martes, 13 de diciembre de 2016

El testimonio del profeta José Smith

El testimonio del profeta José Smith








El testimonio del profeta José Smith

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días




José Smith: Un profeta de Dios

Cuando José Smith tenía 14 años, sintió deseos de saber a qué iglesia
debía unirse y, como consecuencia, le preguntó a Dios en sincera
oración. En respuesta a su oración, Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo
se le aparecieron a José y le dijeron que la verdadera Iglesia de
Jesucristo no estaba sobre la tierra, y que Ellos lo habían escogido a
él para que la restaurara.


Desde ese día, José se mantuvo al servicio de Dios obrando para
establecer La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y
para edificar el reino de Dios sobre la tierra en los postreros días.
Los miembros fieles de la Iglesia dan testimonio de que Jesús es el
Salvador y el Redentor del mundo. En la actualidad, Jesús dirige Su
Iglesia por medio de la revelación a un profeta sobre la tierra. José
Smith fue un verdadero profeta. Aun cuando logró muchas cosas a lo largo
de su vida, la más importante fue la de cumplir con la responsabilidad
de ser discípulo y testigo de Jesucristo. Él escribió: “…después de los
muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el
último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!” (Doctrina y
Convenios 76:22).


Quienes reciban el testimonio del Profeta por el poder del Espíritu
Santo conocerán la verdad de la obra que fue llamado a realizar.
Conocerán además la paz y la felicidad que se reciben por medio del
Salvador Jesucristo, a quien José Smith adoró y sirvió.


José Smith lee la Santa Biblia
Mientras decidía a qué iglesia unirse, José se dirigió a la Biblia en busca de guía y allí leyó: “Pídala a Dios”.



¿Cuál es la iglesia verdadera?

José Smith nació en Sharon, estado de Vermont, EE. UU. Al comienzo de
esta narración, él tenía 14 años de edad, vivía con su familia en el
estado de Nueva York y de todo corazón deseaba saber a qué iglesia
unirse. A continuación, se encuentra la experiencia que vivió José,
escrita con sus propias palabras.


Durante estos días de tanta agitación, invadieron mi mente una seria
reflexión y gran inquietud… a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede
hacer? ¿Cuál de todos estos grupos tiene razón; o están todos en error?
Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo?


Agobiado bajo el peso de las graves dificultades que provocaban las
contiendas de estos grupos religiosos, un día estaba leyendo la Epístola
de Santiago, primer capítulo y quinto versículo, que dice: “Y si alguno
de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos
abundantemente y sin reproche, y le será dada”.


Ningún
pasaje de las Escrituras jamás penetró el corazón de un hombre con más
fuerza que éste en esta ocasión, el mío. Pareció introducirse con
inmenso poder en cada fibra de mi corazón.
Lo
medité repetidas veces, sabiendo que si alguien necesitaba sabiduría de
Dios, esa persona era yo; porque no sabía qué hacer, y a menos que
obtuviera mayor conocimiento del que hasta entonces tenía, jamás
llegaría a saber; porque los maestros religiosos de las diferentes
sectas entendían los mismos pasajes de las Escrituras de un modo tan
distinto, que destruían toda esperanza de resolver el problema
recurriendo a la Biblia.
Finalmente
llegué a la conclusión de que tendría que permanecer en tinieblas y
confusión, o de lo contrario, hacer lo que Santiago aconsejaba, esto es,
recurrir a Dios. Al fin tomé la determinación de pedir a Dios, habiendo
decidido que si él daba sabiduría a quienes carecían de ella, y la
impartía abundantemente y sin reprochar, yo podría intentarlo.
El Padre y el Hijo se aparecen a José Smith en la Arboleda Sagrada

La primera visión de José Smith

Por consiguiente, de acuerdo con esta resolución mía de recurrir a
Dios, me retiré al bosque para hacer la prueba. Fue por la mañana de un
día hermoso y despejado, a principios de la primavera de 1820. Era la
primera vez en mi vida que hacía tal intento, porque en medio de toda mi
ansiedad, hasta ahora no había procurado orar vocalmente.


Después
de apartarme al lugar que previamente había designado, mirando a mi
derredor y encontrándome solo, me arrodillé y empecé a elevar a Dios el
deseo de mi corazón. Apenas lo hube hecho, cuando súbitamente se apoderó
de mí una fuerza que me dominó por completo, y surtió tan asombrosa
influencia en mí, que se me trabó la lengua, de modo que no pude hablar.
Una densa obscuridad se formó alrededor de mí, y por un momento me
pareció que estaba destinado a una destrucción repentina.
Mas
esforzándome con todo mi aliento por pedirle a Dios que me librara del
poder de este enemigo que se había apoderado de mí, y en el momento en
que estaba para hundirme en la desesperación y entregarme a la
destrucción —no a una ruina imaginaria, sino al poder de un ser efectivo
del mundo invisible que ejercía una fuerza tan asombrosa como yo nunca
había sentido en ningún otro ser— precisamente en este momento de tan
grande alarma vi una columna de luz, más brillante que el sol,
directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió
hasta descansar sobre mí.
Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: “Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!”.


No
bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había sujetado. Al
reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes,
cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló,
llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: “Éste es mi Hijo
Amado: ¡Escúchalo!”.
Había
sido mi objeto recurrir al Señor para saber cuál de todas las sectas
era la verdadera, a fin de saber a cuál unirme. Por tanto, luego que me
hube recobrado lo suficiente para poder hablar, pregunté a los
Personajes que estaban en la luz arriba de mí, cuál de todas las sectas
era la verdadera (porque hasta ese momento nunca se me había ocurrido
pensar que todas estuvieran en error), y a cuál debía unirme.
Se
me contestó que no debía unirme a ninguna, porque todas estaban en
error; y el Personaje que me habló dijo que todos sus credos eran una
abominación a su vista; que todos aquellos profesores se habían
pervertido; que “con sus labios me honran, pero su corazón lejos está de
mí; enseñan como doctrinas los mandamientos de los hombres, teniendo
apariencia de piedad, mas negando la eficacia de ella”.
De
nuevo me mandó que no me uniera a ninguna de ellas; y muchas otras
cosas me dijo que no puedo escribir en esta ocasión. Cuando otra vez
volví en mí, me encontré de espaldas mirando hacia el cielo. Al
retirarse la luz, me quedé sin fuerzas, pero poco después, habiéndome
recobrado hasta cierto punto, volví a casa.

La persecución

José obedeció a Dios y no se unió a ninguna de las iglesias que
había, y cuando dijo a la gente lo que había visto y oído, se vio
enfrentado a la oposición y a la persecución.

No
tardé en descubrir que mi relato había despertado mucho prejuicio en
contra de mí entre los profesores de religión, y fue la causa de una
fuerte persecución, cada vez mayor; y aunque no era yo sino un muchacho
desconocido, apenas entre los catorce y quince años de edad, y tal mi
posición en la vida que no era un joven de importancia alguna en el
mundo, sin embargo, los hombres de elevada posición se fijaban en mí lo
suficiente para agitar el sentimiento público en mi contra y provocar
con ello una encarnizada persecución; y esto fue general entre todas las
sectas: todas se unieron para perseguirme.
En
aquel tiempo me fue motivo de seria reflexión, y frecuentemente lo ha
sido desde entonces, cuán extraño que un muchacho desconocido de poco
más de catorce años, y además, uno que estaba bajo la necesidad de
ganarse un escaso sostén con su trabajo diario, fuese considerado
persona de importancia suficiente para llamar la atención de los grandes
personajes de las sectas más populares del día; y a tal grado, que
suscitaba en ellos un espíritu de la más rencorosa persecución y
vilipendio. Pero, extraño o no, así aconteció; y a menudo fue motivo de
mucha tristeza para mí.
Sin
embargo, no por esto dejaba de ser un hecho el que yo hubiera visto una
visión. He pensado desde entonces que me sentía igual que Pablo, cuando
presentó su defensa ante el rey Agripa y refirió la visión, en la cual
vio una luz y oyó una voz. Mas con todo, fueron pocos los que le
creyeron; unos dijeron que estaba mintiendo; otros, que estaba loco; y
se burlaron de él y lo vituperaron. Pero nada de esto destruyó la
realidad de su visión. Había visto una visión, y él lo sabía, y toda la
persecución debajo del cielo no iba a cambiar ese hecho; y aunque lo
persiguieran hasta la muerte, aún así sabía, y sabría hasta su último
aliento, que había visto una luz así como oído una voz que le habló; y
el mundo entero no pudo hacerlo pensar ni creer lo contrario.
Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo.
Así
era conmigo. Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz
vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me
odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante,
era cierto; y mientras me perseguían, y me vilipendiaban, y decían
falsamente toda clase de mal en contra de mí por afirmarlo, yo pensaba
en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he
visto una visión, y ¿quién soy yo para oponerme a Dios?, o ¿por qué
piensa el mundo hacerme negar lo que realmente he visto? Porque había
visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía
negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo,
ofendería a Dios y caería bajo condenación.
Mi
mente ya estaba satisfecha en lo que concernía al mundo sectario: que
mi deber era no unirme a ninguno de ellos, sino permanecer como estaba
hasta que se me dieran más instrucciones. Había descubierto que el
testimonio de Santiago era cierto: que si el hombre carece de sabiduría,
puede pedirla a Dios y obtenerla sin reproche.
Seguí
con mis ocupaciones comunes de la vida hasta el veintiuno de septiembre
de mil ochocientos veintitrés, sufriendo continuamente severa
persecución de toda clase de individuos, tanto religiosos como
irreligiosos, por motivo de que yo seguía afirmando que había visto una
visión.
Durante
el tiempo que transcurrió entre la ocasión en que vi la visión y el año
mil ochocientos veintitrés —habiéndoseme prohibido unirme a las sectas
religiosas del día, cualquiera que fuese, teniendo pocos años, y
perseguido por aquellos que debieron haber sido mis amigos y haberme
tratado con bondad; y que si me creían engañado, debieron haber
procurado de una manera apropiada y cariñosa rescatarme— me vi sujeto a
toda especie de tentaciones; y, juntándome con toda clase de personas,
frecuentemente cometía muchas imprudencias y manifestaba las debilidades
de la juventud y las flaquezas de la naturaleza humana, lo cual, me da
pena decirlo, me condujo a diversas tentaciones, ofensivas a la vista de
Dios. Esta confesión no es motivo para que se me juzgue culpable de
cometer pecados graves o malos, porque jamás hubo en mi naturaleza la
disposición para hacer tal cosa.
El ángel Moroni se aparece a José Smith
Tres años después de haber recibido José Smith la Primera Visión,
Dios envió al ángel Moroni para darle instrucciones acerca del Evangelio
restaurado de Jesucristo.



La visita de Moroni

La persecución siguió puesto que José rehusó negar que había visto a
Dios. El 21 de septiembre de 1823, después de haberse retirado a la
cama, José oró para saber su posición ante el Señor, y se le apareció el
ángel Moroni.


Por
la noche del ya mencionado día veintiuno de septiembre, después de
haberme retirado a la cama, me puse a orar, pidiéndole a Dios
Todopoderoso perdón de todos mis pecados e imprudencias; y también una
manifestación para saber de mi condición y posición ante él; porque
tenía la más absoluta confianza de obtener una manifestación divina,
como previamente la había tenido.
Encontrándome
así, en el acto de suplicar a Dios, vi que se aparecía una luz en mi
cuarto, y que siguió aumentando hasta que la habitación quedó más
iluminada que al mediodía; cuando repentinamente se apareció un
personaje al lado de mi cama, de pie en el aire, porque sus pies no
tocaban el suelo.
Llevaba
puesta una túnica suelta de una blancura exquisita. Era una blancura
que excedía a cuanta cosa terrenal jamás había visto yo; y no creo que
exista objeto alguno en el mundo que pueda presentar tan extraordinario
brillo y blancura. Sus manos estaban desnudas, y también sus brazos, un
poco más arriba de las muñecas; y de igual manera sus pies, así como sus
piernas, poco más arriba de los tobillos. También tenía descubiertos la
cabeza y el cuello, y pude darme cuenta de que no llevaba puesta más
ropa que esta túnica, porque estaba abierta de tal manera que podía
verle el pecho.
No
sólo tenía su túnica esta blancura singular, sino que toda su persona
brillaba más de lo que se puede describir, y su faz era como un vivo
relámpago. El cuarto estaba sumamente iluminado, pero no con la
brillantez que había en torno a su persona. Cuando lo vi por primera
vez, tuve miedo; mas el temor pronto se apartó de mí.
Me
llamó por mi nombre, y me dijo que era un mensajero enviado de la
presencia de Dios, y que se llamaba Moroni; que Dios tenía una obra para
mí, y que entre todas las naciones, tribus y lenguas se tomaría mi
nombre para bien y para mal, o sea, que se iba a hablar bien y mal de mí
entre todo pueblo.
El profeta Moroni entierra los registros sagrados de su pueblo en el cerro Cumorah
Alrededor del año 421 de la era cristiana, el profeta Moroni enterró
anales sagrados de su pueblo en el cerro de Cumorah. Mucho después, para
entonces un ser resucitado, regresó y le habló a José Smith acerca de
esos registros sagrados que contienen la plenitud del Evangelio, tal
como el Salvador lo dio a conocer a los antiguos habitantes del
continente americano. Esos anales constituyen El Libro de Mormón.



Continúan las instrucciones de Moroni

Dijo
que se hallaba depositado un libro, escrito sobre planchas de oro, el
cual daba una relación de los antiguos habitantes de este continente,
así como del origen de su procedencia. También declaró que en él se
encerraba la plenitud del evangelio eterno cual el Salvador lo había
comunicado a los antiguos habitantes.
Asimismo,
que junto con las planchas estaban depositadas dos piedras, en aros de
plata, las cuales, aseguradas a un pectoral, formaban lo que se llamaba
el Urim y Tumim; que la posesión y uso de estas piedras era lo que
constituía a los “videntes” en los días antiguos, o anteriores, y que
Dios las había preparado para la traducción del libro.
Después
de decirme estas cosas, empezó a citar las profecías del Antiguo
Testamento. Primero citó parte del tercer capítulo de Malaquías, y
también el cuarto y último capítulo de la misma profecía, aunque
variando un poco de la forma en que se halla en nuestra Biblia. En lugar
de citar el primer versículo cual se halla en nuestros libros, lo hizo
de esta manera:
“Porque,
he aquí, viene el día que arderá como un horno, y todos los soberbios,
sí, todos los que obran inicuamente, arderán como rastrojo; porque los
que vienen los quemarán, dice el Señor de los Ejércitos, de modo que no
les dejará ni raíz ni rama.”
Entonces
citó el quinto versículo de esta forma: “He aquí, yo os revelaré el
sacerdocio por medio de Elías el profeta, antes de la venida del grande y
terrible día del Señor”.
También
expresó el siguiente versículo de otro modo: “Y él plantará en el
corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, y el corazón de
los hijos se volverá a sus padres. De no ser así, toda la tierra sería
totalmente asolada a su venida”.
Aparte
de éstos, citó el undécimo capítulo de Isaías, diciendo que estaba por
cumplirse; y también los versículos veintidós y veintitrés del tercer
capítulo de los Hechos, tal como se hallan en nuestro Nuevo Testamento.
Declaró que ese profeta era Cristo, pero que aún no había llegado el día
en que “toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del
pueblo”, sino que pronto llegaría.
Citó,
además, desde el versículo veintiocho hasta el último, del segundo
capítulo de Joel. También indicó que todavía no se cumplía, pero que se
realizaría en breve; y declaró, además, que pronto entraría la plenitud
de los gentiles. Citó muchos otros pasajes de las Escrituras y expuso
muchas explicaciones que no pueden mencionarse aquí.
Por
otra parte, me manifestó que cuando yo recibiera las planchas de que él
había hablado —porque aún no había llegado el tiempo para obtenerlas—
no habría de enseñarlas a nadie, ni el pectoral con el Urim y Tumim,
sino únicamente a aquellos a quienes se me mandase que las enseñara; si
lo hacía, sería destruido. Mientras hablaba conmigo acerca de las
planchas, se manifestó a mi mente la visión de tal modo que pude ver el
lugar donde estaban depositadas; y con tanta claridad y distinción, que
reconocí el lugar cuando lo visité.
Después
de esta comunicación, vi que la luz en el cuarto empezaba a juntarse en
derredor del personaje que me había estado hablando, y así continuó
hasta que el cuarto una vez más quedó a obscuras, exceptuando alrededor
de su persona inmediata, cuando repentinamente vi abrirse algo como un
conducto que iba directamente hasta el cielo, y él ascendió hasta
desaparecer por completo, y el cuarto quedó tal como había estado antes
de aparecerse esta luz celestial.
Me
quedé reflexionando sobre la singularidad de la escena, y
maravillándome grandemente de lo que me había dicho este mensajero
extraordinario, cuando en medio de mi meditación, de pronto descubrí que
mi cuarto empezaba a iluminarse de nuevo, y, en lo que me pareció un
instante, el mismo mensajero celestial apareció una vez más al lado de
mi cama.
Empezó,
y otra vez me dijo las mismísimas cosas que me había relatado en su
primera visita, sin la menor variación; después de lo cual me informó de
grandes juicios que vendrían sobre la tierra, con gran desolación
causada por el hambre, la espada y las pestilencias; y que esos penosos
juicios vendrían sobre la tierra en esta generación. Habiéndome referido
estas cosas, de nuevo ascendió como lo había hecho anteriormente.
Ya
para entonces eran tan profundas las impresiones que se me habían
grabado en la mente, que el sueño había huido de mis ojos, y yacía
dominado por el asombro de lo que había visto y oído. Pero cual no sería
mi sorpresa al ver de nuevo al mismo mensajero al lado de mi cama, y
oírlo repasar y repetir las mismas cosas que antes; y añadió una
advertencia, diciéndome que Satanás procuraría tentarme (a causa de la
situación indigente de la familia de mi padre) a que obtuviera las
planchas con el fin de hacerme rico. Esto él me lo prohibió, y dijo que,
al obtener las planchas, no debía tener presente más objeto que el de
glorificar a Dios; y que ningún otro motivo había de influir en mí sino
el de edificar su reino; de lo contrario, no podría obtenerlas.
Después de esta tercera visita, de nuevo ascendió al cielo como
antes, y otra vez me quedé meditando en lo extraño de lo que acababa de
experimentar; cuando casi inmediatamente después que el mensajero
celestial hubo ascendido la tercera vez, cantó el gallo, y vi que estaba
amaneciendo; de modo que nuestras conversaciones deben de haber durado
toda aquella noche.


Poco
después me levanté de mi cama y, como de costumbre, fui a desempeñar
las faenas necesarias del día; pero al querer trabajar como en otras
ocasiones, hallé que se me habían agotado a tal grado las fuerzas, que
me sentía completamente incapacitado. Mi padre, que estaba trabajando
cerca de mí, vio que algo me sucedía y me dijo que me fuera a casa.
Partí de allí con la intención de volver a casa, pero al querer cruzar
el cerco para salir del campo en que estábamos, se me acabaron
completamente las fuerzas, caí inerte al suelo y por un tiempo no estuve
consciente de nada.
Lo
primero que pude recordar fue una voz que me hablaba, llamándome por mi
nombre. Alcé la vista y, a la altura de mi cabeza, vi al mismo
mensajero, rodeado de luz como antes. Entonces me relató otra vez todo
lo que me había referido la noche anterior, y me mandó ir a mi padre y
hablarle acerca de la visión y los mandamientos que había recibido.
Obedecí;
regresé a donde estaba mi padre en el campo, y le declaré todo el
asunto. Me respondió que era de Dios, y me dijo que fuera e hiciera lo
que el mensajero me había mandado. Salí del campo y fui al lugar donde
el mensajero me había dicho que estaban depositadas las planchas; y
debido a la claridad de la visión que había visto tocante al lugar, en
cuanto llegué allí, lo reconocí.
Moroni regresa y da más instrucciones al joven profeta
Durante cuatro años, Moroni regresó una vez al año para darle
instrucciones más explícitas al joven profeta. Una vez pasados esos
cuatro años, José recibió las planchas y comenzó a traducir El Libro de
Mormón.



Los anales sagrados

Cerca
de la aldea de Manchester, condado de Ontario, estado de Nueva York, se
levanta una colina de tamaño regular, y la más elevada de todas las de
la comarca. Por el costado occidental del cerro, no lejos de la cima,
debajo de una piedra de buen tamaño, yacían las planchas, depositadas en
una caja de piedra. En el centro, y por la parte superior, esta piedra
era gruesa y redonda, pero más delgada hacia los extremos; de manera que
se podía ver la parte céntrica sobre la superficie del suelo, mientras
que alrededor de la orilla estaba cubierta de tierra.
Habiendo
quitado la tierra, conseguí una palanca que logré introducir debajo de
la orilla de la piedra, y con un ligero esfuerzo la levanté. Miré dentro
de la caja, y efectivamente vi allí las planchas, el Urim y Tumim y el
pectoral, como lo había dicho el mensajero. La caja en que se hallaban
estaba hecha de piedras, colocadas en una especie de cemento. En el
fondo de la caja había dos piedras puestas transversalmente, y sobre
éstas descansaban las planchas y los otros objetos que las acompañaban.


Intenté
sacarlas, pero me lo prohibió el mensajero; y de nuevo se me informó
que aún no había llegado la hora de sacarlas, ni llegaría sino hasta
después de cuatro años, a partir de esa fecha; pero me dijo que fuera a
ese lugar precisamente un año después, y que él me esperaría allí; y que
siguiera haciéndolo así hasta que llegara el momento de obtener las
planchas.


De
acuerdo con lo que se me había mandado, acudía al fin de cada año, y en
cada ocasión encontraba allí al mismo mensajero, y en cada una de
nuestras entrevistas recibía de él instrucciones e inteligencia
concernientes a lo que el Señor iba a hacer, y cómo y de qué manera se
conduciría su reino en los últimos días.
Debido
a que las condiciones económicas de mi padre se hallaban sumamente
limitadas, nos veíamos obligados a trabajar manualmente, a jornal y de
otras maneras, según se presentaba la oportunidad. A veces estábamos en
casa, a veces fuera de casa; y trabajando continuamente podíamos
ganarnos un sostén más o menos cómodo.
José
desempeñó varios trabajos y proporcionó a su familia una vida
confortable. En 1825, se fue a trabajar al condado de Chenango, estado
de Nueva York. Allí conoció a Emma Hale, con quien contrajo matrimonio
el 18 de enero de 1827.
Por
fin llegó el momento de obtener las planchas, el Urim y Tumim y el
pectoral. El día veintidós de septiembre de mil ochocientos veintisiete,
habiendo ido al fin de otro año, como de costumbre, al lugar donde
estaban depositados, el mismo mensajero celestial me los entregó, con
esta advertencia: que yo sería responsable de ellos; que si permitía que
se extraviaran por algún descuido o negligencia mía, sería
desarraigado; pero que si me esforzaba con todo mi empeño por
preservarlos hasta que él (el mensajero) viniera a por ellos, entonces
serían protegidos.
Pronto
supe por qué había recibido tan estrictos mandatos de guardarlos, y por
qué me había dicho el mensajero que cuando yo terminara lo que se
requería de mí, él vendría a por ellos. Porque no bien se supo que yo
los tenía, comenzaron a hacerse los más tenaces esfuerzos por privarme
de ellos. Se recurrió a cuanta estratagema se pudo inventar para
realizar ese propósito. La persecución llegó a ser más severa y enconada
que antes, y grandes números de personas andaban continuamente al
acecho para quitármelos, de ser posible. Pero mediante la sabiduría de
Dios permanecieron seguros en mis manos hasta que cumplí con ellos lo
que se requirió de mí. Cuando el mensajero, de conformidad con el
acuerdo, llegó por ellos, se los entregué; y él los tiene a su cargo
hasta el día de hoy, dos de mayo de mil ochocientos treinta y ocho…
El
día 5 de abril de 1829 vino a mi casa Oliver Cowdery, a quien yo jamás
había visto hasta entonces. Me dijo que había estado enseñando en una
escuela que se hallaba cerca de donde vivía mi padre y, siendo éste uno
de los que tenían niños en la escuela, había ido a hospedarse por un
tiempo en su casa; y que mientras estuvo allí, la familia le comunicó el
hecho de que yo había recibido las planchas y, por consiguiente, había
venido para interrogarme.
Dos
días después de la llegada del señor Cowdery (siendo el día 7 de
abril), empecé a traducir el Libro de Mormón, y él comenzó a escribir
por mí.
En
abril de 1829, José Smith, teniendo a Oliver Cowdery como escribiente,
empezó a traducir el Libro de Mormón por medio del don y el poder de
Dios. Una vez que José hubo terminado, otras personas tuvieron también
el privilegio de ver las planchas de oro. Esos testigos registraron de
la misma manera sus testimonios, ya que: “Por boca de dos o tres
testigos se decidirá todo asunto” (2 Corintios 13:1).
Por el costado occidental del cerro, no
lejos de la cima, debajo de una piedra de buen tamaño, yacían las
planchas, depositadas en una caja de piedra.
José Smith y Oliver Cowdery reciben el Sacerdocio Aarónico mediante la imposición de manos por parte de Juan el Bautista

Se restaura el sacerdocio

El mes siguiente (mayo de 1829), encontrándonos todavía realizando el
trabajo de la traducción, nos retiramos al bosque un cierto día para
orar y preguntar al Señor acerca del bautismo para la remisión de los
pecados, del cual vimos que se hablaba en la traducción de las planchas.
Mientras en esto nos hallábamos, orando e implorando al Señor,
descendió un mensajero del cielo en una nube de luz y, habiendo puesto
sus manos sobre nosotros, nos ordenó, diciendo:


“Sobre
vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el
Sacerdocio de Aarón, el cual tiene las llaves del ministerio de ángeles,
y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para
la remisión de pecados; y este sacerdocio nunca más será quitado de la
tierra, hasta que los hijos de Leví de nuevo ofrezcan al Señor un
sacrificio en rectitud.”
Declaró
que este Sacerdocio Aarónico no tenía el poder de imponer las manos
para comunicar el don del Espíritu Santo, pero que se nos conferiría más
adelante; y nos mandó bautizarnos, indicándonos que yo bautizara a
Oliver Cowdery, y que después me bautizara él a mí. Por consiguiente,
fuimos y nos bautizamos. Yo lo bauticé primero, y luego me bautizó él a
mí —después de lo cual puse mis manos sobre su cabeza y lo ordené al
Sacerdocio de Aarón, y luego él puso sus manos sobre mí y me ordenó al
mismo sacerdocio— porque así se nos había mandado.
El mensajero que en esta ocasión nos visitó y nos confirió
este sacerdocio dijo que se llamaba Juan, el mismo que es conocido como
Juan el Bautista en el Nuevo Testamento, y que obraba bajo la dirección
de Pedro, Santiago y Juan, quienes poseían las llaves del Sacerdocio de
Melquisedec, sacerdocio que nos sería conferido, dijo él, en el momento
oportuno; y que yo sería llamado el primer Élder de la Iglesia, y él
(Oliver Cowdery) el segundo. Fue el día quince de mayo de 1829 cuando
este mensajero nos ordenó, y nos bautizamos.
Inmediatamente después de salir del agua, tras haber sido
bautizados, sentimos grandes y gloriosas bendiciones de nuestro Padre
Celestial. No bien hube bautizado a Oliver Cowdery, cuando el Espíritu
Santo descendió sobre él, y se puso de pie y profetizó muchas cosas que
habían de acontecer en breve. Igualmente, en cuanto él me hubo
bautizado, recibí también el espíritu de profecía y, poniéndome de pie,
profeticé concerniente al desarrollo de esta Iglesia, y muchas otras
cosas que se relacionaban con ella y con esta generación de los hijos de
los hombres. Fuimos llenos del Espíritu Santo, y nos regocijamos en el
Dios de nuestra salvación.
Éste
es el testimonio sencillo y directo de José Smith en relación con
algunos de los acontecimientos que condujeron a la restauración del
Evangelio y la fundación de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de
los Últimos Días.
La
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se organizó en
casa de Peter Whitmer, padre, el 6 de abril de 1830. Cerca de 60
personas presenciaron cómo 6 hombres cumplían con los requisitos para
establecer una nueva organización religiosa en el estado de Nueva York.



El Libro de Mormón, publicado por primera vez en 1830, se publica actualmente en más de 80 idiomas en todo el mundo.


Si
se desea leer un relato más completo de la historia de José Smith,
véase José Smith—Historia, en la Perla de Gran Precio, o History of the
Church [Historia de la Iglesia], Tomo I, págs. 2–79.
A picture of Jesus Christ

Las enseñanzas de Cristo

Las enseñanzas de Jesucristo que se encuentran en la Biblia han sido
por mucho tiempo una fuente de inspiración para la humanidad. Además,
existen enseñanzas adicionales del Salvador en un volumen complementario
de Escrituras, El Libro de Mormón: Otro testamento de Jesucristo. Estos
libros le brindarán paz y felicidad imperecederas al
proporcionarle dirección inspirada a su vida.


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