el Templo del Espíritu Santo. El Espíritu es como el
alma del Cuerpo Místico, principio de su vida, de la unidad en la diversidad y
de la riqueza de sus dones y carismas.
810 «Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido "por la unidad
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" » (
LG
4; cf. San Cipriano de Cartago,
De dominica Oratione, 23).
 
 
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