lunes, 24 de octubre de 2016

Las moradas - Moradas Primeras - Capitulo 1 - Santa Teresa de Jesús - AlbaLearning Audiolibros y Libros Gratis

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Santa Teresa de Jesús
Moradas primeras: Capítulo 1
CAPÍTULOS:

Biografía de Santa Teresa de Jesús en Wikipedia 

SANTA TERESA DE JESÚS

LAS MORADAS

MORADAS PRIMERAS
Cap. 1
 

OBRAS DE SANTA TERESA DE JESÚS
PROSA
POESÍA
OTROS AUTORES
San Juan de la Cruz


Sor Juana Inés de la Cruz


Miguel de Unamuno


 
 
Moradas 1 - Cap. 1
En que trata de la hermosura y dignidad de
nuestras almas. Pone una comparación para entenderse, y dice la
ganancia que es entenderla y saber las mercedes que recibimos de Dios.
Cómo la puerta de este castillo es la oración.


1. Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por
mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir
esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con
algún fundamento: que es considerar nuestra alma como un castillo todo
de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así
como en el cielo hay muchas moradas.
Que si bien lo
consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un
paraíso adonde dice El tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece que
será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan
lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que
comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y
verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos
que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a
Dios, pues El mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza.
Pues si esto es,
como lo es, no hay para qué nos cansar en querer comprender la
hermosura de este castillo; porque puesto que hay la diferencia de él a
Dios que del Criador a la criatura, pues es criatura, basta decir Su
Majestad que es hecha a su imagen para que apenas podamos entender la
gran dignidad y hermosura del ánima.
2. No es pequeña
lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a nosotros
mismos ni sepamos quién somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías,
que preguntasen a uno quién es, y no se conociese ni supiese quién fue
su padre ni su madre ni de qué tierra? Pues si esto sería gran
bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras cuando no
procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos
cuerpos, y así a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la
fe, sabemos que tenemos almas. Mas qué bienes puede haber en esta alma o
quién está dentro en esta alma o el gran valor de ella, pocas veces lo
consideramos; y así se tiene en tan poco procurar con todo cuidado
conservar su hermosura: todo se nos va en la grosería del engaste o
cerca de este castillo, que son estos cuerpos.
3. Pues
consideremos que este castillo tiene ­como he dicho­ muchas moradas,
unas en lo alto, otras embajo, otras a los lados; y en el centro y
mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las
cosas de mucho secreto entre Dios y el alma.

Es menester que vayáis advertidas a esta comparación.
Quizá será Dios servido pueda por ella daros algo a entender de las
mercedes que es Dios servido hacer a las almas y las diferencias que
hay en ellas, hasta donde yo hubiere entendido que es posible; que
todas será imposible entenderlas nadie, según son muchas, cuánto más
quien es tan ruin como yo; porque os será gran consuelo, cuando el
Señor os las hiciere, saber que es posible; y a quien no, para alabar
su gran bondad; que así como no nos hace daño considerar las cosas que
hay en el cielo y lo que gozan los bienaventurados, antes nos alegramos
y procuramos alcanzar lo que ellos gozan, tampoco nos hará ver que es
posible en este destierro comunicarse un tan gran Dios con unos gusanos
tan llenos de mal olor; y amar una bondad tan buena y una misericordia
tan sin tasa.
Tengo por cierto
que a quien hiciere daño entender que es posible hacer Dios esta merced
en este destierro, que estará muy falta de humildad y del amor del
prójimo; porque si esto no es, ¿cómo nos podemos dejar de holgar de que
haga Dios estas mercedes a un hermano nuestro, pues no impide para
hacérnoslas a nosotras, y de que Su Majestad dé a entender sus
grandezas, sea en quien fuere? Que algunas veces será sólo por
mostrarlas, como dijo del ciego que dio vista, cuando le preguntaron
los apóstoles si era por sus pecados o de sus padres. Y así acaece no
las hacer por ser más santos a quien las hace que a los que no, sino
porque se conozca su grandeza, como vemos en San Pablo y la Magdalena, y
para que nosotros le alabemos en sus criaturas.
4. Podráse decir
que parecen cosas imposibles y que es bien no escandalizar los flacos.
Menos se pierde en que ellos no lo crean, que no en que se dejen de
aprovechar a los que Dios las hace; y se regalarán y despertarán a más
amar a quien hace tantas misericordias, siendo tan grande su poder y
majestad; cuánto más que sé que hablo con quien no habrá este peligro,
porque saben y creen que hace Dios aun muy mayores muestras de amor.
Yo sé que quien
esto no creyere no lo verá por experiencia, porque es muy amigo de que
no pongan tasa a sus obras, y así, hermanas, jamás os acaezca a las que
el Señor no llevare por este camino.
5. Pues tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo podremos entrar en él.

Parece que digo algún disparate; porque si este
castillo es el ánima claro está que no hay para qué entrar, pues se es
él mismo; como parecería desatino decir a uno que entrase en una pieza
estando ya dentro. Mas habéis de entender que va mucho de estar a
estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo que
es adonde están los que le guardan, y que no se les da nada de entrar
dentro ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar ni quién está
dentro ni aun qué piezas tiene.
Ya habréis oído en algunos libros de oración aconsejar al alma que entre dentro de sí; pues esto mismo es.
6. Decíame poco ha
un gran letrado que son las almas que no tienen oración como un cuerpo
con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos no los puede
mandar; que así son, que hay almas tan enfermas y mostradas a estarse
en cosas exteriores, que no hay remedio ni parece que pueden entrar
dentro de sí; porque ya la costumbre la tiene tal de haber siempre
tratado con las sabandijas y bestias que están en el cerco del
castillo, que ya casi está hecha como ellas, y con ser de natural tan
rica y poder tener su conversación no menos que con Dios, no hay
remedio.
Y si estas almas
no procuran entender y remediar su gran miseria, quedarse han hechas
estatuas de sal por no volver la cabeza hacia sí, así como lo quedó la
mujer de Lot por volverla.
7. Porque, a
cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la
oración y consideración, no digo más mental que vocal, que como sea
oración ha de ser con consideración; porque la que no advierte con
quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo
yo oración, aunque mucho menee los labios; porque aunque algunas veces
sí será, aunque no lleve este cuidado, mas es habiéndole llevado otras.
Mas quien tuviese
de costumbre hablar con la majestad de Dios como hablaría con su
esclavo, que ni mira si dice mal, sino lo que se le viene a la boca y
tiene deprendido por hacerlo otras veces, no la tengo por oración, ni
plega a Dios que ningún cristiano la tenga de esta suerte; que entre
vosotras, hermanas, espero en Su Majestad no lo habrá, por la costumbre
que hay de tratar de cosas interiores, que es harto bueno para no caer
en semejante bestialidad.
8. Pues no
hablemos con estas almas tullidas, que si no viene el mismo Señor a
mandarlas se levanten ­como al que había treinta años que estaba en la
piscina­, tienen harta malaventura y gran peligro, sino con otras almas
que, en fin, entran en el castillo; porque aunque están muy metidas en
el mundo, tienen buenos deseos, y alguna vez, aunque de tarde en tarde,
se encomiendan a nuestro Señor y consideran quién son, aunque no muy
despacio; alguna vez en un mes rezan llenos de mil negocios, el
pensamiento casi lo ordinario en esto, porque están tan asidos a ellos,
que como adonde está su tesoro se va allá el corazón, ponen por sí
algunas veces de desocuparse, y es gran cosa el propio conocimiento y
ver que no van bien para atinar a la puerta.
En fin, entran en
las primeras piezas de las bajas; mas entran con ellos tantas
sabandijas, que ni le dejan ver la hermosura del castillo, ni sosegar;
harto hacen en haber entrado.
9. Pareceros ha, hijas, que es esto impertinente, pues por la bondad del Señor no sois de éstas.
Habéis de tener paciencia, porque
no sabré dar a entender, como yo tengo entendido, algunas cosas
interiores de oración si no es así, y aun plega al Señor que atine a
decir algo, porque es bien dificultoso lo que querría daros a entender,
si no hay experiencia; si la hay, veréis que no se puede hacer menos de
tocar en lo que plega al Señor no nos toque por su misericordia.
 
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