sábado, 4 de febrero de 2017

Amoris Laetitia, el Concilio de Elvira y la escolástica decadente

Amoris Laetitia, el Concilio de Elvira y la escolástica decadente




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La frase del día: 
"Solo el que sirve con amor sabe custodiar"
Papa Francisco




Amoris Laetitia, el Concilio de Elvira y la escolástica decadente


Autor: José DELGADO, sacerdote
He
pasado los últimos meses realizando un estudio que me ha llevado a
comparar las posturas de teólogos de varias épocas sobre un mismo tema.
La doctrina que he considerado básica y mejor expuesta es, por supuesto,
la del Doctor Angélico, que resuelve la cuestión de manera clara,
basándose en unos principios fuertes y extrayendo las conclusiones más
precisas. Se ha comparado su obra cumbre, la 
Suma de Teología,
con una catedral gótica, sólida, bella y luminosa. Y esto es porque
Santo Tomás busca la verdad confiando en la fe y en la razón, sin tratar
de probar conclusiones preestablecidas, más allá de las certezas que da
la luz divina revelada.


Cuando, sin embargo, se leen las obras de los teólogos a partir de esa
fractura irreparable para la razón que fue el nominalismo, se nota que
la luz ya no fluye con tanta limpieza. Y no porque autores de tendencia
nominalista no pudieran también tener una vida personal de santidad,
sino porque aquí el amor a la verdad ya no estaba por encima de todo,
sino que se ponían por delante las escuelas teológicas, los intereses
personales y prejuicios que lastraban el discurso teológico.
Así,
uno de los argumentos más utilizados, sobre todo en las cuestiones
difíciles, será un principio lógico que es totalmente razonable en sí
mismo: «ab esse ad posse valet consequentia», es decir,
del ser se concluye que algo puede ser. El principio se puede usar para
resolver cuestiones partiendo de una base sólida que impida perderse en
la especulación. Por ejemplo, hace siglos uno podría preguntarse si el
hombre es capaz de construir una máquina voladora que lo pueda
transportar de un sitio a otro; hoy esa pregunta es simplemente
ridícula, porque del hecho de que existen los aviones se deduce, sin
más, que tal cosa es posible. Sin embargo, este principio
resulta abusivo cuando toda solución de una cuestión se reduce a hallar
una excepción que permita llegar a la conclusión que de antemano se
busca
.
En
el tema concreto de mi investigación actual, que tiene que ver con la
necesidad de la fe para la salvación, cuando los autores escolásticos
posteriores a Santo Tomás se enfrentan a esta pregunta, buscan muchas
veces un caso concreto en el que, como por una rendija, puedan afirmar
que un adulto se ha salvado sin la fe. Una vez establecido –eso creen
ellos a veces– que eso es así, se debería extraer la conclusión evidente
de que es posible salvarse sin la fe. Uno podría preguntarse de qué
sirve hacer un malabarismo teológico extraño para demostrar un caso
rarísimo, si ese caso tiene poca aplicación práctica ni resuelve ninguna
situación general. La respuesta es que cuando el hombre se ha
convencido de que algo es posible, aunque sea en un caso muy concreto y
raro, es difícil que esa posibilidad no se generalice poco a poco hasta
convertirse casi en una regla.
Sin ser un experto en la materia, me parece que ésta es una de las características de lo que se ha venido a llamar «escolástica decadente».
Es un término que se suele emplear de manera enormemente imprecisa para
designar casi cualquier tendencia teológica un poco demodé, a pesar de
que el que lo usa generalmente no ha leído nada de esa escolástica. En
realidad, esa tendencia que he descrito antes, me parece un mal propio
del academicismo teológico que afectó a muchos autores de diversas
tendencias, y algunos de ellos de gran brillantez (en el caso que
estudio, fue víctima de ello el gran Francisco de Vitoria).
Leyendo algunas de las cosas que se dicen últimamente sobre la grave cuestión de la comunión de los adúlteros impenitentes
(sí, de eso va el tema una vez más), no he podido dejar de notar un
cierto regusto de «escolasticismo decadente» en la mayoría de los
autores que tratan de justificar una lectura de la Amoris Laetitia
en la que se pudiera señalar esa rendija que permitiera lo que, a todas
luces, es imposible. Se empeñan, muchos de ellos, en razonar no desde
los principios generales para avanzar, con la firmeza que exige el
método teológico, hacia las sutilezas y los casos particulares, sino que
concatenan una serie de «y si», tratando de encontrar el caso más raro
que salve la validez de la interpretación «malteso-bonaerense», aparentemente sancionada por la máxima autoridad en la Iglesia.
La última vuelta de tuerca la he leído hoy, en un artículo escrito por José Antonio Ullate y publicado por Alfa y Omega en su número del 26 de enero de 2017. Lleva por título «Amoris laetitia y el canon noveno del Concilio de Elvira». El argumento principal que sostiene Ullate es que en dicho canon se autorizaría la comunión sacramental en caso de «necessitas infirmitatis» de una mujer que, habiendo dejado a su marido adúltero, se hubiera unido con otro. Pongo «necessitas infirmitatis»
(«necesidad de enfermedad», literalmente) sin traducir porque ahí está
el meollo del asunto, en precisar qué significan. El sentido común
llevaría a suponer que esa necesidad de la que habla sería en el caso de
una enfermedad. Es decir, la práctica habitual en la Iglesia de
facilitar todo lo posible la recepción de los auxilios necesarios para
la salvación en caso de peligro de muerte, lo cual no implica descartar
el arrepentimiento y propósito de la enmienda necesarios para la
remisión de los pecados. Sin embargo, la interpretación de Ullate es que
en este caso «infirmitas» estaría tomado en el sentido de la
palabra que se puede traducir como «endeblez, debilidad o, literalmente,
falta de firmeza». En ese caso, concluye Ullate, el concilio de Elvira,
que data del siglo IV y que no ha tenido reproche alguno a este
respecto en la historia de la Iglesia, estaría presentando una excepción
semejante a la que alude Amoris laetitia en la ya celebérrima
nota 351. Cierra la exposición recordando el principio lógico que hemos
señalado al inicio, que él cita como «si algo ha sido, su misma
existencia es prueba de que es posible».
He
de reconocer que el argumento es contundente, siempre dentro de esta
lógica de la «escolástica decadente» de buscar la rendija sobre la que
poner la palanca para hacer saltar la doctrina de la Iglesia, pero, como
suele pasar con aquellos viejos autores nominalistas, es fácil
descubrir los puntos flacos de la argumentación. He aquí el de la de Ullate. Como hemos dicho, la base del asunto es precisar qué quiere decir el concilio con esa «infirmitas».
Ullate afirma que cuando en otros cánones se alude al peligro de
muerte, las expresiones suelen hablar de «el fin», algo que no se da en
este canon 9. Sin embargo, no tenía más que mirar en los cinco cánones
de este concilio que recoge el Denzinger (como llamamos los
teólogos a la recopilación de textos magisteriales hecha por dicho
autor), cómo uno de ellos emplea exactamente la misma palabra y en qué
sentido lo hace. El canon 38 dice así:
Can.
38. En caso de navegación a un lugar lejano o si no hubiere cerca una
Iglesia, el fiel que conserva íntegro el bautismo y no es bígamo, puede
bautizar a un catecúmeno en necesidad de enfermedad (necessitate infirmitatis), de modo que, si sobreviviera, lo conduzca al obispo, a fin de que por la imposición de sus manos pueda ser perfeccionado.
Como
se puede ver, la expresión es exactamente la misma que la usada en el
canon 9, pero aquí resulta mucho más claro su sentido, que no tiene nada que ver con la debilidad moral con la que se quiere justificar la comunión de un adúltero que no se arrepiente. Además, el canon 9 dice: «forte necessitas infirmitatis dare compulerit», es decir «quizá la necesidad de enfermedad forzare a dársela». Ullate indica que el uso de «compulerit» señalaría una cierta obligación, pero habría que añadir que «forte» («quizá») da bastante inseguridad al caso extremo al que se refiere.
El principio lógico «ab esse ad posse valet consequentia» tiene un correlato, que sería «a posse ad esse non valet consequentia»,
es decir, de que algo pueda ser no se concluye que sea. Si se aplica
este principio a la argumentación de Ullate, habría que decir que, del
hecho de que pudiera ser que la interpretación del canon 9 fuera la que
él propone, y yo lo dudo muchísimo, no se sigue que de hecho esa sea la
interpretación, como él parece concluir. Más bien estaríamos ante un
testimonio que prueba lo contrario: que la Iglesia ha tenido
siempre claro que el adulterio y la falta de arrepentimiento impiden
acercarse a la comunión sacramental y que tal vez por enfermedad (añado
yo, por experiencia pastoral, cuando ya no parece que haya voluntad,
precisamente por la misma enfermedad, de que se vayan a dar entre los
adúlteros los actos propios de los esposos) y si hubiera graves razones
para ello, podría plantearse la posibilidad de prosigan su convivencia y
puedan comulgar
.
Entiendo
que en el debate teológico se pueden proponer hipótesis, incluso
corriendo el riesgo de errar o de necesitar una mayor precisión en las
explicaciones, pero me parece que ahondar en este tipo de reflexiones,
que tratan de buscar la excepción que permita cuestionar la doctrina
milenaria de la Iglesia, no nos puede llevar a nada bueno. El mejor
antídoto para esta decadencia e impulso para alcanzar la claridad que es
precisa para poder iluminar las almas es, como ha recomendado la
Iglesia hasta la saciedad, acudir a Santo Tomás
y dejar que nos enseñe a recibir la luz divina que, llegando a nosotros
a través de las jerarquías angélicas y eclesiales mediante el don de la
fe, nos muestre «cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que
le agrada, lo perfecto» (Rom 12,2); y a no dejarnos «arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas» (Heb 13,9).
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